Éste fic participa de la actividad mimata "¡Hasta el año que viene, querida Navidad!", que consiste en escribir diferentes Universos Alternativos (AU) en donde el mimato y el amor tengan cabida :3
Summary: Michael Takaishi fue un hombre soñador y quería que sus dos nietos lo sigan siendo a pesar de la dureza de la vida misma. Yamato estaba demasiado grande para creer en cuentos de hadas… o Brujas.
AU: Medieval fantasía (Dragones, hadas, magos).
Disclaimer: Digimon no me pertence.
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Capítulo 1
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¿Puedes seguir creyendo en cuentos de hadas? O, ¿aquello era una tarea de niños?
Mientras más crecía, los cuentos que su abuelo Michael le relataba, tanto a él como a su hermano menor, parecían ser simplemente inventos tontos que sólo los niños podían creer.
Que las hadas del bosque entonaban cánticos festivos…, o que los rugidos de los dragones sonaban en el cielo cada vez que había tormentas…, y que cada vez que se perdía algo, en realidad eran duendes que les encantaba esconder cosas.
Aún podía sentir la burla de los demás niños de la aldea, cada vez que lo veían pasar por las calles. «Nieto de hereje», «fenómenos», «hechiceros» y todo lo que una mente analfabeta podría pronunciar más allá de vocablos aprendidos en misas dominicales.
No era sorpresa que varios aldeanos fuesen al entierro de su abuelo solamente para mofarse del loco hereje que iría directo al infierno. Aún sentía esa misma rabia recorrerle todo el cuerpo, a pesar de sus once años, él sintió el insano deseo de lanzarse a golpear a esas personas que sólo sabían ofender la memoria de su, recientemente fallecido, abuelo.
Su padre, Hiroaki Ishida, que siempre se había caracterizado por un bajo perfil, poco de habla y de mente tranquila, no obvió su personalidad en esas circunstancias y contuvo el enojo de su primogénito con el posar de su gran mano en su minúsculo hombro. Un «no les prestes atención» y con la mirada, lo hizo voltearse a ver a su madre, Natsuko, contemplando el ataúd de madera donde su padre yacía dentro, minutos antes de que éste fuese depositado por debajo de la superficie.
Hiroaki podría parecer ajeno a demostrar o decir mucho, pero sabía interpretar a las personas; era algo que fue aprendiendo de él, porque sabía que a Natsuko, no le dolían esas mofas sin sentido, sino era el hecho de tener que despedirse de su progenitor.
«Aprenderás más callándote y escuchando, Yamato», le había dicho en varias oportunidades su padre. Aquellas eran los mantras que regían la vida de Hiroaki y que Yamato, poco a poco, fue admitiendo en su corazón.
A sus dieciocho años, aquello no hizo más que fortificarlo y moldear en él un carácter estoico y calculador, con una destreza y estrategia propia de un recolector como bien lo era su trabajo. Aunque muchas veces, eran esas características las que su mejor amigo, Taichi Yagami, ponía al descubierto como la razón de ser del por qué no tenía muchos amigos.
―Me creas o no, eres demasiado meditativo, Yamato… Ahuyentas a las damiselas que quieren coquetearte ―Le decía su buen amigo castaño, mientras ambos iban al bosque a buscar alimentos y madera para trabajarlas y venderlas en el mercado bajo de su aldea.
―Si las mujeres con las que te gusta divertirte no fueran tan básicas, quizá pusiera de mi parte para no ahuyentarlas ―Ofreció Yamato sin mirar a su amigo, concentrándose más bien en buscar el árbol más frondoso y subir por él para cortar ramas y frutos, si la suerte se lo permitía, o emplear su rústica lanza para ello.
Taichi puso una cara odiosa y dejó escapar uno de esos suspiros sobreactuados, como cada vez que debía "darle lecciones" a su mejor amigo. Yamato no se molestaba en escucharlo más de la cuenta, después de todo, Taichi era de los bufones que prefería unas faldas fáciles a una conversación decente.
―¡Yamato, Taichi! ―Escucharon a la lejanía. Ambos, detuvieron sus pasos, encontrando con la mirada la grácil presencia de su amiga, Sora Takenouchi. Llevaba una canasta de flores que se movían a su ritmo, mientras ella avanzaba hacia ellos con presura y con la libertad que podría permitirle su falda abultada―. ¿Ya encontraron las bayas que les pedí?
―Podrías iniciar una conversación sin tanto interés, Sora ―Bromeó Taichi, haciéndola sonrojar del enojo.
―Calla, que contigo no deseo hablar ahora ―Lo riñó con su mirada y pasó su atención a Yamato―. Tú eres de fiar, Yamato. Sé que puedo asegurar mis bayas contigo.
Taichi rodó los ojos exageradamente, causando gracia en Yamato. Asintió a su amiga pelirroja y la vio sonreír con amplitud, aunque aquella expresión cambió al voltearse a ver a Taichi, mirándolo con recelo. El castaño le sonrió divertido y ella sólo pasó de él para despedirse.
―De verdad sabes hacer enojar a Sora, ¿eh? ―Opinó Yamato y no se molestó en ocultar la gracia que le provocaba oírlo suspirar de cansancio. Era Taichi Yagami, pocas cosas lo hacían suspirar de esa manera, pero por su carácter infantil y poco racional, podía sacar canas verdes en sus allegados.
Sora Takenouchi no era la excepción a tal regla; quizá incluso se daba peor en ella, siendo amigos de infancia y siendo ella la que no podía contenerse con Taichi... Y viceversa. Atracción, pensó un tiempo, pero ambos eran, o demasiado tercos o demasiado tontos como para darse cuenta de ello.
―¿Debo ir tras ella? ―Consultó Taichi sin mirarlo. Yamato sólo se encogió de hombros para darle su respuesta.
―Es la única chica que no te busca solamente por algún interés... Sin mencionar que es la única de tus allegadas con más cerebro que tonterías superfluas.
―Ya, ya, deja de hablar de esa manera. Creeré que sólo buscas quedarte con mis "allegadas". ―Taichi lo golpeó jocosamente el hombro que Yamato prefirió ignorar.
El joven primogénito de los Ishida le extendió su mano vacía, indicándole que le dejase a su cargo su bolsón de cuero en donde cargaban sus recolecciones. A Taichi se le iluminó la mirada al verse aventajado por su mejor amigo.
―Deja de mirarme así. No te lo haré gratis ―Sentenció Yamato, sin lograr borrar la sonrisa en su compañero.
―Prometo reemplazarte cuando tengas necesidades con alguna fémina ―Taichi ahogó una réplica de su parte al lanzarle su bolsa de cuero a la cara y echar a correr hacia Sora, dispuesto a sacarla de sus actividades para llevarla a algún paseo por los prados.
Yamato vio a su amigo tomar la muñeca de Sora y estirarla con la misma urgencia infantil de cualquier niño ante la idea de ir de pesca con su padre por primera vez. Sora, por su parte, tenía su deber mucho más plasmado en su ser, aunque tras unas súplicas por parte del Yagami, Sora dio su brazo a torcer.
Taichi poseía el don propio de los vendedores o políticos. El convencer a alguien a seguirlo era casi como un arte bien dominado por el primogénito de los Yagami.
Yamato esbozó una sonrisa al verlos marcharse. Dirigió sus azules ojos a la segunda bolsa adjudicada y echó un suspiro más. Debía trabajar el doble ése día, recolectando para ambos sin que parezca muy obvio el trabajo de un sólo hombre.
Retomó el paso, mandándose a la espalda el segundo bolso, haciendo sonar las hojas por debajo de sus zapatillas de cuero malgastadas. Ajustó la correa de la modesta lanza de vara y piedra lijada que él mismo confeccionó para hacer la recolección más rápida y se perdió entre el sonido que sus pasos ocasionaban entre las hojas secas y el pasto a medio salir.
Su agilidad siempre fue aplaudida por sus mayores. Tenía buena puntería a pesar de tener una lanza mediocre y un trabajo agotador como lo era ser recolector. A pesar de todo, a él le gustaba mantenerse de esa manera, perfil bajo, igual que su padre; además, el internarse en el bosque era una de sus aficiones favoritas, desde pequeño, desde que Michael, su abuelo, lo llenó de esperanzas y cuentos infantiles.
Recogió su lanza del tronco al que fue a parar cuando quiso ahuyentar a un zorro. Era común toparse con animales así, pero mientras tuviese un buen conocimiento del campo y de los animales mismos, nunca representaban un problema. A veces, el lidiar con los animales era más sencillo que con los propios aldeanos.
Recogió unas cuantas avellanas caídas al suelo que su aspecto era de fiar. Su estómago le crujió y no se negó probar unas manzanas rojas sacadas de su bolsa. Mientras masticaba, levantó la vista al pequeño claro que se leía entre los árboles, un pequeño espacio de cielo entre tanto verde. Volvía a enamorarse del bosque, de esa tranquilidad y belleza que sólo encontraba en su seno.
Tanta serenidad lo inundaba que fácilmente pudo distinguir el sonido del agua a lo lejos, moviéndose como si alguien estuviese dentro. Yamato miró a su alrededor y en un rápido movimiento, dejó la manzana olvidada en el suelo para tomar la lanza con ambas manos. No eran horario para que alguien anduviese jugando en el lago; es más, estaba prohibido hacerlo cuando se avecinaba el ocaso.
No estaba muy lejos de la costa, era por eso que su curiosidad lo convenció para avanzar un poco más y a medida que lo hacía, más nítido se oía el sonido del agua impasible.
El sitio en el que estaba poseía una altitud por encima del nivel del lago, fue por esa razón que a Yamato se le facilitaba el acercarse sin ser descubierto. Unos pasos hasta ocultarse entre unos arbustos robustos y puder saciar su curiosidad.
Por un momento, pensó que se trataba de Taichi jugando en el agua, pues desde pequeño amaba aquel lago y solían escaparse del resto para ir a pasar la tarde allí. En lugar de eso, apreció una cabeza sobresaliendo el nivel del agua, unas hebras de un rosa dulce, como la tela de las faldas de sus amigas fue lo que encontró. Frunció el ceño con curiosidad, acercándose un poco más al arbusto, llamado por aquella cabellera nunca antes vista.
Y sin preverlo, sin pensarlo, el arbusto representaba el inicio de la caída hacia la playa del lago y fue por aquel empinado camino que Yamato acabó por caer. Movido por su curiosidad casi infantil, la pagó con golpes y rasguños proporcionados por raíces, arbustos y espinas.
Su grito y el propio ruido de su cuerpo cayendo alteraron la paz del sitio, como a la persona resguardada en las aguas del lago. Cuando finalmente su caída acabó, sintió su lanza cayéndole sobre la cabeza, solamente para añadir otro golpe más a la lista. Sentía su cuerpo gritar mientras él intentaba recomponerse de aquel susto y su caída. Miró a su alrededor, todo dándole vueltas horriblemente, entonces sus ojos fueron al lago, donde no quedaba más que el movimiento arrítmico de las aguas.
Parpadeó sorprendido, incapaz de creer que todo fue una ilusión suya, pero entonces, el filo de su lanza se encontraba amenazando su nuca. Yamato volteó a ver quién lo tomó por sorpresa, pero nunca pensó encontrar a una mujer desnuda, tomando la lanza que le pertenecía con total torpeza, intentando serle de arma.
─No te muevas… ─Amenazó ella con voz firme pero dulce.
El rubio apartó de inmediato la vista, por más que aquel cuerpo despojado de prenda alguna, le sea tan apetecible a los ojos. Se avergonzó de sus propios pensamientos y su rostro enardecido lo delató.
─Lo… Lo lamento ─Formuló Yamato─. No te estaba espiando…
─¿A no? ─Preguntó ella con tono molesto─. Sólo venías a cazarme, ¿no es así?
─¿Qué? ─Volteó su cuerpo para mirarla perplejo, pero entonces, su desnudez volvió a avergonzarlo. Se tapó el rostro con las manos─. ¿Por qué habría querido cazarte? No eres un animal.
─¿Por qué cierras los ojos? ─Volvió a preguntar la mujer, acrecentando su enojo─. ¿Es porque te repugno, humano?
─¡No! ─Se apartó los ojos para mirarla, soportando el hecho de que no portase nada más que su desnudez─. Eres una dama… No deberías estar así, maldición.
La mujer pareció bajar un poco la guardia, solamente para mirarse a sí misma, apreciar su propia desnudez con los ojos de un niño que no entiende el escándalo de los mayores. Entonces, aquella expresión infantil y curiosa desapareció, dando lugar a una cargada de atención; su guardia volvió a estar en lo alto.
─¿Escuchaste eso? ─Yamato iba a responder pero la mujer desnuda se apresuró a echarse sobre él y taparle la boca con una de sus manos libres─. Silencio…
Pasó un minuto entero en el cual Yamato sintió cómo sus prendas se fueron humedeciendo gracias al cuerpo desnudo y mojado de la desconocida. La idea de tenerla así lo estaba superando, intentaba perder sus pensamientos en por qué su cabello poseía ese tono rosa y fue entonces que ella lo miró y le quitó su mano de encima.
─A la cuenta de tres, debemos entrar al agua.
─¿Qué…? ─Preguntó, sin tener tiempo a una respuesta, pues una avalancha de flechas comenzó a ser dirigida hacia ellos. Muchas cayeron a su alrededor, pero otras, dieron a la mujer en su costado y otro en su pierna.
Ambos se levantaron como pudieron del suelo y Yamato, viendo el estado de la mujer, la tomó de la muñeca para correr lejos de allí, ignorando el hecho de ir al lago.
─¡¿Qué se supone que estás haciendo?! ─Grito la de cabello rosa. Él no prestó atención a sus palabras y lo primero que hizo fue ocultarse tras un frondoso árbol mientras las flechas seguían cayendo cuál lluvia─ ¡Debemos regresar al agua!
─¡¿De qué estás hablando?! ¡¿Acaso quieres morir?! ─Bajó la vista hacia las dos flechas que acabaron por herirla─. Maldición… Tenemos que ir a mi casa… Tengo vendas y…
La mujer comenzó a reír sin mostrar pizca alguna de falsedad en ella, extrañando de sobremanera a Yamato. Se sentía tonto, ¿acaso era normal estarse riendo en una situación como esa?
─Lo lamento, es sólo que me parece extraño que un humano se muestre preocupado.
─¿Cómo que humano? Tú eres como yo ─Ella tapó su boca con su mano y lo apretó contra el árbol.
Yamato no podía apartar los ojos de los otoñales que lo miraban y no se había dado cuenta que su cuerpo estaba siendo absorbido por el árbol que hace un momento, les servía de escudo. Trató de gritar, trató de zafarse, pero sencillamente no podía. La desconocida ya lo había hecho suyo.
Abrió los ojos con pesadumbre. Tenía el cuerpo cuál costal de arroz o papas. Su cabeza pareciese darle vueltas mientras él aún no recuperaba la noción de las cosas. Veía el cielo, precioso azul entre el claro que permitía los árboles frondosos a su alrededor.
Pensó en el bosque y de a poco, su memoria fue hilando los acontecimientos, como que salió a recolectar algunos frutos para venderlos en el mercado de la aldea, Taichi le cedió su parte y tenía que hacer el doble del trabajo habitual y entonces fue recordando a aquella mujer de hebras rosas y de su cuerpo desnudo. Se sonrojó al instante y se enderezó de golpe.
No había nadie a su alrededor. El sol golpeaba su, recién despabilado rostro mientras él trataba de hacerse una idea de los acontecimientos. Miró el cielo nuevamente y cayó en cuenta que era de día. Él había entrado al bosque de tarde, la idea de haber pasado toda la noche fuera de su morada le hacía pensar en todo lo que sus padres irían a decirle.
Se puso de pie y tomó nuevamente sus bolsas de cuero y su lanza en mano para regresar hacia el pueblo. No quería tardarse mucho más tiempo, aunque a juzgar por su velada a la intemperie, no sabría cuánto podría alterar unos minutos más de retraso.
Y conforme se alejaba del bosque, seguía pensando en aquella mujer de hebras rosadas que fue herida por flechas.
Cuando regresó a la aldea, nadie parecía caber en su presencia, como si no llevase desaparecido toda la noche. No le preocupaba aquello, después de todo, su familia no era del entero agrado de la mayoría de los aldeanos. Las carretas con bueyes circulaban a sus costados y los vendedores agolpaban de ruido todo a su alrededor. Nada parecía salir de lo común y eso lo tranquilizaba un poco.
Llegó hasta su casa y al abrir la puerta de ésta, encontró a su madre cortando verduras como todas las mañanas. Ella lo vio y lo saludó con normalidad, incluso demasiada.
─Has vuelto temprano, hijo ─Dijo Natsuko con genuina sorpresa. Yamato no pudo ocultar la suya. Miró sus bolsas de lona y su lanza, incluso llevaba la prenda del día anterior. ¿Qué estaba sucediendo entonces?
─¿Dónde está Takeru? ─Preguntó, entrando con cautela a su propia casa. Natsuko lo miró con extrañeza.
─Fue a ayudar en la panadería de los Motomiya. ¿Acaso olvidas que está trabajando allí desde hace unos meses? ─Y regresó su atención a su picadero.
Yamato la observó un momento sin decir nada, solo estudiaba sus movimientos como si de esa manera, la respuesta a toda aquella confusión pudiese serle otorgada. No había nada extraño y eso no le gustaba. Él podría jurar haber salido de recolección con Taichi y haber presenciado aquel ataque a la mujer desnuda.
─No estoy loco… ─Se dijo a sí mismo.
─¿Has dicho algo, hijo? ─Preguntó su madre a lo que él negó con vergüenza─. ¿Se te olvidó algo? Normalmente, eres muy organizado cuando sales de recolección.
─Si… Lo lamento, madre. Iré a cambiar la piedra de la lanza. ─Y se retiró de su propia casa a paso veloz.
Debía encontrar a Taichi y confirmar que no estaba loco, pero de qué otra manera podía responder al hecho de que su madre no notara su ausencia durante toda la noche. Negó con frenetismo. Debía encontrar a su amigo y listo.
Entre el cúmulo de gente moviéndose al caminar, Yamato era un pez más buscando su camino. Si su memoria no le fallaba, Taichi debía estar en el mercado vendiendo la primera tanda de la recolección matutina, por lo que sus pasos presurosos se encaminaron al mercado del pueblo.
Una cantidad inmensurable de personas, extranjeros, prostitutas y demás, todos buscando vender o comprar cosas que necesitaban. A su madre no le gustaba que frecuentase mucho el mercado, pero servía para ganar algunas monedas de oro para ayudar a la casa y para traer un poco de comida a la mesa, pues su padre, Hiroaki, no la tenía muy fácil al ser agricultor y marcharse de sol a sol por un puñado mísero de monedas.
La vida es injusta, decía su abuelo Michael, pero es la única que tenemos. Podemos hacer dos cosas, o quejarnos de lo que no tenemos o aprovechar lo que sí.
Era un hombre sencillamente magnífico. Le agradaba acompañarlo a su labor como recolector y recibir frutas frescas como recompensa a su paciencia, mientras le hablaba de que las dríadas, las ninfas de los bosques, entonaban cánticos a los recolectores para no aburrirlos.
No tuvo tiempo de sonreír al recuerdo de su difunto abuelo, pues encontró a Taichi discutiendo con el carnicero para aceptar de trueque sus frutas a cambio de una chuleta de cerdo. A veces Taichi podía ser o un poco soñador o sencillamente un idiota.
─¡Hey, Yama! ─Lo saludó al reconocerlo─. Ven y ayúdame a hacer entrar en razón a éste hombre.
El moreno regresó a su gresca verbal con el carnicero, pero Yamato no tenía mucho tiempo por desperdiciar, así que tomándolo del hombro lo hizo girar para mirarlo a la cara.
─¿Recuerdas algo de ayer?
─¿Por qué me preguntas eso? ─Yamato volvió a repetirle su pregunta con menos paciencia─. ¡No te alteres, hombre! Pues, ¿qué quieres que te diga? Ayer no fue muy distinto de antes de ayer.
─Pero fuimos al bosque y tú te fugaste un momento con Sora, ¿lo recuerdas? ─Taichi asintió sin comprender─. Luego de eso, ¿recuerdas algo?
─Pues recuerdo que nos encontramos en el claro de siempre y me regañaste por no hacer mi parte, así que regresamos y Hikari preparó tarta de carne que…
─¿Qué has dicho? ─Inquirió preocupado.
─Que Hikari preparó un…
─¡No, antes! ¿Regresamos juntos? ─Taichi enarcó una ceja no muy convencido de aquel interrogatorio pero acabó asintiendo─. Pero, ¿recuerdas de verdad que me viste antes de volver a tu casa? ─Taichi volvió a asentir.
Yamato lo soltó de a poco y trató de recapitular qué fue lo sucedido aquella tarde en el bosque. ¿Por qué no recordaba lo que su amigo le estaba diciendo? ¿Qué sucedió entonces? ¿Quién mentía, Taichi o su propia mente?
Taichi lo llamaba preocupado pero él no tenía ganas de seguir hablando del tema. Estaba muy confundido por lo que se excusó diciendo que no se sentía bien y que iría a su casa a reposar. Taichi no puso demasiada resistencia, dejándolo marchar para retornar a la batalla campal que momentos antes se encontraba enfrascado.
Yamato se sentía confundido y para qué negar, también muy preocupado. Volvió a ser víctima del flujo interminable de comerciantes, esclavos, artistas, prostitutas que caminaban en las calles del pueblo continuando con sus vidas.
Y, demasiado metido en lo que respectaba aquel episodio confuso de su vida, no se fijó que iba en dirección contraria a la de una vendedora ambulante de manzanas hasta estrellarse con ella y dejar caer algunas al suelo.
El golpe lo trajo de regreso a la realidad, disculpándose en el acto y agachándose para ayudarla a recoger las frutas caídas. Cuando estuvo por tomar la última fruta rojiza del suelo polvoriento, la vendedora tomó su mano y aquel tacto lo obligó a mirarla.
Ojos amarillos como el oro, tez blanquecina y un mechón rosa cayéndole en el rostro mientras una capa oscura cubría su ser. Yamato la observó atónito un momento, mientras ella no hacía más que sujetarlo con fuerza y sonreír cuál felino.
─Tú…
─Te encontré ─Susurró sin deshacerse de la sonrisa de su aniñado rostro─. Será mejor que me sigas, mundano.
Y sin esperar respuesta por parte del primogénito de los Ishida, ella se enderezó y comenzó a alejarse del flujo de personas. Sus pasos decididos, andando hacia una dirección determinada lo cautivaron por un segundo antes de recordar que, si quería respuestas, debía seguirla.
Apresuró el paso sin importarle estar siguiendo a una desconocida hasta las afueras del centro del pueblo. La cantidad exuberante de personas fue disminuyendo para dar paso a las viviendas y calles desérticas. La mujer miraba a sus costados como si estuviese en el mercado eligiendo qué vestido llevarse.
No sabía qué esperar de todo aquello. Quería saber qué estaba pasando, pero antes de poder plantearle pregunta alguna, ella entró a una casa sin siquiera tocar la puerta. Dudó un momento, pero ella lo miró desde el umbral para llamarlo con su mano en un gesto claro.
─Debo estar loco.
Avanzó y cerró la puerta tras de sí. La oscuridad era un hecho en aquel sitio, ni siquiera había rendijas libres en las ventanas que permitiesen el ingreso de luz desde afuera. Podría ser una trampa y ella una completa loca con deseos por matarlo.
Miró a sus espaldas ante la idea de escapar, pero entonces, varias velas fueron encendidas, una por una y sin necesidad de que ella acercara un cerillo. Yamato retrocedió unos pasos, atónito.
─¿Cómo lo haces?
─¿Esto? Sólo doy la orden con la mente y hago luz ─Le señaló una vela sobre una mesa de madera a su costado y con el chasquido de su dedo, ésta se encendió.
─Eres una bruja… ─Susurró casi sin aire, recordando historias terroríficas de las esposas de Satanás, de sus sacrificios humanos y de las aberraciones deliberadas contra la humanidad─. Debo salir de aquí.
Sin interesarle la presencia de la mujer, se regresó sobre sus pies hasta la puerta intentando abrirla sin que ésta cediera. Miró a la desconocida por encima del hombro, con ojos cargados de miedo y rabia. Ella borró la memoria de su madre, de Taichi, de todos.
─¡Déjame salir!
─Conocí a tu abuelo ─Dijo ella y por un momento Yamato guardó silencio, pero no por mucho.
─¡Mientes! ¡Eres una bruja! ─Comenzó a golpear la puerta para intentar romperla sin mayor logro que el dolor en su hombro derecho─. ¡Déjame salir, bruja!
─No pienso matarte si eso es lo que crees ─La muchacha tomó asiento en una silla de madera y dio un mordisco a una manzana roja, mientras la histeria de Yamato iba subiendo de nivel.
─¡No sabes lo que creo! ─Y siguió un tiempo más golpeando y golpeándose contra la puerta sin ningún cambio─. ¡Déjame salir!
─Escucha, no sabes nada de las brujas. Solamente escuchan improperios de clérigos pervertidos para importunar a las mujeres libres ─Dio otro mordisco─. Toma asiento y te explicaré lo que sucede.
─¿Crees que soy estúpido o algo? No pienso dejar que me mates.
─Eres estúpido pero eres lindo y no mato gente linda ─Le guiñó el ojo con diversión. Yamato se sonrojó y continuó con lo suyo, golpeando la puerta sin sentido alguno─. Eres estúpido. No te mataré, ¿sabes por qué? ─Él la miró por encima del hombro, viéndola sonreír sinceramente─. Necesito de ti.
Notas de la Autora:
Hola a todos :3 Aquí finaliza el primer capítulo de ésta historia que no promete más de dos o tres capítulos que deberán de estar al aire antes del 14 de febrero.
Espero que les haya gustado. Seguiré subiendo los capítulos apenas los termine, así que, estén atentos :D
Un beso a todos~
