Bennington Asyle.

Las Vegas, Nevada.

Enero 15 de 2011.

Querido Spence;

Me gusta escribirte. Nuestra relación siempre fue de escribir y leer; yo te escribía y tú leías o viceversa. O te leía interminablemente y ¡Cómo disfrutábamos cada instante juntos! Me pesa aún que seas un Federal; te eduqué como a un liberal, no como a ese montón de fascistas que se meten en la vida de los ciudadanos e interfieren con las libertades, en aras de nuestra protección. Estoy afortunadamente triste; afortunadamente, porque eso me ha permitido ser propia frente a la situación y triste porque Sole, mi enfermera, ha estado enferma y ya sabes cómo me inquieta cambiar la guardia. Detesto no dormir, aunque no hace frío.

Las voces siempre fueron sabias en eso, el temor no siempre lo es todo, querido hijo.

Me viene a la mente la frase cliché 'Me enamoré de ti, desde antes de que nacieras', admito que soy presa del cliché; no puedo evitar reírme. Mis manos están húmedas.

El dolor por perderte y que te fueras nunca ha sido más constante. Ni los medicamentos me gustan menos. Son molestos, sobre todo las inyecciones.

Pero te amo sin remedio, desde que naciste, desde antes y siempre me he sentido orgullosa de ti, de tu brillo, de tu inocencia, de tu asombro del mundo; un día, me mostraste un vaso, un simple vaso de vidrio, maravillado por ser capaz de ver al otro lado de éste, embelesado en las moléculas que le daban transparencia y en la posibilidad de ensamblarnos de la misma forma, también recuerdo tu tristeza cuando hallaste que no, no era posible.

Sólo la poesía nos dá pensamientos de cristal, querido querido niño.

En un tiempo que fueron segundos, Spence, te transformate en un hombre y me dejaste atrás. No recuerdo que pasó ese día; colores mezclados, agua, llanto.

No te sientas culpable, no ahora, no.

He visto que eres feliz, pero aún no das todos los pasos para serlo.

He visto que las chicas te siguen y que no les haces mayor caso que a las palomas que también te seguían en el jardin de Stanford, recuerdas? Tenías catorce años y estabas en el segundo año de la Facultad; eres tan brillante hijo mío, tan dulce alma de cristal envuelta sobre sí misma en espirales…

Mi embarazo fue menos tortuoso de lo que todos creen; pequeño y frágil te sentías en mí, jugaba a adivinar cómo te comportarías ¿serías un ratón curioso? ¿o una inquisitiva comadreja? Empezaste a caminar casi al mismo tiempo que a leer, me canso de repetirte la historia.

He visto como te miran ellos dos

No sé qué decirte; una madre no puede meterse en esas cosas, pero no deja de saber.

Nunca deja de saber.

Mis manos están heridas; ignoro qué fue lo que les ocurrió, pero arden; entonces como ahora mi principal temor no es a perderte, sino a que no seas feliz, a que mi sombra pese como losa de plomo sobre tus alas frágiles…pero ellos te miran.

Derek es bueno.

Muchas heridas en su pasado ¿Eres capaz de componerlas, escucharlas, suavizarlas, consolarlas? Creo que sí. Es cuidar a alguien más.

Aaron es desesperantemente cuidadoso y a la vez, despegado, no quiere que le hieran más y a la vez, pone el pecho adelante; habrán de atinarle un tiro y no sé si entenderá.

Derek sería feliz ¿Te haría feliz?

Aaron te cuidaría ¿Necesitas eso, ahora que ya eres un hombre?

No sé.

Como los dos son Federales no puedo creerles, no creas, Jason Gideon no era más fiable.

Tu inteligencia ¿Es tan grande como tu corazón? Temo que más y se rompa y te duela.

No hay suficiente amor en mí para hacerte ver; sólo tú puedes ver.

Merecías a alguien mejor como madre; a veces, tus alumnos me escriben y me han insultado variadamente, desde quienes opinan que debí haberte abortado hasta los que creen que fui mala contigo y tu y yo sabemos que eso es falso, que rechacé los medicamentos porque no habría podido ser yo yo yo y sólo yo podía cuidarte, sólo yo podía leerte, sólo yo te quitaba el miedo por las noches. Mira, mis manos duelen y no sé que les pasó; están sembradas de heridas como aquella reina loca que decía que le brotaban rosas de las manos, recuerdas?¿Góngora?

No te enseñé a reír porque naciste con una risa hermosa y con los ojos llenos de ella, mi niño, mi pequeño, mi amor.

Ahora, sé que te van a decir, que los miedos y que las voces que nunca me dejaron sola, ni siquiera del todo ni los medicamentos y sé que tienes miedo de ellas.

Pero no oyes, amor, no las oyes y yo, ya no temo más.

¿Vendrás a leerme alguna vez? No te extraño. Ya no.

Es que sé cuán feliz estás; lo leo en tus cartas en el amor a tus compañeros, en las galletas que te hace Penny y en la risa de Jennifer y Prentiss y en las bromas de Derek y la seria vigilancia de Aaron.

¿Verdad que las drogas son horrendas? Te quitan el sueño o te lo dan y no sabes cuándo eres tu o cuando no; miras afuera de ti como a través de una de Dilaudid, ese pobre bastardo de Tobías y Aaron, protegiéndote –otra vez, no se cansará jamá ese hombre?- entre sus brazos.

No reconozco mis manos. Tu voz es campana de cristal todavía, entre las otras, Spence.

Ya no te veré más, precioso niño mío. Tu carta de cada día ya no llega, no llegará; miré un pájaro robarse la comida en la cocina.

Y te amo.

Te amo orgullosamente porque nunca habrá otro genio como tú en su género.

No hagas más caso; ama a todos los que sea necesario.

Y, si tienes hijos, nunca dejes de leer con ellos; ya ves que Jack y Henry no lo son, pero les debes paciencia y respeto y amor.

El que tu tuviste.

Debo dormir; las manos me duelen, no sé que les está pasando; dile al doctor Castle que venga a vendármelas, por favor, Soledad.

Te amo, pequeño.

Diana

p.d. un guiño, verdad? ¿Te imaginas una carta formal donde pusiera 'Tu madre, Diana Reid'? Nos reiríamos tanto!

La hoja de papel barato se fué mojando, igual que el hombro de Will Reid, el rostro de su hijo apoyado en él.

Demasiadas pérdidas o demasiados encuentros; Diana había sido genial…y ese genio se había transformado en un ente lleno de oscuridad, incapaz de dejarla en paz, de parar su acoso, desmoronándola frente a su niño, necesitado de un poco más de ella y un poco menos de libros.

Sólo un poco.

Reuben Castle se aclaró la garganta, haciendo enderezarse a padre e hijo. Spencer lo interrumpió, antes de que hablara

-¿Cómo fué, doctor?

Castle negó con la cabeza. Reid continuó.

-Por favor, doctor. No creo que saber lo que ocurrió pueda… es decir, veo escenas criminales todos los días, sabe?

El médico asintió.

-No quería más medicamentos; dejó de tomarlos. Dijo, literalmente, que 'necesitaba de toda su razón para hacerle ver algo a su hijo'

Spencer contuvo el sollozo

-Y… después?

El médico negó con la cabeza, mirando por la ventana y Reid supo que intentaba desesperadamente despegarse de toda la situación.

-Se cortó las manos; las venas de las manos. Había tomado aspirina; sangró…

-Toda la noche-terminó Reid. Tragó saliva- ¿Puedo verla?

-Spencer, no…- trató de detenerlo Will, sabiendo demasiadamente que no iba a conseguirlo. El médico asintió.

Reid lo siguió por el pasillo como quien camina en sueños, viendo las puertas abrirse y a la gente alejarse de él, flotando.

Flotando.

El rostro tan conocido sólo se miraba pálido. Sus manos estaban vendadas y la sangre había sido retirada; la paz en la habitación sacudió a Reid.

Habría querido mil cacofonías acosándolo, olvidar todas las imágenes que bailaban frente a su rostro, borrar todo el dolor.

En cambio, sólo acarició su mejilla y las voces, miles de voces -Shakespeare, Emerson, Rotterdam, Da Vinci, Neruda, King, Borges, infinitas- parecieron surgir de ella y perderse, sin tocar a Spencer.

Y éste último, sólo pudo sonreír ¿La habían creído loca? No era una creencia; estaba loca. Le habían dado un IQ de genio; el mismo que él había heredado. Las sombras la habían perseguido…y había peleado contra ellas, para que no tocaran a su propio hijo.

¿Había sido una mala madre?

Tsk.

Reid no podía calificar eso. Tomó su mano y la besó y arregló unos cuantos cabellos tras su mejilla.

Y al suspirar, el dolor lo lastimó como debía; su madre no había podido darle más, pero tampoco menos y el regalo de estar vivo, bastaba para que él enfrentase sus miedos.

-Spence…

Miró a la puerta. Hotch y Morgan, seguidos de las chicas.

Y nunca como en ese momento, Spencer supo lo que su madre había querido decirle; inevitablemente, tuvo que sonreír.

El sol afuera, terminó de ocultarse.

"Cada cosa tiene su belleza, pero no todos son capaces de verla"

Confucio

-0-

Bien. Me decidí a escribir esta carta, personalísima, por pura ira. La mayoría de mis fans cercanos saben que soy bipolar. La identificación que tenemos la AnaMerche, mi hija y quien esto escribe, con Diana y Spencer es lógica de todo punto; también ella dice –muerta de risa, por cierto- que cuando sea rica y famosa, me asilará en Las Vegas, lo cual, visto de cerca, no suena tan mal.

Con todo, me enfurece hallar que los 'defectos' de Reid se deben a su madre, sin notar los aciertos de nuestro joven doctor, quien, de no haber sido amado por su santa madre –loca o no- sería un sicópata más de los que persigue.

El hecho de estar loca y ser madre no es algo sencillo… pero no es invencible. Y, en el fondo, cliché como suena, el amor te ayuda a patadas para sacar el asunto adelante.

Mil gracias a Manuel, mi siquiatra, por ayudarme a repasar el patrón de esquizofrenia sobre lo escrito; no fue sencillo. La música fue 'Ruled by Secrecy' de Muse.

Este one shot va dedicado a la Ana; sin ti, yo sería apenas un remedo de persona.