Hola de nuevo: nueva historia, triste...

Bueno, por dos asuntos: perdí todos, todos mis documentos por culpa de un virus, por lo que ambas historias están de luto...

Exceptuando el dramatismo anterior, innecesario claramente XDDD, el drama de esta nueva historia ya se siente.

Sí, Natsumi está muerta y Tokairin "ad portas", pero haré un flash back del romance trágico: como siempre, Tokairin/Natsumi, con Yoriko como personaje principal... Me cae bien ella =D

Besos, besos y que alguien no me mate. Disfrútenlo.


Donde el corazón te lleve

I

Yoriko baja del jeep: ignora completamente la mano del general, quien la observa con desagrado. Siente el peso de insignificancia en sus ojos, por lo que se limita a interactuar sólo lo necesario: el sol no daba tregua en absoluto.

-¿Están graves?- pregunta, mientras se deshace de los guantes de cuero.

-No tengo certeza, señorita, pero los pacientes vienen en camino…

No quería tal respuesta: una hora o más soportando al machista que tenía enfrente y se volvería loca. En lugar de aceptar tal desagravio, sacó todos los implementos del móvil y entró a la casa, para darle a su mente algo en qué perderse.

Esperaba el escozor del polvo en su garganta al abrir la puerta, pero no se encontró con tal escenario. Era una casa blanca, de dos pisos: sin entrar en detalles, lo que más sobresalía era la escalera que se encontraba frente a ella. Debido a los ataques y su abandono, esa blancura estaba casi perdida: pero no, la luz aún vivía en esa maltrecha construcción.

Era un lugar triste, incitaba al recuerdo de algo maravilloso: algo que recordaba al mármol, a la luz, a una época dorada y una infinita angustia de extravío. Todo intacto, inmóvil: un tiempo etéreo, de sensaciones tan diversas como las que producía una caricia, pero con la convicción firme que era un recuerdo irremediablemente perdido…

Las horas pasaban: el general esperaba en el pórtico, impertérrito, y Yoriko terminó por limpiar lo básico para atender a los dos pacientes quemados. Preparó una limonada, pues el calor en África era algo insoportable y, pese a su mala impresión de la persona que era el general, optó por darle algo de beber: estaban esperando, cuando de pronto el hombre se levanta.

Yoriko mira hacia el horizonte: una nube de polvo anuncia visita.

Han llegado.

El auto para y ambos se acercan al lugar: el chofer se baja del jeep y se acerca a los presentes.

-Lamento la demora: su estado no es el mejor, tenía que ser cuidadoso…

El general asintió, pero Yoriko estaba confundida.

-¿"Su estado"?: pensé que eran dos…

-Ahh, eso… - el hombre se sacó el casco blanco, en señal de respeto- Bueno, la señorita no resistió el viaje: murió en el trayecto…

Un silencio se produjo, como una instantánea muestra de respeto.

-Bien, pues déjame ver al hombre… ¿Cuál es su estado?

-… No es el mejor: dudo que pase los dos días, pero ¡en fin!- abrió la compuerta, para dejar pasar a la muchacha- Venga a verlo usted: es la experta y se hará su diagnóstico… Entre.

La bruna miró con pena la camilla: el pecho del hombre subía y bajaba con dificultad. Se armó de valor e ingresó al lugar y, a decir verdad, su estado no era auspicioso: era un muchacho de su edad, se veía fornido, pero estaba hecho un despojo de ser humano. Su rostro estaba quemado a la mitad, por lo que se atisbaba sus rasgos masculinos: casi sintió vergüenza de su pensamiento al sentir la mirada firme del hombre, con las lágrimas sin poder salir de sus ojos azules…

-¿Habla usted japonés?- musitó el teniente, ante la mirada atónita de la muchacha.

-Sí, señor: seré su médico mientras se recupera… Mi nombre es Yoriko.

Carraspeó la garganta, irritada por el polvo de afuera y el escozor de su cuerpo quemado, por lo que Yoriko cerró la puerta y le dio de beber un poco de agua.

-… No más: no planee gastar su tiempo en un hombre que no le queda mucho…

-… Si lo dice por lo que le han comentado, no se preocupe: le puedo decir que—

-Usted no entiende: mis compañeros no están equivocados…- musitó el hombre-… Yo no quiero vivir…

Se quedó sin palabras, ante la declaración fatal de su "seudo paciente": estuvieron un momento en silencio, hasta que los golpes insistentes a la puerta despertaron a Yoriko de su somnolencia. Abrió la puerta y ayudó a los soldados a trasladar al muchacho a su habitación: era lo más cercano a lo que exigía su cuidado. Lo recostaron en su cama y no volvió a hablar con su paciente, pues se durmió de cansancio.

Ambos soldados bajaron de la habitación: la muchacha se quedó en la puerta e iba a entrar, cuando el soldado le toca el hombro y se da vuelta.

-Esto es de él: son sus pertenencias personales… En dos días más vendrá alguien para otorgarle suministros: mientras tanto, cele de cualquier situación extraña. Que tenga buenas tardes…

Sí, había visto esa sonrisa incitante anteriormente, pero no le dio importancia: el jeep se alejó del lugar y Yoriko lo siguió con los ojos hasta perderlo de vista.

Por las instancias presentes, sería su último contacto conversacional con personas hasta en dos días más.

Cerró la puerta y entró a la casa, pues la arena amenazaba con bañar el piso recién limpiado esta mañana.


Tomó el paño remojado y limpió con ahínco sus piernas y su cuello: la arena estaba en lugares inimaginables y ella, con la pulcritud habitual, no daría su brazo a torcer hasta tener completamente limpio cada lugar de su cuerpo.

Sí, había estado ya cerca de tres años en Marruecos, pero le era imposible habituarse al clima árido de la tierra negra: extrañaba el clima pluvial de su Japón, pero los sinsabores de los lutos eran un pasaje que no podía cerrar.

Hisashi, su último amor, envuelto entre sus brazos al dar su respiro final…

No, no podía volver: no con ese nudo de rencor en su alma.

Pero hela aquí: en una tierra extraña, tratando de cuidar a un hombre que no deseaba vivir… ¿Es que el destino se empecinaba en arrojarle a esa tierra ingrata? No, de ningún modo: su infortunio debía perecer lejos, en donde nadie más saliera herido por su causa.

De pronto, observó la bolsa marrón del muchacho. Se acercó a ella e hizo el ademán de tomarla, pero le pesaba la consciencia: no era de su incumbencia, y, sin embargo, sí. De su paciente no sabía nada…

Abrió el bolso y lo puso boca abajo: un diario viejo, las tarjetas de un lugar que reconoció como el Himalayas y una foto de una chica en una motocicleta…

Se sentó en una banca, envuelta en un sentir póstumo: esa foto estaba muy cuidada, casi con una religiosidad enfermiza. Dio vuelta la imagen y vio unas siglas: W.Y.H.T.Y., 1937. Natsumi.

Es de hace cuatro años atrás, cuando nada en la vida hacía presagiar los tiempos de guerra en los que se encontraban: cuando todo era tan tranquilo y normal…

Guardó las pertenencias y dispuso su pernoctar, ante cualquier cosa…

Ese muchacho no se veía muy bien: tenía que estar preparada para cualquier cosa…


Pestañeó lentamente: la imagen era aún borrosa, pero el ver al muchacho, con los ojos abiertos, la hizo levantarse inmediatamente. Tomó su pulso, revisó su respiración y estaba por inyectarle más morfina, cuando escuchó una leve risa.

-Tranquila, muchacha: tantas vueltas me tienen un poco mareado… Estoy bien, a mi pesar y para tu satisfacción…

Lo miró un rato, para sonrojarse por su impresión y sentarse a su lado.

-No se preocupe, señorita: hasta hoy, usted ha sido la persona con la mirada más humana que he visto… Espero no haberla asustado…

-Por poco… Puede que le resulte evidente, pero ¿cómo se siente?

El muchacho inspiró, la imagen triste quiso volver, pero la retuvo al instante: le sonrió más esperanzado que antes.

-… Con menos dolor: no sé si será síntoma de mejoría, al aliviarse mi malestar, o de ser incapaz de sentir algo por las quemaduras. Entre las dos, me quedo con la última…

La mujer lo miró con lástima, ante su condición.

-Debe usted tener sed: le serviré un poco de agua…

Tomó la jarra y llenó un vaso: cuando iba a entregárselo, vio que el muchacho tenía la aflicción de aquella tarde. Siguió su mirada y dio con el bolso marrón. Los ojos secos se llenaron de lágrimas: hizo el ademán con la mano, en dirección al maletero, y Yoriko fue a alcanzárselo.

-... Me dijeron que eran sus pertenencias: discúlpeme, pero la curiosidad me valió más y—

-No se preocupe…- observó a su paciente, quien tenía la mirada hacia otro lado-… Dice mal: esto no es mío, y dudo que se moleste por ello… Ábrala, por favor…

El hombre seguía llorando y su mente le dictaba en detener tal tortura, pero su intuición le dijo lo contrario: vació el bolso por completo y las mismas cosas se mostraron ante los ojos anhelantes del muchacho. Intentó incorporarse, pero Yoriko le detuvo: tomó todas las cosas y las puso en una mesa frente a él.

En un acto intencional, Yoriko volvió a tomar la foto y el paciente la siguió con la mirada. Tenía razón: esa imagen le era muy preciada…

-… Es muy linda su hermana…

El muchacho intentó calmarse: la herida aún era reciente, y no se refería a una física…

-… Preciosa, pero no es mi hermana…

Yoriko lo miró, pero el muchacho negaba: el vínculo era aún más fuerte…

-Ya veo…- musitó la muchacha- Pero, si le es tan querida, ¿por qué sigue tan funesto en su condición? Lo querrá ver bien, cuando se encuentre con ella…

La muchacha lo miraba, pero seguía en silencio: optó por tomar el libro, que resultó ser un diario… Era el diario de la muchacha en la foto…

La misma sigla, el mismo año de la foto: todo se repetía…

-… Quiero que me lo lea, si es usted tan amable…

Yoriko miró al muchacho y volvió su vista al diario: en cuanto dio vuelta a página, al leer el mensaje, se llenó de espanto…

Miró al muchacho: ahora lo entendía todo…

Natsumi, la muchacha de la foto, era la misma mujer que lo acompañaba en el accidente.

La chica tan querida para el joven… estaba muerta.

Continuará…