Disclaimer: Ninguno de los personajes de Full Metal Alchemist me pertenecen.
1/10 - Número de capítulo en relación al número total de capítulos de la historia (Epílogo incluído).
Hola a todos, ¿cómo están? Espero que bien. Bueno, he aquí mi segundo intento de fic de Full Metal Alchemist, también Royai, y mi primer intento de Long-shot de Full Metal Alchemist, dado que el previo intento fue un One-shot. En fin, voy a tratar de ser breve para no aburrirlos ni cansarlos. Para los que no leyeon nunca un Long-shot que haya escrito -lo cual es entendible dado que no escribí de este anime hasta ahora (aunque tenía ganas desde hacía demasiado ya)- yo actualizo todos los días. Un capítulo por día, y esa es una promesa que cumplo diligentemente. Principalmente porque, y como la mayoría, no me gusta esperar por el siguiente capítulo de una historia cuando me gusta (y espero este sea el caso...) y menos aún empezar a leer historias que nunca se vuelven a actualizar ni se completan. Por eso, decidí hacer esto y pretendo cumplir como siempre lo hago. Así que al menos tengan la certeza de que la voy a subir completa, más allá de qué les parezca.
Y, por otro lado, y dado que no tengo idea de cómo habrá resultado esto... Me encantaría saber su opinión, al menos para así poder corregir y mejorar las cosas en las que estoy floja... Así que ya saben, cualquier crítica, opinión o corrección es siempre bienvenida... Y gracias. Desde ya, y desde el vamos. Por darle al menos una oportunidad a mi humilde historia. Por siquiera tomarse el tiempo y la molestia de leer. Eso me hace feliz.
Ojalá les guste... (y disculpen la nota de autor larga) ¡Nos vemos y besitos!
Pd: (Esta si es la última...) La historia se ubica tras el final del Manga y del Anime Full Metal Alchemist: Brotrerhood, así que toma elementos de los dos y de las OVAs: Simple People y Yet another's man batterfield. Por ende, puede haber Spoilers (!) para quienes no vieron el final de esta maravillosa seria.
Una bala por un beso
I
"Las líneas más borrosas que nunca"
Era algo irónico, realmente, el tiempo. La forma en que parecía avanzar y detenerse inusualmente y dependiendo de las circunstancias de la vida. Cómo parecía siempre ralentizar en los peores instantes de su vida. En su hora más infame, en las horas más largas de sus más oscuros días. Como Ishbal, y aquella guerra civil que había drenado sus vidas casi por completo y que había parecido no tener fin; o el instante en que había creído –realmente creído- que aquel homúnculo llamado Lust había terminado con la vida de Roy. Y aún entonces, tras vaciar todas sus cargas de bala sobre el cuerpo de aquella mujer, el tiempo no había vuelto a acelerar. El mundo no había vuelto a girar, hasta no verlo a él con vida y respirando.
Como ese mismo día. Y era en día como estos en que Riza Hawkeye odiaba regresar a su apartamento vacío. Oscuro. Y solitario. Afuera, parecía que pronto llovería, pero su humor nada tenía que ver con el clima en el exterior. Aunque no podía decir que ayudaba tampoco. El color plomizo del cielo no lo hacía mejor, no realmente.
—Black Hayate —susurró, acuclillándose al oír al perro soltando un pequeño sollozo a sus pies. Con una pequeña sonrisa vacilante, deslizó una mano por la cabeza de este, entre las orejas, mientras presionaba su mejilla contra la del perro. Sin embargo, las comisuras de sus labios volvieron a caer mientras continuaba acariciando distraídamente a Hayate. Sus ojos cerrándose de la misma forma, tras un efímero suspiro. ¡Asesino!
Sus ojos se abrieron de par en par, a la par que una gota cristalina de sudor frío caía por su frente –humedeciendo su piel y adhiriendo su flequillo a esta. Indudablemente había sido un día largo. Tanto que le recordaba a aquella vez en que Selim Bradley se había revelado ante ella –entre las sombras- como un homúnculo. Amenazándola directamente con vigilarla constantemente desde la oscuridad. En aquella ocasión, se había sentido en un estado de constante inquietud. Saltando sobresaltada ante el menor movimiento de cada proyección oscura sobre su vacío corredor –irónicamente ocupado con pilas y pilas de documentos- y esta vez la sensación parecía igual. Solo que no era constante. Y nada tenía que ver con homúnculos.
Después de todo, el día prometido había pasado y se había ido... así como los años tras este. Otra ironía del tiempo, quizá; pero de eso ya habían pasado casi cuatro años. Dos años, desde que Edward Elric se había marchado al Oeste, y Alphonse Elric al Este (a Xing), y cuatro ya desde que Roy había vuelto a ver y Havoc a caminar. Y desde que Edward había recuperado su brazo derecho y Alphonse su cuerpo completo. Y aún entonces, su trabajo no había terminado. Sus intentos de restaurar la cultura Ishbalita no habían cesado. Sino que aún continuaban –con ayuda de Scar (quien había sobrevivido, para sorpresa de ambos) y Miles-, aún estaban en proceso. Solo que había días buenos y días malos, y días aún peores. Altos y bajos. Y días como aquel, en que "bajos" no alcanzaba a abarcar la magnitud del día.
Por supuesto, había empezado como un día ordinario (todos lo hacían). En la oficina, en el cuartel de Central donde el antes Coronel –luego, General de brigada, y actualmente General- había estado repasando algunos asuntos sobre la política Ishbalita y algunas otras cuestiones sobre la economía de la zona para luego cerciorarse personalmente de que todo estuviera fluyendo correctamente. Que las políticas estuvieran siendo respetadas y efectivamente ejecutadas –sin represión ni alquimia-, y para también prestarle una breve visita al doctor Marcoh, quien llevaba sirviendo en Ishbal durante todo aquel tiempo, y asegurarse de que tuviera todo lo necesario para continuar su labor allí.
El viaje en tren había sido tranquilo, dado que solo habían sido –y eran, desde hacía un tiempo ya- ellos dos solos.
Con Jean Havoc y Heymans Breda en los cuarteles del Este –junto con Rebecca-, asistiendo a Central cuando necesario –bajo liderazgo de Roy, única y exclusivamente-, con Vato Falman en el Norte y Kain Fuery en el Sur, solo quedaban ellos. Al menos en central, al menos unidos de alguna forma. Indudablemente, la distribución de todos era estratégica –y Havoc aún estaba en rehabilitación-, pero aún así, eso no cambiaba el hecho de que las cosas se habían tornado menos ruidosas, o demasiado silenciosas, con la ausencia del resto de los hombres. Y Riza debería estar feliz de solo tener que controlar y vigilar a un hombre para asegurarse de que este trabajara, y no escaqueara. O eso suponía.
—¿Sucede algo teniente? —había dicho luego de unos instantes Roy, con la mejilla apoyada vagamente sobre su puño cerrado y la vista aún en el paisaje que estaban atravesando. Sus ojos negros más allá del cristal de la ventanilla.
Pero ella solo había soltado un suspiro cansino, conciente de que a aquellas alturas cualquier movimiento podría ser descifrado por Roy –y viceversa-, pues simplemente llevaban demasiados años en compañía el uno del otro y suponía que era inevitable —No, general. Solo pensaba... en los tenientes segundos Havoc y Breda, señor, así como en el teniente segundo Falman y el sargento mayor Fuery. Me preguntaba si estarán bien.
Por un instante, él no dijo nada. Luego, volviendo la mirada a ella, exclamó —Mis subordinados son fuertes, teniente. Creo que es acertado decir que estarán bien por su cuenta. Además, supongo que agradecerán el respiro de la teniente primera respirando sulfuro sobre sus nucas.
Riza se cruzó de brazos, frunciendo el entrecejo ante su breve sonrisa arrogante —Discúlpeme coronel, pero de otra forma no veo cómo se realizaría ningún trabajo... dado que se la pasa durmiendo sentado detrás de su escritorio.
Y Roy solo se limitó a fingir reprimir un bostezo, ocultando el golpe directo a su ego, mientras volvía la mirada hacia el paisaje —Veo que esta conversación se está tornando aburrida. Me pregunto cómo le estará yendo a Acero... —pero ella no había replicado a ello, y sabía que él no lo esperaba tampoco. Por lo que el resto del trayecto había sido atravesado en silencio.
Al menos, hasta que habían arribado a la región este. Y más concretamente, a la zona –ahora considerada tierra santa, gracias a la política de Mustang- de Ishbal. Una vez allí, habían sido recibidos por Tim Marcoh y el Mayor Miles y guiados por los terrenos familiares e inhóspitos del lugar a lo largo de toda la mañana y parte de la tarde. Scar, por supuesto, no había ido a recibirlos, pero sin duda alguna había estado allí –vigilando al General Mustang- a lo largo de toda la visita para desagrado de este. Pero eso era algo que ambos sabían era y sería inevitable. Después de todo, el saber el término correcto –si era doble cosecha o cosecha semestral- no haría que los Ishbalitas confiaran en ellos. Y probablemente nada haría que los perdonaran. Pero eso estaba bien también, perdón y redención no eran cosas que ellos esperaban obtener de todo aquello. Y algún día, de ser necesario, pagarían por sus pecados.
—Como ve, General Mustang, las cosechas de trigo y algodón resultaron más fructíferas este año que el año anterior —comentó Marcoh –su rostro aún deformado como siempre-, al pasar por uno de los campos donde varios Ishbalitas trabajaban diligentemente. Aún así, pasarían años antes de que pudieran basar su economía en solo los cultivos.
—Si... ¿Y usted, doctor Marcoh, cómo se ha encontrado?
El hombre, pensativo, había contemplado el cielo por un instante —Bueno, ya sabe. Las cosas son difíciles. Pero pretendo mejorar mi investigación en Alquimia para no necesitar depender de ninguna forma del poder de la piedra filosofal. Eso es inaceptable.
Roy había asentido, llevando sus dedos a sus propios ojos negros por un instante. Ojos que no serían capaces de ver de no ser por la piedra filosofal, y las vidas con las que esta había sido creada —Entiendo.
Y hasta el momento, las cosas habían resultado bien, calmas. Al menos en el mínimo esperable (dejando de lado las miradas de recelo, y desconfianza y odio de cierto porcentaje de la población; así como la escena de padres alejando a sus niños del camino de ellos). Pero, por supuesto, todas esas reacciones habían sido previsibles y ninguno de los dos había sido tan ingenuo como para creer que todo aquello cambiaría lo que en el pasado habían hecho. Porque no lo haría. Nada borraría sus pecados, pero al menos estaban intentando ayudar con lo que estuviera al alcance de sus manos.
Sin embargo, no podían esperar que todos accedieran tan diligentemente. Y eso era probablemente lo que había llevado a la situación en la que se habían visto envueltos.
Un grito unívoco había desgarrado el ambiente seco —¡Asesino! —seguido de un jadeo y un ruido metálico que había sonado exactamente como un cuchillo cortando el aire. E inmediatamente había sido capaz de identificar a un joven Ishbalita corriendo a toda velocidad hacia Roy con un puñal empuñado en su mano derecha, listo para asestar.
Aún así, ella había sido más rápida. Como siempre. Y había sido capaz de interponerse entre el General y su atacante; deteniéndolo, con tan solo apuntarle su arma entre los ojos, al instante. Sin vacilar, sin temblarle siquiera el pulso.
Aún así, el tiempo parecía haberse detenido en aquel efímero segundo. Y Riza había sido capaz de ver el odio vibrar en sus jóvenes ojos rojos (tras la curtida piel) por tan solo ese momento. Y lo había visto, la soledad. La tristeza, también. Aquel chico no tendría más de 15 años, e indudablemente era un huérfano de guerra. Un huérfano de la guerra que ellos habían empezado y terminado en aniquilación. Y por culpa de ellos... había estado solo, crecido en soledad. Alimentando su odio.
—Alquimista de la flama, tu asesinaste a mis padres —jadeó finalmente, pero sin moverse y aún con el arma en la cabeza. Sus ojos llenándose de lágrimas sin derramar mientras que sostenía inmóvil e iracundo la punta de su cuchillo contra la frente de ella.
Riza, aún sin hacerse a un lado ni moverse, permaneció de pie. Empuñando su arma firmemente también y observando a los ojos los resultados de sus acciones. Eso había dicho aquella vez Kimblee, que observaran a los ojos a quienes asesinaban porque ellos jamás los olvidarían a ellos, sus asesinos. Y eso había hecho, mientras había amartillado el martillo de su revolver hacia atrás, girando el tambor con las balas en su interior. Lista para disparar, de ser necesario.
Pero el Mayor Miles había hecho que el muchacho bajara su mano armada suavemente, colocando la de él en el hombro; mientras que Roy había alzado la suya, en señal de alto. Su voz calma y colecta —Teniente, es suficiente.
Y eso había sido suficiente para ella también. Por lo que simplemente había cerrado los ojos y descendido lenta y cuidadosamente su arma hasta enfundarla con el mismo cuidado y la misma delicadeza. Haciéndose a un lado una vez que el Ishbalita había desistido de su ataque igual que ella —Lo siento, General.
Pero Roy solo había dado un paso hacia el frente y posado su mano en el hombro de ella, haciéndole saber que no era necesaria una disculpa. Aún cuando sabía que ella la proveería de todas formas. Y luego, sin más, había dicho unas breves palabras y se había excusado. Seguido de cerca por Riza, quien lo había observado en silencio todo el viaje en tren de regreso a Central. Frustrándose en el proceso por no haber sido capaz de descifrar nada en su expresión. Absolutamente nada, había encontrado en esta. A pesar que debería haber sido capaz de hacerlo.
Pero, por supuesto, eso era una fachada, y ella lo sabia mejor que nadie. Porque, como ella, Roy también –probablemente- había creído que ya no deberían volver a empuñar sus armas o la alquimia contra algún otro Ishbalita nunca más. Volver a dañar a un inocente nunca más. Y el suceso de aquel día (que no era el primero y no sería el último) seguía probándoles cuan equivocados estaban. Cuan terriblemente errados estaban. Porque Riza sabía, que más allá de su promesa, no estaba por encima de volver a disparar su arma contra un Ishbalita si este amenazaba la vida de Roy. Y sin dudarlo lo haría. Eso era lo que más le asqueaba de todo. El saber que sería capaz de volver a matar... a aquellos que debería proteger.
—Un día muy largo... —volvió a susurrar, presionando su rostro contra Black Hayate, en el silencio de su apartamento. Preguntándose qué se sentiría ser alguien afortunado como lo había sido Hughes, y tener un lugar al que regresar. Pero Riza sabía, mejor que nadie, que esa no era vida para ella. No con todas las atrocidades que había cometido en su pasado, con todas las personas que había matado y con todo lo que aún quedaba por hacer. Después de todo, esa era su carga y a aquellas alturas no tenía derecho alguno para quejarse de esta. Ese era el camino que había elegido.
Poniéndose de pie, débilmente, atravesó el corredor oscuro hacia la cocina, la cual permanecía igualmente en la penumbra. No era nada especial, por supuesto, solo una pequeña habitación con una mesa cuadrada para dos (sobre la cual permanecía el teléfono), un calefactor viejo de metal en un rincón (junto a una única maceta con una planta). Un lavabo amarillento y una pequeña encimera con dos o tres gabinetes poco espaciosos. Así como un mueble casi sin uso y varias cajas que jamás había desempacado desde que se mudó allí por primera vez, muchos años atrás. Pero era lo más cercano a un hogar que tenía, dado que no tenía familiar alguno. Y era el único lugar al que regresar.
Por lo que simplemente se quitó la chaqueta de su uniforme –quedando en la remera negra de mangas cortas y cuello de tortuga que solía llevar debajo- la colgó sobre el respaldar de una de las sillas. Y con igual cuidado se quitó de la espalda y de la cintura todas las pistolas que solía cargar consigo. Puso algo de agua a hervir para el té y se dejó caer en la silla opuesta mientras se disponía a limpiar sus armas. Desarmándolas todas y dejándolas en remojo por un tiempo antes de comenzar a rearmarlas correctamente.
Suspirando, tomó la primera y un trapo con aceite, y comenzó a limpiarla cuidadosamente. Asegurándose de cubrir cada rincón de la parte de esta. Mientras Hayate se recostaba bajo la mesa, a sus pies. Al menos permaneció de esa forma, hasta que alguien llamó a la puerta. Entonces se puso de pie nuevamente y ladrando se apresuró a la entrada. Riza lo siguió con paso lento. Asegurando, como siempre, un arma cargada y lista para ser disparada, en su cinturón.
Después de todo, no se llegaba a dónde se encontraba ella sin algo de cautela o paranoia sana. Y el entrenamiento que le había dado a su perro era prueba de ello, pues este era capaz de reconocer aliados y conocidos de extraños. Así como homúnculos de humanos (aunque eso no era realmente útil ya).
Relajándose, al ver que Hayate no mostraba los dientes, abrió la puerta. No del todo sorprendida al verlo a él allí, de pie en su umbral. Con una mirada vacía que probablemente eclipsaría la mirada de ella, o la mirada que una vez había tenido estando completamente ciego —General —dijo, llevando una mano a su cabeza y juntando sus talones a modo de saludo.
Pero él solo negó con la cabeza y tomando la muñeca de Riza la bajó suavemente hasta dejarla caer con gesto cansado —Sabes que no es necesario —murmuró, volteando hacia atrás como si alguien lo hubiera seguido. Nadie lo había hecho.
Ella asintió, apartándose para dejarlo entrar —Lo siento —y notando por primera vez en la penumbra las bolsas negras bajo sus ojos. Mientras caminaba junto a él al interior del apartamento, y hacia la cocina, en completo silencio.
Una vez allí, Roy se quitó el abrigo y la bufanda que llevaba sobre su cuello y cayendo por sobre sus hombros, y la colgó –igual que ella- en el respaldar de la silla restante. Mientras se dejaba caer segundos después sobre esta. Observándola preparar el té para dos sin decir nada. Sus ojos negros siempre en la su espalda —Acero pasó hoy por mi oficina —comentó luego casualmente, como si ese fuera el motivo de su visita. O aquello fuera algo medianamente relevante como para molestarla a aquellas horas de la noche. No que a Riza le importara. No realmente.
Aún de espaldas, ella asintió, sirviendo cuidadosamente ambas tazas de té con el pequeño colador sobre estas —Oí rumores de que su viaje por Occidente había terminado.
El moreno hizo un gesto afirmativo, cruzándose de brazos —Alphonse aún se encuentra en Oriente... En Xing, con esa niña que seguía a Scar a todos lados. Me pregunto si habrá encontrado algo interesante, sobre el Rentanjutsu.
—Eso fue a buscar, ¿no es cierto? —susurró. Y aún cuando no pudo verlo estuvo segura que él volvió a asentir con la cabeza. Aún de brazos cruzados, observando el espacio distraído.
—En efecto... —hizo una larga pausa, y luego— Acero se casará.
Pero Riza no se mostró sorprendida, en absoluto, no realmente —Oh. Asumo que con Winry-chan... —y su tono monótono lo reflejaba perfectamente.
Roy pareció pensativo —Con que ese era su nombre... el de la mecánica... Bueno, si Hughes estuviera vivo... —otra pausa, sintiendo el peso de sus propias palabras— no dejaría de hablar sobre cuan adecuada sería como esposa. De hecho, creo que lo oí mencionar algo así una vez.
Una débil sonrisa nostálgica escapó de los rosados labios de la mujer, mientras depositaba con cuidado ambas tazas de té sobre la mesa. Una delante de él, y otra delante de donde se sentaría ella —Algo así...
Tomando su asiento, dio un breve sorbo del oscuro líquido humeante. Solo para detenerse ante las siguientes palabras de él —Tú nunca seguiste ese camino...
Por un instante, le pareció haber oído mal. Pero sabía que tal no era el caso —No, no lo hice.
—Falman lo hizo... —comentó casualmente él. Y de hecho, era algo que había sorprendido a todos. Particularmente por la personalidad excesivamente formal que solía portar el teniente segundo consigo. Aunque, por otro lado, era probable que hubiera encontrado a alguien de igual naturaleza en el Norte. Si, sonaba posible.
Ella solo asintió. Y Roy permaneció por un instante en silencio, observándola beber su té con calma y firmeza. Tal y como solía hacer todo lo demás. Incluso disparar. Y, por un segundo, las palabras del –antes Teniente General- ahora Fuhrer Grumman cruzaron su cabeza. Solo por un segundo, porque él no se permitió demorarlas demasiado más. Hablando sobre especial, me gustaría que tomaras a mi nieta como esposa. Ella se convertirá en la futura esposa del Fuhrer. Ni demorar el recuerdo de su propia respuesta. No piense mucho sobre eso, General.
Porque al final, solo podía imaginarse la situación con Riza diciendo seriamente que no se burlara de ella –que no era como todas las otras mujeres con que solía salir diariamente-, y que era una ridícula idea. Y probablemente lo era. Ridícula. Después de todo, ninguno de ellos merecía una vida de ese tipo. No hasta que no estuviera todo hecho. No hasta que él fuera Fuhrer y fuera capaz de proteger a todos aquellos que estaban debajo suyo con sus propias manos. Tal y como le había prometido a Hughes.
—¿Sucede algo?
Él parpadeó, e intentó soltar una risa ligera pero esta solo sonó hueca en el vacío de la habitación —No, lo siento. Solo estaba teniendo un recuerdo, un aburrido recuerdo. Pero... a pesar de todo, a pesar de lo que sucedió en Ishbal... decidiste seguirme... Hoy...
Riza cerró los ojos por un segundo. Ni un rastro de duda en su semblante —Hubiera estado dispuesta a disparar, si la situación hubiera llegado a ese punto.
Roy dio un sorbo a su té y asintió, dejando la taza vacía con lentitud sobre la mesa nuevamente. La situación era increíblemente nauseabunda para ambos, y las cosas no parecían tener fin (el odio no parecía tener fin), pero sabían la realidad de las cosas y no eran ingenuos niños que pretendían engañarse con mentiras blancas —¿Por qué? —ya habían dejado ese tipo de cosas atrás, cuando habían perdido la inocencia en aquella interminable guerra de Ishbal.
Pero ella no dijo nada, solo se puso de pie y tomando ambas tazas las depositó con cuidado en el lavabo. Al voltearse, sin embargo, no había esperado encontrarlo a Roy –también de pie- delante suyo. A tan solo escasos centímetros de distancia. Sus ojos del color del ónice, fijos en algún punto debajo de la oreja izquierda de ella. Y aún entonces, Riza no dijo nada.
Por lo que fue él quien decidió romper el silencio, extendiendo con suma lentitud y cautela una de sus manos hasta la nuca de ella y tomando entre sus dedos un mechón rubio corto, retorciéndolo entre sus dedos —Creo que prefería tu cabello largo —si tan solo porque cubría la cicatriz de su cuello. Aunque no realmente.
Con la garganta seca, Riza susurró —Es más práctico de esta forma.
El moreno cerró los ojos, a modo de asentimiento, y suavemente comenzó a deslizar sus dedos desde detrás de su oreja, por la pálida piel del cuello de ella y hasta deslizarse debajo del cuello negro de tortuga, palpando contra sus yemas ásperas la irregular cicatriz que allí se encontraba, así como el pulso de la teniente debajo de la piel esta. Probando que estaba viva. Que no la había perdido. Ni siquiera aquella vez, cuando el corte había rozado su yugular y se había prácticamente desangrado hasta morir. Delante de sus ojos —Solo te he ocasionado malos recuerdos... y cicatrices... —esa vez, se había jurado no volver a permitir que algo así sucediera. Simplemente no podía perderla. Eso era algo que Roy Mustang no podía costearse.
Pero ella no lo negó, así como no asintió. Y no diría que no era cierto tampoco, porque él no era tonto ni ingenuo y pretender mentirle para facilitarle las cosas era insultar su inteligencia. Sin mencionar que no funcionaría. Pero, eso no era del todo cierto tampoco. Porque Riza no lo culpaba, y jamás lo había culpado por nada. Después de todo, era su vida, y habían sido sus elecciones. Ella había deseado seguirlo hasta el infierno mismo, y había estado dispuesta a hacerlo.
Aún lo estaba —Yo misma elegí este camino. Aún cuando no quise que las atrocidades que ocurrieron en Ishbal sucedieran, yo creí en ti y decidí entregarte la investigación de mi padre. Y yo decidí seguirte en la milicia. Aún creo que puedo confiarte ese sueño. Por eso... —susurró, dejando la frase en el aire para el entendimiento de él. Y Roy solo volvió a asentir, inclinándose por un instante hacia delante –a centímetros de los labios de ella, pero sin siquiera tocarlos- para luego retirarse nuevamente hacia atrás. Retrocediendo incluso un paso, o quizá dos. Su expresión una de completa contrariedad.
Y como vino, el momento se fue. Dejando sobre ellos, y en el aire, una sensación de vacío. De la nada misma.
—Teniente —dijo entonces él, aclarando su garganta y haciendo el saludo militar, tomando precipitadamente su abrigo y su bufanda—, la veré mañana. Por favor, continúe cuidando mi espalda con esmero.
Y ella solo lo imitó, cerrando los ojos durante el gesto y asintiendo secamente con la cabeza —Si, general —mientras él daba media vuelta y comenzaba a marcharse por el oscuro corredor. Seguido de Black Hayate.
—No te preocupes, conozco el camino. Puedo guiarme hasta la salida.
El cual regresó segundos después tras cerrarse la puerta, meneando desganadamente la cola y soltando un suave lloriqueo de su hocico, mientras volvía al lado de su ama. La cual, al oír la perilla girar por última vez, se derrumbó hacia el suelo, deslizando su espalda contra la pared. Y enterrando su rostro contra sus rodillas. Hasta el momento, no se había percatado de que había estado temblando ¿Acaso lo había notado él también? —¿Por qué... —susurró, acariciando la cabeza del perro contra sus piernas— tiene que aparecer siempre en estos momentos?
Siempre cuando se estaba derrumbando. Siempre cuando más lo necesitaba. Cuando los límites de las cosas no parecían realmente claros y las líneas parecían más borrosas que nunca.
¿Por qué siempre aparecía, cuando menos lo deseaba? Entendido. Lo acompañaré al infierno, si así lo desea. En ocasiones, simplemente la odiaba. La realidad, eso era. Esa de la que era imposible escapar.
