Lidiando con los malestares recientes, y con los que permanecen desde mi primer mes de embarazo, hago un esfuerzo sobrehumano para mantener la respiración regulada y responder a mi querida y curiosa chiquilla.

-No, princesa, tu hermanito no podrá jugar contigo cuando nazca.- recito mientras paso mi mano por sus bucles rebeldes y despeinados, castaños oscurecidos equivalentes a los míos. Mi hija realiza un puchero de frustración y jalonea del lazo de su vestido ambarino, cortesía de Effie como obsequio por su regreso del Capitolio. Ha traído cientos de cambios de ropa para todos. Se la nota incomoda y no la culpo. Tal parece que ha heredado mi desencanto por la ropa extravagante que, aunque en ella luce preciosa, es molesta y de poca flexibilidad para realizar movimientos.

-¿Y por qué no?-indaga con su ceño fruncido tan característico de ella cuando se enfada. La invito a sentarse en un reducido espacio junto a mí, ella se apresura a ocupar el lugar para oír mi respuesta.

-Porque será muy pequeño, no tendrá fuerza o habilidad para hacerlo- pronuncio- Nosotros tendremos que protegerlo.

-¿Yo también?

-¡Claro!- Un brillo de alegría se asoma en sus ojos y me esfuerzo por esbozar una sonrisa sincera. No sé como habrá sido el gesto, pero parece satisfecha. Se separa de mí y me besa la frente, un tanto aperlada por el sudor, yo la estrecho contra mi cuerpo, evitando que golpee mi enorme barriga de nueve meses y dos semanas. Si, lo que has leído. Nueve meses y dos semanas. Mi tortura parece no tener fin.

-¡Le diré a papá!- exclama feliz y se marcha corriendo, le advierto que tenga cuidado ya que es propensa a las caídas torpes. Ese vestido no ha de ayudarla mucho. Cuando por fin ya no queda ni un rastro de mi pequeña, tiro la cabeza hacia atrás y jadeo adolorida. ¿Es que no piensas nacer, bebé?

Añoro tanto esos momentos en los que mi niña se desplazaba tranquila dentro de mi vientre y me traía experiencias preciosas. Pero este niño… pues, ha sido un maldito cabrón. Es verdad que en cuanto a miedos y reacciones psicológicas se me ha hecho más fácil- incluso desaparecieron las pesadillas, o al menos se redujeron considerablemente- pero en cuanto a vivencias físicas… ni hablar. Contemplo mi bandullo de enorme tamaño, mi camisola a penas y cubre mi busto, porque todo se me ha quedado pequeño. TODO. Ni tan siquiera es mi remera, es una de las de Peeta. Vuelvo a observar el enorme bulto que debo cargar. Lo odio. Si, lo odio y me siento repugnante y miserable por ello. Amo a mi bebé, lo amo así como amo a su hermanita o a su padre, pero detesto tenerlo en mi interior, es horrible. Se hizo notar a tiempo temprano y comenzó a destacarse su sexo masculino desde ese entonces, las ecografías solo sirvieron para confirmar lo que yo ya sabía. Ya no soy madre primeriza, pero me siento como una. Esa conexión madre hijo de la que todos hablan y de la que creo haber tenido con la niña, es nula en esta gestación. No sucede lo mismo cuando de Peeta se trata ya que, apenas el niño oye su voz, comienza a molerme a golpes de forma destructora que me deja al borde de la agonía. No puedo evitar compararlo con su hermana y los pequeños saltitos enternecedores que ella daba al oír a mi diente de león. A causa de esto, mi contacto con Peeta es casi inexistente, lo cual implica dormir en habitaciones separadas.

Los primeros tres meses fueron los peores, no paraba de vomitar ante cualquier aroma o comida y, en lugar de aumentar de peso y hacer notar mi embarazo, caí en un pico de anemia que me dejó en piel y hueso. La sensibilidad de mis senos ante el crecimiento fue espantosa, debí renunciar a esos hermosos sostenes de encaje Capitolinos que enloquecían a Peeta y ni hablar de los escotes en mis vestidos de señora. Los sujetadores de algodón y gasa eran irritantes, sostenían mal las formas de mi cuerpo- corrección: sostienen mal las formas de mi cuerpo- y para colmo me causaban- me causan- alergia.

Para el cuarto mes, luego de tomar suplementos alimenticios, mi peso se estabilizó y el pequeño bultito hizo acto de presencia en mi cuerpo. Me alegré mucho de verlo. No tenía idea de lo que vendría después. Los antojos aparecieron una tarde, y de la nada, para complicarnos la existencia a todos. El vinagre y la salmuera con crema batida, sumado al licuado de papas crudas y plátanos en cubitos, debe ser la cosa más repugnante de todas, pero no podía parar de ingerirlo. Cuando creía que no podía ser peor, acabó la temporada de fresas y Peeta debió de ir por ellas hasta el Distrito 11, donde siempre afloran dentro de los invernaderos. La niña, al ver que ya no se le ponía tanta atención puesto que la prioridad estaba en cuidarme, comenzó a comportarse como una desgraciada, demoliendo casi todos los adornos de la casa en el acto y torturando al estúpido Buttercup con sus rudos jalones. El animal huyó despavorido al quinto mes. No ha vuelto aún.

En el sexto mes me transformé en una psicópata parlanchina que lloraba y reía en porciones equivalentes. Mis hormonas se dispararon en todas direcciones e incluso llegué a pedirle el divorcio a Peeta porque se negó a volver al Distrito 11 para traerme más fresas. Mi diente de león no sabía cómo acercarse a mí sin que yo le gritase, no podía evitarlo, después de todo, estaba embarazada por su culpa. Además estaba el hecho de que bastaba un susurro de mi esposo para que el bebé iniciara su juego, el cual titulé: "Metemos a mamá desde adentro." Definitivamente, lo peor de todo ocurrió al séptimo mes, cuando estaba por ducharme y descubrí las seis horrorosas y enormes estrías que recorrían mi vientre abultado. Jamás fui de fijarme en el aspecto, y ni en mis peores sueños imaginé que algo como eso podría preocuparme. Sin embargo, entré en una etapa depresiva y me negué a comer durante un día, aunque el niño y sus antojos solucionaron eso rápido. Bastaba solo un vistazo a esas marcas espantosas para que me pusiera a berrear como alma que lleva el diablo. Effie decidió intervenir en ese entonces, encargándome cientos de cremas que llegaron desde el Capitolio. Las mismas previnieron que no me saliesen más estrías, pero no eliminaron las que ya tenía. Mi acompañante de los Juegos dijo que lo solucionaríamos ni bien naciera el bebé. Peeta debió encargarse de la niña solo durante esta etapa ya que yo temía que las hormonas me agriaran el humor y la terminara hiriendo sentimentalmente. Como era de esperarse, ella necesitaba de mí y, en un intento por llamar mi atención, se le dio por hacer ropa de muñecas con uno de los vestidos que Cinna me diese antaño. Hija mía debía ser.

En el octavo mes me resigné a dejar de hacer las cosas de la casa. No podía estar de pie por mucho tiempo y los calambres me torturaban constantemente. Me sentía un fiasco y un ser inútil- aún me siento así- y por más que Peeta intentara levantarme el ánimo nada funcionaba. A pesar del poco contacto que debíamos tener, ya saben el motivo, él siempre se mantuvo a mi lado. No me prestó atención cuando le pedí el divorcio- gracias al cielo- y me hacía masajes en los pies todas las noches cuando terminaba de dormir a la niña, siempre en silencio, claro está. En los ocho meses y medio, me sucedió la cosa más vergonzosa que podría pasar. Era cumpleaños de Haymitch y había logrado permanecer de pie fenomenalmente, me sentía estupenda e incluso alegre. Durante horas me volví la mujer más simpática de la concurrencia y mi carácter sociable hubiese sido el acontecimiento de la noche si mis senos no hubiesen empezado a producir leche en medio de la fiesta. ¡FUE LO MÁS HUMILLANTE QUE ME SUCEDIÓ EN LA VIDA! ¡NI SIQUIERA HAYMITCH HABÍA SIDO CAPAZ DE BROMEAR CON ESE SUCESO! Todos se quedaron callados- lo que fue peor- mientras mi blusa se empapaba poco a poco y mi cara morena se trasformaba en la vergüenza personificada. Peeta fue a nuestra casa a traerme un cambio de ropa y, por más que nadie mencionó el tema, mi humor decayó. Me fui llorando sin que nadie lo notase. Estúpidas hormonas.

Y el noveno mes. Se pasó volando y lo único que esperaba era que se adelantara un poco el parto o algo. Pero no. Debía atrasarse, claro está. Suerte nivel Katniss Mellark. Mi ombligo, atravesado por una de las estrías, saltó hacia afuera y cualquier posición me incomodaba. La niña volvió a recibir un poco de mi atención ya que le permití jugar a mi lado y leerme cuentos, además acariciaba mi bandullo y le hablaba a su hermanito, diciéndole que iba a cuidarlo tanto como yo lo había hecho con un ángel al que todos llamaban Prim, y ella tía Prim. Fue lo único bueno que me sucedió en ese entonces.

Vuelvo a suspirar molesta, harta, cansada. Me siento incomoda y la visión de mis estrías es horrorosa. Aunque hubo algo que hizo que siguiera delante y no me rindiera todo este tiempo:

-No te preocupes, Katniss, ya verás que cuando nazca todo lo que estas sufriendo valdrá la pena…

Palabras de mi esposo en el cuarto mes. Solo me aferré a eso y bastó para que pusiera todas mis energías en llevar adelante a mi bebé. Debe de tener razón, debe…

Mierda.

-¡PEETA! – Grito mientras siento como el centro de mis piernas se empapa con un líquido que reconozco muy bien. -¡PEETA!

Mi diente de león llega corriendo con nuestra hija en brazos, me contempla un momento y entiende todo. Con rapidez deja a la niña en el suelo y toma el teléfono que está junto a mí. Empiezo a suspirar, sintiendo las primeras puntadas y previendo que las contracciones de parto serán horribles, realmente horribles. Lo veo marcar con nervios un número y luego colocarse el objeto en su oreja. Espera mientras me corre un mechón de cabello pegado en mi frente por la transpiración, le sonrío para darle tranquilidad.

-¿Qué pasa, mami?- me pregunta mi princesa tomando una de mis manos entre las suyas. Ambas nos distraemos cuando Peeta maldice, al parecer no puede comunicarse con nadie. Vuelve a marcar y yo le hablo a la niña.

-Creo que tu hermanito ya quiere nacer- pronuncio con dificultad. Su carita se torna preocupada, es pequeña pero entiende algunas cosas y sabe que yo podría salir herida, más teniendo de ejemplo a la madre de uno de sus amiguitos, la cual murió en el parto.

-¿Estarás bien?- le acaricio el cabello y contemplo sus ojos azul Mellark para luego soltar un quejido de dolor ante la primer punzada. Peeta exclama frustrado y se pasa una mano por los cabellos rubios al oírme.

-¡HAYMITCH!- grita al fin- ¡ATIENDE EL MALDITO TELÉFONO RÁPIDO, DEMONIOS!- reprocha- ¡Katniss rompió la fuente!- se escucha un breve silencio- Necesito que vengas por la pequeña, voy a llevarla al hospital- otra pausa- gracias- Cuelga y nos mira a ambas, se dirige hasta la niña y la toma por los hombros- Ve arriba y empaca unos juguetes ¿Si? Te quedarás con el abuelo y la abuela. – mi princesa asiente entrecerrando sus ojos azules cual los de su padre. No demora en salir corriendo.

Una vez que Haymitch y Effie llegan a la casa, nos despedimos de la niña. Peeta me carga como puede en el auto, cortesía del Capitolio por el Aniversario de la Victoria en la última rebelión, y conduce a toda velocidad hasta el hospital.

Luego de sentir el peor dolor que he soportado en mi vida, y luego de diez horas de parto inaguantables, la Doctora Terra Caller me enseña a mi bebé. Un precioso niño de cabellos casi invisibles por ser rubios y por estar cubiertos de mi sangre. Mi mundo se detiene y sé que Peeta tenía razón en todo cuanto me dijo. Valió la pena.


Nota de autor:

Les dije que volvería e.e

¿Cómo están mis amados tributos? ¿Me extrañaron?

He aquí la secuela de primerizos, he aquí el primer capitulo de Experimentados. Decidí empezar por el "mágico embarazo de Katniss" En el Epilogo Suzzane dice que a Katniss llevar al niño le fue más fácil pero no del todo. Yo hice mi espantosa versión de los hechos.

Espero que sea de su agrado.

Muchas gracias a todos los que comentaron el final de primerizos, aunque pude ver una pequeña pelea por ahí que no me gusto para nada, en respuesta a ello: no haré ninguna competencia entre fans, los amo a todos por igual. No me ha gustado esa situación, señoritas.

Escribir este one-shot ha sido divertido jajja estuve con mi mamá hablando mucho tiempo sobre molestias en los embarazos, incluso me contó vivencias de sus amigas u.u la de la leche es una, eso realmente ha de ser horrible.

Para mis seguidores de MAO, si se pasan por aquí, ya he empezado a hacer el tercer capitulo, solo sean pacientes que son largos y te dejan agotada! Además es casi fin de años y los profesores se divierten dando tarea por montones.

En fin, Aliniss is back in THG's fandom.

Saludos!