Aquí iré subiendo únicamente historias cortas, autoconclusivas y no necesariamente relacionadas entre sí. Esta primera historia la escribí para una actividad sobre Vera, del grupo de facebook de Orpheus no Mado que administro con fertuliwithejarjayes, si se quieren dar una vueltecilla, acá les dejo el link, sólo deben eliminarse los paréntesis y cambiarlos por puntos: www(punto)facebook(punto)com/groups/438061612918086/


01 Баюшки-баю (Baiuschki-baiú) (1)

Vera recibió todo tipo de condolencias esa tarde, unas más sentidas y sinceras que otras, algunas acompañadas de abrazos y besos, de labiales encendidos marcados en su carita de niña, polvos traslúcidos, perfumes envolventes, de pieles y bigotes cosquilleantes, de aroma a tabaco fino. Pero sólo el abrazo mudo de Anastasía le hizo derramar un par de lágrimas atascadas en su garganta desde el inicio del sepelio. Su dulce amiga la miró directo a los ojos y la envolvió en sus delicados brazos, transmitiéndole paz y consuelo sin necesidad de palabras. Vera, con la mejilla apoyada en su hombro, miraba a los asistentes que poco a poco se iban dispersando luego de saludar al resto de la familia: su padre y su hermano. Pero ninguno de los que abrazaron y besaron al desconsolado viudo se atrevió a tanta cercanía con el hijo mayor. Éste ponía una fría distancia entre él y cualquier otro ser viviente, limitándose a estrechar la mano de los hombres y agradecer a las damas con una inclinación de cabeza y palabras mecánicas e impersonales. Era triste que su hermano no tuviera un abrazo cálido como el que Anastasía le brindaba, pensaba Vera. Era muy triste que ni siquiera lo aceptara de ella. Leonid había cambiado desde que ingresó a la Academia Militar, se había vuelto más silencioso y más serio de lo que ya era. Sus nuevas amistades, probablemente, eran más interesantes que una hermanita que aún no cumplía trece años. ¿Pero aún así, no era el momento en que deberían estar más unidos? se preguntaba con algo de rabia y con mucho de impotencia.

- Él sufre a su manera - le hizo ver Anastasía, como si hubiese adivinado sus pensamientos - dale un poco de tiempo.

Aún había signos de dolor en la mirada de su amiga, pues era reciente la tragedia que había desintegrado la familia de ese muchacho del que estaba tan enamorada. Vera la acompañó durante tardes completas, mientras Anastasía lloraba y le explicaba esos sentimientos que ella no comprendía en absoluto. Aún así permaneció a su lado como un perro fiel hasta que la peor parte pasó, dejándole esta tristeza velada. ¿No se supone que es lo que hacemos por las personas que amamos?

- ¡Papá y él deberían estar a nuestro lado! - protestó Vera - De papá lo comprendo porque está devastado, pero Leonid actúa como si nada le afectara. Desde que mamá se agravó me han dejado sola, y nadie se ocupa de pasar tiempo con Liudmil.

- Nadie salvo tú.

- Sí, pero yo sólo soy su hermana.

- Verusha… - dijo Anastasía, acariciándole la mejilla - tendrás que ser más que eso.

- ¿Más? Pero… ¿Cómo?

- No lo sé, sólo tengo un año más que tú. Pero está claro que ese niño va a necesitarte mucho.

Las palabras de su amiga le daban vueltas aún al subir al coche en compañía de sus silentes padre y hermano. Frente a ella, cada cual perdía su mirada en la ventana opuesta. Sentimientos que no podía explicar con palabras le oprimían el pecho. Era algo que excedía la pérdida de la madre. Como si con ella se hubiese llevado el alma de la familia completa, dejando un gigantesco espacio que nada ni nadie podría ocupar. Fragilidad, eso percibía en su padre cuyos ojos no procesaban las imágenes que pasaban por delante. La seguridad que antes les transmitía por el hecho de ser adulto se había desvanecido. Vera intuía que simplemente, carecía de la fuerza para sobreponerse de aquel golpe.

Leonid, vuelto hacia el lado contrario, pasaba la mirada de farola en farola, ya encendidas antes de las cinco de la tarde en esa época del año en que el día era casi inexistente. Su mano empuñada estrujaba con fuerza una bufanda de seda.

Liudmil ya había cumplido seis meses, y su hermano mayor no lo había alzado en sus brazos ni una sola vez. El padre apenas resistía mirarlo, quizás avergonzado de culparlo de la muerte de su amada mujer. Ninguno reparaba en que ese niño necesitaba más que abrigo, comida y una nodriza para vivir. Vera los observó con fijeza, cada cual aislado en su mundo, y supo que sus expectativas sobre ellos habían sido demasiado altas.

Su gigantesca residencia había pasado de ser un hogar acogedor, que bullía de actividad y vida social en torno a su madre, a un mausoleo. Su padre y su hermano se enfrascaron en una conversación política del todo intrascendente, en un absurdo intento por evadir lo que de verdad importaba.

Ella se alejó sin despedirse y sin ser notada, subiendo con desgano las escaleras hacia la alcoba de Liudmil. Se cruzó con la nodriza, que lo había dejado muy envuelto y arropado en su cuna. El bebé, inquieto, se revolvía de un lado al otro intentando liberar sus extremidades. Vera lo alzó con disgusto y lo llevó a su propia habitación, lo desempaquetó y lo acostó sobre el lecho, tendiéndose a su lado.

- Mamá era una mujer extraordinaria… - le dijo - me apena tanto que no vayas a recordarla… Aunque por otro lado, no sufrirás su pérdida - agregó al ver que el niño reía haciendo gorgoritos de saliva y se entretenía tironeando los dedos de sus pies.

Se tendió a su lado, pensando que no podía llenar los zapatos de una madre, sintiéndose desamparada. Pero aún así, le tarareó una vieja canción de cuna que le había oído a las criadas que venían de la hacienda.

- Спи, младенец мой прекрасный, / Баюшки-баю. / Тихо смотрит месяц ясный / В колыбель твою. / Стану сказывать я сказки, / Песенку спою; / Ты ж дремли, закрывши глазки, / Баюшки-баю.

(Duerme, niñito mío, prenda mía / ¡Arrurú, arrurú! / La luna silenciosa está mirando dentro de tu cuna / Te contaré cuentos de hadas / Y te cantaré cancioncitas. / Pero debes dormir, cierra tus ojitos. / ¡Arrurú, arrurú!)

Liudmil se quedó quieto, mirándola como hipnotizado.

- Сам узнаешь, будет время, / Бранное житье; / Смело вденешь ногу в стремя / И возьмешь ружье. / Я седельце боевое / Шелком разошью… / Спи, дитя мое родное, / Баюшки-баю.

(Llegará el tiempo en que conocerás la vida de guerrero / Pondrás con valor el pie en el estribo / Y tomarás el fusil. / La manta de la silla para tu caballo de batalla, / La coseré en seda para ti. / Duerme ahora, querido hijito mío. / ¡Arrurú, arrurú!)

Y ella cantó, siguió cantando incluso después que el bebé se hubo dormido, aquella canción triste de una madre que teme que la guerra le arrebate a su hijo. Aquel día no podía pensar más que en pérdidas, y en tristes canciones.

Nadie la llamó a cenar y pidió la cena a su alcoba. Luego hizo traer la cuna también. Habrase visto, ¡un niño tan pequeño solo en esa gigantesca habitación! Desde ese día, con la ayuda de la nodriza, comenzó a hacerse cargo de su hermano. Y aprendió a mudarlo, darle de comer, hacerlo dormir, bañarlo y jugar con él. Sin embargo, su conexión con Liudmil hacía más patente la desconexión que existía con el resto de su familia. Ellos formaban un mundo aparte ignorado por su padre y su hermano mayor. Todos sus esfuerzos por acercarlos eran inútiles.

Unas noches más tarde los despertó el viento que azotaba los ventanales. Luidmil lloraba aterrorizado, y no se calmaba con los paseos alrededor de la alcoba, así que Vera decidió ir hacia los pasillos interiores del palacio, donde no se escuchara el ulular de la ventisca.

- ¿Estás muy asustado, eh? - le dijo Vera, besando sus mejillas sonrosadas llenas de lágrimas - puede que una chocolatina te haga sentir mejor. Y de paso también a mí.

Se dirigió en puntillas hacia uno de los numerosos salones, donde recordaba haber dejado unos chocolates suizos deliciosos, y le sorprendió ver luz colarse por la puerta entreabierta… pero nunca tanto como encontrarse con su padre sentado con la cabeza entre las manos frente a una botella vacía de whisky, y otra a la mitad. Vera jamás le había visto beber en exceso. Siempre había sido un hombre muy correcto, quizá no un padre especialmente afectuoso, pero sí un caballero a carta cabal.

- Papá… - murmuró acercándose tímidamente.

Féliks Sumárokov-Elston (2) no dio muestras de advertir su presencia y se dispuso a servirse otro vaso de whisky. Vera, ofuscada, apretó con firmeza a su hermanito contra su pecho con un brazo, e intentó arrebatarle la botella. Sólo entonces el padre reaccionó, tironeando con fuerza hasta recuperarla.

- ¿Qué te crees, niña? - exclamó con la lengua estropajosa. No le dolía a Vera tanto la injusta reprimenda como la expresión desolada de sus ojos enrojecidos y vidriosos - Largo de aquí, déjame en paz. Y por Dios, llévate a esa criatura lejos de mí. ¡Lejos de mí!

Tampoco tuvo mejor suerte con Leonid. Lo encontró en su alcoba, sentado frente a su escritorio, arrebozado con una gruesa manta y leyendo un voluminoso libro de Historia de Roma bajo la luz de una lámpara eléctrica.

- Lenia… - lo llamó en un susurro atemorizado.

- Dime - respondió él, sin alzar la mirada.

- Papá está abajo bebiendo… ¡está bebiendo muchísimo! - exclamó escandalizada.

- Ya lo sé.

- ¿Y no vas a hacer nada al respecto?

- Ya lo hice - replicó su hermano mirándola a los ojos y exhibiendo una mejilla enrojecida de un bofetón.

- ¿¡Papá te hizo eso!? - preguntó con los ojos llenos de lágrimas. Nunca sus padres les habían levantado la mano, apenas alguna vez les alzaron la voz.

- Fue mi culpa - respondió Leonid, esquivando una caricia de su hermana - fui impertinente.

- ¿Y qué haremos? ¿Lo vamos a dejar así? ¡Está mal!

- Por supuesto que está mal. Acaba de perder a su mujer, es normal que necesite desahogarse y eso incluye beber más de lo habitual. Lo superará.

- Pero nada volverá a ser igual.

- Claro que no, ya no tenemos madre.

- ¿Y qué pasará mientras no lo supere? ¿Qué sucederá si nunca lo logra? ¿Qué va a pasar con Liudmil?

- ¿Qué ha de suceder? Será educado tal como nosotros.

Ella no pudo explicar que no era lo mismo crecer sin madre y con un padre que está sin estar. Le agobiaba que Leonid siempre tuviera una respuesta para todo, y no ser capaz de rebartirlo aunque sabía, y quizás él también, que estaba en un error.

- ¿Y cómo… cómo te sientes tú?

- ¿Yo? - dijo con sorpresa y demostrando al fin algo de interés.

- Sí, tú. Acabas de decir que nuestro padre está mal por haber perdido a su mujer. Nosotros hemos perdido a nuestra madre… ni siquiera lo hemos hablado. Sólo quería saber…

- Ve a dormir, Vera - él la cortó en seco - Ya son más de las dos de la mañana.

- ¿No te despides de Liudmil? - insistió con el corazón oprimido, alzando a su hermanito.

- Es tan sólo un bebé, Vera. No se entera de nada. Vayan a dormir.

Al día siguiente el padre emprendió un viaje de un par de semanas a Moscú, y Leonid decidió por su cuenta pasar un periodo interno en la Academia. Con esto, la tristeza de Vera se comenzó a teñir de rabia, resentimiento y una fuerte sensación de desamparo. Sin embargo, descubrió que aunque continuaba llorando por las noches, no era una persona que se quedara inactiva ante la desgracia. Repartía su tiempo entre sus preceptores y Liudmil. De pronto, se le empezaron a realizar consultas domésticas que antes resolvía su madre. Había pasado de ser "la niña Vera", de largas trenzas azabache, a "la señorita Vera", aún con las mismas trenzas. Una tarde, luego de haber aprobado una lista de provisiones con la ayuda de Anastasía, le pidió a su amiga que se las desatara. Su largo cabello lacio cayó como cascada tras la espalda.

- ¡Señorita Vera! - la saludó Anastasía haciendo una reverencia muy afectada.

- ¡Señorita Anastasía! - respondió la chiquilla con idéntico saludo, y ambas rieron.

Un sirviente las interrumpió para anunciar la llegada de su padre, luego de casi un mes fuera de casa. Vera fue a su encuentro con un nudo en el estómago, seguida de Anastasía que llevaba al bebé en brazos. Pero se detuvo abruptamente en el umbral de la puerta del despacho, al ver que su padre se encontraba acompañado de su tío paterno y padrino, Nikolai Sumárokov-Elston, de Leonid y de Seguéi, a quien no veía desde el funeral por estar también interno en la Academia.

- ¡Tío Kolia! - alcanzó a exclamar con alegría, extendiendo los brazos. Pero una vez más nadie le prestó atención.

- ¡Esto es ridículo, Féliks, totalmente ridículo! - acusaba Nikolai a su hermano - haces una tormenta en un vaso de agua.

- Por supuesto que no. Para ti es muy fácil decirlo, Leonid no es tu hijo, y tampoco estás a cargo de la educación de este muchacho - dijo Féliks, señalando al asustado Seguéi - ¿Cómo le explico yo a su madre que los llevaste a… a…?

- ¿A un prostíbulo? - completó Leonid. Para Vera era evidente que estaba furioso, y buscaba enfrentarse al padre.

- ¡Y lo dices como si tal cosa!

- No es más que eso. Se paga por un servicio como cualquier otro.

- Esto es indignante… y que tú, Serguéi, también hayas participado...

- Tienen dieciséis años, Féliks - los defendió Nikolai, aunque Leonid miraba con cara de querer aumentar el problema, y Serguéi como diciendo "yo fui porque él fue" - Nuestro padre me llevó a los quince. ¿A qué edad fuiste tú?

- A ninguna edad, no quise ir porque no me parece correcto pagar por lo que debe nacer del amor conyugal. Y tú - dijo dirigiéndose a Leonid - No comprendo cómo has podido dejarte llevar por el tunante de tu tío. Apenas hace un mes hemos enterrado a tu madre y me sales con esto. Jamás lo esperé de ti. ¿Esta es la forma en que te he educado? ¿Para que te comportes como una bestia sin moral?

- Lo siento, padre - respondió el muchacho de modo desafiante - supongo que es mucho más aceptable huir de casa y bajarse una botella de whisky por noche, ¿no es así?

Ni siquiera Leonid esperaba que su padre le diera vuelta la cara de un golpe a puño cerrado con tanta fuerza. Su tío y Serguei apenas alcanzaron a sujetarlo, evitando que rodara por el suelo. Se palpó el rostro adolorido, retirando la mano llena de sangre que manaba profusamente de la nariz y la boca. El pecho de su guerrera blanca quedó salpicada de rojo.

- Vuelve en ti, Féliks, esto está llegando demasiado lejos… ¡Mira como le has dejado la cara al muchacho! No puedes simplemente desaparecer dejando a tus hijos a la buena de Dios para regresar y tratarlos de este modo brutal. Reconozco que pude haber cometido un error. Sé que eres bastante estricto con los valores que inculcas a los chicos, pero vamos, sólo quería pasar un poco de tiempo con mi sobrino, hacer que se distrajera. Y ni hablar de mi pobre ahijada, que debe estar…

- ¡Aquí estoy! - exclamó Vera, harta de su invisibilidad para los adultos - ¿Cómo pudiste, padre?

El hombre miró horrorizado a las muchachitas y al bebé. En seguida se llevó el puño ensangrentado frente a los ojos. Y sin decir palabra, salió del despacho.

- ¡Tío Kolia! - sollozó Vera, abrazándose a su padrino.

- Mi pobre corazoncito… - la consoló el hombre, revolviéndole tiernamente los cabellos - Lamento no haber estado aquí, me fue imposible regresar antes desde Estado Unidos… De haber sabido lo que estaba sucediendo… A ver tú, niña, ¿cómo te llamas?

- Anas… Anastasía - respondió la chicuela, acercándose tímidamente.

- Vamos, trae acá a ese bribón… - dijo, pellizcando a Liudmil en la mejilla - Qué desgracia que dos niñas hayan tenido que presenciar semejante brutalidad. Leonid, quizás sería conveniente que pasaran una temporada conmigo. Tu padre no está en condiciones de hacerse cargo de nada en estos momentos…

- Lo pensaré - dijo Leonid, que intentaba detener la sangre apretando la nariz con un pañuelo - Al menos Vera y Liudmil estarían mejor contigo. Yo puedo seguir interno unos meses más.

- Ya lo hablaremos más tarde. Ahora voy por algo para curar eso. Cielos, tiene un aspecto espantoso - reclamó antes de dejar solos a los jovencitos.

- ¿Qué es eso de que lo vas a pensar, Leonid? - dijo Vera a su hermano, brazos en jarra - ¡No podemos separarnos!

- Quizás por un tiempo estaría bien, señorita Vera - intervino Seguéi.

- ¡Ni por un tiempo ni nada! Esta es mi casa y ni Liudmil ni yo nos moveremos de aquí. Además, con qué derecho decides por nosotros, cuando tienes el descaro de ir a esos lugares donde hay… donde hay mujeres de vida licenciosa.

Leonid se retiró el pañuelo de la cara, enarcó una ceja y sonrió sin asomo de sarcasmo.

- "Mujeres de vida licenciosa" - repitió - palabras demasiado pomposas para una boca tan pequeña. ¿Sabes siquiera que es tener una vida licenciosa?

- Pues claro que lo sé, es… es…

- No tienes ni idea. Y por mí no lo sabrás tampoco - dijo burlonamente - Pero por lo visto tú ya lo sabes - añadió al ver que Anastasía estaba roja y avergonzada.

- ¡Vámonos, Nastia! - dijo la pequeña con un tono casi tan autoritario como el de su hermano - Aquí no somos bienvenidas.

Cuando hubo arrastrado a su amiga escaleras arriba, la interrogó sobre qué era la vida licenciosa. Nastia volvió a enrojecer y evadió como pudo la respuesta, instándola a hacer juntas los deberes. Vera no pudo dilatar la partida de su amiga, reclamada por su madre en una llamada telefónica, y pronto volvió a quedar sola con sus pensamientos. Abrazó a Liudmil, apoyando el mentón en su rubia coronilla. Aún no podía comprender cómo había pasado de ser una niña amada y consentida, a un estorbo que nadie quería asumir. No es que no quisiera a su padrino, de hecho era una persona encantadora, de carácter mucho más jovial que su padre. Pero marcharse con él era la salida fácil, era dejar que se desintegrara lo que ella sentía que estaba llamada a proteger en nombre de su madre. Intuía que su padre difícilmente se recuperaría de este duro golpe, que su alma se había trizado, y si ellos abandonaban el hogar, él no tendría ningún motivo para esforzarse en dejar de ser el espectro en que se estaba transformando. Vera Yusúpova no había sido criada para tomar las salidas fáciles, pero era tan solo una niña enfrentada a un grupo de adultos tercos como mulas. Su tío sería capaz de llevarla de una oreja "por su bien". Su padre estaba demasiado perdido dentro de sí mismo como para enterarse de nada, destrozado ante la pérdida de la mujer que desposara por amor, y no por ser una de las más ricas herederas del imperio, al punto de haberse autorizado por el zar que transmitiera su apellido, de mayor abolengo que el del esposo, a sus hijos. Y Leonid era una decepción más dolorosa aún. Siempre habían sido muy unidos, y hasta antes que la tragedia envolviera a su familia, lo veía con idealización infantil, admiraba su mente aguda y clara, capaz de afrontarlo todo, de resolverlo todo, la dureza de su carácter, el detalle y la rigurosidad con que emprendía y terminaba cualquier labor que se propusiera. Por lo mismo, su estúpido acto de rebelión la había ilusionado. Aunque no comprendía la magnitud de la calaverada sabía que el origen era un acto de desafío de quien acostumbraba a obedecer sin chistar, y creyó que estaban del mismo lado. Sin embargo, en seguida había hecho causa común con su tío, aparentemente para librarse de ella. De modo que su visita por la tarde la llenó de temor. Por supuesto sólo venía a reiterarle lo que ya había decidido: enviarlos con su padrino por un tiempo indefinido.

- Tío Kolia estima conveniente, y yo también, hacer un viaje - le dijo, apoyándose en la pared con los brazos cruzados. - Piensa pasar el resto del invierno en España. El clima será bueno para Liudmil.

- ¿¡España!? ¿Lo que queda del invierno?

Enfrentar a su hermano le resultaba particularmente difícil, incluso más que enfrentarse a su padre. Nunca habían tenido una desavenencia antes, y ella acostumbraba obedecerle casi por inercia, como hacía con todos los adultos. Su carácter poco conflictivo y dócil, que tanto alababan, ahora le parecía más un defecto que una virtud.

- Lo tomas todo muy dramáticamente. Es temporal, hasta que las cosas con papá se calmen un poco. ¿No crees que te haría bien dejar esta casa, tan triste sin mamá?

- ¿Es por eso que te internaste en la Academia? ¿Para no estar aquí, para no vernos? ¿También es por Liudmil, tal como le sucede a papá?

- ¿Qué tiene que ver Liudmil con todo esto?

- ¿No te has dado cuenta por qué papá está así? Lo culpa de la muerte de nuestra madre. Y no soporta sentirse así. Lo evita, no quiere tocarlo, ni siquiera verlo. Igual que tú.

Leonid se sentó en el borde del lecho, sopesando lo que acababa de oír. Era una posibilidad que había pasado por alto al limitarse a analizar la situación con la cabeza y no con el corazón. Pero tenía sentido, mucho sentido, sobre todo viniendo de Vera, que había heredado de su madre esa sutil intuición de la que él carecía.

- ¡Jamás te he visto hacerle una mísera caricia! - continuó Vera, apuntándole con un dedo tembloroso de rabia - Ni siquiera lo conoces. No sabes lo adorable, lo risueño que és, lo bien que se porta, que no molesta y casi nunca llora. ¡Además es muy listo! No por ser un bebé no entiende nada. Eres tú el que no comprende. El que no le quiere.

- ¡No es eso! ¿Cómo se te ocurre pensar que podría culparlo, o que no le quiero? Le quiero tanto como a ti.

- De qué sirve si no lo demuestras. Ni siquiera cuando vivía mamá te ocupaste de él… - Vera se detuvo de pronto, comprendiendo lo que había tras la angustiada mirada de su hermano. Ella era la única persona que veía a través de sus ojos oscuros como si fuesen claros cristales - Tú sabías que mamá iba a morir, ¿no es eso? A ti te lo dijeron hace mucho tiempo… sabías que su embarazo era muy riesgoso, que el parto la debilitó mucho y que había pocas posibilidades de que se recuperara. - sentenció, usando palabras que sonaban muy adultas pero que comprendía a medias, pues la venida de los niños al mundo seguía siendo un tema nebuloso para una chiquilla de su edad - ¡Te lo confiaron a ti y no a mí!

- Mamá creyó que sobreviviría. No quiso preocuparte, porque eres muy pequeña. - respondió cabizbajo, casi en un murmullo.

- No soy pequeña. No puedo serlo, porque debo aprender a ser la madre que mi hermano necesita. Estás equivocado si crees que educarlo es abandonarlo a una nodriza y luego a un montón de preceptores, para terminar arrojándolo a esa maldita Academia Militar. ¡No puedes comparar eso con el amor y la dedicación que nos entregó nuestra madre! Liudmil merece lo mismo, y yo se lo daré, aún si papá no soporta su culpa, y tú nunca quisiste encariñarte con él porque creíste que también moriría.

Leonid se acercó a su hermanito, que mordía afanosamente una manta para aliviar la picazón de sus primeros dientes. Y por primera vez acarició sus cabellos dorados.

- ¡Es que se parece tanto a ella! Mira, esas margaritas que se le hacen en las mejillas cuando se ríe. Son idénticas. Yo, simplemente, no podía mirarlo y pensar que la perdería a ella, y probablemente también a él.

- Así que es más fácil enviarnos lejos, para no ver el rostro de nuestra madre en el suyo - replicó Vera con amargura.

Se acurrucó abrazando a Liudmil, dejando que estrujara uno de sus dedos con sus manitas, canturreándole al oído.

- Богатырь ты будешь с виду / И казак душой. / Провожать тебя я выйду / Ты махнешь рукой… / Сколько горьких слез украдкой / Я в ту ночь пролью! / Спи, мой ангел, тихо, сладко, / Баюшки-баю.

(Parecerás a un héroe / Y serás un Cosaco de alma. / Me apresuraré para acompañarte, / Te despedirás con la mano. / ¡Cuántas lágrimas amargas lloraré aquella noche! / Duerme, ángel mío, calma y suavemente / ¡Arrurú, arrurú!)

- Ella me cantaba eso… - dijo Leonid, que los observaba con expresión desencajada.

- Se lo cantan a todos los niños - replicó la niña con acidez.

- No me refiero a eso… es decir, sí, recuerdo que lo cantaba cuando era muy pequeño, pero después también. Poco antes de entrar a la Academia. ¿Recuerdas, cuando tuve esa neumonía? Deliré durante un par de noches de las que tengo recuerdos difusos. Ella estaba junto a mí, tenía mi mano entre las suyas y cantaba muy tristemente… no recuerdo haberla visto nunca tan triste, y no comprendí el por qué.

- Ella no quería que fueses militar.

- ¿De donde sacas eso? ¡Nunca me lo dijo!

- Claro que no te lo dijo, pero lo discutió con papá, varias veces. Papá decía que por tu carácter era la carrera perfecta. Quería que continuaras la tradición de su familia. Mamá pensaba que por el contrario, debías conocer otras cosas. Temía que… como fue que lo dijo… "es demasiado serio, un cabeza de piedra, excesivamente terco e intransigente, esa vida le endurecerá el corazón. Y lo rígido se quiebra fácilmente."

- ¿Ca… cabeza de piedra?

- Sí - dijo Vera tristemente - y ya veo cuánta razón tenía. Sólo mírate. Me has tratado como a una extraña ¡A mí, tu hermana!. Confabulaste para ocultarme que mi madre se moría. Tuve que darme cuenta sola, apenas unos días antes, que no había nada más que hacer. Si lo hubiera sabido nuestro último tiempo juntas habría tenido más valor para mí…

- Vera, hice lo que pensé que era mejor para ti. No quería que sufrieras de más.

- Ya no tiene importancia, está hecho - murmuró ella, volviendo a acurrucarse junto a Liudmil - Sólo hablas de la boca para afuera, de todos modos nos enviarán lejos, y no harás nada por evitarlo - sollozó con rabia de no poder contener las lágrimas, y retiró bruscamente la mano que Leonid intentó tomar.

- Vera… - dijo él, atrapando nuevamente la manita entre las suyas y sonriéndole con ternura - ¿Recuerdas qué le pasa a las niñas lloronas…? Baba Yagá (3) las echa…

Vera se incorporó con la faz iluminada.

- "¡Baba Yagá las echa a su caldero de una patada de su pata de hueso en el trasero! ¡Las aliña con limón y se las zampa de sopetón!" - la niña rió con verdadera alegría, abrazándose a su hermano estrechamente - ¡Oh, no recuerdo cuando fue la última vez que me dijiste esa tontería! Lo hacías siempre que iba a llorar, yo me enojaba tanto, luego me daba risa y olvidaba que estaba triste.

- Te ponías brazos en jarra gritando "¡Mentiroso, Baba Yagá no existe, es un cuento para los niños bobos! ¡Yo no soy ninguna tonta!" - dijo, sintiendo que se le quitaba un enorme peso de encima al abrazar a su hermanita - Está bien, tú ganas. Hablaré con tío Kolia para que se queden aquí. Ya veremos cómo ayudar a papá.

- ¡Gracias! - exclamó Vera - Pero además tienes que prometerme una cosa. Que nunca más me volverás a ocultar algo importante. Si me lo prometes, podrás contar siempre conmigo, no importa lo que suceda. Pero tienes que confiar en mí como en ti mismo. ¿Qué me dices?

- Es justo, me parece bien.

- Entonces ahora me explicarás qué hacen las mujeres de vida licenciosa del prostíbulo. Anda, dime, ¿qué hicisteis allí?

- ¡Qué demonio de niña! Te explicaré cualquier cosa menos eso. Ni en tus sueños.

- ¡Pero lo prometiste!

- Vale de hoy en adelante.

- ¡Trampa! No dijimos nada de eso.

- Esas son mis condiciones, tómalo o déjalo. Pídele a tu amiguita que te explique.

- Ya lo hice, y no quiso explicarme.

- No me sorprende - comentó con malicia - Ahora me voy, debo llamar a tío Kolia…

- ¡Espera!

Tocó suavemente su rostro marcado por una gran mancha de feo color violáceo en contrastante con la piel clara. Leonid cerró los ojos, y dos lágrimas resbalaron por sus mejillas. ¡Se sentía tan similar a las manos de su madre curando una herida, calmando la fiebre...! Comprendió que ese espíritu vivaz que los mantenía unidos no había desaparecido con ella, sino que vibraba con fuerza en el corazón de su hermana.

(1) Баюшки-баю (Baiúschki-Baiú): se puede traducir como "Arrurú", es una canción de cuna tradicional rusa escrita por Mijaíl Yúrievich Lérmontov (1814-1841), también se conoce como "Canción de cuna cosaca". Acá hay una versión muy bonita: www(punto)youtube(punto)com/watch?v=cJsTB-yB-uk

(2) El personaje de Leonid Yusúpov se basa en el príncipe Féliks Yusúpov, conocido por haber participado en el asesinato de Rasputin. Decidí conservar los nombres de los padres del príncipe Féliks en esta historia. La madre, Zinaida Yusúpova (de quién heredó el apellido, algo poco común pero autorizado por el zar) en realidad murió anciana, pero decidí matarla porque en el manga jamás aparece ni se la nombra. La canción cosaca es un guiño a la misma historia familiar, pues su abuelo paterno fue Atamán de los Cosacos del río Kubán, y gobernador del Óblast de Kubán en la década de 1860.

(3) Baba Yagá es un personaje muy popular de la mitología eslava, es una especie de "hombre del saco", una hechicera vieja y fea, con una pata de hueso que viaja dentro de una olla.