Disclaimer: Harry Potter y su universo son propiedad de JK Rowling.
1-LO QUE OCURRIÓ ENTONCES
Tan horrendos son los delitos de las brujas que inclusive superan sus pecados y la caída de los ángeles malos; y si esto es así en cuanto a su culpa, ¿Cómo no habría de serlo en lo que se refiere a sus castigos en el infierno?
Malleus Maleficarum
Hace mucho tiempo...
El crepitar de las llamas de las antorchas era lo único que el joven soldado Ian McBride podía oír mientras montaba guarda frente a la puerta trasera de aquella maldita casa. Era noche cerrada, no mucho después de medianoche. El pueblo, abajo en el valle, prácticamente abandonado durante las últimas semanas, se hallaba ligeramente iluminado por el fulgor que se apreciaba en la planta superior del palacete del obispo, lo que contrastaba con lo que estaba ocurriendo en lo alto de aquella colina. Una casa solitaria, medio ruinosa, cubierta de hiedra, pero con signos evidentes de que alguien llevaba un tiempo viviendo en ella. En el pasado había pertenecido a la diócesis, quien la cedía a la familia del guardabosques, pero desde que el bosque que se suponía guardaba se quemara unos años antes no había más que guardar que algún viejo roble, muchos troncos calcinados, y alguna alimaña que aún correteaba por la zona. Más singular que la casa era el anillo de fuego formado por antorchas que la rodeaba, las líneas de soldados que rodeaban las antorchas, y las fortificaciones de urgencia y tiendas militares a lo largo de toda la colina. Resultaba difícil pensar que nadie pudiera acercarse a la casa sin ser detectado, aunque realmente todo ese aparato estaba montado con el objeto de evitar que alguien se alejase, por lo que en el fondo no es tan extraño que a Ian McBride, que observaba con detenimiento la puerta trasera de la casa, como si el peso de su mirada pudiera contener a quien quiera que intentase abrirla, le diera un salto el corazón al oír un repentino relincho a su espalda.
-¿Qué...?-acertó a pronunciar mientras se giraba y alzaba su espada-¿Quién va?
-No te apures, soldado.-se aprestó a decir, con fuerte acento, el jinete que montaba al ruidoso caballo.-Somos amigos venidos de muy lejos para ayudaros con vuestro problema.
El soldado evaluó a los dos jinetes que tenía ante sí. Quien había hablado era un hombre alto, vestido con una túnica marrón que dejaba entrever una cota de malla bajo ella, de pelo corto rubio, ojos azules, cuyo rostro atravesaba una curiosa cicatriz, una recta horizontal a la altura del puente de la nariz. Era un rostro que a todos los soldados allí apostados les habían descrito. No así al compañero de este, un hombre anciano, aunque vigoroso, de tez morena, pelo y bigote blancos, bajo, vestido con una chilaba azul oscuro y turbante del mismo color. Además de los caballos negros que montaban, una mula gris cargaba varias bolsas y cofres.
-Vos sois él. Sois el cazador.-dijo McBride con un hilo de voz que traslucía una extraña mezcla de temor y esperanza.
-En efecto, soy el cazador.-confirmó el hombre alto.
-¿Qué hacéis aquí?-inquirió el soldado tensándose de golpe.-¿Por qué no os habéis presentado ante el obispo?¿Quién es el sarraceno que os acompaña?¿Y cómo habéis burlado a la guardia?
-Muchas preguntas, que no contestaré ahora.-respondió aquel que se presentaba como cazador.-Baste decir que mi asociado y yo queríamos echar un vistazo de primera mano al lugar antes de entrar de lleno en el asunto.
-Efendi.-interrumpió con brusquedad el anciano.
-Ah, parece que tus compañeros han sido atraídos por nuestra conversación.-afirmó el hombre alto.
En efecto, unos cuantos soldados rodeaban al trío y se acercaban suspicaces. Él que parecía liderarlos se aproximó a los viajeros y tras examinarlos con una mirada fulminante, preguntó:
-¿Qué significa esto?
Los jinetes intercambiaron una mirada.
-Disculpad nuestro atrevimiento. Mi nombre es Frederik Van Zant. Se me solicitó ayuda con un asunto turbio y he querido investigar un poco por mi cuenta.-respondió el cazador.
-Esto no era la llegada que esperábamos. ¿Podéis probar vuestra identidad?
-Por supuesto. Creo que reconoceréis este sello ¿Mehmet?
El anciano sacó un sobre arrugado de una bolsa y se lo dio a Van Zant, quien alargó el brazo hacia el capitán, quien se aproximó reacio, lo tomó, y comprobó el símbolo que había en él:
-Sí, el sello del obispo...-dijo el capitán.
-Lamentamos habernos acercado sin avisar. Con suerte esta experiencia os servirá en el futuro para mejorar vuestras guardias.-dijo Van Zant.
-Claro.-el capitán supo que la presencia de ese hombre no iba a ser agradable. Tampoco se suponía que fuera a serlo.-Creo no obstante que lo mejor será que venga el obispo, ya que es el único que os conoce.
-Es una sabia decisión.-concedió Van Zant.-No es frecuente, pero en ocasiones estas...criaturas tienen habilidad como cambiaformas.
Una expresión de terror recorrió a los soldados allí presentes, que se miraron entre sí. El capitán fue capaz de disimular un poco.
-McBride, trae al obispo.-ordenó.-Usted acompáñeme a mi tienda. Su criado puede llevar los caballos al establo y esperar allí.
-Oh, Mehmet no es tal cosa, si no mi asociado. Su colaboración resultará esencial para el éxito de esta empresa, así que irá donde vaya yo.-le contradijo Van Zant.
-Sea.
No mucho después, McBride ascendía por el camino, acompañado del obispo. Este era un hombre mayor, gordo y de cara hinchada, calvo excepto en las grises sienes, que farfullaba mientras caminaba, notoriamente cansado por el trayecto. McBride le condujo a una amplia tienda roja e hizo ademán de invitarle a pasar, ante lo que el clérigo soltó un bufido y entró sin más. En el interior de la tienda, varias mesas con mapas y libros ocupaban los laterales. En el rincón opuesto a la entrada, Mehmet se hallaba ocupado examinando una ballesta de madera brillante, ignorando la entrada del obispo. No ocurrió igual con Van Zant y el capitán, quienes estaban sentados frente a una pequeña mesa en el centro de la tienda, sobre la que había tres tazas de té humeante, pues habían visto interrumpida la conversación en la que estaban enfrascados.
-Eminencia.-saludó el capitán poniéndose de pie. El obispo correspondió con un gesto de la cabeza y miró al invitado.
-No te esperábamos tan pronto, y se suponía que antes de nada vendrías a verme a mí.-señaló.
Van Zant se mantuvo en silencio unos instantes, tras los que con toda la parsimonia de la que fue capaz tomó su taza, bebíó un pequeño sorbo y, calculando con mesura sus palabras, finalmente respondió:
-Saludos a ti también, Nicholas. Me sorprende un poco esa reacción tuya teniendo en cuenta lo apremiante que parecía tu carta. Lo cierto es que su contenido me sorprendió profundamente, suponía que aquí en Inglaterra habría cazadores al menos tan competentes como en el continente. Aunque si tus pésimas aptitudes tiempo atrás en Rotterdam son ejemplo de la valía de los cazadores locales, tampoco hay motivo para la sorpresa.
El capitán frunció el ceño. No le agradaba tamaña falta de respeto.
-Sabes por que recurrí a ti, Van Zant. Este es un asunto complejo, que requiere de una solución lo más discreta posible.-dijo Nicholas.
-Asediar una colina con un batallón de mercenarios no es lo que yo llamaría discreción, Nicholas.-dijo Van Zant con evidente sorna.
-El poder de las hermanas nos ha obligado a ello. De momento no se han propagado rumores sobre lo que ocurre, pero no tardarán en aparecer los hombres del Rey. Como decía en mi misiva, preferiría tener todo este asunto resuelto antes de que intervinieran.
-Entonces no es si no la Divina Providencia lo que me ha traído antes de tiempo.-repuso el cazador levantándose de un salto.-Mehmet, los libros, por favor.
-¿Es necesaria la escena de los libros?- se quejó el obispo.
-Dado el gran servicio que os voy a prestar, me perdonarás un poco de teatralidad..-dijo Van Zant mientras recogía un plano de la casa sitiada y lo desplegaba en la mesa central. Al lado, Mehmet situó tres libros.
-¿Qué es esto?- preguntó el capitán enarcando una ceja.
-Esto- contestó Van Zant con solemnidad- es la Justa Ira de Dios.
-Quiere que sepamos que es mejor que nosotros.- agregó Nicholas.
Van Zant hizo una mueca parecida a una media sonrisa, pero en vez de replicar, simplemente alzó uno de los libros.
-Esta es la Santa Biblia. Es la Divina Palabra de Dios. El hombre es una criatura fallida condenada al llameante olvido del infierno. Solo cabe salvación obedeciendo el Mandato Divino. Y aquí está mi Mandato Divino, en Éxoso 22:18, a la hechicera no dejarás vivir, y lo cumplo con gran fervor y diligencia. Así que sí, soy mejor que vosotros.
-Clásico delirio de grandeza calvinista.-comentó Nicholas.-acaba ya, Van Zant.
-Este.-continuó el extranjero sin ademán de inmutarse- es el Malleus Maleficarum, el Martillo de las Brujas. Gracias a sus doctos consejos, nosotros los cazadores de brujas podemos identificar y encontrar a estas criaturas malévolas sin dificultad.
-¡Esto es ridículo!-explotó el capitán-Sabemos muy bien quienes son y donde están las hermanas Gaunt.
-En ocasiones, el Diablo otorga gran poder a sus lujuriosas amantes. Es entonces cuando recurrimos al tercer libro, el más excepcional de todos. Es árabe, lengua que comprendo superficialmente, pero mi asociado domina a la perfección. Contiene una serie de invaluables recursos ante los que ni las más poderosas brujas son capaces de enfrentarse.-concluyó Van Zant, mientras sostenía en alto un fino libro cuyas tapas eran del mismo azul medianoche que las ropas de Mehmet.
-Señor Van Zant, algunos hemos oído hablar de usted y de su reputación.-explicó el capitán.- Esas brujas no solo asesinaron a esa extraña familia, también a cualquiera de mis hombres que atravesara el umbral de esa maldita casa. Necesitamos su ayuda desesperadamente, así que se acabaron los rodeos ¿Conoce alguna manera de entrar en ese lugar?
-La verdad es que sí, aunque puede que no sea necesario-sentenció Van Zant mientras le pasaba el libro en árabe a Mehmet, que recogió los libros para acto seguido abrir un segundo cofre.- Dígame, mi buen capitán, ¿Cuando sus soldados entraban en la casa, se producía un destello verdoso?
Al irritado mercenario de pronto se le iluminó la cara.
-Así es.
-Ajá, se trata de lo que denominamos la maldición asesina. Es una hechicería infrecuente, solo hechiceros de un poder y maldad excepcional pueden realizarla. No obstante Mehmet y yo conocemos un par de trucos para anularla.
-¡Maravilloso!¡Sabía que podía confiar en ti!-exclamó el obispo.-Entonces no habrá problema en que entréis y matéis a las hermanas.
-Oh, habrá problemas, Nicholas.-le contradijo Van Zant.- Si son capaces de realizar tal acto maligno no se trata de la típica bruja, una mujer débil e insidiosa que intenta acercarse al Diablo por su propia necedad, si no que han sido adoctrinadas en el Mal toda su vida por otras brujas y no solo conocen todos sus impíos secretos, si no que los dominan con fatal precisión.
-¿Qué sugiere entonces?- preguntó el capitán.
-La manera más segura de proceder de proceder, a mi juicio, sería someterlas al fuego redentor, quemar toda la casa con ellas dentro...
-¡IMPOSIBLE!- bramó el obispo.
-Suponía que no te gustaría.-dijo Van Zant con calma.- O ya lo habrías hecho. Cuando trabajábamos juntos en Rotterdam era tu solución para todo, quemar cosas.
-¡Hay un bebé ahí dentro, por el amor de Dios!-dijo el obispo, aparentemente horrorizado.
-Un sacrificio inevitable.-dijo Van Zant sin mostrar emoción alguna.
-Hay algo más.-agregó Nicholas. -Son capaces de viajar a través del fuego. Las vi hacerlo, tras matar a Damien. Así fue como huyeron.
-Eso es interesante.-dijo Mehmet, ajeno hasta entonces a la conversación. Se encontraba seleccionando unos frascos con extraños líquidos del cofre.
-Desde luego que lo es.-asintió Van Zant.- Creo que ya es hora de que nos cuentes como hemos llegado a esta situación, Nicholas.
-Con todo detalle.-añadió Mehmet.
El clérigo detuvo la vista en aquel hombre. Conocía a Van Zant, y por mucho que le recordara su humillante experiencia como cazador de brujas en Holanda, era esencial para el éxito de sus planes. Sin embargo, aquel sarraceno era toda una incógnita. Finalmente, exhaló un gran suspiró y comenzó a hablar:
-Tenéis razón, será lo mejor. Antes de que llegaran las hermanas, el valle era un lugar apacible y ciertamente monótono. A mí me nombraron obispo del lugar hace un par de años, pero para entonces el lugar llevaba generaciones siendo controlado por la familia más rica del pueblo, los Peverell. Eran un clan muy afable y cordial, pero muy reservado. Muy celoso de sus secretos. Entonces, poco más de un año atrás, aparecieron dos jóvenes, las hermanas Gaunt. Belinda, la mayor, de unos treinta años, y Elizabeth, la pequeña, una muchacha de unos veinte, o algo menos. No es que pasen muchos viajeros por el valle, pero aunque así fuera habrían destacado igualmente, con sus ropajes harapientos y extraños. Cuando llegaron se vieron con los Peverell, no sé sabe muy bien la razón, pero según los rumores las hermanas exigían a Damien, el patriarca, que les pagase una gran deuda que habían contraído en el pasado. Era algo extraño, que una familia tan adinerada estuviese en deuda con gente como esa. Hubo una gran discusión, pues como parece lógico Damien negaba tal deuda. Las hermanas se marcharon, pero regresaban cada pocos días a casa de los Peverell hasta que estos, hartos, les negaron la entrada. Fue en ese momento cuando se establecieron en la antigua casa del guardabosques, que llevaba años abandonada. Yo ni siquiera lo sabía hasta que Damien me lo dijo, pero la casa es de la diócesis. Me lo dijo porque quería que las echara de allí, aunque no quiso contarme el porqué. Yo, y ahora sé que cometí un terrible error, me opuse, movido por mi gran caridad cristiana, ya que no parecían tener a donde ir y desde que los Peverell las echaron de su casa tampoco molestaban a nadie. A decir verdad, salían muy poco de allí. Elizabeth bajaba a la aldea a comprar comida de vez en cuando, y a veces alguna gente del pueblo la había visto yendo a un recodo del río en el otro lado de la colina, pero en aquellas ocasiones huía cuando alguien se acercaba, y en el pueblo actuaba con extrema timidez. Pese a ello, su presencia irritaba a Damien y al poco tiempo usó su autoridad para prohibir que nadie del pueblo vendiese algo o ayudase en nada a las hermanas. La gente ya se hacia muchas preguntas, y acostumbrada a la paz y armonía, comenzó a volverse tanto contra los Peverell como contra las Gaunt. Unos chicos del pueblo se propusieron sorprender a Elizabeth en el recodo del río que comentaba y pasó algo extraño. Se les había visto marchar, pero al volver, con evidentes signos de pelea, no recordaban haber ido en absoluto. Y cuando sus conocidos fueron a ver que había pasado, lo que encontraron no fue otra cosa que un lujoso cinturón con una hebilla de oro propiedad del hijo menor de Damien Peverell, Richard. Los rumores sobre un romance secreto entre Richard y Elizabeth se extendieron, pero todo quedo eclipsado por lo que ocurrió la noche siguiente. ¡Los chicos que fueron al río fueron todos atacados por serpientes! Enfermaron gravemente, un par de ellos murieron incluso. Para entonces los rumores empezaron a hablar ya de brujería. Un día, fue Belinda quien bajó al pueblo a comprar comida, como normalmente hacia Elizabeth, pero a diferencia de esta era profundamente desagradable y arrogante. Cuando se le dijo que no, ya que lo había prohibido Damien, dicen que actuó sorprendida, y entonces amenazo con que quien hiciera caso a la prohibición enfrentaría el mismo destino que los chicos que habían atacado a su hermana, confirmando las sospechas de brujería...
-¿Y todo esto hace cuanto que ocurrió?-interrumpió Van Zant.
-Ocho meses.-admitió Nicholas.
-Y sin embargo nadie parece haber tenido noticias de nada de esto. Nadie con los que nos hayamos cruzado en nuestro viaje ha oído nada remotamente interesante de este lugar.
-Eso ha sido cosa de los Peverell, me consta. Pagaron generosamente porque se olvidara todo el asunto, incluso a aquellos, y ha habido muchos, que abandonaron el valle en las semanas siguientes. Pese a mis reservas a intervenir, llegados a ese punto mi responsabilidad me obligaba a hacerlo, así que visité a las hermanas Gaunt. Belinda me recibió con sorprendente cortesía, sabedora de que aquella casa donde se habían instalado era de la diócesis. Tras varias semanas, pude ver a Elizabeth, y descubrí que estaba embarazada, aunque apenas lo aparentaba al estar extremadamente demacrada. No me dirigió la palabra, si no que hablé con Belinda, quien afirmaba que su hermana debía su estado a los muchachos víctimas de las serpientes, y negó toda implicación en ese incidente. Aunque mi experiencia como cazador de brujas fue como sabes breve y no muy inspirada, también he leído el Malleus y conozco bien la capacidad de engaño de las brujas. Pero, ay, nuevamente mi excesiva bondad me llevó a cometer un error, pues la situación de la hermana menor no me inspiraba si no lástima, y quise investigar todos los indicios antes de actuar. Sospechaba que realmente el hijo que esperaba Elizabeth era de Richard Peverell, y que era este quien había atacado a los chicos del pueblo, al ser sorprendido en su aventura con una mujer de clase baja. Así lo confronté directamente con su padre, Damien, y este confirmó mi historia. Pero nuevamente negó tener algún lazo anterior con las Gaunt, cosa que no creí pues nada más saber del embarazo de la joven acogió a ambas hermanas en su hogar. La gente que quedaba en el valle no paraba de hablar de ello, enfadada con todo aquel misterio. Se afirmó entonces que los propios Peverell también eran hechiceros, y que su fortuna tenía un origen antinatural. Estos siempre fueron reservados, como te he dicho, pero a partir de ese momento se aislaron completamente del resto del pueblo, siendo la única relación los pagos que hacían para que los incidentes extraños permaneciesen ocultos. Había tensión en el ambiente, y todo explotaría con el nacimiento del niño. Mientras su hermana daba a luz, Belinda fue expulsada de la casa, ignoro el motivo. Alterada y furiosa, ante la puerta de los Peverell le exigía a Damien que cumpliese la palabra de su hijo, o destruiría todo lo aquello que le importaba. Algún vecino, desgraciadamente, intentó calmarla, y entonces se desveló la verdad. Extendió la mano hacia él y a la vista de todos empleó un conjuro que hizo que el pobre tipo empezase a sangrar por todos sus orificios. Cundió el terror, algunos intentaron atacarla, pero su respuesta era atroz: gente volando por los aires, envejeciendo décadas en segundos, o tirados en el suelo entre gritos de agonía. No hubo reacción alguna por parte de los Peverell, y finalmente cansada, Belinda regresó a la vieja casa del guardabosques. Por mi parte, queriendo prever una situación semejante, había estado reuniendo cierto número de mercenarios para prender a las brujas si desataban su poder, y cuando supe de lo ocurrido contacté con el buen capitán, aquí presente, para que se dirigieran al valle e intervinieran. Unas horas después de que Belinda se marchase, acudí a casa de los Peverell decidido a obtener las respuestas que tanto tiempo se me habían negado. Damien aceptó recibirme y fuimos a su estudio. Por el camino pude ver durante unos instantes como la joven Elizabeth, con su hijo en brazos, discutía acaloradamente con Richard, aunque por fortuna ella no me vio. A solas, Damien me confesó su oscuro secreto ¡Toda su familia eran magos! Las explicaciones que me proporcionó entonces eran más que confusas, pero según entendí Elizabeth y Richard comenzaron su relación en un colegio de magia al que acudían ambos, Howers o algo así, y Richard le había prometido algo a Elizabeth, que es por lo que habían venido al valle las Gaunt. Yo estaba sumamente confuso, tanto por la revelación, aunque la sospechara, como con los conceptos que usaba ¡Colegios de magia!¡Qué locura! Entonces se oyeron gritos fuera de la habitación, y Damien me dijo que me escondiera. Me metí en un armario y observé por la puerta entreabierta lo que ocurría. Todo quedó en silencio, hasta que de repente la puerta del estudio saltó de sus goznes y cayó al suelo, y Elizabeth entró, con su dormido bebé sujeto con un brazo contra su pecho y enarbolando en su mano un largo palo en dirección a Damien. Este la gritaba enfurecido, preguntando lo que había hecho. Elizabeth, con frialdad, afirmó haber asesinado a todos los habitantes de la casa. Le reclamó a Damien que cumpliese el juramento de Richard, a lo que este la dijo que estaba loca y que lo que sea que quisiera era una herencia de los Peverell. Elizabeth dijo que ahora también era la herencia de su hijo, lo que enfureció más a Damien, que intentó sacar algo de sus ropas, pero entonces Elizabeth pronunció unas extrañas palabras, hubo un destello verde, y Damien cayó muerto. La bruja se puso entonces muy nerviosa, posó al bebé delicadamente en el suelo, le quitó a Damien el anillo que llevaba puesto, y se acercó a una mesa para coger algo, no pude ver el qué. Tomó nuevamente a su hijo y se aproximó a la chimenea. El fuego se volvió verde y, creyendo estar volviéndome loco, de entre el fuego surgió Belinda Gaunt. Esta, al ver el cuerpo sin vida de Damien, empezó a gritar a su hermana, que se echó a llorar ¡Se echó a llorar!¿Te lo puedes creer? El bebé se despertó y lloró también. Los tres entraron al fuego y desaparecieron. Aunque recuperó su color, solo una vez que el fuego se extinguió me atreví a salir...
-El resto ya se lo he contado yo.-continuó el capitán.-Cuando mi batallón llegaba, las hermanas huían de la casa del guardabosques, donde se refugiaron no sin antes matar a un par de mis hombres. Desde entonces llevamos unas dos semanas sitiando el lugar.
Van Zant quedó pensativo unos instantes, tras los que se giró hacia Mehmet, que colocaba unas flechas sobre el plano de la mesa. También había un frasco de líquido púrpura y varios de lo que parecía agua.
-Fuego verde ¿Qué opinas?-preguntó Van Zant.
-Nunca lo había visto.-respondió distraídamente.- Aunque he oído rumores en alguna ocasión. Una sustancia, quizá lo que la chica cogió de la mesa, que permite viajar de casa de bruja a casa de bruja. Dudo que la tengan, ya que si no se habrían ido.
-Es extraño.-comentó Van Zant.- Aunque no tengan esa curiosa sustancia, brujas tan poderosas deberían ser capaces de huir de aquí con facilidad.
Hubo un largo silencio, durante el que los dos viajeros se quedaron pensativos. Fue el capitán quién lo rompió.
-El bebé. No quieren arriesgarse con el bebé.
Tanto Van Zant como Mehmet como el obispo le miraron con sorpresa.
-Sí, claro. El bebé.- repitió Nicholas.
El cazador de brujas se puso en pie y con tono despectivo dijo:
-Estos seres no saben lo que es amar. Les atribuye, amigo mío, una capacidad que Dios solo da a sus hijos. Ellas, y el bebé también, no son sino hijas del Diablo. Lo más misericordioso sería matar al pobre niño y evitarle el sufrimiento, tanto el suyo como el que seguramente genere su estirpe.
-¡Entonces deberíamos haber quemado el lugar desde el principio!-dijo el capitán.
-¡NO!-gritaron al unísono Van Zant y el obispo.
-El...el niño puede ser salvado.-dijo el clérigo, aunque su voz delataba falta de convicción.
-Es mejor no arriesgarse con la posibilidad de ese fuego verde.- replicó Van Zant mirando a Nicholas con desprecio.-¿No quiere tener la certeza de que sus hombres son vengados, capitán?
-¡Por supuesto!
-Bien, entonces atienda al plan de Mehmet.
Este carraspeó al ser mencionado y señaló lo que había depositado en la mesa.
-Este es un viejo plano de la casa. No es que sea muy grande, pero habrá que asegurar todas las salidas, incluyendo las ventanas. Necesitaremos una pequeña unidad de sus soldados, unos seis. Ellos, y nosotros dos, portaremos ballestas de caza similares a esta. Entraremos por la puerta trasera y atravesaremos a esas bestias con estas flechas.-sostuvo una de ellas con la metálica punta en alto. Presentaba varias aristas afiladas, lo que quiera que penetrasen quedaría severamente herido.
-La clave del plan.-le relevó Van Zant, tomando en sus manos el frasco púrpura.-es esto de aquí. Las puntas de las flechas estarán empapados de esto. No tengo ni idea de que es, siendo sincero, pero una vez se mezcle con la impía sangre de las brujas les drenará la magia en cuestión de segundos. Cuesta toda una fortuna. Conocí a Mehmet en Estambul intentando comprarle un poco, pero fue la Mano de Dios la que me guió allí pues nuestra mutua pasión por extirpar del mundo la brujería nos convirtió en socios y gracias a su contacto en Arabia somos los únicos que tenemos esta sustancia en toda Europa.
El obispo lo miró impresionado, pero el capitán volvió a mostrarse visiblemente irritado.
-Creo que olvida el detalle de la maldición asesina. ¿Cómo protegerá a mis soldados de ella?
Mehmet sonrió, y eso dio mucho miedo al militar. Solo se calmó cuando Van Zant dijo:
-Los otros frascos que parecen agua son, bueno, agua, pero del río Jordán, el mismo donde se bautizó Cristo Nuestro Señor, y una vez bendecida por el obispo aquí presente protegerá a quien la beba de tan siniestra maldición.
-¡Perfecto! Organizaré la logística de la operación. ¿Cuando debería hacerse?-preguntó con entusiasmo.
-Estamos exhaustos del viaje y hay detalles que deberíamos terminar de hilvanar. Descansaremos algunas horas, y al alba, acabaremos con todo esto.- dijo Van Zant.
Ian McBride condujo a los dos cazadores a una tienda que les habían preparado. Por el camino, el joven estaba exultante.
-¡Por fin acabaremos con las brujas! No saben cuanto deseo hacer que paguen por lo que han hecho...
-Eso es bueno. Hace feliz al Señor.-comentó Van Zant.
-¡Es más que eso, señor! Parte de mi familia vivía en el valle. Mi primo murió por una mordedura de una serpiente enviada por esos monstruos.
Van Zant se paró. El soldado le miró a la cara.
-Yo también he perdido seres queridos a manos de brujas y hechiceros. Lo lamento mucho, soldado.
-Gracias. Señor, hay una...hay una cosa que quería pedirle.
-¿Ah, sí?
-¡Querría entrar a la casa con usted, y ver en persona como mueren!
Van Zant miró al joven, luego a Mehmet, y luego a la casa que iban a asaltar.
-Claro. Hablaré con tu capitán.
-¡Mil gracias!
Una vez solos en la tienda, Mehmet le dirigió al hombre de la cicatriz una mirada reprobatoria.
-Eso ha sido innecesariamente cruel.
-Es ancho de espaldas.-repuso Van Zant sin darle importancia.- ¿Qué opinas de lo que nos ha contado Nicholas?
-Hay mucha falsedad en su relato. No es hombre de fiar.
-No lo es, desde luego. Pero si lo sumamos a la carta que me mandó creo que estamos en la buena dirección.
-Ni siquiera hemos visto el anillo. Podría ser solo eso, un anillo.
-La posibilidad está ahí, no lo voy a negar. Pero Nicholas, con todos sus defectos, es un hombre astuto. ¿Qué crees que hace en este valle remoto un hombre de su ambición? Debió descubrir hace años quienes eran los Peverell en realidad.
-La cuestión es si habría acudido a ti de no haber aparecido estas hermanas.
-Eso ya da igual. Aparecieron, y mejor que lo hayan hecho. Ellas han matado a todos los Peverell, y nosotros solo tendremos que matar a dos. Bueno, a tres.
La mañana amaneció gris y mortecina, pero la colina hervía de actividad. En una gran olla, se había vertido el agua del Jordán, que el obispo bendecía. Todos los soldados beberían de ella, por precaución. Al mismo tiempo, Mehmet sumergía una a una todas las flechas en el frasco de líquido púrpura y se las proporcionaba al sexteto escogido para asaltar la casa, entre los que estaba Ian McBride. Van Zant miraba la casa, y pudo discernir en una de las ventanas un rostro demacrado durante un instante. El hecho de saber que las brujas creían saber lo que venía, y la falsa sensación de seguridad ante la batalla que tendrían le producía una gran felicidad. Con suma diligencia, los dos cazadores y los seis soldados se encontraron frente a la puerta trasera.
-Ya habéis visto los planos de la casa, y sabéis donde buscarlas. El plan es simple en su ejecución, formaréis dos filas de tres, con nosotros dos al final. Entraremos, y casi con total seguridad al menos una de ellas nos estará esperando. Disparad enseguida, aún protegidos de su maldición asesina podría haber varios trucos que no conocemos. Herida, sin duda nos guiará a la otra hermana, si muere, no queda más que buscarla y rematarla.-explicó Van Zant.
Los soldados se colocaron como ordenó. Se mostraban muy ufanos gracias a la protección recibida y la alegría reinante no podía contrastar más con la siniestra tarea que tenían por delante. El resto de soldados supervivientes fueron apostados por el capitán en cualquier otra posible salida. O al menos, en cualquier salida no mágica. Los confiados soldados del grupo de asalto se aproximaron a la puerta, y se pararon en formación a la espera de la señal de Van Zant para entrar en acción. Alguno, como McBride, situado justo delante del cazador de brujas, no podía esconder su sonrisa ante lo que estaba a punto de suceder.
Van Zant dio la orden. La formación se acerco a la puerta, y los soldados en cabeza derribaron la vieja puerta de madera de una patada. Entonces, con el umbral despejado, Van Zant y Mehmet empujaron la fila que tenían delante y todos entraron apelotonados, casi rompiendo las líneas. Estaban en un estrecho pasillo en penumbra, iluminado de repente por la tibia luz de la mañana que entraba por el hueco de la puerta. Mehmet vislumbró una sombra al final del pasillo.
-¡En frente de nosotros!Fuego a discreción!-ordenó.
Las flechas comenzaron a silbar, aunque el objetivo era apenas visible. Alguna sin embargo acertó, pues la bruja soltó un estruendoso alarido.
-¡Arrrrgh!¡Avada Kedavra!
Una luz verde iluminó fugazmente la oscuridad, lo que permitió a Van Zant ver a una figura alta y andrajosa escabullirse por la izquierda, con una de las flechas clavada en su muslo izquierdo. Uno de los soldados en primera fila cayó al suelo, lo que produjo cierto desconcierto entre sus compañeros.
-¡A la izquierda, deprisa!
Ante la orden, los soldados abandonaron a su compañero caído y doblaron la esquina. Nuevamente hubo fogonazos verdes, gritos, ruido de flechas disparadas, y también de cuerpos cayendo. Cuando McBride, último de los soldados del grupo, finalmente doblara la esquina, se encontró de bruces con el cadáver de uno de sus compañeros desplomándose hacia él, e instintivamente soltó su ballesta y lo agarró, impidiendo que cayera. Pudo ver como la bruja, atravesada en sus extremidades por cuatro flechas, le apuntaba con un largo palo, del que nuevamente emergió un chorro de luz verde. Este alcanzó a su compañero caído, que empujado por una misteriosa fuerza, escapó de las manos de McBride, le sobrevoló y cayó unos metros detrás de él. El joven, atónito, vio como la bruja le apuntaba nuevamente, e instintivamente quiso huir, pero antes de ser capaz de girarse, sintió un fuerte e intenso dolor en el pecho, miró hacia abajo y vio como una punta de flecha emergía de él, pintada con el rojo de su propia sangre. La vista se le nubló, y entrecortadamente alcanzó a pronunciar.
-A...a...agua.
Y las últimas palabras que oyó fueron.
-Solo era agua. Tú eres mi protección.
Luego un brillo verde y después, la nada.
Van Zant se escudaba en el cuerpo inerte de Ian McBride de los exponencialmente más débiles conjuros de la bruja. Había intentado repetir el Avada Kedavra, sin éxito, y lanzaba a sus cazadores débiles hechizos aturdidores, hasta que finalmente se refugió en un cuarto en el otro extremo de la casa. Van Zant y Mehmet, que sujetaba otro cadáver frente a sí, la siguieron sin demasiada prisa.
-Esta vacía. -comentó Mehmet- El veneno ha hecho su efecto.
-También está herida, pero no parece nada mortal.-respondió Van Zant.
-En ambos brazos y en la pierna izquierda.-confirmó Mehmet. -Vivirá, pero no supone una amenaza para nosotros.
-De momento va bien. No creo que la otra hermana de tanta pelea.- señaló Van Zant.- Aqui es.
Los dos hombres, con sus escudos humanos, estaban ante una gran puerta de madera oscura. Se oían susurros tras ella. Van Zant giró el picaporte con cuidado, empujó, y dejó que esta se abriera con la inercia del empujón, mientras sujetaba el cuerpo de McBride con fuerza.
-A...Avada Kedavra.- se oyó una voz titubeante una vez la entrada a la habitación estuvo abierta.
El impacto de la maldición dio de lleno en el torso de McBride. Preparado para ello, Van Zant aguantó el impulso y solo cedió unos centimetros. Mientras tanto, Mehmet se desprendió de su escudo, apuntó con su ballesta, disparó, e inmediatamente se puso a cubierto.
-¡Erghh!
Van Zant se aventuró a ehar un vistazo a la estancia. Parecía el comedor, pues era una habitación amplia con una larga mesa en el centro. Las ventanas estaban cubiertas con tablas, y un exiguo fuego en la chimenea del fondo era la única fuente de luz. Frente a él la hermana mayor, Belinda, visiblemente agotada, sostenía al bebé, que ajeno a la batalla, dormía plácidamente. Había cortado las flechas que la habían lacerado y las echaba al fuego. La hermana menor, Elizabeth, muy parecida a su hermana pero rubia en vez de morena, gemía con una flecha clavada en la mano. Su varita había caído lejos de ella y de hecho se encontraba unos pocos pasos enfrente de Van Zant, que al notarlo abandonó a McBride y con rapidez la tomó para sí.
-Yo me quedaré con esto, señoritas.-se jactó.
-¡ESTÚPIDA!-gritó Belinda. Sus afiladas facciones se descompusieron en un rictus de horror.
-Lo...lo siento.-dijo Elizabeth entre lloros.-Me ha...me ha...¡Oh, Dios, vamos a morir!
-No invoques a Dios, monstruo.-dijo Van Zant molesto.
-¡Por favor, señor!¡Por favor!¡No mate a mi niño!-imploró Elizabeth.
Van Zant soltó una enorme carcajada, mientras observaba a la suplicante muchacha con ojos de locura.
-¡Incluso los muggles se burlan de ti, hermana!-la reprendió Belinda.-¡No me extraña que Slytherin prefiera estar muerto!
-¿Qué prefiere estar muerto?-dijo Mehmet con sorpresa. Miró a Van Zant- Era cierto, efendi, es la Piedra.
Esta vez fueron las brujas las que se sorprendieron de las palabras de Mehmet.
-¿Qué está pasando aquí?¿Quiénes sois en realidad?-preguntó Elizabeth.
Van Zant se acercó a la joven, que retrocedió un paso con temor. Cuando sus caras estuvieron separadas por pocos centímetros, Van Zant respondió:
-Somos lo que somos. Cazadores de brujas.
-Avada Kedavra.
Belinda había alzado su varita contra el cazador, pero de esta solo salió un ligero vapor verdoso. Van Zant soltó nuevamente una carcajada, ante la estupefacción de las hermanas.
-Eso no funcionará.-explicó Mehmet -Las flechas están envenenadas. Estáis vacías de magia.
-No sois cazadores muggles. No podéis serlo.-replicó con furia.
-Oh, sí que lo somos.- dijo Van Zant - Pero por fortuna para vosotras, vamos en busca de una presa mayor que un par de brujas acabadas.
-¿Entonces que habéis venido a hacer aquí?-preguntó Elizabeth.
-Nuestra presa está fuera del alcance de unos humildes siervos de Dios. Lo que nosotros buscamos, señoritas, es a un mago muerto.
La habitación quedó en silencio. Los cuatro cruzaban miradas desconfiadas entre sí. El bebé hizo amago de despertarse, pero siguió durmiendo en paz. Finalmente, Belinda habló, y su tono denotaba una profunda cautela:
-Queréis la Piedra. Os damos la Piedra y nos dejaréis marchar.
-No exactamente así, pero me alegra ver que la idea general está clara.-dijo Van Zant con satisfacción.
-¡ALTO, EFENDI!-dijo Mehmet con tono autoritario- Mucha sangre ha sido derramada en este lugar estos días. Antes de cualquier clase de pacto, estos monstruos deben darnos una muestra de buena voluntad.
-¿En qué estabas pensando?-preguntó Van Zant contrariado.
-Estos hombres han muerto sin saber que su destino estaba entretejido con planes mayores. Su sacrificio no merece otra cosa que la verdad.
-¿La verdad?-escupió Belinda con odio.- ¿Quieres la verdad, necio muggle?¡La verdad es que no estáis ante brujas corrientes!¡Nosotras somos las herederas de Salazar Slytherin!
Van Zant y Mehmet no parecían demasiado impresionados. El primero de ellos estaba además visiblemente impaciente.
-¿Por qué vinisteis a este lugar?¿Por qué toda esta muerte y destrucción?- preguntó Mehmet.
-Eso es cosa de la estúpida de mi hermana y sus estúpidos sueños.-dijo Belinda con desprecio.
Mehmet se aproximó a la hermana menor, que le observó con terror. Sin embargo, este se limitó a apartar una silla de la gran mesa y hacer ademán a la muchacha de que se sentara.
-¿Me contarás que ha pasado, Elizabeth?
Esta, sorprendida, se sentó en la silla que le ofrecía, y tras secarse las lágrimas relató:
-Conocí a Richard Peverell en Hogwarts. Él era de una gran familia, muy rica, con mucha autoridad y respeto entre los nuestros. Yo era de una familia pobre e infeliz. Pero allí dentro teníamos algo en común, nuestro noble linaje. Salazar Slytherin era mi antepasado, y ambos estábamos en su casa. Richard era un gran admirador de Slytherin. Eso nos unió. Nos enamoramos. Nos juramos amor eterno, y él me juró algo más.
-Algo estúpido.- agregó Belinda.
-¡Tú fuiste la que nos arrastró aquí para hacerle cumplir el Juramento!- chilló Elizabeth.
-¿Qué fue lo que juró Richard?- preguntó con calma Mehmet. Van Zant, aburrido, examinaba la varita de Elizabeth.
-Richard me habló de una herencia de su familia. Decía que era un poderoso objeto dado a sus antepasados por la mismísima Muerte encarnada. Según él, era capaz de resucitar a los muertos...
-Cuéntaselo, hermanita. Cuéntales tu brillante plan.-se mofó Belinda.
-Fuera de Hogwarts no era nadie.-dijo Elizabet con las mejillas encarnadas.- Pero dentro tenía respeto y admiración. Tenía amor. Y todo por ser descendiente de Salazar Slytherin. Pensé...pensé que si este volvía a la vida, y se ponía a la cabeza de nuestra familia, dejaríamos de lado nuestra desdicha, y todo sería igual que en Hogwarts.
-Entonces Richard te prometió resucitar a Slytherin.- dedujo Mehmet.
-Hizo más que eso. Pronunció un Juramento Inquebrantable.-dijo Elizabeth de forma ominosa.
-Me temo que no sé que significa eso.- dijo Mehmet.
-Ignorantes muggles...-susurró Belinda, mientras acunaba a su sobrino.
-Es la razón de todo esto. Yo ni siquiera le di demasiada importancia, pero tras terminar Hogwarts y separarme de Richard, regresé a la vida gris de siempre. Y fue a peor. Nuestros padres murieron y a nosotras nos echaron del pueblo. Y entonces le comenté aquello a Belinda, y me obligó a venir aqui.-Elizabeth miró con odio a su hermana.
-¡No te atrevas a echarme la culpa a mí!-protestó Belinda.-¡Tú mataste a los Peverell!
-¡No tuve otra opción!-exclamó Elizabeth y comenzó a llorar.
-El viejo Damien se negaba a hacerlo.-prosiguió Belinda.- Para él eramos menos que los sucios muggles con los que compartía el valle y bailaban a su compás. Volvimos una y otra vez, pero nos ignoró. Amenazó con llevarnos a Azkaban si seguíamos molestándole. Entonces apareció el obispo, y le dio alas a los locos sueños de Elizabeth.
Van Zant levantó la cabeza. Aquello sí que le interesaba.
-¿Qué hizo Nicholas?
-Richard era un hombre muy religioso, y le confiaba muchos secretos al obispo.-explicó Elizabeth- Fue él quien nos cedió esta casa, y quien intervino para que Richard y yo retomáramos nuestra relación. También sugirió que si me quedaba embarazada, la hostilidad del padre de Richard desaparecería.
-Vaya, vaya. Tu amigo el obispo es todo un intrigante.-le dijo Mehmet a Van Zant.
-No tenías secretos para un muggle, pero sí para tu hermana.-se quejó Belinda.
-¡Cómo no tenerlos, si cada vez que te cuento nada haces daño a la gente!.-protestó Elizabeth.-¡Cómo cuando unos chicos del pueblo nos descubrieron a Richard y a mí, y nos vieron hacer magia!¡Nos atacaron, y Richard les hizo un hechizo de olvido, pero tú tenías que mandar a las serpientes!
-¡Creía que te habían forzado!¡Si me hubieras dicho lo de Richard, no hubiera tenido que hacerlo!
-Basta, señoras.-intervino Mehmet.- Ahora mismo estas disputas de hermanas son un lujo que no se pueden permitir. Elizabeth, cuéntame por qué mataste a los Peverell.
-¡No era mi intención! Tras descubrirse mi embarazo, vivíamos con los Peverell. Nos miraban con desprecio, sí, pero era la mejor vida que había conocido fuera de Hogwarts. Pero Belinda no soportaba ser tratada como una bruja de segunda categoría, así que cuando nació Melvin le exigió nuevamente a Damien que resucitase a Slytherin. Este, harto, la echó de casa, y Belinda se puso a usar magia contra los muggles del valle, destrozando el secreto de los Peverell, que habían guardado durante generaciones. Los Peverell estaban furiosos, querían echarme a mí también, e incluso a Melvin. Hasta Richard se puso de su lado. Dijo que nunca, nunca, aceptaría hacer lo que había jurado. Y entonces murió.
-Lo mataste.-corrigió Mehmet.
-¡No!¡Yo le quería!¡Fue el Juramento Inquebrantable! Al negarse a cumplirlo algún día, murió. No sé como explicarlo para que lo entiendan. Los Peverell tampoco lo entendieron y trataron de matarme a mí y a mi hijo. ¡Tuve que protegerle! Sabiendo que tras lo que había hecho mi vida ya no valía nada, no tuve otra alternativa que matar a Damien, robarle la Piedra, y cumplir el plan original de resucitar a Salazar Slytherin.
Van Zant se levantó y se abalanzó sobre Elizabeth. Con un brillo insano en los ojos, la tomó de los hombros y la zarandeó con fuerza.
-¿Lo hicistéis?¿Resucitasteis a un muerto?
-¡Sí!-chilló Elizabeth, zafándose del cazador de brujas.-¡Pero no fue lo que esperaba!
Van Zant se calmó y volvió a sentarse.
-El viejo Slytherin nos despreció.-explicó Belinda con la mirada perdida.-Dijo que eramos una vergüenza para él, y simplemente desapareció.
-¿Era corpóreo entonces?-preguntó Mehmet.
-No del todo.-dijo Belinda.-Pero puedo usar esto para traer a quien vosotros queráis y de esa manera podréis comprobarlo vosotros mismos.
Belinda mostró un anillo negro. Van Zant y Mehmet lo miraron obnubilados.
-Pero necesitamos algo a cambio.-dijo Belinda.- Debéis dejarnos escapar.
-Sí, eso es algo que también me confunde.-dijo Van Zant.- Sé que podéis transportaros de un lugar a otro mediante magia ¿Por qué no lo hacéis?
-Desaparecerse no es seguro para un bebé.-dijo Elizabeth.-Necesitaríamos Polvos Flu.
-¿Esto de aquí son Polvos Flu?- preguntó Mehmet, mostrando una bolsita con polvos verdes.
-¡SÍ!-exclamó Elizabeth.
-¿De dónde has sacado eso?-preguntó Van Zant atónito.
-Mientras dormías bajé al pueblo y visité la casa de los Peverell.-dijo Mehmet sin darle importancia.-Estaba donde dijo el obispo, en la mesa. Sin duda es la sustancia que provoca el fuego verde.
-Eres un viejo zorro astuto.-dijo Van Zant.- Entonces el trato está claro, vosotras resucitáis a nuestra presa, y nosotros os damos esa sustancia.
-Yo estoy de acuerdo. Cualquier cosa para salir de este agujero.-dijo Belinda.
-Yo solo quiero que mi hijo viva.-añadió Elizabeth.
-Trato hecho entonces. El mago que debéis resucitar se llama Frederik Van Zant.
Belinda miró el anillo que sostenía. Luego cerró los ojos y lo giró tres veces en su mano. La estancia se oscureció de forma antinatural, y cuando la bruja abrió los ojos, en la habitación había un anciano mago de barba rubia entrecana y túnica dorada.
-Vaya, vaya.-dijo, con voz profunda. - No sabes como me entristece ver en lo que te has convertido, Fredy.
-No seas hipócrita, abuelo. Tú me convertiste en lo que soy cuando me hiciste esto.-dijo Van Zant señalándose la cicatriz de la cara.- Y por ello te doy las gracias.
-Supongo que esto no va a ser una entrañable reunión entre abuelo y nieto.
-Al menos en parte sí, abuelo. La familia está en guerra ahora mismo. Los Van Zant decentes estamos exterminando a todos aquellos que nos avergüenzan ante Dios.-el viejo mago hizo una mueca de dolor- Antes de morir, el tío Lodewijk, tu hijo, me contó una curiosa historia acerca de un Sol Negro. ¿Sabes de lo que te hablo, verdad?
-Para que Lodewijk te contara eso...las torturas que ha debido padecer...-el viejo Van Zant estaba horrorizado.
-Sí, no lo pasó bien. Al parecer hay una especie de arpa que se necesita para que el Sol Negro funcione. Y solo tú sabes donde puedo encontrar ese arpa. Me gustaría que me lo dijeras.
-Tú no podrás tocar ese arpa. Tú solo sabes usar el martillo.
-Sí, sé usar el martillo. El Martillo de las Brujas. Dicen que los muertos no saben mentir, y si el antepasado de estas brujas es indicativo de algo, no les importa que la verdad no sea agradable. Dime donde está el arpa.
-Está guardado dentro de un artefacto mágico.-admitió el mago resucitado.-Tú sabes cuál, aquel que te enseñé hace muchos años, en el Palacio Entre Las Nubes.
-El Palacio Entre Las Nubes...-susurró el joven Van Zant.
-No...no quiero estar aquí. Te maldigo, Fredy, y me maldigo a mí mismo por haber sido el padre de tu padre.- dijo Frederik Van Zant con ira.
-Cumpliré tu voluntad, viejo monstruo.- dijo Frederik Van Zant, apuntando a su abuelo con su ballesta y disparando. El espectro de su abuelo desapareció tan pronto la flecha trabó contacto con su cuerpo.
La sala quedó nuevamente en silencio. Finalmente Van Zant miró a Mehmet y le dijo:
-No sabes cuanto he soñado con hacer eso.
-Ejem, creo que nosotras hemos cumplido nuestra parte del trato.-indicó Belinda.
-Pobre ilusa. Como dice el Malleus, la mentira es un arma tan válida como cualquiera para matar a las brujas. Y a las criaturas que engendran.-dijo Van Zant, apuntando al pequeño Melvin Gaunt con su arma.
-¡NOOOOOO!- gritó Elizabeth, abalanzándose sobre el cazador.
La flecha atravesó el estómago de la joven. Con sus último esfuerzo, alcanzó la varita que Van Zant había dejado imprudentemente en la mesa. Apuntó hacia Mehmet, y la bolsita de Polvos Flu voló hacia su hermana, que aún sostenía al bebé, y este permanecía dormido, como si nada hubiera ocurrido.
-Sal...salva a mi hijo.-dijo la hermana pequeña con autoridad justo antes de desmayarse.
Belinda, sin mostrar emoción aparente por la muerte de su hermana, echó el polvo en el raquítico fuego, que se volvió color esmeralda, y desapareció junto a su sobrino a través de él, tras lo que se apagó. Sus restos humeantes recibieron sendos flechazos por parte de Mehmet y Van Zant.
-Ha huido.-comentó lo obvio Mehmet.
-No es importante, ahora sabemos lo que necesitábamos saber. Y ya sabes la opinión de su propio antepasado sobre su linaje. ¿Qué clase de daño puede causar esta familia?
2017
La dorada luz del amanecer cubría Londres. Por sus concurridas calles circulaban toda clase de personas y de vehículos. En uno de ellos en particular, un Toyota Auris rojo, se producía una animada discusión familiar entre sus cinco ocupantes.
-¡Yo quiero ir!- protestaba la pequeña Lily Potter. Aquella niña pelirroja se parecía un montón a su madre.
-Cariño, eres demasiado pequeña.-repuso su madre, al volante, sin apartar la vista de la carretera.-Irás en solo dos años.
-¡Yo en tu lugar no podría esperar, Lily!-dijo con emoción su hermano mayor, James.-¡Hogwarts es genial, está lleno de pasadizos, fantasmas, tesoros ocultos...!¡Y toda clase de criaturas!
-¿Pasadizos?¿Tesoros ocultos?-se preguntó su padre, Harry.-¿Qué haces exactamente en el colegio, James?
-¿Qué qué hago?¡Qué no hago, querrás decir!-contestó su hijo con descaro.-¡He explorado todos los recovecos del castillo y no paró de descubrir cosas nuevas!¡El año pasado, por ejemplo, seguí a hurtadillas a Teddy y descubrí el baño de prefectos!¡Y qué baño, papá!
-Lo conozco, lo conozco.-dijo su padre con una sonrisa.
-¡Es tremendo!¡Vale la pena llegar a ser prefecto solo para entrar ahí!-continuó James.
-Los prefectos tienen que estudiar mucho, no creo que tú lo consigas.-dijo burlonamente Albus, el hermano mediano, físicamente igual a su padre.
-Bueno, imagino que eso dependa de las casas. A un Ravenclaw supongo que se le pedirá que sea muy inteligente y eso, pero en Gryffindor importa el valor, no la inteligencia. ¡Fíjate si no en el tío Ron!
-Pues yo seré valiente e inteligente, y así seguro que me hago prefecto antes que tú.-dijo Albus.
-Eso si estás en Gryffindor o Ravenclaw, claro.-puntualizó James.-Si es en Hufflepuff necesitarás...ummmm...la verdad es que todavía no me he quedado con lo que hay que tener para estar en Hufflepuff.
-Y también está Slytherin.-participó Lily.
-¡Fuá Slytherin! Allí necesitas ser el más estúpido para ser prefecto. Y mira que hay competencia.
-¿Y eso?-se interesó Albus.
-¿No lo sabes?¡Ja, entonces seguro que vas a Slytherin!-se burló James.
-Anda, mira, un aparcamiento al lado de la entrada, que suerte.-dijo distraídamente Ginny, y aparcó el coche.
La familia Potter bajó del coche. Harry y Ginny se ocuparon de sacar del maletero todos los bártulos y los colocaron en sendos carritos, coronados por las jaulas de las lechuzas de sus hijos, Alistair el gran búho plateado de James, y Hedwig, la lechuza blanca de Albus. A Harry le dio un ramalazo de nostalgia al oírla ulular. Entraron en la estación con sus hijos tras ellos.
-¡No me van a poner en Slytherin!-se quejaba Albus.
-¡Qué mas da donde vayas!¡Lo importante es ir a Hogwarts!-decía Lily.
-Dentro de poco tú también irás.-la consoló Harry.
-Faltan dos años.-gimoteó Lily-¡Yo quiero ir ahora!
-¡No, señor!¡No van a ponerme en Slytherin!-exclamó Albus.
-¿Quieres parar ya, James?-dijo Ginny.
.-Sólo he dicho que podrían ponerlo en Slytherin. -se defendió James, sonriendo con burla a su hermano pequeño-. ¿Qué tiene eso de malo? Es verdad que a lo mejor lo ponen...
James calló ante la dura mirada de su madre. Dirigió una mirada burlona a su hermano, y corriendo con su carrito, atravesó la barrera entre los andenes nueve y diez.
-Me escribiréis, ¿verdad? -preguntó Albus a sus padres, aprovechando la momentánea ausencia de su hermano.
-Claro que sí. Todos los días, si quieres. -respondió Ginny.
-No, todos los días no. -se apresuró a decir Albus. -James dice que la mayoría de los alumnos sólo reciben cartas una vez al mes, más o menos.
-Pues el año pasado le escribíamos tres veces por semana -afirmó Ginny.
-Y no te creas todo lo que tu hermano te cuente sobre Hogwarts .-intervino Harry- Ya sabes que es muy bromista.
La familia Potter, con el carrito restante, se hallaba enfrente de lo que aparentaba ser una pared realmente sólida. Pese a ello, Harry y Ginny continuaron avanzando, cada vez más deprisa, justo contra ella, con sus hijos Albus y Lily tras ellos. Cuando ya estaban en la misma pared, Albus tuvo un asomo de duda, y no pudo evitar hacer una mueca de dolor. Pero la pared no era tan sólida como aparentaba, y la concurrida estación de King's Cross fue sustituida por su andén más especial, cubierto por el nebuloso vapor que emanaba del Expreso de Hogwarts.
-¿Dónde están?- preguntó Albus con inquietud.
-Ya los encontraremos.- le tranquilizó Ginny.
Los cuatro Potter (James se había adelantado bastante), caminaron por el andén. Era difícil discernir las caras de la gente con todo ese vapor, aunque Albus pudo escuchar voces familiares como la de tío Percy.
-Creo que están ahí, Al.-comentó Ginny.
De entre la niebla aparecieron cuatro figuras. Cuando se acercaron Al pudo reconocerlos con claridad. Eran sus tíos Ron y Hermione, que se pusieron a hablar con sus padres de algo de coches. Su primo Hugo, de la edad de Lily, se puso a charlar con esta. Por su parte, su prima Rose, quien también comenzaba sus estudios en Hogwarts, se paró ante él, luciendo su túnica nueva.
-¡Hola!-dijo Albus.
-¡Qué emoción! Que largo va ser el viaje, no puedo esperar a ver el castillo.- dijo Rose.
-Yo lo he visto un par de veces, de ir a visitar a Hagrid cuando era más pequeño. Es impresionante, pero nunca he entrado.
-¿A qué es lo que tienes más ganas?-le preguntó su prima.
-¡A vivir grandes aventuras, por supuesto!- respondió Al con emoción.
-¡Guau, no tan rápido! Antes hay muchas cosas que hacer. Como saber en que Casa estaremos.
Albus respondió con un gesto sombrío, pero Rose no se dio cuenta ya que enseguida intervino Hugo.
-¡Gryffindor!¡Los Weasley tenemos que ir a Gryffindor!
-Yo tengo curiosidad por Hufflepuff.-comentó Lily.- James nunca se acuerda de que es lo que se necesita para ir allí.
-Yo si no fuera Gryffindor, creo que preferiría Ravenclaw.-dijo Hugo.
-No quiero que te sientas presionado.- dijo Ron.- Pero si no te ponen en Gryffindor, te desheredo.
-¡Ron!-le reprendieron los otros tres adultos.
Lily y Hugo rieron, pero Albus y Rose se mostraron circunspectos.
-No lo dice en serio.- dijeron Hermione y Ginny.
Ron no prestaba atención a esa conversación. En vez de eso, hizo un ligero ademán señalando un punto del andén y comentó:
-¡Mira quienes han venido!
Albus miró a donde señalaba su tío. Vio a un niño de su edad, de cabello rubio, tez pálida y nariz respingada. Estaba con su madre, una mujer muy elegante de larga melena negra, y su padre, muy parecido al hijo, pero con entradas en el pelo. Este último les vio e hizo un brusco gesto con la cabeza, tras lo que se dio la vuelta. Al dudaba si había sido un saludo o un desprecio.
-Así que ése es el pequeño Scorpius.- murmuró Ron.-Asegúrate de superarlo en todos los exámenes, Rosie. Suerte que has heredado la inteligencia de tu madre.
-¡Haz el favor, Ron!- protestó Hermione, entre severa y divertida. -¡No intentes enemistarlos antes incluso de que haya empezado el curso!
-Tienes razón; perdóname.- se disculpó Ron, aunque no pudo evitar añadir -Pero no te hagas demasiado amiga suya, Rosie. El abuelo Weasley jamás te perdonaría si te casaras con un sangre limpia.
-¡Eh!
James se había acercado a ellos durante la conversación. Ya había dejado su baúl y demás equipaje en el tren, y estaba visiblemente agitado.
-Teddy está ahí.- dijo casi sin aliento, señalando hacia atrás - ¡Acabo de verlo!¿Y sabéis qué estaba haciendo?¡Darse el lote con Victoire!- Miró a los adultos y se sintió decepcionado por su desinteresada reacción. -¡Nuestro Teddy!¡Teddy Lupin!¡Estaba dándose el lote con nuestra Victoire!¡Nuestra prima! Le pregunté a Teddy qué estaba haciendo...
-¿Los has interrumpido?- preguntó Ginny.- ¡Eres igual que Ron!
-...¡y me contestó que había venido a despedirse de ella! Y luego me dijo que me largara. ¡Se estaban dando el lote!-añadió James, como si temiera no haberse explicado bien.
-¡Ay! ¡Sería maravilloso que se casaran!- susurró Lily, extasiada. -¡Entonces Teddy sí que formaría parte de la familia!
-Ya viene a cenar unas cuatro veces por semana.- terció Harry. - ¿Por qué no le proponemos que se quede a vivir con nosotros, y asunto liquidado?
-¡Eso!- saltó James con entusiasmo. - ¡A mí no me importaría compartir la habitación con Al!¡Teddy puede instalarse en mi dormitorio!
-¡Ni hablar!- repuso Harry con firmeza.- Al y tú compartiréis habitación cuando quiera demoler la casa.- miró la hora en el abollado y viejo reloj que había pertenecido a Fabián Prewett. -Son casi las once. Será mejor que subáis al tren.
-¡No te olvides de darle un beso de mi parte a Neville!- le dijo Ginny a James al abrazarlo.
-¡Mamá!¡No puedo darle un beso a un profesor!
-Pero si tú lo conoces...
James puso los ojos en blanco.
-Fuera del colegio, vale, pero él es el profesor Longbottom, ¿no? No puedo entrar en la clase de Herbología y darle un beso de tu parte.- James sacudió la cabeza ante la ingenuidad de su madre y se desahogó lanzándole otra pulla a Albus- Hasta luego, Al. Ya me dirás si has visto a los thestrals.
-Pero ¿no eran invisibles?¡Me dijiste que eran invisibles!- se quejó Albus.
Pero Al no obtuvo respuesta de su hermano, que riéndose se despidió de sus podres y subió rápidamente al tren, dejando a Albus profundamente intranquilo.
-No tienes por qué temer a los thestrals.- le dijo Harry a Albus. -Son unas criaturas muy tranquilas y no dan ningún miedo. Además, vosotros no vais a ir al colegio en los carruajes, sino en los botes.
Ginny se despidió de Albus con un beso.
-Nos veremos en Navidad.
-Adiós, Al.- dijo Harry al abrazar a su hijo. -No olvides que Hagrid te ha invitado a tomar el té el próximo viernes; no te metas con Peeves, y no retes a nadie en duelo hasta que hayas adquirido un poco de experiencia. Ah, y no dejes que James te provoque.
-¿Y si me ponen en la casa de Slytherin?-susurró. No había pensado mucho en ello antes de aquel día, pero ahora se daba cuenta de que toda su familia, todos sus muchos, muchos, primos habían ido a Gryffindor. Incluso Teddy había sido de Gryffindor. Y todas las grandes historias que le contaban solían finalizar con los Gryffindor triunfantes, normalmente para pasmo de los Slytherin, que eran retratados como unos rivales molestos y cobardes. No quería tener ese papel en la próxima historia que contara James, ni tampoco quería decepcionar a nadie.
Su padre notó la preocupación de Al, y poniéndose de cuclillas, cara a cara con su hijo, le dijo en voz baja:
-Albus Severus, te pusimos los nombres de dos directores de Hogwarts. Uno de ellos era de Slytherin, y seguramente era el hombre más valiente que jamás he conocido.
-Pero sólo dime...
-En ese caso, la casa de Slytherin ganaría un excelente alumno, ¿no? A nosotros no nos importa, Al. Pero si a ti te preocupa, podrás elegir entre Gryffindor y Slytherin. El Sombrero Seleccionador tiene en cuenta tus preferencias.
-¿En serio?
-Conmigo lo hizo.- afirmó Harry.
Albus se sorprendió. Siempre había pensado que la selección era algo similar a tirar un dado, una cosa aleatoria. Saber que tenía capacidad para controlarlo le tranquilizó mucho. Al fin subió al tren, donde le esperaba Rose, y su madre cerró la puerta. Sacaron la cabeza por la ventanilla, y Al se dio cuenta de que no era el único, y de que muchos de los alumnos asomados, y sus padres junto a ellos, miraban a su padre.
-¿Por qué te miran todos así?- preguntó Albus.
-No le des importancia.-dijo Ron.- Es a mí a quien miran, porque soy muy famoso.
Rose y Albus se rieron, y en el andén, Hugo y Lily también, y entonces el tren se puso en marcha. Harry lo siguió durante unos metros, despidiéndose de su hijo. Este no podía contener la emoción. ¡Por fin iba a ir a Hogwarts!¡Aprendería a ser un gran mago, como su padre! Miro a su prima y la dijo:
-Creo que este año va a ser muy divertido.
PRÓXIMO CAPÍTULO: El Expreso de Hogwarts
¡Hola a todos! Permitidme que me presente, soy Jafar2018 y seré vuestro humilde narrador. He elegido el nombre no tanto por el malo de Disney (que también), si no por el protagonista de relatos de Las Mil y Una Noches como Las Tres Manzanas, del que soy muy fan. Me pilláis en un momento en que estoy muy fascinado por la mitología arábiga y persa, y ya os advierto de que eso se reflejará tarde o temprano en el fanfic.
Como introducción al fanfic en sí, seguiremos los aventuras de Al y sus amigos en su primer año en Hogwarts, en que se enfrentará a una amenaza vinculada de alguna forma a la caza de brujas. El título del fic, El Martillo de las Brujas, no es si no una referencia al Malleus Maleficarum, infame manual de caza de brujas de gran difusión en Europa en los siglos XVI y siguientes. Ya se hablará de él más adelante en el propio fanfic. Mi idea es seguir lo más fielmente que pueda el canon, salvo lógicamente El Legado Maldito, que se pisa mucho con mi historia. Tengo planificados 24 capítulos en total, que iré subiendo a un ritmo de dos capítulos por semana, al menos en su primer tercio, luego seguramente lo tenga que espaciar más. En general, serán algo más cortos que este capítulo inicial.
Comentando un poco el proceso creativo de este capítulo en concreto, no es que esté del todo satisfecho, la verdad. No me gusta el recurso de que la historia te la cuente un personaje dentro de la historia (por eso en Harry Potter el concepto del pensadero me parece sencillamente genial), pero originalmente lo estaba escribiendo "en tiempo real" y se hacia extremadamente largo para lo que no deja de ser un pequeño prólogo, y el personaje de Van Zant, que es el que será relevante para la historia, aparecía únicamente al final. Así que lo he hecho así. Me gustan mucho, aunque sean escasos, esos capítulos de tono costumbrista protagonizados por muggles (estoy pensando particularmente en el capítulo inicial de El Cáliz de Fuego), en el que la presencia de magia es un WTF? para el personaje pero algo conocido para el lector. Mi intención era hacer algo semejante metiéndole un giro para que el WTF? se lo lleven los personajes mágicos y el lector. En mi cabeza funciona, vosotros diréis si lo hace aquí. Luego no estaba seguro si acabar con el prólogo, sin hacer referencia a Albus y demás (que al fin y al cabo van a ser los protas, y supongo que es por lo que habéis entrado a leerlo), juntarlo con el capítulo siguiente, o que. Al final os he colado el epílogo de las Reliquias de la Muerte, reescrito un poco para pasar el foco de Harry a Albus, y dar por presentados a los personajes. Un poco burdo, no lo negaré, pero me gustó el contraste entre el tono oscuro de la primera parte y el tono super naíf de la segunda, de modo que así queda. Espero que les haya gustado, o al menos intrigado lo suficiente para ver que ocurre a continuación ¡A partir de ahora si que sí, el prota será Al!
¡Hasta el próximo capítulo!
