Disclaimer: Los personajes de Sakura Card Captor pertenecen a sus debidas creadoras (CLAMP), únicamente fueron tomados prestados para la siguiente historia.
Novio de Alquiler.
Capítulo 1.
No te enamores… ¡Mejor alquila un novio!
La familia Kinomoto y la familia Daidouji se complacen en invitar a la Señorita Tomoyo Daidouji a la cena de compromiso dada en honor al Señor Fujitaka y la Señora Sonomi, la cual será celebrada el día…
Dejó de lado la invitación en tonos crema y papel brillante sobre el escritorio y se estrujó los ojos con fuerza antes de centrar la atención en aquel correo electrónico que había llegado apenas unas horas atrás.
Mientras lo leía de nuevo, el dolor de cabeza que golpeteaba en su interior se hizo todavía más intenso.
Querida Tomoyo.
Espero que la invitación haya llegado a tus manos a tiempo y en buenas condiciones. La organización de la cena y los últimos preparativos me han impedido mandarla personalmente, pero confío en la eficiencia de la persona a quien realicé el encargo de enviarla.
No sabes lo mucho que me hubiera gustado que estuvieras aquí, el organizador de eventos que contratamos no es ni de cerca tan bueno como lo eres tú, hija.
Me tomé también la libertad de adjuntar en el sobre de la invitación dos boletos de avión que parten un día antes de la cena. Uno para ti, por supuesto, y el otro para tu novio. ¡Me alegra tanto que al fin la familia y yo podamos conocerlo!
Hay un detalle más del que me gustaría ponerte al tanto. Pretendía ser una sorpresa, pero creí que te gustaría saber que el joven Ren y su familia nos acompañaran durante la cena.
Esto es todo cariño, cuídate mucho. Nos vemos dentro de cuatro días.
Con amor, mamá.
Tomoyo permitió que su cabeza cayera con un ruido seco sobre el escritorio y a partir de ahí empezó a darse pequeños golpecitos contra ésta, una y otra vez, una y otra vez, con la ínfima esperanza de quedar inconsciente y no despertar hasta dentro de una semana, más o menos, cuando aquella pesadilla de reunión hubiera pasado y ella no tuviera la obligación de asistir.
Observó el sobre que había colocado sin cuidado a un lado de la invitación, ahí sobresalían las esquinas de un par de boletos de avión, justo como su madre había mencionado en su correo. En el sobre, también se especificaba el número de invitados. Dos personas.
Escuchó la puerta de la oficina abrirse, pero no se dignó a alzar la cabeza ni mucho menos a componer esa sonrisa amable que siempre mostraba al mundo. ¿Para qué? Sabía muy bien quién era la persona que acababa de entrar. Solo ella se tomaba esa libertad de no llamar a la puerta antes.
—Vaya, sí que luces miserable —dijo Emily apenas entrar con ese retintín en la voz que siempre le había parecido gracioso. Ella solo se limitó a soltar una especie de gruñido desde su lugar—. ¿Qué pasó ahora? ¿La novia psicópata te cambió el diseño de nuevo? ¿Las telas que vienen de América se retrasaron otra vez? Porque déjame decirte que si es así deberías ir pensando en cambiar de proveedor. Me niego a soportar otro de tus ataques de cólera por culpa de esos imbéciles.
Sonrió un poco ante el recuerdo de aquella vez. Había sufrido un arranque de estrés y de furia al saber que las telas importadas no llegarían a tiempo y que por ende, la entrega del vestido por encargo muy probablemente se retrasaría. Ese día había sido una locura. Entre los gritos y amenazas por teléfono a los proveedores americanos y el movimiento psicótico de todo su personal, la que más había resentido su enojo era justamente la chica que ahora se sentaba en la silla de enfrente. Claro que al final también había sido la más recompensada, pero Tomoyo decidió obviar el hecho por esa ocasión, pues su cabeza no estaba para enzarzarse en una discusión con la reina del drama.
—Las telas llegaran mañana, como lo prometieron.
— ¿Entonces qué está mal? —preguntó de nuevo, ya con la desesperación haciéndose palpable en su tono.
Tomoyo alzó la cabeza apenas, y con las manos empujo hacia su compañera el ordenador portátil, el sobre y la invitación. Justo en esos momentos, le parecía mejor idea que los artefactos hablaran por sí mismos, pues de hacerlo ella, seguramente se echaría a llorar o a gritar, lo que sucediera primero.
Permaneció en silencio lo que le pareció una eternidad, esperando pacientemente a que su acompañante terminara de leer y se hiciera sus propias conjeturas.
Lástima que a veces olvidaba que su amiga no era tan deductiva como ella.
— ¿Por qué lloriqueas tanto? ¡Tu madre se va a casar! Se supone que deberías estar feliz por ella.
Abandonó la comodidad de su miseria y observó a Emily con consternación.
—Estoy feliz por ella.
Y aquello no era ninguna mentira… actualmente.
Si Tomoyo tenía que ser completamente sincera, cuando su madre le soltó la bomba de que salía con Fujitaka Kinomoto, hacía ya cuatro años, la cosa le pareció una broma hilarante, luego una de muy mal gusto y al final una realidad indignante.
No es que el padre de su todavía mejor amiga fuera de su desagrado (el hombre era un encanto, en realidad), pero la idea de que su madre saliera con el sujeto a quien juraba odiar con toda su alma y el hecho de que se comportara como una quinceañera, simplemente pudo más que ella.
Dos años después tampoco fueron de gran ayuda las ideas de Sonomi y Fujitaka de contraer nupcias. Adoraba a los Kinomoto, sin duda, en especial a Sakura, pero ella era la persona menos propensa en el mundo a formar una familia. Era independiente y amaba su espacio, siempre silencioso y solitario, y aunque de niña contó con el desbordante amor de su madre, debido a su trabajo eran más los días que encontraba la casa vacía que los que no. Para Tomoyo, la repentina perspectiva de salir de vacaciones con alguien además de su madre y de compartir las tardes viendo televisión con un hombre al que todos eventualmente esperaban que llamara "papá", fue un horripilante golpe de terror que la hizo huir a la primera oportunidad que se le presentó.
Tomoyo nunca había sabido lo que era una familia completa y ante la abrumadora idea de lo que aquello significaba, se exilió a si misma de Japón, yendo a parar a Londres con la conveniente excusa de tomar un posgrado que le sería de gran ayuda en su vida profesional.
Dos años después, ya en la actualidad, se daba cuenta de lo ridícula y egoísta que había sido en aquel entonces. Comprendió que su madre, como cualquier otra persona, merecía la felicidad y si ésta estaba al lado de Fujitaka Kinomoto, ella no sería la que acabara con ella.
Había comprendido eso al año de estar en Inglaterra, pero por azares del destino había conocido a Emily Wilson en los cursos del posgrado y en un arranque de locura, de esos que solo confiere la juventud, ambas terminaron asociándose, fundando así una casa de modas que para variar resultó ser un gran éxito.
Eso, y el hecho de que terminó enamorada de la cultura y el lugar, le impedían de momento regresar a su país natal.
No se quejaba, la vida había sido generosa con ella, solo que… existía un pequeño inconveniente que amenazaba con manchar su perfecta felicidad.
—Entonces ¿serías tan amable de explicarme cual es el problema? —Volvió a cuestionar Emily—. Y esta vez se especifica Tomoyo. No soy ninguna bruja como para adivinar lo que te pasa.
La chica de ojos amatista puso la mirada en blanco ante lo insufrible que podía llegar a ser su amiga.
—No tengo novio —dijo con la calma y simpleza que no sentía.
—Ya, eso lo sé. Pero sigo sin entender cuál es el problema.
— ¡Que mi madre espera que vaya con un novio que no tengo, Emily! —dijo desesperada, cubriéndose el rostro con las manos. Necesitaba urgentemente algo para el dolor de cabeza.
Escuchó a su interlocutora chasquear ruidosamente la lengua antes de hablar otra vez.
—Existe algo que se llama honestidad, ¿sabes? Tan simple como telefonear a tu madre para decirle que no tienes novio y que me llevaras a mí en su lugar. Nunca he viajado a Japón.
Estuvo a punto de sacar a Emily de la oficina. La practicidad con la que manejaba su vida era a veces desquiciante. Ella era analítica, no practica, y resultaba que las cosas siempre eran mucho más complejas de lo que su compañera se empeñaba en ver.
Observó a Emily unos minutos, diciéndose a sí misma que en realidad, por eso la apreciaba tanto. Con sus sonrisas fáciles, su presencia absurdamente relajada y ese vocabulario descuidado, era precisamente el toque de frescura que ella necesitaba cuando se encerraba tanto en sí misma, que su tendencia a pensar de más amenazaba peligrosamente con devorarla.
Incluso había aprendido a amar esos rimbombantes colores con los que solía teñir su cabello, tan corto como el de un hombre. Ya no era raro verla con un rosa chillón en su cabeza o un naranja que iluminaba más que el propio sol. De hecho, el azul zafiro que llevaba en esos momentos era lo más discreto que le había visto en meses.
Tomoyo aun recordaba con gracia, cómo en una de esas tantas tardes de trabajo Emily le había confesado que luego de años de teñirse el cabello, ya ni ella sabía el color natural del mismo.
—Aunque me ahorraría muchos problemas, no puedo llevarte a ti —continuó con un tono lastimero—. Es más complicado de lo que parece, Emily.
—Entonces explícame —dijo cruzándose de brazos y poniéndose cómoda en la silla—. Hoy no hay trabajo pendiente, así que tenemos todo el día.
Consideró la posibilidad de terminar con aquella charla que comenzaba a hacerse ridícula, pero sabía que Emily no lo dejaría pasar con tanta facilidad, además necesitaba una urgente solución, ¿Quién sabía? Si la chica era igual de creativa para resolver problemas como lo era para hacer diseños de ropa, entonces sería capaz de quitarle aquel enorme peso de encima.
—Le mentí a mi madre acerca de que tengo novio…
—Cariño, eso no es ninguna novedad. La única relación que te he visto mantener en dos años es con tu cuaderno de dibujo y ese horrible bolígrafo morado.
—El punto es —enfatizó las palabras, con el fin de volver a encausar la conversación—, que le dije eso a mi madre para que olvidara la idea de que podía volver con mi antiguo novio. Quien para variar asistirá a la dichosa cena.
Emily largó una carcajada ante la tendencia de la amatista a complicar las cosas. Usualmente convencía a Tomoyo de escoger el camino fácil, pero había algo en esta ocasión, no atinaba a descubrir el qué, pero que le parecía sumamente interesante y divertido. Por dicha razón optó por jugar las mismas cartas de su amiga. ¿Tomoyo quería hacer una tormenta en un vaso de agua? Pues bien, ella haría un tornado.
—Básicamente, te preocupa encontrarte con tu ex —dijo como quien no quiere la cosa.
Tomoyo frunció el ceño.
—Me preocupa lo que sucederá si voy sin mi supuesto novio. Conozco muy bien a mi madre como para saber que intentará emparejarme con Ren de nuevo.
— ¿Y tan malo es eso, Tomoyo? Es decir, tú no tienes compromisos y si él tampoco los tiene, ¿por qué no darse otra oportunidad?
Soltó un suspiro cansado, en verdad había esperado no verse en la necesidad de contar la historia al completo, pero si era la única forma de que Emily la entendiera, entonces no tenía más opción.
—Ren y yo no terminamos bien, ¿sabes? —desvió su mirada amatista hacia un punto de la pared que estaba a la izquierda. Había dejado de repetir el cuento hacía tantos años que creyó haberlo superado. Que ingenua—. Él... estuvo con otra mujer una semana antes de casarnos. Yo cometí el error de enamorarme.
Un palpable silencio llenó la oficina, y de ser otro momento Tomoyo seguramente se habría burlado de la expresión atónita que bañaba el rostro de Emily. Esa chica siempre tenía una palabra para todo, pero ahora se había quedado muda.
—Tú… ¿ibas a casarte? —fue la pregunta consternada que salió de sus labios luego de un rato. Tomoyo asintió—. ¿Y el imbécil se acostó con otra una semana antes de la boda?
Un nuevo asentimiento.
—Maldito hijo de… —se interrumpió cuando al parecer, una idea reveladora se le cruzó por la cabeza—. Espera, ¿Acaso se lo dijiste a alguien? ¿Por qué tu madre lo invitará a su cena de compromiso?
—Bueno, mi madre y su familia siempre han sido grandes amigos y tienen negocios en común. No podía permitir que su relación se estropeara por el fracaso de la nuestra. Acordamos que no diríamos nada y cancelamos la boda con la excusa de que todo era muy apresurado. Después a mi madre le pareció buena idea casarse algún día con Fujitaka Kinomoto y yo acabé aquí, pero ella nunca perdió la esperanza de que Ren y yo volviéramos y hasta hace unos meses todavía me hablaba de él ocasionalmente.
—Entonces tú le inventaste el cuento del novio inglés —terminó Emily con un rictus asombrado, debatiéndose internamente en si nombrar a su amiga como el ser más amable y gentil del planeta o el más rematadamente estúpido, porque… ¿Quién tomaba con tanta calma el ser engañado por la persona amada? ¿Quién hacía como si nada y dejaba libre de culpa a un idiota como ese? En definitiva, solo Tomoyo Daidouji.
—Yo… quedé destrozada —la amatista al fin le dirigió la mirada de nuevo y Emily alcanzó a notar un destello de tristeza en sus ojos—. No podía decirle a mi madre, pero tampoco era capaz de escuchar más sobre la persona que amaba. Y ella realmente aprecia a Ren, en el momento en que me vea llegar sola a Japón, hará todo lo posible por involucrarnos de nuevo.
Tomoyo dejó que una larga exhalación abandonara sus labios, de repente un poco más ligera luego de haber contado un trozo de su pasado del cual no estaba particularmente contenta. Claro que como con todo, el tiempo había hecho lo suyo, y ahora la traición de Ren y el amor que profesó por él no eran más que un pequeño rasguño en el corazón, uno que le traía algo de melancolía al recordarlo, como en esos momentos.
Sin embargo mentiría si dijera que no le importaba la idea de su madre haciendo de celestina a la primera oportunidad, aunado al hecho de que si tenía que ser totalmente honesta, una parte ínfima de su ser, eso a lo que se le llama orgullo y amor propio, deseaba con ganas recuperar un poco del autoestima que Ren le había robado hacía tantos años cuando ella lo encontró haciéndole mimos (y algo más) a esa chica desconocida en la cama que ambos compartían.
Así que ¿cómo demostrarle a un hombre que había salido adelante sin su ayuda? Con otro de su mismo género, por supuesto. Un hombre guapo, exitoso y que la supiera amar como el primero no había podido hacerlo.
Lástima que ella no tenía a ese hombre guapo y exitoso y que era prácticamente imposible enamorar a alguien en cuatro días.
Tomoyo a veces detestaba su mala suerte.
—…y entonces esa podría ser una genial idea, ¿Qué dices?
Parpadeó una, dos, tres veces, observando a Emily como si de la nada le hubiera salido una segunda cabeza. ¿Qué es lo que ella había dicho?
Su interlocutora pareció notar su despiste, porque compuso una mueca de fastidio y murmuró algo muy parecido a "para qué me molesto…" justo antes de comenzar a teclear con velocidad en el ordenador portátil.
Al cabo de unos segundos, Tomoyo tenía frente a sí la pantalla y una página web de tonos negros y dorados, demasiado ostentoso y demasiado elegante para tratarse de un montón de gráficos.
— ¿Qué es esto?
—Eso querida, es la solución a tu gran problema —dijo Emily, moviendo las cejas de arriba a bajo, dándole una expresión picara que a Tomoyo nunca le había gustado, pues siempre significaba problemas.
Con reticencia le prestó atención a la página web y lo que vio casi consiguió tumbarla de la silla.
Agencias Soel.
Hombres para toda ocasión.
¿Tiene una reunión importante, desea presumirle a sus amigas el hombre guapo del que tanto les habló o simplemente quiere a ese compañero atento que la trate como una reina? Agencias Soel tiene lo que busca. Caballeros refinados dispuestos a complacerla en todos sus gustos.
Para comunicarse con nuestros ejecutivos y realizar una cita previa, marque al número que se encuentra a continuación…
No dijo nada durante unos minutos, y para cuando pareció volver en sí misma, solo atinó a cerrar la pantalla de la computadora con más fuerza de la necesaria.
—Ni hablar —sentenció en tono firme y sin mirar a Emily a los ojos. De repente parecía más concentrada en ordenar el caos de su escritorio que en su interlocutora—. ¿Te has vuelto loca?
— ¡Vamos, Tomoyo! ¿Qué otra opción tienes? No planeas llevarme a mí, pero tampoco quieres ir sola. Y disculpa que te lo diga, pero no es como si tuvieras a tu príncipe azul esperando a la vuelta de la esquina.
—Pensaba pedirle ayuda a alguien de aquí, de la agencia.
Escuchó a Emily soltar algo muy parecido a un bufido y el inesperado golpe contra la madera del escritorio la obligó a centrarse nuevamente en la chica que tenía enfrente.
—Si yo estoy loca tu tampoco te quedas atrás ¿sabes? —dijo alterada, dejándole ver a Tomoyo esa mueca de fastidio que siempre ponía cuando llegaba a su límite. A diferencia de ella, Emily no se caracterizaba por ser muy paciente—. Solo piensa en los problemas que tendrías al llevar a un idiota de aquí. Haría muchas preguntas, sabría demasiado de tu familia y apuesto lo que quieras a que intentaría meterte mano.
—Por supuesto que no haría algo así, ellos…
—Sé de lo que hablo. Tú no tienes idea de las estupideces que dicen cuando les das la espalda —la vio ponerse de pie y sacudir un poco su corto cabello antes de volver a hablar—: Mira, al final es tu decisión, pero por más desquiciado que parezca, contratar a alguien te ahorrara muchos dolores de cabeza. La agencia tiene un contrato de confidencialidad y ellos no hacen ni una sola pregunta, nadie se enamora y nadie sale con el corazón roto. Es un negocio más, Tomoyo.
Con esas últimas palabras Emily abandonó la oficina y dejó a la chica de ojos amatista con un embrollo de pensamientos haciendo fiesta en el interior de su cabeza.
Al cabo de unos minutos y luego de no encontrar ninguna solución, optó por continuar con el trabajo que se había acumulado durante la mañana, no sin antes anotar, de la forma más casual de la que fue capaz, el número de Agencias Soel en una pequeña tarjeta blanca.
Y al final del día Tomoyo suspiró cansinamente, sintiéndose agotada, pues había sido imposible ignorar la pequeña tarjetita que había guardado en el bolsillo de su pantalón y que parecía quemar como un trocito de carbón al rojo vivo.
Por otro lado, las palabras de Emily tampoco dejaban de resonar una y otra vez en sus oídos, convirtiéndose en el alimento perfecto para su dolor de cabeza, que en las últimas horas había sido el único que le hiciera compañía.
Para cuando el reloj marcó las seis con treinta de la tarde, Tomoyo decidió que había sido suficiente. Salió del trabajo y veinte minutos después, ya abría la puerta de su departamento, el que siempre la recibía en penumbras y en esa particular ocasión, con la brillante intermitencia en rojo del teléfono, la que anunciaba que tenía un par de mensajes esperándola.
Escuchó los primeros con desinterés, pues no eran más que un montón de publicidad de la misma compañía telefónica. El último, sin embargo, la sorprendió con la intempestiva y enérgica voz de su madre.
Su mensaje era corto pero conciso, en él le recordaba llevar ropa adecuada para los dos días anteriores a la cena de compromiso, pues siendo Sonomi Daidouji una de las importantes negociantes de Japón, no podía conformarse con una sencilla, discreta y única cena familiar, claro que no, ella tenía que tirar la casa por la ventana y ofrecer un desayuno para darle la bienvenida a todos sus invitados extranjeros y un picnic en las afueras de la ciudad, para reforzar lazos de amistad y de negocios.
También, pero no menos importante, le dio hasta la más mínima seña de la persona que la recogería una vez que llegara al aeropuerto de Tomoeda y que la llevaría directo a la mansión.
Al final del mensaje, su madre se despidió mandándole muchos abrazos y con una frase que le puso los nervios de punta:
— ¡Casi olvido decírtelo, Tomoyo! El día de hoy el joven Ren visitó la empresa en representación de su padre, charlamos un poco y preguntó por ti, parecía muy interesado…
Tomoyo no prestó atención a las últimas palabras, volviendo a la realidad solo cuando el constante pitido de la línea telefónica le indicó que el mensaje de Sonomi había terminado.
En ese momento se dijo a sí misma que necesitaba, sin duda alguna, un acompañante que no solo estuviera dispuesto a hacer un viaje de tres días a Japón, sino que también fuera capaz de aprobar sin ningún problema el crítico escrutinio al que sería sometido por Sonomi Daidouji.
Así, no lo pensó dos veces, pues de hacerlo seguramente nunca encontraría el valor de llevar a cabo la locura que estaba a punto de cometer.
Tomó el teléfono con la mano izquierda y con la derecha extrajo del bolsillo de sus pantalones la tarjetita blanca.
Marcó el número y esperó; al tercer tono una voz amable, pero demasiado impersonal, se escuchó del otro lado.
—Agencias Soel. Hombres para toda ocasión. ¿En qué puedo ayudarle?
Hola! Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que publiqué en Fanfiction y de esta pareja en particular, pero bueno, he regresado con esta historia corta (5 o 6 capítulos, tal vez) y que espero que disfruten. El tema no es nada nuevo, honestamente, pero desde que tuve la idea simplemente no pude quitármela de la cabeza.
Háganme saber su opinión en un review, me gustaría mucho saber qué les ha parecido.
Nos vemos en el próximo capitulo. Saludos!
