Esta es una historia-regalo para alguien...

El Vuelo del Ikarus

Chapter I: El Viaje

— Touma... Touma, despierta...

El Ángel de Ikarus gruñó en su sueño, para luego ser levemente zarandeado, siendo éste el movimiento que lo despertara por completo.

— Argh, Marin —protestó él, frotándose la cara—. ¿Por qué me despiertas?

—Debes despertar, Ototo... debes prepararte, ya salió el sol y debes presentarte ante Athena¿no lo recuerdas?

Las palabras de su Neesan lo hicieron espabilarse, saltando de la cama rápidamente. Marin sonrió divertida al ver a su hermano tratando de desenredar los pies de la sábana infructuosamente, cayendo al suelo al tratar de jalonear la tela.

Oneesan, no seas mala, ayúdame... —protestó el Ángel mirando los ojos de su hermana. Era la primera vez que veía a Marin sonreír de felicidad. Como Amazona de Plata de la Orden de Athena, era su destino el ocultar su rostro bajo una máscara plateada, siendo el hombre que vea su rostro el que haga decidir a ésta si amarlo o matarlo. La contundente y determinada lógica de Aiolia se impuso, al hacerle ver a Marin que no había problema alguno en mostrarle su rostro a Touma, ya que era un hombre que ella amaba, cumpliéndose así la absurda orden de las máscaras de las Amazonas de Athena. El rostro de Marin era hermosísimo, sus hermosos ojos almendrados de color pardo claro, brillaron al posarse sobre los azules ojos de su hermano menor.

— Si eres chillón, Touma —replicó ella mientras halaba de nuevo las sábanas, haciendo caer al desprevenido joven que ya había logrado levantarse—. Vamos, apresúrate, debes llegar con Athena lo más pronto posible. Escuché que te va a asignar una misión importante, querido Ototo.

Touma parpadeó, sorprendido. ¿Él, en una misión para Athena?

Oneesan¿quién te dijo eso de la misión? —preguntó curioso, mientras se enfundaba en un traje de entrenamiento diario. Marin miró por la ventana, dándole la espalda.

— Me... me lo dijo un pajarito —dijo, esquivando la pregunta, haciendo que Touma sonriera abiertamente. Ya sabía quién podría haberle hecho ese comentario a su hermana.

— ¿Fue un pajarito... o un gato superdesarrollado que vive en la Quinta Casa de Leo? —preguntó con mordacidad, lo que hizo que Marin se volviera a él sorprendida y sonrojada. Touma se echó a reír con ganas al ver el rubor de las mejillas de la Amazona del Águila.

— ¡Baka! —exclamó ella, tomando una bota del suelo y lanzándosela, pero él la atrapó en el aire y enfundó su pierna derecha con ella. Marin gruñó y le lanzó la otra bota, dándole en la cabeza.

— ¡Auch! Eso duele, hermana... —bromeó él poniéndose la otra bota—. Aunque prefiero un botazo que tus puños.

Marin no tuvo más remedio que poner los ojos en blanco y echarse a reír también. Esto era por lo que había luchado por tantos años, encontrar a su hermano, vivir con él y reestablecer esa relación tan hermosa que ambos compartieron hace tanto tiempo.

— Vamos, pajarito de cera, debes ir a ver a Athena o se enfadará.

— ¡Hai! —respondió él enérgicamente, abriendo la puerta como una tromba y saliendo disparado hacia la Calzada de las XII Casas Zodiacales.


Llegó al Templo de Athena en diez minutos, pues no tuvo ningún inconveniente para cruzar las Doce Casas que lo custodiaban. Fue saludado amena y amablemente por la mayoría de los Santos residentes de éstas, sobretodo por los Caballeros Dorados de Aries, Tauro, Virgo, Libra y Escorpión. Al pasar por el Templo de Leo, notó que Aiolia no salió a saludarlo, cosa que lo hizo sonreír torcidamente. Ya tenía una idea de dónde podría estar, lo que le alegró mucho. Entró al Templo de la Diosa de la Sabiduría adoptando un rostro hierático y estoico, como lo era apropiado para una entrevista con Athena. Fue recibido por Shion de Aries, Patriarca del Santuario y sus segundos al mando, Saga de Géminis y Aiolos de Sagitario. Touma se arrodilló ante el Maestro Shion, con una impecable libertad de movimientos.

— Salve Patriarca Shion de Aries, Máximo líder de los Ochenta y Ocho Santos de la Orden de Athena.

— Ángel Touma de Ikarus, sed bienvenido al Templo de la Diosa de la Sabiduría —respondió el aludido con una sonrisa benévola—. Ella os está esperando, joven amigo.

Touma asintió y siguió al Santo Dorado Aiolos de Sagitario hasta la Cámara Sagrada de Athena. Ella sonrió al verle entrar y arrodillarse con soltura presteza y cumplidamente a sus pies.

— Ave, Diosa Palas Athena, Diosa de las Guerras Justas, Diosa de la Sabiduría y Defensora de la Humanidad. Touma de Ikarus, a vuestro servicio.

— Podéis levantaros, joven Ángel. He estado esperando por vuestra presencia, pues deseo pediros un favor.

Touma parpadeó sorprendido al momento de enderezarse, aún hincando la rodilla. ¿Athena pidiéndole un favor?

— Soy vuestro servidor, mi señora —atinó a responder, mirándola a los ojos. Ésta se levantó de su trono y le hizo una seña para que le siguiera. Touma se apresuró a obedecerla, sintiendo cada vez más curiosidad. Athena caminó hasta un tapiz que estaba colgado de una de las paredes del Templo. En dicho tapiz se representaba un paisaje con mucha nieve y con una estatua enorme de un guerrero con una espada vuelta hacia abajo. Touma miró la colgadura con atención, al notar las figuras allí representadas. Una mujer de cabellos plateados y otra rubia; un hombre alto de cabellos grises; un hombre joven de cabellos color arena; uno pelirrojo y dos rubios; un chico de cabellos largos y un par de jóvenes idénticos de cabellos verdes.

— Las personas que veis, joven Touma, son los Defensores de Asgard, los Guerreros Divinos al servicio del Dios Odín, siendo éstos los poseedores de una fuerza avasallante y un honor imbatible. El favor que quiero pediros es el que viajéis hasta las heladas tierras nórdicas, a fin de establecer una alianza con Hilda de Polaris y sus seguidores.

Touma miró de hito en hito a Athena y de nueva cuenta al tapiz. Así que lo que decía Marin era cierto... una misión para la Diosa...

— Mi señora, yo no sé si--

— Podéis negaros si lo deseáis, Touma. Pero estoy plenamente segura que haríais un excelente trabajo allí.

El joven pelirrojo estaba desestabilizado, muy sorprendido. ¿Es que la Diosa Athena confiaba tanto en él, luego de lo que ocurrió?

— Mi señora, no soy digno de llevar a cabo tal misión, yo--

— Touma, Touma... —Athena lo interrumpió sonriendo—. Apagad esas voces de la inseguridad, joven Ángel, pues el favor que os pido podéis rechazarlo, si así lo deseáis. Presiento que seríais más feliz viviendo en estos momentos en el Santuario¿no es así?

Ikarus asintió levemente, mientras su mente trabajaba a toda velocidad. Quería conocer mundo, eso estaba más que claro, pero no quería dejar a su Neesan sola. Pero por otro lado, ella no estaría sola, pues Aiolia la cuidaría bien en su ausencia. Entonces, siendo así...

— Mi señora, estaré extremadamente honrado de viajar a Asgard y establecer la alianza que deseáis con los Guerreros de la Orden de Odín.

Athena asintió, sin perder su magnífica sonrisa.

— No podría esperar menos de vos, joven Ángel celeste. Tomad esto —dijo entregándole un pergamino enrollado y lacrado—. Entregadle esto a la Sacerdotisa Hilda de Polaris, quien vive en el Palacio Valhalla. Si está de acuerdo, ella os dirá qué hacer a continuación.

— Entendido, mi señora. Partiré ahora mismo.

— Como queráis, joven Ikarus, he dispuesto todo lo necesario para que viajéis en un avión de la Fundación Graude. Estoy segura que disfrutaréis el vuelo.

— Mi señora —protestó Touma—, no debería de tomarse tantas molestias por mí, yo podría llegar allá por mis propios medios--

— Pfff... por favor, Touma, acéptalo —la voz de Seiya los hizo volverse a ambos—. Si Saori quiere hacerte ese regalo, acéptalo o la ofenderás. Y como sabes, no es de sabios ofender o molestar a los Dioses¿no es así?

El pelirrojo sonrió mordazmente, cogiendo al vuelo la ironía en las palabras del Santo de Pegaso. Asintió silenciosamente en dirección a Athena, quien inclinó la cabeza de vuelta.

— Acepto vuestro regalo, mi señora. Solicito vuestra venia para retirarme.

Ella movió la mano, autorizándolo a retirarse. Al dirigirse a la salida y cerrar la puerta, pudo oír un susurro de la boca de Seiya:

Aishiteru, Saori...

Aishiteru, Seiya-chan…

Touma sonrió. Así que eso era lo que impulsaba a Seiya, lo que le daba fuerzas para levantarse cuantas veces fuera necesario. El amor que le profesaba a su Diosa. Cuando pasaba por los aposentos del Patriarca, fue interceptado por Aiolos y por Saga, quienes lucían unos rostros ansiosos.

— Ángel Touma de Ikarus¿podría preguntaros algo? —comenzó Saga, pero Aiolos lo interrumpió.

— Cállate, Saga. Bah, no le hagas caso. ¿Puedes decirnos si aceptaste la misión que te solicitó la Diosa?

Touma asintió. El Santo Dorado de Sagitario sonrió y extendió la mano hacia Saga, quien suspiró contrariado.

— Gracias, Touma, hiciste que ganara la apuesta. Ahora Saga va a tener que limpiar mi Templo por un mes.

El Ángel de Ikarus se echó a reír sonoramente, acompañado por Aiolos. Saga gruñó y miró de reojo al Sagitariano.

— Está bien, está bien, pero si veo algo en desorden envío todo el Templo a otra dimensión, así que es mejor que cuides que todo esté en su puesto, arquero desorganizado.

— Sí, sí... como tú digas, doble cara.

Touma hizo un gesto con la mano y salió del Templo de Athena. Asgard... tierra nórdica de hielos eternos. Ya se moría de ganas de estar allá...


Touma-sama, abróchese el cinturón, por favor. Estamos a punto de aterrizar.

La voz del capitán del avión hizo que Touma volviera a la realidad. Había estado mirando por la ventanilla del avión el paisaje que sobrevolaban. Lo único que podía ver era nieve, nieve y más nieve. Montañas oscuras y un cielo plomizo. Ciertamente había disfrutado el vuelo, como lo había pronosticado Athena, pero tenía la seguridad de que habría llegado más rápido si hubiera venido corriendo. El avión se posó suavemente en la pista con un zumbido de sus turbinas. Touma descendió del aparato y una helada brisa le dio la bienvenida. Alzó una ceja al ver que el rústico aeropuerto estaba desierto. Nadie había venido a recibirlo. Excelente, entonces podría hacer algo de ejercicio para quitarse el frío que ya le calaba en los huesos, corriendo hasta Asgard y el Palacio Valhalla. El joven vestía unos pantalones de mezclilla y una camiseta sin mangas de color azul claro, llevando en su espalda una mochila con unos cuantos efectos personales, además del salvoconducto que le había entregado Athena. Afirmó su mochila en la espalda y le dio las gracias al piloto.

Arigato, señor. Fue un placer viajar en este avión. Ahora, si me disculpa, tengo que correr un poco.

El piloto sólo pudo observar atónito al joven que comenzaba a correr velozmente, perdiéndose de vista en un parpadeo.


Los ojos azules de Touma admiraban todo lo que veía a su paso. Los árboles escarchados brillando bajo la tenue luz del sol polar, los aldeanos de Asgard que no lo podían ver, de lo veloz que corría. Sólo sentían una brisa helada pasando a su lado. Al llegar al Bifrost, se detuvo. Dos guardias con todo el aspecto de mastodontes cruzaron sus lanzas sobre el puente que conducía al Valhalla.

— ¡Intruso! No puedes pasar por el Bifrost. No eres bienvenido.

— Traigo un mensaje de la Diosa Athena para la Sacerdotisa de Odín, la princesa Hilda de Polaris.

El guardia que se había dirigido a él intentó responderle, pero se dio cuenta que su boca estaba cubierta con algo. Una cosa roja y brillante. El otro guardia se volvió, para luego hacer una leve reverencia.

— ¡Lady Erin! Loado sea el cielo, ha venido un nuevo intruso desde las cálidas tierras de Grecia.

— A ver, botarate idiota¿nadie te dijo que hay que tratar bien a los invitados de la princesa Hilda? —el guardia silenciado asintió con la cabeza—. Te vas a quedar con esa mordaza de amatista hasta que aprendas a ser amable con los recién llegados. ¡Tú! —se dirigió al otro, haciéndolo brincar y ponerse en posición de firmes—. Dale paso al joven. Es un invitado de honor y por ende merece todo el respeto.

Touma se quedó con la boca abierta al ver una joven tan pequeña repartir órdenes de esa manera a ese par de brutos. Erin se cruzó de brazos mientras el guardia le avalaba el paso al Ángel.

— Seguidme, por favor. Yo os llevaré a ver a la princesa Hilda.

Touma siguió a la joven castaña por el puente multicolor. Al llegar al otro lado, ella sonrió y le guiñó un ojo.

— Siento mucho este recibimiento, Ángel de la Luz. Pero al parecer nuestros guardias aún no se recobran del último enfrentamiento con los Santos de Athena. Soy Erin, Sombra Divina de Delta.

Touma estrechó la pequeña mano que ella le ofrecía, analizando rápidamente lo que acababa de escuchar. Marin le había contado con detalle en el aeropuerto todo lo que había ocurrido en esa Guerra Sagrada, enterándose así que los Guerreros Divinos eran hombres de temple y bastante peligrosos. Lo que no sabía era cómo encajaba esta "Sombra Divina" en el rango de los Guerreros de la Orden Divina de Odín. Erin advirtió su confusión y soltó una risita traviesa.

— Tal vez os estéis preguntando por qué no visto Armadura alguna —Touma asintió—. Os daré una rápida clase sobre las Sombras. Estamos al servicio de la Diosa Freya, quien nos asignó la tarea de velar y cuidar de un Guerrero Divino. Somos siete Sombras, pues son siete los Guerreros de la Estrella Polar. Yo soy la Sombra de Alberich de Megrez, conocido como Guerrero Divino de Delta y hechicero de la amatista —el Ángel de Ikarus afirmó de nuevo, dándole a entender a la jovencita que entendía todo lo que le decía y animándola a continuar—. Bueno, esas son básicamente las tareas de las Sombras Divinas. Debo advertiros, sin embargo, que se debe seguir todo un protocolo para tratar con la princesa Hilda, ya que ella es la máxima autoridad en el Valhalla, pues mediante su persona habla nuestro Señor y Dios Odín.

Ella no había terminado de decir esto cuando llegaron a las puertas del Palacio Valhalla. Touma vio con asombro que las puertas conducían a una miríada de pasillos interminables iluminados con antorchas. Erin le hizo una seña y avanzaron, siendo saludados marcialmente por todos los guardias y las valkirias que se cruzaban.

— Disculpad, Lady Erin--

— Llamadme Erin, por favor —lo interrumpió, sonriendo cínicamente—. Nunca me ha gustado que se me llame Lady, pues de dama no tengo nada. Seguidme, ya estamos llegando al Salón del Trono.

Touma se las arregló para componer una expresión de respeto en su rostro mientras entraban al Salón, donde la princesa Hilda se encontraba sentada en el Trono y se dirigía a un hombre de cabellos color arena, quien se encontraba rodilla en tierra frente a ella. Cuando ella alzó la mirada y reparó en él, se levantó.

— Sed bienvenido a Asgard, honorable Ángel de Ikarus Touma. He sabido de vuestra llegada.

Touma hincó la rodilla en una perfecta reverencia. Pudo notar el poder que emanaba la Sacerdotisa de Odín, quien le inspiró un profundo respeto.

— Ave, princesa Hilda de Polaris, Sacerdotisa de Odín, el cual es el Dios Supremo y Sapiente de los nórdicos, os presento mis respetos y me pongo a vuestro servicio. He traído un salvoconducto de la Diosa de la Sabiduría, Athena, la que lleva la égida.

Erin, quien había advertido al joven pelirrojo del protocolo a seguir frente a la princesa de la zona polar, se quedó de piedra al escuchar las aladas palabras de Touma. A un gesto de Hilda, Touma se levantó, buscando rápidamente en su mochila el pergamino de Athena y entregándoselo al hombre que estaba frente a la señora de Asgard, quien lo entregó a su vez a Hilda. Ella rompió el sello lacrado y desenrolló el pergamino, leyéndolo con rapidez. Movió la mano y sonrió levemente.

— Una alianza con el Santuario... he tenido deseos de establecer esta alianza desde hace tiempo. Joven Ángel de la Luz, podéis decirle a Athena que convengo en sus términos. Los Santuarios del Norte y de Grecia serán aliados y pelearán lado a lado en las Guerras futuras. Ha sido una grata sorpresa ver que la Diosa persigue los mismos ideales de Justicia y Paz para la Humanidad. Debo, sin embargo, pensar en algo más... Os invito a quedaros en Asgard un tiempo, joven Touma de Ikarus, mientras hago homenaje a la reciente alianza y establezco contacto cósmico con la Diosa.

Asombrado por lo rápido que había completado su misión, Touma se inclinó en una reverencia respetuosa.

— Acepto vuestra hospitalidad, princesa Hilda. Me siento muy honrado de haberos traído un mensaje de la coalición que llevará alegría y esperanza a la Humanidad.

Hilda sonrió e inclinó levemente la cabeza, para luego hacerle una seña a Erin, quien plantó los pies juntos y se inclinó profundamente.

— Joven Sombra de Delta, haced saber a la Capitana de vuestra Hermandad sobre la presencia de nuestro invitado. Os encargo a ti y al resto de las Sombras Divinas el cuidado de este honorable mensajero de los Dioses.

— A vuestras sabias órdenes, princesa Hilda —respondió la jovencita, inclinándose nuevamente y haciéndole una seña a Touma—. Venid, noble Guerrero, os conduciré ante la Capitana de las Sombras.

Touma hizo otra perfecta reverencia frente a Hilda, para luego salir dando pasos hacia atrás. Ya afuera del Salón, Erin lo miró sorprendida.

— ¿Dónde aprendisteis protocolo? —preguntó. Touma sonrió, complacido.

— En el Olimpo.

Erin lo miró de hito en hito, para luego menear la cabeza soltando una carajada escéptica, alborotándose más la cabellera.

— No os creo una palabra. El Olimpo... Bah. Seguidme, "Guerrero Olímpico", os presentaré a las Sombras Divinas.

Continuará...