CAPÍTULO I
«Muñeco inservible»
Disclaimer: Ninguno de los personajes públicamente reconocidos son de mi pertenencia.
Tu lengua, segregante de tibia saliva, recorre mi pálida piel con vehemencia. Me acaricias lentamente con tus heladas manos, rozas cada parte de mi colapsado cuerpo. Cada recoveco de mí es tocado por ti, ninguna parte de mi cuerpo puede escapar de tus frías y grandes manos. Esas que protagonizan mis más obscuras y retorcidas pesadillas, esas que me hacen temblar de miedo y de placer. Esas que me destrozan con pasmosa premura.
Tus afilados colmillos desgarran con crueldad mi frágil piel y llegan hasta mi dermis. Entre esta vorágine de dolor, puedo sentir como mi cálida sangre se desliza lentamente por mi cuello. Con ahínco, hundes más tus colmillos en mí. Tu única intención es destrozarme, lo sé. Quieres destrozar cada parte de este pútrido e inservible cuerpo, como un niño caprichoso, disconforme con el feo juguete que sus padres le han obsequiado. Un pequeño quejido se escapa de mis agrietados labios, al tiempo que tu boca abandona mi cuello.
Y me miras.
Me miras con tus enigmáticos y aterradores ojos. Grandes y centelleantes. Tan rojos como la mismísima sangre que ahora brota de mi garganta. Me sonríes, mientras besas mis resecos labios, con tus dientes impregnados de ese líquido vital que fluye por mis venas.
Y yo no puedo hacer más que permanecer inmóvil. Silenciosamente, permito que hagas lo que tú desees conmigo. Porque te pertenezco. Porque soy tu muñeco, ese que manoseas a tu completo gusto.
De un momento a otro, comienzo a llorar, cual niño pequeño.
—No llores —siseas, con furia. Me tomas con fuerza de mis negros cabellos y acercas tu rostro al mío, hasta que tu tórrida respiración azota con fuerza mi rostro—. Deja de llorar, y acepta mi amor, mi lindo muñeco —dices, mientras besas repetidas veces mi frente.
Lloro con más fuerza, pero tú haces oídos sordos. Me ignoras, no me escuchas. Mi dolor, mis súplicas, y mi llanto no parecen importarte en lo absoluto. Sólo te dedicas a susurrarme amargas palabras de amor, me dices que me amas y que eres el único que será capas de amarme alguna vez. Después de todo, ¿quién, en su sano juicio, le amaría a él? A ese colapsado y usado cuerpo, a ese muñeco feo y deshilachado.
—Te amo, pequeña zorra —susurras con crueldad, colocando mis delgadas piernas por sobre tus fornidos hombros. Miro con terror tu pene, erguido y duro cual trozo de concreto. Estoy aterrado, quiero escapar. Quiero ir con mamá y papá, quiero alejarme de ti, hermano...
Pronto, mi mente se desconecta.
Tu miembro se abre paso en mi interior, lastimando mi ano en el proceso. La sangre rezuma por mi entrada.
«¡Me duele! ¡Quítate, quítate, por favor!»
Deseo gritarte, pero, simplemente, mis cuerdas vocales no quieren cooperar, demasiado heridas como para emitir algún sonido.
Mientras me violas —una y otra vez—, me dedicas palabras sucias e hirientes. Lo único que puedo hacer es cerrar mis ojos y llorar, esperando a que te corras en mi interior y que esta pesadilla se acabe. Al menos, por hoy.
Los segundos transcurren con lentitud, siento que he permanecido así por años enteros. Quiero que acabes pronto. Y, finalmente, sucede. Tu tibio semen acaricia con suavidad las paredes de mi recto, y se adentra en mis entrañas inmediatamente.
Quitas tu miembro viril de mí y exhalas con fuerza, y con clara satisfacción. Me miras con una gran sonrisa y depositas un pequeño beso en mi coronilla.
—¿Te ha gustado tu regalo, perra inmunda?
«Feliz navidad para ti también, Beyond».
Ah, mis hilos se están rompiendo muy rápidamente...
Pronto, el algodón de mi interior terminará saliendo de mis pobres costuras.
