LOS PERSONAJES DE LOVE LIVE! SCHOOL IDOL PROJECT PERTENECEN A SAKURAKO KIMINO, ASCII MEDIA WORKS, EL SELLO DISCOGRÁFICO LANTIS Y EL ESTUDIO DE ANIMACIÓN SUNRISE.

LA TORMENTA DE LOS DEMONIOS.

PRÓLOGO.


«Entonces se desató una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el Dragón. Lucharon el dragón y sus ángeles, pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo. El dragón grande, la antigua serpiente, conocida como el Demonio o Satanás fue expulsado; el seductor del mundo fue arrojado a la tierra y sus ángeles con él».

Apocalipsis 12: 7-9

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Un rayo atronador surcó el cielo. La segadora luz le dio la oportunidad de hacer un salto desde el tejado hasta los arbustos que resguardaban la delantera a medio derrumbar de una casa abandonada. Sus pies dolieron por el brusco movimiento, el incesante martilleo de su cabeza parecía aumentar con cada latido de su corazón. La adrenalina apenas minimizaba el dolor de sus heridas, cuando menos, el sabor a óxido había desaparecido de su boca. Lástima que por muy poco. Mordió el interior de su mandíbula con los nuevos incisivos filosos para centrarse en tomar camino hacia el bosque, entre la espesa maleza y los frondosos árboles esperando que sirvieran de escondite.

Llevaba una velocidad de vértigo, las ramas que se rompían a su paso le provocaban nuevas heridas en diversas partes del cuerpo. Intentó no pensar en ellas y mejor en seguir corriendo. Sus pies apenas tocaban el suelo, no estaba segura pero sentía que los autos no eran competencia para ella; si no fuera por la situación, se echaría a reír por la sensación de estar volando.

La incesante lluvia obligaba a su cabello a caer sobre su cara dificultando su ya de por sí pobre visión, las lágrimas que luchaba con alejar seguían férreas en aparecer, recordándole todo lo vivido apenas unas horas atrás. Los pensamientos y sentimientos vibraban con intensidad por cada fibra de su ser, el dolor de su corazón seguía latente, así como el ardor en la herida de su brazo que al fin dejaba de sangrar, comenzando el proceso de regeneración con lentitud que le provocaba más de un quejido debido a su falta de costumbre. Sentía un gran nudo en la garganta que le impedía respirar adecuadamente. Quería parar, encarar a sus perseguidores y gritarles que la dejaran en paz; que ella no merecía nada de esto, que no era su culpa lo que sucedió.

Ni siquiera estaba consciente de lo que era hasta ése día. Y sin embargo, no podía parar. Porque titubear siquiera un segundo, sería su perdición. Y eso, no podía permitirlo; el peso de la promesa a sus padres… a su hermana… era demasiado. Lo había jurado con sangre, con su sangre. Ella iba a sobrevivir.

Las detonaciones de arma zumbaron por el aire junto al canto de las aves que se resguardaban en sus nidos de la fuerte tormenta. Sus sentidos apenas estaban despertando, lo cual era peligroso. Ellos iban a rastrearla fácilmente y no importaba si ella también podría sentirlos, no era su intención acabar en un enfrentamiento donde tenía las de perder. Tenía miedo, no lo iba a negar pero tampoco podía permitir que eso la dominara o el ser destructivo que yacía en su interior, tomaría el control y entonces… entonces todo se acabaría para ambos lados.

Aturdida como se encontraba, aprovechó un segundo rayo para tirarse hacia un par de arbustos y quedarse quieta unos minutos en lo que recuperaba el aire y recordaba las indicaciones que alguna vez escuchó de su padre.

«Respirar profundo… dejar la mente en blanco… no oír nada, no pensar en nada, no sentir nada. Eres normal, eres humana, eres como el resto. Eres normal, eres humana, eres como el resto. Eres normal, eres humana, eres como el resto. Eres normal, eres humana, eres como el resto…»

Una y otra vez la frase se repitió en su cabeza al igual que un cántico, deseando de todo corazón que funcionara, al menos mientras lograba llegar a ésa dirección en la ciudad. Las lágrimas volvían a hacer acto de presencia y a cada segundo en que no sentía nada pasar con su cuerpo, sus esperanzas se desvanecían.

El sonido de ramas quebrándose le hizo congelarse en su sitio. Uno, dos, tres, cuatro pasos, se acercaban cada vez más a ella.

—Está cerca… puedo sentirla.

Cerró sus ojos con fuerza. Casi podía sentir las presencias de sus perseguidores; sus nuevas habilidades seguían incrementándose permitiendo que pudiera percibir las tres siluetas a unos doscientos metros aproximadamente, y escucharlas tan bien que parecieran que susurraran en su oído.

—Tal como se esperaba de la mejor, sólo es cuestión de tiempo para que todos podamos sentirla también… —aseguró una segunda voz femenina, con tono mucho más severo que la primera que había hablado.

—Está acorralada, los demás néfilim han llegado y pronto formarán la barrera entre el bosque y la ciudad —explicó una tercera chica, de tono más refinado que las anteriores.

Tragó duro. Ahora no podía moverse o se delataría de inmediato.

Las escuchó caminar con sigilo, era evidente que sabían que estaba cerca. Volvió a repetir el mantra como si la vida se le fuera en ello, tratando de no pensar en las néfilim.

«Por favor, por favor, por favor ¡Funciona! ¡En nombre de nuestro Satan excelso

—No puede ser… —escuchó decir alterada a la chica que había hablado primero. Un nuevo relámpago rugió con fuerza, estremeciendo los árboles que silbaron en un chillido estremecedor acompañado de una fuerte ventisca que hizo danzar las copas de los árboles. Aún con eso, pudo escuchar el sonido de su arma al ser lanzado por el suelo y rebotar en el lodo.

—¡Cálma Tsubasa!

No entendía el tono asustado de la otra chica.

—Ha usado su camuflaje —mencionó con la misma voz estupefacta teniendo al eco de los truenos como si fuera su música de ambiente. De pronto, escuchó el estruendo de la madera al caer estrepitosamente al suelo elevando una capa de astillas y ramas.

—¡Te dije que te calmaras! —Aun con los ojos cerrados, inexplicablemente podía ver lo que parecía a la segunda chica, tomando de los hombros con fuerza extrema a la primera conteniéndola en algo que no comprendía— ¡Da igual, no tiene oportunidad!

—No lo entiendes Erena. Apenas está despertando ¿Cómo consiguió usarlo tan pronto? ¡Es ilógico!

—¡Qué te calmes por Dios!

—Vamos, puede no ser tan tonta como creímos —La tercera joven seguía manteniendo la distancia entre las otras dos, no parecía tener interés en entrometerse más allá de las palabras— A menos que…

—¡Ni lo digas Anju! —Finalmente, la tal Tsubasa se detuvo, interrumpiendo en lo que sea que iba a decir—. Sólo es suerte. Nada más.

La lluvia aumentó de potencia, cubriéndolas a todas. Los truenos ahogaron los demás ruidos nocturnos, provocando ecos sombríos que le erizaban la piel, un paisaje tétrico para una cacería perfecta.

—Los rab néfilim no van a mantenerla por mucho tiempo, será mejor que nos apresuremos. Quedarnos aquí no servirá de nada, debemos ayudar en la barrera.

La chica de menor estatura, Tsubasa, se quedó sin moverse por un corto tiempo, como si pensara en algo. Finalmente, percibiendo ira en ella, recogió su arma y con un chasquido de dedos; continuó andando. Era su líder, sin duda.

Las otras dos no tardaron en seguirla. Dejándola sola de nuevo. Lanzó un suspiro agotador, soltando el aire que había retenido antes debido al miedo de ser descubierta.

De alguna forma, su cántico funcionó.

Ahora, necesitaba llegar a la ciudad antes de que la barrera la encerrara en el bosque. Tenía que llegar con ella. No quería que la soledad la consumiera más rápido de lo que su cordura se mantenía.

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Las gotas golpearon con fuerza el cristal de la ventana; un nuevo rayo de mayor potencia que los anteriores, provocó que las luces del cuarto parpadearan amenazando con sumir todo en plena oscuridad. El menudo cuerpo a su lado se estremeció, hundiéndose bajo las cobijas de la cama, como si con eso lograra desaparecer. Sería una escena tierna, viéndola hacerse bolita en una esquina después de haber batallado para que saliera de debajo de la cama… lo sería sin duda, sino fuera por el temblor que sacudía su pequeño cuerpo.

Suspiró. Siempre sucedía lo mismo con cada tormenta que llegaba a la ciudad. Para ella quién no pertenecía a la línea de sangre maldita, no sería nada más que un evento natural del clima… pero para su amiga, sólo significaba el cruel recordatorio de su verdadera naturaleza.

—Rin —La llamó suavemente. La vio removerse en posición fetal, sonrió con melancolía. Terminó de correr las cortinas para cubrir las luces que seguían reproduciéndose afuera. Caminó de regreso a la cama, sentándose en el borde para no asustarla más de lo que ya estaba—. N-no tengas miedo, nadie vendrá por ti… ni hoy ni en la próxima tormenta.

Ojalá no titubeara, sólo así ella confiaría más y seguiría sonriendo como siempre. Era tan injusto.

—¿Estás segura… Kayo-chin? ¿Tú… nunca vas a dejarme? —Sus orbes ámbar usualmente pálidos parecían brillar ésta noche. Había un extraño destello en su mirada casi suplicante, el asomo de los pequeños colmillos le daba un aspecto que pocas veces le había visto.

Tragó en seco.

—Jamás —asintió segura, sin permitirse dudar ni un momento. Un intento de sonrisa quiso aparecer en su rostro, pero un nuevo estruendo afuera la hizo retroceder a la seguridad de las sábanas. No lo aguantó más, se abalanzó hacia ella metiéndose bajo las cubiertas para abrazarla—. Siempre estaremos juntas Rin-chan.

Lo sabía, que aun estando limpia, ella ya estaba contaminada por el fuego del infierno.

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—¡FUEGO, FUEGO! ¡ESTÁN POR AQUÍ! ¡ABRAN FUEGO!

Las ráfagas de disparos no se hicieron esperar, a pesar de la agilidad recién adquirida, no tenía un total control sobre ésas habilidades; por lo que poco pudo hacer para intentar esquivar las balas que eran disparadas, dañándose a ella misma en el proceso al arrojarse sin contemplación por el suelo en un intento premeditado de querer acercarse a la barrera. Las buenas noticias, es que no era la única intentando huir; extrañamente habían aparecido más desde que la lluvia incrementó, como si vinieran en los rayos que caían fulminando todo a su paso… y por otro lado, ningún néfilim parecía conocer su ubicación exacta, no así con los otros que por los gritos de dolor y… el olor a sangre surcando el aire, estaban siendo sometidos.

Todo era una absoluta y horrorosa locura. Recordaba a su padre hablar sobre las tormentas y los peligros que traían consigo, pero en ése instante no lograba conectar las ideas. Lo único que nublaba su mente era la idea de escapar.

—Bien, tengo una oportunidad aún ¡Puedo hacerlo! —exclamó en susurros, dándose ánimos a pesar de que todo iba en su contra. Era lo único que le quedaba, para callar aquella voz interna que por suerte aún no lograba escuchar.

Esperó a que una nueva ráfaga surcara el aire, aprovechando el ruido para arrastrarse por el suelo irregular, húmedo y con el fango acumulándose sobre sus ropas. La capucha apenas le protegía lo suficiente la cara, para no entorpecer su de por sí defectuosa visión. Desde hace unos minutos atrás, una comezón surgió sobre su cabeza tensando la tela en los dos lados, sabía que si continuaba con el proceso sin haber cruzado, se quedaría encerrada y entonces la verdadera cacería daría inicio.

—Puedo hacerlo, puedo hacerlo —siguió repitiéndose en los doscientos metros que la separaban de su efímera libertad.

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La melodía cesó, los dedos temblorosos poco a poco recuperaron la firmeza. Sus ojos violeta observaron detenidamente las teclas del piano pensando en la siguiente nota que continuaría la inconclusa canción de su mente; pero un atronador relámpago rompió con el hilo de sus pensamientos. Se había ido, la pequeña luz de la inspiración se extinguió como una pequeña flama; el vidrio de las ventanas vibró al sentir los azotes de la tormenta que arreciaba a las afueras.

Suspiró molesta. O tal vez debía sentirse ¿Aliviada? Al fin que, podía dedicarse mejor a estudiar para los exámenes de la siguiente semana. Era lo mejor, si bajaba algún punto seguro que su padre se enojaría y la poca libertad para usar el lugar se acabaría. Bien, no era una idea que le agradara. Ésa era su única vía para sentirse libre de las presiones por las clases extra. Como si su vida preparatoriana no fuese suficiente estrés.

—Maki —Su pequeño monólogo interior se terminó de súbito ante la autoritaria voz de su padre entrando a la habitación— ¿Por qué sigues aquí? ¿Acaso no notas la tormenta? —Más que una pregunta, era un claro reproche. Evitó a toda costa resoplar—. Deberías estar en tu habitación, no es una noche buena.

—Lo sé, sólo tenía una nota que no podía sacarme de la cabeza y quería escucharla.

Sabía que no era excusa suficiente pero tampoco es que quisiese negar lo obvio. De forma extraña, su padre no había replicado como era costumbre, volteó a verlo y lo encontró absorto viendo por la ventana en dónde la tormenta caía sin tregua empañando los cristales. Era de aquellas veces en que la seriedad de su rostro le daba miedo.

—¿Pasa algo? —preguntó de nuevo. Los ojos de su padre giraron con una inquietante lentitud.

—Maki… —susurró su nombre preocupado. Tardó segundos en encontrar su mirada— ¿No has… sentido algo raro en ti hoy?

Parpadeó confusa.

—¿Qué quieres decir con… raro? N-no estoy enferma —contestó insegura, dudando si era la respuesta que su padre quería. Algo en la mirada de su progenitor había cambiado, pero no sabía exactamente cómo describirla.

De pronto, ya no estaba mirando a su padre, sino intentando no ahogarse en el repentino abrazo al que él se había lanzado. La sorpresa inicial se convirtió en nerviosismo; nunca le había visto tan alterado como lo estaba en ese momento. Sintió la caricia sobre su cabeza, peinando su cabello rubí con suavidad, no comprendía lo que estaba pasando pero la idea de que tenía que ver con la tormenta surcaba sus pensamientos. No era sólo él, a veces también su madre actuaba así durante aquellas noches.

Sabía el motivo, por supuesto. Y aun así, siempre acababa en lo mismo.

—No pasará nada —añadió, dejándose rodear por la calidez que su padre trataba de infundirle—. No somos parte de la línea.

El abrazo de su padre se intensificó.

—Lo sé, pero no puedo dejar de temer que algo te pase. No sería el primer caso…

No podía rebatirle puesto que era parte de su trabajo atender esas anormalidades. O mejor dicho, reportarlas para que fueran…

¿Para que fueran qué? ¿Aisladas?

No, la verdadera palabra era…

Eliminadas.

Pero era algo que él no admitiría y ella tampoco preguntaría. No necesitaba saberlo, no aún.

—No pasará —insistió de nuevo, evitando mirar hacia la ventana—. Estoy bien, papá.

Se quedaron así por varios minutos, con el ruido de la lluvia luchando contra el silencio de la sala.

—¡MAKI, PAPÁ! ¡La cena está lista y más vale que vengan en los próximos 10 segundos o si no…!

El amenazante grito hizo eco tanto en padre como hija quienes inevitablemente fueron sacudidos por un escalofrío a través de su columna vertebral. Adivina o no, su madre acababa de romper una tensa atmósfera, algo que agradecía muy dentro suyo. De inmediato se separaron y sólo bastó una breve conexión de miradas para comenzar a reír e iniciar una carrera hacia el comedor.

Confiaba en la juventud de sus piernas para ganar a su progenitor. No podían hacer esperar a ésa mujer de ninguna forma.

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Sus piernas dolían, el calambre amenazaba con tirarla en cualquier momento; era el miedo a saber que ésta vez no podría escabullirse tan fácilmente lo que obligaba a sus músculos a seguirse moviendo con la poca energía que poseía. Estaba cansada, herida y la lluvia no daba tregua a parar haciendo que respirar sea doloroso. Las calles vacías eran la única ventaja que tenía a su favor, mientras ella corría lo más rápido posible para llegar a la dirección que recordaba, los ciudadanos de aquél lugar seguramente estaban envueltos en cálidas cobijas tomando una bebida caliente… en familia. Si lograba llegar a salvo, una taza y una cobija apaciguarían un poco su dolor, aunque fuera solo el físico. Ya que el del corazón, era imposible. Todo lo que había amado, ya no existía.

Cuando menos latía. Cumpliendo su función de apoyar su juramento de seguir con vida; la rendición no era una opción para ella.

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—¿Es que no te rindes Nozomi? ¡Te he dicho que no me interesan las cartas! —exclamó frustrada la joven rubia, enterrando su rostro en la almohada consiguiendo silenciar los atronadores sonidos que hacían vibrar los objetos de la repisa.

Era obvio que su enojo respondía a la intención de ocultar sus verdaderos sentimientos con respecto al clima.

—Oh~ pero Elichi ¿Cuándo se han equivocado en lo que dicen?

—Ellas no dicen nada, tú eres la que habla por ellas. Tal vez sólo eres muy perspicaz para leer la situación.

—O tal vez es que ellas me aman como yo las amo y por eso sólo hablan conmigo —refutó divertida, barajeando el mazo en cada mano. Le gustaba sentir la pequeña brisa que las cartas emitían cuando se movían, como si bailaran en una mística danza sin música; sólo para ella.

Un quejido llamó de regresó su atención a la chica que ahora usaba las sábanas como escudo. Verla tan asustada, lagrimeando por el temor le hacía ver tan tierna que nadie lo creería si contara sobre aquello.

—Tranquila Elichi, es sólo una tormenta pasajera… —continuó, deteniendo el baile de las bajaras. Lo había sentido, la conexión estaba ahí chispeante en la palma. Ellas querían hablar de nuevo; con lentitud y cuidado sinuoso, cortó el mazo con la mano derecha y colocó las cartas boca abajo sobre el mueble, deslizándolas de derecha a izquierda usando las yemas de los dedos para esparcirlas en una línea curva, disfrutando del sonido que provocaba el movimiento casi como si pudiera oírlas cuchichear con risitas y voces infantiles el secreto que estaban a punto de decirle.

—No es sólo una tormenta, es LA tormenta —enfatizó Eli, asomándose apenas de entre la tela para saber la razón del repentino silencio de Nozomi. La miró absorta en el mazo, con el singular brillo casi mágico de sus ojos verdes mirando con dulzura y paciencia el deslizamiento de las cartas sobre su mesa de estudio. No lo entendía, cómo simples papeles con dibujos de viejas leyendas y personajes ficticios lograban captar su mundo— ¿Nozomi?

—No tienes nada de qué asustarte Eli —respondió con apacible voz, sorprendiéndola. La había oído claramente, sus ojos se encontraron y Eli pudo ver en el verde esmeralda la llama de la sabiduría. Sus dedos se habían elevado por encima de las cartas, esperando el momento idóneo para bajar y arrancar de sus hermanas a las elegidas—. Nosotras no corremos peligro, ya no estamos en el rango de ninguno…

Sonrió. No era lo que necesitaba oír, y sin embargo, era una aseveración que siempre elevaba su ánimo por mal que estuviese. El clamor del torrencial aguacero al fin estaba amainando dejando en paz a sus pobres peluches y recuerdos que temblaban con cada impacto eléctrico, era casi como si respondiera a la cántica voz de Nozomi.

Se quitó la sábana que cubría sus rubios cabellos aunque conservó la de su espalda. Giró sobre la cama y fue a dar un vistazo a través de las cortinas.

—Al fin, está parando. Ya no nacerán más —susurró titubeante, en tono casi alegre.

El que no llegaran, no significaba que los que ya estaban desaparecerían tan rápido.

Nozomi no contestó tan pronto. No compartía la alegría de Eli, nunca lo había hecho ni nunca lo haría. Tal vez fuera la única cosa en que no estarían de acuerdo. Por supuesto, entendía sus razones y agradecía que ella entendiera las suyas. No las aceptaba, sin embargo.

—Sabes, podrían no ser tan malos si no los juzgáramos tanto —mencionó sin dignarse a mirarla, concentrada en el temblor que corría por sus manos. Escuchó a Eli bufar por lo bajo, a punto de iniciar una larga charla sobre el tema que no les llevaría a nada. Justo antes de que la primera palabra saliera de sus labios, ella se adelantó:— Lo que existe en contra… lo que existe a favor, y… el resultado.

Mientras decía aquello, sus manos se habían movido sacando con la yema, tres de las cartas que tapizaban el largo de la madera. Eli no dijo nada, porque sabía que era de ésos momentos donde no debía hacerlo.

Nozomi miró atentamente las seleccionadas, podía ver un brillo a su alrededor diciéndole que eran las indicadas, sea lo que fuesen a decir. Una ligera brisa se coló meciendo sus mechones de cabello morado, aun cuando la habitación de Eli se encontraba aislada de cualquier corriente de aire.

Su mano se movió hacia la carta de la izquierda. La volteó y de inmediato sus ojos captaron el esplendor de la estructura de concreto que se erigía en llamas, imponente; se sintió palidecer, sin poder respirar por segundos. Nunca en sus años de consultar el tarot, había salido al inicio. De hecho, eran pocas las veces en que veía la luz. El que estuviera ahí, con aquél majestuoso rayo surcando el cielo tirando a la soberbia corona…

Observó las dos restantes, sintió el sudor frío bajar por su nuca al tomar la del centro y voltearla. Le vio sacando la lengua, burlándose de su estupor. Vio también su reluciente casco y su brillante espada que reflejaban con gracia la iluminación del cuarto. Sus alas captaron su atención de inmediato, él lucía divino y cruel, como siempre lo había sido.

Quedaba una carta, su última esperanza de que algo bueno viniese. Era hipócrita, sabía cuán mentirosa era su fe.

—Nozomi.

Escuchó la voz de Eli lejana, cantarina. Tratando de llevarla de regreso, sólo que ella no podía hacerlo hasta que no acabara de escuchar a la última voz chillona.

Nunca antes había sentido la rugosidad de la carta como en aquél momento cuando terminó de girarla. En los segundos antes de mirar la imagen, se preguntó si todas las demás se sentían igual de pesadas.

Parpadeó varias veces buscando ver con claridad la nueva, ordenando a su mente y a sus ojos que se pusieran de acuerdo para no hacerle una mala jugada. Finalmente se decidió a mirar atentamente lo que el futuro le develaba.

Rió con una risa que más parecía un gemido de angustia. Eli se alarmó de inmediato y abandonando la seguridad de las telas fue gateando por la cama hasta llegar a ella y abrazarla por la espalda, cerrando sus brazos alrededor de su cabellera, no entendía la razón del cambio o más bien, no quería entenderlo. Le echó la culpa a las cartas, con las ganas reprimidas de tirarlas por la ventana para que las gotas vacilantes de la lluvia se las llevaran.

Nozomi se estremeció ante el repentino contacto aunque no tardó en corresponder el gesto entrelazando sus manos. No así, sus ojos no se despegaron de la mujer con corona que tenía en mano una balanza, custodiando el fluctuante equilibrio.

—¿Qué es lo que te han dicho para que estés así? —preguntó Eli, repasando con sus ojos azules las tres cartas que su amiga eligió.

La Torre, el Diablo, el Juicio. Curiosamente, a pesar de no entender su significado, la única que logró hacerla estremecer fue precisamente la que se relacionaba con el mundo actual en que vivían, aquella que nacía, juzgaba y eliminaba la bondad de los corazones humanos.

El demonio rojo que alguna vez fue un ángel. El Diablo que en las noches de tormenta, era cazado por los caídos de Dios.

—Elichi —Nozomi captó su interés de nueva cuenta, hablando tan tranquilamente que le asustaba la rapidez en que se recuperó— ¿Cuál es tu número de la suerte?

La pregunta le sorprendió.

—No lo sé… no creo en eso.

—Alguna debes de tener —insistió la chica paseando la mirada en el mazo que seguía frente a ellas.

Sin llegar a comprender el trasfondo de la cuestión, se dio un par de segundos para pensar en una respuesta adecuada.

—Supongo que… el nueve —contestó insegura.

Su amiga volvió a reír, sólo que ésta vez si era una genuina alegría. Ella sonrió también.

—Buena elección Eli, muy buena… ¿Sabes? Creo que… también es mi número de la suerte.

—¿El nueve?

Sintió a Nozomi zafarse de sus brazos suavemente, más calmada. De espaldas hacia ella, vio como recogía su baraja, teniendo especial cuidado con las tres que le pusieron en un estado preocupante.

—Si —afirmó con su recuperada voz cantarina—. Es un hermoso número~

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Nueve cuadras hasta su destino. Ni siquiera ella entendía cómo sabía de la distancia cuando nunca antes había ido a la ciudad y apenas recordaba la dirección que su madre le dio justo antes de que todo se volviera un infierno. O más bien, el inicio de el.

La lluvia finalmente se detenía, a pesar de que lejos de ser un alivio, los cambios de su cuerpo suponían otra clase de dolor y heridas. Debido a la chamarra y los pantalones roídos que portaba, no podía saber con exactitud lo que ocurría en su piel para dar la sensación de estar en una caldera de agua hirviente. El cocer de la carne, el burbujeante sentir del agua evaporándose, el ardor insaciable que cernía sobre cada parte expuesta a la intemperie ¿Era normal sentirse de ésa forma? ¿Los otros también experimentaban lo mismo? Cuánto le gustaría preguntar, sólo que no era buena idea hacerlo con las pocas personas que al fin se aventuraban a salir a la calle. Primero porque nadie era como ella, y segundo porque al descubrir en lo que se estaba convirtiendo, si es que no la mataban, llamarían a los néfilim para que hicieran el trabajo sucio.

No, definitivamente se quedaría con la duda; cuando menos hasta encontrarla.

Redujo su velocidad al doblar por una esquina desolada con pocas casas habitables. El temor de ser perseguida seguía latente pero el cansancio y las molestias de su cuerpo eran peores, de nada servía refugiarse si se lastimaba a ritmos alarmantes.

Sus pulmones dolieron de inmediato, inhalando con esfuerzo el aire que exigían. Se dobló sobre sus rodillas, mordiendo su labio inferior para acallar los gemidos de dolor que la carcomían tanto por dentro como por fuera. Las gotas de agua resbalaron sobre su frente ocultando más sus ojos con los mechones de cabello. De pronto, sus oídos comenzaron a emitir un martilleante pitido, a niveles tan agudos que le costó darse cuenta de que eran voces: risas, gritos, palabras apenas reconocibles que no sabía de dónde venían. Por si fuera poco, su nariz empezó a captar esencias diferentes de alimentos, algunos agradables, otros en descomposición además de otras tantas cosas pútridas en las que prefería no pensar. La mezcla fue demasiado para su recién sensible olfato provocando las ganas de echar su estómago por fuera.

Se sintió tambalear, apenas logrando mantenerse en pie hasta dar con una farola de la acera de la cual tuvo que sostenerse para evitar desfallecer ahí mismo. Se sentía tan pesada, fatigada y con los sentidos al máximo. El dolor de sus costillas, las balas incrustadas en su cuerpo que no pudo sacarse para evitar hemorragias, las sentía con tal claridad que era como si apenas se las hubieran disparado y no horas atrás. Su logro de salir de la barrera justo antes de que se erigiera por completo se volvía nada comparado a su actual sufrimiento. Y ni siquiera podía llorar.

Su único consuelo seguía siendo la pequeña ventaja entre ella y néfilim. Ellos estarían encerrados, ocupados con los otros que no tuvieron suerte; tal vez les tomaría tiempo darse cuenta de que ella logró escapar y otro tanto en dar con su paradero. Ahí yacía su oportunidad, si su madre tenía razón en enviarla a una mina pensando en que ésa persona desactivaría la bomba que cargaba, confiaría.

Cerró sus ojos unos segundos para calmarse y acallar los sonidos que atravesaban su mente. Ya lloró demasiado, faltaba muy poco para su objetivo, si no se rindió antes, no lo haría ahora.

Obligó a sus entumecidos músculos a obedecer las órdenes de su cerebro para ponerse en marcha, aunque poco pudo hacer con los espasmos que sacudían sus piernas. Salió de aquella esquina y tragando aire por la boca, volvió a echarse a correr.

En cuestión de segundos, un par de cuadras ya estaban atrás de ella. Desde la solitaria y resbalosa acera notó a lo lejos el complejo de edificios que sobresalía de entre las casas modernas, alzándose solemne marcando su territorio. Sonrió, estaba cerca. Muy cerca.

El sonido de un disparo cortó el aire.

Tembló, pensando que al fin venían por ella. No quiso mirar atrás, no quiso escuchar más. Su ritmo cardíaco aumentó de inmediato junto a la adrenalina; ahí estaba, la sensación del miedo y éxtasis luchando por el control.

Su vista se nubló, apenas reconociendo las calles que cruzaba a toda velocidad. Avanzó con todas sus fuerzas evitando que el miedo la obligara a usar alguna habilidad ajena que la delatara si es que aún tenía la oportunidad de ocultarse. Al no oír de nuevo nada, ni siquiera alguna orden para que se detuviera pensó que probablemente el disparo no era por ella, aun así, no disminuyó y siguió atravesando las calles.

Algo se atravesó de pronto en su visión borrosa, no logró detenerse a tiempo para evitar el choque. Gritó al sentir el aplastamiento de su abdomen herido contra el concreto al rodar, su respiración se hizo pesada de nuevo y le costó demasiado no seguir chillando.

Se aturdió, tratando de comprender contra qué había chocado.

—¡L-lo siento! —Escuchó que alguien decía a sus espaldas, apenas y conectó la femenina voz con las palabras para entender su significado. La cabeza le daba vueltas— ¡¿Estás bien?!

Identificó el sonido de un cuerpo levantándose con premura y los pasos que se detuvieron a un lado suyo. Ella sólo veía el concreto, el terror invadiéndola si era descubierta.

De nuevo hizo aplomo de sus pocas fuerzas para levantarse y tratar de correr, pero algo la detuvo tomándola del brazo, irónicamente justo el que tenía dañado sin la protección de la tela de la chaqueta.

Ambas gritaron al sentir la energía llameante salir disparada de su piel y la mano se retiró más rápido de lo que había llegado.

La sensación de ardor donde la chica le había tocado. Trastabilló hacia atrás, incrédula por el inminente descubrimiento. Temblando, alzó la mirada unos segundos sólo para ver la estupefacción reflejada en los iris ámbar, los mechones azulados que se mecían con la ligera brisa de la tormenta pasada y que sólo daban un aspecto más temible a la perturbación que marcaba su rostro mientras observaba atenta su mano.

—P-perdón, p-perdón ¡No fue mi intención! ¡No quería lastimarte! —gimió angustiada, haciendo atropelladas reverencias mientras daba pasos hacia atrás— ¡Por favor perdóname!

No esperó la respuesta, giró sobre sus talones y sin perder más tiempo continuó su carrera haciendo amago de las energías que aún tenía en su cuerpo.

«Estúpida, estúpida, estúpida» Repitió en su mente, sin mirar hacia atrás dónde la chica se congeló en su sitio observando su mano. No tenía el valor de enfrentarla, demasiadas cosas le atrofiaban la mente que no lograba conectar más palabras e ideas. La locura no era bienvenida en ella. No tan pronto.

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Locura, no podía describirlo de otra forma ¿Qué fue aquello? El cosquilleo que permanecía en su mano era idéntico a la sensación de haber recibido una potente descarga eléctrica. Tanto así que tener una ampolla no sería raro. Y ahí estaba precisamente lo loco del asunto, su piel estaba limpia. Sin heridas, sin llagas ni siquiera rojiza a pesar de la sensación que persistía. Algunas gotas curiosas caían en su palma abierta, casi burlándose de la paranoia que creía tener.

¿Qué ocurrió? ¿Por qué sintió la quemazón de su piel al tocar el brazo de la chica? No, se engañaba. La pregunta en realidad era otra, sólo que si lograba encontrarle respuesta, no sabría qué hacer.

Sintió la vibración acompañada del sonido que provenía del bolsillo de su suéter. Sin usar aún la mano «herida» buscó el aparato que no dejaba de reproducir en eco la canción de una llamada entrante.

—¿Hola? —preguntó cuando la línea se conectó sin dignarse a ver antes el nombre de su interlocutor. El cosquilleo desaparecía.

—¡Umi!

—¿Kotori? —cuestionó alarmada al identificar la voz— ¿Qué ocurre?

—¿Estás bien? ¿No te ha pasado nada? ¿Dónde estás?

Alzó una ceja extrañada por el repentino interrogatorio, hasta que la comprensión afloró por su turbia mente. Se concentró en la voz urgida de su amiga dejando de lado lo que sea que ocurrió con su mano.

—Estoy fuera de casa…

—¡Umi..!

—Tranquila, sólo fui a comprar unas medicinas porque mi madre se sintió un poco mal —Se apresuró en aclarar. El suspiro de alivio a través del aparato le hizo sonreír unos segundos antes de volver a la seriedad—, y tú ¿C-cómo estás?

El inquietante silencio alteró sus nervios, escuchando sólo el silbido de alguna corriente de aire traviesa.

—Estoy bien, lo estoy —Escuchó decir a su amiga segundos después. No le pasó desapercibida la calma con la que sonaba, misma que le contagió.

—Me alegro —respondió, suspirando brevemente. Sus ojos viajaron hacia la calle frente a ella donde la silueta desapareció después de su extraño encuentro.

Frunció el ceño, aunque sucedió minutos atrás, ahora ya no recordaba bien si su voz asustada pidiendo disculpas correspondía a una chica o algún otro chico de timbre chillón. Lo que sí se quedó grabado en su mente, fueron esos ojos azules que parecían emitir vacilantes llamas de un fuego a punto de extinguirse, también recordaba un mechón de cabello castaño con un matiz que le sonaba a naranja pero dada la poca iluminación de la noche y la suciedad de su rostro, no estaba segura de que ese era el color real.

—¿Umi? ¿Pasa algo? —La voz de Kotori nuevamente la sacó de sus pequeños recuerdos, sacudió la cabeza alejando el desvarío de su mente y se enfocó en la llamada.

—No, no es nada. Sólo que acaba de suceder algo extraordinario —Empuñó su mano levemente, como si intentara guardar la sensación ya desaparecida del contacto. Dejó que la bolsa de su compra resbalara hasta ella y sin más, la tomó entre sus dedos.

—¿Es algo bueno? Suenas contenta.

¿Lo sonaba?

—N-no…

—¿No? Entonces ¿Es malo?

—N-no lo llamaría bueno o malo, más bien sería… misterioso. Si, justo eso —respondió dubitativa, conocía a Kotori lo suficiente como para saber que el uso de la palabra le haría sacar su lado curioso, cosa que comprobó al escuchar una exclamación rebosante del otro lado, antes de que comenzara a preguntar, continuó— Si no te molesta Kotori, voy a colgar, pero cuando llegue a casa te marco de nuevo para contarte.

—Me parece bien, no es seguro estar en la calle a éstas horas —dijo un tanto desanimada, aunque se recuperó de inmediato. Lamentablemente, la voz con que siguió hablando sonó más baja e intranquila—. Menos después de la tormenta.

Lo sabía perfectamente y era la principal razón de su estupor por el encuentro con ésa persona.

—Bien —dijo evadiendo el decaimiento del ánimo—, hasta pronto Kotori.

—Hasta pronto Umi-chan.

Colgó. Miró una vez más la calle por delante, donde las casas modernas iniciaban y el los complejos de departamentos santuario Otonokizaka, pertenecientes a la importante familia Minami, se erigían casi mágicamente ajenos al miedo del resto de la ciudad.

Una idea flotó por su mente sin buscar permanecer por mucho tiempo ¿A dónde se dirigía ésa persona?

Desechó cualquier pensamiento de inmediato. Ella no podía ni debía indagar nada al respecto. No le correspondía. Y aun así, la curiosidad estaba dentro de ella al igual que un veneno consumiendo sus células.

Sus pies se movieron de nuevo, retomando su camino a través de las húmedas calles con un aire de soledad.

.

.


Aire, sus pulmones clamaban más aire. Poco podía hacer para recuperarlo cuando tenía que subir más de veinte pisos por el temor a usar el elevador y toparse con alguien no deseado. No podía darse el lujo de pensar en que estaba a salvo cuando cruzó veloz la recepción del edificio y se encaminó hacia las escaleras. No sabía si alguien estaba ahí custodiando ni tuvo tiempo de comprobar nada. Sólo tenía en mente dar con el número de la habitación y rogar porque a quien buscaba, no se hubiera mudado a otra parte. Entonces ahí sí, se daría por perdida.

Cuando alcanzó el piso correcto, las lágrimas volvieron a resbalar de sus ojos sea por felicidad o por el dolor de cada una de sus partes dañadas. Olvidó el miedo, el horror de lo que pasó con su familia, el dolor de sus extremidades, el amontonamiento de olores y sonidos; hizo a un lado la imagen de los ojos ámbar que la veían sin entender. Todo fue puesto a un segundo plano dejando la sensación de alegría que luchaba para salir a flote.

Tambaleante, manchando de carmín las paredes con sus dedos temblorosos en dónde se apoyaba, dejando un rastro de lodo por el suelo de impecables mosaicos, aspirando a bocanadas el poco aire que lograba entrar a sus dolorosos pulmones, llegó hasta la puerta.

Empuñó su mano buena y dio tres toques que lastimosamente le sonaron flojos. Esperó.

Los sonidos se estaban apagando poco a poco lo mismo que su visión ¿Cuánto había pasado desde que tocó? Alzó su brazo con esfuerzo sorprendiéndose de lo pesado que se sentía, sólo pudo dar un toque más antes de sentir que caía a su lado tal cual fuera papel.

—¡Maldición! ¡¿Quién es a esta hora?!

Lejana oyó la voz femenina, lejanos escuchó los pasos que se acercaron a la puerta. Lejano también fue el sonido de ésta al abrirse.

—A… a… yu… d-da —gimió sintiendo las palabras flotar.

A través de la oscuridad que se cernía en sus ojos, logró captar la imagen de unos incrédulos ojos rojos tras una cabellera negra luminosa casi celestial. Sus fuerzas se despidieron increíblemente rápido, la penumbra se apoderó de su vista y los sonidos se apagaron.

Nada.

Ya no sentía nada.

.

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Notas finales:

¡Gracias por dedicarse un tiempo a leer! :3

Primero decir que éste es mi primer fanfic YEIIIII… well, el primero de Love Live debo aclarar XD no soy muy nueva con el fandom pero como me encantó tantísimo pues el pecado de las ganas de escribir algo llegó a mí~ y ¿Quién soy yo simple mortal para negarme? Además ¿No les pasa que andan vagueando… digo, navegando por internet llámese Tumblr, Twitter, Facebook, Pixiv y etc. etc., y de pronto un encantador fanart que nada tiene que ver con el contexto les hace plantearse la historia detrás? Pues precisamente eso me pasó, vi unos fanarts por ahí y el pecado me corrompió (espero no arrepentirme y que nada me posea (?) D:) y he aquí el resultado~

De más decir que la imagen en cuestión es precisamente la que está en portada, que de hecho son tres pero es otro cuento. Seguro que reconocen al artista pero de igual el crédito se lo doy, si, a Koyomi (aún no sé si es hombre o mujer (?) pero amo su trabajo. Lo encuentran en Twitter o Pixiv :D)

Eeeeen fin, espero que mi propuesta les guste tan siquiera un poco como a mí y, si tienen alguna corrección o comentario qué hacer al respecto son libres de realizarlo~ como dije, es mi primer fanfic de Love Live y podría ser que pase por alto detalles (que cuidaré que no pero siempre se escapan los condenados) por lo que oir su opinión sería tanto MUY genial~

Sobre la siguiente actualización, siendo honesta suelo tardarme y más ahora con los trámites que me cargo para salir de la escuela, no así, daré todo de mi para que no sea muy tardado ya que tengo las ideas listas para ahora sí, el primer capítulo~

God, eso es todo por mi lado.

Bye, bye~ ;D ¡Saludos con bisturí...! Ah no, en éste caso creo que serían nyan~ (?)