Disclaimer:Los personajes de Hawaii Five-0 no me pertenecen.

Capítulo Único: El Tesoro del Rey.

Charlie chilla alegre, con los ojos brillando en pura emoción infantil y una sonrisa que puede iluminar hasta el hoyo en lo más profundo de la tierra; una ola de orgullo puramente paternal cruza su pecho al ver la felicidad en el niño. Sus pequeñas manos sostienen una espada de madera a escala real, madera dura y clara, de mango resistente y trazo grueso.

El pequeño rubio blande su espada con rostro serio, es torpe y descuidado pero Steve no duda en verle con asombro y una sonrisa verdadera.

La habitación real parece iluminarse más con el encanto del pequeño rubio allí, quien brilla con luz propia gracias al regalo.

- Wow, Charlie... -dice el hombre, haciendo a un lado el ostentoso atuendo de piel que cuelga sobre su hombro- Sin duda tienes una habilidad innata con la espada, como yo -comenta vanagloriandose, Danny a su lado bufa con cansancio- Pero te he encomendado reuniones matutinas con Lady Kono, ella podrá perfeccionarte en alguna técnica de autodefensa.

Frente a él, Charles asiente solemne. Como si se tratase de uno de sus soldados, listos para custodiar los parámetros de su pueblo.

- Si, mi Rey -responde el menor, inclinándose con respecto y agradeciendo el regalo dado como si fuera una valiosa joya.

- Esa es la actitud, amiguito -dice Steve mientras revuelve los cabellos claros de Charlie. Luego voltea hacia la mujer en el salón para dar un ademán con su mano- Kono.

La castaña asiente para él mientras se acerca a ellos, una sonrisa adorna sus labios sin perderse de los juegos de Charlie allí.

- Si, mi señor -responde, ofreciendo una mano hacia el niño para que la tomase- ¿Qué tal si vamos con mi primo? Apuesto a que se sorprenderá por tu espada, Charlie.

Charlie asiente, entusiasmado ante la idea de mostrar personalmente el regalo que el rey había hecho solo para él.

Steve aún sonríe mientras lo ve marchar junto a Kono, sosteniendo con firmeza el juguete contra su cuerpo, como si de alguna manera tuviera miedo de perderla rumbo a la ciudadela del castillo o alguien fuera tan cruel de arrebatarsela. Y si se atrevían, bien, luego no esperasen a salir indemnes de su ira.

El rey voltea hacia el otro hombre en el gran salón pero éste, a diferentes de él, no se ve nada feliz con la situación. Aunque ya era una costumbre verlo con el ceño fruncido y los brazos cruzados a la altura de su pecho.

- Oh, vamos... -dice Steve mientras acorta la distancia entre ellos, Danny no abandona su postura firme- Charlie está feliz con su regalo.

El hombre rubio alza una ceja, como si de alguna manera hubiera escuchado decir una idiotez del tamaño de una isla.

- Lo estás malcriando -dice Danny a cambio con reproche, levantando una mano para golpear su pecho- ¡Creo haberte dicho que no le dieces esa espada!

Steve sonríe, porque aunque su compañero está enojado, no hay nada más en el mundo para él que su Danno ¿Y para que mentir? Danny siempre era adorable cada vez que se enoja, esas expresiones en su rostro acompañado de movimientos de manos y maldiciones.

- No lo malcrio, además Charlie es el niño más increíble que conozco... -responde Steve acorralando a Danny contra la pared- Quise mostrarle mi aprecio -dice para inclinarse sobre el otro hombre, apoyando sus labios sobre la oreja de éste- Y ahora tengo un poco de tiempo libre para estar con su padre, Lady Kono lo mantendrá entretenido por ahora...

Las mejillas de Danny se tiñen de rojo, su mirada se desvía de él para enfocarse en algún punto lejano. Una pequeña risa hace vibrar su pecho, el hombre más bajo siempre se altera cada vez que Steve propone convertirlo oficialmente en su consorte.

- Cierra el pico, Steve -gruñe Danny mientras lo separa de su cuerpo, comenzando a caminar hacia el ala norte del castillo.

Hacia su habitación.

El Rey sonríe mostrando los dientes, persiguiendo a su hombre de confianza como perro en celo. Ambos tienen tiempo limitado gracias a su apretada agenda, por lo que iba hacer valer cada segundo.

Y cuando fuera el momento adecuado, nuevamente le preguntaría a Danny si quisiera ser suyo. Y si decía nuevamente que no, pues... Era el Rey ¿No? Siempre podría sacar una ley que obligase a hombres rubios, bajitos, gruñones y de hermosos ojos azules a aceptar ser su reina.

Luego lidiaria con las consecuencias de la puñalada que Danny le daría por haberlo llamado así.