solo aclarare una cosa: los personajes NO ME PERTENECEN sino a su creadora Hoshino Katsura, espero les interese tanto como a mi y ma adelante les dejo el primer capitulo.


Prólogo

El atardecer muere. Una mujer con el vestido desgastado y la mirada cansada le grita a sus hijos que regresen a casa; por la calle sólo se escucha el estruendo de las puertas que se cierran con precipitación. Los calendarios están marcados con temor, porque es un día en que la muerte pasa cerca y no perdona a quien encuentra afuera, en la oscuridad.

Siempre se escucha el clamor de las almas desafortunadas, como cada mes, cuando la luna se tiñe de rojo.

Sin embargo, aún con el peligro inminente, un hombre alto, con sombrero de copa y traje oscuro arrastra los pies en la calle, como si cargara con una maldición tan grande como la que trae consigo la luna. Respira con dificultad, se encorva y posa su mano sobre el hombro que sangra y que deja un mal augurio detrás de sí. Por fin, esboza una sonrisa resignada al encontrarse con una casa carcomida y en ruinas; toca la puerta con las fuerzas que le quedan.

Aún hay tiempo, la luna todavía no hace su aparición.

Con un rechinido, en la entrada se abre un resquicio y deja ver una oscuridad aún más profunda que la del exterior; un ojo oscuro, coronado por una ceja pelirroja y adornado por el cristal de un lente se asoma. Es una mirada completamente fría, la que recibe al hombre herido.

—¿A qué has venido, Mana? —se escucha una voz profunda.

El hombre trata de respirar con calma, pero le sigue faltando el aliento; se recarga en la puerta.

—Ayúdame.

El de la ceja pelirroja hace una mueca y suelta un profundo resoplido, pero accede a los ruegos del herido se hace a un lado. Mana le agradece con la mirada y se arrastra hasta el primer sillón que encuentra.

—¿Qué ocurre? —el otro se sienta frente a él; su largo cabello rojo cae sobre su rostro, cubriendo un parche que eclipsa su ojo derecho y casi la mitad de su cara. Sus labios forman una línea dura; negándose, de antemano, a cualquier clase de petición que pudiera salir de la boca de Mana. Algo dorado, como una pequeña esfera con alas, se posa en su hombro.

—He sido mordido, Cross… no queda mucho para que se haga…

El pelirrojo mete la mano en su gabardina; en su mano ahora destella una extraña pistola plateada, que apunta directamente a la cabeza de Mana. El movimiento fue tan repentino, que el hombre herido apenas tuvo tiempo de parpadear…

Sin embargo, sonrió.

—Sí, también he venido al exterminio pero necesito que me prometas algo antes —dijo, observando al exorcista directo a su único ojo expuesto.

—No hay tiempo —replicó Cross, con los músculos tensos, como si el hombre herido frente a él fuera a atacarlo en cualquier instante.

—Promete que cuidarás de mi hija —soltó Mana, ignorando las últimas palabras del exorcista—, por lo menos hasta que ella pueda hacerlo por sí misma.

Cross se puso rígido y bajó un poco el arma.

—No soy niñera.

—Allen es especial, creo que ella es compatible con una…

El exorcista abrió su ojo, atento, pero, contradiciendo el interés que revelaba su mirada, negó con la cabeza.

—Tengo mucho por recorrer y ella sería un estorbo para mí. No puedo ayudarte en eso.

—Entonces no tengo nada más que hacer aquí —soltó Mana, poniéndose de pie; el arma de Cross volvió a apuntarle a la cabeza.

—Pero yo no puedo dejarte salir ahora que sé que estás maldito —dijo Cross—, menos este día, en que la luna te enloquecerá.

Por segunda vez, Mana sonrió.

—Por supuesto que lo harás, primero porque me debes un favor y segundo porque aún luzco como un humano.

Cross maldijo por lo bajo.

—Harás daño si te dejo salir, incluso puedes lastimar a tu propia hija.

—Tomaré mis precauciones —aseguró Mana—, además, tienes que comprender que necesito tiempo para encontrar alguien más que la proteja; sólo hasta asegurarme que se encuentra bien podré regresar contigo y dejar que me destruyas, Marian.

El exorcista se levantó, provocando que la poca luz que restaba hiciera destellar el símbolo dorado en su pecho, del lado izquierdo.

—Te daré tiempo —concedió Cross—. Yo saldré cuando la luna esté completamente cubierta de rojo y, si en ese momento te veo en tu forma maldita, haciéndole daño a alguna persona, te mataré.

—De acuerdo —soltó Mana, haciendo una pequeña inclinación antes de marcharse.

Por décima vez, los ojos grises de la niña inspeccionaron por la ventana, el cristal mostraba la noche más triste de todas; y la luna apareció, completamente teñida de rojo sangre, como advertencia a los mortales para que permanecieran en sus casas. Pero eso no intimidó a la niña mientras tomaba la decisión que la cambiaría para siempre; dispuesta a buscar a su padre, escondió un cuchillo afilado en la cintura de su falda y respiró profundamente antes de abrir la puerta. El viento helado agitó sus cabellos castaños, anunciándole desgracia, le temblaron ligeramente las piernas, pero se sobrepuso a ello rápidamente.

Cubierta con una capucha roja, salió corriendo de su casa, abandonando las protecciones y la seguridad. Desde un cristal vecino, por una de las ventanas del segundo piso, una mujer grande y rubia la vio; con unos movimientos ágilmente inusitados para su cuerpo, bajó las escaleras y se dirigió a la entrada. Estuvo cerca de girar la perilla, pero su marido se lo impidió.

—¿Te has vuelto loca? —escupió, frunciendo el ceño, provocando que sus espesas cejas se juntaran.

—¡Hay una niña afuera, Robert! —chilló ella— No podemos dejarla afuera…

El hombre, que desde hacía tiempo creía que su mujer estaba perdiendo la razón, se asomó por la ventana de la sala: efectivamente, una niña corría por la calle, dejando que su largo cabello se agitara sobre su espalda.

—No puedes abrir…

—Unos segundos, sólo para ella entre —insistió la mujer, casi al borde de un ataque de pánico.

—De acuerdo, pero…

Su esposa no le dio tiempo, abrió la puerta y dejó entrar los soplidos del viento; como si se trajera el lamento de las otras noches de luna roja.

—¡Niña, niña! —gritó la mujer, desgarrándose la garganta; la niña se iba alejando cada vez más— ¡Regresa, es peligroso!

La niña detuvo su paso; la mujer se emocionó, podría salvar una vida, la hermosa vida de esa pequeña. Su cabeza giró en dirección de ella; su largo cabello castaño fue agitado una vez más por el viento.

Pero jamás sonrió o se movió de donde se encontraba, en sus ojos se leía un amor y angustia bastante profundos.

—Debo encontrar a mi padre —respondió.

La mujer jamás se explicó cómo fue que aquel susurro llegó hasta sus oídos, pues la distancia que las separaba era grande; tal vez le leyó los labios y su dulce voz simplemente se la había imaginado.

La niña corrió, esta vez mucho más rápido que antes y la mujer no pudo detenerla con sus gritos desesperados, ni hacerla que regresara. Su marido cerró la puerta y ella lloró porque vio en aquella joven de doce años todos los abortos que había tenido antes de renunciar a tener hijos.

Allen dejó que sus botas resonaran en el pavimento mientras buscaba con desesperación a su padre y gritaba su nombre; buscó en todos los lugares a los que habían ido juntos, sin importarle que cada minuto que pasaba significaba un acercamiento más a la muerte.

Entonces lo escuchó; un terrible gruñido se filtró por la plaza principal y se duplicó. La niña se estremeció, pensando que no sólo se trataba de un lobo, sino dos y todo lo que ella tenía para defenderse era un cuchillo pequeño. De cualquier forma, lo sacó de la cintura de su falda y se escondió detrás de un edificio viejo, en el que, años atrás, se erigía una biblioteca.

Apenas podía ver algo en aquella oscuridad, todo lo que le quedó en los recuerdos fueron los rugidos y sonidos que producía la terrible pelea. Después de media hora, todo se acabó. Pero los últimos vestigios que trajo el viento hacia ella fueron los más terribles que pudo escuchar: el lamento de un lobo, que seguramente levantaba su hocico hacia la luna roja, como si le ofreciera tributo y el grito de un hombre antes de morir; un grito que reconoció inmediatamente.

—¡Papá! —gritó, soltando todo el aire que se encontraba en sus pulmones, sin importarle si el depredador la escuchaba.

Corrió con toda la fuerza que sus piernas delgadas se lo permitieron, cruzó la capilla y dio vuelta en el edificio del gran reloj, pero cuando llegó al lugar de la pelea, todo lo que pudo distinguir fue un cuerpo tendido en el suelo y un charco de sangre que se expandía alrededor.

Allen no se dio cuenta cuando el cuchillo cayó de su mano, ni cuando sus rodillas se clavaron en el suelo, todo en lo podía pensar era en su padre y en la profunda herida que tenía en la garganta por la que se le había escapado la vida. La joven pegó su rostro al pecho de su padre y comprobó el terrible silencio en el que había caído su corazón.

De pronto, en su campo de visión aparecieron unas garras enormes que le dieron el tiempo de levantar su cabeza y darse cuenta que ya no llevaba el cuchillo consigo. Pero el lobo jamás le gruñó; se limitó a observarla con fijeza y una gran curiosidad.

Allen se dio cuenta que su enorme hocico estaba manchado de sangre; no tenía que ser muy inteligente para saber que había sido aquella bestia la que había terminado con la vida de su padre. La niña se puso de pie, soltando una exclamación que reveló una gran pena mezclada con una ira profunda. Consciente de que podría morir por ello, clavó sus ojos en la bestia y lo maldijo, ya que era lo único que podía hacer sin un arma a la mano.

—¡Te odio! ¡Te odio! —repitió muchas veces, esperando que la bestia se muriera o que la destruyera de una vez, para poder ver a su padre de nuevo.

Pero el lobo jamás le hizo daño; a pesar de que en sus ojos brillaba el destello rojo de la locura lunar, no se acercó para dañarla. En su lugar, giró y corrió lejos de ella.

Lo que pasó después de eso es bastante confuso, ya que los recuerdos de Allen se vuelven inciertos a partir de ese punto y no había ningún otro testigo que pudiese aclarar lo que ocurrió.

Todo lo que la niña pudo conservar en sus memorias fue un destello rojo que se dirigió a ella y le cruzó la cara y parte del cuerpo, provocando que cayera varios metros lejos del cuerpo de su padre y que un dolor intenso en el ojo y brazo izquierdos, un dolor que ocasionó que perdiera la consciencia.

Marian Cross supo que había llegado demasiado tarde incluso antes de adentrarse en la calle. Sin embargo, le sorprendió encontrar el cuerpo de Mana destrozado; lo que esperaba ver era una docena de cuerpos humanos… Pero aquello era demasiado extraño. Uno lobo no atacaba a otro en luna roja, estaría demasiado consumido por la locura.

Además estaba la niña; intacta a pesar de la marca de una maldición cruzando su rostro, en su ojo izquierdo. Y su mano completamente enrojecida, como si estuviera quemada, además del símbolo… Definitivamente ella era compatible con una Inocencia, una que ahora vivía en su interior.

Completamente contrario a la personalidad del exorcista, éste levanto a la niña en brazos, extrañándose al ver su cabello largo, completamente blanco, colgar como una larga cortina de su cabeza.

—A fin de cuentas se hará tu voluntad, Walker —le dijo al cadáver, antes de marcharse con la niña.


gracias por leer el prologo capitulo de este grandioso fic (mi creacion muajajajajaja ok me calmo de una vez ¬¬).subiré el capitulo 1 en cuanto lo tenga listo porque no tengo time, lo prometo.