– Devi… –Sollozó el rubio, sin poder hablar bien al mantener la boca abierta, soltando una lastimosa risita de muletilla–. Duele…
– Relájate. Si no te pones nervioso no duele –Mintió el moreno, sujetando una aguja y atravesando con ella los labios del menor.
Alzó otra toallita de papel, empapándola con la sangre que caía por el mentón gris del menor para después colocarla junto a otras más, creando un escenario poco menos que incómodo.
Aún y con todo, la sangre caía de las profundas heridas a su delgado cuello, creando caminitos oscuros por su pecho.
La habitación de los hermanos era iluminada únicamente por los intermitentes rayos, en el exterior establecida una fuerte tormenta. La lluvia golpeaba con fuerza contra los cristales, y su sombra se reflejaba en las mejillas húmedas por el sudor de Jasdero.
Para Devitto, era difícil coser con tan poca luz –y tan poca práctica–, así que sus movimientos eran lentos y torpes.
La mano que sostenía firmemente la mandíbula inferior del rubio apretó los dedos, deteniéndose la otra en el aire, sosteniendo la aguja.
– Estás temblando, Dero –Murmuró Devitto–. Así podría clavártela en un ojo sin querer.
– Dero será bueno… –Llorando murmuró, hipando de vez en cuando–. Dero lo siente…
– Jas, esto no es tu culpa –Apoyó su frente contra la de su hermano, mirándolo a los dorados ojos empapados, abiertos de par en par. Sin perder de vista sus pupilas tiró del hilo, y con sumo cuidado coló el utensilio bajo uno de sus labios y lo atravesó lentamente.
Un quejido de dolor sonó desde su pecho, y con él, el mayor de los mellizos trataba de autoconvencerse de que era un mal positivo.
¿Cómo se había atrevido esa zorra? A siquiera acercarse a su hermano, ¡a flirtearle!
"Vaya, Jasdero. Tienes unos bonitos labios, provoca besarte". Cabrona. No volvería a hacerlo.
Maldijo en silencio aquella jornada, en la cual se habían reunido como de costumbre en el comedor. Ni tan siquiera Tyki alzó un dedo cuando Devitto le cruzó la cara de un puñetazo a Road.
– Devi… Duele –Repitió Jasdero, sollozante, mientras el moreno clavaba la aguja en su mejilla.
– No muevas la lengua, Dero.
"No soy un mal hermano, le estoy haciendo un favor". Repetirse aquello le ayudaba a dejar de lado su consciencia, y a intentar que las lágrimas de Jasdero no le atravesaran con cada movimiento de aguja.
– Devi… –Suplicó el rubio de nuevo, casi al borde del desmayo–. Porfavor… Dero será bueno… Dero no volverá a portarse mal…
Los ojos dorados de Devitto se movieron hacia el rostro de Jasdero: contraído por el dolor, con el maquillaje repartido por sus malheridas mejillas, sorbiendo por la nariz de vez en cuando. Con cierto sadismo sonrió, pues se sentía afortunado; ¿cuántas veces podría uno ver semejante imagen del rubio? Tal vez una en toda su vida, y se aseguró de que solo él pudiera contemplarla. Solo el moreno podría dañar a su sensible gemelo.
– Eres precioso, Dero –Murmuró. Prefería sentir celos de unos inofensivos hilos en los labios, ahora maltrechos, de Jasdero.
