Se odiaban porque se entendían, las miradas mudas, la sonrisa tan falsa que prometía una felicidad no obtenida, ¿Quiénes eran para ser de esa forma?

La lluvia y la niebla siempre compañeras que apaciguaban el frío.

Y la forma en que se veían era de mero deseo, ¿Cuánto más lo iban a soportar? Las manos se deshicieron de los guantes, solo para dar paso a la piel pálida que se apreciaba por todo el cuerpo, y tenía que esperar, esperar a que esa reunión terminara de nuevo.

Se miraban fijamente durante largos segundos antes de suspirar y ver el cristal empañarse por la respiración, nadie se atrevía a dar el primer paso en una relación que sabían no tendría cabida, aunque lo anhelaban con toda el alma, querían tocar cada parte del cuerpo.

El intercambio mudo de palabras fue mayor esta vez, a comparación de las veces anteriores.

Inmersos los ojos se quedaron en las pupilas bicolores y un escalofrío lento empezó a recorrer el cuerpo, indicándole que debían romper ese vínculo, trozar de una vez por todas los sentimientos que iban en ascenso.

Uno al lado de otro, con el corazón palpitando fuerte, clara y precisa, ambos nerviosos de que fueran descubiertos, ¿Cuándo? ¿Cuándo es que se habían empezado a ver de esa forma?

Desvió la mirada en el momento menos indicado, cuando se vio al azabache se animaba a formar una plática.

— Mukuro…— Palabras muertas antes de terminar y la ansiedad de ser descubierto en el acto. ¿Cinco o diez minutos? Ya llevaban bastante tiempo encerrados la tormenta y el cielo; resultaba desesperante, se volvía pesado el respirar ese delicioso aroma que desprendía el cuerpo ajeno.

Se acercó con el cuidado pertinente de hablarle, más el objetivo de las manos fue distinto, llevándolas a acariciar el dorso de la mano. Estaban frías.

La respuesta que recibió fue la sonrisa de sarcasmo, siempre con la lengua afilada para sacárselo de encima. Más lo que sucedió nunca estuvo en sus planes, en ninguno de los dos, fue más la atracción que se profesaron y mudo deseo de probar los labios contrarios, eclipsados por el momento en que volvieron al contacto visual y el mundo lo mandaron al carajo.

Se movieron en danza ardiente, explorando primero el contacto y terminar de la forma en que no creían. Las bocas unidas en un beso que ni de lejos se veía era accidente, del que ni siquiera se arrepentían de tener.

Pronto las lenguas inquietas empezaron a palpar la contraria antes de enredarse en la confusión, de jurar un amor que ya no sentían por la pareja misma.

Eran como bestias, sedientas de ese placer del que se les privó desde un inicio, para ellos es que deseaban la compañía y las nunca iniciadas conversaciones, solo cuando se separaron un suspiro fue arrancado de los labios del ilusionista y la terca necesidad de querer marcar su territorio, el del beisbolista, al cuello se dirigió y empezó a succionar y morder la piel, era adictivo, y pronto empezarían a probar algo más que no era solo la piel.

Se detuvieron, ojos bicolores contra los azabache se inspeccionaron y recibieron el permiso, siempre de tocar por donde más se deseaba.

— Juudaime…— Los compromisos, siempre deteniéndolos para no herir al prójimo. Los actos esta vez no se detuvieron, ya no podían guardar esos sentimientos, y lo único que atinaron a hacer fue besarse nuevamente, con la indecencia de pasar el brazo por la espalda y afirmar la propiedad, que dijeran lo que quisieran, la tormenta y la lluvia se acompañarían por siempre.