El dulce conflicto de Taiga

-Dios, esto es demasiado -dijo agotado.

-Vamos, sólo aguanta un poco más -le dijo cruzándose de brazos, no le gustaba verlo sufrir, pero lo hacía por su bien.

-Por favor, Daiki… no me hagas esto -le rogaba, sentado a los pies de la cama.

-Lo lamento, Taiga… pero es por tu bien.

-Eres muy cruel -dijo entre lágrimas, haciendo sentir culpable a su pareja-por favor.

-Lo hago por tu bien, Taiga.

-¡Y un carajo, Aomine Daiki! -gritó furioso, levantándose de la cama como podía por su delicado estado- ¡Dame ese maldito chocolate ahora mismo!

Daiki lo miró caminar con dificultad, le parecía entre gracioso y adorable.

-No puedo, amor, tienes que mantenerte en el peso, la doctora lo dijo y ya te comiste una barra de chocolate hoy.

-Quiero chocolate, tu hija quiere chocolate y el negárnoslo sólo nos hace daño.

-No trates de jugar ese juego, Taiga -dijo caminando hacia el chico-, mira, pequeño americano -le dijo acercándose de más-, el único que se puso en esta situación eres tú, si no te hubieras obsesionado con el chocolate y los dulces, nada des esto te estaría pasando.

-Tú… de verdad me estas culpando -dijo bajando la cabeza.

-Taiga, maldición, no me hagas parecer el malo del juego.

-Eres cruel.

Daiki suspiró, nunca se imaginó que su pequeño esposo pudiera reaccionar así en el embarazo.

Ya llevaban tres años de casados, ¡Taiga por fin era mayor de edad! No que no lo hubiera vuelto a tomar desde su "matrimonio a ciegas", pero el asunto se le hacía mucho más legal ahora de como lo había sido hace años, cuando le llevaron al altar, contra su voluntad, y lo habían casado con este hermoso mocoso mitad americano.

Ahora era un hombre de negocios, manejaba una parte importante de la empresa de su padre y las acciones de la empresa de los padres de Taiga, por lo menos hasta que este terminara sus estudios de comercio exterior y pudiera hacerse cargo de su patrimonio. El patrimonio que ahora seria de su hija.

Cuando supieron que esperaban a su primera hija fue la felicidad máxima para ambos, y para sus padres.

Taiga era el chico más hermoso que hubiera conocido y a la fecha, pese a lo que pensó en un principio, no podía estar más enamorado de él. Su vida de casado era la gloria, tanto de día conviviendo, como de noche entre las sabanas, por eso le molestaba en algo la actitud infantil de Taiga frente a algo que estaba afectando su salud.

La doctora que atendía el embarazo de su esposo se lo advirtió, le dijo que Taiga tenía mucha azúcar en la sangre y tenía que disminuir mucho la ingesta de dulces, de los cuales Taiga se había hecho adicto luego de que se le dijera de su estado de preñes.

-Por favor, amor -dijo sosteniendo la cara de su esposito y elevándola para verlo a los ojos-, sabes que todo lo que hago lo hago por el bien de ustedes. Te amo tanto que me sentiría horrible si hago algo que pudiera afectarte.

-Pero sólo es un chocolate…

-Que podrás comer mañana. Hoy ya comiste -dijo tomando el paquete y metiéndolo en el cajón del mueble de noche junto a la cama, luego caminó nuevamente hasta Taiga que le miraba casi haciendo puchero- vamos a la cama, amor, nuestra bebé quiere dormir.

-Pero el chocolate…

-Te prometo que mañana en la mañana te lo daré -le juró mientras lo llevaba a la cama y le quitaba las pantuflas para acostarlo entre las sabanas de seda y poder acostarse a su lado.

-Bien… está bien -dijo con mejor humor, el que Daiki estuviera a su lado lograba calmarlo cada vez que tenía esos pequeños arranques de locura.

-Duerman bien, mi amor.

-Tu también, Daiki, duerme bien -dijo antes de acercarse para poder besarlo en la boca. Tantos años y aun parecía su primer beso.

Fin