Capítulo 1 — Humano
En el mismo instante en que Chihiro desapareció, junto a sus padres, por la boca del túnel, Haku se apresuró a regresar ante Yubaba. No olvidaba que cada día en el mundo de los espíritus era igual a un año en el mundo humano. O lo que era lo mismo, cada cuatro minutos, un día pasaba para los mortales. Y, a pesar de que el hechizo de Yubaba, al romperse, había permitido que para Chihiro y sus padres solo pasaran un par de horas, en el mismo instante en que se alejaran de la torre del reloj el tiempo afectaría a Chihiro de la misma forma que para los demás humanos. Y él tenía una promesa que mantener.
Al llegar al puente, el algarabío de los trabajadores se apagó, y todos los ojos se volvieron hacia él. Yubaba le miró de arriba abajo, con gesto asqueado.
—Haku... Te advertí que te volvería pedazos en cuanto ellos volvieran a ser humanos.
El dios ni siquiera parpadeó, ahora libre de la influencia de Yubaba, y todo gracias a Chihiro.
—Yubaba—dijo, calmo. La bruja frunció el ceño, molesta—. Te pido solo una cosa más.
—No tienes derecho alguno a pedir, muchacho—gruñó ella—. Eres mi sirviente, y así será hasta que te mate.
—No, Yubaba—replicó él, elevando ligeramente la barbilla—. Ahora soy libre.
La bruja trató de ordenarle que se moviera hacia ella, pero el joven espíritu no permaneció en su sitio. Yubaba entonces entendió que el bichejo que había introducido en él ya no estaba en su organismo.
—Esa Zeniba...—comenzó a murmurar, sus ojos inyectados en ira—. Quién se creerá que es...
—No fue Zeniba, Yubaba—dijo Haku—, sino Chihiro—miró en derredor, y vio a Lin esbozando una leve sonrisa, casi en primera fila tras la verja.
El enfado de Yubaba se desvaneció de pronto.
—¿Qué es lo que quieres, mocoso?—gruñó de nuevo, su rostro contraído.
—Dame forma humana por siempre, Yubaba—respondió él, mirando al cielo—. Y permite mi libre albedrío.
—¡Bobadas!—exclamó ella—. Sabes que no puedo hacerlo, estúpido.
En aquel momento, Boh se puso ante su madre, sus pasos retumbando en cada pecho de cada espíritu presente.
—Baba, ya te he dicho que si no ayudas a mis amigos, Boh no te querrá nunca más.
Yubaba parecía altamente sorprendida.
—¿Él también, bebé?—preguntó, su voz ahora dulce.
Boh asintió.
—Sé buena, Baba.
Yubaba apartó la vista, y miró con desagrado a Haku de nuevo.
—No puedo ayudarte, muchacho—comenzó. Boh empezó a abrir la boca para protestar, pero ella alzó una mano—. Ve a buscar a la bruja que tengo por hermana. Ella sí puede hacerlo. En cuanto a mí, ya no puedo ordenarte nada más, así que doy tu contrato como acabado—miró a Boh, sonriendo—. ¿Así está bien, bebé?
—Sí, Baba—Boh esbozó una tímida sonrisa.
Haku se inclinó hacia Yubaba en señal de respeto.
—Sí, sí, vete ya, mocoso—replicó ella—. Y más te vale que no vuelva a verte por aquí nunca más, o te transformaré en una pila de carbón.
El dios sintió algo liberándose en su interior y, sin perder más tiempo, despegó, veloz. No podía tomar su forma de dragón, pero sus poderes seguían intactos, al menos por el momento. Apenas podía escuchar a los trabajadores, aplaudiéndole tras él, ni tampoco los gritos de Lin, diciéndole algo parecido a "¡Cuida de Sen!".
Una hora después de que Chihiro cruzara el túnel, Haku se encontraba a las puertas de Zeniba. Sentía algo crecer en su interior, una agitación que nunca antes había creído siquiera posible.
Ella ya llevaba medio mes esperándolo.
Mantuvo la cabeza fría, aún calmo. Adelantó la mano para llamar a la puerta, pero ésta se abrió antes de que él pudiera hacerlo. El Sin Cara le miró, si es que tenía ojos, y dejó escapar uno de sus pequeños suspiros.
—Déjalo pasar, querido—dijo una voz desde dentro. El Sin Cara se apartó de la puerta, volviendo hacia el interior, dejando que el dios pasara.
Haku cerró la puerta tras él y se inclinó hacia la bruja.
—Bienvenido de nuevo, Haku—sonrió ella. Se encontraba tejiendo, mientras el Sin Cara hilaba sin parar—. Ven, siéntate.
El dios obedeció y la observó trabajar, sin despegar sus labios, sabiendo que Zeniba no ignoraba el por qué de su venida.
Un par de minutos después, la bruja elevó la mirada hacia él, y sonrió.
—Así que quieres ir al mundo de los humanos—dijo sin más.
Haku asintió, escueto. No sabía qué esperarse de la hermana de Yubaba, ya que todas las veces que la había atacado había sido bajo la influencia de su carcelera, y por eso mismo solo retenía algunas imágenes confusas.
—¿Sabes el precio de tu deseo?—el tono de su voz bajó, solemne.
—No, señora—respondió él, agachando la cabeza.
—Llámame Zeniba, querido—replicó ella suavemente. Dejó la labor sobre la mesa y se giró hacia el dios, de pronto toda su vejez haciendo efecto sobre ella, sus arrugas más profundas y sus ojos más cansados—. Sabes que tu río no existe, jovencito. Ya no—suspiró—. Y por eso mismo, si quieres ir al mundo de los humanos, debes volverte uno de ellos.
—¿Volverme... un humano?—el dios frunció levemente el ceño—. ¿Cómo?
—Primero, debes renunciar a todos tus poderes. Todos y cada uno de ellos—respondió ella—. Para siempre. Después de eso, hay un procedimiento bastante simple, pero largo, que hará que te vuelvas mortal. Y tras eso, tienes que volver y cruzar el río, y justo antes de salir del túnel, debes ingerir un hechizo, que te hará tener la misma edad que Chihiro en el mismo instante en que lo cruces y te internes en el mundo humano.
Haku abrió la boca para intervenir, sorprendido, pero Zeniba movió la mano, riendo suavemente.
—Se puede leer el amor a través de espíritus y mortales por igual, pequeño dios.
Él esbozó una leve sonrisa y lo aceptó. ¿Cómo podría ser si no?
—¿Cuál es ese procedimiento, Zeniba?
La bruja se levantó, sin responder, y rebuscó entre varias estanterías. Al poner sus manos sobre un pequeño cofre, soltó una exclamación.
—¿Recuerdas aquel sello que robaste, Haku?—dijo, quitando el polvo de la tapa.
—Sí—replicó él. Cómo olvidarlo, si hacía apenas un día de aquello.
—Eso es lo que te hará humano—la bruja se sentó de nuevo, abriendo el cofre y extrayendo el sello de oro, con una rana en la punta—. ¿Estás seguro de esto?
Haku asintió.
—Recuerda que tienes que renunciar a tus poderes, y luego realizar el camino de regreso hacia el túnel—dijo gravemente—. Tendrás que ir andando.
—¿Cuánto tiempo me llevará?—de pronto, se percató de que aquello podría resultar más difícil de lo que esperaba.
—Una semana, si paras para dormir y comer como mortal que serás—respondió ella—. Pero por suerte, tienes de tu parte a una bruja. Te pondré un par de hechizos, y podrás correr sin parar, sin sueño y sin hambre. De esta forma, te llevará tan solo cuatro días llegar allí—Haku suspiró, aliviado—. Pero en cuanto traspases el túnel, todo hará efecto, y sentirás que desfalleces. Deberás comer, descansar, y después buscarla.
El dios la miró fijamente.
—De acuerdo, Zeniba—asintió—. Haré lo que sea necesario.
—Una última cosa—añadió ella—. El procedimiento para volverte mortal tomará el resto del día, y deberás descansar esta noche.
Haku cerró los ojos e inspiró. Todo fuera por ella. Todo fuera por Chihiro.
—Haré todo lo que sea necesario—repitió.
Zeniba asintió, y entonces la transformación de Haku comenzó.
Él renunció a sus poderes para siempre, en voz alta y luego por escrito, y sintió cómo le abandonaban, haciéndolo más pesado. Entonces, solo entonces, Zeniba comenzó a cantar sin parar, pasándole las manos por la cara una y otra vez al ritmo de su canción, y presionando el sello sobre su piel de vez en cuando, cada vez más fuerte, hasta que el sello comenzó a calentarse, marcándole, quemándole. Él no se quejó en ningún instante, reprimiendo sus gritos, pues ahora sentía el dolor más fuerte que antes. Así, durante varias horas, la bruja cantó, su voz cada vez más potente, el sello cada vez más caliente, la luna brillando, y entonces, con un último grito, Zeniba presionó fuertemente el instrumento entre sus cejas, y su piel se derritió al mismo tiempo que Haku se desmayó, sintiendo la sangre correr por sus mejillas.
Cuando despertó, era de día de nuevo. Se irguió y vio que se encontraba en una cama, y sin más tardanza comenzó a inspeccionarse la piel. No había ninguna marca, y al tocarse la frente, la notó tan suave y tersa como siempre había sido. Se puso en pie con cuidado, y comprobó que no sentía dolor alguno. Sin embargo, algo comenzaba a surgir en su interior, algo que lo abrumó de golpe.
Ya había pasado medio día, y eso quería decir que ella ya había esperado medio año por él.
—Solo un poco más, Chihiro—murmulló, y algo en su pecho le golpeó de pronto. Frunció el ceño, confundido.
Zeniba entonces apareció, corriendo la cortina.
—Ahora tendrás más sentimientos, Haku—le explicó, sin siquiera saludar—. Los humanos pueden no ser longevos o muy fuertes, pero sí que saben sobre emociones.
El joven dio un paso hacia ella, y de pronto se sintió débil.
—¿Qué me has hecho?—inquirió, asustado. Frunció el ceño de nuevo: él nunca había sido así.
La bruja rió.
—Solo tienes hambre, querido. Ven, ven y come—le dijo, y lo guió hasta la mesa.
Zeniba le proporcionó un desayuno abundante, y tras que Haku comiera hasta saciarse, maravillado por el sabor de las viandas, le dio una pequeña bolsa, y le tendió tres pulseras y un paquete.
—En la bolsa hay comida y un cojín, para que descanses al salir del túnel—Haku comenzó a coger las cosas conforme ella explicaba su utilidad—. Esta pulsera es la del sueño. Te mantendrá despierto, pero en cuanto salgas del túnel se desvanecerá—le tendió la verde, brillante y suave como la hierba—. Esta te mantendrá fuerte, rápido y saciado, pero le ocurrirá lo mismo que a la otra—le tendió una violeta, que le recordó al cielo en algunas noches de primavera—. Y esta última es la más importante, joven Haku—se la entregó con parsimonia. Era azul, fuerte y ancha, del mismo color que el mar—. Esta te ayudará a encontrar a Chihiro. Te guiará hasta ella, y permanecerá contigo, en tu muñeca, hasta que por fin os encontréis.
Haku la ató fuertemente, sintiendo su corazón latir en su pecho. No quería perderla. No podía perderla, porque sería lo mismo que perder su propia vida.
Sacudió la cabeza, asustado. Nunca había sentido cosas así con tanta intensidad, pero el hecho de que el recuerdo de Chihiro ahora doliera más que antes le hacía sentirse agradecido hacia su mortalidad. Porque si así era ahora que no podía verla, ¿cómo se sentiría de feliz al hacer contacto con ella de nuevo?
Sonrió levemente, mirando al suelo.
—¡Haku!—exclamó Zeniba, y él levantó la vista, sorprendido. La bruja rió—. Se te ve más humano que nunca, eso no lo puedo negar—el joven no respondió, atento ahora al minúsculo paquete en manos de la mujer—. Esto también es importante—lo miró a los ojos intensamente—. Es un cofrecito, y en él hay una baya negra. Justo antes de que se acabe el túnel, justo mientras estés dando el último paso, debes tragártela, sin masticar. Justo después, cuando pases de la estatua que hay en el camino, deberás comer todo lo que llevas en la bolsa. No puedes quedarte dormido hasta que acabes todo, ¿entendido?—Haku asintió, y ella le colocó el paquete en las manos—. Tras eso, debes dormir. Mientras tanto, la baya te hará crecer hasta tomar la edad de Chihiro en el momento en que saliste del túnel, y despertarás un día después. Un día humano, claro es—la bruja le sonrió mientras él guardaba el paquete en la bolsa.
El joven se dirigió hasta la puerta, la abrió y dio un paso afuera. Se giró, decidido, y se inclinó hacia Zeniba.
—Muchas gracias, Zeniba. Por todo—se irguió, permaneció allí un instante, y echó a correr, iniciando así su viaje.
—Buena suerte, querido—murmuró Zeniba, viéndolo desaparecer entre los árboles a la velocidad del rayo, y cerró la puerta tras ella.
Haku corrió y corrió sin parar durante los cuatro días que Zeniba había predicho. Cuatro veces tuvo que hacerse a un lado para dejar pasar el tren, pero no le importó. Seguía corriendo, incansable, decidido a llegar cuanto antes a su destino.
Al anochecer del cuarto día, Haku se encontraba de vuelta bajo el puente que conducía a la casa de baños. Sabiendo que no había otro camino, se introdujo en ella, y corrió por los pequeños atajos que conocía, llegando al puente en apenas un par de minutos. Algunos trabajadores le habían visto, pero ninguno había comentado nada, simplemente apartándose e inclinándose ante su presencia.
Diez minutos más tarde, Haku cruzó el río, y se detuvo ante la entrada del túnel.
Allí comenzaba todo, se dijo, y sacó el paquete de la bolsa, extrayendo la pequeña baya y manteniéndola encerrada en la palma de su mano derecha.
Ahora debía demostrar su valía.
Inspiró profundamente y, sin esperar un instante más, comenzó a cruzar el túnel a grandes zancadas. No se detuvo en la sala y continuó hacia delante, su mirada en la luz de la luna a lo lejos. Entró en el otro túnel, y sintió su corazón later cada vez más y más deprisa. Justo en el último paso, se introdujo la baya en la boca y la tragó, y entonces se halló fuera, fuera de su mundo. Las pulseras verde y violeta se desintegraron, y los estragos del viaje cayeron sobre él. Su estómago comenzó a rugir, y su cabeza empezó a dar vueltas, sus músculos pesados. Pero no se dejó vencer, y siguió caminando hasta hallarse a algunos metros de la estatua. Allí, de pie para no dormirse, devoró todo lo que había en el saco, sus párpados cerrándose lentamente, y justo cuando tragó el último trozo de pan, se tumbó trabajosamente y, descansando la cabeza sobre el mismo saco, se dejó llevar por el sueño, la brisa alborotando sus cabellos.
Hacía cinco años que Chihiro lo estaba esperando.
