Nada de Vampire Knight me pertenece, sólo el desarrollo ficticio de lo que puede leerse a continuación.
Nota: Es una historia oscura. Hace mucho tiempo que tenía ganas de subir algo parecido, pero un poco por vergüenza y un poco por decoro, no me había atrevido.
Capítulo uno
Cama
La luz de la luna le mojaba la espalda y se colaba entre sus cabellos plateados, robando destellos. No sabía qué le había despertado, ni estaba muy seguro de cuánto tiempo llevaba dormido, todo el día, una semana, un segundo, pero estaba agotado y plácidamente encerrado en la sábana suave y en el colchón duro.
Con absoluta pereza abrió un ojo, el que no estaba enterrado en la almohada, e investigó con desidia su alrededor. Los doseles estaban corridos y la luz plateada de la luna entraba a raudales por los ventanales abiertos hasta iluminar la cama. Se oía el sonido leve de las hojas moviéndose en el bosque y una brisa cálida de verano arrastraba un leve olor a hierba mojada tras la tormenta de los días anteriores.
Un poco ahogado en aquella posición, Zero se propuso girarse y apartar la nariz de la almohada, que olía a canela fuerte y a madera seca. En cuanto trató de elevarse sobre el codo, todos los músculos de su cuerpo gritaron adoloridos, cansados y satisfechos y él no pudo contener el gemido largo, casi gustoso, que acompañó el corrientazo de placentero dolor que subió por su espalda y le erizó el vello de la nuca.
Con un jadeo pecaminoso, consciente de su total desnudez, Zero se apoyó en ambos codos, disfrutando del tacto de las sábanas enredadas entre sus piernas y se mordió el labio inferior, mientras finalmente se colocaba sobre un costado, de cara a la ventana, arrastrando con una mano las sábanas.
La vergüenza cayó sobe él sólo un segundo después. No podía entender qué acababa de hacer. Solo, desnudo y adolorido, casi había conseguido provocarse un nuevo orgasmo en la cama de…
Con un tirón fuerte, ignorando sus músculos cansados, Zero atrajo la sábana y se cubrió totalmente con ella, haciéndose una bola debajo. Apretó las manos con fuerza sobre sus ojos y se volvió a morder el labio. No podía entender qué pasaba a veces con él, hacer algo así de vergonzoso, en plena soledad, degustando cada parte adolorida de su cuerpo como si aquello fuera deseable… Y debajo de la sábana todo olía a canela y a madera y, aunque Zero ni siquiera estuviera dispuesto a aceptarlo, a sudor, a sangre y a semen.
Olía tanto a su sangre, que los vampiros de la clase nocturna podrían estar preguntándose si Kaname Kuran no lo habría matado, de una vez por todas.
De pronto, una mano cálida le enredó en el pelo sus dedos largos.
— Deja de morderte el labio —le recriminó con absoluta tranquilidad.
La voz calmada y firme del vampiro volvió a erizarle todo el vello del cuerpo. Contra sus brazos encogidos, Zero fue vergonzosamente consciente del endurecimiento de sus pezones, y apretó con más fuerza el labio entre sus dientes para acallar el gemido.
La mano de Kaname tironeó de él y le hizo desenterrar el rostro de dentro de las sábanas. Kaname se inclinaba sobre la cama, vestido de manera tradicional con un yukata color vino que agrandó las pupilas de Zero.
— Te estás haciendo sangrar —volvió a decirle con suavidad—. Tu sangre se está perdiendo. Huele por toda la habitación, Zero, me atrae como a una polilla la luz.
Antes de que ocurriera, Zero ya sabía que Kaname iba a besarle. Aunque en principio sólo le lamiera los labios, buscando su sangre, su lengua no tardó en juguetear con su colmillo expuesto y de ahí a adentrarse en su boca y forzar el choque de labios. Zero no respondió. Se dejó besar, jadeando ante las caricias, con el rostro sólo un poco alzado. Cuando la herida dejó de sangrar, Kaname volvió a abrirla y Zero se quejó con protestas acalladas por los labios más feroces del vampiro. Tal vez por la nueva herida, tal vez por la pasión en aumento que Kaname daba al beso, Zero terminó contestando y lo prolongaron durante minutos eternos hasta una despedida difícil, llena de pequeños mordiscos, que finalizó cuando Kaname lo soltó con brusquedad y se irguió nuevamente junto a la cama. La sábana se escurrió como mantequilla a lo largo de su cuerpo.
Envuelto de nuevo por la lujuria, Zero arqueó la espalda y protestó con un quejido. Kaname lo observó desde la altura, contemplando otra vez el cuerpo marcado por sus propios dientes, con sus dedos impresos en morado sobre las caderas delgadas. Los pulgares se veían perfectamente, colocados en la parte superior de la ingle del muchacho, cada uno a un lado. Tenía los pezones todavía hinchados e irritados y había un mordisco perfectamente claro alrededor del izquierdo. El hombro derecho también estaba mordido, a lo largo del brazo, en realidad, y la rodilla que ahora doblaba sobre la cama, tumbado boca arriba, mostraba también la marca de sus dientes.
— Precioso…
Como si su leve susurro hubiera sido el más estridente de los gritos, el sonrojo y la vergüenza cubrieron a Zero, coloreándole incluso el pecho y haciendo que volviera a buscar refugio bajo las sábanas. A Kaname le parecía ridículo teniendo en cuenta lo que había hecho los últimos cuatro días y que las sábanas caían como plomo sobre cada forma del cuerpo de Zero, marcando incluso el hueso de su cadera.
Posiblemente porque por fin empezaba a salir de su letargo, Zero fue capaz de tomar aire dos veces y sentarse finalmente en la cama, asegurándose de que la sábana se arremolinaba sobre sus piernas e impedía la vista. La posición le costó un dolor continuo, bajo y sordo, ardiente, pero lo ignoró, sin estar dispuesto a asumir tal inconveniente. Enfocó sus ojos violetas, que estaban totalmente rojos, en Kaname y le exigió:
— Pásame mi ropa, necesito vestirme.
Lo dijo con rudeza, pero más feliz hubiera sido si hubiera podido darle algo de fiereza. Kaname lo ignoró, torciendo el rostro y perdiendo la vista en las copas bailarinas de los árboles. El silencio se prolongó lo suficiente como para que Zero pensara en escupirle a la cara y levantarse él a por sus cosas, pero Kaname terminó hablando, sin mirarlo.
— Tus ropas no sirven ya.
Zero frunció el ceño, enfadado por aquella calma y por ser ignorado.
— Necesito vestirme, Kuran.
Todavía sin mirarlo, Kaname negó con la cabeza y se acercó a la ventana.
— No necesitas vestirte, Zero, puedes permanecer así cuanto quieras —ofendido, Zero estuvo a punto de gritarle, pero Kaname fue otra vez más rápido: —De todas maneras, lo que necesitas no es vestirte.
Todo se volvió rojo para Zero en cuanto Kaname levantó una mano, con la ventana cerrada a sus espaldas, y mirándole se aflojó el yukata para dejar expuesto su hombro izquierdo. Se abalanzó sobre él sin ser consciente de haberse puesto en pie. Clavó sus colmillos en la yugular prácticamente antes de agarrarse a su cuerpo, y finalmente se asió a él con desesperación. Retuvo con una mano el cuello de Kaname, loco de pensar en que pudiera alejarse, y la otra, la derecha, encontró su lugar, hecha un puño que agarraba con anhelo la tela, en la espalda del vampiro.
Kaname también atrajo a Zero sobre sí, presionando con una mano su cadera y con la otra aplastando desde la espalda el vientre plano y cálido sobre sí. Disfrutando de la mordida, le permitió beber cuanto quiso y le dejó disfrutar de lamer sobre su herida, aunque ésta se curase casi al instante; disfrutó de la suavidad de la piel blanca bajo sus manos y del pelo cosquilleando sobre su pómulo cuando Zero encajó la barbilla cómodamente en su hombro, regocijándose en el sabor exquisito de su sangre y en el calor de ella corriendo por sus venas.
Un suspiro lo alertó. Zero se había ido dejando caer sobre él, y Kaname aguantaba todo su peso ahora, mientras el cazador se dejaba llevar por las brumas del sueño, todavía desnudo contra su yukata borgoña.
— Zero… —llamó, recorriendo con sus manos la espalda expuesta— Zero, no puedes dormirte todavía, debes cenar.
Zero murmuró algo inteligible, pero se apartó lentamente. Fue entonces cuanto recordó que estaba desnudo y el azoro volvió a cubrirlo. Con toda la dignidad fingida que era capaz de reunir, Zero se apartó y se acercó otra vez a la cama. De un tirón, se hizo con la sábana blanca y se alejó de la cama, quedando de pie, casi perdido, en mitad de la habitación.
Nervioso y avergonzado, Zero apretó con fuerza las manos en la sábana, de espaldas a Kaname, y le oyó caminar descalzo sobre el suelo de parqué hasta el teléfono sobre la mesita de noche y hacer una llamada interna, pidiendo un desayuno para dos. Al colgar, el vampiro se dirigió a él:
— He encargado un desayuno, lo lamento, debí preguntarte si preferías cenar.
Sonrojado por tal muestra de atención, Zero se alegró de seguir de espaldas y miró al suelo.
— Da igual, de todas maneras no tengo hambre… quiero dormir.
— Eso no es posible ahora —le negó sin pasión en la voz—. Hace cuatro días de tu última comida, debes alimentarte.
— No tengo hambre ahora.
— Ni la tendrás si no empiezas a comer, lo sabes. Lo leíste.
Zero chasqueó la lengua. Ya no estaba enfadado, apenas podía sentir algo más allá de satisfacción después de haber bebido de un vampiro sangrepura, pero el ambiente era tenso y antinatural en la habitación, casi rancio. Incómodo, consciente de que Kaname estaba tras él pero sin saber si lo observaba o no, Zero hizo acopio de valor y dio dos pasos a la derecha, acercándose al sofá granate y sentándose en él.
La punzada ardiente en su interior le dejó sin aire, pero fue capaz de colocarse de costado sobre los almohadones sin quejarse. No había pretendido tomar ninguna postura sugerente, pero el dolor lacerante y el adormecimiento suave que sentía le hicieron desistir de mantenerse digno; terminó subiendo los pies al sofá. Casi sorprendido, comprobó que Kaname no había estado observándolo y que no le escrutaba ahora tampoco, había seguido sus pasos con la mirada, pero la había apartado cortésmente al notar su azoro.
Dos golpes suaves en la puerta anunciaron la comida, preparada a una velocidad casi ridícula, y Kaname dio orden de que entraran a servirla. En pocos segundos, Zero vio cómo preparaban un desayuno de lujo ante él, abriendo bandejas de plata y colocando servilletas de tela con forma de estrella. Las dos chicas del Servicio se inclinaron un par de veces ante Kaname y parecieron pedir permiso para hacer algo que el vampiro aceptó. Desvistieron lo que quedaba de la cama en silencio, sin hacer preguntas ni mirarse, y volvieron a armarla impecablemente, con unas sábanas nuevas, profundamente negras, y un edredón rigurosamente blanco que contrastaban con las cortinas rojas. Salieron poco después, volviendo a inclinarse ante Kaname e ignorando a Zero, que las había observado atentamente.
Aunque había dicho la verdad al decir que no tenía hambre, Zero tuvo que reconocer que aquellos huevos revueltos olían lo suficientemente bien como para parecer apetecibles. Se levantó con rostro serio del sofá y se acercó a la mesa que habían preparado y colocado en mitad de la estancia. Dio un par de vueltas a su alrededor, envuelto en la sábana, tratando de decidirse entre desayunar o no. Finalmente, se obligó a sentarse y comer algo. El vampiro tenía razón: si no empezaba a comer, cada vez le costaría más.
Se sentó sin hacer gesto alguno, sintiendo el escozor y la punzada lacerante que se mantenía firme y constante en la parte baja de su espalda, y se sirvió con cuidado un poco de té caliente y leche fría. Kaname se aproximó lentamente a la mesa también y le cogió el plato, que sirvió abundantemente.
— Cuando termines el plato podrás dormir —le dijo. Zero levantó la vista, con el ceño fruncido, dispuesto a enfrentarle, pero Kaname fue más rápido y continuó con tranquilidad—. Pronto desearé beber de ti, debes comer.
Zero le mandó una mirada furibunda y apartó la vista sin permitirse sentirse ofendido. Le daba igual que aquél vampiro estúpido pudiera pasar por épocas en la que no deseaba su sangre mientras él deseaba constantemente la de Kaname. Era tonto molestarse por algo que simplemente era. Kaname era un vampiro sangrepura, su sangre era cuanto se podía desear… y Zero era casi un Nivel E, siempre quería sangre.
Zero ignoró a Kaname cuando se sentó en el otro lado, permitiendo que sus rodillas se chocaran suavemente un par de veces bajo la mesa. Comieron en silencio, haciendo que el sonido de los cubiertos pareciera un auténtico estruendo. Cuando había terminado la mitad del revuelto y comido dos lonchas de tostadísimo beicon, Zero se sintió lleno y suspiró suavemente satisfecho.
— Debes acabarlo.
Cualquier tranquilidad y buen humor que hubiera conseguido, se esfumó inmediatamente en Zero. Enfadado, frunció el ceño otra vez y tiró de mala manera los cubiertos sobre el plato medio lleno. Con el mismo enfado, se puso en pie y se dio la vuelta, ignorando a Kname. No pudo retener un bostezo que quitó fuerza a su salida, pero le dio igual. Sin preguntar, se adentró en el baño privado de Kaname, donde se enjuagó la boca rápidamente con un colutorio de sabor a manzana -una de las muchas excentricidades del vampiro- y se lavó la cara. Habría tomado una ducha de buen grado, pero estaba tan cansado que ni siquiera le apetecía. Salió, siempre enredado en la sábana, como una capa blanca que le cubría del cuello al suelo y se arrastraba, y se dirigió de nuevo a la inmensa cama recién hecha.
— Zero, siéntate y termina el desayuno —murmuró el vampiro, todavía en la mesa.
Zero continuó ignorándolo. Se sentía lleno, satisfecho, tibio y cansado: iba a dormir. No era debatible. Permitió que la sábana le resbalara a lo largo del cuerpo y se enterró bajo el nuevo edredón y las sábanas. Fue engullido por la oscuridad de las ropas de la cama, pero suspiró placenteramente al permitir descansar otra vez a sus músculos abusados. Impacientemente, buscó una buena postura para dormir. Recostado boca arriba sentía presión en la espalda, boca abajo, en el sueño profundo que necesitaba, se sentiría ahogado, y de lado, el fresco se colaba por el espacio entre las coberturas y el colchón y sentía demasiado desprotegida la espalda. Tardó unos minutos en entender que no podía dormir, aunque se sentía agotado y somnoliento, porque Kaname se lo había prohibido expresamente.
Mierda.
— Kuran, quiero dormir —le dijo, articulando lentamente.
— No. Debes comer.
Zero se sentó en la cama, ligeramente ladeado, y miró seriamente al vampiro que seguía en la mesa.
— No tengo más hambre, he comido y ahora tengo sueño.
— Necesitas comer más, Zero.
El sueño estaba empezando a destemplarlo y el mundo perdía a veces el sentido total, como cuando el sueño lo reclamaba en mitad de una clase. Estaba increíblemente cansado y deseaba dormir, sólo dormir. Un dolor de cabeza estaba empezando a aparecer en la parte superior de la coronilla, colocado como un zumbido espeso entre sus oídos, y Zero suspiró profundamente, rindiéndose a lo inevitable.
Gruñó y se puso en pie. Recuperó la sábana blanca del suelo y se la colocó de lado, como una toga romana, sin importancia. Con el ceño fruncido volvió a la mesa y se dejó caer en la silla con desgana pero cuidado para no hacerse daño.
— ¿Todo el plato?
Kaname no había estado mirándolo, pero Zero estaba seguro de que había vigilado todas sus acciones.
— Lo que queda en él —confirmó.
Zero no se molestó ni en mirarlo con odio y tomó los cubiertos. Realmente se sentía lleno y estaba a unos cuantos bocados de asquearse con la comida. Decidió que la estrategia más inteligente eran los grandes mordiscos y el poco tiempo. Partió con desgana una de las dos salchichas que quedaban y pinchó uno de los trozos. Llenó el tenedor con el revuelto y con tozos de pan tostado y se lo llevó a la boca. Repitió la acción, sin darse tiempo a sentirse lleno y bebió medio vaso de zumo de naranja de tirón.
Trató de comer sin pensar y tan rápido como fuera posible, pero para cuando le quedaba en el plato una loncha de bacon y un poco de pan tostado, no podía llevarse nada más a la boca. Miró asqueado el plato y después se giró para ver la cama abierta, que le esperaba apetecible y acogedora.
Inspiró profundamente y envolvió el bacon, pinchó todo el pan y se forzó a comerlo, casi con una arcada. Bebió inmediatamente el resto del zumo y se apartó totalmente asqueado de la mesa. Ahora lo único que quería hacer era tumbarse y esperar a que se le pasara el dolor de estómago y las ganas de vomitar que sentirse tan lleno le daba.
— Que asco… —murmuró sin darse cuenta. Sentía las manos frías y todo el alivio y la tibieza que le había traído la sangre de Kaname se había esfumado— ¿me puedo acostar ya?
Miró a Kaname por primera vez. Había notado cuando el vampiro había terminado su propio desayuno, pero había continuado sentado al otro lado de la diminuta mesa, leyendo un periódico que habían dejado las chicas del Servicio. Ahora Kaname le miraba fijamente, con el periódico doblado sobre la servilleta. Tenía el ceño levemente fruncido y a Zero le dio igual que le estuviera pareciendo irrespetuoso o maleducado en la mesa. Quería dormir.
— Sí… el plato debería ser suficiente —asintió lentamente.
Zero ni siquiera se molestó en devolverle la mirada y se levantó de la silla con pesadez. Tenía la comida todavía en la garganta, o así lo sentía él, y la cama parecía lejana y tremendamente apetecible. Sabía que estaba andando un poco inclinado y encogido, pero recorrió la distancia con tanta rapidez como pudo y se dejó caer sobre la cama del lado contrario al que había despertado, el más cercano a la mesa de donde venía. Dio dos vueltas para llegar al edredón abierto y se colocó bajo él, todavía enredado a la sábana blanca.
Agotado, sintiéndose pesado y un poco enfermo y con el permiso de Kaname, Zero se durmió inmediatamente, acurrucado sobre el costado izquierdo, mirando al interior de la cama y con una última imagen: Kaname, de pie junto a la mesa, observándolo con fijeza y el ceño fruncido.
Zero, justo antes de dormirse, pensó que Kaname era un completo idiota.
Continuará...
