Disclaimer: One Piece y sus personajes son propiedad de Eiichiro Oda

Hola a todos, gracias por entrar aquí! Este es mi primer fic de One Piece XD Consiste en una serie de capítulos semi conectados (ya se darán cuenta porqué), pero básicamente son oneshots centrados cada uno en un único personaje, contando desde el último en unirse a esta maravillosa tripulación, haciendo un total de nueve.

Desde ya que cada uno de estos increíbles personajes tiene un conjunto de aficiones, algunas más relevantes que otras, o más llamativas, o más cómicas, pero a los fines del presente fic tuve que seleccionar. Espero haber elegido las que más los definen XD Ojalá les guste :D

BUENA LECTURA!


I

Piratas aficionados… a la música


Lo vio contemplando fijamente el instrumento y casi podía predecir lo que el cliente haría. De seguro le resultaría maravilloso sentir el aroma de la madera nueva, admirar el brillo del lustre y de sus bien talladas curvas, rozar con embelesada parsimonia las cuerdas vírgenes. Simplemente no habrá podido evitarlo y lo tomó, lo acomodó sobre su hombro y se dispuso a tocarlo. Era algo que les pasaba a todos. Lo vio posar transversalmente el arco, abstraído, y entonces se acercó.

-¿Le agrada, caballero?

El sobresalto lo hizo tambalear de tal modo que el interpelado estuvo a punto de arrojar el violín por los aires. Una vez que logró asegurarlo entre sus brazos torpemente, se giró hacia el empleado que lo había sorprendido con la guardia baja. Entonces se recompuso de buenas a primeras, pareció recordar sus modales y con una mano alzó levemente su sombrero, a modo de saludo.

-Es un instrumento bellísimo, joven, pero haga el favor de no sorprender a sus clientes de esa manera, ¡casi me mata del susto!… ¡Ah, pero yo ya estoy muerto! –dijo, y rió cadenciosamente.

El empleado se le quedó mirando sin comprender. ¿Acaso era una ironía? Entrecerró los ojos para tratar de verlo mejor. Ese día se había olvidado las gafas en su casa y había pasado la mañana entera y lo que llevaba de la tarde intentando adivinar los rasgos de los esporádicos clientes que entraban en la tienda, sin mucho éxito. Su miopía era una maldición de nacimiento y, sin los anteojos, apenas podía distinguir el esfumado contorno de las cosas. La cara del sujeto se le hacía difusa, pálida, los ojos eran dos manchas oscuras y sus dientes eran tan grandes que alcanzaba a distinguirlos. Pero lo que más le llamaba la atención era lo que podía apreciar de su vestimenta, demasiado formal, con ese refinado sombrero de copa, un bastón meramente decorativo y lo que parecía ser un pañuelo en el cuello, todo contrastando de manera ostensible con su extravagante y profuso cabello.

Jamás entendería de dónde diablos salía la gente que pasaba por esa isla.

-Esa pieza está recién terminada –informó-. Mi tío, el luthier y dueño de este establecimiento, la trajo esta misma mañana. Es una gran elección.

-¿Una gran elección? –Al sujeto le costó un poco comprender-. ¡Oh, no!, no pensaba comprarlo, joven, no tengo dinero para eso –dijo atolondradamente, para luego agregar por lo bajo-, y Nami san me lincharía si lo hiciese.

-Bien, quizá no éste, pero hay otras piezas que podrían resultar de su agrado.

-¡Todas, seguramente todas sean de mi agrado! No hay instrumento musical que no tenga algo que decir o algo que cantar.

-Es lo que mi tío siempre dice –comentó el vendedor, sonriente.

Aquí el otro guardó silencio, como si se hubiese conmovido con sus palabras. Luego depositó el violín en donde estaba antes, con suma delicadeza.

-Su tío debe ser un gran hombre. Nadie que ame y tenga el honor de interpretar música, o componerla, o dedicarse al maravilloso arte de fabricar instrumentos podría ser una mala persona, al menos eso es lo que creo. Un poco melancólica, quizás, pero no mala.

Al vendedor le dio la sensación de que su interlocutor se retraía, como si se fuese tras algún recuerdo. Un silencio incómodo se hizo entre ellos y empezó a ponerse nervioso con la situación, hasta que decidió cortar con el clima conduciéndose según su función en la tienda.

-Tenemos una gran variedad de instrumentos de percusión, y esta semana están en rebaja.

-¡Oh, instrumentos de percusión! ¿A quién no podrían gustarle? ¿Qué sería de una orquesta sin ellos, qué sería de una fiesta sin un tam-tam? La percusión fue el primer sonido musical que el hombre produjo cuando necesitó comunicarse con el cielo, con el sol y con la naturaleza. ¡Hasta podría decirse que hemos nacido con ritmo! –concluyó con picardía, y rió sonoramente.

-El señor es un entendido y un estudioso.

-¿Un entendido, dijo? ¿Un estudioso? –Se le quedó mirando, como si le costase procesar esas palabras-. No fue por eso que mis amigos me quisieron, creo. La música no es un simple concepto, no es una mera disciplina. Debe aprenderse, sí, y no es fácil, pero luego se debe ser capaz de expresarla, de hacerla llegar a los otros. No es cuestión únicamente de leer una partitura y de ejecutarla según la sucesión de los compases, las alteraciones y los matices, todo ello está queriendo significar algo, los instrumentos hablan, las frases cantan. Cada nota es como un dedo que toca en el alma de quien escucha.

-Sin duda es un arte.

-No lo diga tan livianamente, joven, esa afirmación encierra una verdad inefable. La música no es algo de lo que se pueda hablar con facilidad. Hasta mi lengua, si la tuviera, encuentra dificultades para explicarlo. ¡Ah, tendría que venir conmigo al barco y compartir una de nuestras maravillosas comidas para que pudiera comprender cuánta alegría puede despertar, cuántas ilusiones puede renovar y cuánta añoranza puede devolver! Si hasta las olas se mecen con el violín…

-El señor es un viajero.

-¿Un viajero? –El susodicho lo miró fijo durante algunos instantes con la boca abierta-. Sí, un viajero –terminó por decir, y miró para otro lado.

-¿Puedo ofrecerle partituras? Ayer llegaron nuevos cuadernillos con piezas musicales de todo el mundo y para todo tipo de instrumento.

-¡Claro, claro! –se entusiasmó el otro-. ¡Partituras nuevas, canciones nuevas, piezas nuevas! He vivido tantos años aislado que me vendría muy bien actualizarme.

-¿El señor nació en el Grand Line? –preguntó el empleado, conduciéndolo a otro sector del local. Dejaron atrás el mostrador de los instrumentos de cuerda, luego el de los instrumentos de viento, finalmente el de los de percusión. El singular cliente, viendo a unos y a otros, parecía saludarlos y despedirlos a la vez, mientras hablaban.

-No, nací en el West Blue.

-¿Siente nostalgia de su lugar de origen?

-¿Nostalgia del West Blue? –El sujeto rió melodiosamente, apagadamente-. Tal vez algunas veces, desde allí partí un día con mis compañeros… Pero mi nostalgia más profunda no mira hacia allá, ha nacido aquí, en estos mares de misterios y aventuras sin fin. Aquí es donde está toda la gente que quise, que quiero y que me espera. Para ellos son mis canciones.

¿Compañeros? ¿Mares de misterios y aventuras sin fin? El vendedor lo pensó. ¿Sería acaso un pirata? Si fuera por la ropa sería difícil de saberlo, además de que se mostraba más bien culto, un poco torpe tal vez, pero amable. Nada en él generaba aprensión y de ninguna manera se conducía con violencia. De todas formas con los piratas nunca se sabía, mejor estar prevenido y disimular. ¿Por qué se habría olvidado las gafas, maldición?

-¿El señor también compone?

-A veces, si la nostalgia berrea más de lo habitual o si la inspiración me pica… ¡Ah, pero yo no tengo piel donde rascarme! –exclamó, y prorrumpió de nuevo en aquella particular y sonora risa.

El vendedor se detuvo ante unos estantes y con una mano le fue acercando los diversos cuadernillos con partituras que tenía a la venta. Una vez más lo desconcertaron sus palabras. ¿Sería un chiste? Tal vez lo fuera, al fin de cuentas estaba tratando con un extranjero. Aunque lleven viviendo muchos años en el Grand Line, la mayoría de los que nacieron en aquellos mares lejanos conservaban ciertos hábitos y formas de expresión propias de su lugar de origen, eso era algo que no podía evitarse. Intentó concentrarse de nuevo en su trabajo.

-¿Algo que le interese?

-La música es interesante –filosofó el sujeto, con voz profunda-. Suele creerse que la música está únicamente allí donde hay alegría, celebración, reunión, pero yo considero que la música debe estar siempre y en todos lados, debe formar parte de nuestro acontecer. Un hogar sin música es como una flor sin perfume, o como un barco sin tripulación, ¡casi hasta carecería de sentido! Es que la vida no es lo mismo sin música, faltaría aquello que nos conecta con lo más parecido a la belleza, ¿sabe? ¿Por qué no aromatizar con música los momentos tristes también, o los momentos en que una taza de té es la única compañía, o los momentos cuando se pierde toda esperanza?

El empleado enmudeció. Había en la voz de su cliente una nota trémula. Lo acometió la sensación de que ese hombre era más viejo de lo que aparentaba y que una pena tan añeja como él lo afligía. Lo veía hojeando parsimoniosamente cada una de las partituras, alcanzó a notar sus dedos largos y esbeltos (manos de pianista, sin duda), le pareció que hablaba como si entonara una melodía, tal vez más para sí mismo que para el que lo escuchaba. Un sujeto extraño.

-Cuando se lo está perdiendo todo, en ese instante es cuando se debe hacer música –sentenció el otro en voz baja, armoniosa, sin dejar de examinar las piezas escritas-. Cuando sabes que es el final y que ya no hay forma de detener el proceso debes sentarte a un piano, o tomar una flauta, o aferrarte a un violín. Cuando tus amigos caen a tu alrededor cantando debes tocar con mayor convicción, porque alguien en algún lugar quizás algún día los escuche. Cuando las lágrimas desbordan de tus ojos no debes dejar de tocar, porque si lo haces, entonces sí que se acaba todo.

El músico dejó el último cuadernillo sobre el estante, ensimismado. El dependiente supuso que se habría vuelto de nuevo hacia algún antiguo recuerdo y carraspeó, algo conmovido. Percibió que la tienda se iba oscureciendo a medida que la tarde se acercaba a su fin, por lo cual se desplazó en silencio para encender algunas lámparas. Al pasar delante de uno de los ventanales que daban a la calle, le pareció oír cierto alboroto a lo lejos. Luego se volvió hacia su cliente. Se sobresaltó al encontrarlo inclinado con la frente pegada a la pared, formando un triángulo rectángulo perfecto.

-¡Cuarenta y cinco grados! –vociferó el músico con algarabía.

El vendedor entendió, pero no le hizo gracia. Lo miró con una ceja levantada y una gota de sudor resbalando por su sien. Definitivamente, su cliente era un sujeto muy extraño.

-Tal vez quiera hojas pentagramadas –sugirió, ignorándolo.

El otro se compuso al instante y se giró hacia él.

-¡Hojas pentagramadas, claro! ¡Eso es lo que venía a comprar, qué torpe soy! –exclamó, riendo de aquella manera sonora y cálida-. Sí, siempre son bienvenidas para un humilde compositor. Y desde que me uní a esta tripulación cada día amanezco con nuevas melodías adentro, y creo que a todos les gustaría que cambie de repertorio por las mañanas, ¡se enojan tanto al despertar! –Después se llevó una mano a la barbilla, pensativo- Y tal vez a Nami san no le disguste el gasto.

El dependiente casi no le prestó atención, concentrado en prepararle el pedido. Sin embargo, los ruidos de la calle eran cada vez más nítidos y lo distrajeron mientras entregaba el paquete con las hojas y cobraba. Era como si una multitud se fuera aproximando a los gritos. En el momento en que los dos miraron hacia afuera, una sombra pasó velozmente por la acera. Mejor dicho, una sombra para el vendedor, que sin sus gafas no podía percibir más allá de una figura borrosa con la forma de una persona. La miró con estupor desde el mostrador donde estaba la caja registradora. Su cliente, en cambio, con dos zancadas se colocó en la puerta, la abrió y se asomó al exterior, sosteniendo con un brazo el envoltorio y con la otra mano su bastón. De pronto pareció asustado.

-¡Sanji san! –gritó, alarmado, mirando en dirección al que había pasado antes como un rayo. Luego miró hacia atrás y se despatarró, porque otro individuo pasaba corriendo en ese instante y casi se lo lleva por delante-. ¡Zoro san!

-¡¿Qué haces ahí parado, Brook? ¡Mueve tus huesos de una vez si no quieres que te atrapen! –le gritó el sujeto, alejándose a la carrera.

-¡Mis huesos! –chilló escandalosamente el aludido, vacilando con la cara entre las manos. Miró al vendedor que lo contemplaba incrédulo y miró hacia afuera otra vez. De pronto se paró derecho-. Lo siento, joven, debo marcharme ahora. Hasta la vista –dijo con súbita calma y seriedad, inclinándose. A continuación, volvió a componer una postura atolondrada y salió corriendo hacia la calle detrás de los otros, gritando de una forma muy similar a su risa.

El dependiente era la viva imagen de la estupefacción. De repente, una muchedumbre de gente mezclada con oficiales de la Marina (supuso que lo eran por la preponderancia del color blanco) atravesó corriendo por su defectuoso campo visual. Atónito como estaba, se esforzó por llegar a la puerta para asomarse al exterior y tratar de entender lo que ocurría. No llegó a distinguir mucho, pero lo sorprendió el roce de un volante que estaba flotando en el aire con varios otros. Lo tomó y se lo acercó hasta la nariz para poder vislumbrarlo. Con más incredulidad todavía, reconoció en la imagen con recompensa estampada en él al cliente que acababa de salir estrepitosamente de su tienda. No había posibilidad de error, teniendo en cuenta el sombrero de copa, el peinado afro y los grandes dientes.

Entonces era un pirata. Lo examinó con asombro durante unos instantes más, entendiendo ahora que eran anteojos para sol las dos manchas oscuras que le parecieron sus ojos.

Era un pirata... Meneó negativamente la cabeza. Y pensar que había creído que era un músico.


Se me ocurre que otra de las aficiones de Brook es la observación de la ropa interior femenina... Pero ese es otro fic y será escrito en otra ocasión XDD

Actualizaré dentro de diez días, muchas gracias por leer n.n Sepan disculpar los posibles desaciertos o errores cometidos. Espero sus comentarios! Nos vemos la próxima!