Disclaimer: Sailor Moon le pertenece a su creadora, Naoko Takeuchi. Esto es entretenimiento.


N/A: advertencia: este fic sólo tendrá dos capítulos, el próximo será el último. Contendrá lemonyuri, lo que significa que las relaciones sexuales expuestas aquí son entre mujeres. Si eres sensible a estos temas o no son de tu agrado puedes evitar leer el fic o leerlo hasta el lemon. Tienes posibilidades, escoge la que más vaya contigo. Estás advertido.


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Cherry Lovers

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Confusamente amnésica Usagi no distingue quién lo pensó primero ni quién siendo la más fuerte le arrebató un beso a la otra. Aunque cree que fue Haruka la que se aprovechó. Una perfecta oportunidad develada en el destello de sus ojos verdes se lo confirmó, Usagi no huiría de esas señales ni Haruka dejaría que la evadiera. Cuántas horas o segundos pasaron desde que Haruka la correteo por los pasillos de la mansión y la encontró en el jardín de cerezos, hasta frotarse excitadas piel contra piel asfixiándose mutuamente Usagi no lo sabe. Confundida por la situación se entrega vahida a los brazos perfumados que la jalan dejándola sin recuerdos.

Todo comenzó lentamente el día que Cupido las flechó.

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—Lo harás te guste o no.

Ceñudo y de brazos cruzados su padre insistió con clases de piano. Hombre heredero de fortunas, de mediana edad, fornido, cejijunto y para colmo testarudo como nadie pisando la Tierra, inquebrantable a las negativas de su joven retoño quien, bufona pero más caprichosa, pataleo acérrima en contra de sus planes.

—Pero, escúchame…

—Ya no se hablará más.

Usagi vio arrebatada su libertad remanente finalizadas las clases de inglés, francés e italiano. Además de todo ese mejunje de horarios las zapatillitas de ballet clásico le magullaban los hermosos pies. Como si nada de eso fuese suficiente su padre fue con el rollo de adoptar más y mejores clases.

—No es justo lo que haces, padre.

Harta de todo se reveló. Rebelión contra él, al desinterés por el verdadero deseo de su corazón, al agotamiento que evadía mirando la negritud en su mirada cerúlea. Rebelión por ignorarla, sabiendo el hecho de perder las amigas de preparatoria, absolutas todas, y por las interminables prácticas protocolares en las que le insistía aunque ella repudiando con alma y vida. Y siempre el índice en alto repitiéndole a modo de luminiscente marquesina: "el Protocolo de Damas es el Protocolo de Damas."

"Sé modosita si quieres casarte", "siente orgullo, jovencita, de ser elegida", "honra la dinastía de los Tsukino y tendrás futuro de princesa". Su más tierna carne expuesta en la parrilla de los modos y las formas principescas, el principal asador: papá.

El agujero rutinario de fiestas glamorosas, pretendientes vestidos como galanes novelísticos, bien perfumados, con menos caballerosidad que un linyera, no dejaba de girar. Apresada sin voz entre el mármol de carrara y los cristales de los ventanales, encomendada solamente a los quehaceres propios de su genero: "eres mujer tú trabajo está en la casa", esperando bajo sombras silenciosas que alguien señale con el dedo cuál otro Caballero la desposará. Los anteriores no quedaron satisfechos, el sexo no fue bueno ni placentero. Había que seguir buscando.

Caía abismalmente en la depresión rutinaria convirtiéndose aburrida, muy joven abandonándose en años huyendo sin cambios ni sorpresas, prematura agonizando descreída de sueños nuevos que con pizca de voluntad hubieran podido volcar su mundo de cabeza. Entonces cuando más anheló un rayo de luz en su vida y menos se lo esperó su padre trajo al profesor de piano.

Los enamorados a primera vista sabrán cómo se siente subyugarse al poder de Cupido, guiarán las manos hasta el área del pecho donde todavía debe dolerles por el impacto de la flecha. Igualada a todos ustedes Usagi creyó desmayarse hechizada por la ballesta pasional que el angelito picaron juró encañonarle. Fue en el alborear de un otoño dorado esa primera vez que Cupido la flechó con su profesor entre latidos apresurados y anhelantes.

Por el sendero serpenteante de los cerezos del jardín su padre lo condujo hasta el piano blanco donde Usagi los aguardaba. Erguido al lado izquierdo del mentor con los puños cerrados tras la espalda. Parlotearon ambos animados en el camino, su padre seguramente profesándole una suculenta paga mensual más una aplicadísima alumna y el profesor asintiendo de vez en tanto con la cabeza: "deseo conocerla".

Un salvaje aroma floral, de cerezos de estación, envuelto en las mangas del armani engalanado fue lo que la impactó una vez que la tuvo enfrente. Embriaga de su perfume femenino, sutil delicadeza, Usagi la descubrió. Engañar masculinidad frente a su padre fue una cosa, pretender que ella creyera el mismo cuento otra diferente. Nunca la hubiera confundido hombre con esos ojos verdes devoradores, infinitamente enigmáticos, con tantas curvas redondeadas delatándola. Iluminada en resolanas otoñales blonda y preciosa, sin duda imponente.

Haruka Ten'ō se llamaba.

En pos de su saludo Usagi se postró sonriente de soslayo, penetrada por el dulce, demasiado dulce, perfume de quien en horas sería su profesorra. Mareada por su olor, a fatal mujer, hasta tubo ganas de comer un aireado pastel de fresas igual al que preparaba su abuela. El roce de piel con Haruka al agarrarle la mano fue fugaz pero suficiente para imaginarse cómo sabría si se atrevía a saborearla. Usagi se inclinó cortés, habló y escuchó muy atenta. Emocionado por la actitud su padre hizo rodar pequeñísimas lágrimas exaltadas por su rostro. Por fin, luego de machacar más machacar, se comportaba como una Dama.

Formales presentaciones, nerviosas risitas, promesas de buen salario protagonizaron esa tarde de otoño. A partir del flechazo las clases de piano adhirieron las del inglés, francés, italiano, artesanías, mas el canto y el baile. La asistencia de su mentor—ra era tres veces por semana. Haruka enseñaba a Usagi los comienzos históricos de la música, los representantes exitosos más sus inolvidables obras. Ludwig van Beethoven, Frederic Chopin y Richard Strauss revivían en un medley operístico bailoteando amarrados entre sí dentro de las partituras amarillentas.

Como suele suceder en todas las clases Usagi se sienta encogida de hombros a la derecha de Haruka. Para evitar mirarla pone atención en las notas musicales garabateadas a cada clase intentando disimular agitación en el pecho.

—Llegas tarde —Haruka, tocando el piano, tampoco la mira—, otra vez.

—Perdóneme —oculta en las rodillas ojos abochornados—. Por favor no le diga…

—… a mi padre que siempre llego tarde a sus clases.

Tensa, Usagi aprieta más los hombros contra el cuello teniendo voluntad de encogerse hasta tanto desaparecer del asiento. Haruka inclina el peso sobre su brazo derecho como deseando contarle mil secretos milenarios muy cerca del oído.

—Ya me lo sé de memoria —sisea.

Usagi no sabe decir nada. Cuando lo piensa desde hace meses empezó piano con ella nunca llegó en horario a ninguna clase. Haruka la habrá escuchado tantas veces excusarse que es lógico saberse el speech de memoria.

—Me esfuerzo por hacerlo bien, créame.

—Te ves bastante cansada —silenciosa nota las profundas ojeras en Usagi—. ¿Qué hacen exactamente en ese Protocolo? ¿Te entrenan para la guerra?

—El Protocolo de Damas nos enseña muchas cosas, hacer artesanías, música y baile. Nos introducen en el entretenimiento y en todas las maneras de brindarlo. Aunque las prácticas son extenuantes…

—Él no debería exigirte tanto.

—…a veces hasta tengo pesadillas.

—Cuéntame.

—Sueño que se me caen las tazas de té sobre el mantel y que tropiezo con los zapatos. ¡Usted no sabe lo que me hacen doler los pies!

—¿Para qué el Protocolo?

—Para conocer Caballeros y según les gusten lo que una hace te desposen después.

—Imagino que eso es exactamente lo que deseas ¿no es verdad?

La mirada sorprendida de Usagi clavada en los verdes ojos de Haruka descubre el asombro. No imaginó cuan notorio es su disconformidad con los planes de su padre. Haruka parece ser la única que entiende. Saboreando el licor agridulce de quienes tragan tristeza por aparentar felicidad, continúa explicándole:

—El protocolo es bastante ajustado, baaah anticuado por así decirlo. Pero son las normas que todas las Damas debemos asimilar. Si queremos que nos despose un Caballero debemos saber todo eso y mucho más.

—Sólo ruega que a tu padre no se le ocurra entrenarte para ser una geisha también —sonríen satisfechas—. Pero tú no quieres que te despose un Caballero.

Las manos frías pretenden dar alivio al ardor en las mejillas. Usagi no sabe cómo taparse la cara para no levantar sospechas de que lo dicho por Haruka es totalmente cierto. Ruega que su padre no aparezca.

—Descuida de mi boca no lo sabrá, te lo he dicho cada vez que te disculpaste ¿habrán sido unas mil veces ya? —Haruka mira a Usagi pretender que no la afectaron sus palabras, pero ella sabe que miente. Entonces cambia el tema—. ¿Qué tan serio puede ser el castigo por quedarte dormida? ¿Te dejará comer dos y no tres porciones de pastel luego de la cena?

—Es por el Protocolo.

—Aaah, el famoso protocolo. "Una Dama sólo es una Dama si se levanta temprano" ¿no era así el sagrado mandamiento? Imagino a esas viejas que te enseñan: todas pintarrajeadas como muñecas de madera. Todas gordas —aprieta las teclas negras con ahínco— que seguramente les ha costado días en entrar dentro del corset, ya peladas por tanta tintura utilizada. ¡Deben tener rastras! ¿Usarán pelucas? —le sonríe torcida—. Todas ellas pretendiendo que estés maquillada dentro de la lucha y tan pero tan flaca hasta quedar escuálida, ofreciéndote como único manjar permitido dentro del ¡oh, si, "menú de las Damas"! hostias de sacerdotes.

Ahora Usagi sabe qué la anima a estar con Haruka y por qué sin importar cansancio priorice quedarse con ella desestimando las otras clases del francés que tanto le gusta. Más que obvio son los motivos. No siente asfixia dentro de la prisión pintoresca de su padre cuando están cerca. Se libera como paloma que vuela luego de encerrada cuestionando junto a Haruka las reglas establecidas. Obviamente que enterado su padre de esos cotilleos hubiera despedido a patadas a Haruka. No pararía hasta quitarle su honrado prestigio musical divulgando el mal comportamiento en toda la comunidad aristocrática. Hasta hundirla en el fondo de la miseria, si es que tiene un fondo, verla destruida pidiendo limosnas con harapos malolientes y roñosos, por insultar la sagrada educación que insistía ser la mejor para su hija no se detendría. Pero eso a Usagi no le preocupa ya que él nunca supervisó sus clases de música como tampoco ninguna otra, hasta si lo deseaba podía asistir a las clases totalmente desnuda sin que su padre se enterase.

—Tiene razón, vaya mierda de Protocolo.

—¡¡Señorita!! —deja de tocar el marfil y con suma lentitud ladea la cabeza hacia donde Usagi la mira con los ojos muy grandes, Haruka no sabe si está sorprendida o terriblemente asustada—. No se le permite decir "mierda" a una Dama ¿es que no ha leído el Protocolo? En todo caso usted deberá decir: chorrada, inmundicia, porquería, basura, deshecho, bazofia… pero nunca, nunca, nunca ¿me entendió? —guiña un ojo— ¡nunca! ¡oh sacrilegio! "mierda".

Sin intentar capturar la sonrisita sorpresiva que retoza en la freza de sus labios Usagi murmura algo:

—Me gusta pasar el tiempo contigo, Haruka.

—A mi también.

—Supongo que es porque te gusta la música, eso explica por qué eres profesora —torciendo el gesto cruza los brazos y espera que Haruka lo confirme—. ¿Por qué vistes esas ropas?

—¿Crees que presentándome como mujer tu padre me hubiera dado el empleo?

—Seguro —bufando levanta los hombros—. Hubiera preferido una mujer que un apuesto "hombre" vestido de armani.

—Eres muy ingenua —un destello brillante en los ojos verdes de Haruka le obnubila los suyos—. ¿Te olvidas que en la cabeza de tu padre las mujeres sólo preparan té y complacen Cabellos? No puede imaginarse que una mujer enseñe cosas a otra. Además necesitaba el empleo.

—O sea que estás aquí por que mi padre es muy estúpido para darse cuenta lo que ocultas bajo el traje.

—No es sólo por eso, preciosa —y la sorpresa llega—. ¿No te has dado cuenta? —tres pálidos dedos giran el mentón de Usagi obligándola a mirarle los ojos—. Estoy aquí por ti.

Los obres de Haruka queman demasiado para soportarle la mirada un segundo más. Un oleaje de calor apresa a Usagi desde el vientre. Hasta que no la tocó no imaginó quemarse de esa manera o poder hacerlo con el roce de sus dedos. Si empieza así no imagina como terminará.

—Entonces si me llevo estos libros que cargas y te quito estas partituras…

—Espera ¿qué haces? —Haruka la mira desconcertada.

—…no ha de importarte ya que no estas aquí sólo por la música.

Usagi se levanta presurosa con las partituras en los dedos. Da un pequeño giro hacia Haruka animándola a juguetear con fuego.

—Ten cuidado con las partituras son muy costosas.

—¿Las quieres?

La invitación es irresistible.

—¿Me provocas?

Ya no aguantan.

—A que no me atrapas —Usagi se muerde los labios.

—No escaparás —le advierte Haruka entre dientes.

Continuará…