Prólogo: Al Estudiante.

¡Alegoría!

El viento corría de un lado hacia el otro colándose por los poros de la festividad mientras que los delicados rayos del sol, jugueteaban danzando por el lugar. Amarillo, naranja y rosa eran las fantasías que cubrían los anhelos de las jovencitas, mientras que los chicos soñaban con rojos estridentes, azules libertinos y verdes intensos. El ambiente bullía en desternilladas risas que se refractaban en estimulantes promesas de diversión.

Todo el mundo bailaba y cantaba. El mundo se movía al ritmo del frenesí y la juventud. Era la época de la música, la era de las pieles al sol, las cabelleras alocadas, los movimientos inmorales. ¡Era la época del amor!

Nada podía ser detenido, todo sentimiento se desbordaba, nada quería tener límite. ¡Ah el verano! Dulce aterrador, lujurioso verano, venga a nosotros tu desenfreno.

—Espero no tardes viejo, tengo una fiesta en dos horas. —El joven se desparramó en el sillón que se encontraba frente al escritorio de su padre.

El hombre miró a su hijo a través de sus lentes. Con la punta del dedo medio, se reacomodó los anteojos y torció la boca con desagrado. Su desvergonzado vástago le miraba con tedio desde el sillón en donde estaba mal sentado, parecía que se encontraba en medio de una borrachera. Una pierna sobre el sillón, la otra colgado y siendo balanceada. Recargaba un codo en el brazo del sillón y sobre su puño descansaba su cabeza, la otra mano se encontraba en el respaldo del sillón y tiraba de la tela impacientemente.

—¿Fiesta? —preguntó el hombre, casi escupiendo la palabra.

—Venga tío, Sirius y yo te lo contamos hace meses y...

—¡Suficiente! —El joven golpeó el respaldo del sillón dramáticamente—. No irás a ningún lado.

—¡Ay, papá pero...!

—¡Eh dicho suficiente y no irás a ningún lado! —Por primera vez en toda su vida, James borró de su rostro aquella burlesca mueca ante un poder superior—. Antes de que digas cualquier otra estupidez. —Aquello le dolió—. Quiero que sepas que tu conducta de este año ha superado los límites, estuviste a punto de echar a perder todos tus estudios por una estúpida broma.

—Ya te lo explique —dijo el joven bajando la pierna del sillón.

—Y eso no es suficiente. ¿Crees que con decir "lo siento" arreglas todo? Dumbledore fue muy benevolente contigo, detenciones durante todo el ciclo con Hagrid y cincuenta puntos menos a la casa de Gryffindor por tu inapropiada y mentecata conducta.

—¿Cuestionas la autoridad de Dumbledore?

—¡Dumbledore es el director del colegio, tú eres mi hijo! Yo soy quien velo por tu educación.

—Llegas cuatro años tarde —resopló James.

El hombre golpeó la mesa con uno de sus puños y bramó:

—¡Más tiempo! —James abrió los ojos completamente sorprendido—. Nunca quise interponerme en tu felicidad, sabía que lo que hacías no estaba bien, pero eras un niño y como tal, era natural que hicieras esas chiquilladas. Sin embargo de haber sabido que esa conducta infantil te llevaría a hacer aquella terrible barbaridad.

—¡Eso no tiene importancia!

—¡Que valores te he enseñado, James! Me deshonras. —Dolor, las palabras habían atravesado su alma.

—Tú no entiendes...

—No, James, eres tú el que no entiende. Quizás a Dumbledore le pareció suficiente con las detenciones y los puntos, pero a mí no. No quiero que vuelvas a poner en riesgo tu vida por querer jugar al gracioso.

—¿Mi vida, o no quieres que tu apellido se vea arrastrado por el escándalo?

—No me hables así jovencito —le advirtió su padre—. Quiero que recapacites sobre lo que has hecho durante todo este verano. Estarás lejos de tus amigos y harás algo productivo.

—¿En qué lugar iré a trabajar como elfo domestico, padre? —el chico había masticado cada una de las palabras con odio y rabia.

El hombre frunció el ceño y hecho el aire por la nariz. Se levantó de su asiento y colocó sus brazos tras su espalda. —¿Trabajar? —exclamó en tono de burla.

James entrecerró sus ojos concentrando toda su ira contra su padre.

—Eso es para los de clase baja, James. Tú no necesitas trabajar, ni te serviría de ayuda.

¡Oh que alivio! No iba a trabajar como esclavo, ni el salario que ganara se lo quedaría su padre para aumentar la fortuna de la familia. ¡Eso era un tremendo alivio! Sin duda alguna el viejo había preparado algo mucho peor.

—Si te pusiera a trabajar, de alguna forma te las arreglarías para agradarle a las personas de tu alrededor, y pronto el lugar de trabajo se volvería para ti una fiesta. Eso sería tonto de mi parte, además Sirius suplicaría para ir contigo y eso no podría permitirlo.

Si piensas que Sirius me dejará solo a donde se te ocurra mandarme:¡estás demente! —pensó el joven con malicia.

—Además el trabajo tendría que estar cerca para que pudiera controlarte, y eso significaría que estarías demasiado cerca de todas esas inútiles amistades que tienes.

Inútil, era discurso que él estaba dando este momento. Ya hallaría la forma de devolverle el golpe.

—De ninguna forma irás a trabajar, además trabajar en verano es lo que normalmente hacen los estudiantes. Eso no es castigo puedes verlo como; forma de entretenimiento. —James alzó una ceja, se preguntaba si los demás estudiantes opinaban lo mismo mientras observaba el vuelo de un pájaro—. El punto es que no trabajarás. Harás algo mejor. —James volvió la vista hacia su padre—. Estudiaras todo el verano.

James frunció el ceño ¿estudiar? . ¡Durante todas las vacaciones de verano, iba a estudiar, como vulgar estudiante burro!

—Y me aseguré de que no es ninguna de las materias en las que sobresales. —¡Estudiar en verano! Cuando el mar llamaba a los estudiantes, el viento acunaba a los ociosos y las estrellas iluminaban a los gamberros, él iba a ¡Estudiar! —. Irás a Bowsden y tomarás asignaturas muggles.

James se sintió caer en un abismo. ¡Estudios muggles es lo que peor se le daba! No sabía distinguir un feletono del televitor. ¿Estudiar? . ¡Estudiar era la única cosa que Sirius detestaba hacer...ó intentar hacer! Su padre se había ideado una buena.

El hombre observó el semblante de su vástago; desesperanza, James sabía que iba a estar completamente solo ésta vez. Sonrió para sus adentros e infló el pecho con orgullo, era tiempo de que su hijo aprendiera una muy buena lección.

—Tienes dos horas para hacer una maleta decentemente —anunció su padre.

—¿Qué?

—Irás a Bowsden en dos horas.

James se levantó del sofá. —Pero yo le prometí a...

—Es mi última palabra, James. Dos horas. Y por cierto, la varita se queda aquí.

—¡No! Todo mago tienes derecho a...

—Irás a un pueblo tranquilo, donde nunca sucede nada y no necesitas de una varita para sobrevivir. Todo será al estilo muggle. —James dio un paso hacia adelante—. Y no me hagas decir otra cosa más, o haré que tus próximas vacaciones de invierno y pascua las paces en el mismo lugar.

James apretó los puños fuertemente, así como la mandíbula. ¡Era injusto! Él no tenía porque pasar las vacaciones de verano antes de su último curso en Hogwarts, en un remoto y aburrido pueblo. Él no había hecho nada, era inocente.

Salió del lugar dando largas y pesadas zancadas, se pasó una mano por el cabello y se cruzó de brazos. Tenía que pensar en una rápida y fácil escapatoria, tenía que haber una forma de evadir el horrible castigo.

Entró en su habitación dando un portazo.

—¿Qué sucede, hermano?

James alzó la vista, para ubicar a su interlocutor.

—¿Está todo bien, James?

El joven anduvo por el cuarto meditando velozmente todas sus posibles opciones. Si iba a huir, tenía que ser ahora, pero ¿A dónde ir? Los brazos de su padre eran demasiado largos y le encontraría con facilidad, eso le traería solamente más problemas y castigos. Además tendría que huir durante tres meses y luego subir a bordo del expreso de Hogwarts ¿y luego? No, no huir en ese momento, no era una buena idea.

—¡James!

El chico se detuvo. Su hermano le miraba fijamente y tenía posada sus manos sobre sus hombros.

—¿Qué sucede?

James se encogió de hombros y se deshizo de las manos del joven.

—¿Discutieron tu padre y tú otra vez?

James asintió y se acomodó los lentes con el dedo medió de su mano izquierda.

—Me ha castigado, Sirius.

Sirius silbó prolongadamente y cruzó colocó sus manos en la nuca. —¿Qué hiciste ésta vez, pequeño Jimmy?

James aventó a Sirius visiblemente molesto. —Es por lo de...eso que tú sabes.

Sirius bajó los brazos y su semblante risueño desapareció.

—¿Ha sido muy duro?

James resopló y se tiró sobre el sofá de la sala de estar de sus aposentos. —Va a enviarme a un pueblo a estudiar.

—¿A estudiar? —inquirió Sirius desconcertado.

—Estudios muggles, Sirius.

Sirius sonrió ampliamente. —¡Hadas locas, James¿Tú, estudios muggles? —Silbó otra vez—. Es el castigo más ingenioso que le he conocido.

—¡Todo el maldito verano, Sirius! —gritó James furioso—. Sin varita.

Sirius abrió los ojos como platos y se llevó una mano a la boca. —¡Pero no puede hacer eso, James! Estamos en guerra y él lo sabe.

—Bueno de acuerdo a su pensamiento, el pueblo al que me envía es pacífico y sin alteración alguna. ¡Puedes creerlo! —bramó levantándose y dando punta pies al aire.

—Sinceramente...no. James suena muy descabellado.

—¡Pues no lo es! Ahí pasaré mis vacaciones —afirmó—. ¡Sirius no lo voy a soportar!

—Calma, James, quizás si voy y...

—¡No, no empeores las cosas Sirius! Está decidido a hacerlo.

Sirius se rascó la cabeza y suspiró. —James, lo de...no fue tu culpa. Mira yo...

—¡Sirius, no puedes decirle la verdad a mi padre! —gritó James atemorizado—. Estaré bien.

—¿Irás, no te opondrás?

—¿Y adonde podría ir, Sirius? A la casa de los gritos ¡por favor! —ironizó el joven.

Sirius se encogió de hombros y colocó una de sus manos en la barbilla. James sabía que su hermano pensaba velozmente, pero no había esperanza alguna.

—Mira, Sirius sino voy a éste...pueblo, tendría que escapar a un lugar, muy, muy lejano y luego tendría que regresar a enfrentar a mi padre. No tiene caso huir y luego regresar para encontrar un problema mayor. Es mejor dejarlo así.

Sirius miró a James sintiendo enteramente culpable, no era justo.

—Iremos los dos, James —dijo Sirius firmemente—. Tú no estuviste solo...en, bueno ya sabes. Yo también iré.

James negó con la cabeza. —Está decidido a enviarme solo, Sirius. ¿Sabes porque desechó la idea de un trabajo como castigo? —Sirius alzó la vista—. ¡Porque tú querrías ir y yo me las arreglaría para hacer del trabajo una fiesta! Y vaya que tenía razón el condenado, pero...ésta vez se ha asegurado de que solo vaya yo.

—Iré a hablar con tu padre, ambos merecemos el mismo castigo.

James suspiró y exhaló lentamente. —Haré la maleta.

—Tenemos tiempo, James.

—En dos horas iré al condenado lugar.

—¡.¿Qué?.!

—Ya lo tenía todo planeado ¡Ni siquiera es el primer día de vacaciones!

Sirius se arregló la túnica y avanzó hacia la puerta.

—¿Cuál es el nombre del lugar?

James parpadeó ligeramente. ¿El nombre del pueblo? Su padre se lo había dado, Btown, Boston, Brig...no lo recordaba. —No lo sé, pero no es nada conocido.

Sirius asintió y salió, no dejaría que James fuera solo a aquel lóbrego lugar.

&-&-&

Sólo lo necesario para tres semanas, las demás mudas llegarían mañana. Los objetos personales como cepillo de dientes y desodorante iban en una maleta más pequeña. Abrigos e impermeables se encontraban en abundancia, al parecer el lugar a donde iba era bastante frio y lluvioso.

Su padre le escrutó detenidamente. El joven se había colocado correctamente la ropa muggle a pesar de ser la primera vez en toda su vida que ponía ropas como aquellas. James se sentía algo raro con los pantalones de mezclilla, la camisa beige, el suéter rojo y los tenis deportivos.

—Estudia y reflexiona —fue la fría despedida que le dirigió su padre.

—Sí, haz algo de provecho, no pierdas el tiempo. —James miró a la mujer con despreció, le odiaba, la odiaba más que a Severus Snape. De momento ignoró su delgada figura, sus rizos castaños claros y sus ojos azules.

Sirius se encontraba en silencio, en sus ojos se reflejaban la tristeza y la aflicción. James intentó sonreírle, pero la sonrisa le flaqueó. Su hermano murmuró una palabra que no alcanzó a comprender, y después dijo.

—Nos veremos pronto, James —al tiempo que le guiñaba un ojo.

Esta vez James sonrió con autenticidad, Sirius ya tenía una pista del lugar a donde enviaban, quizás en tres días Sirius iba a reunirse con él. El joven sintió menos desamparo y se suavizó su enojo.

—Hasta luego.

El joven se metió en la chimenea, agarró fuertemente las maletas y dejó de respirar cuando su padre lanzó los polvos flu y dijo un nombre que él no alcanzó a comprender.

Se encontraba en el suelo, al menos eso le decía su vista. Uno se puede descontrolar la primera vez que viaja por la red flu, pero viajar por red flu desde que aprendiste a andar y ahora caerse y torcerse el tobillo. ¡Ya era demasiado! Sin duda aquello era un mal augurio. Se levantó lo mejor que pudo y comprobó que además de aquella molesta sensación punzante en su tobillo izquierdo, todo estaba en orden.

Se quitó el polvo de la ropa y se despeinó el cabello. Silencio, el lugar estaba en completo silencio. Ni siquiera el soplar del viento veraniego se escuchaba. ¿Acaso no había nadie para darle la bienvenida? . ¿Dónde estaba todo el mundo? . ¿Habría salido en la chimenea errónea? . ¿Su padre se había equivocado? . ¡Esperaba que así fuera!

El chico observó detenidamente el lugar. Se encontraba en la sala de estar, eso era obvio, pues los cuatro grandes y mullidos sillones forrados con fundas de un tenue violeta con adornos en azul claro y azul marino, con sus respectivos cojines así lo pronosticaban. Además estaba esa tosca rustica mesa de centro, decorada con una extraña figura de un hombre con una cosa rara sobre el cuerpo, que cabalgaba sobre un flaco caballo; en una mano sostenía una gran lanza y con la otra sostenía las riendas del caballo y el escudo, tras él un hombrecito bajo y rechoncho le seguía sin muchas ganas montado en una mula.

El piso estaba cubierto por una gran alfombra azul-violeta, con extraños grabados. En las mesas solitarias había otras extrañas esculturas de ángeles tristes de color caoba, que finalizaban en raros sombreritos de cristal. Sobre la chimenea estaba colgado un pedazo de tela azul marino que hacía resaltar las finas figurillas de porcelana que estaban colocadas sobre ella. Ni una sola fotografía se encontraba por ahí. Las grandes cortinas empolvadas se encontraban corridas, sostenidas por grandes listones adornados con un descolorido encaje. Pese a que el lugar tenía grandes ventanales, la luz y el paisaje se veían obstaculizados por una fina tela traslúcida de color desconocido, quizás azul, quizás gris, quizás violeta.

El lugar no era muy cálido, ni tampoco muy acogedor, pero tampoco era frío y desesperanzador. No podía decir que le agradaba, pero la solemnidad que había en aquel lugar le incomoda y hasta le daba tristeza.

Se metió las manos a los bolsillos para evitar comenzar a tocar los adornos colgados en las paredes que consistían en máscaras rebuscadas de color a juego con el lugar, y cuadros de paisajes campestres. Miró la tentadora puerta cerrada, pero dio media vuelta y anduvo hacía el otro extremo del salón en donde había otra puerta, sólo que esta sí estaba abierta.

Una puerta se abrió y se cerró en algún lugar de aquella solitaria casa haciendo tintinear unas campanillas. Alguien andaba por la casa sin mucha prisa, sus pasos eran cortos, lentos y sin mucha precisión, pues apenas si se oía el toque del talón y la punta del pie con el suelo. James torció los labios al escuchar el inconfundible frufrú de una falda. Esperaba que su profesora no fuera una anciana con demasiadas arrugas para contarlas, con lentes tan grandes como su cara y un carácter terriblemente agrio.

Ella subió por las viejas escaleras, James podía saber exactamente en donde estaba ella, por el sonido que hacía la vieja madera al crujir bajó el peso de ella. Debía de pesar horrores para que la madera hiciera semejante escándalo, aunque su andar pese a que era lento, no era acompañado de jadeos de cansancio; muy gorda no debía ser entonces. Anduvo por la planta alta abriendo puertas y jalando muebles; tan vieja tampoco podía ser, si aún le quedaban fuerzas para cargar muebles.

Perdió la noción del tiempo escuchándola ir y venir, abrir y cerrar puertas. Se preguntó si era hora de avisarle de que él ya había llegado. Si se movía tan libremente por la casa, era porque era la dueña ¿no? Quizás fuera una ladrona o una mortífaga, pero una ladrona iría con ropa más cómoda y no una falda. James suspiró y movió las manos dentro de sus bolsillos. Por mucho que él lo quisiera, no iba a evitar o retrasar por mucho tiempo el inevitable encuentro. Si iba a tener que enfrentarse a una senil histérica, debía de hacerlo ahora.

James avanzó unos cuantos pasos para ir en busca de la escalera, cuando ella se movió nuevamente bajando por las escaleras. Estaba de nuevo en la planta baja, el joven la buscó desde el umbral de la sala de estar. Más madera y muebles rústicos era todo lo que se veía. Se llevó una mano al pelo y luego se estiró.

El sonido de algo cayendo al suelo y rompiéndose le sobresaltó. Una de las máscaras de la pared había caído al suelo, debió tirarla sin querer al estirar los brazos. No era muy bueno iniciar una relación rompiendo las pertenencias de alguien. ¡Si tan sólo tuviera su varita!

Una puerta a sus espaldas se abrió. James cerró los ojos y suspiró, pedir perdón era su única opción.

—¿Quién eres tú?

No era una anciana, tampoco era gorda; pero si parecía bastante agria.

—Lo lamento, no era mi intensión —se disculpó lo más sinceramente que pudo.

No desapareció ni la rigidez de los labios de la mujer, ni se relajaron las arrugas que surcaban la frente, sus cejas no se dulcificaron y tampoco descruzó los brazos.

—¿Quién eres y qué haces aquí?

James frunció el ceño, se cruzó de brazos y cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra balanceando su cadera.

—¿Eres la dueña de éste lugar? —preguntó con un deje de insolencia.

La nariz de ella se frunció un poco, dándole un aspecto mucho más severo al anterior. Le escrutó con su mirada y observó con desprecio sus ropas.

No se agradaban ni un poquito.

La vista de ella vagó por el lugar lentamente. Las arrugas de su frente comenzaron a desaparecer, así como sus brazos se relajaron.

—Debes ser el hijo del señor Potter —dijo para romper la tensión.

Aquello le enervó, no quería saber nada sobre su familia en ése momento.

—Mi nombre es James —imperó.

Ella asintió. —Lamentó el trato rudo, joven Potter. —James —le corrigió bruscamente.

Ella alzó la ceja derecha por unos segundos, descruzó los brazos y avanzó hacia él lentamente.

—Mucho gusto en conocerlo joven Potter. —Él bufó audiblemente—. Yo soy la señorita Evans —dijo estirando el brazo derecho y ofreciéndole la mano.

Esta vez fue él quien alzó una ceja. Había dicho claramente: James. ¡.¿Porque volvía a llamarlo por su apellido?.! No, ella no le caía nada bien.

—Mi nombre es, James —dijo el joven nuevamente.

Ella frunció los labios un poco. —Tome asiento por favor.

Aquella ignorancia por su deseo de ser llamado por su nombre le estaba sacando de quicio. Ella se sentó en uno de los mullidos y viejos sofás violetas, esperando a que él hiciera lo mismo. James le miró con despreció, meneó la cabeza y bastante molesto tomó asiento.

No dejaba de observarlo con los ojos entrecerrados, como si tuviera pus en la cara o algo similar.

—Veo que su padre no le explicó nada ¿verdad?

¡Y que iba a explicarle el viejo! Lo hecho de la casa en un dos por tres.

—Yo seré su profesora por los próximos tres meses, joven Potter.

"Yo digo: salta, y tú dices¿qué tan alto?" ¡Ni soñarlo! Ella acababa de firmar su sentencia de muerte. No eran compatibles, no se habían caído bien desde el principio y ambos vivirían un infierno. ¡Pues él haría la vida de ella eso y mucho más! Su padre había cometido el error más grande de toda su existencia.

Ella se levantó y alzó su faz altivamente.

—Ya que lo prefiere, dejare muy en claro las reglas de éste lugar. —James le miró intensamente. Reglas. ¡Él no seguía ninguna regla! Él existía para romper las reglas—. El desayuno se sirve a las ocho en punto de la mañana. La comida a las dos y la cena se sirve a las siete. Las luces se apagan a las diez. —Era mucho más baja que él, aún en sus dieciséis casi diecisiete años de edad, él le sacaba una cabeza de ventaja—. Si vas a salir a dar un paseo deberás avisarme y no podrás llegar después de las diez de la noche. No tomarás bebidas alcohólicas, ni consumirás nada extraño. —Su pelo era rojo, aunque no sabía si era rojo tinte o rojo natural, pues ése moño extremadamente apretado en el que estaba agarrado todo su cabello, no dejaba saberlo. —Estudiarás de lunes a sábado. Las clases comenzarán a las nueve de la mañana y terminaran dependiendo de las materias que te toquen. El domingo aprenderás a relacionarte con los artefactos muggles, aunque en realidad todo el tiempo estarás en contacto en ellos. —Su figura era imprecisa. Era delgada, pues las ropas no denotaban gran volumen, pero que componentes exactamente había debajo de aquellas ropas estrictas y pasadas de moda; no lo sabía. Sus zapatos negros eran bajos, portaba una falda lisa de corte recto, color gris claro, hasta los tobillos. La blusa blanca de lino era cerrada hasta el cuello, y de mangas largas cerradas en los puños. Soltera, histérica aburrida, proclamaba su aspecto a gritos—. El señor Potter deseaba que aprendieras toda la parte social del mundo muggle. Claro que aprender eso en tres meses es imposible, pero estudiaremos lo más básico. En tu cuarto encontrarás los libros de las materias que llevarás. —Su edad, eso era todo un reto. Vieja, ella era muy vieja, al menos así lo decía su personalidad, ningún joven se pondría esas raras ropas. Sin embargo en su cara no había signo alguno de arrugas, su piel era liza, blanca con diminutas pecas. Haciendo un tanteo debía tener alrededor de cuarenta y cinco o treinta y cinco. Quizás era una vieja amargada de sesenta años que era una metamorfamaga y por eso se veía tan joven. Era lo más viable—. Vamos a tu cuarto, para que vayas familiarizando con el lugar.

Ella salió del lugar, por la puerta que estaba abierta. James avanzó tras ella cargando sus maletas. El pasillo que conectaba con la puerta abierta de ése lugar, iniciaba con una pared y terminaba con una puerta. Había ahí dos puertas más, una que estaba de lado izquierdo de la puerta por donde había salido y la otra se encontraba a la mitad del otro lado. Pegada a la pared de lado derecho había una mesa de madera con figuritas encima y una lámpara. Arriba de ésta, un cuadro de una mujer colgaba de la pared. En realidad las paredes estaban adornadas con diversos cuadros. Sólo en la esquina una gran cosa rara que parecía una especie de antorcha era el único adorno diferente.

—Éste será el salón de estudios, aquí tomarás clases —señaló la mujer la puerta contigua del mismo lado. James echó un vistazo rápido al lugar; estantes, muchos estantes llenos de libros y dos escritorios.

Ella ya había llegado al final del pasillo y hablaba sobre algo, él no tenía idea de qué pero le siguió el paso. Dieron vuelta a la izquierda. La escalera que subía al segundo piso era precedida por un sillón de madera con cojines azules, sobre este se encontraba un paraguas y alguna prenda. Al fondo se veía la puerta principal, de madera y un vitral ovalado de colores. Entre la escalera y la puerta principal había una alfombra de damasco, en el techo colgaba una extraña cosa circular con muchos cristales que pendían de la extraña estructura.

Subió rápidamente por la escalera. Él se quedó abajo cerrando los ojos y haciendo muecas de desagrado por el constante rechinido de la vieja madera.

—Si te molesta la silenciare —le dijo ella quien le esperaba en el descanso—. Pero es un buen detector de merodeadores nocturnos.

¡Zorra!

Él le dirigió una mirada llena de malicia y subió lentamente por el lugar. Bajo su peso las escaleras sonaban a estar a punto de caerse. Definitivamente, ella gorda no era. Los ojos verdes lo examinaron una vez más y cuando su curiosidad fue saciada, giró velozmente y terminó de subir por las escaleras.

El piso de arriba no era muy diferente al de abajo, viejo con olor a madera húmeda y todo adornado con cuadros y chucherías de colores azul claro, violeta o gris. Su cuarto era el segundo. Ella murmuró que el suyo se encontraba hasta el final del pasillo. Aunque James estuvo seguro de que quiso añadir: "pero ni te atrevas a acercarte."

—Debes ser pequeño para ti, pero vienes a estudiar y aquí tendrás todo el espacio necesario.

Su baño privado era más grande que este diminuto cuarto. Sólo contaba con una cama individual, una cómoda, dos mesas pequeñas a cada lado de la cama, un pequeño escritorio y un pequeño balcón.

—De este lado está el baño. Tras esta puerta está el closet y es lo más indispensable.

¿Lo más indispensable? Era lo más mezquino.

—¿Reconoces esto? —señaló un palo extraño coronado con un sombrerito azul—. Por tu expresión deduzco que no, se llama lámpara y los muggles la usamos para alumbrarnos en la oscuridad. —Tiró de una cadenita que colgaba de la lámpara y la cosa emitió una luz que se confundía con la luz del sol—. Úsala sólo de noche.

No le gustaba ella, no le gustaba aquel lugar, no le gustaba su nueva celda.

—Aquí están tus libros. —Señaló una pila de gruesos libros que estaban sobre la cama—. Te dejaré para que te pongas cómodo.

Frunció el ceño ¿ponerse cómodo en un huevito como aquel? . ¡Jamás!

Ella pasó de él sin más.

—Por cierto, este de aquí —dijo señalando una cosita del tamaño de su pulgar y que era más alta de un lado que del otro—. Se llama apagador de luz. Prenden y apagan la luz de las lámparas del techo.

Esta vez las botellitas redondas del techo fueron las que emitieron luz.

—Estás se usan cuando necesitas mucha luz. La que está sobre la mesa generalmente se usa para leer en la cama ó para hacer cosas que no requieren mucha luz. —Si quería que le contestará, podía esperara hasta que el infierno se congelase.

Su cerebro maquinaba velozmente todas las maldades que estaba a punto de cometer. Ella era una frígida amante de las reglas, megalómana mandona y no hay cosa más desesperante para una mujer como aquella, que sus palabras no sean escuchadas. Cada cosa que ella había dicho, era la pauta para hacer todo lo contrario.

—¿Tienes alguna pregunta?

—¿Hace cuanto que no tiene sexo?

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

Las confesiones de Kirsche:

¡Hola! Y vuelvo a la carga con una nueva y extraña historia, que espero les agrade y la disfruten tanto o más que yo :P. Esperando sus comentarios:

Kirsche Himitsu Fyrof.