CONTRA TODAS LAS REGLAS


Summary: Edward Cullen es el capataz del rancho que Isabella Swan heredó siendo una adolescente. Bella escapó del rancho hace años, después de un apasionado encuentro con Edwad. Él ha estado obsesionado por los recuerdos de su breve romance y cuando Bella vuelve finalmente al rancho, después de la muerte de su marido, Edward está decidido a que sea suya y no va a aceptar un no como respuesta. Pero Bella sabe que esta vez las apuestas están más altas, y las dudas asaltan su corazón, corazón que, finalmente comprende, siempre ha sido de Edward"

Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, Contra Todas las Reglas es propiedad de Howard Linda. Sólo la adaptación me pertenece.


Capitulo 1

Obligada a Volver


Isabella dejó caer cansadamente a sus pies su bolsa de viaje y miró a su alrededor en la terminal aérea buscando alguna cara familiar, cualquier cara familiar. El aeropuerto Intercontinental de Houston estaba atestado de viajeros debido a las vacaciones del largo fin de semana del Día de los Difuntos, y después de ser empujada hacia delante y hacia atrás por la gente que se apresuraba para coger y enlazar sus vuelos, Bella se apartó de la muchedumbre apoyándose al lado de una escalera y usando el pie para empujar la bolsa de viaje. Su vuelo no se había adelantado, entonces… ¿por qué no había nadie esperándola? Ésta era su primera visita a casa desde hacía tres años, seguramente Sue hubiera podido...

-Bells.

El irritante pensamiento no llegó a acabar; fue interrumpido por un ronco gruñido en su oído y dos duras manos le ciñeron la estrecha cintura, girándola y acercándola a un delgado cuerpo masculino. Tuvo una visión alarmada y fugaz de unos ojos verdes profundos e ilegibles antes de ser cubiertos por párpados que se entrecerraban y por largas pestañas; y entonces estuvo demasiado cerca, y sus labios, ligeramente abiertos por la sorpresa quedaron atrapados por el calor de su boca. Dos segundos, tres... el beso que siguió durante mucho tiempo, se hizo más profundo, su lengua moviéndose sensualmente para tomar posesión. Un instante antes de que ella se recuperara lo suficiente para protestar, la liberó del beso y dio un paso atrás.

-¡No deberías hacer eso! -dijo ella bruscamente. Sus pálidas mejillas se sonrojaron cuando se dio cuenta de que varias personas los miraban y sonreían ampliamente.

Edward Cullen echó hacia atrás su maltratado sombrero negro y la observó con divertida tranquilidad, el mismo tipo de expresión con que la miraba cuando era una torpe niña de doce años, todo brazos y piernas.

-Pensé que los dos disfrutaríamos de ello -dijo arrastrando las palabras e inclinándose para recoger su bolsa-. ¿Eso es todo?

-No -contestó ella mirándolo furiosa.

-Me lo imaginaba.

Se giró y fue hacia la recogida de equipaje, y Bella lo siguió echando humo, pero decidida a no dejar que se diera cuenta. Ahora tenía veinticinco años, no era una asustada niña de diecisiete; no dejaría que la intimidara. Ella era su patrón. Él sólo era el capataz del rancho, no el diablo omnipotente que su imaginación adolescente había dibujado. Puede que todavía tuviera a Sue y a Leah bajo su hechizo, pero Sue ya no era su guardiana y no podía hacer que la obedeciera. Isabella se preguntó con furia muy bien disimulada si Sue había enviado a Edward a buscarla deliberadamente, sabiendo lo mucho que ella lo odiaba.

Inconscientemente, observando su delgado cuerpo cuando se estiró y recogió la única maleta que llevaba su nombre, Bella olvidó el resto de violentos pensamientos que inundaban su mente. La imagen de Edward siempre había tenido en ella el mismo efecto, la hacía perder el control y hacer cosas que nunca habría hecho excepto en el calor de la pasión. Le odio, pensó, susurrando las palabras en su interior, pero aún así sus ojos se movieron por la anchura de sus hombros bajando por sus largas y poderosa piernas, tal como las recordaba.

Llevó la maleta hasta donde ella estaba esperando y una ceja negra se arqueó de manera inquisidora. Como la actitud de ella le había hecho creer que llevaba algo más que una maleta, él dijo gruñendo:

-No piensas hacer una visita larga, ¿eh?

-No -contestó, manteniendo la voz inexpresiva. Nunca se había quedado mucho tiempo en el rancho, no después del verano en que tenía diecisiete años.

-Pues ya es hora de que decidas regresar a casa, para siempre.

-No veo ninguna razón para hacerlo.

Sus ojos oscuros destellaron cuando la miraron por debajo del sombrero, pero no dijo nada, y cuando se giró y empezó a caminar entre la muchedumbre, Bella le siguió también sin decir nada. A veces pensaba que la comunicación entre ella y Edward era imposible, pero otras veces le parecía que no eran necesarias las palabras. No le entendía, pero lo conocía, conocía su orgullo, su dureza, su maldito y oscuro temperamento que no era menos espantoso aunque lo tuviera bajo control. Había crecido sabiendo que Edward Cullen era un hombre peligroso; sus años formativos habían sido dominados por él.

La guió fuera de la terminal aérea, a través del área donde aguardaba el avión privado. Sus largas piernas se tragaban la distancia sin esfuerzo; pero Bella no fue capaz de seguir sus zancadas y se negó a trotar detrás de él como un perro con una correa. Mantuvo su paso, manteniéndolo a la vista, y por fin él se detuvo al lado de un Cessna bimotor azul y blanco, abrió la puerta del compartimiento de cargamento y puso sus bolsas dentro, después volvió la vista hacia ella.

-Date prisa -la llamó, en vista de que todavía estaba a cierta distancia.

Ella lo ignoró. Él puso las manos en las caderas y la esperó, sus pies separados de una manera arrogante que era natural en él. Cuando llegó, no dijo ni una palabra; simplemente abrió la puerta, se giró, la cogió por la cintura y la metió con facilidad en el avión. Ella se colocó en el asiento del copiloto y Edward en el del piloto cerrando la puerta y lanzando el sombrero en el asiento que había detrás de él. Se pasó los dedos por el pelo antes de coger los cascos. Bella lo observó sin expresión en la cara, pero no podía evitar recordar la vitalidad de aquel espeso cabello bronce, el modo en que se había ensortijado entre los dedos de ella...

Se giró hacia ella y la atrapó mirándolo. No apartó la vista con culpabilidad, le sostuvo la mirada, sabiendo que la calmada inexpresividad de su cara no dejaba translucir nada.

-¿Te gusta lo que ves? -se burló él suavemente, dejando que los cascos colgaran de sus dedos.

-¿Por qué te ha enviado Sue? -preguntó ella con determinación, sin hacer caso a su pregunta y atacando con una propia.

-Sue no me ha enviado. Parece que lo has olvidado; yo controlo el rancho, no Sue -sus ojos oscuros descansaron en ella, esperando que se enfureciera y gritara que era ella la que poseía el rancho y no él, pero Isabella había aprendido muy bien a ocultar sus pensamientos. Mantuvo la cara inexpresiva y la mirada firme.

-Exactamente. Se supone que estás demasiado ocupado para perder el tiempo viniendo a buscarme.

-Quería hablar contigo antes de que llegaras al rancho. Ésta parecía una oportunidad perfecta.

-Entonces habla.

-Primero despeguemos.

Volar en un avión pequeño no era algo nuevo para ella. Estaba acostumbrada a volar desde que nació, ya que un avión era considerado esencial para un ranchero. Se echó hacia atrás en su asiento y estiró los músculos tensos y doloridos por el largo vuelo desde Chicago. Los enormes aviones a reacción rugían cuando aterrizaban o despegaban, pero Edward estaba tranquilo cuando habló con la torre para pedir permiso para despegar. En unos minutos se elevaron y se dirigieron hacia el oeste, Houston que brillaba tenuemente bajo el calor primaveral quedó al sur. La tierra bajo ellos tenía el rico matiz verde de la hierba recién salida, y Bella la bebió con la vista. Siempre que llegaba para una visita tenía que obligarse a irse y eso siempre le dejaba un dolor que duraba meses, como si algo vital se hubiera rasgado dentro de ella. Le gustaba esta tierra, le gustaba el rancho, pero había sobrevivido estos años gracias a su exilio auto impuesto.

-Habla -dijo al poco tiempo, intentando contener los recuerdos.

-Quiero que esta vez te quedes -dijo él, y Bella sintió como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago.

¿Quedarse? ¿No sabía él mejor que nadie, que para ella era imposible quedarse? Le echó una rápida mirada de reojo y lo encontró con el ceño fruncido mirando atentamente el horizonte. Durante unos momentos sus ojos se demoraron sobre el fuerte perfil antes de que volviera de nuevo la vista al frente.

-¿No vas a decir nada? -preguntó él.

-Es imposible.

-¿Lo es? ¿Ni siquiera vas a preguntarme por qué?

-¿Me gustará la respuesta?

-No -se encogió de hombros-, pero no vas a poder evitarla.

-Pues dímela.

-Se trata otra vez de Leah; bebe mucho y pierde el control. Ha estado haciendo cosas descabelladas, y la gente habla.

-Ya es una mujer adulta. No puedo controlarla -dijo Bella fríamente, sin embargo la puso furiosa el pensar que Leah arrastraba el nombre Swan por la suciedad.

-Pues yo creo que tú si puedes. Sue no puede, pero los dos sabemos que Sue no tiene mucho instinto maternal. Por otra parte, desde tu último cumpleaños, tú controlas el rancho, lo que hace que Leah dependa de ti -giró la cabeza para inmovilizarla en el asiento con sus ojos oscuros de halcón-. Sé que no te gusta, pero es tu hermanastra y vuelve a usar el nombre Swan.

-¿Otra vez? -soltó Isabella-. Después de dos divorcios, ¿por qué se molesta en cambiar de nombre? -Edward tenía razón: no le gustaba Leah, nunca le había gustado. Su hermanastra, dos años mayor, tenía el temperamento de un demonio de tasmania. Luego le dirigió una mirada burlona-. Me has dicho que controlas el rancho.

-Y lo hago -contestó él tan suavemente que el pelo de la nuca se le erizó-. Pero no lo poseo. El rancho es tu casa, Bells. Ya es hora de que asumas este hecho.

-No me sermonees, Edward Cullen. Mi casa ahora está en Chicago.

-Tu marido está muerto -la interrumpió brutalmente-. No hay nada allí para ti y lo sabes. ¿Qué es lo que tienes? ¿Un apartamento vacío y un trabajo aburrido?

-Me gusta mi trabajo. Además no tengo por qué trabajar.

-Sí que tienes, porque te volverías loca sentándote en una casa vacía sin nada que hacer. Aunque tu marido te dejó algo de dinero, se acabará en unos cinco años, y no dejaré que dejes el rancho seco para financiar ese lugar.

-¡Es mi rancho! -indicó ella al momento.

-También era de tu padre y él lo amaba. Por él no te dejaré que lo arruines.

Bella levantó la barbilla, luchando por mantener la calma. Eso había sido un golpe bajo y él lo sabía.

La echó una mirada otra vez y continuó:

-La situación con Leah empeora. No puedo manejarla y hacer también mi trabajo. Necesito ayuda, Cat, y tú eres la solución más lógica.

-No puedo quedarme -dijo ella, pero por una vez la incertidumbre era evidente en su voz. Le tenía aversión a Leah, pero, por otra parte, no la odiaba. Leah era un dolor y un problema, pero hubo veces, cuando eran más jóvenes que habían reído juntas tontamente como adolescentes normales. Y como Edward había advertido, Leah usaba el nombre de Swan, que había tomado como propio cuando el padre de Bella se había casado con Sue, aunque nunca había sido legalizado.

-Intentaré conseguir un permiso -se oyó decir Bella, y como una tardía auto defensa añadió-. Pero no será permanente. Ahora estoy acostumbrada a la vida en una gran ciudad y disfruto de las cosas que no se pueden encontrar en un rancho -y realmente era verdad; disfrutaba de las continuas actividades de una gran ciudad, pero las dejaría sin un sólo lamento si pensara que pudiera tener una vida pacífica en el rancho.

-Te solía gustar el rancho -dijo él.

-Era a lo que estaba acostumbrada.

Él no dijo nada más, y después de un momento Bella apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Reconoció que tenía plena confianza en las capacidades de Edward como piloto, y el conocimiento era amargo pero ineludible. Confiaría en él con su vida, pero nada más.