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Un día al Sol

Estaba siendo un día especialmente caluroso en Privet Drive. La hierba del jardín pinchaba al tacto y los pájaros encerrados en la gran caseta de madera que era su pajarera piaban raramente, como si el calor los hubiese agotado, a pesar de que estaban a la sombra.

Vega Black estaba tumbada larga sobre el césped, absorbiendo vitamina B, con los ojos cerrados y su largo pelo negro desparramado alrededor de su cabeza. De pronto oyó pasos que se acercaban a través de la puerta corredera que daba al jardín y se apresuró en incorporarse y fingir que hacía algo productivo. Pero el tono exasperado de su madre al encontrársela de rodillas en el césped le indicó que había fallado estrepitosamente.

—Vega… ¿Has terminado ya de limpiar la caseta de los pájaros? ¿Y de darle de comer a Devon? Mira que se pone muy pesado si no come a sus horas. Tienes muy mimada a tu lechuza…

La señora Marshall habría seguido durante un rato más si Vega no la hubiese interrumpido.

—Sí Janet, lo he hecho todo ¿Vas a tenerme esclavizada también el resto de la mañana o puedo irme ya?

La mujer se quedó en silencio y le lanzó una mirada inquisitiva con esos ojos oscuros que tan poco se parecían a los de Vega antes de darse la vuelta y volver a entrar en la casa. Y es que en realidad Janet Marshall no era la auténtica madre de Vega. Ella había sido adoptada por los Marshall cuando acababa de cumplir un año. Lo sabía desde hace bastante tiempo, era bastante obvio. Los Marshall eran bastante mayores como para tener una hija de once años, pues rondaban la sesentena los dos. Además del hecho de que los dos tenían el pelo muy rubio y los ojos oscuros. No hacía falta ser muy inteligente para descubrirlo.

Vega suspiró y volvió a sentarse sobre el césped con las piernas estiradas, volviendo a cerrar los ojos al Sol. No había querido ser tan ruda con Janet, pero últimamente la relación entre ellas se había enfriado bastante. Todo había empezado cuando Vega les había dicho que se le había roto el violín, instrumento que su madre adoraba con toda su alma. Habían tenido una discusión bastante acalorada sobre el tema.

—¡Era una reliquia familiar! —Le había gritado Janet—. ¿Cómo se te ocurrió llevarlo a aquella mazmorra? Es más ¿Cómo se os ocurrió meteros allí? ¡Podríais haber muerto!

—¡Y si no hubiésemos ido ahora mismo el mago más terrible de todos los tiempos habría resurgido! ¿Te crees que iba a dejar que Harry se enfrentase sólo a él?

—¿Y si Harry se tirase por un puente te tirabas tu detrás?

—¡No! ¡Le habría tirado tu violín, que seguro que le habría sido muy útil en el aterrizaje!

Vega chasqueó la lengua. Había sido una contestación bastante estúpida e impertinente. Su madre se había enfadado mucho y por primera vez la había castigado sin salir de casa. A pesar de todo, Vega no se arrepentía. No podía creerse la frivolidad que había demostrado Janet al preocuparse más por que se hubiese roto su violín favorito que por que hubiesen salvado al mundo mágico de una catástrofe inminente.

Y es que Vega Black no era una chica normal y corriente. Era una bruja, una bruja que acababa de terminar el primer curso en el Colegio Hogwarts de mágia y hechicería. El año anterior un hombre, que decía ser su padrino, Remus Lupin, se había presentado en su casa con la carta de Hogwarts.

Le había contado cosas increíbles, pero por las que Vega no se sorprendió mucho, pues ya sabía que había algo distinto en ella, que no era como las demás personas a su alrededor. Exceptuando quizás a Harry, su mejor amigo desde la infancia, con el que casi se había criado, y que había resultado ser también un mago. Y no cualquier mago.

A la edad de un año, Harry había sobrevivido milagrosamente a la maldición del hechicero tenebroso más importante de todos los tiempos, lord Voldemort, cuyo nombre muchos magos y brujas aún temían pronunciar. Los padres de Harry habían muerto en el ataque de Voldemort, pero Harry se había librado, quedándole como única marca, una cicatriz en forma de rayo. Por alguna razón desconocida, Voldemort había perdido sus poderes en el mismo instante en que había fracasado en su intento de matar a Harry.

De forma que Harry se había criado con sus tíos maternos en Privet Drive, y con su única amiga, Vega. Ella tampoco era una bruja cualquiera, sin embargo los motivos de su fama no eran ni de lejos tan alabables como los de su amigo. En realidad no es que ella fuera famosa, se trataba de su apellido. O más aún, de su padre: Sirius Black. Tristemente famoso por ser el criminal más peligroso del último siglo encerrado en Azkaban, la prisión de los magos.

Vega trataba siempre de fingir que aquello no le afectaba para nada. No solía hablar de ello con nadie, ni siquiera con sus amigos. Sin embargo sí que le importaba. Tenía más de lo que llegaría a tener jamás Harry, uno de sus padres seguía vivo al menos. Pero Vega no podría verle jamás, no podría hablarle, no podría preguntarle lo que tantos remordimientos le causaba, si realmente había sido él quien había asesinado a Marlenne, la madre de Vega.

Cuando estaba con sus amigos no le costaba nada fingir que todo aquello no le causaba ningún problema, pero cuando estaba sola se descubría a sí misma pensando en ello muy frecuentemente.

Vega sacudió la cabeza y se levantó. No quería pensar en ello así que lo mejor sería concentrarse en otras cosas. Asomó la cabeza por la puerta del jardín y vió a Janet, sentada delante de la máquina de coser, muy concentrada. Su padre adoptivo, Albert Marshall no estaba en casa. Últimamente pasaba mucho tiempo en la redacción del pequeño periódico del pueblo, del cual era el director, y sólo volvía a casa por las noches.

Vega decidió tentar a la suerte y se escabulló saltando la valla del jardín. Estaba harta de estar encerrada, y quería encontrarse con Harry, porque hoy era un día muy especial para él. Era su cumpleaños.

Sabía que el chico no lo estaría pasando muy bien. Los Dursley no solían acordarse nunca del cumpleaños de Harry, o si lo hacían, lo ignoraban completamente. Pero lo que más preocupaba a Vega era la ausencia de noticias que tanto el chico, como ella, esperaban de sus amigos Ron y Hermione. No habían recibido nada, ninguno de los dos. Ni una carta, ni un mensaje, ni siquiera algún regalo por el cumpleaños de Harry. Nada.

Eso tenía a los dos amigos bastante mosqueados. Después de todas las veces que Ron les había pedido que fueran a visitarle a su casa durante el curso, después de las efusivas despedidas de Hermione en la estación cuando habían regresado del colegio. De pronto, nada.

Ellos les habían escrito muchas veces, con Devon, pero todas las veces que la pequeña lechuza regresaba a casa de Vega, no traía nada. Harry estaba bastante triste, y Vega sabía que se sentía abandonado. Nunca habían tenido muchos amigos, ninguno de los dos. Siempre habían estado los dos solos, lo cual a Vega no le importaba mucho, pues tampoco tenía mucho interés en los demás chicos y chicas de su edad del pueblo. Sin embargo, en Hogwarts habían hecho muchos amigos. Aparte de Ron y Hermione estaban Neville Longbottom, un chaval de cara regordeta muy patoso, o los gemelos Weasley, hermanos mayores de Ron y con los que Vega se llevaba muy bien porque eran tan macarras como ella. Luego también estaban Dean Tomas y Seamus Finnigan, compañeros de dormitorio de Harry, con los que, si bien no iban mucho, parecían tolerar la presencia de Vega, lo que ya era mucho decir, pues en general los estudiantes de Hogwarts solían evitarla por la reputación de su apellido.

Vega se sonrió mientras cruzaba la calle con las manos en los bolsillos. Añoraba tanto Hogwarts que estar lejos de allí era como tener un dolor de estómago permanente. Añoraba el castillo, con sus pasadizos secretos y sus fantasmas; las clases (aunque quizá no a Snape, el profesor de Pociones); las lechuzas que llevaban el correo; los banquetes en el Gran Comedor; dormir en su cama con dosel en el dormitorio de la torre; visitar a Hagrid, el guardabosques, que vivía en una cabaña en las inmediaciones del bosque prohibido; y, sobre todo, añoraba el quidditch, el deporte más popular en el mundo mágico, que se jugaba con seis altos postes que hacían de porterías, cuatro balones voladores y catorce jugadores montados en escobas. Harry era el buscador de la casa Gryffindor, su "familia" en el Colegio, y Vega sentía mucha envidia de él. Le había encantado volar desde que tocó su primera escoba, y descubrir aquel deporte solo había aumentado sus ganas de practicarlo cuanto antes. Es más, en cuanto Vega volvió a casa en las vacaciones, se fue un fin de semana al callejón Diagon para comprarse una escoba para sí misma. Era una Nimbus 2000, igualita a la de su amigo Harry, con la cual esperaba poder presentarse a las pruebas para el equipo de Gryffindor aquel año ahora que iba a entrar en segundo curso. Había esperado poder practicar con Harry durante el verano, pero en cuanto el chico había llegado a casa, sus tíos le guardaron en un baúl bajo llave, en la alacena que había bajo la escalera, todos sus libros de hechizos, la varita mágica, las túnicas, el caldero y la Nimbus 2.000. ¿Qué les importaba a los Dursley si Harry perdía su puesto en el equipo de quidditch de Gryffindor por no haber practicado en todo el verano? ¿Qué más les daba a los Dursley si Harry volvía al colegio sin haber hecho los deberes? Los Dursley eran lo que los magos llamaban muggles, es decir, que no tenían ni una gota de sangre mágica en las venas, y para ellos tener un mago en la familia era algo completamente vergonzoso. Vega había ayudado a su amigo en el tema de los deberes, obligándose a sí misma a hacerlos rápido (siempre los solía hacer en el último momento) para poder dejárselos a Harry, pero aun así, la ayuda y la compañía de Vega ya no parecía bastarle al chico, que en aquellos momentos languidecía sentado en un banco del jardín trasero de los Dursley.

Parecía bastante de mal humor, pero Vega no se dejó intimidar. Saltó el seto bajo que separaba unos jardines de otros, vigilando porque no la viese nadie (los Dursley odiaban a Vega casi tanto como a su sobrino). Harry levantó la mirada y le hizo un gesto de saludo. El chico no se parecía en nada al resto de la familia. Vernon Dursley era corpulento, carecía de cuello y llevaba un gran bigote negro; Petunia, su mujer, tenía cara de caballo y era huesuda; Dudley era rubio, sonrosado y gordo. Harry, en cambio, era pequeño y flacucho, con ojos de un verde brillante y un pelo negro azabache siempre alborotado. Llevaba gafas redondas y en un lado de su frente tenía una delgada cicatriz en forma de rayo.

Vega se dejó caer a su lado sobre el césped y le golpeó cariñosamente la rodilla con una sonrisa.

—Feliz cumpleaños tío.

—Gracias—le respondió el chico con una sonrisa, que se desvaneció rápidamente—. Al menos tú sí que te has acordado…

Vega puso los ojos en blanco.

—No empecemos otra vez con eso, por Merlín.

—No he recibido ninguna postal ni regalos ¡Ah! Y voy a tener que pasarme la noche fingiendo que no existo porque mis tios tienen una cena de negocios importante.

Dijo esto último con tono de burla, demostrando lo que le importaba la cena de marras, pero después, abatido, fijó la vista en el seto.

—No te ralles—dijo Vega—. Seguro que solo son problemas con el correo. Me extraña siquiera que Errol sepa encontrar en camino a Hogwarts a veces.

Harry resopló, pero Vega había notado una ligera sonrisa en su cara. Errol, la lechuza de los Weasley, era muy vieja y muchas veces cuando traía el correo a Ron, se golpeaba contra las paredes del gran salón, o con los platos de la mesa.

—Y bueno ¿Que sortilegio podemos inventar hoy para reírnos un rato de Duddy? — preguntó Vega con una sonrisa malvada.

Harry se rió, esta vez había conseguido sacarle una autentica carcajada. A los magos menores de edad no les estaba permitido emplear la magia fuera del colegio. Harry no se lo había dicho a los Dursley; los dos sabían que la única razón por la que no lo encerraban en la alacena debajo de la escalera junto con su varita mágica y su escoba voladora era porque temían que él pudiera convertirlos en escarabajos. Durante las dos primeras semanas, Vega y Harry se habían divertido murmurando entre dientes palabras sin sentido y viendo cómo Dudley escapaba de ellos todo lo deprisa que le permitían sus gordas piernas. Esa era la principal razón por la que los Dursley, que ya de antes soportaban poco a Vega, ahora la odiasen sin contemplaciones. Ella conservaba su varita y aprovechaba cualquier momento para hacer gala de ella, pues la sola visión de esta hacía gritar a Dudley de terror. Sin embargo, Harry volvió a su estado de ánimo taciturno muy pronto, demasiado pronto para la opinión de Vega. Ella puso los ojos en blanco y se encogió de hombros, si Harry se empeñaba en estar de morros el resto del día no podría convencerlo de lo contrario. Era casi tan testarudo como ella, y no quería pelearse con él por estar de mal humor por no recibir correo.

Vega sacó su varita y comenzó a jugar con ella, dándole vueltas con los dedos y usándola como baqueta de una batería imaginaria. Harry estaba sumido muy profundamente en sus pensamientos y Vega se aburría. Desde el año pasado Harry solía pasarse mucho tiempo pensativo. Ella sabía por qué, y es que al final del último trimestre del año pasado, Harry se había enfrentado cara a cara nada menos que con el mismísimo lord Voldemort. Aun cuando no fuera más que una sombra de lo que había sido en otro tiempo, Voldemort seguía resultando terrorífico, era astuto y estaba decidido a recuperar el poder perdido. Por segunda vez, Harry había logrado escapar de las garras de Voldemort, pero por los pelos, y Vega sabía por el aspecto trasnochado de Harry, que aún ahora, semanas más tarde, continuaba despertándose en mitad de la noche, empapado en un sudor frío, preguntándose dónde estaría Voldemort, recordando su rostro lívido y furioso...

De pronto, Harry se irguió en el banco del jardín y Vega se puso en guardia por el súbito gesto de su amigo. Miró en su dirección, pero no vio nada más que el seto. Miró confundida a Harry, que miraba muy concentrado entre las ojas del seto. Una voz burlona resonó detrás de ellos en el jardín y Harry se puso de pie de un salto. Vega se quedó en la misma posición, solo giró la cabeza.

—Sé qué día es hoy —canturreó Dudley, acercándoseles con andares de pato.

No parecía haberse dado cuenta de la presencia de Vega sentada en el suelo al lado de Harry, así que supuso que el banco debía de cubrir su visión.

— ¿Qué? —preguntó Harry, que seguía sin apartar la vista del seto.

—Sé qué día es hoy —repitió Dudley a su lado.

—Ah… —respondió Harry, sin prestarle atención.

Vega se levantó entonces y Dudley la miró con disgusto, y para la satisfacción de Vega, con algo de miedo.

— ¡Enhorabuena Duddy! —Dijo riéndose—. ¡Por fin has aprendido los días de la semana!

—Hoy es tu cumpleaños —dijo Dudley ignorándola deliberadamente y tratando de mantener un tono de sorna con Harry a pesar de que le temblaba un poco la voz—. ¿Cómo es que no has recibido postales de felicitación? ¿Ni siquiera en aquel monstruoso lugar has hecho amigos?

—Procura que tu mamá no te oiga hablar sobre mi colegio —contestó Harry con frialdad.

Vega apretó el puño sobre su varita, que guardaba en un bolsillo del pantalón, pero sabía que si amenazaba a Dudley, solo conseguiría meter en problemas a Harry. Dudley se subió los pantalones, que no se le sostenían en la ancha cintura.

— ¿Por qué miras el seto? —preguntó con recelo.

—Estoy pensando cuál sería el mejor conjuro para prenderle fuego —dijo Harry simplemente.

Vega soltó una carcajada y empezó a mirar el seto muy interesada también. Dudley trastabilló hacia atrás y el pánico se reflejó en su cara gordita.

—No..., no puedes... Papá dijo que no harías ma-magia... Ha dicho que te echará de casa...

—Huy si, que amenaza más terrible Duddy— dijo Vega con sorna.

— ¡Abracadabra! —dijo Harry con voz enérgica—. ¡Pata de cabra! ¡Patatum, patatam!

— ¡Mamaaaaaaá! —Vociferó Dudley, dando traspiés al salir a toda pastilla hacia la casa—, ¡mamaaaaaaá! ¡Harry está haciendo lo que tú sabes!

Vega y Harry se rieron a carcajadas y chocaron las manos. Entonces la chica se apresuró en marcharse, a la señora Durlsey no le iba a gustar nada encontrársela allí y Harry ya iba a pagar caro aquel instante de diversión. Además, Vega tenía que volver ya a casa antes de que su madre se diese cuenta de que había salido en contra de su castigo.

Afortunadamente, la señora Marshall seguía concentrada en sus costuras, y Vega pudo volver a colarse en el jardín como si no se hubiese movido de allí en toda la mañana.

Suspiró y volvió a echarse larga sobre el césped. Se aburría mucho. Había pensado que bromear un rato con Harry la habría ayudado a divertirse un rato, pero el humor de perro de su amigo solo había servido para amargarla a ella también.

Sabía cómo se sentía Harry, pero no lo compartía. Hasta el año pasado no le había importado que solo estuviesen los dos solos. A Vega tampoco le importaba mucho realmente. Sí claro, habría estado guay echar unas risas con Harry y Ron mientras apaleaban estrepitosamente a Hermione en el ajedrez mágico, o jugar al quidditch en el patio de Ron con sus hermanos. Pero realmente a Vega no le importaba estar sola. Se había acostumbrado a estarlo con todos los castigos que los Dursley imponían a Harry, y de hecho, en Hogwarts aparte de sus amigos, la gente solía apartarse de su camino cuando caminaba por los pasillos. Vega se encogió de hombros sobre la hierba. Si aquellos inútiles de Hogwarts no querían apreciar su encantadora personalidad, peor para ellos. Se sonrió a sí misma por su ocurrencia y se levantó, cansada de tanto Sol.

Estaba segura de que la señora Dursley había castigado a Harry, así que se buscó algo que hacer por el resto de la tarde. Entró en su habitación y cogió el walkman que había sobre la mesilla. Se puso los cascos y se recostó en el alfeizar de la ventana, con una pierna colgando en el vacío y otra doblada, apoyándose en la repisa de la ventana.

Se mantuvo en la misma posición hasta la noche. Vio como los Mason (la cena importante) llegaban a casa de los Dursley y le mandó ánimos a Harry mentalmente. Solo se levantó cuando llegó Albert, un rato después, y bajó a cenar.


Buenas!

No he podido aguantarme, tenía que publicar ya del mono de review que tengo xP

Espero que os gustara la Piedra Filosofal, ahora empezamos con la Cámara Secreta ^^

Se que el primer capitulo es cortito y bastante aburrido, pero me estoy esforzando mucho en los siguientes capitulos para que esten mejor.

A partir de ahora para responder reviews para las que no esten logueadas, lo publicaré todo en un review mio del capitulo ok? así es más sencillo.

De momento no dire nada más, excepto que espero que os guste tanto este segundo libro como el primero

Nos vemos!

Lawliet