— OJOS QUE VEN, CORAZÓN QUE SIENTE —


Hay algo que Sabrina sabe muy bien. Y es que el escenario que se extiende delante de sus gafas estaba mal.

Ella debería estar temblando en esos momentos, suplicar por clemencia y lamentarse por descubrir que los actos y pensamientos crueles de Chloé en realidad iban más allá que los de una niña rica malcriada, eran los de una auténtica villana. Siempre moviendo los hilos de la perdición para la pareja de héroes de París, primero de forma inocente, sin ser consciente de lo que hacía, después estando plenamente segura de que quería los Miraculous para sí.

Realmente, Sabrina debería estar haciendo eso y más ante la rubia de gélida mirada azul detrás de un antifaz, que no ocultaba ninguna identidad en realidad, si acaso la sacaba a la luz. Contrario a eso, la abraza.

La está abrazando, a Queen Bee, la que ha sido por dos largos años el terror de París, con lágrimas que empañarían sus gafas, si estas pudieran hacerlo.

Porque está mal que ella, la orgullosa hija del Coronel Roger, este abrazando a la villana número uno de la Ciudad de los Akumas. Pero la abeja reina es la única que se merece ese gesto de su parte, porque ella es la única que la nota. Es la única que la ve.

La situación está errada, sin embargo que suceda es lo correcto, y también una epifanía, cuando la joven rubia que tanto dolor y muerte ha causado decide abrazarla de vuelta, enterrando su rostro entre los cabellos de invisible color rojo. ¿Cuanto tiempo hacía que Chloé no sentía una real sensación de encuadre, de saber qué hacía lo correcto para ser feliz, de sentirse verdaderamente feliz y no solo momentáneamente llena?

— Los akumas realmente muestran lo que somos —rompió el silencio la joven villana—. Después de todo, en el principio a mi me convirtieron en Antibug, y ahora soy la única mujer capaz de vencer a esa mariquita y tú... bueno, tú eres invisible.

— Salvo para ti —Sabrina, como Vanisher, se atrevió a contestar contra esos pechos que se le hacían tan conocidos, pero que nunca estaría demasiado saciada de ellos.

Queen Bee habría sonreído al conectar su mirada con el otro par de ojos que, se suponía, "no estaban ahí", si se hubiera permitido hacerlo.

— Sí, salvo para mi.

Y definitivamente eso le gustaba. No por nada era la mayor de las malcriadas. Deseaba que su amada estuviera solo hecha para sus ojos. Nunca para los de ningún otro.

— Eres mía, Sabrina —sentenció de nuevo, como cada día, cada vez que la joven era presa de su propia cárcel y se convertía en Vanisher bajo los rayos del sol.

La toxica y excitante presión que notó contra sus propios labios cuando los acercó a los de la mujer invisible, no hacía más que decirle lo que ella ya sabía. Que Sabrina estaba ahí. Siempre lo había estado, a su lado. La mujer de ojos de hielo solo una vez cometió el error de finjir no saberlo.

Pero nunca más.

Y la escena estaba mal. Jodidamente mal, que la orgullosa hija del Coronel Roger y la villana principal de París estuvieran compartiendo más que una simple conversación. A plena luz del día. Pero nadie las veía, sin embargo. Nunca lo hacían.

Porque, después de todo, ¿quien se fija en una simple abeja y una chica invisible, a la que desde hace todos la tomaban por muerta?

Solo eran ellas. Teniendo ojos la una para la otra.

Pero nada más.

Y era suficiente.