¿Qué me dicen de una historia en el Viejo Oeste? Este fic se me ocurrió después de leer un cuento en el que el protagonista es muy parecido a nuestro querido Arrancar de cabello azul. Espero que les guste.
Honestamente pensé en dejar de escribir lemmon por un tiempo, pero con este fic siendo GrimmHime es imposible. La historia será corta (3 capítulos), es un proyecto breve. Así que… aquí vamos. Lean, disfruten y dejen su comentario para saber qué piensan.
¡Hasta pronto, vaqueros!
Los personajes de Bleach no me pertenecen, son propiedad de Tite Kubo.
BOOMTOWN
Capítulo uno: SE BUSCA.
La diligencia emprendió marcha al amanecer. Los primeros rayos de sol se anunciaban tras la montaña. Orihime se asomó por la ventanilla y vio por última vez lo que alguna vez fue su hogar, la casa ahora embargada por el Estado. La muerte de su madre había sido deprimente, pero la de su padre, quien se encargaba de mantener a la familia, fue devastadora en todo sentido. Una vez que el banco terminó de cobrar todas las deudas lo único que les quedó a los hermanos Inoue fueron los recuerdos y el apoyo fraternal.
-Te prometo que todo va a cambiar. Las cosas irán mejor de ahora en adelante –exclamó Sora tomando la mano de Orihime.
Ella sólo le sonrió y desvió la vista hacia el paisaje. No sabía qué responder. Sora se había hecho cargo de ella desde que todo se fue cuesta abajo, pero como su hermano mayor lo había hecho sin quejarse. Consiguió un poco de dinero para poder movilizarse y estaba seguro de que si le daban trabajo también conseguiría un sustento permanente. No tenían nada más que perder, por eso lo habían arriesgado todo al empezar de cero en otro lado.
Orihime tomó el libro de su regazo y leyó todo el camino para evitar cualquier conversación con Sora. Alrededor del mediodía la diligencia se detuvo frente a la casa y el cochero la ayudó a descender. Todo había ido de maravilla, en el camino no se toparon con ningún bandido, los caballos mantuvieron el paso y en esos momentos se encontraban en la línea de partida. Sora sonrió y se acercó a Orihime, contemplando la casa y sus alrededores.
Las mujeres iban y venían con sus vestidos haciendo frufrú a cada paso que daban, algunos hombres las observaban paseando, otros más se encargaban de los caballos, había herreros y carpinteros en sus locales, una licorería, tiendas de vestidos y de abarrotes. Todo era tan colorido y lucía tan acogedor. Los niños corriendo de un lado a otro, una pareja de viejitos encaminándose a un restaurante…
-Es lindo, ¿no?
Orihime asintió y le sonrió amablemente. El cochero y el cargador se apresuraron a bajar las escasas maletas que traían los hermanos y las dejaron enfrente de la puerta. Sora pagó al cochero y los observó retirarse por donde habían llegado.
La casa era pequeña y modesta. Tenía dos habitaciones, una cocina, una letrina en el patio y una pequeña salita que se vería muy linda una vez que todo estuviera limpio y ornamentado. No necesitaban nada más y no querían nada más. Se tenían el uno al otro y eso era suficiente.
-¿Qué dices si vamos a dar un paseo? –propuso Sora.
-No lo sé, creo que sería mejor que comenzáramos a limpiar y desempacar.
Sora la jaló de la mano hacia la calle y cerró la puerta tras ellos luego de meter las maletas.
-Olvídate de eso por un momento. El día es precioso, vamos a conocer el pueblo.
Sora la cogió del brazo y caminaron lentamente por las calles de Karakura. Algunas carretas pasaban muy cerca de ellos y el viento le alborotaba el cabello a Orihime. Entraron a todas las tiendas que vieron, bromearon sobre muchas cosas, platicaron de la vida y de cómo el pueblo les pintaba un paisaje bastante optimista. Ya que en Karakura prácticamente todos se conocían, los pueblerinos notaron de inmediato que ellos eran foráneos. Sin embargo los recibieron amablemente.
Cuando volvieron a casa vieron a un hombre con sombrero sentado en el porche. Al verlos se puso de pie y tocó su sombrero en señal de saludo.
-Así que ustedes son los nuevos del pueblo. Mi nombre es Shunsui Kyoraku, y mi deber como sheriff es darles la bienvenida oficial. Estaré a su servicio siempre y cuando ustedes no causen problemas por aquí.
-Mi nombre es Sora Inoue, y ella es mi hermana Orihime –exclamó Sora, un poco sorprendido de lo rápido que se había corrido la noticia de su llegada.
-¿Fue un largo viaje?
Sora asintió.
-Entonces me imagino que querrán descansar un poco. Ven a la taberna un día de estos y tomaremos algunas copas –le dijo. Luego se giró hacia Orihime y levantó levemente su sombrero-. Señorita.
Ambos entraron a la casa y pasaron el resto del día aseando, acomodando todo y Orihime se encargó de cocinar sus últimas reservas de comida. Sora sacó una bolsa negra de una de sus maletas y se la dio a Orihime.
-Estos son los últimos ahorros. Nos alcanzarán por dos o tres semanas más, pero de todas formas mañana iré a buscar empleo. Tú puedes ir al mercado a comprar lo que necesitemos, ¿de acuerdo?
Orihime asintió y después, tan cansados del viaje, cayeron rendidos en sus respectivas camas.
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A la mañana siguiente Sora se levantó muy temprano y fue preguntando local por local si necesitaban algún empleado. Se conformaba con lo que fuera, desde lavaplatos hasta sereno. Ninguno le dio respuesta positiva, era difícil conseguir trabajo cuando absolutamente nadie lo conocía. No es que pareciera una mala persona, pero las costumbres en los pueblos eran muy difíciles de cambiar.
Orihime fue a comprar comida suficiente, procurando no gastarse todos los ahorros para no escasear en los siguientes días. Decidió que buscaría empleo también ella, no podía dejarle a Sora toda la carga mientras ella se dedicaba únicamente al hogar. Entró en una taberna cerca del mediodía y pidió hablar con el encargado. Se sorprendió al ver a una mujer de cabello negro y una prótesis en el brazo derecho.
-¿Eres la chica nueva del pueblo, no es así? Soy Kuukaku. Tu hermano vino más temprano a preguntar por el empleo pero aquí sólo contratamos chicas en el puesto de meseras. Si lo quieres, es tuyo.
-¿De verdad?
-Empiezas mañana mismo. Habrá una celebración por otro año de servicio del sheriff. La gente se pone como loca y necesitaremos bastante personal. El lugar está vacío ahora, pero sólo espera a que anochezca y verás tanta gente como en la ciudad. Tu turno será de cinco hasta que el último cliente se vaya, por ser un evento especial. El resto de la semana cerramos a la medianoche.
-De acuerdo, muchas gracias.
Kuukaku asintió y regresó a su oficina. Orihime volvió a casa a tiempo para preparar la comida. Alrededor de las dos Sora entró y se dejó caer en la mesa de la cocina.
-¿Cómo te fue? –le preguntó Orihime sirviéndole un plato de estofado.
-Cansado. Creo que entré a todos los locales del pueblo y todos me despacharon por igual.
-¿No conseguiste empleo?
-Lo hice, aunque el pago es una miseria. Seguramente después podré conseguir algo mejor.
-¿En dónde vas a trabajar?
-Ayudante de herrero. Nunca se me han dado bien las tareas físicas.
Orihime recordó que a Sora le gustaba más lo administrativo. Cuando vivían en la ciudad él era el que le ayudaba a su padre con la hacienda y la contabilidad de las parcelas. Un trabajo duro como la herrería suponía un reto bastante grande, pero era mil veces mejor que nada.
-Bueno, sólo es el primer día. Ya verás cómo todo irá mejorando –respondió Orihime sentándose a comer frente a él-. En caso de que lo preguntes, yo también conseguí empleo.
-¿Estás de broma? No puedo dejar que trabajes, no es correcto.
Orihime nunca había tenido que trabajar en su vida. Tenían sirvientes y vivían cómodamente. Claro que ayudaba en las tareas del hogar y sabía hacerlo muy bien, pero no necesitó jamás un salario.
-¿Y dejarte a ti todos los gastos de la casa? Ni de broma. Vamos a hacer esto juntos.
-Orihime…
-Sora, sé que te sientes responsable de mí desde que nuestros padres murieron, pero soy perfectamente capaz de trabajar. Muchas mujeres lo hacen, no tiene nada de malo. Con mi sueldo y el tuyo podremos vivir más holgado. Además, este pueblo no es como la ciudad, ¿crees que voy a estar todo el día encerrada sin hacer nada? Seguramente me aburriría. Voy a trabajar al igual que tú y fin de la discusión.
-De acuerdo, me siento mal porque tengas que hacerlo, pero no pienso disuadirte. ¿En dónde vas a trabajar tú?
-En la taberna de Kuukaku. Empiezo mañana.
-¿Una taberna? No me digas que…
-Lo que sea que estés pensando, no. Seré mesera.
-Ah, me alegro.
-Mañana habrá una celebración por otro año de servicio del sheriff. Si terminas temprano en la herrería deberías darte una vuelta. Te invitaré una copa, Kuukaku puede descontarla de mi sueldo.
-Ya me imagino cómo estará toda la gente. A los pueblerinos les encantan las celebraciones de ese tipo.
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Más tarde Sora se fue a trabajar y dejó a Orihime sola. Era su último día como desempleada y quiso disfrutarlo poniéndose al día con su lectura. Era un gusto que pensaba mantener. Había tenido que vender muchos libros para pagar parte de la deuda, pero se quedó con sus favoritos, esos que leería mil veces hasta el fin de sus tiempos.
La luna brillaba y la contempló desde su ventana. Su vida estaba cambiando drásticamente, extrañaba su casa y a sus padres, pero todavía tenía a Sora y no dejó que nada le afectara. Ese pueblo era tan bueno como cualquier otro y estaba decidida a vivir plenamente como acordaron, aunque tuviera que trabajar toda la semana hasta altas horas de la noche.
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Al día siguiente había un ambiente distinto en las calles. La gente estaba más animada y activa que el anterior, cerraron la calle principal y pusieron muchas mesas con comida y bebidas. Orihime supuso que el sheriff era un hombre muy apreciado por todos. Ella también quiso colaborar y preparó una tarta de manzana. No era la mejor tarta del mundo, pero seguramente a más de alguno le gustaría.
-Huele delicioso, ¿qué es? –preguntó Sora.
-Una tarta de manzana.
-Guárdame una rebanada.
-No es para nosotros, tonto, es para el sheriff.
-¿No hay una rebanada para tu hermano?
-Si sales temprano de trabajar tal vez alcances un poco antes de que se acabe.
Sora hizo un puchero mal disimulado y se despidió. Orihime vio el reloj y se apresuró a terminar la tarta para llegar temprano al trabajo. Trenzó su largo cabello y se lavó la cara y las manos para ir presentable. No era necesario que se pusiera maquillaje, de todas formas el trabajo requería ir de un lado a otro y si sudaba se le arruinaría. Se pellizcó un poco las mejillas para agarrar color y salió rumbo a la taberna.
Cuando entró vio el caos. Las meseras corrían de la barra a las mesas para atender a los clientes que empezaban a llegar. Se dirigió al mostrador y vio a una chica delgada y pequeña de cabello negro.
-¿Eres la nueva mesera? –Orihime asintió-. Ve y cámbiate, necesitamos que todas empiecen a la de ya.
Orihime corrió al vestidor e hizo lo que le pedía. Se puso el uniforme que consistía en un vestido largo color caoba y un delantal negro atado a la cintura. Había varios en el armario y tomó el de su medida. No se entretuvo a mirarse una vez más en el espejo y se puso a trabajar de inmediato.
Toda la tarde no tuvo ni un segundo de descanso. Servía alcohol al por mayor mientras trataba de no tropezarse y tirar la jarra y los vasos. La orquesta empezó a tocar y el ambiente se llenó de parejas bailando y celebrando al son de la música. Afuera de la taberna también había mucha gente. Algunos jinetes hacían espectáculos con los caballos, había bufones y bailarinas entreteniendo al público. Todo el pueblo estaba presente. Orihime vio por la ventana que Sora había llegado también junto con el herrero. Era un hombre alto y fornido con bigote y trenzas en el cabello. Usaba anteojos y se veía intimidante al lado de Sora.
Cuando el sheriff hizo su aparición todos aplaudieron. Sirvieron la comida, conversaron y lo felicitaron. Parecía estar muy contento y agradecido con todos. Orihime sonrió, después de ver a toda esa gente unida por una causa común le gustó más la idea de vivir ahí. Los clientes eran amables y las meseras le tenían mucha paciencia, sobre todo aquella chica de cabello negro que la había recibido cuyo nombre era Rukia.
El sheriff entró más tarde a la taberna y conversó largo y tendido con Kuukaku. Se conocían desde hacía mucho tiempo y eran buenos amigos. Kuukaku no lo dejó pagar las bebidas.
-Todos son muy alegres en Karakura –comentó Orihime cuando el ambiente estaba un poco calmado al atardecer.
-Suenas como si nunca hubieras estado en una fiesta así –respondió Rukia.
-La verdad es que no. De donde yo vengo está muy marcado el estatus social. Las fiestas son diferentes, muy elegantes, selectivas y me atrevería a decir que artificiales. Aquí todo es genuino, la diversión está presente en todo momento.
-Ah, ¿qué te puedo decir? Somos un pueblo unido.
Una carcajada proveniente de una de las mesas interrumpió su conversación. Había un grupo de hombres sentados jugando cartas y bebiendo cerveza. Algunas bailarinas se contoneaban a su alrededor y más de alguno tenía a una chica sentada en las piernas.
-¿Quiénes son ellos? –preguntó Orihime.
-Problemas, nada más.
-¿De qué hablas?
-Todo rebaño tiene su oveja negra. No te metas con ellos y todo irá bien, ¿de acuerdo? –respondió Rukia antes de regresar a la barra.
Orihime no tuvo tiempo de hacer preguntas, en parte porque Rukia se había ido de su lado y porque los clientes demandaban otra ronda de bebidas.
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Sora conoció a más gente a partir del herrero. Lo presentó con gente importante que le debía favores y otros más que eran sus amigos.
-Sora Inoue –exclamó un hombre llamado Urahara que trabajaba en el ayuntamiento-. Bienvenido a Karakura.
-Gracias –estrechó su mano a modo de saludo.
-¿Qué te parece el pueblo? Me comentaba Tessai que apenas llegaste ayer, ¿no es así?
Sora y Urahara empezaron a caminar. Urahara le pasó el brazo sobre el hombro en gesto paternal.
-Sí, eh, mi hermana y yo nos mudamos apenas.
-¿Qué motivos podrías tener para mudarte a este pequeño pueblo? Por tu ropa deduzco que vienes de la ciudad.
Sora se sonrojó un poco.
-Sí, bueno, nuestros padres murieron y perdimos todo, tuvimos que empezar de cero.
-No hay de qué avergonzarse, mi querido Sora. ¿Perdieron todo? Se tienen el uno al otro. No está bien que yo lo diga pero el gobierno puede ser un desgraciado. Estoy consciente de que las hipotecas a veces no son muy justas. Pero ¿qué puede hacer uno?
Había un ligero sarcasmo en su voz que Sora no pasó por alto.
-Eso ya no importa.
-Por supuesto que no –respondió Urahara-. Tienes un empleo, así que sin problema alguno podrás mantenerlos a ti y a tu hermana.
Sora pensó que Urahara sabía bien que con un sueldo de ayudante de herrero no le alcanzaría ni para vivir él sólo, pero no dijo nada al respecto. Definitivamente había sarcasmo en su voz, y del descarado.
-Sí, mi hermana también consiguió empleo. Acordamos que entre los dos sería más fácil.
-¿Es así? Tu hermana parece ser muy inteligente –Sora asintió-. De igual forma, nuevamente te doy la bienvenida.
-Gracias.
-Y no te preocupes por el dinero, en este pueblo hay muchas formas de ganarlo y no todas requieren arduo trabajo.
-¿En serio? –Sora sonó ingenuo al decirlo.
-¡Por supuesto! Esto es sólo un ejemplo, ¿ves aquella taberna? –Señaló la taberna de Kuukaku-. Cada noche se reúnen ahí los mejores jugadores de cartas del pueblo y hacen apuestas. Es una forma divertida y bastante simple de hacer dinero.
Sacó un abanico y le habló al oído, como si fuera algo confidencial.
-Y la verdad es que ni siquiera son tan buenos. Cualquier niño con dos neuronas podría ganarles en una partida. ¿Eres bueno con las cartas, Sora?
Sora asintió. Cuando su padre vivía uno de sus pasatiempos favoritos era jugar cartas. Le decía que se requería mucha estrategia y le enseñó muchas formas de jugar.
-¡Ahí lo tienes! Anímate un poco, apuesta lo que creas conveniente y sobre todo disfrútalo. Estoy seguro de que harás una fortuna y le podrás comprar un bonito vestido a tu hermana.
Dicho esto le dio unas palmadas en el hombro y se fue. Sora quedó de pie frente a la taberna donde trabajaba Orihime. ¿Qué pensaría si le decía que quería apostar para ganar más dinero? Seguramente nada bueno. Lo mejor sería mantenerlo en secreto y, como había dicho el buen Urahara, sorprenderla más tarde con un obsequio.
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Orihime estaba tan ocupada con los clientes que no se dio cuenta cuando Sora se escabulló en la taberna y llegó a la mesa donde todos estaban jugando. Después de unas preguntas le hicieron espacio y comenzaron una nueva partida. Ganó las dos primeras y se puso muy contento, pero a partir de la tercera su suerte cambió y perdió más dinero del que tenía. Pidió prestado y siguió jugando, tratando de convencerse de que su suerte regresaría en la siguiente partida, y la siguiente, y la siguiente, y la siguiente…
Ya era casi medianoche cuando Sora logró escabullirse sin pagar el monto que debía. Le pediría prestado al herrero o usaría un poco de los ahorros que tenían en casa para pagar. No había de qué preocuparse.
Orihime llegó a casa casi a las cuatro. Le dolía todo el cuerpo y no había tenido tiempo de comer. Se sirvió lo que quedaba de estofado y luego se fue a la cama sin desvestirse.
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A la mañana siguiente Sora se levantó temprano para hacer doble turno con el herrero. Era tardado hacer las herraduras de los caballos, los rines de las carretas y otros instrumentos que se necesitaban para arar los campos de cultivo.
Estaba nervioso por lo que le iba a pedir. Apenas llevaba un día con él y ya estaba solicitando un adelanto del pago. ¿Qué pensaría de eso? Podía mentirle y decir que necesitaba salir del pueblo unos días, pero era difícil que le creyera eso. Y era prácticamente imposible que nadie se enterara y le dijera la verdad.
-Eh, señor Tessai –comenzó.
-¿Qué? –gruñó.
-E-Estaba pensando si…existía la posibilidad de que…
-¡Ahí está!
-¡Es él!
Sora volteó a la calle y vio a dos jinetes aproximándose a toda velocidad mientras lo señalaban. Salió corriendo de la herrería y lo persiguieron algunas calles más abajo. Un disparo cerca de sus pies lo hizo frenarse en seco.
Uno de los jinetes bajó del caballo de un salto y lo agarró del cuello de la camisa.
-Tendrás que ser más rápido que eso, sabandija.
-¿Dónde está el dinero que nos debes? –gruñó el otro hombre.
-Anoche te escabulliste sin que nadie te viera. ¿Pensabas huir?
-N-No…no, para nada…
-Si me pagas ahora puede que te perdone la vida.
Algunas personas habían salido de sus casas para ver lo que estaba pasando.
-T-Te pagaré, lo juro…
-No veo ese dinero.
-Está en mi casa, déjame ir a casa y te lo traeré.
-¿Me pides que confíe en ti y te espere aquí? No lo creo, vamos allá.
Lo jaló de la camisa y Sora le indicó la dirección de su casa. El otro hombre tomó las riendas de ambos caballos y los siguió detrás.
La mente de Sora maquinaba a toda prisa un sinfín de planes que quería realizar en ese momento para librarse de los cobradores, pero no podía llevar ninguno a cabo. Sólo deseó que Orihime no estuviera en casa para poder sacar el dinero sin que se diera cuenta.
-Es aquí –anunció.
-Tienes diez segundos –exclamó antes de soltarlo.
Sora entró corriendo a la casa y se puso a revolver las alacenas en busca del costal que le había dado a Orihime.
-¿Dónde estás? ¿Dónde estás? –repetía para sí mismo.
-¿Sora? –Orihime salió del cuarto alarmada por el ruido-. Sora, ¿qué sucede?
-El dinero, ¿dónde está el dinero?
-Se acabaron tus diez segundos, gusano –exclamó una voz.
Orihime se asomó a la puerta y vio a un hombre tan grande como un gorila parado afuera de su casa.
-¿Quién es usted?
-Cierra la boca, mujer.
Orihime se sintió ofendida. ¿Quién demonios se creía aquel hombre para hablarle de ese modo?
Sora la tomó de los hombros y la sacudió.
-¡¿Dónde guardaste el dinero?!
Orihime no podía creer que su hermano estuviera así de alterado. Se metió a su cuarto y sacó el costal de su cajón, que estaba escondido entre la ropa.
Sora se lo arrebató de las manos y salió corriendo.
-¡Sora! ¿Qué crees que estás haciendo?
El aludido tropezó en los escalones del porche y se paró rápidamente.
-Aquí está el dinero –exclamó sin aliento.
El hombre pesó el costal y soltó una carcajada.
-¿Es una puta broma?
-Es todo lo que tengo, si me das más tiempo conseguiré el resto.
-¿Qué sucede, Yammy? –otro jinete hizo su aparición.
Su caballo completamente negro bufaba con rabia y salvajismo mientras se jalaba de las riendas.
El jinete era un hombre joven de mediana edad. Su cabello azul brillaba con intensidad a la luz del sol. Su ceño fruncido le confería un aspecto enojado, pero contrastaba con la sonrisa de medio lado, arrogante e imponente.
El hombre llamado Yammy se giró y la expresión en su rostro cambió. Pasó de enojado a sumiso en cuestión de segundos.
-G-Grimmjow –tartamudeó-, él es el que tiene mi dinero –señaló a Sora.
Grimmjow bajó del caballo y le dio las riendas al otro. Se acercó a Sora lentamente, dando pequeñas patadas a objetos invisibles en la tierra y con las manos en el cinturón, donde brillaban dos pistolas bien cargadas de cada lado.
-¿Tu dinero? –repitió.
-Lo siento, el dinero es tuyo –corrigió Yammy.
-Sí que lo es, grandulón –exclamó Grimmjow con una sonrisa que era de todo menos de diversión-. ¿Cuál es tu nombre?
Sora tragó saliva antes de responder.
-Sora –su voz fue apenas un susurro.
Grimmjow hizo un hueco con la mano y se lo pegó a la oreja como si fuera un amplificador, exagerando cada movimiento.
-¿Te comió la lengua el gato? Habla más fuerte, joder.
-Sora –repitió.
-Sora. Cielito –se burló Grimmjow.
Dio una palmada y extendió los brazos.
-¿Y bien? ¿Cuál es el problema? ¿Tienes o no tienes mi dinero?
-Si me da más tiempo conseguiré el resto, por ahora sólo tengo eso, mi familia está…
-Ahórratelo, me importa un carajo –lo interrumpió Grimmjow-. ¿Crees que soy un banco, Sora? ¿Que puedes abonarme mi propio dinero cuando creas conveniente?
-N-No, por supuesto que no.
Hubo silencio un minuto. Después Grimmjow sonrió y le dio una palmada en el hombro.
-Relájate, estoy bromeando.
Sora sintió que se le caía el alma a los pies, soltó un suspiro que no sabía que había estado conteniendo.
-¿Cuánto tienes?
Yammy le dio el costal a Grimmjow.
-Es la mitad.
Grimmjow dejó salir un silbido.
-La mitad –repitió-. Estás en aprietos, Sora. Pero descuida, tienes hasta el final de la semana para pagarme, ¿entendido?
Sora se apresuró a asentir.
-Bien, me llevaré esto –levantó el costal-. Ni se te ocurra huir del pueblo, amigo mío. Tengo ojos y oídos por todas partes. Usa ese cerebro que tienes y consigue el resto de mi dinero.
Dicho esto volvió a subir al caballo y éste reparó. Vio a Orihime de pie en la puerta observando todo, sus miradas se cruzaron por un segundo apenas. Grimmjow sonrió de lado y volteó a ver al otro jinete.
-Nnoitra, asegúrate de que Sora haya entendido el mensaje.
Dio la vuelta al caballo y galopó lejos de la casa. Yammy lo siguió unos metros detrás.
Continuará…
