Hola a todos.

Sé que muchos estaréis diciendo: "Pero esto no es el epílogo de 'Al borde'"

Lo sé, lo sé, pero este fic lo escribí mucho antes y lo he tenido guardado durante mucho tiempo. Desde que tengo dos trabajos se me hace terriblemente difícil escribir, y encima cuando tengo tiempo, no me siento muy inspirada... De hecho, estuve dudando durante mucho tiempo si subir este fic o no, pero que últimamente me hayan llegado bastantes comentarios, me ha subido mucho el ánimo.

Por cierto, quiero dar las gracias a una chica llamada "Moontsee" que me ha estado comentando un montón este tiempo y que ha dedicado mucho tiempo a dejarme muy bonitos comentarios, gracias, ya te dije en un MP que me animaste mucho a subir este fic.

Por otro lado, quería decir que este fic está terminado, pero que no sé cuando podré subir los demás caps. Es decir, no se quedará en WIP, pero no puedo asegurar una asiduidad a la hora de subirlo, si una semana, dos... pero prometo terminar de subirlo lo antes posible.

Quería agradecer a mi amiga Arale Ncha por betearmelo :D 3

Y sin más rodeos, ahí va. Espero que lo disfrutéis y que me dejéis vuestras opiniones.


Esperaba que lo hicieras.

Como cada mañana desde que el invierno se encargó de dejar helada toda la ciudad , el sol aún no ha salido cuando Harry se levanta. Aun así, termina claudicando y se asoma a la ventana como si por hacerlo algo fuese a cambiar o ser diferente; pese a saberlo, resopla porque el cielo aún está cubierto de una espesa masa de nubes oscuras delante de un cielo aún más oscuro.

De manera mecánica se mete en la ducha, se queda durante demasiado tiempo bajo el chorro de agua caliente; hasta que no da por despiertos todos los músculos de su cuerpo no se da por satisfecho y solo entonces, sale hasta su habitación con una toalla, corriendo para no perder el calor y se para frente a su uniforme.

Por fin es Auror, se dice con su sonrisa al verse reflejado en el espejo de pie de su habitación. Sus clases teóricas ya han terminado y ahora solo le queda adquirir experiencia. Casi puede palpar con sus dedos la acción; está tan entusiasmado que a veces abruma a los compañeros y los aurores que trabajan con él; pero es que no puede evitarlo, siempre ha querido ser auror y ahora que está ahí, parece que el momento de salir a realizar misiones reales no llegará nunca.

Se viste con cuidado, poniendo atención en que su uniforme quede perfecto. Para que cada botón encaje en su ojal como si él fuese una máquina y necesitase que todas las piezas estén bien colocadas para funcionar bien.

Lo último que hace antes de salir, es tomarse un rápido té y darle un mordisco a una tostada.


Después de un viaje corto por red flu, que lo deja a las puertas del ministerio, se dirige hacia su departamento saludando por el camino a todo el personal que conoce y a alguno que no, pero que lo saluda con entusiasmo debido a quien es.

Como la mayoría de las mañanas, sus compañeros están agrupados en torno a la mesa de alguien comentado el último chisme, el partido de Quidditch del sábado o alguna noticia de El Profeta. Está cerca de acercarse a ellos con la intención de ponerse al día con lo que sea que están contando, cuando nota junto a su oreja el característico zumbido de un memorándum que pasa volando justo a su lado.

Sin pararse mucho a pensar en qué puede ser, lo abre para llevarse una decepción pocos segundos después. Porque en ese poco tiempo no le ha dado tiempo a hacer ninguna conjetura, pero está claro que lo último que esperaba era que proviniese de Hermione.

Y no es la primera vez que lo hace, su amiga sabe aprovechar que ella y el ministro están en contacto; además, este no duda en endilgarle a Harry cada vez que necesita ayuda en su departamento. Y no es que crea que el lugar donde Hermione trabaja es poco interesante o importante, pero desde luego, el departamento social no es el sitio donde uno iría buscando acción o mucho menos peligro; digamos que es un lugar donde no hay mucho por lo que batallar.

Pero es que Hermione, después de desistir con el tema de los elfos domésticos, se empeñó en que el ministerio debía tener un departamento de ayuda social a los damnificados por la guerra. Ya que en su opinión, el anterior (que solo aportaba ayuda económica) era un retraso. Además de que, según ella, existían otro tipo de ayudas y no solo las económicas. Por lo que ni corta ni perezosa, terminó fundando ese departamento y Kingsley la puso al mando, gracias en parte a que no quería inmiscuirse mucho en el asunto y a que Hermione parecía una de las pocas interesadas. Aunque finalmente parece tener más éxito del esperado y son muchas las familias que solicitan asistencia desde que fue inaugurado.

Con paso resignado y con los hombros caídos se encamina hacia allí. Sabe que seguramente le tendrá preparado algún asunto de esos que odia, de los de estar sentado y leer (sí, los que "casualmente" son los que Hermione más adora) ¡quiere entrar ya en acción!

Pero se sorprende cuando al entrar en el despacho de su amiga, Ron está sentado sobre el escritorio con cara de pocos amigos.

–¿Qué ha pasado? –pregunta algo preocupado.

Ella lo mira desde detrás de su escritorio y frunce los labios.

–Tengo un problema con uno de los chicos que viene a recibir la ayuda social –dice con un tono que denota que hay algo de especial en aquello.

–¿Y qué problema hay? –insiste.

–Es Malfoy –se apresura a añadir Ron recibiendo una mirada de pocos amigos de su novia.

–¿Qué ha hecho?

Y en este punto, Hermione resopla.

–Que no ha hecho nada –regaña a Ron–, pero he notado cierto alboroto entre los aurores cuando él viene. Tiene un hijo, ¿sabes? –Harry alza las cejas, ni siquiera tenía noticia de ello–. ¿Recuerdas haber oído hace unos pocos meses que Malfoy Manor fue atacada? Pues murieron algunas personas, entre ellas la esposa de Draco, su madre y sus suegros. Parece ser que era un caso de venganza por lo que Lucius Malfoy lo ha desheredado y lo ha echado de la mansión. El caso es que ahora Malfoy no tiene donde caerse muerto y un niño que apenas tiene un año. Así que viene cada día. Como no puede recibir ayuda económica para sí mismo debido a su marca, le proporcionamos comida y accesorios para su hijo que debe venir a recoger cada día al comedor y a la guardería de aquí.

–¿Y el problema está en...? –inquiere intrigado el moreno.

–En que cada vez que aparece, tengo a más aurores allí de los que son necesarios. No sé si es que se mete en problemas o que los chicos se divierten con él, el caso es que antes nadie quería estar en este departamento y desde que Malfoy apareció, tengo a un grupo de aurores pidiéndome turnos para poder estar a la hora que él viene. Y solo en ese horario. Comprenderás que me extrañe.

–Desde luego es raro... –resuelve mirando a sus amigos.


A la mañana siguiente Harry, gracias a Shacklebolt y Hermione, se encuentra dando paseos desde el departamento de aurores hasta el departamento Social. Al menos, piensa, no está detrás de una mesa rellenando formularios; pero la verdad es que hacer de niñero de Malfoy no es su sueño.

Los primeros días no percibe ningún comportamiento anormal, pero cuando empieza a ir con más asiduidad, se da cuenta de que Hermione tenía razón. Solo hay un auror, dos como mucho, haciendo guardias intermitentes en el departamento, como en cualquier otro, se podría decir. Pasean por el comedor, la guardería, la zona donde los niños juegan... Pero en cuanto Malfoy aparece, tiene siempre a algún auror (a veces, hasta a dos) haciendo de su sombra. Y vale, es un antiguo mortífago (o un mortífago de pega, como le gusta llamarlo en presencia de Ron), pero no ve necesario esa vigilancia gratuita.

Días más tarde, sorprende a uno de los aurores agarrándolo del brazo y hablándole muy cerca. Se apresura para llegar a donde están, pero al instante ambos se separan y guardan la compostura.

Por más que pregunta, a cada uno por separado, ambos guardan un hermetismo absoluto sobre lo ocurrido, lo que hace que lo que hace despertar aún más la curiosidad de Harry.

A partir de ese episodio, intenta ser más perspicaz y trata de pasar desapercibido en sus visitas, quiere pillar desprevenido o a Malfoy o a alguno de los Aurores, así que cambia su rutina con frecuencia y va a horas en las que no debería.


Varios días después, mientras camina hacia la sala, oye voces, susurros forzados. No puede entender nada de lo que se dice, pero sí a quienes. Malfoy y un auror, uno veterano, uno que Harry conoce y que no entiende qué demonios hace allí, puesto que hasta ahora casi todos los que ha visto son bastante jóvenes; novatos como él, a los que mandan las tareas más simples.

En cuanto ambos lo ven, se callan. El auror le observa como si nada, pero la mirada de Malfoy es de odio profundo. A los dos segundos se da la vuelta y vuelve hacia donde está su hijo y se sienta junto a él, de espaldas a ambos.

–¿Qué demonios pasa? –le pregunta al auror.

–Menuda boquita tiene el chico –dice mirándolo con los ojos entrecerrados–. Podría agradecer un poco lo que hacemos por él, ¿sabes? En vez de estar siempre comportándose como un altanero y sacándonos de nuestras casillas. Pero es listo. Sabe que no podemos tocarlo mientras esté aquí, ni amenazarlo; pero te juro que como vuelva a usar esa lengua afilada que tiene...

Harry no dice nada, ya conoce a Draco Malfoy y no puede fingir que le sorprende su comportamiento, aunque pensaba que después de lo que vivió en la guerra se le habrían bajado un poco los humos.


No pasa mucho tiempo cuando le sorprende volviendo a tener un enfrentamiento con otro de los aurores, otro con el que Harry nunca ha tratado porque, como la vez anterior, no se trataba de un novato.

Cuando llega ante ambos, se cruza de brazos y mira al rubio de forma que podría rivalizar con los ojos grises de este.

–Sígueme, Malfoy –dice lo más severamente que le sale.

Este lo mira con los ojos entrecerrados, retándole con la mirada, pero al instante recoge a su hijo y lo sigue sin rechistar.

Lo dirige al despacho que normalmente, tanto Harry como sus compañeros, solo utilizan cuando necesitan tranquilidad o privacidad para rellenar un informe, cierra la puerta con un hechizo y pone otro de silencio. Que Malfoy esté ahí es una irregularidad, así que prefiere que nadie sepa que están ahí dentro.

Una vez que cierra la puerta, conjura una pequeña alfombra en el suelo en la esquina más alejada.

–Deja al niño ahí –le dice aun autoritario.

Con recelo, Draco deja al pequeño e inmediatamente Harry le lanza un hechizo para que no se salga de la alfombra.

–Siéntate –le ordena por último.

El slytherin se sienta en una silla que hay delante del escritorio y Harry, en vez de tomar asiento en la que hay detrás, se queda tras el rubio y comienza a andar a su alrededor.

–¿Sabes por qué estás aquí, Malfoy? –le pregunta desde su espalda.

–No.

–Pues deberías saberlo, soy un auror, así que sé lo que estás haciendo.

Desde su ventajosa altura, Harry nota como el rubio se tensa.

–¿No dices nada? Bien, calladito estás mejor. Ha llegado a mis oídos lo generoso que puedes llegar a ser Malfoy. La forma tan amable que tienes de agradecer todo lo que el ministerio y el departamento social están haciendo por ti y por tu hijo.

–Mira, Potter, no sé qué te habrán...

–¡Silencio! –casi grita, pero manteniendo el tono de voz–, ¿me vas a decir que es mentira? Entre los aurores no hay secretos, ¿sabes? Pero me hace gracia, que sea justo a mí a quien evites; que cuando soy yo quien está en esa sala te comportes como si no hubieses roto un plato...

Draco se gira lo máximo que la silla le permite para encararlo.

–¿Es que también quieres tu parte Potter? –le dice escupiendo su apellido como antaño.

–¿Es que soy especial para ti? –el rubio entrecierra tanto los ojos que casi no se le ven. Harry aprovecha para acercarse ahora que ha vuelto a mirar hacia el frente y se acerca a su oído–. Ya me han dicho la boquita que tienes, Malfoy.

Harry se despega y camina hasta sentarse sobre la mesa frente al rubio y no puede dejar de ver como el odio que destila hacia él es cada vez mayor.

–¿Ya no dices nada? ¿O es que tienes la lengua cansada, quizás?

–¿Es lo quieres? –dice sin mirarlo a los ojos–, ¿para eso me has traído aquí?

Harry se cruza de brazos y lo mira asintiendo, casi incitándolo a que le diga algo. Quiere que le grite y le insulte. Para él sería como volver al colegio, a la acción. Y que Merlín aparezca en esa habitación si no es lo que necesita.

–Podrías... ¿podrías hacer algo para que el niño...? –le pregunta mirando hacia atrás un momento.

Harry mira al pequeño que juega entretenido y lanza un hechizo para aislarlo. Cuando lo hace vuelve a mirar al rubio, que no entiende por qué, pero ahora parece algo asustado.

Aún está apoyado sobre el escritorio, casi sentado, con los brazos cruzados, cuando ve a Malfoy soltar un suspiro y cerrar los ojos con fuerza.

–Es solo un auror más –dice tan bajito que Harry se echa un poco hacia adelante para oír mejor.

Entonces, Draco se levanta de la silla, se arrodilla ante él y lleva sus manos hasta el cinturón del gryffindor. Antes de que haya desabrochado nada, este da un salto hacia atrás, arrastrando un poco la mesa.

–¿¡Qué demonios te crees que estás haciendo!? –pregunta con la cara totalmente desencajada.

Draco, aun en el suelo, lo mira sin entender nada.

Y es entonces, cuando Harry suma dos más dos, hace memoria y junta todas las piezas del puzzle.

–¡Joder! –grita una y otra vez–, ¡Joder! ¡Joder! ¡Lárgate de aquí Malfoy! ¡Vamos, lárgate ahora!

El rubio, totalmente estupefacto y algo asustado, coge al niño del suelo haciendo que lloriquee un rato por el movimiento tan brusco y sale de allí casi corriendo y sin mirarlo ni una sola vez.

Le tiemblan las manos y suda como si hubiese estado corriendo durante horas. Está nervioso. Pero sabe que es lo que tiene que hacer.


Al siguiente día, Draco llega temprano hasta el centro social. Entra con cautela y algo temeroso, sin saber muy bien qué o con quién se va a encontrar y sobre todo, receloso de que Potter esté esperándole… o algo peor. Pero no pasa nada. Cuando entra, Granger es la única que está allí y aunque le mira con una expresión extraña, no dice ni una palabra; lo único que de verdad espera es que su querido amigo no le haya ido con el cuento de lo que pasó la tarde anterior. Pero la chica le sonríe inmediatamente y le deja entrar.

Cuando llega a la zona donde suele colocar a Scorpius a jugar, se percata de que no hay aurores pero si dos chicas, que parecen mayores que él, vigilando. Es la primera vez que ve a mujeres allí, normalmente solo tiene que tratar con Granger, con la persona encargada de suministrarle las cosas que necesita y con los aurores, así que aunque la situación le resulta un tanto extraña, no dice ni una palabra.

Al cabo de unas horas, algo aún más inusual ocurre: ve llegar a Shacklebolt, que se acerca hasta donde está Granger y habla con ella en voz baja. Ella al principio parece sorprendida, pero como no llega hasta Draco ningún sonido que pueda identificar, sigue con la duda sobre qué puede estar pasando.

Pero la cosa se pone aún más extraña cuando Potter aparece allí y lo llama para que le siga.

Otra vez.

Se dirigen al despacho, que para horror de Draco es el mismo que el día anterior; Potter, que camina delante, parece bastante tenso; no ha dicho ni una sola palabra en todo el trayecto y por supuesto, ni siquiera lo ha mirado. Al llegar, lo único que le dice es un escueto "siéntate". Esta vez el auror toma asiento en la silla tras el escritorio. Al parecer hoy no ha venido a intimidarlo.

–¿Qué pasa ahora Potter? –pregunta viendo que el otro no se decide a hablarle.

–Bueno, el tema es delicado... –dice como saliendo de un trance, seguramente pensando en cómo abordar el tema–, he hablado con algunos aurores. Ayer, después de lo que pasó... entenderás que no podía quedarme callado...

A Draco se le para el corazón durante unos segundos. Lo mira intentando ver detrás de esas estúpidas gafas y esa estúpida cicatriz… ¿Cómo se puede ser tan imbécil? Pero por el bien de Scorpius, intenta calmarse y no soltar lo que piensa de él.

–¿Y qué va a pasar conmigo? ¿Me van a quitar los suministros para mi hijo?

–¿Qué? –pregunta este pareciendo extrañado–, ¡claro que no! Solo vamos a echar del cuerpo a los aurores implicados. Pero necesitamos que colabores, que denuncies lo que te han hecho.

–¿Estás loco? No voy a denunciar nada, ¿y a quién más se lo has contado? ¿No podías mantener la boca cerrada?

–¿Estás hablando en serio? –lo mira con los ojos abiertos, realmente sorprendido de esa reacción–. ¿Preferirías seguir como hasta ahora? ¡Y solo se lo he dicho a quién he creído necesario para acabar con esto!

–¡Nadie ha pedido tu ayuda, San Potter! –le grita levantándose de la silla–, ¡si todo sale a la luz me quitarán las ayudas para alimentar y cuidar de mi hijo!

–¿Es que te daba igual el precio que estabas pagando?

–¡Joder, Potter! –Draco está de pie echado un poco hacia delante, gritándole directamente en la cara–, ¡me da igual mientras mi hijo tenga algo que llevarse a la boca! ¡Es culpa mía que ahora no tengamos nada!

Parece tan fuera de sí, que Harry tiene que levantarse para ponerse a su altura.

–¡¿Y esa es tu penitencia?! –grita mientras da un golpe fuerte sobre la mesa–, ¿¡la forma de redimirte con tu hijo es que te chantajeen cuatro aurores asquerosos!? ¿¡Y luego qué!? ¿¡Piensas conseguir todo lo que un niño necesita a base de mamadas!?

Draco se para en seco y sus mejillas se tiñen de rojo. La mandíbula le tiembla y lucha por no abrir de nuevo la boca y soltar cosas de las que luego se podría arrepentir.

–Me voy, no tiene sentido que siga aquí –dice ahora más calmado.

–Siéntate, Malfoy, aún no hemos terminado.

De mala gana, este le hace caso y se sienta.

–Ya te he dicho que no voy a denunciar a nadie, ¿qué más quieres?

–Solo me gustaría saber por qué. Tienes esas ayudas, no entiendo por qué tenías que hacer eso...

–¿Si te lo digo me dejaras irme de aquí sin denunciarlo?

Harry se talla las sienes pidiendo paciencia desde su interior.

–Deberías hacerlo, Malfoy. No deberías permitir que esto siguiera pasando, ni contigo, ni con otros. Esos aurores deberían, no ya estar fuera del cuerpo, si no en Azkaban. Lo que han hecho no es...

–Bienvenido al mundo real, Potter –suelta con altanería–, donde se sobrevive y se hace lo que sea para ello –todavía de pie, se cruza de brazos en una pose retadora–. Y déjame largarme de aquí de una vez.

–Ya sabes lo que quiero saber, o ¿tengo que darte veritaserum y hacerte un interrogatorio oficial?

Draco resopla y se toma el lujo de poner los ojos en blanco.

–¿Me puedes asegurar que seguiré teniendo la ayuda para mi hijo? –Harry asiente–. El problema es muy simple, Potter. Mi padre me ha desheredado. Eso ya lo sabe todo el mundo mágico. Pero el problema es, que por muy "mi padre" que sea, la magia es antigua y familiar. Así que aunque me haya echado de Malfoy Manor y no me pase un galeón, todo eso es mío legítimamente. En los registros mágicos, pone que tanto la vivienda, como el oro, nos pertenecen a mi padre, a mi hijo y a mí. Mi padre como patriarca y Scorpius y yo como futuros herederos. Si quisiera, podría reclamar vivir allí, pero tal y como está la situación, preferí quedarme con mi hijo en otro sitio; y en cuanto al oro, hasta que mi padre no muera, Scorpius y yo no veremos un knut. Y la herencia materna no podrá tocarla hasta ser mayor de edad, o sea, hasta los diecisiete. Pero claro, eso es de puertas adentro. En los registros mágicos, donde nadie puede manipular nada, seguimos siendo tan ricos como siempre. Así que si eso saliese a la luz, Scorpius y yo perderíamos las ayudas del ministerio. En la última redada a Malfoy Manor ciertos aurores descubrieron estos documentos con los vínculos mágicos, así que me amenazaron con delatarme en el ministerio y quitarme todas las ayudas.


Hermione lo observaba con esa cara de asombro que pone siempre que no ha sido la primera en averiguar algo. Y aunque normalmente esa cara le da una especie de satisfacción, en esta ocasión no lo hace.

–Pero... ¡Harry! yo...

–Lo sé, Hermione –la tranquiliza–, yo mismo me quedé de piedra cuando me enteré; ¡y de qué forma! –dice Harry abriendo los ojos al recordar a Draco arrodillado frente a él. Aun se estremece y se le revuelve el estómago al pensarlo.

–Pero –repite–, ¿cómo no pude darme cuenta de que estaba pasando? Es mi trabajo, debería haber notado algo.

–Lo hiciste, ¿recuerdas? Por eso yo estaba aquí, no te sientas culpable. Los únicos culpables son esos cabrones que se irán de rositas porque el imbécil de Malfoy no quiere decir nada.

–Harry, debe estar traumatizado...

–¿Traumatizado? –pregunta Harry algo irónico, aunque suena más como un resoplido.

Hermione le mira como pidiéndole una explicación y él se niega. No tiene ganas de reproducirle la discusión que ha tenido con el rubio. Malfoy tiene el poder de parecer el vencedor aun cuando es la víctima, no sabe cómo lo hace, pero le inspira de todo menos pena...

–Y se supone ¿qué nos tenemos que quedar de brazos cruzados? –le pregunta su amiga sin poder creerse que el impertinente Slytherin deje pasar algo como aquello.

–Pues al parecer, es lo que vamos a tener que hacer. Pero eso sí, hay que tener mil ojos, Hermione. No voy a permitir que algo como esto vuelva a suceder, aunque tenga que venir cada día.

La chica suspira y lo mira resignada.

–Se suponía que inicié esto para ayudar a la gente, me siento tan estúpida.

–No digas tonterías, entre los dos haremos que esto sea lo que debe ser.