Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.
Este fic participa en el reto temático de febrero "Hermione & Viktor" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black".
La verdad es que no me gusta mucho salirme del canon, así que encontré una forma de juntar a estos dos (que de ellos iba el reto) sin salirme de lo que ya se ha dicho de ellos. Y también me dio con que los amores no son sólo cosa de jóvenes guapos, los mayores también pueden enamorarse (que se lo digan a mi abuela, que se ha casado tres veces). Así que aquí tenemos un encuentro entre Hermione y Viktor ya cincuentones.
Donde fuego hubo, cenizas quedan
I
Londres, noviembre de 2034
Es primera vez que pisas Londres en muchos años. La última vez fue con Irina, cuando aún eran jóvenes, tenían energía para todo y ganas de comerse el mundo.
Irina.
Se había ido demasiado pronto, dejándote solo. Después de todo, te había conocido como nadie más, ni siquiera tus más íntimos amigos. Ella conocía secretos que ocultabas de todo el mundo, la cara tuya que pocas personas habían podido ver.
La echas de menos.
—Buenas tardes, señor Krum —te saluda un muchacho delgaducho a la entrada del Ministerio de la Magia inglés—. En unos momentos bajarán la señora Ministra y la encargada de relaciones exteriores —añade, indicándote un sillón de terciopelo morado para que te sientes mientras esperas.
Unos momentos después, escuchas la campanilla que anuncia el ascensor y los tacones de dos personas que se dirigen a ti.
Al levantar la cabeza, te encuentras con la última persona que esperabas.
—Hola, Viktor.
II
Ella es la encargada de relaciones internacionales. No te sorprende demasiado, porque sabes que es una mujer inteligente y capaz. No ha cambiado mucho desde que la conociste en la biblioteca de Hogwarts. Sigue teniendo el cabello indomable y voz de mandona.
—Esperamos poder firmar este tratado de libre comercio lo más pronto posible, señor Krum —dice la ministra inglesa—. Será beneficioso para las comunidades mágicas de nuestros países.
—Por supuesto, señora Ministra.
La diplomacia no fue tu primera opción, pero después de retirarte no tenías muy claro qué hacer. Te había parecido una alternativa como cualquier otra, pero no te arrepientes ni por un segundo de haberla tomado.
— En fin, lo dejo con la señora Granger —dice la mujer antes de despedirse y salir por la puerta de la sala de reuniones.
A tu lado, ella te sonríe y saca la carpeta para empezar a trabajar. Tienes que recordarte por qué estás ahí.
III
Pocas veces te ha tocado encontrarte con negociadores tan hábiles como ella. Hermione sabe cómo responder a cada una de tus preguntas y es capaz de hacer que cualquier propuesta suene inmediatamente más razonable.
Y no tiene nada que ver con que al verla te hayan venido a la memoria recuerdos de tu adolescencia, cuando las cosas eran mucho menos complicadas.
—Creo que esto es todo por hoy, Viktor —dice ella cerrando la carpeta de cuero—. Mañana nos reuniremos de nuevo para ver si tienes alguna pregunta o si crees que es necesario que aclaremos algo más. Tenemos que tener este documento listo para la firma.
—Sí, por supuesto. Esta reunión ha sido un placer, Herr-mione.
Aún te cuesta pronunciar su nombre, pero a ella no parece molestarle. Se limita a sonreír suavemente y a coger sus cosas.
—¿Dónde estás alojando? —te pregunta.
—En el Merlín, en el callejón Diagon.
—Es un buen lugar.
IV
Al día siguiente, vuelven a reunirse en el Ministerio. Te pasaste toda la noche revisando la propuesta británica y tienes algunas dudas que necesitan ser contestadas.
—¿A qué se refiere con restricciones en las importaciones?
—Se refiere a que el gobierno mágico inglés se reserva la capacidad de vetar las importaciones que impliquen un riesgo sanitario o económico.
—¿Riesgo económico?
—No queremos perjudicar a los productores nacionales —replica ella con un gesto profesional—. Y me imagino que ustedes tampoco —añade.
Por supuesto que no.
—¿Y cómo consideraremos esos riesgos económicos?
—En principio, lo ideal sería buscar a algún organismo que no tenga intereses políticos de por medio —dice Hermione, antes de meterse un mechón de cabello detrás de la oreja. Tiene varios mechones grises, que destacan entre el castaño oscuro. La madurez le sienta bien, decides. No todas las mujeres tienen esa suerte.
—Tendré que consultarlo con el ministro.
—Por supuesto, tómate tu tiempo.
V
Al final del tercer día de negociaciones, el documento está listo. Aún falta que lo revise una comisión de cada país, pero el trabajo duro ya está hecho.
Por ti, seguirías trabajando en él. Aunque sea por el placer que es trabajar junto a Hermione. No quieres despedirte de ella, no quieres que esa sea la última vez que la veas. Las has observado mucho a lo largo de los últimos días y has notado que no lleva un anillo de casada.
Sabes que es una tontería, pero es una tontería que tienes que hacer.
—Herr-mione, ¿querrías ir a cenar hoy conmigo? —preguntas, sintiéndote un poco como el adolescente cuando le pediste que fuera tu pareja en el Baile de Navidad, tantos años atrás.
Ella no responde inmediatamente.
—Por supuesto, Viktor. Sería un placer.
—¿Dónde quieres ir?
—¿La Mandrágora? No está lejos de tu hotel.
—Perfecto. ¿A qué hora?
—¿A las siete estaría bien?
—Perfecto.
VI
Llegas temprano al restaurante. Es un lugar bonito y elegante, con una banda tocando al fondo una melodía que no conoces. Te remueves, incómodo y nervioso, aunque no sabes qué es lo que te pone así. Es una vieja amiga, nada más.
Ella entra unos momentos más tarde, enfundada en un vestido azul. Al verte, sonríe. Y tú vuelves a pensar que la madurez la hace más bonita.
—Te ves muy guapa —es lo único que atinas a decirle cuando se acerca a la mesa y te levantas para saludarla.
—Gracias. Tú también —dice ella mientras se sienta frente a ti. Parece que el tiempo no ha pasado entre ambos, porque te parece verla en su túnica de gala para el baile. También era azul.
Ordenan vino de elfo con la comida y piden que dejen la botella en su mesa. Sabes que será una larga noche, porque los dos tienen muchas cosas que contarse.
VII
—Pensé que ibas a casarte con ese chico pelirrojo que siempre estaba contigo y Potter.
A su alrededor, las mesas están casi todas vacías. Intuyes que si los mozos no los han echado a la calle es porque Hermione está ahí. Y quizás porque te recuerdan de algo.
—Nos casamos —dice ella, bajando la mirada—. Murió hace dos años.
—Lo siento mucho —murmuras. De verdad lo sientes.
—¿Y tú? ¿Alguna vez te casaste? Seguramente lo comentaron en Corazón de bruja, pero nunca la leí.
—Una vez. Irina… —respondes—. También murió.
—Merlín, lo siento.
Sabes que es honesta. Hay unos momentos de silencio, en los que ninguno de los dos sabe qué decir. Quizás porque conocen un poco del dolor del otro.
—¿No tienes hijos? —pregunta ella, dándole un sorbo a la copa.
—No. No tuvimos tiempo —dices—. ¿Y tú?
—Dos. Rose y Hugo. Ya son mayores, por suerte.
Tu copa está vacía.
VIII
Las callejuelas del Londres mágico brillan debido a un chaparrón que ni siquiera notaste dentro del restaurant. Estabas demasiado ocupada escuchándola y poniéndote al día de su vida. Querías escucharlo todo.
Ahora caminas junto a ella, del brazo. En cualquier otra situación propondrías acompañarla a su casa, pero no tienes idea de dónde viven. Así que es ella la que te acompaña al hotel, diciendo que puede Desaparecerse en cualquier parte.
En la puerta del Merlín te das cuenta de que no quieres que esa noche termine nunca. Quieres botellas interminables de vino de elfos, manteles blancos y velas que flotan en el aire. La quieres a ella, por sobre todas las cosas.
La quieres con un deseo que pensabas que habías perdido.
Por eso la besas. Porque sabes que si no lo haces, te preguntarás por el resto de tu vida por qué no.
Ella se aferra a ti, devolviéndote el beso. Lenta, calmadamente.
IX
Cuando despiertas, ella está a tu lado. Desnuda.
Su vestido azul quedó olvidado en el suelo apenas entraron a la habitación, ignorando todo a su alrededor. No fue perfecto, porque las primeras veces rara vez son así. Pero los dos ya son mayores y saben que a veces es necesario ir de a poco, lentamente.
Así es el sexo cuando la juventud se acaba.
Y descubres que te gusta así.
Le besas el hombro para despertarla. Ves cómo sus párpados se arrugan, como si no quisiera despertar. Se demora en abrir los ojos, pero cuando lo haces, te sorprendes una vez más de su calidez.
—Buenos días —susurras.
Ella sonríe, aún somnolienta. Es domingo y sabes que eso significa que no tendrán que trabajar. Pueden quedarse todo el día en esa habitación, memorizando cada arruga y cicatriz de sus cuerpos.
—Hace mucho que no dormía así de bien —responde ella en voz baja.
Tú tampoco.
FIN
Había pensado en poner una viñeta más, pero creo que así queda más redondo y me gusta. Y se me vino encima el límite del reto, así que tenemos eso también.
En fin, espero que les haya gustado.
¡Hasta la próxima historia!
Muselina
