Disclaimer: Percy Jackson no me pertenece. La imagen de portada es Cattleya, de pokemón.
Este fic participa del "Calendario de desafíos" del foro El Monte Olimpo.
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Indómita como el mar
Se le fue el aliento, podía notar como su labio inferior temblaba levemente y toda la esperanza que había albergado se le fue arrebatada de golpe a ella.
— A… ¿A qué se refiere con que no puedo quedarme? —pregunto Catt, que veía al hombre en silla de ruedas como si fuera su verdugo y la sentenciara, lo que contradecía su mirada compasiva y resignara. Y no le interesaba como se viera, porque para ella se sentía así.
Cattleya había llegado al campamento mestizo con la esperanza de poder unirse a ellos, luego de la inesperada llegada de un chico con cuernos-sátiro, si mal no recordaba-cuando había estado vagando en las calles de Pensilvania huyendo, tan desesperada sino sabía si tendría que comer de la basura o volver a su casa; ninguna opción le gustaba.
Cattleya Redfern era su nombre. No era un nombre demasiado espectacular, ella de hecho prefería que le dijeran Catt porque Cattleya le parecía demasiado formal, aunque su padre solo le había puesto así por ser el nombre de una flor. Uno pensaría que un hombre con tal consideración sería bueno y comprensivo; no lo era.
De acuerdo, su padre en realidad no era malo, pero tenía la cabeza metida en una caja; como casi todo su pueblo.
Los Amish se caracterizaban por muchas cosas, responsables, humildes, trabajadores, rasgos buenos que la gente valoraba, no obstante también eran tercos y cerrados de mente. ¿Y cómo no serlo? Llevaban aplicando la misma rutina década tras década, siendo casi incapaces de ceder en cosas tan simples como el uso de botones o el que los hombres tengan bigotes, no trates de hacer que una mujer tenga derecho a ser más que ama de casa o que se pueda escuchar música en todo el hogar; eso es casi como si dejaras entrar el diablo a la casa.
Ella casi nunca hablaba de eso, de hecho si alguna vez se atrevía a hacer un comentario así en su comunidad lo único que lograría es que la mirasen como una loca, y ni mencionar su padre. El único problema…es que ella no podía ser controlada.
No la malinterpreten, no era un estúpido lema de adolescente-que tampoco es que lo fuera, ¡tenía solo 11 años, cielos!-desde pequeña había sido incontenible, había algo dentro de su alma que gritaba que no podía ser detenido con facilidad. Como el embravecido mar del que se había enamorado de niña.
Porque ella recordaba, el momento en el que supo que el mundo de su padre no era para ella.
. . .
Estaba muy emocionada. Su padre había dicho que algunos de la congregación se moverían más hacia la costa. Los hombres harían trabajo en el arado que de unas tierras que poseían a su nombre y las mujeres se encargarían de cuidar a los niños y preparar la comida para sus maridos.
Por supuesto, siempre era requerido al menos un par de hombres por si algún imperfecto sucedía o si se necesitaba de algún trabajo demasiado duro para una fémina. Siempre les habían enseñado que por las que las mujeres fueran capacitadas para los trabajos en el hogar, lo verdaderamente pesado les correspondía a los chicos. Su padre fue la opción obvia, debido al hecho de que no había una madre que le vigilara a ella como tal.
Le había dicho que su mamá murió en su nacimiento, y había estado tan triste por su pérdida que no había podido encontrar el amor otra vez. Ella le había creído por supuesto, ¡era su papá! ¿Por qué le mentiría? Aunque siempre juraba ver a los demás con ojos sospechosos, como si pensaran o supieran algo que ella ignoraba. Obviamente, no preguntaba; los pensamientos ociosos y la sospecha eran lo que llevaban a la separación y la caída, al igual que muchas otras más cosas que eran memorizaría con el tiempo.
La llegada fue hace poco más de dos horas, se habían instalado y dejado a los caballos en el establo, y los esposos ya habían partido hacia las tierras donde trabajarían. Cattleya espero a que quizás las mujeres le pidieran que observara y aprendiera las recetas, o fuera a un salón con los otros niños a aprender algunos versículos de la biblia. No hicieron ninguna de esas cosas en primera instancia.
Organizaron a todos, los hijos estaban más cerca de su madre y por defecto Cattleya de su único progenitor. Se organizaron y en silencio avanzaron, lejos de la enorme casa donde estarían por lo menos las próximas semanas.
Fue entonces cuando por fin, pudo verlo de cerca. En un principio oyó el rugido, olió el salitre, y a lo lejos por unos segundos contemplo antes de salir del carro tirado por los animales e instalarse. Ella había querido verlo desde un principio, sin embargo sabía cómo eran las cosas; tenía que obedecer, escuchar y atender, no pedir a menos que fuera un caso de extrema urgencia; aun así, por primera vez en su vida desde que era una bebé quiso aullar en exigencia. Algo dentro de ella tiraba para estar más cerca, y ahora podría.
Perdió la voz al contemplar, la cosa más magnifica que podría ver. No es como si fuera la primera vez que veía un cuerpo de agua, estaba el estanque cerca de su hogar y los charcos, más esto era completamente diferente; el agua se movía como si tuviera vida propia, chocaba contra la arena inundando, mientras el color azul bailaba bajo los espectros de las nubes, pareciendo más azul en otros lados que otro. Al estar tan cerca podía oír mejor, no solo el agua sino las gaviotas, el estremecimiento del agua poco antes de la colisión.
Era simplemente, increíble.
Hizo ademán para librarse de sus ropas e ir, antes de que su padre la agarrara por los hombros, mirándole con completa extrañeza.
— Cattleya, ¿Qué haces? —indago, con sus ojos marrón oscuro tratando de ver en los de su hija. Aunque ella había heredado el cabello rubio ceniza de sus padre y su piel blanca, estaba segura que los ojos eran de su madre: azul aguamarina, extrañamente, demasiado parecidos al mar del que de forma improvista, quería acercarse como si la vida se le fuera en ella.
— ¡Quiero ir allá! —exclamo, sin ninguna pena ni tapujo; escucho las expresiones ahogadas de algunas mujeres y la retención de la misma de sus hijos, como si de repente se tratara de un demonio come niños en vez del océano. La expresión de su padre se endureció.
— Cattleya—le llamo, con ese tono que demandaba, más que ningún otro, ser escuchado—solo hemos venido aquí porque las mujeres tienen una extraña fijación con el mar, permitiéndoles este capricho por unos minutos. Pero no nos acercamos a él, no nos bañamos en él, eso es pérdida de tiempo y la pérdida de tiempo solo deriva al pecado—recito, tan bien aprendido que bien no podría estar seguro de que rayos decía.
Ella no podía ver sus ojos propios ojos, mas estuvo segura de su propia expresión; su padre contemplo como su corazón se rompía. Ella no sabía porque, no obstante algo había en el océano que le llamaba, que quería unirse a él, tenía que.
Pronto volvieron a la casa, para que las mujeres iniciaran sus labores; poco falto para que se pusiera a gritar, mientras su Heffer Redfern clavaba sus manos fuertemente en los hombros de su hija, como si temiera que esta corriera. Cattleya nunca olvidaría como su voz se ahogaba en su propia garganta, queriendo pedir ayuda para ir allí, a alguien quien no estaba segura, creía que le podría oír.
Fue esa misma noche, que sin dormir distrayéndose por el rugido de las olas, supo de golpe porque estaba segura que alguien vendría en su ayuda si gritaba.
No tenía forma de saberlo, probablemente si lo dijera en voz alta dirían que es blasfemia; más al oír el mar, estaba segura que oía la voz de su madre.
. . .
Desde entonces, el mundo cambio para Cattleya. Ya no era la misma chica obediente de siempre; si podía se escabullía de esa casa e iba al océano, casi todas las noches iba hacia mar y corría en la orilla del mismo, sintiendo como las plantas de sus pies se mojaban por el agua salada, y queriendo unirse al inmenso a aquello que al verlo supo que era para ella; pero temiendo que si su padre descubría sus ropas mojadas descubriría que pasaba.
De todas formas, cada noche se iba dos horas luego de que todos se dormían y se devolvía dos horas antes de que despertaran. Todos creyeron que se había enfermado por lo soñolienta que se veía; nadie nunca sospechaba que se sentía más viva que nunca al estar cerca de la costa.
Aunque casi se le rompió el corazón al volver a casa, su costumbre persistió. Si bien no era el mar, se acercaba al lago; incluso sin que su padre se enterara ella aprendió a nadar, cosa que rara vez pasaba entre los de su pueblo porque se suponía que eso eran distracciones que conllevaban al mal.
Sabía que sus acciones no eran las adecuadas, no entendía porque lo hacía; pero dentro de ella allí estaba, algo tan indomable como el océano, incontenible e indómito. No podía volver a quedarse quieto como lo había hecho hasta esa corta edad, donde supo que su hogar era allí.
No podía decírselo a alguien, incluso se esparció el rumor de lo sucedido en la playa y los padres parecían querer alejarla de ella; como si ser la chica sin madre no fuera suficiente, era la chica rara que quería ir a nadar. ¿Por qué no querría? ¿Qué le pasaba a todos esos locos que les parecía raro el querer unirse a lo más maravilloso que alguna vez fue creado? Nunca salían de esa idea, y ese era el problema.
Nunca comprendió, como se atenían a esos pensamientos cuadrados y planos, como si lo único que pudieran hacer era aprender enseñanzas arcaicas en lugar de pensar por sí mismo. Ella lo sabía, ese no era su camino.
Ella siempre se decía así misma, "Solo tengo que esperar al Rumspringa, al primer minuto que tenga fuera de la comunidad huiré para siempre" pensaba siempre; el problema es que no creía poder soportar tanto.
Sobre todo por su padre.
No era nada raro, de verdad. Ellos eran amish, su padre nunca se atrevería a golpearla o mancillarla, físicamente por lo menos; debido a sus creencias duras pero firmes, su padre rara vez era cariñoso-por no mencionar, nunca-su idea de "amor" era citar frases de la biblia como si esas fueran sus palabras y no las de un libro más antiguo que cualquiera de ellos.
También sabía que la historia de su madre era falsa.
No podía deducir en que momento estuvo segura de ello, y no tenía la información real, más las pruebas eran demasiado obvias. Su padre no quería hablar de ella, no de la manera dolorosa como si el amor de su vida se hubiera ido; Catt conocía a su padre y sabía algunas cosas sobre las emociones, y al ver los ojos de su padre…observaba rabia.
La idea no estaba clara, no obstante incluso para una chica tan joven ya obtuvo sus propias conjeturas: sus padres estuvieron juntos, pero su madre se fue y le dio a ella con él-no estaba seguro de cual fuera la razón detrás de ello-y él en su pena y responsabilidad se quedó con ella, siempre dolido por su abandono.
De todas formas, no creía que su mamá fuera mala persona.
Si ella se lo dijera a alguien, la respuesta sería obvio "Pero si dices que te abandono, ¿por qué crees que es buena?" obviamente era una suerte que nunca tuvo la tentación de revelárselo a alguien, porque la conclusión sería tan descabellada como lo que paso en la playa hace seis años.
Estaba segura que su mamá velaba por ella.
Más que nada, sucedía cuando su padre y ella iban en el verano a la costa. Creía oír a su madre susurrando palabras conciliadoras que resonaban en las olas, una caricia suave en el viendo con olor salado; incluso juraba ver su cara afable y orgullosa de ella, reflejándose en el agua.
Era ridículo, absurdo y para su comunidad, posiblemente demoniaco; pero el agua le tranquilizaba y le confortaba aún más que su padre, como si el propio mar pudiera ofrecerle el cariño que solo una madre podía dar.
Por eso sabía que una vez fuera libre, iría hacia el océano; quizás una casa al frente de la costa o a una isla, pero siempre cerca del mar.
Fue hacía hace horas, que supo que su sueño nunca se iba a realizar.
. . .
Ella había planeado hablar con su padre; ella sabía que aún era muy joven y que podía cambiar de parecer, no obstante ese deseo había perdurado seis años dentro de ella, estaba segura que eso era algo más allá de si misma y que no iba a resistir. Su lugar no estaba con los amish siendo una ama de casa y limitándose a obedecer como una sierva; su lugar era con el mar que adoraba, no podía ser otra cosa.
— Sobre mi rumspringa…—quiso hablar, mientras terminaba de servir la cena. Ella no lo había preparado, por supuesto; era muy joven y su vecina siempre les traía una bandeja de comida casera en las comidas. No obstante, se ocupaba de poner la mesa y la limpieza, como se suponía que una mujer debía hacer; no dudaba que era mejor acostumbrarse porque aun si planeaba irse, ella probablemente viviría sola.
Su padre tenía otras cosas en mente.
— Tu no iras—dijo como si fuera la cosa más normal del mundo, pareciendo que hablaban de lo que habían hecho ese mismo día. Catt dejó caer su tenedor, antes de mirar incrédula a su padre.
— Tu no-no puedes—balbuceo, mortificada. La mirada impasible de su padre se arrugo levemente en un ceño fruncido, dejando de mirar su pollo asado.
— Los padres pueden decidir si dejan ir a sus hijos o no, tu no iras, punto.
— ¡Eso no es justo! —declaro molesta, tratando por todos los medios de no gritar; una jovencita se supone que no lo hacía, más su paciencia bordeaba el límite— ¡Tú fuiste! El mar… ¡no puedes arruinar esto para mí!
Como si al decir la palabra "mar" hubiera dicho algo prohibido, su padre se paró, sus músculos se tensaron, su mirada fue más firma y enojada de lo que alguna vez lo creyó capaz. Ella nunca, nunca antes en su vida había replicado a su padre en voz alta; parecía que ahora había tocado la delgada línea en la que había estado bailando con sus pensamientos diferentes y su amor por a algo que no debía ser.
— ¡Esa no es tu decisión! —Gritó, molesto— ¡Tú eres mi hija, y es mi deseo que te quedes aquí y seas la que siga el legado familiar! ¡Tú no te iras, y nunca conocerás el tan dichoso mar! ¡Esa es mi decisión!
Como hacía hace tan pocos años, sintió que algo dentro de ella se partía, una esperanza anhelada que su padre le estaba negando. Sin importarle que se esperaba su obediencia y humildad, ella se retiró de golpe hacia su habitación. Incluso puso un mueble contra la puerta para que su padre no entrara, limitándose a llorar con el ruido de fondo de su voz enojada.
Esto no solo se trataba del mar, de su sueño no cumplido. Era sobre su vida, aun tan joven ella sabía que no estaba hecha para la vida de amish, pensando que todo lo que tenía que hacer era aguantar antes de que se marchara para siempre. Sin embargo, estaba segura que la idea de su padre era rotunda; no tenía una idea clara del porqué, más estaba segura: algo en el propio rumspringa de su padre le marco para siempre, rompiéndolo mientras era obligado a cuidar de su hija solo, y no iba a hacer que ella se marchara.
Pero es que el no entendía, ¡ella no podía vivir así! La idea de seguir pensamientos arcaicos, manteniéndose anclada en una época del tiempo donde su única utilidad era limpiar y procrear, sin poder vivir jamás por ella misma. No podía con eso, ella quería ser libre, necesitaba ser libre; esto era más grande que sus ideas y su corazón, su alma lo demandaba.
Ella era del mar, y tal como el mismo, no podía ser contenido.
Esa noche, cuando su padre se hartó de gritar y se durmió, tomo una decisión.
Hizo algunos cambios a su ropa, un bolso, y tomo algunas provisiones. En medio de la noche, Cattleya Redfern abandono su hogar, para nunca más volver.
. . .
Tan pronto estuvo en la oscuridad de la noche, fue caminando hacia la ciudad lo más pronto que pudo. Tuvo que seguir la carretera ya cada auto que pasaba era un escalofrío de temor en su espalda, pensando que podría ser asaltada o peor; gracias al cielo la suerte estuvo de su parte ese día y pudo descansar un poco al quedarse en una banca que estaba cerca de la central de autobuses. Al abrirse al público ella compro un boleto al lugar más grande y perfectamente fácil de perderse que pudo haber conocido: Nueva York.
No es como si en su comunidad le hubieran hablado demasiado, pero hasta para ellos la reputación de la ciudad era inmortal. Era una enorme metrópolis, con tanta gente que uno podía confundirse con el panorama; no sabía que conclusiones sacaría su padre para buscarla, no obstante allá las posibilidades eran remotas.
El problema es que había estado tan entusiasmada por irse que no pensó en que haría allá.
Por suerte, en una fuente, es que encontró a Kay.
. . .
El día estaba increíblemente caluroso, incluso para el inicio del verano-para su opinión, por lo menos-puede que sus ropas no estuvieran tan bien condicionadas para ello, o que se acostumbrara a la sombra de su hogar; quizás las dos. Ella traía unos pantalones de tela negra y un poco pesada, con una camisa blanca a la que le quito las mangas nada más; no era un gran cambio y aun así le costó confeccionar, pero los amish eran demasiado recatados, nunca le confundirían con una con ese aspecto.
Esa parte del plan había funcionado bien, la de seguir con su vida…no tanto.
¿Por qué no pensó en otro lugar? No sé, uno donde sus aguas no estuvieran tan contaminadas que el tufo se oliera al acercarse a los grandes cuerpos de agua. Claro, podía irse más a la costa, pero la urgencia de no ser encontrada le gano. No muy útil, por alguna razón creía que si iba al mar obtendría lo que buscaba.
Aunque eso era ridículo.
Cansada y llena del polvo por dormir en esa banca, se acercó a una fuente y agarro un poco de agua. Ella sabía que eso no estaba limpio y que capaz solo empeoraba las cosas, más la idea de refrescarse era mayor que su razón.
Se concentró un poco en lavarse, como si en la idea de quedar libre del polvo y estar menos calurosa era lo único que le importara. Mientras se mojaba los brazos sintió una especie de tirón en su estómago al que no le prestó atención, aunque la concentración con el dolor era complicado y un poco confuso; era como si supiera que así estaría bien.
— Esa…esa es agua limpia—musito un chico sorprendido a pocos pies de la rubia, que curiosa se volteó a ver. Se trataba de un muchacho de piel morena y cabello negro; tenía una gorra grande, una camiseta con el logo de Iron Maiden y unos tejano que no deberían quedarle del tamaño que poseían. Debía tener quizás unos catorce años, poseía una chiva en su barbilla. La chica le miro confusa.
— ¿De que habla? —ella sabía que no debía hablar con extraños, pero la frase era tan rara que no pudo contenerse.
— El agua de la fuente huele sucia, pero cuando la agarraste…era como si estuviera limpia—explico, o algo parecido porque a la alemana no le aclaraba nada de nada. Por curiosidad se acercó a su brazo, viendo si podía detectar el inoloro característico del agua limpia que no debería tener esa fuente; a diferencia de cómo no esperaba, no olio nada.
Extrañada, puso un cuenco en sus manos y agarro más del agua limpia, viéndola con concentración tratando de ver si detectaba algo inusual. Otro tirón de su estómago, y juro y perjuro que el tufo desapareció del agua, como si fuera pura.
— Que raro—dijo notablemente confundida, preguntándose si su nariz fallaba o el sistema de tuberías de nueva york purificaba el agua o algo así. El chico se le quedo viendo como si fuera Jesús o algo por el estilo.
— Tu—no acabo la frase, como si no pudiera procesar lo que veía. Se le acercó un poco, aunque no lo suficiente para invadir su espacio personal, sus ojos se abrieron— h-hueles a océano.
Cattleya le miró completamente patidifusa. ¿Qué olía él? Ella no había estado en el mar hacía casi un año, además de que por mucho que amara el mar no podía pegarse su aroma. No entendía que le veía tan impresionante, pero parecía emocionado.
— ¡Tienes que venir conmigo! —exclamo de golpe, agarrándola del brazo y frenéticamente corriendo. Le costó un par de trópicos agarrarle del antebrazo para que se detuviera.
— ¡Alto, alto! —Grito un par de veces antes de que este se volteara a verle, sin entender— ¡Yo no te conozco de nada! ¿Y a dónde quieres llevarme? ¡Podrías ser un loco de la calle!
Vale, de la calle no. Aunque se viera un poco hippie y parecía de esos de Green peace, no creía que viviera como un mendigo. Sin embargo eso no eran razones para seguirle.
— Mi nombre es Kay Violet—se presentó como si nada, Cattleya le sorprendió que no le importará dar su nombre-podía ser una mentira, pero algo le dijo que no lo era-¿Por qué este chico creía que ella era tan digna de confianza? —Mira, sé que apenas te he visto pero estoy casi seguro que…dime, ¿nunca te has sentido diferente? Como con el agua, eso que acabas de hacer, ¿no te había pasado antes? ¿No habías tenido alguna clase de vínculo con el mar, los ríos o algo así?
La amish le miró completamente sorprendida; era como si en unos segundos adivino su vida entera— ¿C-Como lo sabes?
— Porque no es la primera vez que me encuentro con alguien diferente—alegro con una sonrisa muy segura de sí misma— ¿te falta un padre verdad? Uno que se supone que estaba muerto, huyo o algo así; tú nunca conociste a uno de tus padres—sin poder decir palabra por la estupefacción, asintió— ¡Perfecto! No hay duda, eres una semidiosa.
— Un, un, ¡¿una qué?! —exclamo completamente confusa. Ella no conocía de todo el término, nunca se lo habían presentado en su comunidad; sin embargo la palabra era muy clara.
— Entiendo si me crees loco, si quieres hablamos con tu papá y tu mamá, verás como todo lo que has pasado se explica—trato de convencerla, moviendo sus zapatos con algo de incomodidad, como si no se le ajustaran del todo.
En esa frase fue que tomo su decisión.
Ella no podía volver con su padre, incluso si era en las calles la idea de ser una cierva obediente rugía en oposición dentro de ella; nunca podría tener esa vida. No sabía cómo ese chico sabía tanto de ella, no obstante no es como si los amish estuvieran llenos de dinero como para ser un secuestrador o algo así.
Y algo en el arrullo del agua, como si fuera su madre, le decía que era su destino.
Asintió, decidida—muy bien Kay, vamos a ese lugar y dime quién soy.
. . .
Luego de hacer una llamada, se quedaron unas horas esperando en el parque a que alguien los recogiera. En ese tiempo Kay le explico todo; que la civilización griega siempre había existido, que los dioses seguían vivos, que tenían hijos con mortales. Le conto sobre los dioses del mar; Poseidón el rey del océano-aunque no fuera su padre por obviedad, debía saber eso-sus fieles sirvientes las nereidas, Tritón, y todo lo que sabía del tema. Según lo que le menciono, era posible que fuera hija de Talasa o Leucótea; no tenían hijos a menudo pero era mejor no descartar.
Para ella todo tomaba sentido; su unión con el océano, sus ojos de un verde agua demasiado raros en los humanos como para ser posible, el que su padre se portara tan resentido con su mamá; ¡por supuesto no podrían estar juntos! Quizás era por eso que su padre no quería que se fuera, sabía que una vez supiera todo no regresaría.
No obstante, eso no cambiaba su decisión; no volvería a allá.
Al poco rato llegó un tipo llamado Argos-Kay ya le había advertido, y aun así le falto poco para gritar de todos los ojos que vio-y los dos se dirigieron al campamento. Ella estaba entusiasmada, incluso sino había cabaña para ella era el encontrar su hogar, donde pertenecía. Nadie le miraría raro por querer ser independiente o que amara el mar, por fin encontró su hogar.
Hasta que el centauro la vio y dio una negativa.
— Kay es…un poco joven e inexperto, me temo—dijo mientras miraba al mencionado, que se había quedado en una esquina del porque totalmente apenado—debió estar muy entusiasmado con una hija del mar, que ciertamente si eres; mas no de la clase que entrenamos aquí.
— De-¿De que habla? —pregunto sin entender.
— Jovencita, por más que estos viejos ojos no sean los mismos que antes yo aún puedo saber la diferencia de un semidiós de alguien que no lo es, lo cuál es tu caso—decreto con suavidad, como si no quisiera que se sintiera mal; aunque eso no hizo que no sintiera una bofetada al oír esas palabras— Creo en las habilidades que Kay afirma, tu eres hija de una nereida.
— Una…¿una nereida? —es cierto que el chico le había mencionado de eso. En cuanto a la sirena popular-las que aparecía en las pinturas en lugar de las cosas horribles que si tenían ese nombre-eran ellas, las sirvientas de la corte de Poseidón. Entraba perfectamente en el hecho de que ella era unida al mar, así como el hecho de que era entendible como es que no se había topado con ningún monstruo en su vida.
— Si, eres mitad humana mitad espíritu del mar; ciertamente eso te da cualidades especiales y la capacidad de ver a través de la niebla, pero me temo que aquí entrenamos semidioses. Te deberás marchar.
— ¡Eso no es justo! —antes de que esas mismas palabras salieran de su boca, alguien más las dijo. Cerca del porche, una chica de quizás unos doce años estaba parada; tenía la piel bronceada, como si fuera de california, el cabello negro y despeinado como si no supiera lo que era un cepillo, y unos ojos verde mar que competían con los de Cattleya; solo que estos lucían mucho más intensos y decididos.
Detrás de ella, un hombre que obviamente debía ser su padre se encontraba; y decía lo de obvio porque exceptuando el hecho de que su piel era más blanca, era obvio que era su hija. Ergido con orgullo, tenía un brazo alrededor de una mujer de cabello rubio y ojos grises, poseyendo el mismo tono de piel que la chica que le defendió; un chico del mismo cabello pero ojos del hombre se encontraba cerca de la mayor, debía ser más joven que la otra; limitándose a ver todo.
Los dos chicos tenían unas camisetas naranjas con un pegaso negro, obviamente campistas.
El hombre en silla de ruedas suspiro— Jade-
— Las nereidas son de la corte real de Poseidón, viven en su palacio al igual que Anfitrite y son de sus seguidoras más fieles—argumento, mientras se acercaba más al porche yendo a las escaleras— La cabaña tres es la representación en tierra del palacio de Poseidón; si sus hijos y legados pueden quedarse, ¿por qué no podrían los hijos de las nereidas?
— En realidad, es un buen punto—susurro el hombre, mientras la que parecía ser su esposa asentía levemente, pensativa.
— Sé que no he podido ver mucho a Poseidón, pero estoy segura que si puede permitirle tal lujo a sus sirvientas sería igual de justo como para dárselos a los hijos de estas—junto las manos, mientras le miraba con una especie de mirada de cachorro— por favor Quirón.
— No es algo seguro querida, no podría saber si-
— Creo que mi hija tiene razón—argumento el hombre, esta vez mas alto para que le escucharan— Estoy seguro de que podría permitirle que la chica que se quede.
El director de actividades suspiro— ¿Tienes alguna forma de verificarlo?
Como si se tratará de un viejo busca problemas, el adulto puso una media sonrisa que de adolescente, debió hacer que sus profesores se pusieran alerta— Creo que con Blackjack podría llegar hasta allí y luego bajar para preguntarle, he hecho cosas más descabelladas.
— No puede ser peor que la vez que te sentaste en su trono—comento la mujer negando la cabeza. El gesto declaraba que obviamente ella no lo consideraba la mejor idea y un poco arriesgado, mas conociendo lo suficiente a su marido como para saber que iría. Cattleya no conocía ni a la hija ni al padre, no obstante le dieron la impresión de que eran de las personas que no gustaban que la gente lo pasara mal.
Quirón agarro su mentón, mientras veía a la chica de cabello negro y a la rubia, como si evaluara la situación— Bueno, si puedes hacerlo pronto…por ahora, sería mejor ofrecerle a la chica algo de agua y tiempo para descansar, no ha tenido un día fácil.
— ¡Perfecto! Vamos a ello—dijo con entusiasmo la mayor, agarrando la mano de Catt y haciendo que corriera para seguirle el paso. La mitad nereida no pudo evitar sonrojarse un poco ante el entusiasmo de la otra chica, era como si tuviera energía para todo.
— Muchas gracias—musito, apenada—M-Mi nombre es Cattleya Redfern—se presentó, un poco nerviosa; ¿Cómo tratar a la chica que sin conocerte prácticamente te salvo la vida? Obviamente también le quería agradecer al padre que por lo visto acepto ir a ver a uno de los tres grandes, por desgracia ya lo habían dejado atrás— ¿Tu eres hija de Poseidón?
Ante tantas frases, la semidiosa le miro confundida— Um no, soy su nieta—se encogió de hombros, como si le acomplejara ser eso. Cattleya nunca comprendería como ser solo su nieta podía ser motivo de pena, ella apenas era parte ninfa del mar— Bueno, técnicamente también de Atenea, pero soy un legado de Poseidón—su sonrisa se tornó confiada, como si hubiera entrado en modo de hacer amigos—mi nombre es Jade Jackson, y como te quedaras en la cabaña 3, ¡vamos a ser compañeras!
Como si la idea le entusiasmara, apretó en paso en dirección a la cabaña azul que parecía de un pescador. Catt no entendía como una chica que se oía tan poderosa fuera lo suficientemente amable para ayudarla, o como no le importaba tener que compartir de esa cabina con una chica que técnicamente no lo merecía.
Solo sabía que ella tenía razón, porque al final fue el legado del mar quién le salvo la vida.
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Según lo que vemos en el libro tres, Thalia explica como Grover aunque no es un semidiós califica como campista, y ya que a Cattleya la aceptaron-porque sí, aunque allí no lo demuestren la dejan quedarse-ella califica como campista.
Sé que muchos tienen Oc hijos de los tres grandes, o semidioses hijos del consejo olímpico. Pero como yo soy yo, quería tener un Oc que saliera de lo normal, por lo cual es hija de una nereida.
Su nombre no es solo por la imagen de portada, de hecho originalmente este personaje iba a ser una cazadora que necesitaría ayuda para manejar sus poderes del agua y Percy le ayudaría. Pero al final no hice ese shot y como quería participar en esta categoría, traje a Cattleya.
El apellido de Kay es por las violetas africanas, un pequeño capricho que quise darme.
Originalmente, esto no iba a ser tan largo-yo juraba que como máximo 1000 palabras, sí que me alargo-lamento si alguien lo leyó y lo vio lento, pero supongo que es mi método de escritura. Ojala aun así lo vieran entretenido.
En un principio Cattleya sola iba a argumentar sobre que se merecía su lugar, pero no pude evitar hacer que Jade Andrómeda-ese es su nombre completo, pero no le gusta-apareciera a defender a la chica. La adoro, aunque técnicamente no exista.
El tirón de estómago y la concentración son porque efectivamente, ella puede purificar el agua; sé que es un poco extremo pero vamos, en el primer libro Percy se cura con el agua del río-que nunca entendí porque no volvió a hacerlo-así que no parece más raro que su habilidad.
Quería comentar más cosas, pero ando cansada y tengo que publicar; se despide;
Lira.
