Renuncia: Fairy Tail le pertenece a mi tío. Él se lo vendió a un señor japonés con ganas de un buen polvo que se desquita con ecchi de más, Hiro Mashima.
n.a: dedicado a Sly Schneider por el "Amante Invisible" del foro El Gran Reino de Fiore. Ojalá le guste. :_)
Lunes
Sting realmente no está seguro de cómo llegan a esa situación.
Ella está parada frente al edificio (y llueve, en la imaginación de Sting, porque hace un sol que da envidia en la realidad) y castañea los dientes en un acto reflejo, con valija en mano. Es una de esas muchachas desgarbadas que asistía a Fairy Tail antes de su clausura. A juzgar por sus orbes azules y cabellera blanca debe tratarse de una de las hermanas Strauss. Así que Strauss se le queda y Sting sabe que lo más sensato sería cerrarle la puerta en el rostro, aunque tampoco es muy inteligente y–
Adelante.
Ella termina acompañándole por el vestíbulo ante la confusa mirada de su compañero de cuarto, Rogue.
Miércoles
Qué gilipollas.
En serio.
Ahora han tenido que gastar dinero para comprar una tercera cama, pues es de mala educación compartir una con una jovencita si eres un muchacho.
(—Yukino, no es que me fascine ser un entrometido pero, ya sabes, el lugar de donde viene no era precisamente un convento.
—No importa. Seguro que se asusta si tú o Rogue-kun intentáis sobrepasarse.
— ¿Si quiera has escuchado algo de lo que te dije?).
De sólo acordarse se le eriza la piel y adopta una postura de mal genio.
Strauss se encuentra sentada en el colchón adjunto, abrazándose las piernas y con expresión meditabunda (triste). Si Sting lo piensa, que no lo hace, ella no ha pronunciado palabra alguna desde que llegó.
Jueves
Sabertooth es una preparatoria privada donde los alumnos tienen sus propios dormitorios. No hay renta ya que pagan colegiatura y es casi lo mismo. Si las habitaciones estuviesen dentro del colegio quizá hubiese supuesto un problema enorme. No permiten el paso a terceros. Sin embargo no es así. Se ubican a una cuadra. Y mientras Sting regresa de la tienda en la esquina, con una bolsa de caramelos en la mano, no puede evitar considerar lo que fue de Fairy Tail y a qué dedica su tiempo la nueva inquilina.
Lunes
— Se disolvió.
— Eso ya lo sé. La pregunta es por qué, si era una feria muy concurrida y todo.
Rogue frunce el ceño, advertencia implícita de que no tolera que le alce la voz.
— Estuvimos ahí idiota. Hubo un par de peleas serias con Tártaros. Una pandilla de los bajos suburbios. Hicieron un gran desastre y el Gobierno no lo toleró más. Ya eran destructivos, de por sí.
— ¿La gota que derramó el vaso?
— Ajá.
— ¿Y ella? ¿Por qué vino con nosotros?
Rogue se encoge de hombros, devolviendo la vista a su tarea de Literatura a medio hacer en el escritorio.
—... ¡Okay, entonces! Me pregunto qué habrá sido de Natsu-san.
Martes
Terminan las clases y al llegar Sting la encuentra admirando a través de la ventana la acera contigua. Rogue no está, tiene tutorías con Yukino y regresa hasta tarde.
— ¿Acaso planeas quedarte el resto de tu vida encerrada en este cuarto? —inquiere. Ella voltea y le mira medio alarmada.
— No.
— Uh. Pues eso parece.
— Lamento las molestias —se disculpa, en un susurro—, me he separado de Mira-nee y Elf nii-chan. No tenía un lugar al cual ir.
¿Y por qué creíste que este era buena opción? No comprendo.
— No es nada, Strauss.
Viernes
La temperatura es en exceso alta. Treinta y seis grados centígrados.
Maldito sea el verano.
Por avecinarse el fin del ciclo escolar las tareas han disminuido y sus horas libres aumentan. Sting se siente afortunado y glorioso. La curiosidad es implacable también.
— ¿Tú asistías a alguna secundaria o algo? —ella no contesta de inmediato.
— Cuando niña... tomé clases privadas en nuestra mansión.
Strauss. Familia rica y de alcurnia. Menudas personas han de ser si abandonan a sus hijos a la suerte y estos terminan trabajando en un circo itinerante.
— Yukino me ha asegurado que podré ir a Sabertooth el próximo año —añade.
— Bien por ti Strauss.
Ella arruga el ceño, y la nariz. Es un gesto llamativo, Sting espera.
— Mi nombre es Lisanna.
— ¿Ah, y?
Sábado
— «Caer en el amor es recibir un brutal golpe en las costillas del cual no te han advertido con antelación» —recita él, a nadie en particular. Lisanna seca su cabello húmedo con una toalla, saliendo del baño.
Sting se concede un par de segundos para admirarle el sostén bajo la blusa casi transparente.
— ¿Quién lo dice?
— ¿Qué cosa?
— La frase —señala ella. Justo hacia el libro que reposa en sus piernas. Sting ladea la cabeza y finge meditarlo.
— Fui yo —por algún motivo se muestra sorprendida—. Este es un cuaderno en el que suelo escribir lo que me venga a la mente, nada más.
Lisanna permanece callada. Se quita la toalla y la coloca en el buró. Tras lo que parece un debate consigo misma camina hacia Sting; toma una silla y se acomoda en esta.
— ¿Por qué esa opinión tuya?
— Bueno... Porque es crudo. Muy crudo y doloroso ¿sabes? Tanto como que te abran de adentro hacia afuera, escarbando en los huesos, la piel, los músculos y arterias, llegando al corazón y pulmones. Es ahí cuando no se te congela la sangre, sino que bombea más fuerte, tanto que asemeja a un infarto, pues en cierta forma amar a alguien es como morirte todos los días. Y es como, el hombre, uno mismo, se vuelve inmortal ¿no? Y los pulmones se te hacen un nudo, como un papel arrugado, quitándote el aliento en lugar de proporcionártelo como deberían —Sting hace una pausa y ya que Lisanna está muy concentrada en él decide arriesgarse y proseguir—. Te estropeas vale. No hay más exactitud que compararte con un vestido deshilachado o una muñeca a la cual se le han caído los botones que tenía por ojos y gana polvo detrás de todos tus demás peluches, en el rincón de un mueble. Tú eres chica, deben gustarte los vestidos, sobre todo los de estampados de flores y un amargo tono amarillo chillón. Y las muñecas de trapo. Fuiste niña y qué niña no les apila en orden preguntándose de qué charlaran cuando no estés presente. Todo sería más sencillo si pudieses remendarte con hilo cuando te enamoras y no funciona la relación, como a tu ropa o juguetes. Pero no se puede.
— Te escuchas igual que alguien que experimentó el amor una vez y no le resultó agradable —observa Lisanna y Sting casi, casi se arrepiente de confesar todo aquello, lo que le ha venido amargando desde siempre.
Más es el brillo de comprensión en sus ojos de charco sucio (no agua clara, a diferencia de los suyos, que tampoco es que sean muy brillantes) y ninguna señal de mofa o lástima lo que le hace desistir.
No se retracta.
— La verdad, no. No me he enamorado. Nunca.
Lunes
Sting mira los objetos un largo rato. Sin moverse.
— ¿Qué es esto? —la pregunta sale antes de darse cuenta. Rogue se asoma a la cocina.
— Son nuestras bolsas. Para el almuerzo.
— Tú no cocinas, Rogue —le acusa con consternación.
— Gracias por notarlo genio —y le gruñe levemente—. Las preparó Lisanna. Anda, quita esa cara y apúrate o llegaremos con retraso.
Miércoles
— ¿Tienes más opiniones concretas sobre el amor, Sting?
Él evita mirarla de frente. A ella. A Lisanna.
Avienta la mochila sin ninguna consideración en el piso y se quita los zapatos.
— ¿Importa?
— Pues no —se sincera—. Pero Rogue es muy silencioso y siento que si no oigo una voz aparte de la mía tarde o temprano enloqueceré dentro de estas cuatro paredes.
— Visita a Yukino. O a Minerva. Qué sé yo.
— ¡Las visito! Pero hoy no están. Y además saldrán en un viaje por el fin de clases.
Sting logra abstenerse de gritar un «A mí no me interesa» sólo por poco.
Jueves
— Oh, qué dulce Sting —la maestra le sonríe, enseñándole cada uno de sus dientes. Blancos y de cetáceo. Sostiene en sus palmas el trabajo final que les encargó—. ¿Te han comentado que tienes madera de poeta?
Sting juguetea con un lápiz.
— No es algo que me interese aparte de un mero hobby, lo siento profesora.
— Ah. Una lástima. Una verdadera lástima.
Sí. Pobres. Serán menos los lectores que sufran de cáncer visual.
Viernes
Es el último día que debe ir a Sabertooth porque de manera oficial comienzan las vacaciones. Y es fantástico.
Sting planea desvelarse diariamente y distraerse con videojuegos y los libros varios que Rogue le regaló en su pasado cumpleaños (lecturas pomposas: Herman Hesse, Nietzsche). Piensa asimismo en conseguirse una novia de fin de semana, tal vez. Y en ser felicitado por Wesslogia, su viejo, por no haber reprobado ninguna materia y pasar a tercero con un decente ocho. Cosa que implica un poco de pasta extra, que nunca sobra o es mal recibida.
Saca las llaves del apartamento y lo abre, entrando sin aviso, aún con la euforia corriéndole por las venas. Es entonces cuando la ve.
Está dormida en el sillón y su respiración es acompasada. Un sube y baja de sus pechos pequeños, cubiertos por esa blusita rosa veraniega. Sus pestañas son largas y obscuras y su piel asemeja porcelana china.
De pronto Sting siente seca la garganta y tiene hambre.
Comer, comer, comer—
Turbado por sus propios pensamientos, y sin arriesgarse a que Lisanna despierte y mire a su alrededor con una extraña sensación de pesar, él se va.
Martes
Sting no regresa.
Miércoles
Tampoco al día siguiente.
Jueves
Lisanna no sabe cómo lidiar con la mirada indescifrable que Rogue le dedica en los momentos donde coinciden en una misma habitación. Rogue alcanza a distinguir el cuaderno-diario-cofre de frases secretas de Sting bajo el brazo de ella en un par de ocasiones. Y no la cuestiona.
— Me siento un estorbo.
Es un quejido, suave, plagado de demasiadas cosas.
— No es tu culpa —intenta reconfortarla él—. Es normal. A veces Sting se va un par de semanas, pero siempre vuelve y es el mismo imbécil que era antes de irse.
— ¿Quizá dije algo inapropiado? —aventura ella, presionando el asunto—. Todos los que me importan me terminan abandonando, y todavía no sé la razón.
Domingo
Sting es—
Soy, se corrige.
un tonto.
Viernes
— Eres un tonto —es lo primero que oye al volver.
— Ya lo sé. Pero, hey. No puedo creer que no me hayas extrañado —saca la broma como defensa, para protegerse. Es prácticamente una costumbre. Rogue le propicia un golpe en la nuca, sin fuerza. Sting suelta una maldición aún así—. Anda, actúas más feo de lo normal.
— Pudiste avisarle, ¿no te parece?
—...
— Ya me lo suponía.
Sábado
Se levanta a las doce de la madrugada y camina por todo el apartamento, sin provocar ningún ruido en lo absoluto.
Entreabriendo la puerta de la habitación de Rogue alcanza a vislumbrar la silueta dormida de este del lado opuesto, cerca de la pared. También la de ella, en otro colchón que está próximo a Rogue. Sting contiene el aliento. Lisanna se remueve entre las sábanas, frotándose los ojos y mirando en su dirección. Una seña.
«¿Qué tal Strauss?».
Incluso sin ningún tipo de luz ella ve la seña. Lo ve a él. Se deshace de las sábanas y se escabulle del cuarto. Permanecen sentados en la cocina —recargados en el refrigerador, hombro con hombro— sin charlar, sólo oyendo la respiración ajena del otro, hasta que amanece.
Domingo
Rogue los encuentra dormidos así en la madrugada. No dice nada al respecto.
Jueves
— Yo no esperé que el maestro clausurara a Fairy Tail —le cuenta ella.
— Ya.
— Tampoco que me fuese a separar de mis hermanos, tomando caminos diferentes.
— Ya.
— ¿Es aburrido, no? Obvio a ti no te interesan las desventuras de una cría pobre y huérfana. No sé qué diantres hago aquí siendo un incordio, yo debería...
— ¿No dijiste que perderías la cordura si no platicabas con alguien? —la interrumpe. Lisanna se enjuaga las mejillas.
— Uhm, sí.
— ¿So? Sigue hablando Strauss. Te escucho.
Martes
Sting no lo nota (no le apetece notarlo) hasta que Minerva se lo restriega en la cara en una salida grupal.
Últimamente convives mucho con nuestra nueva amiguita.
Y jura por todos los dioses que hay, que de no ser por ella, por Minerva, él jamás se habría percatado.
No. No es que el nuevo hábito recién adquirido de sentarse junto a ella en el piso hasta que la luna se esconda le sea desconocido, o el hecho de que Lisanna pase horas y horas en su habitación, acariciando las portadas de sus libros y cómics, o quedándose quieta simplemente, recostada en la cama mientras él escribe o lo que sea. Y que Lisanna les prepare el almuerzo, pero sea el suyo con el que más demora y el que queda más perfecto y que Lisanna le sonría con tanta dulzura enfermiza a diario.
Ante esa observación Sting descubre que en el fondo ya no la considera sólo como una niña desgarbada a la cual nunca debió abrirle la puerta. No sabe cómo sentirse.
Miércoles
— ¿Tu definición del amor es la misma aún?
— Sí. Más o menos.
— ¿Cómo?
Sting suspira.
— No es como lo pintan los medios de comunicación y entretenimiento.
— ¿Es horrible?
— Mucho.
— Eso no tiene sentido.
— Nah. Es feo, pero la gente tiende a enamorarse de igual modo.
— ¿Por qué?
— Porque..., porque al lado de esa persona especial los horrores tienden a aligerarse. Es como si se camuflasen, y uno asume que desaparecieron, pese a ser mentira. Es suficiente de todas formas. El mundo no es mejor, ni la gente, ni siquiera tú; los problemas se mantienen ahí. Y sin embargo..., esa diminuta felicidad tiende a compensar todas las demás desgracias.
Viernes
— ¿Y si te confieso que me he ido enamorando de ti, Sting? ¿Cambia algo?
Sting se muerde los labios. Saben a sangre.
— No. A menos que te devuelva la confesión.
Lisanna se muestra melancólica.
—...Claro.
(Nosotros los humanos solemos amar aquello que nos mantiene a flote, después de todo.)
Domingo
Entonces.
Entonces se transforma en su mantra, el de ambos, refugiarse en sus brazos, los del otro. Sting no vuelve a huir, ella no se le confiesa otra vez. Se limitan a adaptarse. Pero convierten el nosotros en un tú y yo.
— ¿Está bien si quiero convertirme en tu salvavidas, Strauss?
Lunes
Porque cuando un chico y una chica se conocen, no se enamoran. No ahí donde no hay frases adornadas con glaseado ni baladas de tiempos remotos.
Al final, alega Einstein: «lo único infinito es la estupidez humana».
