Mary Poppins pertenece a P.L Travers y a Walt Disney Pictures


¿Quién se habría fijado en una criatura tan triste como esa?

No era más que un niño escuálido y lleno de ceniza...un aprendiz de deshollinador, de no más de nueve años, tal vez menos. El cementerio estaba lleno de chavales que, como él, habían sido sacados el hospicio y que si morían dentro de una chimenea no supondrían una gran pérdida para el Imperio.

A éste en concreto le conocían bien en Londres. Para la gente de bien, era el aprendiz del viejo Tom Fischer, el deshollinador más demandado de la ciudad por su fiabilidad y eficacia. El niño era aún un poco torpe pero comenzaba a ser un buen alumno. En los bares se le conocía como el hijo de Alfred Alfred. Aunque su nombre era divertido, él no lo era. Todos sabían lo que le esperaba al chico si se le ocurría negarse a bailar por unas monedas frente a una panda de borrachos, quedarse lo que ganaba limpiando chimeneas con el viejo Tom o insistir en tartamudear. Aquel padre, muchos decían, no se merecía tal nombre. Su mujer se hubiera levantado de la tumba y retorcido su fino pescuezo de haber sabido que la ley prefirió mandar al pequeño de vuelta al hospicio donde nació antes que dejarlo con un padre que en vez de leche le daba ginebra y sacudidas en vez de carantoñas. Sí, se le conocía bien pero daba lo mismo si su padre cumplía sus amenazas de ebrio y lo tiraba al río o si se quedaba atascado en una chimenea como un pajarito indefenso. ¿A quién le importaba un niño miserable como ese? ¡Como si no tuviera problemas más importantes el mundo!

Un pequeño que pintaba garabatos coloridos en la acera con tizas. No era algo en lo que uno se fijaría.

Pero alguien sí lo hizo.

El niño vio una sombra sobre su obra y levantó la vista, temiendo que fuera el guardia. Un par de ojos azules le miraban fijamente. Por un momento sintió que su corazón se detenía, que la realidad se volvía desdibujada a su alrededor, como los fondos de sus dibujos. Era la criatura más bonita que había visto jamás, y estaba mirando sus cuadros.

Él se atrevió a sonreír y ella le devolvió la sonrisa.

Desde aquel momento Bert supo que existía la magia.


FIN