NADA ES LO QUE PARECE
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*Todos estamos muertos cuando nacemos, el final está decidido antes del comienzo*
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Capítulo I
Cambio
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El humo la rodeaba. Podía respirarlo. El dióxido de carbono colándose por su nariz y llegando hasta lo más profundo de sus pulmones. Desde siempre había odiado ese olor, pero no sabía la razón exacta. Siempre era lo mismo. Soñaba que estaba en un lugar desconocido y lleno de humo. Y después despertaba con la respiración entrecortada. Se sentía tan real.
Pero esta vez fue distinto. No recordaba con exactitud el lugar, pero sabía que había estado ahí antes de alguna manera. Aunque el denso humo no la dejaba ver con claridad, estaba segura que era un lugar amplio. Una sala o una habitación muy grande. Ella, en su sueño, aguantó la respiración mientras se hacía paso por el fuego. ¿Fuego? En sus sueños anteriores no había habido fuego. Esta vez sí. Las largas llamas de color rojizo la rodeaban cada vez más. Ella estaba consciente de que todo lo que estaba pasando no era verdad; pero, ¿y si de verdad había ocurrido? Siempre había leído que los sueños tienen un significado mayor del que uno piensa, pero ella nunca le había tomado mucha importancia. Este pensamiento la tuvo inquieta. ¿Y qué si había pasado? ¿Por qué no lo recordaba?
Yumi sacudió su cabeza para alejar esos pensamientos tan absurdos. Bah, como si eso fuera a pasarme. Estoy volviéndome loca...
Estaba en medio de unos escombros. Miró a sus pies. Ni siquiera podía ver el suelo con claridad. Todo empezaba a adquirir una forma borrosa. El humo ya había empezado a afectar su vista. Dio unos cuantos pasos más y sintió el piso un poco extraño a pesar de estar usando zapatillas. Agudizó el oído, y sintió como la madera rechinaba tétricamente. Esto no le estaba gustando del todo. Algo estaba mal con ese piso.
Escuchó unas pisadas fuertes a lo lejos. ¿Una persona, un monstruo?, Yumi se preguntaba a sí misma dormida. No lo sabía, pero quería saberlo.
—¿Quién eres?— ella preguntó, cuando finalmente vio una figura negra aparecer en su campo de visión.
Cuando Yumi escuchó el familiar pitido de su alarma, dio un suspiro en rendición mientras abría sus brillantes orbes con pesadez. Nunca antes habían ocurrido cosas tan extrañas en sus sueños. La figura de negro había sido algo completamente nuevo, al igual que la madera rechinante. Sacó su celular bajo la almohada para revisar la hora. Eran exactamente las 7:03 am. Ya podía escuchar a los pajaritos cantar a fuera en su pequeño jardín.
Siempre que se levantaba a esas horas, se sentía aún muy cansada. Sin embargo, para su sorpresa, esa mañana no fue así. Se sentía incluso un poco más viva. Últimamente había tenido problemas para dormir. Se quedaba mirando el techo de su habitación como si fuese la cosa más interesante del mundo hasta que su reloj marcaba las tres de la mañana. A veces ayudaba leer. Esa noche se había quedado leyendo Días Eternos. Al poco rato le quitó importancia. Sintió su piel erizarse, y se tapó hasta la nariz con la sábana. Había dejado la ventana de su habitación abierta y ahora la brisa fría de la mañana acariciaba su cuerpo caliente.
Yumi aún estaba intrigada por saber quién era el encapuchado. Se moría de curiosidad. Estaba empezando a creer más en las supersticiones de las que hablaba Tsunade a veces. Y pensar en su profesora le hizo recordar que hoy la vería. Tsunade era como su tutora y su figura materna.
Su tutora porque le enseñaba todo lo que ella debía de saber, y su madre porque era muy pendiente de su vida. Después de la muerte de su verdadera madre, su papá se había vuelto muy sobreprotector con ella hasta el punto que ahora tenía que ser educada en casa. Tsunade terminó siendo un 2 en 1. Tsunade fue quien la ayudó desde que tenía memoria, era como una segunda mamá. A veces, su papá odiaba que Yumi considere a su tutora como su madre; pero no podía culparla. Yumi solo tenía un vago recuerdo de su madre, y eran sus deliciosas galletas de vainilla con chispas de chocolate. Ah, y su sonrisa de Colgate que ella no había podido heredar.
En realidad, esto no le afectó mucho. Recordaba muy poco de lo que solía hacer en el colegio, y tampoco recordaba haber hecho amistades muy significantes. Lo que no se acordaba acerca de las escuelas, lo leía en los libros. Yumi era una ávida lectora.
—¡Yumi! ¡Tsunade llegará temprano hoy!— escuchó decir a su papá al otro lado de la puerta.
Su papá tenía que realizar un viaje muy importante, a pesar de que era fin de semana y él le había prometido que ya no saldría de viaje durante los fines de semana para pasarlos juntos. Ese día, solo podrían conversar durante la hora del desayuno.
—Princesa, es hora de levantarse.— dijo Akira Yamashita, entrando a su pequeña habitación con una sonrisa.
Akira estaba muy orgulloso de su hija. Tras haber perdido a la mujer que más amaba en el mundo; solo le quedaba a su hija, a quien también amaba por igual. No dejaría que nada malo le pase. Se había puesto nuevas metas; entre ellas darle una mejor calidad de vida a Yumi, aunque eso signifique hacer algunos sacrificios. Siempre veía a su hija con una hermosa sonrisa en el rostro, pero sabía que ella también tenía sus pequeños caprichos. Entre muchos, remodelar su habitación.
Su habitación era la más pequeña de toda la casa. Originalmente había sido un pequeño estudio que él mismo había utilizado antes de que ella naciera. Lo habían remodelado para que sea la habitación de la nueva integrante de los Yamashita. Le habían puesto un closet de color blanco con flores, un mini estante para sus preciados libros y un escritorio para que haga las tareas. Habían cambiado el aburrido tono gris de la habitación a un rosa pálido. El año pasado su papá recién había accedido a ponerle una pequeña televisión.
Pero Yumi ya no era una niñita de siete años que seguía todo al pie de la letra y creía en todo lo que le decían sus padres. No, era una chica de 17 años que seguía tendencias de moda (en su caso este nuevo estilo denominado grunge) y cuyo color favorito obviamente ya no era rosa como el de todas las niñitas de inicial.
—Buenos días pa.— saludó ella, con una somnolienta sonrisa plasmada en su rostro. —Uhm, ¡panqueques!
—Solo para los dos. Con nutella extra.— le respondió su papá, acariciando su cabello negro después de dejar la bandeja sobre las piernas de su hija.
El desayuno transcurrió tranquilo. Su papá de nuevo se disculpó porque tendría que viajar de nuevo, pero le aseguró que sería el último viaje del mes. Le comentó también que su jefe le había aumentado el sueldo y que tenía una sorpresa para ella cuando haya regresado. Yumi, aún con manchas de nutella en sus labios, le dio un beso en la mejilla a su papá cuando él le dijo que ya era hora de que él se vaya.
—Suerte en tu viaje papá.— le dijo mientras que le daba un abrazo de despedida.
Justo en ese momento, sonó el timbre. Fueron dos tocadas largas, con una pausa corta entre ambas. La única persona que tocaba el timbre de esa manera era Tsunade. Yumi salió corriendo al recibidor aún descalza y con piyama para recibir a su tutora, a quien no veía desde la semana pasada. Akira se quedó observando al par de mujeres desde la puerta de la cocina para no interrumpirlas. Dejó la bandeja sobre la mesa de ésta y fue a su habitación para recoger sus maletas.
—Tsunade, ¿qué tal te fue en la capital?
—Compré cosas muy útiles. Algunas las utilizaremos en la clase de hoy.
Akira cerró su maleta y bajó las escaleras, para encontrarse con ambas mujeres. Asintió levemente con la cabeza al ver a Tsunade, en forma de saludo. Tsunade hizo lo mismo.
—Bueno señoritas, las dejo que mi vuelo sale en un par de horas y el tráfico hacia el aeropuerto debe estar horrible.
—No te olvides de llamar papá.— le pidió Yumi, mientras que le volvía a dar un gran abrazo.
—Llamaré cuando llegue.— le respondió él, depositando un cariñoso beso en su pálida frente. —Tsunade, le haré un depósito en su cuenta bancaria ni bien llegue a la capital. Gracias por hacerse un tiempo para cuidar a Yumi.
—Todo por Yumi, señor. Que tenga un buen viaje.
Akira tomó las llaves que colgaban al costado del recibidor y cerró la puerta principal detrás de él. Algo extraño pasaba con Tsunade, pensó. Había notado un atisbo extraño en su aura. Pero a los pocos segundos, le restó importancia. Supuso que solo había tenido una mala mañana como cualquier otra persona.
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Yumi tenía la respiración entrecortada. Tsunade se había vuelto loca o ella simplemente no había visto el golpe. Después de hacer un repaso de la Revolución Francesa y revisar unas reglas gramaticales, había llegado la hora de defensa personal. Como todos los días en la tarde, salían al jardín en sus ropas deportivas y Tsunade la hacía trabajar al 100%.
Ese día habían arrancado con un calentamiento normal. Fueron 50 planchas, 100 abdominales y 80 sentadillas. Y después habían hecho unos ejercicios de estiramiento que a Yumi le parecieron espantosos. No había dicho nada para que Tsunade le haga hacer más.
Después le había hecho correr por todo el patio, saltar, patear, golpear. Y finalmente, Tsunade la había retado a un pequeño round. Yumi sabía que nada bueno de ahí. A pesar de que Tsunade era de la edad de su papá, estaba segura que era más o incluso más fuerte que él. Sus tonificados brazos y piernas lo decían todo. Y no era porque Tsunade disfrutaba ir al gimnasio (ni tiempo libre tenía), las artes marciales eran su vida. Sabía un poco de todo: Judo, tae kwon do, muai thai, karate... A Yuki le enseñaba una especie de mezcla, sacando lo mejor de cada arte marcial que sabía.
Al principio, fue un combate de patadas. Un giro a la derecha, esquivo, bloqueo con el brazo derecho y una patada a la cara. Los movimientos simplemente se daban, Yumi no lo pensaba del todo. Pero Tsunade hizo un giro rápido y le dio una patada al costado que la tumbó contra la pared. En definitiva Tsunade tenía una fuerza monstruosa. Juró que se había roto uno de los huesos de su costilla porque le dolía terriblemente. Un golpe directo en la mejilla la hizo reaccionar. El dolor en su costado se desvaneció, milisegundos después. Rápidamente le devolvió el golpe, en el estómago; y la espalda de su tutora chocó contra la pared contraria. Yumi sonrió con un aire de superioridad.
La rubia se recompuso como si nada hubiese sucedido y corrió hacia ella de nuevo. Podía ver sus movimientos pero el golpe final de Tsunade no lo pudo ver. Se puso en posición para devolver la patada, pero un mal giro del pie la dejó en el suelo. El round había terminado. Su cuerpo ya no daba para más.
—Deberías de usar las reglas de Física a tu favor. No por nada las hemos repasado hoy, Yumi.— la reprendió Tsunade. —Si abrieses menos el ángulo de la patada, ésta sería mucho más rápida y el impacto sería mucho más fuerte. ¡Vamos! Si alguien te ataca cuando estés en la calle en una situación de peligro, ¿quién te va a proteger? Tu príncipe azul no estará ahí para ayudarte.
Yumi solo asintió con flojera mientras se tumbaba en el jardín mirando el cielo anaranjado. Había perdido por completo la noción del tiempo. Ya no se veía el sol en lo alto. Estaba apuntando hacia el oeste. Lo más probable es que ya eran las 4 de la tarde. El día se había pasado mucho más rápido de lo que ella había esperado.
—Termina con 100 abdominales y 100 planchas.
Yumi gimió en frustración mientras se tiraba boca arriba sobre el frío suelo del patio y empezaba a hacer los abdominales. Lo que más odiaba en el mundo era hacer abdominales. En medio de su tarea, sonó el timbre. Ella levantó una ceja mientras empezaba a hacer las planchas y un olor bastante conocido llenó sus fosas nasales. Era pizza "vegetariana con pollo", como decía su tutora.
—¿Ya terminaste? Pedí una vegetariana para ver 47 Ronin hoy.— le dijo con una sonrisa.
Ella no pudo evitar sonreír a pesar de que no le gustaba la pizza. Era muy extraño. Según lo que tenía entendido, la pizza era como una especie de plato universal que a todo el mundo le gustaba. No lo aborrecía, pero simplemente no le encontraba un sabor alguno y aparte eran muy grasosas para su gusto. No le veía el chiste de sudar como si estuviese en el desierto y eliminar todas las calorías que consumía, para después volver a llenar su organismo de grasa. Pero Tsunade lo hacía con una muy buena intención, por lo que no podía ser una malagradecida y ofenderla.
La tarde la pasaron tranquilas viendo la película de samuráis.
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Yumi pasó la página del libro antes de mirar el reloj. Ya eran las 6 pm de la tarde y el sueño ya se le había pasado. El libro que había comprado por internet la semana pasada la había atrapado más de lo que había imaginado. Definitivamente tenía que acabarlo ese día. Habían pasado más de dos horas desde que había empezado el libro y estaba casi en el final.
Fue cuando volvió a mirar el reloj que se percató de que era tarde como para empezar a hacer la tarea de Tsunade. Su tutora vendría a las nueve de la noche y aún tenía que cenar, bañarse y ver el nuevo capítulo de la serie que ese día se estrenaba. Realmente tenía mucha flojera como para buscar la información que Tsunade le había pedido para esa noche. Cerró su libro sobre su pecho y lo puso a su lado derecho. Se levantó contra su voluntad, arrastrando sus pies hasta su escritorio para buscar la información. Si no lo hacía en ese momento, lo más probable es que se olvidaría.
Mientras mandaba imprimir el archivo desde su celular, Yumi guardó rápidamente el libro debajo de su cama. No quería que su papá sepa que aún seguía leyendo libros de fantasía. Decía que le llenaba la cabeza de tonterías porque no decían la verdad acerca de los finales felices. Su papá casi siempre estaba afuera por lo que nunca se daría cuenta que aún los seguía leyendo si tenía cuidado.
El timbre interrumpió sus pensamientos, y sin pensarlo, Yumi tiró los papeles impresos sobre su cama para bajar a abrir la puerta. Sabía que era su tía Keiko, y ella odiaba cuando alguien que no era Yumi le abría la puerta. Tenía mil razones pero a ella solo se le había quedado una: era muy impersonal recibir a tus invitados mandando al servicio a hacerlo. Sonrió falsamente cuando su tía la saludó con un beso en la mejilla y un abrazo. No era que le cayese mal pero siempre la había tachado de rara.
Aún así, no podía hacer nada. Era la única pariente del lado de su madre que le quedaba. Su mamá había quedado huérfana a los 20 años y solo tenía una hermana, que era Keiko. No sabía si ella se podría asemejar mucho a su mamá, pero en algunas cosas sí se parecían.
Eran las cuatro de la tarde, y Yumi finalmente llegaba del colegio. Milagrosamente, vio el carro de su madre estacionado en la vereda. No pudo evitar sonreír. A pesar de que pasaba poco tiempo con su mamá, disfrutaba de esos pocos ratitos. El olor a chocolate le robó el aliento y entró corriendo a la casa. Hacía mucho que no había comido algo de chocolate.
—¡Yumi-chan!— exclamó su madre desde la cocina.
—Hola mami— saludó la pequeña Yumi con una gran sonrisa en el rostro.
—¿Quieres galletas, cielo?
Yumi sonrió un poco al recordar las galletas de su madre. No recordaba exactamente el sabor pero sí se acordaba que su mamá lo hacía con mucho esmero mientras que ella asistía a clases. Por alguna extraña razón no se acordaba de su rostro. Se acordaba que la última vez que la vio antes del accidente ella había estado usando un vestido verde y unos zapatos negros; pero solo eso.
—¿Mamá?—
Nadie le respondió a su llamado. Esa tarde había llegado un poco más temprano de lo normal de clases. Habían tenido una clase de inglés recreativa y habían aprendido a hacer brownies. Le pareció extraño que nadie le respondiese. Su mamá siempre llegaba temprano a casa los viernes. Siempre le decía que el viernes era tarde de chicas y por eso llegaba más antes que su papá.
—Yumi, Yumi-chan...— le escuchó a su papá decir, usando el sufijo japonés de cariño. Su voz tenía un tono extraño.
—¿Papi?— preguntó la pequeña. —¿Dónde está mamá?
—Mamá se fue a un lugar mejor, preciosa. Ahora solo estamos los dos.— Yumi juró que su papá había estado llorando por sus ojos rojos.
—¿Pero por qué no me pude despedir de ella?
Su papá solo la abrazó fuertemente. Yumi no sabía exactamente a qué se refería su papá, pero lo abrazó de vuelta. Se sentía bien abrazar a su papá. Le gustaba esa colonia que él se echaba cuando iba a trabajar. El olor inundó sus pulmones mientras tomaba respiraciones profundas. Se sentía triste. Si su mamá se había ido, por qué no se había podido despedir de ella.
—Mamá me dejó esto para ti.
Akira le colgó un pequeño dije con un pequeño corazón de oro en su cuello. Yumi lo tomó entre sus pequeños dedos y lo acarició con cuidado como si fuera de cristal.
Yumi percibió un olor bastante particular en el aire. No sabía con exactitud lo que era. Nunca lo había sentido antes. Le daba una sensación extraña que se le colaba por los poros de su piel y se adentraba en ella. Algo le decía que algo iba a suceder.
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Akira cambió su semblante serio por el de un hombre alegre. Tocó dos veces la gigantesca puerta de madera con diseños góticos y no entró hasta que escuchó una respuesta.
—Adelente.— escuchó la voz rasposa del director de la Secundaria del Este.
Akira empujó la pesada puerta e hizo una pequeña reverencia. El viejo vampiro estaba sentado tras su escritorio, mirando por la ventana distraídamente. Hiruzen se volteó hacia él con una pequeña sonrisa en su rostro. Se acercó hacia él, ayudándose con su bastón de madera, y dejando su cigarro sobre su escritorio. El aire fresco de mediados de otoño se coló por la ventana que daba hacia el jardín, dándole una sensación de paz a Akira.
—Akira, qué bueno verte.
—Lo mismo digo, Hiruzen.— respondió cortésmente.
—¿Qué te trae por aquí? Pensé que aún estabas en la exploración.— le hizo un ademán con la mano, invitándolo a que se siente.
—Mi hija enfermó y no había nadie quien la cuide. No puedo dejarla más tiempo ahí sola con humanos. Es por eso que vine a pedirle que acepte a Yumi en su institución.
—No creo que sea la decisión correcta Akira. Tu hija tiene amnesia y no creo que sea una buena idea involucrarla con nuestro mundo tan pronto. Sabes que ella será bienvenida cuando ella y tú lo deseen. El problema es que lo que le pasó puede tener efectos secundarios.
—Sé que ya está lista. Pronto será su cumpleaños número 353, ya es hora de que sepa que no pertenece al mundo humano. Es una vampiro de sangre pura y necesita saberlo. Necesita conocer su naturaleza. Los suplementos que le damos con vitaminas ya no funcionan, y ya no le encuentra sabor a la comida.
—Si tú crees que es la decisión correcta, no me opondré; solo te estoy dando mi opinión. ¿En cuánto tiempo crees que ya esté lista?
—Empezaremos la mudanza mañana. Creo que unos tres días ya estará lista.
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Tsunade le había dejado un nuevo libro de medicina para leer. Había terminado el capítulo 10 cuando escuchó a su papá entrar por la puerta trasera. El titileo de las llaves de la puerta penetró sus oídos mientras que bajaba las escaleras. Recibió a su papá al pie de estas con una sonrisa en el rostro. Realmente lo había extrañado, en especial sus desayunos especiales con panqueques. Su papá le dio un pequeño abrazo y un beso en su coronilla después de dejar su pequeña maleta de ruedas de color negro al costado de la puerta de la cocina.
—Tengo buenas noticias Yumi.
—¿Te aumentarán el sueldo?
—Eso y por eso nos mudaremos.
Yumi quedó perpleja por la respuesta de su padre. ¿Mudarse? Mudarse significaba muchas cosas. Entre ellas ordenar, que era lo que más odiaba, y limpiar. Y para empezar nunca se habían mudado. Yumi no sabía exactamente cómo se realizaba una mudanza. ¿Se irían de la ciudad? ¿O seguirían viviendo en el mismo vecindario? ¿La casa sería más grande? ¿O sería un mini-departamento? Miles de preguntas abundaban en la cabeza de Yumi, y no sabía por cual empezar. Akira miraba un tanto divertido las expresiones de su hija.
—Nos mudaremos a una nueva ciudad. Solo empaca las cosas más importantes. Las otras cosas las compraremos allá.— le explicó, leyéndole la mente.
—¿Y qué pasará con las cosas que se queden aquí?
—Las venderemos.— respondió su padre como si fuera la cosa más obvia del mundo.
Su papá nunca se había quejado de su trabajo a pesar de que, según lo que entendía, no le pagaban muy bien. Por eso no compraban el último televisor con mil y un aplicaciones y con sensor de movimiento. ¿Cómo era posible que su papá, la persona más ahorradora que conocía, había comprado una casa y la había amueblado en cuestión de poco tiempo y sin que ella se entere; cuando se suponía que la situación económica en la que se encontraban no era la mejor?
—¿Y cómo es esta nueva ciudad?
—Ya lo verás.— le sonrió levemente.
Ella siempre había deseado vivir en un lugar alejado de los edificios, del tráfico. Esperaba que su nuevo hogar sea así. O incluso mejor.
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—¿Cuídate mucho sí?
Yumi asintió con algo de dificultad porque su cabeza estaba sobre el hombro de su tutora. La iba a extrañar un montón: su pizza desabrida "vegetariana con pollo" y hasta las series interminables de abdominales que le mandaba hacer. No quería separarse de ella. Se había convertido en alguien muy importante para ella.
—Tú también Tsunade.
—Y no te olvides de escribir. Sabes que aún no estoy familiarizada con el correo electrónico. Tendrás que mandarme cartas escritas con tu puño y letra querida.— le dijo con un poco de humor.
—No me olvidaré Tsunade. Te extrañaré.
—Yo también, mi niña.
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20 de mayo del 2014
Finalmente, aquí está. Estoy segura de que se están preguntando porque empiezo hablar de una chica Yumi, pero luego se darán cuenta de su importancia en la historia. Sasuke aparecerá en el capítulo que se viene, al igual que Naruto y Neji. Espero que les haya gustado.
Sin más me despido
Hats
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