Solitario


Me encontraba sentado en el sofá de la sala, pensando en las cosas que mi madre me decía cuando yo era tan sólo un niño. Cuando yo era un niño inocente, puro y sin pensamientos malos.

Me levanté y me dediqué a buscar el diario de mi madre, el que había dejado abierto ante a mí antes de morir. Encontré el pequeño libro lleno de polvo y con la pasta maltratada. Me volví a sentar en el sofá y me puse a leer aquellas palabras dedicadas siempre a mí o a mi padre.

Ella siempre me decía que ese diario era todo para ella, como su mejor amigo. Me había dicho que aquel libro no podía ser tocado ni por las manos más puras e inocentes; sólo por ella.

Me dediqué a leer por milésima vez aquella carta que me había escrito cuando estuvimos hablando de cuando llegara mi cumpleaños. Cada palabra tenía un significado tan breve, pero tan significativo. Aquello decía así:

"Mi querido hijo: Sé muy bien que en algunos cuantos años llegaras a una etapa en que tus gustos cambiarán. Tendrás nuevos intereses y saldrás volando como un ave felizmente, libre de lo que te aprisiona. En poco tiempo llegará tu cumpleaños, cumplirás trece magníficos años. Y te haré la mejor fiesta, de lo que tú quieras. Solo prométeme, que siempre me amarás…"

Pero aquella fiesta jamás llegó. Aquella carta me la había escrito mi madre cuando tenía doce, una semana antes de que cumpliera trece años… una semana antes de que ella muriera.

Aquel plan mío de tener la mejor fiesta con todos mis amigos, se había esfumado. El día en que murió mi madre, sentí furia, enojo, ira, tristeza, melancolía… todo. Sentía que todo mi mundo se me caía encima, ella era mi todo. Ella era lo único que tenía, la única familia y persona que me quedaba.

Cuando la vi, ahí acurrucada con la cabeza en el escritorio, con una pluma tirada en el suelo y su diario frente a ella. Por momentos, pensé que estaba durmiendo, y a la hora de acercarme, darme cuenta que su respiración faltaba y sus latidos se habían desvanecido.

Ese fue el peor día de mi vida, ver a mi madre muerta sobre el escritorio. Levante su diario para ver qué había escrito antes de irse: "Amo a mi hijo y siempre lo haré; hasta el día en que yo muera"

Y hasta ahí llegó. Yo sabía que no sería hasta que ella se muriera; sería por siempre. Ella me amaría hasta en la muerte.

Caminé hacía mi habitación dejando el diario de mi madre sobre el sofá. Yéndome para disfrutar aquella soledad que me invadía. Porque bien sabía… que siempre sería un hombre solitario.


NOTA DE LA AUTORA:

Un pequeño one-shot que publiqué por diversión... Ojalá esté bien y sin faltas de ortografía.