Dreamtares, ¡felicidades!

Antes de leer, debo decir que el fic está ambientado después de la batalla contra Gea, pero he cambiado algunas cosas.

Espero que te guste.


¡PLAf!

Octavio se incorporó hasta sentarse en la cama en un abrir y cerrar de ojos, alborotando y enmarañando las sábanas con los bruscos movimientos de sus brazos y mirando en todas direcciones intentando comprender qué había pasado.

-Ya iba siendo hora.

La respuesta se presentó ante sus ojos con la forma de una adolescente, de pelirrojo, rizado y alborotado cabello, piel de porcelana, con un sinfín de pecas esparcidas por ella, como si la misma chica se las hubiese pintado, y ojos de un llamativo verde esmeralda.

El sueño de cualquiera. Entonces, se fijó en la almohada que sujetaba entre las manos, con una abolladura y frunció el ceño en dirección a la chica.

-Menudo despertar tienes.

-Por lo menos yo me levanto temprano. -Contraatacó Rachel- Arriba, son las once menos cuarto y tenemos trabajo por hacer.

La pelirroja le lanzó la almohada con poca gracia, giró sobre sus talones, haciendo que su pelo volase a su espalda, y se marchó a paso ligero, dejando al augur solo. Octavio sonrió ante la actitud de la chica y se apresuró a cambiarse.

Salió de su cohorte manoseando el cinturón repleto de peluches que llevaba puesto. Esbozó una ámplia sonrisa al ver a la oráculo griega sentada en los escalones de su barracón, dibujando en un pequeño cuaderno.

-Esperando por mí, ¿eh, pelirroja?

Rachel alzó la vista del papel y le dirigió una mirada molesta con el entrecejo fruncido. Resopló, cerró el cuaderno y lo guardó en uno de sus bolsillos mientras se ponía en pie.

-Sin comentarios. -Puso los ojos en blanco.- Venga, tenemos trabajo por hacer.

La chica echó a andar. Octavio sonrió y corrió hasta ponerse a su lado. La parte buena de que el Campamento Júpiter hubiese hecho las paces con los bárbaros de los griegos, había sido la tarea que les habían encomandado a Rachel y a él de escribir e interpretar los Libros Sibilinos, que una arpía se sabía de memoria.

Recorrieron el camino hacia Nueva Roma en sumo silencio. Octavio lanzaba miradas de soslayo hacia Rachel, preguntándose cómo alguien con semejante belleza y carácter indomable podía formar parte de los graeci.

Saludaron a Término y Julia y atravesaron la línea del promedio hasta entrar en una de las calles de la ciudad romana, donde la gente hacía una vida normal, sin preocupaciones.

-¿Te importa que pase por una de las cafeterías? No he desayunado.

Rachel le lanzó una mirada cargada de reproche.

-Si te hubieras levantado antes ahora estarías desayunado.

-¿Me perdonas si te invito a comer algo?

Los labios de la pelirroja se curvaron en una sonrisa burlona.

-Inténtalo.

Octavio se rió mientras le pasaba un brazo por los hombros para atraerla hacia sí y enredaba uno de los mechones de la chica con un dedo.

-Créeme, haré eso y más.

Rachel lo apartó de un empujón. El augur se contuvo para no morderse el labio inferior mientras miraba con deleite la mueca molesta de la chica. Incluso así estaba preciosa. Algún día lograría ganársela, la haría caer en sus brazos costase lo que costase.

Octavio la guió hasta una de las terrazas. Se sentaron en una mesa y el chico devoró con gusto unos croissanes junto a una taza de leche mientras que Rachel, frente a él, no dejaba de dibujar en su cuaderno.

Más de una vez se había atragantado con la comida por no despegar los ojos de ella. Y que quede entre nosotros, más de una vez le habría gustado atragantarse con los labios de la oráculo. Pero la culpa no era suya, la culpa era de Racel por estar tan condenadamente guapa con esa expresión de concentración y ese rosado labio inferior mordido.

Octavio bebió un sorbo de leche y le preguntó:

-¿Alguna vez te separas de tu cuaderno?

-¿Alguna vez te separas de tus peluches?

El augur se atragantó con el croissane ante la mordaz respuesta de la chica. ¡Dioses! Le encantaban esas respuestas y esa actitud tan fiera que siempre usaba con él.

-¿Te he dicho alguna vez que me encantan tus respuestas?

-¿Te he dicho alguna vez que eres insoportable?

Octavió esbozó una media sonrisa. Rachel ni siquiera le había dedicado un segundo de atención, sus ojos continuaban pegados sobre el papel y su mano se movía sobre él para darle forma al dibujo que seguramente, nunca llegaría a ver.

-Si.

-Bien. -Ese tono tan seco y cortante era tan atrayente.- Sigo manteniéndolo.

-Menuda impresión más mala que tienes de mí. -Refunfuñó el chico con algo de diversión.

-Es la verdad, y lo sabes.

Bueno, -se inclinó sobre la mesa hacia ella- pues tendré que hacer que cambies de opinión.

-Buena suerte con ello.

Octavio iba a responder algo, pero Rachel se puso en pie sin dejarlo hablar, se guardó el cuaderno en el bolsillo y lo obligó a ir hacia los templos, donde habían quedado con Ella para trabajar en los libros.

Tras recorrer el camino que serpenteaba entre los múltiples templos romanos y subir la colina hasta llagar al templo de Júpiter Óptimo Máximo, se quedaron frente a la construcción, esperando a Ella en la entrada.

Pero no había señales de la arpía. Ni tan solo una de sus plumas rojizas. Eso era raro, la arpía siempre era puntual, tampoco es como si cierto augur la hubiese convencido para que se tomara un día libre con el fin de quedarse a solas con la oráculo.

El tiempo corría y Ella no aparecía. Rachel se estaba poniendo cada vez más nerviosa y andaba de aquí para allá frente al templo del rey de los cielos bajo la atenta mirada de Octavio, sentado sobre los escalones.

El chico no apartaba la vista de ella, intentando contar todas y cada una de las pecas. Una tarea difícil porque la chica no dejaba de moverse y porque él mismo se perdía en algún detalle de su rostro. Hasta que Rachel le frunció el entrecejo.

-¿Qué pasa? ¿Tengo monos en la cara?

-Tienes pecas. -Respondió con simpleza el chico.

Rachel puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos frente a él.

-Eres insoportable.

-Eso ya me lo has dicho antes. -La oráculo alzó las cejas como diciendo ¿Y?- Oye, ¿por qué me odias?

La pelirroja enarcó una ceja como si fuera la pregunta más estúpida del mundo, que posiblemente, así fuera.

-Por lo que casi le haces a mi campamento.

-Bueno, eso pasó hace tiempo. -Le restó importancia el chico- Ahora no he hecho nada.

-¿No? -Rachel parecía muy enfadada. A Octavio le encantaba cuando se ponía así, era tan fiera, tan fuerte. No dejaba de pensar que con ese carácter podría ser romana en lugar de griega.- ¿Sabes lo que significa la palabra castidad?

-Si.

-Pues respétala.

-Es difícil, ¿sabes? -Respondió mordiéndose el labio inferior y contemplándola de arriba a abajo.

Rachel estalló en furia.

-¿Qué es difícil? -Le espetó- Eso debería decirlo yo, ¿no crees?

-Tú sólo tienes que negarte, a mí me toca trabajar contigo.

-¿oh, claro! Como a mí me encanta pasarme el día con un prepotente como tú, que intenta entrarme a todas horas.

Rachel temblaba de rabia a medio metro del augur. Parecía querer abalanzarse sobre él y saltarle los piños uno a uno. Octavio sonrió.

-¿Te he dicho que estás muy guapa cuando te enfadas?

La oráculo levantó las manos como si quisiera rodearle el cuello y ahogarlo. Y a Octavio sólo se le ocurrió la idea de cogerla por las muñecas y tirar de ella hasta que la chica cayó sentada en su regazo, frente a él.

Parece que Octavio había decidido morir lenta y dolorosamente a manos de una pelirroja cabreada porque la locura fue a más. Estaba seguro de que Apolo no se enteraría puesto que hacía tiempo que ninguno de los dos podía usar sus poderes y el dios no les hablaba, así que, en el que ya no le importaba que pudiese ser su último acto, se inclinó hasta llegar a la boca de Rachel mientras dejaba que sus manos descansasen a ambos lados de la cintura de la chica.

Cuando la dejó separarse, Rachel le miraba entre enfadada, incrédula y con un brillo indescifrable en la mirada. La voz del chico surgió de su boca tan suave y melosa que bien podría haber sido de cualquier otra persona.

-Escucha, voy a repetirlo y, esta vez -le tocó la nariz con un dedo de un modo jugetón, cosa que hizo reír a la chica- quiero que me respondas.

Volvió a inclinarse hacia ella mientras Rachel lo imitaba hasta que sus labios volvieron a quedar sellados, encajando perfectamente. Las manos de la oráculo se deslizaron sobre los delgados brazos del chico hasta envolverse en su cuello.

¡PLAF!

Octavio se incorporó en la cama tras sentir el golpe de la almohada. De pie, frente a su cama se encontraba Rachel, ¡Rachel! ¿Es qué acaso todo había sido un sueño?

-Ya iba siendo hora. -Le reprendió la chica con impaciencia- Arriba, son las once menos cuarto y tenemos trabajo que hacer.

La pelirroja le lanzó la almohada con poca gracia, giró sobre sus talones, haciendo que su pelo volase a su espalda, y se marchó a paso ligero, dejando al augur solo, todavía aturdido y confundido.

El chico se dejó caer de espaldas sobre el colchón con un quejido. Todo había sido un sueño, un fantástico y maravilloso sueño, pero una ilusión después de todo. Aunque, siendo él el augur del Campamento Júpiter, esperaba que fuese una predicción.