¡Ohayõõõõõõõõõõõõõõõ! :3
Bueno, aquí llega la desconsiderada de turno entregando el fic mil años más tarde. Este relato participa en el Intercambio de Febrero de la página de Facebook Aomine x Kagami [Español].
Esta vez teníamos que hacer la historia en base a una imagen, y me tocó complacer a Zhena Hik, ¿lo habré conseguido? La respuesta es obvia: esto es lo menos parecido a lo que te gusta, pero cuando llevaba 19.000 palabras quise cambiarlo y no me dejaste, así que, ñeh~ te aguantas xD Pero como sabes todo lo que me he esforzado para acabarlo, seguro que aprecio le cogerás ;)
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– I –
Corría casi sin aliento bajo la torrencial lluvia que le golpeaba la cara sin ninguna misericordia. El viento helado le traspasaba la fina tela andrajosa que llevaba por camiseta, haciéndole sentir como si miles de finas cuchillas afiladas le cortaran el costado. Giró a la derecha en la primera esquina que vio, todavía podía oír los gritos de sus perseguidores. La luna estaba de su parte esa noche, en cuarto menguante y tapada por las negras nubes que cubrían el firmamento le ayudaba a camuflarse entre las sombras como el fugitivo que era.
Continuó corriendo a lo largo del estrecho callejón al que había dado a parar hasta que una gran valla le hizo pararse en seco. Miró histérico en ambas direcciones, en busca de algo que le ayudara a pasar al otro lado. A toda velocidad cogió unas cajas viejas que alguien había tirado y las colocó unas encima de otras para usarlas como apoyo. Al poner el segundo pie en la que había quedado en la parte superior, la madera cedió, haciendo que su pierna se colara en el interior astillándose a su paso y provocándole varias heridas. Se mordió el labio inferior para evitar gritar por el susto –ya que su piel estaba tan fría que apenas sentía más dolor que el que le punzaba constantemente– y sacó de nuevo la pierna de un tirón, ignorando por completo la sangre que se deslizaba por su pantorrilla. Había aprendido a sobrevivir, el dolor físico a ese nivel no le suponía un gran sacrificio si a cambio conseguía seguir con vida. Tiró a toda prisa la caja rota y colocó otra de las que había, esta vez cerciorándose de que era más sólida que la anterior. Trepó por ellas y saltó sin pensárselo dos veces al otro lado, justo a tiempo para oír cómo daban con él sus rastreadores.
—¡Ahí está! —gritaba el que encabezaba un grupo de unas cuatro personas, con linterna y escopeta en mano. Corrió hacia donde él se encontraba, con el resto siguiéndole con sendas armas, pero ya había logrado saltar esa maldita valla. Al caer al suelo pudo notar cómo su tobillo aterrizaba en una mala posición, enviando una señal de dolor por toda su pierna.
—Tsk. —Un esguince en esos momentos era lo peor que le podía pasar, aun así, salió corriendo de nuevo, dejando atrás a esos cuatro hombres que perdían el tiempo colocando las cajas de una forma más segura.
El frío extremo hacía que cada vez le costara más inhalar, el aire entraba helado a sus pulmones y le provocaba una respiración dificultosa, por no hablar de que llevaba corriendo sin parar demasiado tiempo. Al final del callejón había una gran calle bien iluminada, con grandes farolas que alumbraban la calzada y las aceras mientras algunas personas solitarias caminaban por ellas alicaídas—. Mierda —susurró para sí, y giró ciento ochenta grados para dar media vuelta, no podría internarse en lugares concurridos.
Analizó mentalmente todas las vías de escape que había visto desde que dejara atrás a sus perseguidores hasta el lugar en el que se encontraba, recordando que había pasado un viejo portón de madera unos ochenta metros antes de la bifurcación. Corrió de nuevo en dirección contraria, buscando por el suelo algún alambre que le sirviera para lo que tenía pensado hacer, cosa que no resultó muy difícil teniendo en cuenta la clase de suburbio en el que se encontraba. Pronto dio con un cúmulo de filamentos, cables y hierros de lo que parecía haber sido una bicicleta infantil. Suspiró. ¿De verdad alguna vez había sido este un país pacífico? Arrancó uno de los alambres más finos y llegó a la puerta, la cual forzó justo a tiempo para entrar cuando los hombres que le perseguían llegaron al lugar. Se apoyó sobre la parte interior de la vieja y enmohecida madera y dejó de respirar por un minuto, relajándose poco a poco cuando las voces sonaban cada vez más lejanas. Se mantuvo ahí parado recuperando la respiración durante un momento, pero era consciente de que en esas fechas y estado mal alimentado y sin apenas abrigo como estaba, parar mucho rato significaba la muerte por hipotermia. Lo primero era registrar el lugar, cualquiera sabía hoy en día que una zona con techo tendría dueño.
La habitación era oscura, tenía la puerta a la siguiente estancia taponada con vigas que habían caído con el tiempo y una pequeña escalera de acceso al segundo piso. No se oía nada más que el eco del silencio, sólo entraba la luz perfilada de las farolas por la rota ventana y el suelo estaba lleno de lo que antes habían sido muebles. Para cualquier persona eso sería un tugurio; pero no para él.
Sonrió ladino y comenzó a moverse, arrancando lo que habían sido las cortinas de esa casa en la que alguna vez había vivido una familia feliz. Las pegó dos sacudidas, se sentó sobre el suelo y arrancó con los dientes un extremo de ellas. A continuación, se miró los pies atentamente y puso un gesto triste, decir que las zapatillas apenas se sostenían era poco. Retiró la derecha con sumo cuidado, a sabiendas de que era una de sus posesiones más preciadas junto con la navaja que guardaba muy celosamente en una cinta que llevaba atada a la cintura; perder alguna de esas cosas, podría significar perder algo mucho más valioso. Colocó el tobillo recto con la punta del pie mirando hacia abajo y se ató la cortina lo más fuerte que pudo alrededor de él, sabía que no era la mejor manera de curar un esguince, pero sí la más rápida aunque doliera un poco. A continuación se calzó de nuevo y se encaminó al segundo piso teniendo mucho cuidado con las escaleras, no quería más heridas por hoy.
La siguiente planta parecía estar abandonada, pero si tenías el ojo crítico que él ya poseía, podías apreciar un cierto orden dentro de la entropía del lugar: el suelo estaba lleno de polvo, maderas carcomidas y hierros, pero había un colchón al lado de la ventana, en la parte más alejada a la escalera, Seguridad y vía de escape, pensó para sí mismo. Nada más subir a la parte de arriba había una gran viga de madera colocada precariamente sobre el muro de la escalera, siguió con la vista el tronco hasta ver cómo se sujetaba por una vara de hierro más pequeña, de la que salía una cuerda camuflada por detrás de todos los viejos muebles e iba a dar al lado del colchón, La distracción para huir, siguió mentalmente. En la parte más mohosa de la habitación, se encontraba un amasijo especialmente grande de hierros oxidados con clavos que tenían muy mala pinta, se acercó con paso cauteloso y tiró del hierro maestro que elevaba todos los demás, dejando a la luz una pequeña despensa de comida rancia y caducada. Sonrió pícaro, ¿Hah? Sea quien sea el que ha montado esto, no es nada malo. Decidió quedarse e intentar llegar a un acuerdo con el tipo que estuviera viviendo ahí, al fin y al cabo, buscar otro lugar era una opción mucho peor.
Optó por no tocar la comida, no era bueno empezar pareciendo un ladrón, y se sentó en el colchón apoyándose contra la pared y tapándose ligeramente con una de las agujereadas sábanas de que disponía. Su cuerpo empezó a entrar en calor poco a poco, haciendo que los músculos comenzaran a dolerle al recuperar su temperatura óptima. Las heridas de su pierna le escocían y unos ligeros temblores le recorrían el cuerpo cada poco tiempo, sin embargo, el cansancio se fue abriendo paso y los párpados le pesaron más y más hasta que al final se quedó dormido.
Oía el llanto de un bebé y el ruido sordo del viento golpeando fuerte contra sus oídos. Notaba cómo un calor abrumador le quemaba la parte derecha de la cara, mientras que la izquierda perdía la sensibilidad debido al frío. Abrió los ojos y se incorporó, había estado inconsciente sobre la nieve del jardín durante quién sabe cuánto tiempo. Una enorme casa se encontraba anegada en llamas, no sabía lo que estaba pasando y estaba totalmente paralizado. Un grito desgarrador inundó el solitario lugar, y por alguna razón que desconocía, las lágrimas inundaron sus ojos y empezaron a deslizarse por su rostro.
Recordó entonces las últimas palabras que había oído de alguien que creía muy importante para él, pero del que no recordaba su rostro—. ¡Corre! ¡Corre y no des media vuelta jamás! —No sabía por qué, pero echó a correr en dirección al tétrico bosque nevado que tenía detrás.
Descalzo y en pijama corrió y corrió hasta que las heridas y el cuerpo no le resistieron más y cayó sobre el lecho nevado de una pradera. Giró sobre sí mismo y se quedó mirando las nubes, pero sólo podía ver retazos de imágenes de la nieve del jardín de su casa tiñéndose de rojo poco a poco.
Cerró los ojos y una paz le absorbió por completo, dejó de sentir su cuerpo, dejó de escuchar los sonidos del bosque, dejó que su mente desconectara por completo y pudo sentirse en paz.
El ruido de la puerta del piso de abajo siendo abierta le despertó al instante, si había algo que ya tenía dominado, era no dormirse del todo. Ya no recordaba si alguna vez había disfrutado de un sueño profundo, o de un sueño ligero en el que al menos no estuviera presente ese recuerdo recurrente que tanto le atormentaba. Apretó con más fuerza la navaja con la que siempre dormía, manteniéndola oculta bajo el trapo al que consideraba la sábana, colocó el gorro mejor sobre su cabeza y esperó. Unos segundos después pudo ver cómo una cabellera rubia ligeramente tapada por una gorra azul celeste aparecía por el hueco de la escalera con algo entre los brazos. Al verle, dejó caer todo y sacó un cuchillo sólo Dios sabe de dónde.
—Tranquilo —dijo lo más sereno que pudo, no debía asustar al dueño de ese lugar—, sólo quiero hablar —murmuró muy despacio, sacando las manos de debajo de las sábanas y enseñando las palmas en señal de rendición, aunque aún notaba el frío acero de la navaja sobre su pierna, no era idiota.
—¿Quién eres, qué haces aquí y qué quieres? —dijo el rubio lo más rápido que pudo vocalizar, con el cuerpo en posición defensiva y el cuchillo todavía apuntando hacia él.
—Eh, tranquilo, no te exaltes. —Su voz sonó relajada, lo cual tranquilizó un poco al chico—. Tenía frío y encontré este lugar, eso es todo. —Lo miró apaciguante mientras bajaba las palmas de las manos poco a poco—. Ahora, baja ese cuchillo y hablemos, ¿vale? —El rubio miró al cuchillo, al intruso, a la mohosa esquina donde sabía que tenía su comida y al él de nuevo. Sabía lo que estaba pensando, así que añadió—. No he cogido nada, te pertenece a ti.
El chico lo miró reticente, pero al final se destensó y bajó el cuchillo, mirándolo con sus afilados ojos dorados. Ahora que se fijaba mejor, estaba casi tan delgado como él. Se notaba que ambos estaban bastante desnutridos, aún así, no parecían tan delgados como otros chicos pobres porque tenían los músculos bien definidos, señal de que era unos supervivientes, no como esos hombres que buscaban un lugar donde mendigar y malvivir, esperando a que algún día la muerte se los lleve igual de silenciosa que esas monedas que nunca recibieron. El rubio le miró de arriba abajo, prestando especial atención al gorro que le cubría la cabeza.
—¿Eres…? —empezó, entre curioso y sorprendido.
—Sí —respondió, adelantándose a la pregunta del rubio. Ambos permanecieron en silencio, observándose mutuamente, hasta que decidió levantarse del colchón y arriesgarse—. Me llamo Aomine Daiki —Le extendió la mano.
—Kise Ryõta —dijo el rubio antes de estrechársela con una sonrisa. Recogió lo que se le había caído y lo dejó sobre una mesa lateral bastante hecha polvo—. Has tenido suerte, Aomine, esta mañana logré escapar con un botín. —Amplió su sonrisa y apartó el trapo que cubría lo que llevaba: una barra de pan, chorizo y una lata de bebida. Era más de lo que había visto en mucho tiempo.
—¿Esta mañana? ¡Ya es noche cerrada!
—Bueno… no es fácil moverse por aquí, así que no vine hasta estar seguro de que no me seguían. Lo peor que me puede pasar, es perder este lugar. —Sus ojos se ensombrecieron y su tono llevaba un matiz de tristeza implícito en él.
—¿Llevas mucho tiempo por aquí? —Aomine ya había escondido de nuevo su navaja sin que el rubio la hubiera visto siquiera. Intentó cambiar de tema ya que necesitaba saber cómo era la ciudad a la que acababa de llegar, para prepararse.
—No mucho, un par de años, pero hay gente por aquí que lleva dos décadas, desde… bueno, desde aquello.
—¿Hay más de los nuestros por aquí? —preguntó. Al fin y al cabo ambos habían bajado sus armas porque estaban en el mismo bando—. Acabo de llegar, necesito algo de información —añadió antes de sentarse de nuevo en el mugriento colchón y sacar una tira de las cortinas de antes para limpiarse la sangre de la pierna. Kise le observó de reojo mientras cortaba el chorizo con su cuchillo.
—Un mal día, ¿eh? —dijo, señalando con la cabeza las heridas en la pierna de Aomine.
—No lo sabes bien.
—Tampoco hay días buenos, de todas formas —dijo con un tono de añoranza antes de proseguir—. Y no, no he conocido a más de los nuestros por aquí, por eso voy con mucho cuidado. Esta zona es peligrosa, pero es de los pocos sitios donde hay suficiente comida como para poder robar algo. —Aomine terminó de limpiarse y se recostó sobre el colchón en silencio. No intercambiaron más palabras. Kise terminó de preparar el bocadillo y se quedó mirando al peliazul, que simplemente estaba recostado sobre la cama. Suspiró y retiró la gorra de su cabeza, dejando a la luz unas preciosas orejas de un color amarillo oscuro, que estiró sacudiendo la cabeza.
—¡Ah! ¡Qué gusto estar en casa! —Sonrió al moreno y se acercó para sentarse a su lado—. Puedes ponerte cómodo, aquí estamos seguros. —Aomine receló un momento, observando analíticamente toda la habitación de nuevo y sopesando si sería una trampa o no. Al final se quitó el gorro y sacudió la cabeza como había hecho el rubio anteriormente. Un par de grandes orejas azules como el océano se tensaron al momento, listas para escuchar cualquier cosa extraña. Kise se quedó observando con la boca abierta—. Vaya… lo has debido pasar mal —murmuró más para sí mismo que para su invitado. Partió el bocadillo en dos partes iguales y le tendió una mitad, justo a tiempo de ver cómo una larga cola del mismo azul intenso se estiraba sobre el colchón, moviendo el extremo ligeramente de lado a lado. Aomine abrió los ojos sin aceptar el bocadillo, era consciente de lo que ese gesto significaba y decidió asegurarse.
—¿Estás seguro, rubito? —Kise le sonrió sincero, desenrollando también su cola y posándola en el hueco que había entre ambos, al lado de la de pelaje azul. Las miró para que el peliazul le siguiera la vista y ensanchó la sonrisa.
—No todos los días encuentra uno a alguien de la familia.
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– II –
Se encontraban en el Japón del año 375 d.A.. Hace ya muchos años ocurrió una catástrofe de tal magnitud que las masas la compararon con el Apocalipsis descrito en la Biblia, por eso se decidió comenzar un nuevo calendario cuyo principio estaría marcado por ese evento. En este caso, los años se contarían como "Antes del Apocalipsis" y "Después del Apocalipsis".
Antes del año cero, la Tierra vivía en un continuo ciclo de guerras y paz, de crisis y ganancias, de penurias y riqueza, como todas las eras del hombre habían marcado anteriormente. Sus habitantes se componían de la fauna y la flora, dominados por dos razas principales: humanos e híbridos.
Era precisamente esta partición la que daba siempre lugar a polémica y batallas. Al final, se decidió por Decreto de Ley que un humano y un híbrido no podrían formar familia, de este modo, cada raza seguiría manteniendo su pureza inicial. Poco a poco las desavenencias fueron desapareciendo y ambas razas lograron convivir juntas, pero sin casarse ni tener hijos. Cuando el Apocalipsis llegó, la Tierra se desmoronó por completo debido a un cambio climático extremo: las mareas arrastraban ciudades enteras, la gente moría de hambre debido a las glaciaciones de kilómetros cuadrados de extensión, las placas tectónicas crearon fisuras marítimas que produjeron tsunamis y fisuras terrestres que devoraron ciudades. Casi el sesenta por ciento de la población desapareció en un centenar de años.
La pérdida de poder político y de estabilidad social, conllevó a que unos pocos pagados de sí mismos quisieran hacerse con el poder y –como ocurre siempre en estos casos– sus ideales brillaban por su ausencia. Racismo, capitalismo, discriminación y oligarquía eran algunos de los planes que reivindicaban tanto los grupos extremistas humanos, como los híbridos. Con el paso del tiempo y la sucesión de batallas con múltiples pérdidas que no ayudaban en nada a la regeneración de los países, finalmente los humanos lograron alzarse con el poder, catalogando a los híbridos como poco más que 'esclavos con orejas'. En los altos círculos sociales en los que el dinero, el placer y la soberbia eran los hilos que lo movían todo, los híbridos a los que casi habían pasado a llamar 'sucios gatos' se usaban como moneda de cambio, como sirvientes, o incluso en ciertos casos, como juguetes sexuales, contradiciendo por completo aquella ley que una vez existió.
Así, los híbridos fueron siendo cada vez más perseguidos y maltratados, hasta el punto de ser considerados como fugitivos si no tenían el collar que identificase a su dueño. Aun con todo, todavía quedaban bastantes reductos de supervivientes que habían afilado mucho sus instintos de supervivencia y que sólo esperaban una oportunidad para intentar estabilizar la balanza entre ambas razas de nuevo. El linaje híbrido siempre había tenido más potencial físico, esa fue una de las razones por las que los humanos recelaban de ellos. Sus cuerpos eran exactamente iguales a excepción del tamaño de los colmillos, la cola y las orejas, las cuales podían parecerse a cualquier animal de características felinas.
Con el tiempo, uno de los rasgos principales de los híbridos había sido casi olvidado: generación tras generación, cuanto más aguzara un híbrido sus instintos, más crecerían sus orejas y su cola, dándole la fuerza del tipo de felino al que se pareciera, de este modo, no era lo mismo reducir a un chico con orejas de gato, que a uno con orejas de tigre, lince, pantera, león o guepardo. Ese había sido el motivo por el que Kise se había asombrado al ver las orejas de pantera de Aomine: le indicaban que había llevado una vida muy dura desde temprana edad, porque no le calculaba más de veinticinco años.
Comieron el bocadillo en silencio y muy lentamente, disfrutando de los sabores que éste les brindaba. Aomine creía que era el mejor manjar que había probado en años. Compartir comida en esos tiempos que corrían, era lo más parecido a decir que considerabas como un hermano a esa persona, que velarías por ella y la cuidarías; por eso el peliazul sabía que con el rubio podría convivir durante un tiempo sin que hubiera problemas. Dio otro bocado y se acomodó en el colchón, apoyándose contra la pared.
—Oye, Kise —dijo entre mordisco y mordisco—. ¿Crees que me puedo quedar aquí hasta que encuentre algo propio? —El rubio se relamió el labio inferior y le miró.
—Creo que ya sabes la respuesta —respondió antes de atacar de nuevo el suculento bocata que sostenía con ahínco entre sus manos. La comisura de la boca de Aomine formó una ligera sonrisa y miró el pequeño colchón en el que se encontraban, para después mirar al rubio de nuevo. Éste se echó a reír lo más bajo que pudo—. Hoy compartiremos cama, pero lo primero que haremos mañana será buscarte otro colchón, aunque no creo que encontremos uno tan bueno como éste. —El moreno enarcó una ceja, irónico. Kise se percató de ese gesto y casi se atraganta con el chorizo, siguiéndole el juego—. ¿Acaso no me crees? Oye, chaval, esto es de lo mejorcito de Tõkyõ. —Ambos rieron en la oscuridad de la habitación mientras compartían la única lata de bebida que tenían en su poder.
Cuando terminaron de cenar, Kise guardó lo que había racionado para otro día en su escondite y se lanzó por detrás de Aomine sobre el colchón, entre la pared y su espalda. El peliazul le imitó al momento y ambos miraron al techo.
—¿Qué hora será? —dijo el rubio, pensativo.
—Las tres y diez de la mañana —respondió el moreno. Su compañero estalló en carcajadas y le miró en la penumbra, Aomine le miraba interrogante, con una ceja alzada.
—¿Qué? ¿Lo dices en serio? ¿Sabes la hora exacta?
—Claro, lo raro es que tú no la sepas —le increpó mientras juntaba el índice y el pulgar y hacía presión, para después soltarle un golpe en la oreja con el índice.
—¡Auch! ¡No hagas eso! —soltó, acariciándose la oreja para paliar el dolor. Tanto la cola como las orejas eran partes que sentían de una forma más aguda, y Aomine lo sabía. El peliazul volvió a bajar la mano y suspiró. Su compañero de colchón le miró, preguntándose cómo había acabado en Tõkyõ un chico que podría sobrevivir casi en cualquier parte—. Dime, Aomine… ¿qué has venido a hacer aquí en realidad? —Kise tampoco era tonto, puede que fuera un híbrido de menor rango, pero conocía a la perfección el potencial del chico con el que ahora compartía casa.
—No sé si es buena idea que lo sepas, Kise. —Su voz sonó grave y monótona, tan sombría como para que cualquiera dejara de lado la pregunta, pero el rubio le mantuvo la mirada completamente serio, sin vacilar ni un instante. El moreno suspiró—. He venido para matar al hijo de puta que asesinó a mi familia.
Kise se quedó en blanco, ¿ese chico estaba cuerdo? Tõkyõ era una de las bases humanas más grandes que había; si él se había atrevido a vivir ahí, era sólo porque en cualquier otro lado moriría de hambre y porque tenía las habilidades necesarias para ser un buen prófugo de la llamada "justicia".
—¿Hablas en serio?
—¿No te parezco lo suficientemente serio?
—No, no me refería a eso… ¿Me cuentas que pasó? —Aomine le miró de nuevo y volvió a recostarse, realmente no le importaba compartirlo con Kise, sabía que podía confiar en él.
—Cuando apenas tenía cinco años, una noche de invierno desperté en el jardín de mi casa, sobre la fría nieve. El edificio estaba en llamas y mi hermano menor aún se encontraba dentro, murió antes de que nadie pudiera ayudarlo. Vi el cadáver de mi madre a unos metros de mí, la nieve estaba teñida de rojo con su sangre. —Hizo una pausa para tomar aliento; Kise ya no respiraba, tenía las orejas totalmente erguidas y estiradas, como intentando captar cada una de las palabras que salían por su boca. Aomine continuó—. Oí la voz del que creo era mi padre diciéndome que corriera sin mirar atrás poco antes de que su grito de agonía lo inundara todo. Yo obedecí, salí corriendo como alma que lleva el diablo descalzo hacia el bosque y no paré hasta que mis piernas desfallecieron en una pradera. Cuando estaba a punto de quedarme dormido, posiblemente para siempre, un ligero toque en la cara me despertó. Abrí los ojos y pude ver cómo un lobo blanco me olisqueaba. Le miré, entre abrumado e impresionado por la presencia que tenía, nunca he visto nada igual. Él se quedó quieto cuando sus pupilas se encontraron con las mías. Me senté sobre la nieve y nos miramos largo rato, hasta que me atreví a alzar la mano y a dejarla en el aire, esperando. —Hizo otra pausa, mirando de reojo a Kise que se encontraba con la boca abierta y más tenso que una trampa para osos. Se había sentado en la cama, no pudiendo mantenerse tumbado mientras escuchaba tan tremenda historia. El peliazul pudo observar cómo su cola se zarandeaba de lado a lado a un ritmo constante de forma involuntaria debido a la emoción—. Supongo que no me crees…
—¡Claro que te creo! ¿Por qué habrías de mentirme? Pero oye, ¡no me dejes en lo mejor, sigue! —Aomine suspiró. Jamás se lo había contado a nadie porque suponía que lo tildarían de loco y que nadie le creería. En el fondo se alegraba de que el chico que le había amenazado con un cuchillo por invadir su hogar, hubiera sido Kise. Se incorporó para apoyarse sobre su codo derecho, rascando ligeramente una de sus orejas antes de acomodarse para mirar al rubio de frente, y continuó.
—El lobo se acercó cauteloso hacia mí, enseñándome la dentadura para advertirme, olisqueó mi mano y metió la cabeza debajo. Le acaricié, aún impresionado. Entonces gruñó ligeramente y con una resoluta vuelta se alejó en silencio hasta el borde de la pradera. Por alguna razón que escapa a mi conocimiento, decidí seguirlo. Había momentos en los que lo perdía de vista al confundir su pelaje con el blando de la nieve, pero él siempre aparecía de nuevo. No sé cuánto tiempo pasó antes de llegar a un río con frondosos árboles de grandes raíces donde el lobo se internó tras unos arbustos. Al seguirle, de repente me encontré en una cálida cueva, me apoyé en una de las rocas que conformaban la pared, y me quedé dormido al instante. Vete a saber los días que llevaba vagando por ahí.
—¡Impresionante! ¿Y cómo lograste sobrevivir después de eso? —casi gritó Kise, deseando escuchar el resto del relato, su cola ya estaba totalmente estirada contra la pared, como si intentara sujetarla haciendo fuerza. Aomine puso los ojos en blanco y prosiguió.
—Sobreviví en esa cueva con la loba blanca… —Kise le miró extrañado ante esa nueva información—. Sí, descubrí su sexo días después —explicó el moreno antes de continuar—. Sobreviví con ella durante un par de semanas. Me traída liebres o piezas de caza y ambos las comíamos con ahínco. Todas las noches mientras yo dormía, ella se quedaba vigilante frente al arbusto que tapaba su hogar, y esas mismas noches, imágenes de la nieve tiñéndose de rojo me asaltaban para acabar despertándome con suaves lametones. Cuando por fin pude recuperar las suficientes fuerzas como para salir del bosque por mí mismo, me despedí de ella y me busqué una forma de sobrevivir. Siempre he sabido que me salvó la vida, quizás nuestras raíces híbridas no estén tan alejadas de los lobos como creemos. —Una triste sonrisa azotó su rostro y sus orejas se agacharon un par de centímetros. Kise pudo ver en la retina de sus ojos todo el sufrimiento que había pasado ese chico, de hecho, ahora que lo veía en ese estado se daba cuenta de que quizás fuera más joven de lo que había creído en un principio, puede que incluso de su edad.
No quiso apremiarle a seguir hablando, sólo esperó silencioso mirando fijamente esos ojos azules tan profundos y moviendo las orejas cuando el sonido del viento azotaba las maderas sueltas de la ventana—. Pasé mi infancia vagando de un lado a otro, trabajando horas y horas en lugares ilegales y haciendo cosas de las que no me siento orgulloso, pero la ira que sentía hacia los que habían matado a mi familia, me hacía seguir adelante. Cuando alcancé la mayoría de edad, ya era lo suficientemente hábil como para sobrevivir y entrenarme en secreto. Mejoré la pelea cuerpo a cuerpo, los reflejos y la velocidad, y empecé a investigar sobre la muerte de mis padres. Hace dos años por fin encontré una pista y gracias a ella estoy hoy aquí, cada vez más cerca de mi objetivo. —Aomine dio por concluida la explicación y miró al rubio a los ojos, que tenían un brillo de emoción impreso en ellos.
—¿Cuál era esa pista? —dijo sin poder evitar la curiosidad, destensando por fin la cola sobre la cama y doblando ligeramente las orejas.
—Es mejor que no sepas en lo que me voy a meter, Kise.
—¡Aomine, puedo ayudarte! —dijo sincero el rubio—. No me importa morir por algo que merezca la pena, es mejor que llevar esta vida que llevamos. ¡Déjame ayudarte!
—Ya te he dicho que no, es muy peligroso y no quiero que nadie muera por mi causa, deja de decir gilipolleces.
—No son gilipolleces, no sabes de lo que soy capaz. ¿Acaso crees que hubiera podido sobrevivir dos años en Tõkyõ siendo un chico normal? Soy bueno, tengo mis virtudes, conozco la ciudad y tengo contactos. Puedo ayudarte. —El moreno le miró. Los ojos de Kise denotaban una seguridad impresionante, jamás había visto a alguien tan seguro de sí mismo, y había algo en él que le decía que era fuerte. Pero, ¿dejar que alguien muriera por él de nuevo? No, eso no podría superarlo.
—Kise, yo… —comenzó, haciendo una especie de espiral sobre el colchón con el extremo de su cola, en señal de que no le gustaba lo que iba a decir.
—Ni yo, ni nada. Voy a ayudarte te guste o no, así que es mejor que lo aceptes de una puta vez. —Esta vez fue el turno de Aomine de quedarse con la boca abierta y tensar sus orejas, Sí, es fuerte, pensó antes de sonreír y asentir un poco con el mentón.
—Está bien, pero harás lo que te diga o yo mismo te echaré a patadas de esta ciudad. —El rubio pegó un respingo en la cama ante la noticia.
—Por supuesto, Aominecchi, haré todo lo que me pidas.
—¿Aomine…cchi? ¿Cómo cojones me has llamado?
—Es el sufijo que uso con mi familia y con mis amigos de verdad —dijo sonriente.
—Ah, no, olvídalo, no dejaré que me llames así… ¿cómo pueden aguantarlo?
—No lo hacen… hace años que no puedo llamar a nadie así —respondió Kise con voz sombría. El moreno entendió al instante, golpeándose mentalmente por haber sido tan desconsiderado y bajando ambas orejas hasta casi camuflarlas con su liso cabello azulado.
—Tsk, está bien, pero intenta no decirlo en público. —La cara del rubio se iluminó al instante, y un atisbo de picardía brilló en sus pupilas. Aomine dudó—. ¿Acaso has…?
—¡Ya no puedes retractarte, Aominecchi!
—Joder, esta va a ser una época muy difícil —dijo fingiendo una molestia extrema justo antes de sonreír de nuevo, Es lo suficientemente fuerte como para usar la muerte de sus seres queridos a su favor. Impresionante. Quizás sí sea buena idea aceptar su ayuda, pensó mientras observaba cómo el rubio hablaba sobre planes imaginarios sacados de películas de espías.
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– III –
Había pasado un mes desde que había llegado a Tõkyõ y su relación con Kise cada vez era más estrecha, era como el hermano que había perdido. Los últimos treinta días los había pasado enseñándole todo lo que sabía de defensa personal, lucha cuerpo a cuerpo, trampas y otras cosas que podrían serles de utilidad para lo que tenía en mente. El rubio aprendía todo a una velocidad realmente pasmosa, apenas le hacía falta verlo un par de veces para aprenderlo.
Esa tarde estaban contentos porque habían logrado escabullirse de una tienda con casi cinco litros de leche fresca y algunos cereales, la verdad es que robar en pareja era mucho más sencillo que de forma individual.
—Awwww, ¡el calcio es lo mejor! —canturreaba Kise mientras se bebía un vaso de leche y se relamía los labios. Su cola se mecía de lado a lado, como siempre que estaba contento o ilusionado.
—No puedes notar el sabor del calcio, idiota.
—Tú siempre tan animado, Aominecchi. —El rubio le miró y se echó a reír. El moreno tenía una marca blanca de leche alrededor del labio superior, haciendo un contraste enorme con su oscura piel exótica que le hacía parecerse a una pantera vieja con bigotes—. ¡Deberías verte la cara! Jajajaja. —Aomine le fulminó con la mirada y se relamió a toda velocidad, azotando con la cola la pierna de Kise que le quedaba más cerca para que dejara de reírse.
Cenaron tranquilamente antes de pasar a asuntos más serios.
—Entonces… Si no me equivoco, la familia que ordenó la muerte de tus padres era la propietaria de la empresa sobre la que obtenía mayores beneficios el gobierno en ese momento, ¿no? —Kise se quedó pensativo, haciendo cuentas con los dedos y recordando lo que podía de las épocas de antaño.
—Exacto, y cuando yo tenía cinco años, la empresa que ostentaba ese título era la de la–
—La familia Kagami —se adelantó Kise al recordar el nombre mentalmente. Aomine sonrió, ese chico tenía buena memoria.
—Exacto —le confirmó—, y actualmente viven aquí, en Tõkyõ. He podido averiguar que la madre falleció en una lucha por el poder hace ya algunos años, y que… —el peliazul paró al observar la mirada de Kise—. ¿Qué pasa?
—Es que… esa es una de las familias más importantes de Tõkyõ todavía. Conseguir acabar con ellos sería una oportunidad única para poder derrocar toda la oligarquía de esta ciudad.
—¿Ahora te ha entrado el miedo, Kise?
—¡No! No es eso… Es sólo que creo que esto es más grande que tú o que yo.
—¿Qué quieres decir? —Aomine miró de forma inquisitiva a su compañero, sabía cuándo éste le estaba ocultando algo y el rubio le miraba como sopesando si decirlo o no. El peliazul esperó un poco, estiró las orejas y movió la cola con algo de nerviosismo—. ¡Suéltalo ya!
—Aún quedan algunos de los nuestros luchando en Tõkyõ y… —Aomine se incorporó, mirando a Kise con algo de desconfianza.
—Me dijiste que no conocías a más de los nuestros aquí.
—¡No sabía si eras de fiar! Además, no me creerías si te decía que formaba parte de La Resistencia.
—Así que es eso, estás con el grupo ese de locos que cree que puede cambiar las cosas.
—¡No es de locos, Aominecchi! —Kise también se levantó, fulminando con la mirada al peliazul, que empezaba a estar de muy malas pulgas, Así que por eso es tan bueno, pensó antes de dar un puñetazo contra la vieja pared, haciendo que una pequeña capa de mortero cayera al suelo. Enroscó la cola a su propia pierna con fuerza para tranquilizarse y así evitar golpear más cosas. El rubio le miró impasible e intentó proseguir—. Somos suficientes, tanto híbridos como humanos, estamos entrenados y tenemos medios, sólo hace falta una oportunidad.
—No me jodas, Kise! —gritó Aomine. Ambos se callaron después de eso, sabían que no debían hacer tanto ruido si querían que su casa siguiera estando en pie. El peliazul se acercó al colchón y se sentó, cruzando los antebrazos sobre las rodillas y apoyando la frente en ellos. Dobló las orejas contra su cuero cabelludo y enroscó la cola a un lado de su cuerpo, intentando relajarse para pensar.
Aomine nunca había pensado en la posibilidad de intentar cambiar el mundo en el que vivía, él sólo estaba enfocado en acabar con la familia Kagami al completo y si moría en el intento o no, no le importaba en absoluto. Si salía bien y sobrevivía, había pensado en reconstruir su antigua casa y pasar el resto de sus días ahí, intentando encontrar a la loba que le salvó la vida; y si salía mal, habría muerto luchando por lo que quería, de modo que no le preocupaba, ni le tenía miedo a la muerte. Pero ahora que Kise le había dicho eso, no podía ignorarlo, ayudar a cambiar el mundo era algo más grande que su rencilla personal, pero su orgullo jamás le permitiría abandonar después de tantos años, de modo que la única solución posible era hacer las dos cosas.
—Te escucho —murmuró entre sus brazos, y levantó la cabeza a la vez que las orejas. Kise asintió mucho más firme de lo que nunca antes lo había visto y se sentó a su lado, utilizando un tono que jamás le había escuchado poner. Le explicó cuántos eran, sus capacidades y habilidades, y el plan que tenían para acabar con el centro de Tõkyõ. Aomine escuchó todo con atención y en silencio. No le parecía mal plan, de hecho, era un gran plan. Cuando el rubio terminó, el peliazul lo miró intrigado—. ¿Y qué es exactamente lo que os impide matar a esos cabrones?
—El acceso. El único modo de abrir esas malditas puertas es desde dentro. Lo hemos pensado todo, hemos revisado cada centímetro, cada puerta y cada ventana de ese puto sitio. No se puede entrar sin ser 'invitado'. —Aomine se quedó pensativo, la verdad era que él ya tenía un plan para entrar, pero no le gustaría nada a Kise. No obstante, era el que había pensado el día que llegó a esta ciudad, cuando lo primero que hizo fue ir a investigar el centro para comprobar por sí mismo que era imposible acceder tal cual, no por nada había sido perseguido de forma incansable durante casi una noche entera.
—Está bien, pensaré un modo de abrir esa puerta —dijo antes de tirarse sobre el colchón mugriento y cerrar los ojos. Kise se tumbó a su lado como siempre hacían ya que nunca decidieron ir en busca de un colchón para Aomine. Habían aprendido a convivir juntos, y como sólo dormían tres o cuatro horas al día, y casi siempre en alerta continua, no se movían nada y no se estorbaban el uno al otro. El peliazul se giró dándole la espalda al rubio, pasando su cola por encima de su propia cintura para no molestarlo—. Kise.
—¿Sí?
—Tengo tres preguntas que hacerte, y quiero que seas sincero en todas ellas, ¿de acuerdo?
—Dispara.
—No me has dicho toda la verdad, ¿no? —Pudo notar cómo Kise sonreía a pesar de estar de espaldas a él. Se conocían demasiado bien.
—Eres muy intuitivo, Aominecchi —dijo cantarín, y añadió con un tono un poco más serio—. No te he mentido, sólo he omitido algo de información —Aomine suspiró y formuló la segunda pregunta.
—El plan que me has contado… Lo pensaste tú, ¿verdad?
—De hecho, sí, tras un tiempo de ardua investigación —Kise mantenía la sonrisa mientras hablaba, sabía que ese peliazul era jodidamente listo y ya se imaginaba cuál era la pregunta que restaba por hacer.
—Así que eres algo así como uno de los cabecillas de La Resistencia.
—Eso no es una pregunta, Aominecchi.
—Lo sé.
—Demasiado intuitivo~ —canturreó antes de cerrar los ojos e intentar dormir.
Tres horas y media después, despertaron al notar cómo la pequeña luz del sol se colaba tímida a través de las podridas maderas que conformaban lo que a duras penas podría denominarse como 'ventana'. Aomine se incorporó en el colchón, estirando ambos brazos hacia arriba junto con la cola, que le rebasaba la cabeza por unos tres o cuatro centímetros. Kise aún no se acostumbraba a esa imagen, la suya apenas le llegaba estirada al inicio de la nuca. Sonrió desde la cama y puso su voz de niño mimado.
—Aominecchiiii~ Hazme el desayuno~. —El moreno arreó un latigazo con su cola contra la sábana que cubría a Kise mientras le fulminaba con la mirada, y éste se enroscó quejándose de los "modales" de su amigo. Se levantó y puso leche y cereales en los dos roídos cuencos que tenían por tazas, acercándole uno al rubio—. ¿Ves como en el fondo eres adorable? Deja de hacerte el duro. —Eso le costó un buen tirón de orejas por parte de Aomine.
El peliazul no sabía cómo explicarle a Kise su idea y pasó todo el día dando vueltas al asunto, Joder, parezco imbécil, ¿desde cuándo me preocupa lo que pueda pensar otro? ¿O si le parecerá bien o mal? Al final voy a hacerlo diga lo que diga, y eso es lo que cuenta. Saltó por la ventana atravesando el cristal por completo con una bolsa de jamón en la mano y corrió por las calles hasta llegar al punto en el que se reuniría con el rubio. Cuando llegó, Kise le sonreía señalando una lechuga y unas zanahorias, con la característica gorra azul que le tapaba las orejas sobre la cabeza. Aomine enarcó una ceja y lo miró ceñudo.
—¿A quién has atracado, Kise? ¿A una vaca? —El rubio le lanzó una mirada que bien podría matar.
—Comer verdura también es necesario para un buen crecimiento, idiota.
—¿Me ves con pinta de querer crecer más? —Subieron a los tejados de los suburbios, corriendo por ellos hasta que llegaron a un rincón tranquilo que conocían donde poder comer lo que habían conseguido. Se sentaron en el alféizar de una terraza y Aomine comenzó a dar cuenta del jamón, mientras Kise miraba su lechuga pensativo.
—¿Qué pasa? ¿No querías crecer? —Ahora fue el turno del rubio de darle un codazo en las costillas—. Tsk. Toma anda, sírvete —dijo tendiéndole el paquete con las lonchas. El rubio sonrió y agarró la de arriba del todo mientras le daba una lata de refresco con la otra mano. El moreno le devolvió la mirada fulminante de antes.
—¿Qué? La vaca tenía sed —dijo antes de sacar una segunda lata para él. Aomine sabía que era el momento de contarle a Kise su plan.
—Hay algo que no sabes de mí —comenzó sin previo aviso. Dos picos se formaron en la superficie de la gorra azul, ya que había estirado las orejas sin querer ante el repentino matiz que tomaba el diálogo—. Hace años que me persiguen. —El rubio rió por lo bajo.
—Nos persiguen a todos, Aominecchi.
—No, no me refiero a eso. —Cogió otro trozo de jamón antes de continuar—. Mataron a mi familia porque era una de las más importantes de la resistencia de la que hablas, por eso estaba tan reticente a escucharte. —El cacho de jamón que Kise había cogido nunca llegó a su boca, la cual se abrió ligeramente. Sus ojos abiertos como platos le hicieron saber a Aomine que el rubio le había entendido.
—¿Eres…? —comenzó atónito, como ya lo hiciera cuando se conocieron.
—Sí —le atajó Aomine como antaño, antes de conocer la pregunta.
—¿Eres el hijo de la familia Aomine que…?
—Sí —volvió a cortar, no le gustaba hablar de ese tema.
—¿La familia fundadora de…?
—Ya te he dicho que sí, Kise —le interrumpió de nuevo, dando el tema por zanjado. El rubio permaneció callado, aparentemente en shock, aunque el peliazul sabía perfectamente que su cabeza estaba uniendo cabos a toda velocidad. Decidió no esperar más para contarle su plan—. Mañana dejaré que me cojan.
Si antes se habían notado las orejas del rubio, ahora le lanzaron la gorra hacia atrás, estaban tensadas al completo, como si no creyera lo que acababa de escuchar.
—¿Que vas a qué? ¡Aominecchi, no puedes hacer eso!
—Kise, es la única forma de entrar, tú mismo lo dijiste.
—¡Pero eso no significa que quisiera esto! Además, ¿qué harás dentro? ¡Te esclavizarán como a todos!
—Es lo que quiero —dijo Aomine con seguridad y una sonrisa un tanto macabra en su rostro. El rubio pareció encajar las piezas en su mente.
—Eso será difícil…
—Pero no imposible. Sólo tengo que convencerles de que me usen de sirviente, memorizar el lugar, encontrar un punto débil y esperar la oportunidad para abrir las puertas. El resto es cosa tuya.
—¿Cómo crees que lograrás eso? Son crueles, orgullosos y despiadados, te matarán en cuanto atravieses ese umbral. —Aomine ensanchó la sonrisa y le señaló con la mano.
—Tú lo acabas de decir. Con su orgullo será fácil decir las cosas adecuadas para que crean que no deben matarme. Piénsalo, Kise, ¿qué puede ser mejor para ellos que tenerme muerto? —El rubio le miró entre interrogante y asustado, ahora sí que no seguía los pensamientos de su amigo. El moreno suspiró y respondió a su propia pregunta—. Tenerme doblegado y asustado.
Quedaron en silencio. Kise había sopesado el plan, y tenían más posibilidades de las que habían tenido en los últimos dos años. Continuó comiendo en silencio junto al moreno hasta que el sol se puso, hora a la que sabían que podrían volver sin ningún problema a su casa.
Cuando llegaron, Aomine lanzó su gorro sobre el colchón como hacía siempre y estiró las orejas a la par que desenroscaba la cola de su cintura y la extendía por debajo de la camiseta. Kise le imitó y ambos se tumbaron sobre el colchón. El peliazul fue el primero en romper el silencio.
—¿Por qué vives aquí solo? Seguro que hay sitios mejores para el jefe de La Resistencia de Tõkyõ —dijo, poniendo un tono de burla en las últimas palabras. El rubio rió ante la pregunta.
—Siempre he sido un chico celoso de su intimidad, tú eres una excepción —le respondió guiñando un ojo en señal de complicidad. Aomine sonrió y se colocó en su posición de dormir, de cara a la entrada para mantenerla vigilada.
—Kise.
—¿Sí?
—Gracias.
No hubo más despedida que esa. A la mañana siguiente Aomine se marchó antes de que amaneciera. Logró llegar a la puerta del centro de Tõkyõ sin ser visto y, una vez allí, se expuso por completo.
—Eh, Kagami, imbécil. Estoy aquí, ¡ven a por mí!
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.
– IV –
Ya llevaba dos meses encerrado en las celdas del edificio central. Las golpizas a manos de tíos de más de dos metros, la hambruna y las duchas de agua fría ya no le afectaban demasiado; había pasado cosas peores.
Sonrió en la oscuridad de su cubículo porque sabía que había logrado su cometido: a base de ironías, insultos, orgullo y aguantar mucho dolor, había logrado sacar tanto de quicio a uno de los jefes como para que no lo mataran. Si no lo habían hecho ya, no lo harían ahora. Debido a las pérdidas de consciencia que le habían ocasionado "sus queridos amigos de la hora del té", como él les llamaba, había perdido la noción del tiempo.
Oyó el sonido de la puerta de la antesala de su celda abriéndose y pudo ver a sus tan conocidos compañeros. No tardó en saludarlos.
—Vaya, ¿ya es la hora de tomar el té?
—No, Aomine, hoy vamos a dar un paseo.
El peliazul no se movió, tampoco tenía mucha energía para ello. El primero de los hombres entró y le asestó un fuerte golpe en la cabeza que le hizo perder el conocimiento al momento.
Despertó totalmente desorientado en una sala demasiado iluminada para sus mal acostumbradas retinas. Llevaba meses en la oscuridad de su celda, sucio y hambriento, y ahora se encontraba en una enorme cama en la estancia más grande que había visto en su vida. Se recostó sobre el mullido colchón, mientras se pasaba una mano desde las doloridas orejas hasta la nuca, donde notó algo que le produjo tal ira que no supo cómo no golpeó algo con todas sus fuerzas. Un fino collar se encontraba en medio de su cuello, intentó buscar el enganche para desatarlo, pero no lo encontró y desistió por el momento.
Echó una ojeada a la habitación, repasando su lista mental de siempre: rutas de huída, posibles escondites, armas y cosas de interés. Había dos puertas y una ventana, nada que se asemejara a un arma y muy pocos sitios donde esconderse. Suspiró e intentó incorporarse por completo, pero un agudo dolor en las costillas se lo impidió. Bufó dolorido y enroscó su cola en el torso ya que era una forma de contener un poco el dolor. Agachó las orejas esperando a que el pinchazo pasara durante unos segundos, pero un ruido le hizo ponerlas en tensión de nuevo. Oía a alguien tras la puerta pequeña de la derecha. Intentó ponerse en pie para emboscarlo cuando saliera, pero no había llegado ni al borde de la cama cuando la puerta se abrió y un chico pelirrojo salió de allí.
Aomine se quedó paralizado. Lo observó de arriba abajo. Mediría más o menos lo mismo que él, estaba descalzo y llevaba un pantalón de chándal grisáceo que le quedaba un poco grande, por lo que se lo pisaba ligeramente con los talones. En el torso llevaba una camiseta negra sin mangas que se le pegaba al cuerpo, marcando un bien formado abdomen y unos brazos muy bien trabajados. Pero lo que dejó perplejo al moreno no fue nada de eso, sino el color rojo. Creía que nunca más volvería a ver ese color en alguien, ya que tras el Apocalipsis, la hambruna y las posteriores guerras, la última persona pelirroja que se creía que quedaba había sido su madre.
El rojo era más intenso en la pare de arriba y se iba difuminando hacia el negro en la dirección de las puntas, donde acababa siendo oscuro por completo. Bajó la mirada hasta sus ojos, unos orbes tan brillantes como el fuego y tan rojos como el color de la sangre. Enarcó las cejas al mirar las contrarias, ¿qué clase de cejas son esas?, pensó para sí mientras doblaba la punta de una de sus orejas, como cuando se despistaba pensando en cosas inútiles. No tardó en darse cuenta de su situación y se intentó poner de pie, pero el pelirrojo pareció salir al mismo tiempo de su ensimismamiento y llegó a él en dos zancadas.
—No te levantes aún, estás muy magullado —dijo suavemente mientras le forzaba a sentarse de nuevo, cosa que ocurrió sólo porque a Aomine realmente le dolía el costado. El peliazul le fulminó con la mirada, quería mandarle a la mierda, pero era mejor esperar para ver sus intenciones. El chico habló otra vez—. Estaba preparando unas vendas, eso no tiene buena pinta. —Y se alejó raudo hacia la puerta, tras la cual pudo observar un baño de donde volvió con un balde con vendas, esparadrapo, agua oxigenada y otros utensilios.
Tardó alrededor de media hora en curar todas sus heridas y vendar todas las zonas dañadas, durante la cual ninguno de los dos intercambió ninguna palabra. Aomine no se fiaba de nadie a primera vista, nunca, sin embargo con ese pelirrojo por alguna razón había hecho una excepción. Cuando hubo terminado, recogió todo, se alejó un par de pasos y le miró. Los ojos le brillaron por un momento y la comisura de su labio inferior se tensó ligeramente. El moreno entrecerró los ojos.
—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó, reconociendo esos gestos.
—Nada, nada, es sólo que… —Paró, indeciso, pensando si decirlo o no, pero ante la atenta mirada del chico peliazul, prosiguió—, pareces una momia. —Aomine le lanzó el primer cojín que tenía a mano a la cara, lo que le provocó un pinchazo que le hizo recostarse sobre la cama—. Eh, no seas idiota y estate quieto.
—¿Dónde estoy? —preguntó el peliazul ignorando al pelirrojo, intentado saber por qué diablos estaba en una especie de hotel con servicio cinco estrellas. Esos ojos escarlata que tanto le impresionaron se apagaron de golpe cuando el chico se sentó a su lado en el borde de la cama, dándole la espalda. Habló con la voz más solitaria y triste que el ser humano –o el híbrido, en este caso– hubiera oído jamás. A Aomine se le formó un nudo en la garganta sin darse cuenta.
—Eres el nuevo esclavo de la familia Kagami —dijo sin añadir nada más. El peliazul esperó un poco, pero al ver que no continuaba decidió intervenir.
—¡No me digas! Eso ya me había quedado claro desde que me encerraron en esa puta jaula —le espetó entre irónico y cabreado. Iba a empezar a gritar improperios contra ese chico por no explicarle nada, cuando oyó que continuaba hablando. Estiró las orejas todo lo que pudo.
—Ya, bueno, esta es una jaula un poco más bonita. —A Aomine le costó entender eso, y cuando lo hizo, abrió los ojos ligeramente.
—¿Me estás diciendo que tú también estás preso? ¿Y por qué no te has largado ya? ¿Acaso estamos encerrados? —El moreno formuló todas las preguntas sin pausa. Por primera vez en mucho tiempo, no entendía lo que estaba pasando. El pelirrojo suspiró y se giró para verle.
—¿Ves ese collar que llevas? —dijo señalando ese objeto tan odiado por Aomine, que asintió mientras lo tocaba—. Pues está programado para soltar una descarga eléctrica si no obedeces las órdenes de tus dueños. Han tardado dos meses en prepararlo sólo para ti, porque sabían que si no, no te doblegarían. —Daiki tardó un rato en asimilar esas palabras antes de echarse a reír. El chico se quedó estático—. No entiendo qué te hace gracia —dijo entrecerrando los ojos para mirar mal a ese chico moreno—. ¿Has entendido lo que te he dicho?
—Jajaja, claro que lo he entendido, idiota. Es sólo que si Kagami cree que podrá doblegarme así, es porque no sabe que prefiero morir frito que hacerle caso.
—No creo que eso pase, tranquilo —murmuró en voz muy baja el pelirrojo. Aomine captó las palabras de milagro y se le quedó mirando. Él no llevaba ningún collar, por no hablar de que ni siquiera era híbrido.
—¿Y tú qué? ¿Qué has hecho? ¿Por qué estás aquí? —preguntó curioso. Una risa bastante inquietante salió de la boca del pelirrojo, que le miró con los ojos demasiado brillantes.
—¿Cómo te llamas? —respondió, con la voz entrecortada. El peliazul le miró serio a los ojos antes de contestar.
—Aomine Daiki, ¿qué tiene eso que ver con mis preguntas? —comenzó a replicarle antes de que pudiera continuar con una conversación estúpida, pero el pelirrojo se le adelantó.
—Yo soy Kagami Taiga, tu dueño. Ese es mi castigo.
La respiración de Aomine se cortó por completo, su corazón comenzó a latir a toda velocidad y podía notar cómo le hervía todo el cuerpo, haciendo que sus venas palpitaran ansiosas de sangre. Antes de que pudiera siquiera pensar en lo que pasaba, se encontró sobre el pelirrojo, lanzando puñetazos a diestro y siniestro, pero éste no hacía nada por defenderse, simplemente se cubría un poco la cara para evitar los más fuertes. No sabía qué ocurría, ¿por qué no se defendía? ¿Acaso era tan idiota y mimado que no había tenido una pelea en su vida? No, así no es como debía ser, ese no era su estilo.
Lanzó un último puñetazo que le rompió el labio y se levantó de encima de él a duras penas, enrollando de nuevo la cola en su torso para no pensar en las punzadas de dolor que le azotaban las costillas.
—¡Levanta! —le gritó colérico. No sabía por qué había dejado de zurrarle, pero ahora mismo no era capaz de controlar los instintos asesinos que tantos años llevaba cultivando en su interior—. ¡He dicho que te levantes!
Kagami le miró desde el suelo, pasando el dorso de su mano sobre el labio para apartar la sangre que caía lentamente, y se levantó apoyándose en la esquina de la cama. Se quedó de pie frente a Aomine, esperando el siguiente golpe. El peliazul posicionó el pie izquierdo al frente, listo para asestar el derechazo. Kagami apartó la mano y cerró los ojos, aguardando un golpe que nunca llegó. Cuando los abrió, vio cómo Aomine estaba parado delante de él, con la ira y el odio impresos en sus ojos de una forma tan ardiente que casi podía quemarte con la mirada. Tenía la mandíbula tan apretada por la frustración de tener que contenerse, que sabía que se estaría haciendo daño.
El pelirrojo no sabía cómo actuar, se quedó tal cual estaba antes, mirando con esos penetrantes ojos cada una de las acciones de Aomine, el cual seguía en completa tensión, con los puños apretados. Unos cuantos minutos después el peliazul pegó una patada a la cama y se acercó hasta la puerta para largarse, pero estaba cerrada, murmuró unos cuantos improperios y se encaminó a la ventana, que tenía un gran alféizar interior debido al tamaño de los muros de ese lugar. Abrió la hoja de par en par, pero se encontró con unos barrotes de acero, seguramente de alta resistencia. Chasqueó la lengua con ira y apresuró el paso hacia el baño, que ni siquiera tenía una ventana al exterior. Pegó un portazo al salir de ese último cuarto y se dirigió de nuevo a la ventana, subiéndose sobre alféizar y sentándose allí, observando el exterior con atención. Tenía que pensar.
Kagami observó cada uno de sus pasos en silencio, hasta que se sentó sobre la cama tras ver un poco más calmado al peliazul. Estuvieron un buen rato sin hablar hasta que una ronca voz se hizo oír.
—¿Por qué no te has defendido? —preguntó al aire, mientras sus pupilas fijaban la vista en el movimiento de las personas que había en el patio exterior.
—Sea lo que fuere por lo que me estabas pegando, estoy seguro de que estaba justificado. Mi apellido no tiene muchos amigos entre los tuyos. —Una risa irónica escapó del peliazul al escuchar esa última afirmación.
—En eso estamos de acuerdo —dijo con una pequeña sonrisa perfilando sus labios—. ¿Me vas a explicar qué cojones está pasando aquí? —añadió cabreado, girando la cabeza para fijar su vista en el pelirrojo. Éste suspiró profundamente y se chupó el labio, que aún le sabía un poco a hierro debido a que la sangre seguía saliendo, aunque ahora a menor ritmo.
—Te haré un resumen —dijo antes de tirarse sobre la cama y quedarse mirando al techo. Entonces comenzó a hablar de nuevo—. Soy de la familia Kagami, y esa es una maldición que me perseguirá de por vida, pero eso no significa que sea como ellos. Desde pequeño me rebelé contra mi padre, me sentía impotente al no poder hacer nada por todas esas personas a las que arrebataba la vida sin piedad. Intenté escapar en varias ocasiones, y cuando fui lo suficientemente maduro como para encontrar una manera, se percató de ello y me encerró en este maldito edificio. Se podría decir que somos todo lo contrario. —Hizo una pausa, pensativo, antes de continuar—. Yo quiero luchar por un mundo de igualdad, no considero a nadie por debajo de nadie en términos de raza o sexo, él lo sabe y por eso te ha traído a mí, sabe que lo que más daño me haría, sería hacerte daño a ti.
Quedaron en silencio una vez más. Aomine no sabía qué pensar, perfectamente podría tratarse de una trampa para que confiara en él, pero había algo en la mirada de ese chico que le decía que estaba siendo sincero. El sol se estaba poniendo en el horizonte, y él tenía que pensar rápido en una forma de escapar de esa habitación y abrir las puertas para que Kise y los suyos pudieran entrar, pero aún no era el momento de confiar en ese chico. Decidió convivir con él un tiempo para conocerlo mejor, al menos se había relajado después de pegarle. Bajó del ventanal y se acercó hasta la cama, donde el pelirrojo se incorporó al sentirlo cerca. Fijaron la vista el uno en el otro; Aomine, tentativo y curioso; Kagami, interrogante; y el peliazul estiró el brazo.
—Te creeré. —Le tendió la mano en señal de tregua. El pelirrojo se quedó perplejo, esa era posiblemente la última acción que esperaba de ese chico, pero sonrió un poco y se la estrechó. Aomine entonces agarró el edredón que cubría la cama y tiró de él, haciendo que Kagami casi se cayera al suelo, dio media vuelta y añadió—. Siento lo del labio. —El pelirrojo pudo ver cómo sus orejas se agachaban de forma casi imperceptible y sonrió a su espalda.
—No es nada —replicó mientras veía cómo el peliazul lanzaba la manta sobre el alféizar del ventanal y se montaba una cama improvisada ahí, tumbándose con la vista clavada en la puerta de entrada. Kagami entendió, apagó las luces y se metió en la suya, pero antes de cerrar os ojos oyó la voz de Aomine.
—Kagami —dijo sombrío—. Cuéntamelo todo. Quiero saber quién vendrá y cuándo, si saldremos de aquí en alguna ocasión, cómo es este lugar y hasta dónde tienes acceso, donde está tu padre, las intenciones que tiene, quiero saber hasta el detalle más pequeño y estúpido de este puto lugar, ¿has entendido? —El pelirrojo asintió en la penumbra y comenzó a hablar.
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– V –
Una semana después Aomine ya sabía todo lo que podía saber sobre esa fortaleza. Les dejaban salir al patio un par de horas al día, desayunaban y comían en un salón que estaba dos pisos más abajo y la cena se la traían a la habitación. El padre de Kagami no solía estar en el edificio y no había forma de saber cuándo vendría hasta dos o tres días antes de que lo hiciera. Sobre sus intenciones, su hijo no tenía ni la más mínima idea, sólo sabía que no serían buenas. La sala desde la que se abrían las puertas quedaba tres plantas por encima, estaba vigilada las veinticuatro horas del día y era casi inaccesible.
Por su parte, Aomine le había dicho al pelirrojo que tenía a Kise esperando en el exterior a que las puertas se abrieran y que, conociéndolo, se pasaría los días con la vista clavada en el centro de Tõkyõ sin perder la compostura ni la paciencia. Le contó que pertenecía a La Resistencia, y que tenía un gran plan que podría acabar con la extorsión en esa maldita ciudad. Mentó en varias ocasiones al rubio ya que era el único amigo que tenía.
Por otro lado, tanto Aomine como Kagami habían aceptado que debían fingir en público que se llevaban mal y que el pelirrojo estaba intentando que el moreno le hiciera caso a su manera, para que los guardias se confiaran y poder tener algo de ventaja. Convivir juntos había sido más fácil de lo que había creído en primera instancia, Kagami era un chico un poco rudo pero muy amable en el fondo, a pesar de que lo intentara ocultar para no parecer débil. Aomine había aprendido a comprenderlo e incluso le tenía algo de aprecio por estar ayudando a que su plan funcionara, aun cuando eso significara el final de su apellido en el gobierno. Lo único que le molestaba eran las pesadillas que parecía tener la mayoría de las veces, pero no le preguntó por ello.
Esa tarde entraba el sol por la ventana de forma muy agradable, no era normal ver al gran astro durante tanto tiempo después de aproximadamente el año 100 d.A., de modo que ambos estaban un tanto animados.
Kagami se encontraba sobre la cama, leyendo un libro de historia y política mientras Aomine estaba tirado en el suelo de la habitación, justo en el único punto en el que los rayos entraban lo suficiente como para incidir sobre sus azules orejas, las cuales peinaba intentando alisar el cabello porque había dormido un poco agitado esa noche y tenía el pelo hecho un desastre. El pelirrojo lo miró curioso, levantando la mirada por encima del libro mientras observaba la imagen del felino cuidándose las orejas de forma tan graciosa, su cola se extendía sobre el suelo a excepción del extremo que estaba elevado moviéndose de lado a lado al ritmo de sus manos. Una ligera sonrisa se formó en sus labios.
—¿Qué haces? —le preguntó divertido.
—¿A ti qué te parece? —respondió de mala gana. A pesar de que a muchos híbridos les encantaba atusarse las orejas porque era muy placentero, él lo posponía todo lo posible porque no quería perderse ni un mísero sonido de lo que ocurriera a su alrededor. La vida que llevaba le había hecho perder cualquier sentido de auto-satisfacción que pudiera tener.
—Me parece que te asemejas a un gatito muy lindo —dijo alegre sin pensar, embobado con los fluidos movimientos que Aomine realizaba sobre sus perfectas orejas azules. Al ver la cola peliazul parando todo movimiento y sentir cómo una mirada afilada le atravesaba el cuerpo, se dio cuenta de lo que había dicho—. Eh… quiero decir… que, yo, esto… da igual. —No terminó la frase y fingió un gran interés repentino por los sistemas de gobierno piramidales. El peliazul dejó de fulminarlo con la mirada y giró ligeramente el cuerpo, dando la espalda a Kagami para continuar con su actividad. Notó cómo le ardían ligeramente las mejillas. ¿Acaso le había gustado ese comentario? Imposible, no podía ser. Y menos si ese comentario provenía de él.
Los días avanzaban y el moreno cada vez los pasaba más alterado. Tener tanto tiempo libre no le ayudaba en nada debido a su condición activa e incansable. Había pasado de tener tres horas para dormir en alerta continua a tener siete en las que el mayor peligro era no caerse del alféizar en el que se había instalado. Por eso Kagami siempre andaba molestándolo y él se había acostumbrado a hacer lo mismo.
—¿Por qué lees tanto? —le había dicho una tarde especialmente aburrida.
—En este mundo la información es poder, Aomine —le había respondido, intentando ignorar la atenta mirada que pretendía enfocar lo que estaba leyendo el pelirrojo sin llegar a molestar. Kagami rió por lo bajo e inclinó el libro para que ambos pudieran leer. Unos segundos más tarde el peliazul giró la cabeza y se largó de la cama a hacer unos estiramientos contra la pared.
—Eso es muy aburrido.
—No es aburrido, es que eres un idiota, Aomine.
—Y tú eres un imbécil, Kagami.
Al día siguiente el moreno volvió a repetir la misma acción, interesado en qué leería el pelirrojo esa tarde. De nuevo política e historia. Se retiró en silencio y se sentó en lo que Kagami decía que era su "nido". Al oír unos ruidos extraños, el pelirrojo bajó el libro y miró a su compañero, pero sólo veía su espalda moviéndose extraña mientras sus orejas se tensaban a la par que su cola cada poco tiempo.
—¿Y ahora que diablos haces?
—Cuando nos saquen luego voy a ir a correr —dijo con un tinte de emoción en la voz.
—¿Hah? Es un recinto cerrado, idiota.
—¿Y a mi qué? Ya no aguanto más aquí sin hacer nada. Necesito mantener mi cuerpo, ¿o acaso crees que siempre ha sido así de perfecto? —añadió, auto-vanagloriándose de su figura y girando hacia el pelirrojo para ofrecer una primera vista de sus tríceps. Kagami enarcó una ceja y se quedó mirando, la verdad es que sí que consideraba que ese híbrido de piel exótica era un chico de muy buen ver. Tenía todos los músculos marcados y perfectamente trabajados, y en esos días allí había logrado conseguir el peso que debería haber tenido siempre, ya que llegó bastante desnutrido.
Bajó la vista por los pectorales, revisando cada centímetro del cuerpo de Aomine hasta posarse en sus pantalones. Agitó la cabeza inmediatamente, ¿en qué diablos estaba pensando? Volvió a posar su vista en el libro, elevándolo hasta la altura de sus ojos para que el peliazul no se percatara del sonrojo que seguramente habría cubierto sus mejillas. Aomine continuó con su cometido, pero Kagami volvió a preguntar.
—¿Me vas a decir qué tiene que ver lo que sea que estás haciendo con ir a correr?
—Estoy haciéndome mis propios shorts —respondió feliz, justo a tiempo para arrancar con los colmillos la última parte de tela y mostrarle al pelirrojo cómo había cortado su pijama para hacer unos pantalones cortos. Kagami estalló en carcajadas—. ¿Y ahora qué te pasa? —le increpó, molesto. Miró los pantalones de nuevo, observando si los había dejado irregulares, pero le pareció un trabajo impecable.
—Jajajaja. Realmente eres un Ahomine —le respondió entrecortadamente antes de añadir—. Sabes que te hubieran dado unos si yo los hubiera pedido, ¿no? —Un sonrojo de vergüenza asomó en las morenas mejillas. Enroscó la cola sobre el suelo y bufó.
—No quiero nada de ti, Bakagami.
Los días pasaron y algo así como una amistad se empezó a formar entre ellos. Aomine ya había aceptado que el pelirrojo no le había mentido y que estaba de su parte, sabía que podía confiar en él. Por su lado, Kagami estaba experimentando lo que consideraba como la primera amistad de su vida ya que, encerrado como lo había estado, siempre había permanecido solo.
El primer día que Aomine se puso a correr delineando el perímetro del patio como si fuese el chico más feliz del mundo, Kagami no pudo evitar compararlo con un animal enjaulado, y eso era precisamente lo que era. Lo observó trotar incansable, con el collar subiendo y bajando en su cuello, mientras el peliazul tiraba de él con molestia de vez en cuando. Y entonces lo imaginó libre, corriendo con una sonrisa mientras el aire le revolvía la cola, que se mecía con el mismo ritmo que los brazos y las piernas, mientras las orejas se movían evitando las ráfagas de aire. El peliazul se percató de su mirada y le dedicó una ligera sonrisa, haciendo que por un momento el tiempo se parara para él y su corazón dieran un latido extra. Esa fue la primera vez que pensó que Aomine era la criatura más magnífica que jamás había visto, y la primera vez que se preguntó si la amistad debía sentirse así.
Al día siguiente Kagami le pidió que rompiera su pijama, el peliazul lo miró ceñudo, sonrió agarrando la prenda y la mordisqueó hasta que quedó como la suya –más o menos–. Así comenzaron la rutina de ir a correr juntos. Esa misma tarde, tras ducharse y asearse, Aomine repitió la misma acción de cada día: se acercó a la cama de Kagami, colocando las rodillas y las palmas sobre el colchón y asomó la cabeza sobre el libro que el pelirrojo estaba leyendo. El más bajo sonrió e inclinó el tomo como de costumbre, pero esta vez la sonrisa se ensanchó al ver cómo los ojos de Aomine iban de lado a lado de la hoja, con las orejas moviéndose de vez en cuando en los momentos en los que la lectura mejoraba.
Poco a poco se fue acomodando a su lado, quedando sentado a su vera para continuar leyendo juntos en silencio. Kagami esperaba a que la larga cola azul le golpeara ligeramente el brazo, señal de que ya había acabado la página ya que la lectura de Aomine era más lenta. Tras casi un mes cambiando las temáticas, había dado con el tipo de libro que le gustaba a su felino compañero: intriga, misterio y suspense policíaco.
El pelirrojo se acostumbró a sentir el tacto de la cola sobre su brazo y le gustaba cómo el suave pelaje le rozaba mientras el moreno se metía por completo en la lectura. Se enamoró de esos momentos, ignorando por completo el libro y centrándose en cada uno de los gestos que el peliazul llevaba a cabo mientras leía. No sabía qué era lo que le atraía de ese híbrido, pero creía que ese sentimiento que le hacía respirar menos y bombear más sangre cuando él estaba cerca, ya no podía ser sólo debido a la amistad que ambos compartían.
Los días en los que leían juntos, Aomine también se acostumbró a estar sentado al lado del pelirrojo sobre la cama, riendo cuando los antagonistas le parecían demasiado estúpidos y admirándolos cuando eran lo contrario. Cierto día ocurrió algo que Kagami utilizaría contra él por el resto de su vida: decidió probar con un libro de romance dramático y se sentó a leer como cada tarde. Una hoja de lectura fue lo que tardó en notar el brazo de Aomine contra el suyo y la cola en posición para golpear cuando acabara la página, la cama apenas había crujido bajo su peso ya que el peliazul era realmente sigiloso. Pudo ver cómo éste enarcaba una ceja ante las cosas que estaba leyendo, pensando si retirarse o no, pero al final, optó por continuar.
Medio libro después, Aomine se encontraba metido por completo en la historia, con la mandíbula apretada y la cola en tensión, un ligero brillo en sus ojos denotaba que lo estaba disfrutando. Cuando llegaron a la parte más caliente del asunto, el peliazul creó en su rostro una sonrisa felina y Kagami le miró increpante, pero éste estaba demasiado absorto como para notarlo, de modo que siguió con el relato.
Casi finalizando el tomo, los personajes se declaraban por fin su amor después de todo el sufrimiento y Kagami pudo notar cómo el peliazul tensaba su cuerpo y leía con mayor avidez y velocidad. Al terminar, le miró de forma muy penetrante y el pelirrojo se quedó paralizado. Aomine ladeó la cabeza ligeramente y Kagami lo imitó como un espejo, preguntándose en qué diablos estaría pensando el contrario. Las pupilas azules bajaron para recorrer todo su cuerpo, mientras esa extraña mirada de duda seguía latente, analizando cada centímetro de la piel de Kagami que se podía ver desde esa posición. Cuando pareció darse por satisfecho con algo, zarandeó la cabeza de lado a lado y se largó sin más a seguir con sus ejercicios diarios.
—¿Qué…? —empezó, intentando saber qué diantres era lo que se le había pasado al moreno por la cabeza para hacerle ese 'examen visual' tan exhaustivo.
—El protagonista era idiota, debería haber confesado sus sentimientos desde el principio —comentó casual cambiando de tema desde la esquina de la habitación. El pelirrojo creyó ver un atisbo de rubor en sus mejillas, pero no pudo comprobarlo porque éste recorrió la estancia y se encerró en el baño—. Me voy a duchar —añadió antes de cerrar de un portazo.
Definitivamente, a veces no entendía la extraña naturaleza de Aomine.
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– VI –
Kagami entró en la habitación con la cara desencajada de ira. Se tiró boca abajo sobre la cama y trató de calmar la respiración. Aomine, que estaba en su nido espiando a los guardias de la entrada, como cada tarde, se levantó de un salto y se acercó al pelirrojo.
—¿Qué pasa, Kagami? —preguntó con tono de circunstancia. El pelirrojo giró la cabeza para mirarle, sus ojos lanzaban chispas de odio, pero también de resolución.
—Viene en tres días. Hay que hacerlo ya. —El moreno abrió ligeramente la boca y asintió con el semblante serio. Se internó en el baño, observando el espejo completo que había en la pared.
—Vamos, hay que avisar a Kise —dijo de inmediato. El pelirrojo dio un respingo al escuchar de nuevo ese nombre. Sabía que el rubio era una persona importante para Aomine y al principio se había alegrado de que tuviera un amigo tan cercano; pero ahora era diferente, un sentimiento desconocido le ardía en el pecho y una molestia infundada sin ningún tipo de sentido se asentó en su mente.
—¿Estás seguro de que ese chico estará vigilando? No podemos arriesgarnos, no habrá otra oportunidad. —El peliazul le miró en una milésima de segundo, con las facciones serias y la cola y los puños en tensión. Kagami se acercó hasta él, sosteniéndole la mirada.
—¿Dudas de la lealtad de Kise? ¿O de sus habilidades? ¿O de su dedicación? —espetó cabreado, no iba a permitir que dudaran de la única persona a la que le confiaría su vida.
—Sólo digo que…
—Mejor no digas nada —le cortó, agarrando la camiseta de Kagami por el pecho y acercándolo a su cuerpo. Ese gesto no le gustó nada al pelirrojo, que también se cabreó y sujetó la muñeca contraria haciendo fuerza en la dirección opuesta.
—Digo lo que me da la gana, y tú no eres quién para callarme —le rugió en la cara. Aomine lo estampó contra el cristal, haciendo el espejo añicos con la espalda de Kagami, que soltó un siseo de dolor—. ¡Para, idiota! –gritó, pero el peliazul no le soltó.
Una descarga eléctrica le recorrió todo el cuerpo, haciendo que su cola se enrollara enseguida y que sus orejas se aplastaran contra su cabeza. Le atravesó de arriba abajo como un rayo, entumeciendo todos los músculos por los que pasaba. No duró más de cinco segundos, pero fue suficiente para dejarle sin respiración y con los pulmones doloridos. Levantó la vista hacia Kagami, que le miraba con el terror pintado en sus ojos—. Yo… yo no... —Pero Aomine ya no lo escuchaba, agarró un trozo del espejo roto y se dirigió al ventanal, desde el que comenzó a hacer señales en Código Morse con la escasa luz del sol que golpeaba todavía en esa fachada.
El pelirrojo no sabía qué hacer, salió del baño y se acercó al peliazul lentamente. Jamás había querido que ese maldito collar le lanzara una descarga, y mucho menos aprovecharse de eso. Se sentía fatal por no haber controlado sus palabras para evitar dar órdenes implícitas como ya se había acostumbrado a hacer. Aomine continuó con su trabajo de forma incansable durante un par de horas más, en las que Kagami sólo se quedó en la cama, pensando en cómo podría explicarle al moreno toda la frustración que sentía. Cuando la noche llegó, Aomine dejó el vidrio en un extremo del alféizar y se recostó para dormir. El pelirrojo apagó la luz en silencio y se metió en la cama.
—Aomine, yo… no quería hacerlo.
—Lo sé, Bakagami, está olvidado —respondió con voz ronca el peliazul. Después del cabreo inicial, había asumido que habían discutido por una tontería y que no tenía que enfadarse con Kagami, sabía que él lo había pasado peor al verle recibir esa descarga, pero su orgullo le impedía pedir disculpas primero. El pelirrojo suspiró aliviado y atrajo las mantas más hacia sí, esa noche hacía frío.
En mitad de la madrugada, Kagami empezó a moverse de lado a lado, a revolverse y a murmurar cosas ininteligibles. Eso despertó al moreno como siempre lo hacía. Muchas noches el pelirrojo tenía pesadillas, y él se despertaba y enderezaba sus orejas para intentar captar lo que decía, sin éxito. Se acomodó en el ventanal mirando al techo y trató de dormir de nuevo, como de costumbre, pero la pesadilla de esa noche estaba siendo especialmente dura y Kagami empezó a gritar de forma ahogada, No, no. No por favor, no lo hagas… Aomine no… . Al oír su nombre no aguantó más y se acercó hasta la cama, posando su mano sobre el hombro ajeno, ya que con el movimiento las sábanas ya sólo le cubrían poco más de la cintura.
—Eh, Kagami, tranquilo —murmuró intentando que se calmara, pero éste no se despertaba. Probó a agitar ligeramente su hombro pero el pelirrojo seguía gruñendo y gritando en sueños, como si le estuvieran torturando. Aomine pudo ver de perfil la cara de dolor que tenía y una sensación de ira le invadió. Se posicionó sobre la cama con una rodilla y lo agitó de forma más consistente—. ¡Oe! ¡Kagami, despierta idiota! ¡Oe! —Tras ese grito el pelirrojo abrió los ojos de golpe, asustado y desorientado. Miró a Daiki a su lado, que le observaba con la preocupación pintada en sus rasgos, y el alivio volvió a su corazón.
—Aomine… —murmuró, más para sí que para el nombrado, mientras le agarraba débilmente el brazo con el que se apoyaba sobre el colchón.
—Estoy aquí —respondió intentando ubicarle. El pelirrojo inspiró de forma profunda un par de veces para restaurar su respiración y le soltó, relajando su cuerpo de nuevo. El moreno aprovechó para sentarse sobre el borde y preguntar—, Kagami… ¿con qué sueñas todas las noches?
—Con los peores momentos de mi vida, y no han sido pocos —dijo irónico, intentando sonar más apaciguado y seguro de sí mismo. Aomine enarcó una ceja.
—Has dicho mi nombre. ¿Aún te preocupa lo de esta tarde? Ya te he dicho que sé que fue sin querer. —Kagami le miró penetrante, soltando un suspiro antes de dejarse caer sobre el colchón. La tristeza inundó sus ojos como el día en el que le confesó quién era.
—Es por mi padre. Estoy seguro de que no todo saldrá como queremos y de que lo de esta tarde se repetirá de un modo u otro si queremos que el plan de tu amigo salga bien —dijo abatido. Aomine sonrió ladino, soltando un bufido para restar importancia al asunto.
—¿Por quién mes has tomado? Soy fuerte. Tú actúa como él quiere que lo hagas, fingiendo que has decidido seguir sus pasos, y todo saldrá bien —dijo levantándose del colchón para volver a su cama, pero al dar media vuelta añadió—. Y… no le cabrees, Bakagami. —El pelirrojo enarcó una ceja, extrañado ante el comportamiento del moreno. Una ligera sonrisa se marcó en sus labios.
—¿Acaso estás preocupado por mí? —dijo en un tonillo de burla que hizo que Aomine girara de nuevo para encararlo. Debido a la oscuridad sólo podía ver su perfil, pero estaba seguro de que tenía las orejas tensas y la punta de la cola moviéndose de forma histérica de lado a lado. Su sonrisa se ensanchó y un ligero calor le recorrió el cuerpo.
—Ni en tus mejores sueños —respondió altanero. El silencio se hizo de nuevo y tanto la sonrisa de Kagami como el nerviosismo de Aomine desaparecieron. El moreno giró para irse, pero tensó las orejas cuando el pelirrojo murmuró algo que no pudo captar a la vez que agarraba sin apenas fuerza la punta de su cola. Se quedó petrificado. Nadie, nunca, le había tocado la cola o las orejas, a excepción de Kise si quería molestarlo, pero ese toque era diferente, era suave y tímido, casi como si le estuviera tentando. El moreno giró a cámara lenta, enroscando el inicio de su cola ligeramente sobre él para no retirarla de la cálida mano de Kagami. Pudo ver su silueta con la cabeza gacha y movió las orejas hacia delante como un satélite para no perderse lo que había dicho esta vez.
—¿Puedes… quedarte? Sólo hoy… —murmuró con una voz entrecortada y cargada de vergüenza. El corazón de Aomine se saltó un latido, podía imaginarse la expresión de Kagami en ese momento, cabizbajo, con la mirada hacia un lado para no enfrentar lo que acababa de decir y la parte de arriba de sus orejas empezando a enrojecerse mientras sus mejillas ya ardían con fuerza. Sus latidos comenzaron a resonar más rápido para recuperar el que se había saltado al escuchar la voz del pelirrojo y su mente se quedó sin saber cómo reaccionar por un momento. Hasta ahora no había sentido algo así por nadie a lo largo de su solitaria vida. Se acercó de nuevo a la cama, retirando por fin la cola de la mano de Kagami con un movimiento raudo y apartó la sábana.
—Sólo por hoy… —murmuró abriéndose paso entre los pliegues de la ropa de cama mientras el pelirrojo se apartaba un poco para que se tumbara a su lado. Estaba tenso, jodidamente tenso, y no entendía por qué tenía ese sentimiento. Ya le había pasado el día que leyó aquel absurdo romance con el pelirrojo, las líneas que el protagonista pensaba sobre sus sentimientos se asemejaban bastante a lo que él había pensado alguna vez con respecto a Kagami… Pero eso era imposible, ¿no? No podía estar enamorado de la persona a la que había querido asesinar durante años, y menos si esa persona era un hombre, y muchísimo menos si ni siquiera era de su raza. No sabía cuántas leyes estaría violando sólo con tener esos pensamientos, pero bueno, él nunca había estado precisamente en el lado legal de la balanza.
Intentó serenarse, él era un experto en mantener la cabeza fría en las situaciones más tensas y difíciles, pero por algún motivo ahora no estaba funcionando en absoluto. Se giró hacia el centro de la cama buscando una posición más confortable para dormir y rozó sin querer la pierna de Kagami con la cola, Tsk, maldita la hora en la que corté los pijamas. Iba a pedir perdón, pero luego pensó que si pedía perdón parecería que quizás lo había hecho aposta y que luego pedía perdón para quedar bien… pero si no lo hacía, definitivamente pensaría que lo había hecho queriendo, y cuando se dio cuenta de que, en efecto, la mejor opción era haber pedido perdón, ya había pasado demasiado tiempo como para pedirlo sin que quedara como un idiota, ¿Qué pasa con estos pensamientos?, se recriminó ante la espiral de 'teorías del perdón en momentos incómodos' que rondaban su mente. Su cola se tensó tras el roce, quedando entre su pierna y la del pelirrojo totalmente inmóvil, pero aun así pudo sentir cómo el cuerpo que desprendía calor a su lado también se tensaba por una milésima de segundo. El peliazul dobló las orejas y perfiló con la mirada el rostro de Kagami, podía verle con los ojos cerrados con algo de fuerza y los brazos tensos; al contrario que él, Aomine poseía mejor visión en la oscuridad.
Cerró también los ojos un instante, desentrañando las sensaciones que había tenido desde que había conocido a ese chico. Sólo había que observarle para saber que había cambiado: sonreía, hacía bromas, se conformaba estando encerrado… y muchas otras cosas que hace tres meses eran impensables para él. ¿Se había enamorado de ese chico humano sin darse cuenta? Su cuerpo le delataba, tenía las orejas dobladas a medias, en señal de comodidad, su cola estaba totalmente tensa tras ese ligerísimo roce con la piel ajena, su corazón seguía palpitando con fuerza desde que le había pedido quedarse con esa voz… esa voz que cuando utilizaba ese registro tan dulce le ponía el mundo patas arriba. Recordó entonces la ira que le recorrió el cuerpo cuando vio la tristeza en esos ojos ígneos que tanto amaba, ¿alguna vez había tenido una sensación de empatía tan grande por alguien? La respuesta era sencilla: no.
Tenía mucho calor y las sábanas le parecían un estorbo en esos momentos, pero estaba tan asustado por lo que acababa de descubrir de sí mismo que no se atrevía a moverse. No fue necesario, Kagami se giró también mirando hacia el centro de la cama, quedando ambos enfrentados en la misma posición, con sus rostros a unos doce centímetros de distancia, Y con mi maldita cola en medio, terminó de analizar por su cuenta el peliazul. Ahora sí que estaba en serios problemas, su temperatura había decidido vivir por su cuenta, su respiración se aceleró ligeramente a pesar de todo el empeño que estaba poniendo en que no ocurriera eso para que el pelirrojo no pensara lo que no era, bueno, lo que sí era.
Abrió los ojos para ver a Kagami tumbado frente a él, su pecho ascendía y descendía a un ritmo más rápido de lo normal, pero quizás ya estaba dormido, ¿y si no lo estaba? Aomine apretó los dientes, le estaba dando muchas vueltas a algo que no entendía, y lo que solía hacer en esos casos era seguir el instinto que tantas veces le había salvado la vida. Soltó un suspiro para regular la respiración y Kagami aprovechó para acomodar mejor la cabeza, quedando a lo que el moreno calculó que serían siete centímetros de distancia, Joder… deja de calcular distancias, sus habilidades de supervivencia ahora no hacían sino incomodarle y ponerle más nervioso. Pudo notar el suave y cálido aliento de Kagami rozándole los labios y un deseo desconocido pero imparable se apoderó de su cuerpo y su mente.
Aomine por fin se rindió a los instintos.
Destensó la cola por completo y la deslizó entre las sábanas hasta alcanzar la parte inferior de la pierna de Kagami, donde la posó para acariciar con un movimiento ascendente toda su extremidad, repasando cada parte con meticulosidad. Ascendió por la rodilla hasta la parte baja del muslo a un ritmo endemoniadamente lento y sonrió en silencio cuando notó el ligero aumento en la respiración del pelirrojo. Continuó poco a poco deslizándola hacia arriba, delineando el borde del roído pantalón corto mientras rodeaba esa parte del muslo mientras, a su vez, con pequeños movimientos de cabeza, acercaba su boca a la contraria hasta quedar a unos pocos centímetros de distancia, notó el cálido aliento de Kagami sobre sus labios de nuevo y abrió ligeramente la boca, perfilando con su lengua su propio labio inferior y haciendo que ésta se rozara ligeramente con los labios contrarios debido a la extrema cercanía.
Los latidos del pelirrojo se dispararon, pero aún aguantaba con los labios apretados casi tanto como los ojos, intentando controlar la respiración que le traicionaba por completo. Aomine continuó con el movimiento ascendente de su cola, colándose por debajo del pijama para dirigirse hacia la entrepierna de Kagami. Volvió a abrir la boca, esta vez para apenas atraer los carnosos labios ajenos hasta los suyos y separarse de nuevo unas milésimas de distancia. El pelirrojo no pareció tomarlo mal, por el contario, su respiración continuaba siendo cada vez más precipitada. Sonrió elevando un poco el extremo de sus labios y repitió la acción, manteniendo un poco más de tiempo sus labios sobre los contrarios. Pudo notar cómo una punzada de algo indefinido le atravesaba volando por algún punto inconcluso cercano a su estómago. Se sorprendió a sí mismo buscando más ese contacto, pero volvió a separarse ligeramente mientras su cola ya casi alcanzaba la zona más alta de la parte interior del muslo de Kagami. Tragó silencioso ante el sentimiento de anticipación que le surgía por ambas cosas y volvió a acercarse al pelirrojo, esta vez mucho más decidido. Separó los calientes labios contrarios con los propios, obligando al más bajo a que decidiera de una vez si seguiría su juego o no, y Kagami respondió apretando sobre su labio inferior para comenzar el beso. Aomine atrapó esos labios repetidas veces, delineándolos con su lengua cada vez que se separaban para respirar antes de volver a juntarlos. Ambos inclinaron más sus cuerpos sobre la cama para tener más cercanía y él atrapaba los labios de Kagami cada vez que tenía ocasión, ladeando la cabeza en la posición contraria a la del pelirrojo para que sus bocas conectaran de una forma precisa.
Su mente se olvidó de todo lo demás, ni siquiera su cola había continuado el ascenso, simplemente estaba ahí, rozando de vez en cuando el muslo de Kagami ante las tensiones que recorrían su cuerpo con las acciones del nexo. Apretó los labios contrarios una última vez antes de internar su lengua en la boca ajena, realizando movimientos lentos como los que habían realizado hasta ahora, pero metiendo ese húmedo músculo de por medio. Cuando su lengua chocó con la de Kagami y empezaron a entrelazarse, restregarse por todos los espacios que podían alcanzar en la boca contraria y succionar los labios ajenos, un agujero negro se formó en su estómago y perdió el control.
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– VII –
Agarró la nuca de Kagami con la mano izquierda, arrastrando por la cama su cuerpo hasta estar por completo pegado a él. No supo en qué momento el beso se había vuelto tan agresivo, pero ambos se comían la boca como si su vida dependiera de ello. Lo que ese chico le estaba haciendo sentir era por completo ajeno a él, pero su cuerpo respondía sin que tuviera que pensarlo, replicando a un deseo que desconocía tener en su interior.
Movió de nuevo la cola hasta alcanzar la entrepierna de Kagami, acariciando con ella el exterior del bóxer y haciendo presión tanto en los testículos como en el miembro ajeno, mientras realizaba movimientos totalmente aleatorios y fortuitos. Pensar ya no formaba parte de su plan, de hecho, no tenía ninguno, se había dejado llevar por su lujuria, intentando poseer cada centímetro de la piel de Kagami.
El roce del pelaje de la suave cola con sus partes bajas produjo en el pelirrojo el efecto deseado; soltó un ligero gruñido que murió en los labios de Aomine y devoró con más ansia su boca, metiendo la mano por debajo de la camiseta blanca de manga corta que éste usaba para dormir y acariciando su moreno torso. El peliazul lo imitó, arrastrando la palma de la mano por la camiseta negra y deteniéndose en uno de sus pezones para masajearlo por fuera de ésta. Aplicó presión y lo pellizcó ligeramente con dos dedos mientras le mordía el labio y gruñía por lo bajo, los movimientos de su cola continuaban erráticos por toda la zona baja del pelirrojo, la cual empezó a erguirse con sutiles tensiones. Cuando notó el pezón en el que se había entretenido rígido, continuó el camino de su mano hacia abajo. Tuvo que hacer algo de fuerza sobre su hombro para elevarse un poco sobre la cama y así lograr agarrar la goma de los pantalones del pelirrojo, la cual comenzó a bajar hasta que dejó de hacer contacto con su cintura, lugar donde ya pudo enroscar su cola para empezar a deslizarlos por sus piernas. Este gesto alertó a Kagami, que se dio cuenta del punto al que estaban a punto de llegar y de que si le dejaba mover su cola aunque fuera un centímetro más, no lograría tener el suficiente autocontrol como para detenerse, aún no había asimilado todo lo que estaba ocurriendo, y por eso antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, separó sus carnosos y húmedos labios del profundo beso que estaban compartiendo y colocó una mano en el pecho de Aomine, mirándolo con el brillo de la lujuria cristalizado en sus ojos.
—¿Qué…? —comenzó a cuestionar el moreno con la respiración entrecortada. Pero no continuó al ver el camino que tomaban las pupilas del pelirrojo: estaban fijas en sus orejas, las cuales permanecían en alerta en ese momento. A continuación, bajó por su cuerpo hasta donde se encontraba su cola y un terror inmenso se apoderó de Aomine. Se había lanzado a la piscina sin saber si Kagami aceptaría el hecho de que no pertenecen a la misma raza; y se había dado de bruces contra el suelo. Separó con miedo las manos que aún tenía sobre la cintura del pelirrojo y se apartó raudo, retirando también la cola de forma disimulada por debajo de las sábanas. Kagami lo miraba como si fuera un fantasma y él no podía soportarlo, le producía un sentimiento de angustia que jamás había experimentado antes. Siempre se la había traído floja lo que pensaran de su raza mientras él sobreviviera, pero no podía pensar en que Kagami le odiara, él no.
En realidad, sabía que Kagami tenía razón, no era problema de que fueran o no del mismo sexo, sino de que ni siquiera pertenecían a la misma raza, ¿qué sentiría él si le tocaran con una parte del cuerpo que no poseía? Un escalofrío le recorrió la columna de arriba abajo, y el pelirrojo vio la tristeza atravesar sus azules ojos del color del zafiro. Abrió la boca para decir algo, pero las vibraciones no salían de sus cuerdas vocales y las palabras se ahogaban en un nudo en la garganta. Cerró los ojos con fuerza, jamás se había sentido tan rechazado, tan marginado, tan… solo. Deseaba a Kagami, lo deseaba de verdad, pero igual él estaba loco por desear a alguien de otra raza, sí, eso era lo más probable. Las leyes de la naturaleza sobrepasaban el límite de las humanas e híbridas, y él las estaba intentando traspasar, ¿qué podía hacer? ¿Cómo podía disculparse con Kagami por lo que acaba de hacer? Volvió a pensar en todos esos momentos que había pasado junto a él, momentos en los que no tenía que mantenerse alerta, momentos en los que la supervivencia no era su única misión, momentos que habían sido lo más parecido a la felicidad que había sentido hasta ahora.
Recordó entonces por qué habían sido asesinados sus padres y notó cómo un sudor frío le bajaba por la frente. Apretó aún más la mandíbula. Su familia había sido la fundadora de la llamada Resistencia, sí, pero lo que la mayoría no sabía es que en realidad les mandaron matar porque su padre era híbrido y su madre humana, porque buscaban la igualdad interracial, porque traspasaron esa línea invisible creyendo que su amor podría quebrarla, pero sólo lograron morir en un paraje desolado, perder un hijo y dejar a otro a merced de un mundo demasiado duro y cruel para cualquiera. Lo que fuera que sintiera por Kagami debía desaparecer, y debía hacerlo ya.
Abrió los ojos, perdiendo en un suspiro toda la resolución que acababa de tomar por culpa de un nuevo contacto con esos rojos orbes que creía que le estaban robando el alma poco a poco cuando no se daba cuenta. El pelirrojo le miraba con ternura, le sonrió cuando se aseguró de que le podía ver y estiró la mano para acariciar su mejilla.
—Lo siento… —dijo apenas en un murmullo. Aomine se extrañó, elevando las orejas, atónito, ¿por qué le pedía perdón? ¿No debería ser al revés? ¿Se estaba disculpando por haberlo parado?—. Es que nunca había… —Le costaba buscar las palabras adecuadas—, hecho algo así con alguien como tú —terminó por fin, ante una atenta mirada azulada de sorpresa. Los temores de Aomine se disiparon cuando el pelirrojo volvió a formar esa dulce sonrisa angelical que sólo podía ser obra de esos dioses en los que él no creía. Avanzó de nuevo hasta Kagami, pasando su brazo por la cintura de éste y escondiendo su cara en el hueco del cuello fue como se acomodó, inclinado sobre él con las finas hebras rojizas haciéndole ligeras cosquillas una de sus orejas. Dudó un momento antes de enroscar la cola en la pierna del pelirrojo en forma de espiral, atrapando gran parte de su muslo y su rodilla, pero pudo notar cómo nacía una sonrisa en sus labios al hacerlo, y eso le tranquilizó.
Él no sabía tanto como Kagami de leyes, política e historia; tampoco sabía si había un Dios que dirigiera las leyes naturales o la evolución de las especies; no creía en el destino ni conocía lo que le depararía el futuro; pero quería intentarlo, así como hicieran sus padres antaño. El pelirrojo ladeó la cabeza y le besó el dorso de la oreja, produciéndole una sensación de bienestar que le llegó a cada fibra de su ser. Cerró los ojos en esa posición, acurrucándose mejor sobre el pecho de Kagami y sintiendo su respiración mientras se regulaba lentamente. Abrazó su cintura con la cabeza oculta en su hombro, como un niño enfadado. Una de las manos del pelirrojo se posó sobre su espalda mientras que la otra comenzó a acariciarle las orejas con suaves arrumacos. No se dijeron nada más, ya que sus acciones gritaban todo lo que sus bocas no habían pronunciado. Ambos se fueron quedando dormidos entretanto sus respiraciones se acoplaban a la perfección.
Cuando el sol entró por la ventana el pelirrojo despertó de espaldas a Aomine. Estiró los dedos de los pies y notó cómo un fuerte brazo moreno le rodeaba el pecho por debajo de su brazo mientras –justo al mismo tiempo y de forma paralela– una suave cola azul le rodeaba la cintura para acabar enroscada en su muñeca. Sonrió mientras el cálido aliento del peliazul le hacía cosquillas en el cuello y se giró sin soltar el fuerte agarre de su captor para poder observar las suaves facciones de un dormido y relajado Aomine. Nunca lo había visto así, más bien nunca lo había visto dormir, sólo dormitaba siempre mirando en dirección a la puerta. Tenía algunas manías un tanto extrañas.
—Deja de mirarme —ronroneó Aomine aún medio dormido y Kagami dio un respingo en la cama. Una sonrisa felina se dibujó en los labios del moreno—. ¿Acaso crees que puedes despertare más temprano que yo? —añadió antes de abrir los ojos para mirar al chico que la noche anterior había tirado al suelo todas sus barreras interiores de un plumazo. El pelirrojo sonrió con esa sonrisa angelical que sólo le mostraba a él en contadas ocasiones.
—Buenos días, idiota. —Aomine entrecerró los ojos, retirando la cola de alrededor de la cintura de Kagami.
—Vaya formas de darme los buenos días —se quejó fingiendo molestia mientras retiraba también el abrazo que tenía sobre él. Ambos sabían que no hablarían sobre lo que había pasado la noche anterior, y no se refería al hecho de que se hubieran besado tan desenfrenadamente, sino a que Kagami había tenido un momento de duda sobre lo que estaban haciendo. El peliazul se incorporó sobre la cama, realizando esos estiramientos que hacía cada mañana y que le hacían asemejarse a un felino de verdad—. Mañana es el gran día —recordó, un tanto ausente mientras arqueaba la espalda a cuatro patas con la cola completamente estirada hacia arriba. Las curvas que formaba su cuerpo de formas felinas, eran pura belleza.
—Sí… —Por primera vez en su vida, Kagami sopesó las posibilidades de vivir ahí encerrado por el resto de su vida, no sería tan malo si estaba con Aomine. Sacudió la cabeza para olvidar ese tipo de pensamientos y también se levantó, sabiendo que a partir de esa mañana, las cosas serían más duras.
Pasaron el día tensos, tuvieron que fingir una gran pelea en el patio cuando salieron a correr, una que acabó con Aomine retorciéndose en el suelo mientras Kagami le miraba sonriente a pesar de que por dentro estaba rezando para que terminara de una vez. Después de ducharse y asearse como de costumbre, el pelirrojo debía asegurarse de conseguir cierta información sobre la sala de control, y para ello debían inventar alguna manera de bajar a la zona donde tenían las celdas, que era donde guardaban también el archivo de documentos con los turnos para las rondas de seguridad y la posición de las cámaras en todo el edificio. Una vez más, el peliazul sufrió un par de esas descargas que apenas podía soportar, ya que aumentaban en intensidad poco a poco si desobedecías mucho. Maldijo ese collar por encima de todas las cosas cuando volvieron a la habitación con el trabajo por fin finiquitado.
La tarde la usarían para descansar y así estar preparados para el día siguiente, de modo que el pelirrojo eligió un libro al azar de política y se puso a leer mientras Aomine le observaba desde la lejanía. El moreno enarcó una ceja y se acercó sigiloso hasta el final de la cama en la que se encontraba.
—¿Política de nuevo?
—Sí… —le respondió sin hacerle mucho caso, absorto en la lectura.
—¿Es interesante?
—Sí…
—Tsk —chasqueó la lengua antes de comenzar a trepar por el cuerpo de Kagami, comenzando desde los pies y ascendiendo hacia arriba. Gateó por la cama hasta posar sus palmas sobre la camiseta negra e intentó pasar la cabeza por debajo del libro. El pelirrojo lo levantó al notar la intromisión, sorprendido por esa acción tan repentina por parte del moreno. Le miró desconcertado—. ¿Es más interesante que yo? —ronroneó Aomine a dos centímetros de sus boca. Kagami tragó saliva.
—No… —pudo responder antes de que los labios del peliazul atraparan los suyos en un beso lento, pero firme. Sus lenguas conectaron enseguida, comenzando ese ritmo que la noche anterior los había extasiado. La cola de Aomine se mecía en el aire de un lado a otro mientras éste se pegaba más contra el cuerpo del pelirrojo. Kagami continuaba con los brazos en alto entregándose por completo al beso, pero el peliazul paró sin previo aviso. Miraba el anillo que siempre colgaba del cuello de su compañero, nunca habían hablado de ello, pero no se separaba de él y en alguna ocasión le había visto acariciándolo con gesto ausente.
—¿Es algún recuerdo? —preguntó curioso.
—Sí… es de alguien muy importante para mí. No compartimos la misma sangre, pero es como un hermano. —La voz de Kagami sonaba con añoranza, y en su cara se dibujó esa sonrisa que Aomine creía que sólo le dedicaba a él. Eso le hizo cabrearse, ¿acaso podía estar celoso de alguien que no conocía? Estiró las manos para desabrochar la cadena ante la atenta mirada del pelirrojo y dejó el anillo sobre la mesilla antes de volver a clamar los labios contrarios como suyos. Alzó la cola sobre su cabeza y rodeó el libro que mantenía las manos de Kagami ocupadas, lanzándolo sobre el suelo mientras mordía el labio inferior del más bajo justo cuando éste iba a reclamarle, seguramente por tratar mal sus cosas. El felino se presionó más contra él, empujándolo para que se tumbara por completo sobre los cojines y almohadas contra los que se apoyaba para leer.
La posición en la que acabaron era bastante provocativa: Aomine dejó de sujetarse sobre los codos para poder moverse con más libertad, lo que provocó que los cuerpos de ambos conectaran completamente el uno sobre el otro. Sus miembros se rozaban con cada movimiento que hacía Aomine para acentuar el beso y pasó muy poco tiempo antes de que la cintura del pelirrojo acompasara dicha actividad. Kagami bajó ambas manos por los costados del moreno, disfrutando el roce y perfilando todos los músculos a los que tenía acceso hasta que llegó a la cintura, donde atrapó el borde de la camiseta tirando de ella hacia arriba para quitarla de en medio. El peliazul estiró los brazos y las orejas para que se la quitara más cómodamente y en cuanto estuvo libre agarró al pelirrojo de su propia prenda y tiró hacia arriba, dando a entender que quería que se incorporara. Kagami obedeció y su camiseta fue casi arrancada en cuanto separó su espalda del colchón. Los azules ojos se entretuvieron revisando cada línea de los marcados músculos que tenía delante de él, pero Kagami le agarró del pelo y tiró hacia abajo, incapaz de esperar más. Sus lenguas danzaron en una lucha continua para doblegar a la contraria, mordisqueando los labios ajenos cuando se separaban para respirar de forma cada vez más entrecortada.
Aomine mantenía lejos de ellos la cola, meciéndola en el aire con celeridad a pesar de que deseaba recorrer la suave y cálida piel de Kagami con ella, pero no quería arriesgarse de nuevo a que él tuviera que pensar en ese tema, de modo que la mantuvo así mientras inspeccionaba con las manos el abdomen del pelirrojo, el cual estaba demasiado entretenido bajando sus manos hasta las nalgas del moreno mientras marcaba el ritmo al que se movían las caderas de ambos, haciendo que sus miembros rozaran con cada vez más frenesí y se irguieran bajo los pantalones y los bóxers, palpitantes ante la anticipación y exigiendo un poco más de atención.
Kagami empezó a soltar ligeros gemidos de placer mientras su miembro se alzaba poco a poco bajo las apretadas telas, y Aomine comenzó a mordisquear su cuello al oír ese sonido celestial, bajando por la clavícula y el torso hasta alcanzar uno de los pezones, en el que se entretuvo mientras disfrutaba de los susurros que emitía el pelirrojo. Casi cualquier sonido que pudiera emitir Kagami en ese momento, sería música para sus oídos, oírle gemir bajo él le provocaba retortijones en algún punto del estómago, que acaban llegando de algún modo a su miembro, provocando que su tensión aumentara por momentos. Quería acercarse más a él, tocarle más, besarle más, llegar más lejos y fundirse en uno con él. Otro gemido se ahogó en su boca cuando volvió a exigir sus labios, produciéndole otro pico de placer.
No creía que pudiera aguantar mucho más tiempo con la erección oculta bajo los pantalones porque le estaba empezando a doler al estar tan apretada, de modo que tras volver a bajar hasta el pecho de Kagami dejando una ristra de pequeñas marcas por el camino, mordisqueó el rosado pezón por última vez y se incorporó apoyándose sobre el brazo izquierdo. Con la mano derecha bajó sin ningún tipo de miramiento las dos prendas que cubrían el sexo del pelirrojo y acarició su erección de arriba abajo con movimientos lentos pero firmes—. Ahh…ahh. —Kagami gimió ante el placentero contacto, apresurando el beso mientras se apretaba más contra la morena mano, ansioso porque ese movimiento tornara más veloz. Los ojos de Aomine estaban fijos en las reacciones que estaba provocando en Taiga, el cual ronroneaba bajo sus caricias como…
—¿Quién es ahora el gatito lindo? —susurró desde las alturas. Kagami tenía las mejillas rojas por completo y no podía evitar gemir ligeramente y soltar pequeños jadeos al ver la escena que tenía frente a él. Los ojos de Aomine le miraban penetrantes, hendidos por la lujuria del momento mientras frotaba como podía su miembro a un ritmo doloroso.
—¡Cállate, A-ahomine! —dijo antes de incorporarse casi por completo, haciendo que el peliazul tuviera que echarse hacia atrás con el culo sobre la cama, para posteriormente tirarse sobre él invirtiendo por completo sus posiciones. Miró al moreno a los ojos antes de estirar su brazo para agarrar el inicio de la suave cola y arrastrar su mano desde ahí hasta la punta. Aomine ronroneó de forma audible, volviendo a buscar la mirada de Kagami cuando éste repitió el movimiento. Captó el mensaje: nada de contenerse. El pelirrojo agarró la goma de sus pantalones en el preciso instante en el que alguien llamó a la puerta. Unas azules orejas se alzaron al momento. Kagami retrocedió mientras se subía los bóxers y pantalones, y agarraba ambas camisetas para lanzarle la suya al moreno. Se encaminó hacia la puerta ya con la ropa puesta y la abrió justo cuando Aomine se lanzaba sobre su nido.
—¿Qué pasa? —gruñó Kagami de mala gana semi-escondido tras la hoja, no podía abrirla del todo porque con esos finos pijamas cualquiera podría notar su erección.
—Tengo un mensaje de su padre, Kagami-sama. Llegará mañana a las seis de la tarde y quiere que usted y su esclavo le esperen en la entrada. —Al pelirrojo se le tensaron los puños al oír esa palabra.
—Vale —dijo antes de cerrar de un portazo en la cara del guardia. Suspiró y elevó la vista hacia Aomine, que le miraba con un mosqueo tremendo—. Hay que repasar de nuevo todo lo que haremos.
—Espero que te estés refiriendo a un plan para que no nos interrumpan —siseó. Kagami le fulminó con la mirada mientras se tiraba en la cama intentando serenarse y Aomine entendió que tendría que hacer algo con el bulto de su entrepierna por sí mismo—. Joder, voy a darme una ducha de agua fría.
Tras ducharse comentaron de nuevo el plan con el que lograrían abrir las puertas para que Kise pudiera entrar. Ambos estaban sentados sobre unos cojines en el suelo cuando terminaron de repetir todo lo que harían. Aomine se lanzó hacia atrás con los brazos cruzados tras su cabeza y suspiró. Casi estaba pensando en rezar para que todo saliera bien. Casi.
La tensión sexual no resuelta era palpable en el ambiente. Ambos habían pasado todo el día mirándose a escondidas, rozándose cada vez que podían y lanzándose miradas cargadas de deseo mientras rememoraban cómo les habían interrumpido esa mañana; no obstante, el peliazul no quería ser de nuevo el que asaltara al pelirrojo y por eso se contenía con esfuerzo, pero no debía forzarlo a seguir su ritmo. Lo que estaban haciendo no era algo fácil, y no quería que por apresurar las cosas todo acabara en nada.
Por su parte, Kagami había estado pensado en todo lo que habían hecho hasta ahora: habían comenzado con algunos roces casuales y dulces momentos, pasando por aquel primer beso que le hizo darse cuenta de que sentía algo más que amistad o respeto por él, y finalizando con lo que acababan de hacer esa misma mañana. La evolución había sido correcta, ¿no? Y a él no le importaba que Aomine fuera híbrido, que fuera de su mismo sexo, o que tuviera orejas, cola y colmillos grandes; le daba igual todo eso, sólo le asustaba dar el siguiente paso porque no quería volver a estropear todo debido a su ignorancia en el asunto.
Sin embargo, en ese preciso instante su cuerpo estaba ardiendo, sus ojos sólo podían enfocar los finos labios del moreno cuya lengua salía para humedecerlos de vez en cuando, haciendo que su mente sólo pudiera pensar en cómo sus manos recorrerían ese moreno cuerpo. ¿Era eso lo que llamaban 'instinto'? Porque estaba a punto de dejar todo en sus manos, además, no quería arriesgarse a perder quizás la última oportunidad de estar con él, porque puede que al día siguiente algo saliera mal y no volvieran a verse. Agitó la cabeza ante ese pensamiento y decidió que era su turno de intentar despertar los instintos de ese felino peliazul, y no al contrario.
—Aomine… —murmuró, ya que llevaba demasiado rato observándolo—. Vas a pasarlo mal con ese maldito collar. ¿Por qué no intento al menos desconectar la corriente? —El moreno le miró desde su cómoda posición en el suelo, dudoso.
—¿Sabes hacerlo?
—Puedo intentarlo.
—Está bien, pero procura no achicharrarme, Bakagami —dijo incorporándose de un veloz salto, sentándose sobre la cama.
En la parte delantera del rojo collar había una especie de enganche con el símbolo de la familia Kagami impreso en él. Un sentimiento de asco recorrió al pelirrojo, pero se sentó al lado del moreno y se concentró en intentar comprender su funcionamiento. Aomine inclinó el cuello para darle más espacio a la zona en la que el pelirrojo estaba toqueteando mientras él se dedicaba a observarlo embelesado. Podía notar el aliento en su cuello, y sólo con eso sintió ganas de atacarle y terminar lo que ya habían dejado a medias dos veces. El pelirrojo sintió esa mirada y adivinó lo que se le estaba pasando por la cabeza.
—Pervertido~ —ronroneó.
—¡Si no he dicho nada! —replicó Aomine ofendido.
—No hace falta, sé lo que estás pensando.
—¿Y eso por qué?
—Porque yo estoy pensando lo mismo —finalizó el pelirrojo antes de mandar al cuerno su fallido intento de romper esa maldita cosa y pegar un mordisco en el moreno cuello, justo por encima de la tira roja. Aomine giró la cabeza sólo para encontrarse con una sonrisa lujuriosa adornada por un par de rojos brillantes ojos.
—Como esta vez pase algo te juro que… —empezó a quejarse el peliazul, mas se interrumpió cuando Kagami se alejó hasta la puerta y cerró el pestillo interior. Aomine sonrió, pero antes de llegar de nuevo a la cama el pelirrojo paró en seco a medio camino, desviándose hasta el escritorio. El peliazul le miraba interrogante. Agarró la silla y se dirigió de nuevo a la puerta, colocándola inclinada contra la manilla antes de girarse de nuevo hacia Aomine, el cual levantó una ceja y movió las orejas divertido.
—Por si acaso —respondió Kagami a una pregunta no formulada mientras avanzaba hacia la cama una vez más. Por el camino se quitó la camiseta, lanzándola al suelo sin miramientos. La sonrisa felina de Aomine apareció justo antes de levantarse del colchón e imitarle, quitándose la camiseta que cayó enseguida sobre la tarima. Esa noche había luna llena y su luz iluminaba las calles, aunque ellos no se habían percatado de ello porque permanecían con la luz encendida y no observando precisamente la luz exterior.
Cuando el pelirrojo llegó hasta él, sus labios chocaron al instante robándose el aliento. Aomine atacó su boca con fiereza mientras sus manos bajaban por la espalda de Kagami hasta acabar en ese perfecto culo que tantas veces se había quedado observando cuando no le veía. Apretó las nalgas con sus manos para acercar más al pelirrojo hacia sí, haciendo que el beso se volviera más profundo y que sus miembros empezaran a despertar ante el roce de ambos cuerpos. Kagami, por su parte, acarició los marcados abdominales del moreno en ascenso, pellizcando ambos pezones cuando llegó a ellos y sonriendo bajo el beso cuando notó un respingo en su pantera antes de que produjera un pequeño gemido que murió en su garganta. Tras frotar esas protuberancias rosadas para que quedaran erectas, rodeó el cuerpo de Aomine con uno de sus brazos, acariciando su espalda hasta llegar al nacimiento de su cola, la cual notaba zarandeándose de forma aleatoria en el aire.
El pelirrojo la acarició con cuidado antes de atraerle más hacia sí para dejarse caer sobre la cama, con Aomine aún enganchado a sus labios. Ralentizó el ritmo de las caricias, paseando sus manos por el esculpido cuerpo del híbrido mientras éste se acoplaba a la nueva velocidad. Respiraban fuertemente por culpa de la pasión que cargaba ese beso, en cuya dulzura se perdieron durante un buen rato antes de parar todo movimiento suavemente. Aomine depositó un último suave beso en los labios contrarios y se alejó un poco para quitarle las zapatillas y el pantalón de pijama mientras su mente empezaba a dejar de pensar por sí misma al ver al pelirrojo tan obediente. A continuación, se quitó las zapatillas y se bajó sus propios pantalones; Kagami lo miraba desde su posición con la lujuria pintada en sus facciones.
—La luz —ronroneó. Aomine lo miró un tanto extrañado, pero le daba igual, él podía ver bien siempre que entrara algo de luz nocturna. Buscó el interruptor de la puerta, a unos cinco metros de distancia, Demasiado tiempo. Se agachó para recoger su propia zapatilla y la lanzó contra la pared casi sin pensar, acertando en el circuito y apagando así las bombillas. La luz de la luna entró de golpe a raudales por el ventanal—. Vaya —dijo Kagami, impresionado.
—En mi anterior vida fui jugador de baloncesto —bromeó Aomine antes de gatear lentamente sobre la cama hasta llegar a la misma altura que el pelirrojo. Le miró y pasó el dorso de la mano por su mejilla, sonriendo mientras agachaba la cabeza y posaba sus labios sobre los ajenos, que se abrieron permitiéndole el paso al instante. Se besaron lento y profundo, acariciando cada una de las pocas –casi nulas– partes que habían pasado por alto en las anteriores ocasiones. El pelirrojo posó una de las manos sobre su cabeza, dando caricias en dirección descendente, provocando que sus dedos atraparan las orejas de Aomine entre ellos e hicieran que éste suspirara bajo el beso.
Ambos empezaron a mover las caderas, rozando sus miembros con deseo y enviando oleadas de placer a todo su cuerpo. La cola de Aomine iba de aquí para allá, acariciando desde las plantas de los pies hasta los perfectamente formados pectorales de Kagami, en esos momentos no sólo se alegraba de su largura, sino que incluso lamentaba que no le hubiera crecido un poco más. La temperatura corporal de ambos aumentaba por momentos. El pelirrojo mordió con un poco de fuerza el labio inferior contrario, haciendo que le dedicara una mirada de complicidad antes de aumentar la velocidad del beso.
Poco a poco el moreno se fue dejando caer al lado de Kagami, mordisqueando por aquí y por allá, y paseando la cola por las blancas piernas. El pelirrojo las separó ligeramente de forma instintiva, esperando un contacto mayor ya que su miembro erecto le exigía algo de atención. Aomine notó ese movimiento y, atravesando todo el torso de Kagami a conciencia con la mano, tiró de la goma de los bóxers para retirarlos hacia abajo, liberando la erección del pelirrojo que se elevó al instante. Usó la cola como hiciera la última vez para deshacerse de los calzoncillos y los lanzó por ahí, sonriendo lascivo al observar lo duro que estaba su amante con sólo su roce y algunos ardientes besos.
Por su parte, Kagami estaba perdido en la inconsciencia del placer y miraba al peliazul con gesto suplicante: la boca entreabierta mientras se lamía de forma provocativa el labio y esos ojos brillantes que demandaban más contacto. Una punzada terminó de elevar el miembro de Aomine al ver esa erótica expresión, instándole a que tirara de sus propios bóxers para dejarla salir, y así lo hizo. Sin dar ni un segundo más al pelirrojo para que le siguiera mirando así, se abalanzó sobre su boca al tiempo que su mano agarraba con firmeza su miembro y comenzaba a masajearlo con presión de arriba abajo. Kagami lanzó un gemido ahogado, sintiendo cómo la mano de Aomine le estaba proporcionando un placer inconmensurable. Le imitó al momento, alargando también su mano hasta el gran miembro del peliazul, que ya estaba palpitante de expectación, y comenzó a moverse exactamente igual que su amante.
Unos segundos después ninguno de los dos podía continuar con el beso, los jadeos, los gemidos y las respiraciones agitadas y entrecortadas inundaron la estancia impidiendo que pudieran controlarse. Aomine mordió el cuello del pelirrojo con ahínco varias veces, dejando algunas marcas que ya se preocuparían por tapar en otro momento, y a continuación alargó la cola hasta alcanzar uno de los pezones de Kagami, sobre el que empezó a frotarla con fervor, produciendo un efecto inmediato en él.
Las manos danzaban con movimientos rápidos alrededor de ambos miembros de manera idéntica, manteniendo el ritmo que marcaba el peliazul. Habían sido interrumpidos tantas veces, que ninguno de los dos pensaba en ir más allá, sólo querían llegar a ese punto de éxtasis con el otro lo antes posible.
—Ahh… ahh… Ao-Aomine… —El pelirrojo intentaba coordinar su habla, pero no era capaz ante los estímulos que le estaban brindando. El mentado aumentó un poco más el ritmo, estaba casi en su límite y lo sabía; por acto reflejo Kagami lo imitó, haciendo un último esfuerzo antes de correrse en la mano de Aomine—. ¡Ahhh! —gimió cuando el orgasmo le atravesó el cuerpo, tensándole los músculos y haciendo que ejerciera más presión sobre el miembro del moreno, cuyo cuerpo se estiró también por completo al notar el cambio de fuerza, haciendo que se corriera poco después y soltando un gruñido mientras se mordía con el colmillo el labio para no hacer más ruido. Su cola se destensó de nuevo, quedando muerta sobre la cama con la punta realizando un ligero movimiento repetitivo que sólo podía significar un engreído "ha estado bien".
Aomine miró los ígneos ojos que tanto le gustaban y agarró del mentón a Kagami, depositando un beso lento y dulce sobre ellos poco antes de que ambos cayeran rendidos en los brazos de Morfeo.
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– VIII –
El día había llegado y ambos sabían lo que debían hacer. Se encontraban al lado de la puerta de la habitación, preparados para salir y con las ideas bien claras. Durante los tres meses que llevaban juntos habían fingido llevarse a matar en el exterior, y Aomine aplicaba muy bien su obediencia fingida con el pelirrojo. Por eso esperaban que todo marchara correctamente y que Kise llegara a tiempo para que toda esa pesadilla acabara rápido.
—Aomine… —murmuró antes de abrir la puerta, dándole un profundo beso que le supo a poco—, ten cuidado.
—Sí, mamá —respondió burlón tras separarse de esos labios que tanto le gustaban, y sonrió al ver la forma de sus colmillos marcados casi a fuego en el cuello de Kagami.
Salieron al pasillo, donde cuatro hombres bien uniformados les escoltarían hasta la puerta principal, lugar en el que se encontrarían con su padre. Tras andar hasta el final del pasillo, Kagami paró en seco, mirándose los bolsillos mientras Aomine paraba cabizbajo tras él, como dictaba el reglamento que debía ir: siempre tras su dueño y sin mirarlo directamente a los ojos.
—Mierda, he olvidado el regalo de mi padre en la habitación. Aomine, ve a buscarlo.
—Sí, ya voy —respondió de mala gana.
—No es buena idea que vaya solo, Kagami-sama —dijo uno de los guardias.
—Tranquilo, ¿acaso no has visto las descargas que lanza ese collar? —dijo cantarín—. Pues anoche se las puse al máximo, no se atreverá a desobedecer —añadió, susurrándolo como si fuera un secreto y con un tono cruel. Los guardias se miraron y asintieron antes de empezar a andar. El pelirrojo giró un efímero segundo la cabeza para guiñarle un ojo al peliazul.
Aomine avanzó hacia su habitación a paso raudo, echando a correr en tanto que los guardias y Kagami doblaron la esquina. Cuando pasó de largo la puerta de la habitación, sabía lo que le esperaba. Esa puta descarga le atravesó como un rayo, dejándolo inmóvil y sin respiración durante cinco mortíferos segundos, tras lo cual salió disparado de nuevo hacia la escalinata a pesar del dolor que sentía en los pulmones y en algún que otro lugar más.
Subió los tres pisos por las escaleras de emergencia a sabiendas de que éstas no tenían cámaras de seguridad y se internó en el nivel en el que se encontraba la sala que abría la entrada al centro de Tõkyõ. Entreabrió la puerta de la salida de emergencia y echó una ojeada esperando al momento en el que el guardia que hacía la ronda doblara la esquina para entrar de un salto justo en el punto muerto de la cámara. La desactivó en pocos minutos, agradeciéndole infinitamente a Kagami por haberse colado en los calabozos para recuperar su posesión más preciada: la pequeña navaja que llevaba desde pequeño. Al recordar aquel momento un ligero rubor pobló sus mejillas, jamás olvidaría la vergüenza que pasó ese día.
—¿Cómo ha ido? —interrogó el peliazul en cuanto Kagami cerró la puerta, bajando de un salto de la repisa de la ventana donde se comía las uñas ansioso, cada vez soportaba menos estar lejos del pelirrojo.
—Bien, tengo los datos de todas las rondas y de las cámaras —respondió feliz con una sonrisa. El corazón de Aomine dio un salto al ver esa maravillosa imagen delante de él, poco a poco había aprendido a leer muy bien los rasgos de Kagami, aprendiéndose de memoria sus facciones. Era la primera vez que alguien le atraía de esa manera, y aunque le fuera algo desconocido, creía tener una ligera idea de lo que significaba.
—No está mal para ser un niño mimado que nunca ha salido de aquí. —Definitivamente era idiota. Quería ver esa sonrisa en el rostro de Kagami el mayor tiempo posible, pero sentir eso por alguien era una debilidad, y más si era por alguien que prácticamente acababas de conocer, sentía miedo de pasar más tiempo con él y que eso llegara a convertirse en algo más… real, de modo que lo ocultaba bajo una capa de ironía, ofensas y orgullo—. Nunca te creí diestro en el arte del robo.
—No lo he robado —respondió Kagami ahora mirándolo con enfado, no le hacía gracia que le recordaran su cautiverio, y mucho menos que le consideraran un mimado después de todo lo que había tenido que sufrir. Era cierto que no le había contado al moreno todas las atrocidades que le había hecho su padre, pero ese no era motivo para que le juzgara de ese modo. Aún no se llevaban del todo bien, pero habían mejorado las inseguridades y desconfianzas de los primeros días. Ese híbrido le gustaba, y sabía que era buena persona a pesar de su arisca personalidad.
—¿Qué? —rugió el moreno—. ¿Entonces cómo los has conseguido? No me creo que los hayas memorizado… no tú, no eres como Kise. —Kagami le fulminó con la mirada, odiaba que le comparara con ese amigo que tenía, le producía una sensación cada vez más incómoda y encima Aomine le producía efectos extraños con más frecuencia, pero evitaba pensar en lo que eso significaba.
—Los he… pedido —dijo con la voz más pausada y un ligero rubor apareció bajo sus ojos antes de continuar—. La chica que se encarga de los archivos y documentos siempre me ha tratado bien, y mi instinto me decía que no le gusta cómo están las cosas ahora, de modo que me arriesgué a pedírselos. —Aomine le miró irritado.
—¿Qué? ¿Y si lo cuenta? ¿Acaso estás loco, quieres que nos pillen? No me puedo creer que hayas sido tan imbécil, joder.
—No dirá nada, ella es… —se defendió pelirrojo, un tanto enfadado.
—¿Es qué? ¿Tu novia? ¡Has puesto todo en peligro!
—No es mi novia, y te aseguro que no se lo dirá a nadie.
—¿Eso también te lo dice 'tu instinto'? —Hizo un ademán despectivo para dar a entender que el instinto de Kagami era el mismo que el de una niña de dos años. Aomine estaba cabreado, mucho; y cuando eso pasaba, lo que decía se le iba de las manos—. Joder, nunca debí haber confiado en ti —dijo dando la espalda a Kagami. Se sentó en el alféizar con la cola colgando por la pared y se quedó mirando por la ventana—. Eres digno hijo de tu padre. —Se dio cuenta de lo que había dicho justo cuando las palabras ya habían salido por su boca, pero el calor del momento le impidió retirarlas. El pelirrojo agachó la cabeza sin responder y anduvo hasta posicionarse de pie tras él. Las orejas de Aomine quedaban a la altura de su pecho al estar en cuclillas en su 'nido'. Sacó algo del bolsillo y lo dejó al lado del peliazul.
—También he conseguido esto —dijo con la voz quebrada antes de alejarse un poco de nuevo. Aomine giró las orejas al oír ese tono y miró a su derecha. La navaja que cargaba desde pequeño estaba ahí, con el filo perfectamente afilado, el único recuerdo de su padre. Acarició con la cola el mango rojo y un nudo se le formó en la garganta, quería agradecérselo y pedirle disculpas, pero no fue eso lo que salió por su boca.
—¿Esto también te lo ha dado gratis? —Esperó la respuesta del pelirrojo, que tardó en llegar unos segundos.
—No… Podían pillarla y quería algo a cambio —murmuró. Aomine giraba las orejas de lado a lado ligeramente, intentando identificar ese noto, pero no lo logró. Giró sobre sus pies y miró a Kagami, que estaba tanto triste como nervioso. Enarcó una ceja.
—¿El qué? —Un pequeño rubor pobló sus mejillas antes de responder.
—Un beso. —Los azules orbes se abrieron dando paso a la sorpresa.
—Ya veo —dijo pensativo. Él estaba ahí hiriendo al chico que creía que le gustaba mientras una tipeja a la que no conocía le besaba. Apretó los puños—. Kagami.
—¿Qué?
—Acércate un momento —dijo un tanto avergonzado, con las orejas hacia atrás y la cola ahora meciéndose a su espalda. El pelirrojo le miró asustado, no quería que Aomine se enfadara con él, así que accedió y se acercó hasta estar enfrentados, aunque el moreno continuaba en cuclillas sobre la repisa y quedaba por debajo de él—. Te pagaré el precio que has pagado —murmuró casi en un susurro antes de agarrar ese anillo que colgaba de su cuello y arrastrarlo hacia abajo.
El cuerpo de Kagami se dobló sin su permiso, acercándose cada vez más al cuerpo del contrario, que le miraba decidido relamiéndose los labios. Estaba petrificado, ¿Aomine le iba a besar? Antes de que su cerebro procesara lo que había pasado, notó unos suaves y húmedos labios apretando suavemente sobre los suyos. Intentó retirarse, pero la cadena de su cuello se lo impidió debido al agarre del moreno. Abrió los ojos que no sabía cuándo había cerrado y observó los contrarios. Una sensación de vacío se asentó en su estómago, su mente se puso en blanco y sus pupilas se perdieron en la profundidad de un océano tan brillante como el zafiro, incapaz de pensar en nada que no fueran esos orbes azules. Dejó de hacer presión para alejarse y Aomine comenzó a tirar un poco más del anillo, lanzándole una mirada de entendimiento a la par que cerraba los párpados y entreabría un poco sus finos labios.
El pelirrojo le imitó, cerrando sus ojos y agachándose un poco más para apoyar sus manos sobre el alféizar a ambos lados del moreno. Aomine se echó ligeramente hacia atrás sobre el edredón donde dormía, sentándose sobre él y pidiendo permiso con su lengua para entrar, un permiso que, poco después, le fue concedido. Ambas bocas se fusionaron, recorriéndose con la lengua con movimientos lánguidos y extenuados, de forma muy lenta. Sintieron un vacío inexplicable y placentero en el estómago, y ese mismo sentimiento fue el que hizo a Kagami apoyar una de sus rodillas sobre la repisa, entre las piernas del peliazul, en busca de un mayor contacto entre sus bocas. La espalda de Aomine chocó contra el frío cristal, y emitió un ligero gemido que se convirtió en un siseo en la boca ajena, comenzó a retorcer su músculo con movimientos más rápidos y sus labios se volvieron más voraces, atrapando de vez en cuando el hinchado labio inferior de Kagami con su colmillo y produciéndole un escalofrío por todo el cuerpo. Sonrió al notar eso, memorizando cada uno de los movimientos que hacían estremecerse al pelirrojo sobre él.
Respiraban entrecortadamente de vez en cuando, jadeando en la boca del contrario cuando las abrían para sólo sacar sus lenguas y cambiar la dirección en la que ladeaban sus cabezas. La cola de Aomine estaba atrapada tras él, moviendo la punta al ritmo del beso, de los besos. El pelirrojo continuaba inclinado sobre él gracias al apoyo de su rodilla y la sujeción de sus manos en el alféizar y el moreno continuaba tironeando del anillo cada vez que buscaba más profundidad. No supieron cuánto tiempo pasaron así, hasta que Aomine mordió quizás con demasiado ahínco el labio superior de Kagami y éste se echó hacia atrás para relamerse el punto dolorido. Se miraron. Kagami estaba completamente rojo, extasiado y avergonzado; Aomine estaba completamente caliente, orgulloso e impaciente de más.
—¿He pagado lo que diste? —preguntó con un tono de picardía. Las orejas de Kagami se pusieron rojas al sentir el calor atravesarle, el peliazul le miraba interrogante, esperando una respuesta.
—Aomine… —empezó, con la timidez palpable en sus facciones y el bochorno en su tono—, la chica me pidió un beso en la mejilla —terminó, mirando hacia un lado para no sostener la mirada del peliazul, no podía decirle que este había sido en realidad su primer 'beso'. Oyó el sonido del edredón y miró al frente de nuevo justo para ver cómo Aomine se había metido entre sus mantas. Sólo asomaban sus orejas al exterior, apuntando en dirección a la puerta, pero estaban ligeramente enrojecidas por la parte interior donde el pelaje no llegaba a cubrirlas. Kagami sonrió y se metió a la cama apagando las luces.
—Bakagami… —Fue lo último que oyó antes de dormirse, perdido aún en el sabor de Aomine y el recuerdo del placer.
Aún ruborizado por el recuerdo de su primer beso, terminó de cortar los cables de la cámara y se acercó sigiloso a la puerta de seguridad que guardaba los controles generales, tras la que habría probablemente tres o cuatro tipos dispuestos a disparar primero y preguntar después. Sabía que si quería tener una oportunidad debía meter la clave y sorprenderlos, o de lo contrario le matarían antes de empezar.
Abrió la tapa del código y observó los números. Según la información que había conseguido su amado pelirrojo, la combinación no era muy complicada, cinco simples dígitos. Afiló su mirada felina: sólo cuatro números estaban ligeramente ensombrecidos por el uso reciente, Genial, eso significa que uno se repite, eso disminuye las posibilidades. Comenzó a pensar en cuál podría ser la combinación mientras marcaba algunas al azar, Cinco dígitos… uno se repite… Piensa, maldita sea, Daiki. No era tan fácil, la gente se curraba mucho estas cosas y él siempre ponía su maldita fecha de nacimiento como contraseña. Sus ojos se abrieron, ¿Realmente ese tipo será tan narcisista?, se preguntó antes de recordar la tarde en la que Kagami le había enseñado el libro familiar en el que aparecían el mes y el año de nacimiento de su padre. El mes tenía un dígito y el año tres, de modo que por deducción debería haber nacido algún día entre el uno y el nueve, y puesto que uno de los dígitos se repetía, sólo quedaban cuatro posibilidades; cuatro posibilidades que redujo a una mirando cuál era el número más descolorido. El número apareció en su mente, El dos de enero del año trescientos veintiocho. Marcó los dígitos en ese orden: dos, uno, tres, dos, ocho, y la luz se volvió verde. Sonrió altanero, orgulloso de su propia capacidad de deducción en momentos de tensión, porque luego le preguntaban a la hora de merendar cuántos eran trece por cinco, o cualquier otra cuenta sencilla y decía que no tenía ni idea; no es que fuera idiota, es que no se molestaba en pensar si no era estrictamente necesario. Intensificó esa risa vanidosa y se puso en posición defensiva, ahora llegaba la parte difícil. Suspiró y abrió la puerta de una patada, entrando sin previo aviso a la pequeña estancia y apagando la luz mediante el golpe que dio al interruptor con la cola.
Noqueó al tipo que tenía más cerca de un certero puñetazo, agachándose justo a tiempo para evadir un disparo que oyó muy cerca. Gruñó, eso había estado cerca. Gracias a la ventaja que le proporcionaban sus ojos en la oscuridad, pudo desembarazarse rápido del segundo idiota, apoyándose en la mesa y soltando una patada contra su cara mientras arrancaba un arma de la mano del tercero con la cola. Saltó tras la mesa y le arreó un codazo al que le acababa de quitar el arma, haciendo que se chocara contra la esquina de un armario y que cayera también al suelo. El cuarto tipo pasó un fusil de asalto por su cuello sin que le diera tiempo a reaccionar, ahorcándolo desde detrás. El peliazul intentó zafarse sin éxito. Apoyó las piernas en una silla y dio un salto hacia atrás haciendo que el hombre se estampara contra la pared, pero aun así no le soltó. Empezaba a ver todo borroso de modo que echó la cabeza hacia delante, hundió las orejas, y asestó un fuerte golpe sobre la nariz de su agresor, el cual gritó de dolor soltándolo al instante. Giró sobre sí mismo a toda velocidad mientras le arrebataba el arma y le golpeó con la culata en la cabeza, dejándolo sin sentido. Observó con la respiración agitada a los cuatro guardias en el suelo y se echó el arma al hombro.
—¿Ves, mamá? Chupado —dijo para sí, recordando las últimas palabras de Kagami. Se acercó a la gran máquina de control, intentando recordar todo lo que le había explicado Kise que debía hacer hacía ya cuatro meses—. Tsk, últimamente estoy pensando demasiado.
Unos minutos más tarde, pudo observar cómo la explicación del rubio daba sus frutos. En la pantalla empezaron a aparecer todas las palabras que estaba esperando leer.
Gates – Opened
Gates Security – Disabled
Sideboards Security – Disabled
Main Entrance Security – Disabled
…
Dejó el ordenador en funcionamiento, ató a los cuatro hombres con fuerza y salió de la habitación, cerrando la puerta y cambiando el código por su propio cumpleaños. Seguramente nadie se lo imaginaría. Sonrió antes de salir corriendo hacia las escaleras, donde se topó con el guardia que hacía ronda por el pasillo. Se había olvidado por completo de él.
—Joder —gruñó usando el arma de nuevo como medio para asestar el golpe que dejó al quinto tipo del día en el suelo. Antes de irse vio una Glock en el cinturón del hombre y la recogió, era mucho más cómodo que ir por ahí con un M16 colgando del hombro. Había quedado en encontrarse con Kagami en su habitación ya que debía haber despistado a los guardias para evitar encontrarse con su padre. Apresuró el paso cuando empezó a oír el sonido de una gran lucha en el exterior. Kise había cumplido con su parte. Sonrió ampliamente mientras corría por las escaleras a toda velocidad, saltando las cinco últimas de cada tramo por encima de la barandilla de forma majestuosa. Quizás al final habían logrado compenetrar los tres planes y todo había salido bien.
Al llegar al piso en que había vivido los últimos meses, abrió la puerta del pasillo de un golpe y corrió hacia la habitación. Su instinto se puso en alerta al ver que la puerta estaba ligeramente entreabierta. El sonido de un disparo seguido de un aullido le hizo paralizarse, esa había sido sin lugar a duda la voz de Kagami. Corrió de nuevo hacia la puerta, entrando justo a tiempo para ver cómo un hombre alto y castaño apuntaba con el arma al pelirrojo, el cual estaba arrodillado en el suelo. Un hilo de sangre saliendo de algún punto de su cabeza le tapaba un ojo, evitando que pudiera abrirlo, y tenía la mano izquierda sujetando con fuerza su hombro derecho, donde pudo ver mucho líquido rojo resbalando por entre sus dedos y su camiseta.
El olor de la sangre impregnó las fosas nasales de Aomine, activando sus instintos de supervivencia al máximo. Se acercó al hombre por detrás y le quitó el arma casi antes de que supiera lo que estaba pasando. Lo apuntó con la ira marcada a fuego en sus brillantes ojos del color del océano.
—Dame una sola razón para no matarte ahora mismo —dijo con una voz fría y despiadada que Kagami no había oído jamás. El hombre le miró extrañado y se echó a reír.
—¿Sabes con quién estás hablando, estúpido gato? Soy Kagami, Kagami Kento.
—Entonces sólo he oído una razón por la que debería matarte ahora mismo —respondió Aomine impasible. Kagami padre le miró de nuevo y ató cables mentalmente.
—Aomine —dijo tranquilo, adivinando su identidad—. No creía que te hubieran atrapado de verdad, por eso viajé hasta aquí. Debí suponer que tenías un plan en mente, no eres tan idiota como para dejarte pillar así como así. —El moreno cerró el pestillo de la puerta y rompió de un certero golpe la manilla sin molestarse en mirar hacia atrás. Dio varios pasos en dirección a Kagami sin dejar de apuntar a Kento con el arma.
—¿Estás bien? —le preguntó a su pelirrojo con la preocupación marcada en el tono de voz que usó.
—Sí, Aomine, no es nada —respondió Kagami mientras alcanzaba la mano que le ofrecía el peliazul en ese momento y se incorporaba del suelo abriendo por fin los dos ojos. El corpulento hombre castaño se los quedó mirando un segundo. Enfocó el cuello de su hijo y después la preocupación en los ojos de Aomine y un brillo de entendimiento apareció en sus pupilas.
—No puede ser —murmuró antes de empezar a reírse—. Jajajajajaja. —El moreno le miró ceñudo, con la rabia de nuevo plasmada en sus retinas.
—¿Qué es tan gracioso?
—Vosotros… ¿estáis juntos?
—Dudo que eso te importe algo. —Aomine no sabía a qué estaba jugando ese tipo, pero algo le decía que no desembocaría en nada bueno.
—Oh, cielos, claro que me importa… —dijo fingiendo que apartaba con un dedo una lágrima de risa de su ojo antes de añadir con una fría voz—. Porque yo maté a tus padres, Aomine. —El brazo del moreno se tensó, con el dedo en el gatillo dispuesto a disparar y acabar con eso ahora mismo. Tenía tan apretada la mandíbula que le dolía.
—Has firmado tu sentencia de muerte, cabronazo —siseó con voz animal, pero Kento comenzó a hablar antes de que apretara el gatillo.
—Espera, hay algo importante que deberías saber antes de que me mates —dijo mirando al pelirrojo. Aomine dudó y miró de soslayo a Kagami, que se encontraba tras él taponando con la mano la herida de bala lo mejor que podía. Miró de nuevo al castaño, no iba a dignarse a responder a eso. El padre de Kagami entendió y continuó hablando—. Yo maté a tus padres, y disfruté haciéndolo. Pero no tenía intención de matarte a ti, fue una pena que escaparas, y debo añadir que de ningún modo esperaba que sobrevivieras. —Hizo una pausa para mirar atento al peliazul—. E igual que contigo, tampoco intenté matar a tu hermano. —Una sonrisa se formó en su rostro.
—¿De qué estás hablando? —dijo Aomine fríamente antes de oír la respuesta.
—Hasta hoy, claro —finalizó con las pupilas clavadas en el herido pelirrojo de forma maquiavélica y espeluznante mientras veía cómo Aomine y Kagami intercambiaban miradas mezcla de comprensión y terror.
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– IX –
La impaciencia de la desinformación lo carcomía por dentro día tras día. La mañana que Aomine desapareció de su casa él también la abandonó, debía encontrar un lugar desde el que pudiera observar el centro de Tõkyõ día y noche sin problema.
Encontró un edificio de oficinas que había quedado destruido antaño y que tenía una habitación habitable en una de las plantas superiores. Se mudó ahí sin pensarlo dos veces y puso en alerta a toda La Resistencia para llevar a cabo el plan en cuanto les diera la señal. Mientras vigilaba, leía todo lo que podía sobre la familia Kagami, repasaba el plan, trazando posibles alternativas o estudiaba libros de historia, manuales de armas u otras cosas de interés.
Echaba de menos a Aomine, pero lo que más le frustraba era no saber si seguía con vida. Se apoyó en el dintel de la ventana desde la que vigilaba concienzudamente día y noche y recordó la discusión que tuvieron antes de decidir intentar seguir adelante con el plan.
—No seas agorero.
—¡No lo estoy siendo! Sólo soy realista, aun suponiendo que no te maten y puedas moverte libremente por allá, ¿cómo diantres se supone que lo voy a saber yo? —miró al peliazul mientras éste raspaba con su navaja la parte quemada de una barra de pan duro.
—Algo se me ocurrirá.
—Eso no me vale como garantía, Aominecchi.
—Joder, Kise, si te digo que algo se me ocurrirá, es que algo se me ocurrirá —espetó fulminándolo con la mirada. El rubio suspiró, acomodándose mejor en el roído colchón que apenas separaba su cuerpo del suelo.
—¿Cuánto tiempo?
—¿Cuánto tiempo, qué?
—Que cuanto tiempo tengo que vigilar esa maldita fortaleza antes de dar por supuesta tu muerte —dijo seriamente. Aomine hizo cálculos mentales. Aunque sabía que había altas posibilidades de salir con vida de los calabozos, no sabía cuánto tiempo lo mantendrían ahí bajo tortura e interrogatorio. Sopesó lo que él haría si estuviera en el lugar de sus enemigos y una sonrisa sarcástica se dibujó en sus labios al darse cuenta de que él sí se mataría a sí mismo. Retomó la variable en la que sobrevivía y contó las semanas que puedes mantener a alguien vivo bajo las condiciones más deplorables.
—Dos meses.
—¿QUÉ? —gritó Kise con el terror pintado en sus ojos.
—No he terminado, rubito. Dos meses es lo máximo que me pueden tener en los calabozos, pero después de eso estaré muy débil y no sé cuánto tardaré en recuperarme, de modo que suma otros dos para que consiga hacerme con la información que necesito y pueda comunicarme contigo —finalizó, terminando de raspar el trozo de pan en el que estaba trabajando y echándolo en su vaso de leche.
—Aominecchi, eso es… es mucho tiempo.
—¿Qué esperabas?¿Una semana de vacaciones en el Caribe?—–Kise le lanzó una madera vieja a la cara, pero el moreno levantó la navaja y ésta se clavó ahí. La sacó con un golpe seco que la hizo caer contra el suelo y frotó el filo en su pantalón antes de comenzar a rascar el segundo cacho de pan como si nada—. No seas melodramático, nos jugamos mucho, no podemos dejar cabos sin atar. —El rubio sabía que tenía razón, pero nunca había sopesado la posibilidad de que alguien se prestara voluntario para dos meses de tortura por la causa. Sonrió melancólico con la vista clavada en el trabajo que Aomine realizaba con la navaja.
—¿Cómo lograremos ponernos en contacto?
—Sobre eso… creo que el único modo es usar Código Morse.
—¿Código qué? —A Kise lo primero que le vino a la mente al escuchar ese nombre, fueron morsas grises agitando diferentes banderines, asemejándose al Código Internacional de Banderas. Una risa escapó de sus labios por primera vez en muchos años—. Pffff, jajajajaja. —Aomine le miró elevando una ceja ante la sorpresiva risa del rubio.
—¿Qué es tan gracioso?
—Nada, creo haberte entendido mal… —dijo mientras se recuperaba—. ¿Cómo funciona ese Código…? —Le miró, interrogante.
—Morse. Antiguamente, se usab-
—Pffff.
—Kise, ¿quieres saberlo o no? —le reprendió el moreno. El rubio se tapó la boca con la mano e inspiró profundo, pero antes de alcanzar la inspiración completa, estalló en carcajadas de nuevo. Aomine suspiró y comenzó con el tercer cacho de pan tras echar el anterior en la leche. Alrededor de siete minutos hicieron falta para que Kise dejara de reírse, murmurar cosas sobre focas y hacer lo que parecía una especie de baile usando su cola a modo de señales que arrancó a regañadientes una pequeña risa de los labios del peliazul.
—Vale, ya estoy preparado para saber la cruel realidad sobre el código Morsa.
—Morse.
—Eso. —Aomine suspiró de nuevo antes de intentar volver a explicar el asunto.
—Se usaba milenios antes del Apocalipsis, en la era en la que se dice que sólo existían los humanos. Consiste en la representación del alfabeto y los números mediante señales emitidas de forma intermitente, ya sean sonoras, de luz, o de cualquier otra manera. —Kise escuchaba con atención.
—¿Y cómo la haremos?
—Será fácil conseguir un espejo, te las haré cuando el sol incida en la fachada. —El peliazul miró a Kise y terminó de rascar el último cacho de pan, depositándolo en su taza—. ¿Tienes papel y algo que escriba? —El rubio rebuscó entre unas maderas destartaladas, sacó el reverso de una etiqueta de galletas y un bolígrafo y se los tendió. Le miró curioso mientras Aomine pintarrajeaba garabatos en él.
—¿Sólo puntos y rayas?
—Los puntos serán los reflejos rápidos. Las rayas los que mantenga más tiempo. Tendrás que aprenderte todo el código para cuando llegue el momento. —Kise asintió y agarró la hoja. Se le daba bien recordar las cosas, desde pequeño se había buscado la vida gracias a su habilidad de copiar. Su cerebro no sólo asimilaba movimientos como creían sus compañeros de lucha, sino que también podía copiar páginas y páginas de datos, y así había sobrevivido: viendo durante un par de minutos documentos oficiales que después podía copiar a la perfección y re-vender en el mercado negro. Suspiró y guardó la etiqueta en el bolsillo que había cosido por dentro de la gorra azul.
—Aominecchi… —murmuró casi en silencio. El peliazul alzó la vista para mirarle y estiró las orejas—. Intenta no morir.
Kise suspiró con la vista clavada en la fortaleza central de Tõkyõ. Ya casi iba a anochecer, pero el sol aún reflejaba la fachada, de modo que no apartaría la vista de ahí a menos que alguien le arrancara los ojos. Un escalofrío le recorrió la columna al recordar al jefe internacional de La Resistencia, aquel que coordinaba todos los frentes de ataque. Desde que ese chiquillo de ojos y orejas bicolor había aparecido, sus victorias habían aumentado exponencialmente. Volvió a suspirar de nuevo cuando le pareció ver un reflejo en uno de los ventanales de uno de los pisos intermedios. Afiló la mirada de lince que poseía mientras agarraba papel y lápiz con la mano y esperó. Nada. Quizás ya tenía alucinaciones. Justo cuando iba a soltar el lápiz, la ráfaga comenzó.
Kise emitió un grito ahogado de júbilo y anotó a toda velocidad todo lo que le decía Aomine en el papel. No podía dejar de sonreír a pesar de la situación. Dos horas más tarde el sol se puso y no pudo seguir escribiendo, pero esperaba tener todo lo que necesitaba. Abandonó la deshabitada oficina corriendo en dirección a la base, si había hecho correctamente la transcripción en su cabeza, sólo tenían dos días para prepararse.
Él ya había hecho todo lo que estaba en sus manos, pero aun así pasó la última noche antes de la acción en la pequeña biblioteca que tenían en el cuartel, buscando la información que Aomine le había ofrecido. Según él, habían reunido la mayor parte de los datos tan rápido gracias a que Kagami Taiga se había unido a la causa y le había ayudado. Kise sospechó enseguida, no recordaba que los Kagami tuvieran sucesores en la línea de sangre, o al menos así lo había creído siempre, sin embargo, el dichoso niño sí aparecía en varios de los libros. Arrugó el ceño y se levantó a buscar la última taza de leche que le quedaba mientras hacía memoria.
Hace ya varios años, cuando trabajó para un general de las fuerzas humanas como "copiador de datos", recordaba haber duplicado algún documento que tenía algo que ver con el tema sobre el que ahora buscaba información, pero por aquel entonces era muy joven y le era imposible recordar de qué se trataba. Se sentó de nuevo frente a la mesa que tenía delante y se quedó absorto mirando la pila de libros que aún le quedaban por revisar. Resopló cansado antes de dar un sorbo a su leche y abrir la tapa de uno especialmente grande.
Examinó libros y libros, comparando fechas y datos de aquí para allá, y la luz de la resolución chispeó en sus dorados ojos cuando dedujo que ese tal Kagami Taiga debía ser adoptado. No había fecha exacta de cumpleaños, ni partida de nacimiento, ni siquiera se mencionaba su existencia hasta que de repente aparecía en las noticias con casi dos años de edad, de modo que la única solución a ese misterio era que hubieran cogido al bebé cuando ya tenía esa edad, aunque lo ocultaron diciendo que hubo complicaciones en el parto y que estuvo ingresado. Tenía que contarle eso a Aomine en cuanto le encontrara en medio de la pelea que se llevaría a cabo al día siguiente; siempre y cuando el peliazul lograra abrir la puerta y desactivar la seguridad, claro.
Se levantó de la ruinosa silla metálica y apagó el candelabro, dispuesto a dormir las seis horas que le quedaban, pero al llegar a la puerta le asaltó una duda respecto a las fechas que había visto y corrió a sentarse de nuevo. Sacó cinco libros más de las estanterías y los tiró sobre la mesa, revisando los datos y buscando las zonas donde contaban la parte de la historia que le interesaba, para cuando terminó, abrió la boca ante lo que creía haber descubierto.
—Aominecchi… y… Kagami… son… hermanos —rezó lentamente en voz alta para dar forma a sus pensamientos. Lo que no sabía es que pronto Aomine lo descubriría de la peor manera posible.
Se dejó caer sobre la silla aún con los ojos bien abiertos, sorbiendo algo de leche de su taza. La había guardado para la mañana, pero ahora estaba seguro de que esa noche no podría pegar ojo. Le dio mil vueltas al asunto. ¿Cómo era posible que el cabeza de la familia Kagami hubiera adoptado precisamente al hijo menor de la asesinada familia Aomine, fundadora de La Resistencia? Sólo podía ser un acto macabro de ironía. Kise apretó el puño, esas cosas le sacaban de quicio. Odiaba a las personas –ya fueran híbridos o humanos– que trataban la vida como un mero intercambio comercial, y que jugaban a ser Dios con ella como si de un teatro de marionetas se tratara. Suspiró. Esa nueva información era demasiado para asimilar de golpe. Continuó pensando intrincados motivos para que Kagami estuviera interesado en la familia Aomine, pero tomara el camino que tomara, todo le llevaba a un muro sin salida. Tras un rato moviendo libros de aquí para allá en busca de algo que confirmara sus esperpénticas teorías, cayó en la cuenta de algo.
—Un momento —murmuró el rubio en voz baja. Sabía que estaba solo, pero hablar en voz alta le ayudaba a concentrarse, a veces llegaba incluso a mantener discusiones consigo mismo—. Entonces el verdadero nombre del chico es… Aomine Taiga. —El rubio frunció el ceño ante el nuevo apellido mientras pasaba las hojas de un tomo especialmente grande de forma distraída. Paró en una hoja al azar, donde había un gran artículo que hablaba de la antigua reforma de ley que nunca se llevó a cabo precisamente debido al brutal asesinato de la familia Aomine. Leyó el artículo de arriba abajo y encontró algo que le interesó sobremanera. Saltó de su silla de nuevo en busca de más libros, se estaba quedando sin tiempo.
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– X –
Aomine se quedó estático, inmóvil y petrificado; tres sinónimos que ni juntos expresaban por completo su estado mental en ese momento. Kagami, ¿su hermano? Ni en sus más retorcidos sueños eso podría haber sido posible. Sacudió la cabeza mirando con furia a Kento, que le devolvía la mirada sonriendo divertido.
—Mientes —siseó Aomine manteniendo la pistola en dirección al castaño. El ruido de una fuerte explosión retumbó por todo el edificio y una fuerte vibración sacudió las paredes, haciendo que algunas cosas que había en las estanterías y mesas cayeran sobre el suelo.
—No lo hago —respondió ignorando el ataque que estaba sufriendo su fortaleza—. Vamos, Aomine, eres un chico listo. ¿A quién mas conoces con ese color de pelo más rojo que la sangre? —Sus azules orbes se abrieron de par en par, Mi madre. El moreno se mordió el labio con el colmillo, intentando recordar en su memoria desesperadamente a alguien más con ese dolor de pelo. Miró a Kagami de soslayo en busca de ayuda, pero éste se hallaba en una especie de estado catatónico y no respondía a ningún estímulo, sus ojos rojos aún estaban abiertos desde que el entendimiento le había abofeteado sin piedad.
—Eso no prueba absolutamente nada —continuó Aomine sin rendirse en su afán de probar que eso era una absurda estrategia para distraerle de su objetivo final, aunque en su interior estaba luchando para intentar deshacer el nudo que se había formado en su garganta y que le hacía que le costara hablar, rasgando su voz cada vez que emitía un sonido.
—¿Y qué me dices de tu edad? ¿Cuántos años de diferencia os sacabais? —El peliazul hizo memoria de nuevo: su hermano pequeño no tendría más de dos años la noche que él escapó creyéndolo muerto. Miró al pelirrojo por segunda vez, esta vez con la súplica en sus ojos. Aomine tenía veintitrés años, de modo que sólo necesitaba que le dijera cualquier cifra menos veinte, pero Kagami seguía sin responder a nada, sólo le devolvía la mirada atónita con la que llevaba desde hace rato—. Por si te interesa, este chico cumplirá la veintena en un par de semanas —añadió divertido el castaño, tentando a la suerte. Cabrear al moreno en ese momento era de todo menos sensato.
—¡Cállate! —gritó Aomine, perdiendo la compostura. No puede ser cierto, nosotros hemos… hemos… ¡quiero a ese imbécil, joder!. El peliazul sentía que se estaba volviendo loco, tenía demasiados sentimientos encontrados. ¿Acaso se había sentido atraído por Kagami porque era su hermano? Igual porque le recordaba a su difunta madre, fue en ella en la primera que pensó cuando se quedó embobado con el rojo cabello de Kagami. ¿Acaso sus padres habían violado las leyes antiguas y habían formado una familia siendo él híbrido y ella humana? El único recuerdo que tenía de su madre, era esa imagen de su cadáver que aparecía en las pesadillas que le visitaban cada noche. Se forzó a sí mismo a recordar de nuevo aquella noche y una punzada de dolor en la sien le hizo bajar una de sus orejas. La sangre cubría la nieve, su madre estaba tirada sobre el suelo y su largo cabello se fusionaba con la blanca nieve y la roja sangre, enfocó la vista dentro de sus propios recuerdos y abrió más los ojos.
La mente de Aomine trabajaba más rápido que nunca, revisando su vida: su padre era híbrido, su madre humana, él había nacido como híbrido y su hermano menor como humano. Nada tenía sentido, ni siquiera sabía que eso era posible. Continuó apuntando al hombre que le había destrozado la vida con el arma, pero cada vez ejercía menos fuerza en el agarre. Si Kagami era su hermano, entonces lo que habían hecho sí era cruzar una línea que no debía ser cruzada… Su visión se empezó a volver borrosa y un pitido lejano se fue intensificando hasta convertirse en un sonido casi insoportable, el dolor en su sien era cada vez más agudo y no sabía en qué momento había doblado las orejas por completo contra su pelo. Gruñó con ira y agitó la cabeza, alzando de nuevo las orejas para evitar esa vorágine de sentimientos que le estaban haciendo pedazos el alma. No podía ser verdad que hubiera vivido toda su vida en soledad, creyendo que era el último de su estirpe y que no quedaba nadie que le ligara este mundo, y justo cuando por fin había encontrado a alguien con el que al menos empezar a plantearse sentimientos que siempre creyó ajenos a él, éste había resultado ser el hermano que siempre había creído muerto. Era casi pecado sentir algo de esa índole por alguien cuya sangre también corría por tus venas.
Cerró los ojos con fuerza y los abrió de nuevo, no era momento de dudar después de tantos años y esfuerzos esperando ese momento, tenía delante al cabrón que había cogido su vida y la había destrozado y retorcido hasta límites insospechados, el que había asesinado a sus padres sin piedad y le había hecho creer que estaba solo en el mundo, el que había puesto precio a su cabeza teniendo tan solo cinco años, haciendo de su ya de por sí peligrosa vida algo casi absurdo. Si Kagami era su hermano o no, ya lo pensaría más tarde. Recuperó la firmeza en el agarre de la pistola recobrando su posición inicial y miró con fiereza al cabeza de la familia Kagami antes de preguntar con el tono más gélido que era capaz de poner—. ¿Tus últimas palabras?
—Baja el arma, Aomine. —El peliazul bufó ante las palabras de su víctima y comenzó a apretar el gatillo, pero en ese momento una corriente eléctrica le atravesó como el Diablo, enviándolo al suelo de un plumazo y haciendo que la pistola se escapara de sus manos mientras él se hacía un ovillo sobre sus rodillas. Kento se acercó con calma y agarró la pistola que el moreno había dejado caer, sonriendo ante la imagen del dolorido felino enroscando su cola sobre sí mismo para paliar el dolor—. ¿Sabes? Podía haberte desarmado en cualquier momento —afirmó burlón, pegando una patada en el costado de Aomine que le hizo caer al suelo retorciéndose de dolor. Aún se estaba recuperando del primero cuando un segundo golpe le atizó la mandíbula, mandando una señal de dolor a toda su boca junto con un intenso calor y sabor a hierro—. No sé si mi querido hijo adoptivo te ha explicado cómo funciona ese collar, o si creías que sólo debías obedecerle a él, pero en realidad funciona con cualquier Kagami.
El peliazul comenzó a recuperarse y, sujetándose un costado con el brazo, se incorporó sobre el suelo como pudo y miró al pelirrojo, que ahora se encontraba de rodillas sobre el suelo observando con una mirada de terror todo lo que sucedía a su alrededor mientras cada vez más sangre caía por su brazo. Su rostro estaba pálido, pero Aomine no sabía si era fruto del temor y la desesperación o de la abundante pérdida sanguínea, de todos modos Kagami no estaba tan acostumbrado como él a las palizas, la sangre y la muerte, o eso creía. El peliazul levantó la fría vista contra Kento, que le apuntaba con el arma a una distancia prudencial, y levantó una de sus piernas para quedar hincado en el suelo con una rodilla. Escupió algo de sangre sobre el suelo y comenzó a reírse.
—¡Jajajajajaja! —Su atacante le miró con algo de furia pero a él no le importó—. No sabía que eras tan cobarde como para necesitar este tipo de collar contra un simple gato. De verdad, das pena. Déjate de tonterías y mátame ya, ¿o es que no tienes lo que hay que tener?
—Cuida esos modales, chico —reprendió fingiendo molestia—. ¿Qué te parece ver morir a tu hermano y amante ahora que por fin sabéis la verdad? —Aomine le lanzó una mirada heladora, cargada de odio, ira, desprecio, cólera, resentimiento y todos los malos deseos que se podrían cruzar por la mente de un hombre.
—Púdrete en el infierno —le soltó con voz fría y ronca. Kento sonrió y elevó el arma hacia la cabeza de Kagami. El moreno ya estaba listo para saltar en la trayectoria que había entre el pelirrojo y la bala cuando la puerta se abrió de golpe y un sonido que el peliazul clasificó por primera vez como 'melodía para sus oídos' retumbó en la habitación.
—¡Aominecchi! —Una pistola se disparó y automáticamente un segundo disparo se oyó detrás. Los ojos del pelirrojo se abrieron como platos, sus retinas captaron a cámara lenta y de una forma pasmosa todo lo que ocurrió a continuación. Era como ver una horrible película que odiabas, fotograma a fotograma. Observó atónito cómo Aomine salía corriendo hacia la puerta mientras gritaba con todas sus fuerzas, saltando el ahora cadáver del cabeza de la familia Kagami mientras tiraba al suelo la Glock que había tenido escondida bajo la ropa hasta segundos antes de disparar a Kento. Los fotogramas continuaban atravesando sus pupilas. Vio cómo el peliazul llegaba justo a tiempo para sujetar a un chico rubio antes de que su cuerpo golpeara contra el suelo. Notó de forma pausada cómo la sangre empezaba a llenar el suelo desde tres focos diferentes: su hombro, el cadáver de Kento y la herida de bala del extraño chico rubio cuyas amarillas orejas habían quedado visibles al caerse la gorra que llevaba tras el impacto.
—¡Kagami! —Oyó su nombre desde algún punto muy lejano que casi no llegaba a sus oídos—. ¡Kagami, ayúdame! —El sonido volvió a sus tímpanos a un volumen excesivo y el tiempo volvió a su cauce a demasiada velocidad, como si hubiera pulsado el play en una película de terror. Se levantó a duras penas para acercarse casi arrastras hasta el umbral de la puerta desde donde Aomine le llamaba. Allí se hallaba el cuerpo que el moreno apretaba con tanta insistencia mientras le gritaba—. ¡Kagami, ve a buscar ayuda! —Se topó con la realidad de golpe, saliendo al pasillo y buscando a alguien que pudiera ayudarle.
—¡Voy! —gritó mientras se perdía de vista en una de las esquinas.
—Kise, eh, Kise, ni se te ocurra dejarme ahora, ¿me oyes? Como te mueras me encargaré de resucitarte sólo para poder matarte yo mismo. —El peliazul presionaba la herida del estómago de Kise todo lo que podía para intentar cortar la hemorragia, pero la sangre no dejaba de salir y él se sentía cada vez más impotente y asustado. El rubio abrió los ojos con dificultad.
—Aomi…necchi… Menos mal… Estás bien —murmuró entre jadeos de agonía— Tengo que… contarte a-algo import–
—No hables, Kise —le reprendió. El moreno sabía que moverle era un error, pero justo cuando estaba dispuesto a arriesgarse a cargarlo hasta algún sitio donde le pudieran ofrecer ayuda, un par de chicos con una camilla se acercaron y se lo llevaron casi corriendo por el pasillo bajo las indicaciones de Kagami, que parecía haberse recuperado del shock y sabía dónde tenían una enfermería. Aomine se quedó estático en el suelo, viendo cómo la rubia cola de su amigo caía inerte a un lado de la camilla mientras se alejaban. Apretó la mandíbula y se enderezó, recuperando tanto la Glock que había tirado como la pistola que aún tenía en las manos el cuerpo de Kento. Kise estaba en buenas manos con esos chicos y Kagami, seguro que se recuperaría.
Se asomó a la ventana en cuyo alféizar aún se encontraba su edredón. Aquellas tardes sentado ahí bajo los rayos del sol hablando con Kagami sobre su plan quedaban tan distantes ahora, que parecía que habían pasado semanas desde la última vez que bromearon sobre algo. Recordó el día en que el pelirrojo por fin había averiguado dónde estaba la sala de control.
—Estamos de suerte, sólo está tres pisos por encima de esta planta —le explicó mientras dibujaba en una libreta. Aomine escudriñaba el patio mientras se atusaba las orejas bajo los rayos de sol.
—¿Y cuál es la pega?
—¿Por qué crees que hay una pega? —preguntó Kagami, levantando la vista sobre el cuaderno que sujetaba.
—Porque has puesto 'ese' tono.
—¿Qué tono? —El pelirrojo le miró mosqueado y Aomine le respondió con una sonrisa de suficiencia.
—Ese que pones cuando hay algo que no me quieres decir y crees que me lo has ocultado bien —dijo mientras giraba para dejar de mirar por la ventana y mirarlo a él. Apartó la cola de su espalda y se apoyó en el dintel opuesto al que estaba apoyado Kagami con sus brillantes ojos fijos en el pelirrojo.
—Yo no pongo ningún tono, Ahomine —murmuró, bajando de nuevo la vista al cuaderno con las mejillas ligeramente sonrojadas y comenzando a escribir de nuevo. El peliazul sonrió, observando esa reacción vergonzosa de Kagami que tanto le gustaba.
Puede que se parecieran en varias cosas, pero sin lugar a dudas el pelirrojo era mucho más inocente que él. ¿Habría tenido pareja alguna vez? Ese pensamiento sorprendió a Aomine, que le miró más profundamente. Si no había salido de ese sitio nunca, lo más probable era que no hubiera tenido interacción con nadie, quizás ni siquiera tenía la misma suerte que él de tener amigos –aunque sólo tenía a Kise– con los que contar, había estado siempre solo desde su infancia, al igual que él.
Dobló ligeramente las orejas y se acercó a gatas hacia Kagami, que se encontraba dibujando con mucha vehemencia y con el rubor aún marcado en sus mejillas. Coló sus rodillas entre las piernas ajenas que se encontraban abiertas y se asomó sobre el cuaderno, haciendo presión en el borde superior con la cola para que el pelirrojo lo inclinara y así poder ver lo que había dibujado.
—Aún no está terminado —murmuró antes de que Aomine echara un vistazo, poniéndose nervioso ante la cercanía. El moreno abrió los ojos y lo miró, incrédulo.
—Eso es… horrible, Bakagami —aseveró entre risas. Acostumbrado como estaba a los planos tan concisos que Kise hacía en un momento sobre cualquier superficie, eso le parecía la creación de un infante. El pelirrojo hizo un puchero y volvió a esconder el cuaderno.
—Te he dicho que no está terminado —rezongó mirando hacia el exterior de la ventana. Aomine sonrió al ver cómo sus mejillas se rosaban todavía más y giró sobre su eje, apoyando el culo entre las rodillas de Kagami y tumbándose sobre él mientras zarandeaba la cola. El pelirrojo se quedó estático, con el cuaderno en alto sobre la cabeza de Aomine e intentando no respirar.
—Entonces esperaré —dijo cuando se acomodó cerrando los ojos, cruzando los brazos sobre su pecho y moviendo las orejas porque no sabía cómo ponerlas. El más bajo suspiró, haciendo que la cabeza de Aomine se moviera bajo su respiración. Su corazón latía más fuerte y sabía que el moreno lo oiría, pero no le importó. Apoyó el cuaderno sobre las orejas de Aomine, que se doblaron ante el peso y éste abrió los ojos. Kagami sonrió sabiendo que le había sorprendido.
—No te quejes, tú pesas más, Ahomine —susurró antes de comenzar sus garabatos de nuevo bajo la luz solar. El moreno sonrió y alzó la cola hasta enroscarla en la pierna derecha del pelirrojo, que emitió un ligero sonido de queja fingida.
El sonido de otra explosión le sacó de sus pensamientos, giró y corrió al exterior dejando atrás la ventana, debía encontrar a Kise. Atravesó todo el pasillo y bajó varios pisos hasta que dio con el que marcaba la enfermería y los laboratorios. El edificio era una locura de luchas, pero parecía que ellos iban ganando. Ayudó por el camino a un par de híbridos a deshacerse de unos idiotas y al doblar la última esquina, chocó de bruces con un hombre de más de dos metros cuya cara conocía bastante bien.
—Vaya, vaya, ¿llegas tarde al té? —le preguntó, divertido y con un brillo vengativo en sus ojos. El hombre le enfocó el rostro y sonrió.
—No, Aomine, te estaba buscando a ti. —Y antes de que el moreno pudiera reaccionar, notó cómo una aguja entraba en su cuello. El sueño le invadió al instante y cayó sobre el suelo, viendo desde esa perspectiva y de forma muy borrosa cómo su agresor caía a su lado mientras una cabellera roja se agachaba y le zarandeaba gritando algo.
—Aomine. —Le estaban llamando, pero no podía reaccionar—. ¡Ahomine! —Tenía mucho sueño… Cerró los párpados, recordando la sonrisa de Kagami bajo los rayos de sol.
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– XI –
Se despertó sobre una mullida cama, la cabeza le dolía como si le hubieran taladrado el cerebro y la boca le sabía pastosa. Abrió los ojos y tardó en enfocar las suaves luces blancas que había en el techo, giró la cabeza hacia la derecha, pero sólo había una puerta y una pequeña ventana por la que entraba la luz de la luna. Giró la cabeza a la derecha y pudo ver una cama colocada de forma paralela a la suya, en la que descansaba alguien bajo las sábanas. Aún veía algo borroso, pero reconocería esas malditas orejas en cualquier parte.
—¡Kise! —Apartó las sábanas de un manotazo, se levantó soportando algunos dolores y se acercó a la cama del rubio, que dormía plácidamente. Colocó la mano sobre su hombro para intentar despertarlo con delicadeza y fue cuando se percató de lo mucho que habían crecido sus uñas. Las miró extrañado, eran más afiladas de lo que recordaba, pero no era momento de ponerse a pensar en hacerse la manicura. Zarandeó casi sin fuerza al rubio, que abrió los ojos poco a poco, para después abrirlos de golpe al reconocer al moreno.
—¡Aominecchi! ¡Estás bien! —gritó recostándose con dificultad sobre las almohadas. El peliazul se percató de las vendas que cubrían toda su región abdominal.
—Olvida eso, ¿tú estás bien? —respondió a toda velocidad, mirando ceñudo la cantidad de pastillas que tenía en su mesilla.
—Oh, sí, estoy bien. El médico ha dicho que en una semana podré salir de esta maldita cama y volver a correr por los tejados arriesgado mi vida como el idiota que soy. —Sonrió con las orejas en punta, realmente feliz de volver a ver al peliazul.
—Parece un buen médico —respondió Aomine un poco más calmado. Agitó la cola un poco, tirando el vaso de agua que había en la mesilla sin querer y asustándose con el ruido—. ¿Qué cojones…? —Se miró la cola. El pelaje le había crecido y era más brillante, también le pareció ligeramente más larga, por no hablar de lo que de verdad le había asustado: podía moverla mucho más rápido y de forma mucho más versátil. Miró a Kise con la duda pintada en sus ojos, y éste le miró comprensivo.
—Te inyectaron algo —comenzó a explicarle—. No sabemos muy bien qué, pero conseguimos averiguar que pretendían crear un 'antídoto' que nos redujera a ser unos simples gatos. —Aomine levantó una ceja, incrédulo, y el rubio sonrió un poco—. Lo sé, es una locura y tú fuiste el único en el que la probaron. Suponemos que lo único que ha hecho, ha sido aumentar tus instintos animales… Pero no hay problema, eres el mismo de siempre, Aominecchi —finalizó. El moreno miró de nuevo sus uñas y su cola antes de suspirar y levantar la vista hacia Kise, que frunció el entrecejo divertido—. Bueno, tienes un poco más de pelo, jajaja. —El peliazul dio media vuelta y entró en el baño.
Abrió ligeramente los ojos ante la escena: sus orejas eran un poco más oscuras, y también podía moverlas en mayores ángulos que antes, pero lo que le sorprendió fue su pelo. Nunca le había crecido más de como lo llevaba; en su raza, el pelo se mantenía tal y como lo tenías al finalizar tu desarrollo a los dieciocho años, o de lo contrario el pelaje también crecería, por eso nunca lo cortaban tampoco. Ahora el flequillo le llegaba por los ojos, tapando sus cejas a intervalos debido al irregular crecimiento de los mechones que acababan en punta. Se pasó las manos desde la frente hasta la nuca, arrastrando las orejas hacia atrás, dando la sensación de que volvía a ser un cachorro y comprobando que por detrás también era bastante más largo. Se echó un último vistazo y suspiró volviendo a la cama donde Kise ya estaba sentándose para levantarse.
—¿Te gusta? —inquirió el rubio.
—¿Bromeas? Estoy más sexy que nunca —replicó con una sonrisa altanera que hacía tiempo que no ponía. Ambos rieron como antaño hasta que el silencio regresó—. ¿Dónde está Kagami? —preguntó, mirando en la lejanía con la tristeza dibujada en sus ojos.
—¡Es cierto, Kagamicchi! —Aomine elevó una ceja graciosa al oír ese apodo.
—¿Le engañaste igual que a mí para lograr que te permitiera llamarlo así? —preguntó con un matiz de regaño. Kise le ofreció una sonrisa cómplice por respuesta y el moreno rodó los ojos.
—Le echaron hace cuatro o cinco horas, llevaba aquí sin apenas dormir desde que te trajeron.
—¿Cuánto hace de eso?
—Nueve días. El pobre seguro que está durmiendo como un lirón en su habitación. —Aomine enserió su semblante, a sabiendas de que el pelirrojo no lo pasaba muy bien cuando dormía.
No había preguntado qué tal había ido la revuelta ni cómo habían acabado las cosas, pero no le importaba, la sonrisa de Kise le decía todo lo que necesitaba saber y él mismo había disparado a Kento, de modo que esa guerra ya no era la suya, él ya había hecho su parte. Se tumbó en la cama, tenía que darle vueltas a algo que había estado posponiendo, y sabía que debía hacerlo antes de ver a Kagami, su hermano, literalmente.
Tras todo lo que habían pasado juntos para reunir la información; tras todos esos momentos bajo el sol hablando sobre posibles planes; tras esas mañanas que salían a correr fingiendo un odio extremo el uno por el otro para luego recriminarse quién de los dos había actuado peor; tras todas las miradas, rubores, nerviosismos, sonrisas y vergonzosos momentos; tras esas dos noches que habían dormido juntos, por fin, Aomine se había dado cuenta de que no era sólo atracción física lo que sentía por el pelirrojo como había pensado en un principio. Le daba exactamente igual que ambos fueran hombres, así como le daba exactamente igual que ambos fueran de diferentes razas, pero ser hermanos… eso lo cambiaba todo.
Siempre había fantaseado con la posibilidad de tener un hermano menor, al mismo tiempo que se culpaba y mortificaba por haber huido aquella noche en lugar de intentar salvarlo, pero hacía años que se había perdonado a sí mismo por aquello, consciente de que con cinco años lo único que hubiera logrado habría sido que les mataran a los dos. Y ahora ese hermano había vuelto a su vida y era alguien que le comprendía, que le hacía sonreír y que le quería. Aunque nunca lo hubieran expresado con palabras, estaba claro que sus actos lo decían a gritos.
Aomine recordó el primer día que se besaron, cómo su mente se quedó en blanco y sólo se dejó llevar por ese sentimiento de calidez y felicidad que le invadía, superpuestos, claro está, por la lujuria y el deseo. Su memoria le trajo entonces imágenes de los brillantes ojos de Kagami en la oscuridad, pidiéndole sin palabras que le tocara y le dejara sin respiración con sus besos, imágenes de ambos perdidos en el desenfreno del momento. Notó cómo se calentaba su cuerpo y cómo un ligero tono rojo se posaba sobre sus oscuras mejillas.
Suspiró.
Ya se había dado cuenta de que daba igual cuánto tiempo sopesara los pros y los contras de seguir amando a Kagami a pesar de sus lazos familiares cuando la única respuesta que le brindaba su mente era 'me la sopla'. Un bufido mezcla de incredulidad e ironía escapó de su boca y Kise, que llevaba un rato observándole en silencio, levantó una ceja, interrogante.
—A veces la respuesta más sencilla y menos sopesada, es la correcta —dijo Aomine antes de salir corriendo por la puerta, dejando a un atónito Kise sentado en la cama.
Corrió por los pasillos oscuros y subió las escaleras sólo alumbradas por las luces de emergencia hasta llegar a la puerta de la habitación donde tanto tiempo había pasado. Respiró antes de entrar y dobló la manilla.
La luz de la luna entraba por la ventana y todo estaba como lo recordaba, habían limpiado el desastre que habían causado. Kagami se encontraba despierto, sentado en el borde de la cama con el brazo derecho envuelto en un cabestrillo. Pudo ver cómo apretaba el borde del colchón con la mano sana antes de mirarlo y levantarse de golpe.
—¡Aomine!
—¿Me has echado de menos? —dijo, regalándole una sonrisa muy poco propia de él mientras se acercaban. Kagami hundió el rostro en su cuello, abrazándolo con fuerza con el único brazo que tenía libre mientras el moreno le rodeaba por los hombros y le acariciaba el brazo con la punta de la cola. Se había acostumbrado rápido a su nueva fuerza. Le apretó fuerte contra él, aspirando el aroma que tanto había echado de menos en los pocos minutos que llevaba consciente, y agachó la cabeza sobre el hombro del pelirrojo.
—No sabían si despertarías por culpa de la mierda esa que te dieron —susurró Kagami con la voz entrecortada. Aomine sonrió ante la preocupación que demostraba e hizo un poco de presión para separarse.
Sus preciosos orbes rojos estaban ligeramente anegados en lágrimas, un par de ellas escaparon irremediablemente para rodar libremente por su cara. El rubor poblaba las mejillas de Kagami. Tenía la expresión más dulce que había visto jamás. Alzó la cola con sosiego y retiró dulcemente las lágrimas de su rostro antes de levantar la mano y agarrar su mentón. Acercó sus anhelantes labios a los de Kagami muy lentamente, pero éste se alejó a trompicones, evitando su mirada. Aomine enarcó una ceja al quedarse con la mano alzada donde se suponía que estaría la boca de su pelirrojo. Avanzó hacia él y se quedó a su espalda, en silencio.
—Aomine… yo… no puedo… —Su voz sonaba ajada, era obvio que le estaba costando horrores hablar—. Somos hermanos… no podemos…
Notó el momento exacto en el que sus expectativas se hicieron añicos. Un nudo se formó en su garganta y jamás había tenido las orejas tan lacias y alicaídas como en ese momento. La cola que hasta hace un momento estaba erguida y con energía, ahora se encontraba totalmente exánime, cayendo hasta el suelo entre sus piernas. Había estado tan ocupado siendo egoísta y preocupándose por su propia felicidad, que no había añadido los sentimientos de Kagami a la ecuación. Se reprendió mentalmente por ser un puto narcisista ególatra que se creía el ombligo del mundo e intentó reponerse.
—Kagami —comenzó, más abatido de lo que había pretendido, pero no podía controlarlo—. No te preocupes, lo entiendo —le dijo aún mirando su espalda con la cola entre las piernas.
No podía aguantar eso, lo sabía, no podía vivir en el mismo edificio que su hermano, seguramente ni siquiera en la misma ciudad, sin consumirse en la miseria. Quizás en el futuro, cuando se recompusiera de toda la vida que había llevado y se olvidara de su amor no fraternal para con Kagami, quizás sólo entonces pudieran convivir como una familia, pero no ahora.
Recordó su plan inicial y una triste sonrisa se formó en sus ahora agrietados labios. No perdía nada llevándolo a cabo, de todas formas hasta antes conocer a Kagami ni siquiera había esperado sobrevivir. Abrió la boca de nuevo para hablar, pero ningún sonido salió de ella cuando vio los llorosos ojos de Kagami frente a él, sabía que debía irse. Les dolía a los dos.
—Me marcho —dijo, sin más. Los orbes rojos se abrieron con temor, pero Aomine se giró hacia la puerta para no sostener esa mirada que terminaría por acabar con él, logrando algo que muchos habían intentado a la fuerza sin resultado alguno—. Vuelvo a mi… —suspiró—, a nuestra casa. Tenía pensado reconstruirla de todas formas.
El silencio inundó la habitación mientras Aomine salía de ella. Kagami permaneció inmóvil frente a la ventana. Su mente llevaba los últimos días con una actividad abrumadora, pensando en todo lo que sentía por ese moreno híbrido que le había salvado la vida y que luego había resultado ser la persona a la que amaba para acabar convirtiéndose en su hermano. Había pasado las noches en vela al lado de Aomine, llorando en silencio por lo que sabía que tenía que hacer si despertaba y rezando para que, al menos, tuviera la posibilidad de decírselo mirándolo a los ojos. Sabía que debía rechazarlo, si es que éste no lo hacía primero, pero también sabía que quería decirle todo lo que había sentido con él y cómo le agradecía todo lo que había hecho por él… le había devuelto la vida. Cuando llegó, él no era más que un chico que llevaba veinte años encerrado en una jaula de oro, pero que no había vivido nada. Aomine cambió eso, le dio algo por lo que luchar al confiar en él lo suficiente como para contarle el plan que tenía, le dio a alguien por el que luchar, y ahora acababa de perder la mejor oportunidad que iba a tener para expresar todo ese sentir.
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– XII –
El amanecer le sorprendió mirando todavía la puerta por la que había desaparecido el peliazul varias horas antes. Agitó la cabeza y se dirigió al baño. Necesitaba notar el agua recorriendo sus músculos para relajarse, necesitaba encontrar una manera de superar su vida. Cuando salió, aprovechó la hora en la que sabía que Aomine saldría a correr y se encaminó a visitar a Kise.
—Hola —saludó taciturno. El rubio le miró y sonrió con tristeza.
—Hola, Kagamicchi. —El pelirrojo le prestó atención en seguida, no era el típico saludo efusivo de Kise, lo normal habría sido un "¡Kagamicchi!" con un tono exageradamente alto.
—¿Qué pasa, Kise? —Lo observó con la cola caída y las orejas gachas, miraba por la ventana oteando el horizonte.
—Aominecchi se ha ido al alba. —Una punzada de dolor atravesó al pelirrojo de la cabeza a los pies, sabía que se iría, pero no esperaba que la conversación de ayer, en la que no se atrevió a decirle todo lo que quería, hubiera sido su despedida. Cerró el puño con fuerza, maldiciendo interiormente.
—Ese maldito Ahomine —gruñó.
—¿Qué ha pasado entre vosotros, Kagamicchi? —El rubio lo miró de forma inquisitiva—. Ayer salió de aquí disparado, con la sonrisa más amplia que le había visto en la vida, y volvió como si hubiera perdido las ganas de vivir, diciendo gilipolleces sobre que debía marcharse y haciéndome prometer que cuidaría de ti. —El puño del pelirrojo se cerró con más fuerza. Avanzó hasta sentarse en la cama.
—Es complicado, Kise.
—Aunque no lo parezca, soy bastante perspicaz. —Los brillantes ojos de Kise le miraban serios. Kagami suspiró y lo soltó sin más.
—Estamos enamorados. —El gesto de Kise no cambió. Le miraba igual que antes, como si jamás hubiera dicho nada. El pelirrojo levantó una ceja—. ¿Me has oído, Kise? He dicho que estamos enamorados —repitió enfatizando esta última palabra con ironía. El rubio inclinó la cabeza.
—Eso ya lo sé, idiota, ¿qué tiene que ver?
—¿Cómo que qué tiene que ver? ¡Nosotros somos hermanos! ¡Compartimos la misma sangre, maldita sea! —Kagami explotó, no podía seguir fingiendo que eso no iba con él—. ¡Da igual lo mucho que lo ame, las ganas que tenga de estar con él, de besarlo o abrazarlo, todo da igual, no puedo hacerlo porque somos hermanos! ¡Tengo que quedarme aquí, fingiendo que no me importa mucho que se haya ido y esperando que estos sentimientos de mierda desaparezcan porque me duelen más de lo que jamás habría soñado! ¿Que qué tiene que ver? ¡Todo! ¡Tiene todo que ver! —Golpeó con furia el cabecero de la cama, ante un anonadado Kise que se mantenía donde estaba, con la boca semiabierta y el miedo en los ojos. Kagami respiraba entrecortadamente, pero inspiró y bajó el tono de voz a uno más normal—. No sé si podré aguantarlo algún día. Igual simplemente debería importarme una mierda la sangre, igual que hace Ao–. —No podía pronunciar su nombre sin que se le quebrara la voz—, igual que hace él. Igual debería simplemente recoger mis cosas e irme con él lejos, donde no nos juzguen. —El tono de Kagami iba aumentando, y el brillo que había desaparecido de sus ojos parecía que quería regresar—. No me importa lo que piensen los demás, yo sólo quiero…
—Ve con él ahora mismo –interrumpió Kise. Su cola seguía lánguida a su espalda, pero su voz, orejas y ojos denotaban firmeza. El pelirrojo levantó la vista, preguntándose si ese rubio seguía drogado por las pastillas o si no había oído nada de lo que acababa de decir—. ¡Kagamicchi! —gritó mientras le agarraba del brazo y del cabestrillo con las orejas más estiradas que nunca, esta vez asustándole un poco—. ¡Debéis estar juntos! Con todo el lío de la batalla y mi estado actual, se me olvidó deciros lo que venía a deciros el día que me dispararon.
—¿Tu estado? —le interrumpió, pero Kise continuó ignorándole por completo.
—Estuve investigado en la biblioteca cuando Aominecchi me dijo mediante el Código Morse que le ibas a ayudar y que estaba empezando a sentirse atraído por ti, el hijo de la familia Kagami.
—¿Código Morsa?
—Morse.
—Da igual, ¿qué mierda es eso?
—¿Me quieres escuchar? —le gritó, un poco histérico. El pelirrojo se enderezó, prestándole la mayor atención del mundo. Kise enfadado daba bastante miedo.
—S-sí.
—El caso es que descubrí que te habían adoptado cuando tenías pocos años y al mirar un articulo de… ¡Ahh, da igual! La cosa es que me puse a buscar información con tu nombre real, Aomine Taiga. Me costó horas y mucho dinero, pero al final di con un tipo de la mafia al que tuve que seducir antes de dejarle sin sentido en el suelo para robarle una biografía del abuelo de Aominecchi, perteneciente a La resistencia, en la que explicaba todo con pelos y señales.
—¿Sedujiste a un tipo de la mafia? —Los ojos de Kise chispearon con ira—. Perdona, continúa.
—Gracias —enfatizó cabreado. Suspiró para relajarse antes de proseguir—. ¿Alguna vez te han dicho que eres un cabeza hueca? Parece que sólo captas la información innecesaria.
—Sí… alguna vez —rememoró todas las veces que Aomine le había insultado bajo ese mismo pretexto.
—Bueno, por donde iba…
—Seducción —ayudó Kagami.
—Eso. Me leí en tiempo récord la maldita biografía y averigüé algo realmente interesante… —Se quedó pensativo, mirando a Kagami.
—¿Qué? —le apremió, después de toda la tensión decidía hacer la pausa en el momento menos indicado.
—Vuestros padres se conocieron en La Resistencia, a la cual ambos habían entrado por la misma razón, ¿sabes cuál era? —Kagami le fulminó con la mirada y Kise continuó con una amplia sonrisa en la cara—. ¡Habían matado a casi toda su familia! —finalizó. El pelirrojo enarcó una ceja, agarró uno de los botes de pastillas que había sobre la mesilla y se puso a leer los 'efectos adversos' que podían ocasionar.
—Kise… ¿qué te están dando?
—Kagamicchi, de verdad que eres lento. —Suspiró de nuevo, arrebatándole en un rápido movimiento el bote de las manos. El pelirrojo vio cómo sus orejas se tensaban y su cola permanecía inmóvil entre sus piernas cuando el rubio continuó—. Tu padre había perdido a su esposa, pero había logrado escapar con su hijo de cuatro años; y tu madre perdió a su marido, pero su bebé se salvó. Después fue cuando se conocieron y se enamoraron casi a primera vista, huyendo al campo para que no los juzgaran por ser de diferentes razas. —Los ojos de Kagami se iluminaron con un brillo creciente y abrió muy lentamente la boca para hablar.
—Eso significa que… —No era capaz de terminar su propia frase, así que Kise lo hizo por él.
—¡No tenéis ninguna relación sanguínea! Ni siquiera se os podría casi considerar hermanastros, sólo convivisteis durante poco más de un año. Tú obviamente no ibas a recordarlo, y Aominecchi… —Cambió la voz por una más tierna—, bueno, Aominecchi lo pasó muy mal, es normal que sus recuerdos fueran difusos y que no tuviera ni idea.
El mundo de Kagami dio un giro de ciento ochenta grados. Miró a Kise, que le observaba divertido con una sonrisa en la cara y las orejas en punta. Casi se cayó al suelo cuando el pelirrojo se levantó de golpe y le plantó un cálido beso en los labios, sujetándole ambas mejillas con fuerza.
—Kise, eres el mejor —le dijo sincero cuando se separó de él y dio media vuelta para perderse por la puerta. El rubio se quedó paralizado, tocándose los labios con las puntas de los dedos, y sonrió dulcemente. Creía entender por qué Aomine se había enamorado de él. Se quedó donde estaba, mirando a la puerta con gesto divertido. No tuvo que esperar mucho.
Un minuto después, Kagami apareció de nuevo con las mejillas sonrojadas y bastante avergonzado. El rubio se encontraba todavía en el punto en el que lo había dejado antes de salir corriendo, y le miró divertido. El pelirrojo abrió la boca para decir algo, pero Kise se le adelantó.
—Sí, Kagamicchi, sé dónde ha ido Aominecchi —le dijo asintiendo ligeramente con la cabeza mientras le seguía mirando divertido. Kagami cerró la boda de nuevo y alzó una ceja, preguntándose si ese lince no tendría poderes sobrenaturales para leerle la mente. Abrió la boca de nuevo pero, una vez más, el rubio se le adelantó—. Y no, no me importa lo de antes, no te preocupes, lo entiendo. —El pelirrojo cerró la boca y entrecerró los ojos. Sí, tenía poderes, debía tenerlos. Miró a Kise de nuevo, escudriñándolo de arriba abajo. Avanzó hasta la cama y se sentó, cambiando su expresión de fingida extrañeza por una más seria.
—Kise… —comenzó. El rubio le miró interrogante, esta vez no sabía lo que iba a decir—. ¿Qué te pasa? —Su rostro cambió cuando Kagami le preguntó eso. Anduvo hasta el borde de la cama y se quedó viendo el suelo con una mirada perdida. No dijo nada, de modo que el pelirrojo insistió—. He pasado mucho tiempo con Aomine, creo que me lo imagino, pero prefiero que me lo cuentes tú. —Le miró dulcemente—. Eres mi amigo, Kise, y me preocupo por ti.
El rubio abrió los ojos un poco y la tristeza impresa en ellos cambió por dulzura al oír las últimas palabras del pelirrojo, pero poco a poro la melancolía se fue asentando en ellos de nuevo. Realmente no quería preocupar a Kagami y Aomine, por eso había intentado mantenerlo en secreto, pero parecía que ese pelirrojo sí era perspicaz con algunas cosas y no quería mentirle. Dio la espalda a la cama y le miró a los ojos.
—Perdí mucha sangre y… hubo complicaciones —comenzó. Él le miraba intensamente con la pena fijada en sus facciones—. Cuando desperté me sentí el chico más afortunado del mundo; y más aún después de conocerte y entablar amistad contigo, y de que Aominecchi despertara a pesar de lo que nos habían dicho, pero yo sabía que algo no iba bien. —Se agarró la cola con la mano, elevándola para sentarse sobre el colchón y depositarla suavemente a su lado. La miraba nostálgico—. Me dijeron que había perdido la movilidad en la cola y que no podría recuperarla. —Kise sonaba distante, como si hablara más para sí mismo que otra cosa.
—Eso es una gilipollez —soltó Kagami, confiado. El rubio alzó la cabeza para mirarlo—. También dijeron que Aomine no despertaría y mira lo rápido que se ha largado el muy cabrón. —Kise no pudo evitar soltar una risa al oír eso y Kagami continuó—. Así que déjate de idioteces y empieza a rehabilitarte por tu cuenta, estoy seguro de que con el tiempo lo lograrás. —Los ojos dorados de Kise brillaron ante las palabras del pelirrojo, que le sonrió dulcemente.
—Tienes razón, me esforzaré. —Hizo un gesto de victoria con el brazo y el puño antes de levantarse de nuevo y agarrar papel y bolígrafo—. Y ahora, Bakagami —dijo imitando la voz de Aomine—. Voy a intentar que llegues hasta tu amado sin que te pierdas demasiadas veces por el camino. —El pelirrojo le fulminó con la mirada, tanto por llamarle con ese apodo como por decir una cosa tan cursi sobre él. Mientras tanto, Kise comenzaba a dibujar y escribir las indicaciones necesarias para llegar a la casa de su infancia. Kagami se quedó mirando el papel alucinado.
—¿Cuánto tardaste en aprender ese jodido mapa?
—Nueve minutos.
—Ya, claro —rió el pelirrojo, aceptando esa respuesta como una mala broma, pero el híbrido no se inmutó—. Vamos, Kise. —El rubio le miró serio y después sonrió, dando a entender que esa era la verdad. Kagami se quedó impresionado, ese chico realmente tenía talento para copiar cualquier cosa en un tiempo récord.
—¿Cuándo te vas a marchar? —preguntó Kise poco después.
—En cuanto termines de hacer eso.
—No te lo recomiendo. —Kagami enarcó una ceja ante esas palabras.
—¿Por qué?
—Bueno… Aunque aquí hayamos ganado, Aominecchi sigue teniendo el cartel de "se busca" tatuado en la frente. Lo conozco, dará mil rodeos antes de llegar a su casa porque no quiere que la encuentren. Sólo yo sé dónde estará. —El pelirrojo bajó la cabeza. Era verdad, además él no había salido nunca de allí, seguro que le costaría llegar a su destino.
—Ahhh… qué problemas da ese idiota. Tienes razón, esperaré hasta que me quiten este maldito yeso. —Elevó el cabestrillo que mantenía su hombro sujeto y Kise rió recordando algo—. ¿Qué pasa? —preguntó Kagami, curioso.
—Bueno… cuando me hizo prometerle que te cuidaría, le dije que sólo lo haría si me firmaba mi yeso, lo hice sólo por molestar, pero nunca creí que lo hiciera… creo que tú le has cambiado un poco. —Miró al pelirrojo sonriendo y se enderezó, levantando la camiseta de hospital. Llevaba una placa de yeso en uno de los costados, entre el abundante vendaje, y ahí en medio, un horrible dibujo de lo que parecía una especie de gusano gris deforme con un cuadrado encima de él y una 'A' mayúscula debajo. Kagami elevó una ceja—. Dijo que era una morsa con una bandera, y que si se lo enseñaba a alguien, volvería para estrangularme. —El pelirrojo bajó la cabeza para verlo más de cerca y se echó a reír como si no hubiera mañana.
—¿En serio? ¿Una morsa? Jajaja, no me lo puedo creer, jajajaja. —Se tiró sobre la cama, sujetando su estómago para poder reírse con más fuerza mientras las lágrimas escapaban de sus ojos—. Y el muy capullo criticaba mis planos, jajajaja. —Kise se unió a las risas. Ambos conocían ese lado de Aomine que el resto del mundo no sabía que existía, y sería su secreto.
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– XIII –
Ya había pasado un mes desde que dejó a Kise recuperándose en Tõkyõ y se había lanzado a buscar a Aomine, gracias al cielo tenía las precisas indicaciones del rubio que le guiaban a través de las cinco regiones, con sus respectivas prefecturas cada una, pero sumando un total de más de cien. Antiguamente, Japón estaba constituido por cuarenta y siete prefecturas divididas en ocho regiones, pero con las guerras, batallas y empobrecimiento demográfico, las regiones se habían ido aunando y las prefecturas dividiéndose, quedando una organización territorial catastrófica.
Por eso Kise le había dado algo realmente valioso: una forma de atravesar las regiones y prefecturas parando sólo en puntos pacíficos, era impresionante lo mucho que sabía el rubio de esas cosas. Después de algunas controversias y ciertos problemas con algunos híbridos, Kagami había logrado alcanzar la pequeña prefectura de Nagano, en la región de Chūbu. Desconocía el paradero de su tierra natal, pero Nagano era el lugar donde habían vivido junto con sus padres y Aomine siendo un bebé, de modo que así lo consideraba.
Aceleró el paso cuando notó que la noche se cernía sobre él, pero no tenía ni idea de dónde se había metido. Miró el plano de Kise de nuevo, según el dibujo que le había hecho ya debería estar sobre el punto que indicaba "Aominecchi" con un corazón dibujado al lado. Suspiró y le dio la vuelta a la hoja, donde estaban las indicaciones por escrito, Kise era muy perfeccionista. Leyó las últimas frases.
"Tras llegar a un puente que cruza un riachuelo, cruzar y avanzar hasta el primer camino que entra en un bosque a la izquierda. Cruzar ese bosque y disfrutar de una buena noche de sexo junto a Aominecchi :P"
Kagami gruñó al leer eso último con un rubor en sus mejillas y se dispuso a terminar de cruzar el bosque en el que creía que se había perdido. Al llegar a una pradera que cruzó rápidamente, oyó un ruido tras él y se giró esperanzado, pero lo que vio no le gustó nada.
Un gran lobo blanco lo observaba, con los ojos afilados y la cola en guardia. El pelirrojo se quedó paralizado, con el plano en una mano y la otra enseñando la palma en señal de sumisión, no tenía intención alguna de respirar. El lobo se acercó despacio y olisqueó la pierna de Kagami, que luchaba por no salir corriendo de ahí. Él odiaba cualquier cosa que se pareciera a un perro, y un lobo no era más que un perro grande con unos dientes muy grandes.
Entonces el lobo olisqueó un poco más y comenzó a gruñir, enseñando sus afilados dientes a un pelirrojo que no sabía qué hacer. Cuando lanzó el primer mordisco al aire, Kagami echó a correr entre los árboles a toda velocidad. Le estuvo persiguiendo un buen rato, a veces pensaba que lo había despistado y comenzaba a andar de nuevo buscando la casa, pero de repente aparecía desde otro flanco y comenzaba a perseguirle de nuevo, él no entendía por qué no lo atacaba si podía alcanzarlo en cualquier momento. La última vez que le persiguió, llegó a una pequeña explanada en cuyo centro había una casa. Tanto la planta baja como la primera estaban nuevas, y la cubierta se notaba que la estaban comenzando ya que tenía los canalones y las cerchas a medio construir.
Corrió hasta la puerta, pero estaba cerrada. El lobo estaba muy cerca, con los afilados dientes apuntando hacia él. Kagami corrió a la esquina de la casa, donde pegó un salto y trepó a duras penas por el canalón, quedándose enganchado a la mitad sin poder subir más. Aún oía los gruñidos del lobo cuando se abrió una ventana y Aomine asomó por ella. Sus ojos se abrieron con asombro ante la escena, y estiró las orejas en dirección al pelirrojo, ¿qué hacía Kagami ahí? Él le devolvió la mirada y la felicidad asomó en sus ojos un momento, hasta que recordó su situación.
—Bakagami, ¿qué haces ahí? —preguntó el peliazul divertido—. Pensaba que las reuniones familiares no eran hasta Navidad —bromeó riendo ligeramente. Kagami le fulminó con la mirada, comenzando a enrojecer ante el esfuerzo de estar ahí colgado.
—¿A ti qué te parece que hago, imbécil? ¡Estoy huyendo de esa bestia infernal!
—¿Qué bestia? —interrogó, mirando a Kagami con el entrecejo fruncido y doblando una oreja en señal de curiosidad. El pelirrojo miró hacia el suelo vacío, no se había dado cuenta de en qué momento se había ido ese monstruoso animal.
—Había… estaba… te juro que me perseguía un lobo enorme. —Aomine rió ante el tono asustadizo de su hermano y oteó el borde de la pradera, donde pudo ver a la loba con la que ahora compartía sus tardes de descanso. La guiñó un ojo en la lejanía a sabiendas de que ella se daría cuenta y la vio girar hacia el bosque, dando un barrido con la cola contra el suelo en señal de despedida. Kagami seguía intentado moverse, sin éxito, ante la atenta mirada del moreno—. ¿Acaso piensas quedarte mirando? ¡Ayúdame a bajar de aquí!
—¿Bromeas? ¡Voy a por palomitas!
—¡Ahomine! —El moreno rió estruendosamente y cerró la ventana. Se tomó su tiempo en salir por la puerta con una pequeña escalera de tijera.
—Eres un idiota, Bakagami. —Le ayudó a bajar, sujetando sus muslos con las palmas de las manos y desenganchando con la cola la mochila que se había atorado en un saliente. Kagami cayó despacio en sus brazos, de espaldas a él. Cuando tocó el peldaño de la escalera con los pies, agarró la mochila que colgaba de la cola de Aomine y la lanzó al suelo, dándose la vuelta para bajar mejor. Dio un paso más abajo y sin darse cuenta quedó de frente a Aomine, su boca estaba a apenas unos centímetros y las morenas manos aún le sujetaban los muslos porque le había guiado para dar la vuelta. El corazón de Kagami se saltó un latido y él avanzó lentamente hacia los labios contrarios mientras los ojos de Aomine se abrían con sorpresa.
—¿Qué… —Se alejó de él por acto reflejo, atascando el pie en el escalón y cayendo asustado hacia atrás. Como aún sujetaba a Kagami, éste salió disparado por inercia detrás del moreno y ambos chocaron sobre el césped del jardín de forma abrupta. Aomine abrió los ojos y vio cómo el pelirrojo le miraba interrogante.
—Lo siento, ¿estás bien? —preguntó preocupado sin moverse ni un ápice de encima del peliazul. Éste se percató de que había enrollado su cola alrededor de la cintura de Kagami sin darse cuenta, para intentar evitarle el choque todo lo posible. Tragó duro.
—Sí… eres un madito desastre, Bakagami —El mentado le sonrió encima de él, con esa sonrisa angelical que Aomine no había olvidado y que le visitaba de vez en cuando en sus mejores sueños. Un ligero sonrojo pobló sus morenas mejillas y sus pupilas brillaron ante la imagen.
El sol se estaba poniendo, haciendo que las paredes de la casa tornaran casi del mismo rojo que el cabello del ángel que tenía sobre él. Kagami, que había puesto sus manos a ambos lados del peliazul para no aplastarlo tras el golpe, dobló los codos para acercarse de nuevo a los labios de Aomine, que le miraba impactado, ¿habría cambiado de opinión? Porque si lo tentaba de nuevo, ésta vez no sería tan idiota de apartarse.
—Kagami… —empezó cuando los labios contrarios ya estaban a tan poca distancia que era imposible que su destino no fuera su boca, pero el pelirrojo le cortó la queja con un tierno besos sobre ellos y se separó unos centímetros—. ¿Estás… —le interrumpió con otro dulce beso de nuevo, y esta vez atrapó ligeramente el labio inferior del moreno para soltarlo a continuación y volver a retirarse—. ¿Estás seguro de… —Kagami arqueó una ceja, sólo se separaba porque notaba que Aomine no respondía como él sabía que debía hacerlo, de modo que le cortó por tercera vez, repitiendo el mismo movimiento de antes y succionando sus labios.
—Cállate de una vez… —le espetó cuando se separó de nuevo. Al acercarse y volver a morder el labio inferior del peliazul, esta vez notó cómo con el labio superior atrapaba su boca y sonrió antes de seguir con el moviendo.
Descendió por completo sobre él, apoyando todo su peso sobre el cuerpo de Aomine, que ya estaba entretenido paseando su lengua por toda la cavidad del pelirrojo. Atrapó la morena mano que estaba descansando sobre el césped, porque ahí había quedado tras el golpe, y entrelazó sus dedos entre los contrarios suavemente mientras colocaba la otra mano en el mentón del peliazul para guiar los movimientos cada vez más inspiradores del beso. El moreno, por su parte, desató la cola del cuerpo de Kagami y la usó para levantar la camiseta que llevaba, deslizando su mano libre por la caliente piel de su espalda con movimientos circulares.
No quería pensar en lo que era correcto o en lo que no lo era; al fin y al cabo, la vida es un espacio de tiempo tan corto que a veces tienes que escoger el camino equivocado para poder ser feliz.
Mordisqueó con sus colmillos los carnosos labios de Kagami, haciendo que sus respiraciones tornaran más agitadas y su beso más candente. Pudo notar cómo el miembro del pelirrojo daba un tirón sobre el suyo y sonrió mientras movía su lengua más rápido, memorizando cada parte de la boca contraria. Su propio sexo empezó a despertar a una velocidad vertiginosa cuando el pelirrojo decidió cortar el beso para pasar su lengua de forma jodidamente sensual sobre su oreja humana, haciendo que un escalofrío le recorriera de pies a cabeza. Estiró sus felinas orejas y lanzó un ahogado gemido, echando la cabeza hacia atrás donde el suave y fresco césped le recibió de forma acolchada.
Al oír ese pequeño sonido Kagami notó otro tirón en su entrepierna y dobló un poco las rodillas para elevarse, abriendo un ligero espacio entre ellos que le permitía poder frotar su miembro con el de Aomine, realizando ligeros movimientos de adelante hacia atrás sobre su cuerpo y creando una fricción entre ambas erecciones que les hizo ronronear a ambos. Ese movimiento enloquecía a Kagami, que utilizaba la inercia del contoneo de su cuerpo para morder el lóbulo de Aomine, su mentón, sus labios… y así comenzó su descenso por la mandíbula, dando besos por aquí y por allá, mientras apretaba con cada vez más fuerza la mano del moreno, que sólo podía dejarse hacer y disfrutar desde esa posición. Cuando llegó al cuello del peliazul, notó algo y paró el movimiento, separándose para enfocar mejor lo que veía. Una fina marca enrojecida le rodeaba el cuello por completo. Los ojos de Kagami se abrieron de terror, dando un ligero apretón a la mano de Aomine, que colocó su palma contraria en toda la parte derecha de la cara del pelirrojo, mirándole con dulzura.
—No pasa nada, apenas dolió, pero era la única forma de quitarme esa cosa —explicó con la voz más dulce que le había escuchado poner nunca. Kagami se tranquilizó y posó su mano sobre la del moreno, apretándola más sobre su rostro mientras cerraba los ojos y suspiraba ante el contacto. Entonces la quitó para acercarse de nuevo a Aomine, colocándola en el césped para poder seguir moviéndose sobre él.
Bajó la cabeza hasta su cuello y besó la marca muy suavemente, y luego otra vez, y otra, y otra, y otra más, hasta que finalmente llegó a donde el suelo no le permitía seguir y pasó lentamente su lengua por toda esa herida que ya no se borraría, recordándoles lo que una vez tuvieron que soportar.
Se separó del moreno cuello y atrapó los labios de Aomine, al principio lento y después más rápido, reanudando el movimiento de sus caderas y dejando escapar gemidos de vez en cuando por culpa de ese contacto.
La fricción entre ambos miembros se volvió algo rápido en poco tiempo, el beso ya era más veloz, encajaban sus bocas con una exactitud perfecta cada vez que ladeaban el cuello. El peliazul no lo soportaba más, tenía que tocar a Kagami piel contra piel, tenía que hacerle susurrar, ronronear, gemir y gritar desesperado su nombre, en ese orden. Separó por fin la mano que agarraba la de Kagami a su lado en el suelo y, junto con la otra, bajó por todo el costado para quitarle la camiseta por la cabeza. Como el pelirrojo tuvo que incorporarse un poco para lograrlo, aprovechó raudo ese lapso de tiempo e hizo fuerza con los abdominales para despojarse también de la suya. Agradecía estar en verano porque no pensaba tomarse la molestia de entrar en la casa, la temperatura era perfecta, y aunque no lo hubiera sido, sus cuerpos estaban tan calientes que no lo hubieran notado.
Ambos observaron al otro, Aomine tumbado en el suelo sobre el césped y Kagami semi-sentado sobre él. El moreno se relamió, observando la figura que tenía delante, Será cosa de familia, pensó cuando se dio cuenta de que se estaba comiendo al pelirrojo con la mirada. Sus abdominales estaban perfectamente marcados, al igual que los pectorales y los tríceps, todo, absolutamente todo en Kagami le parecía perfecto. Se relamió por segunda vez y levantó la vista hasta encontrar la contraria, que parecía entretenida en algún punto sobre su ombligo. El pelirrojo colocó la palma de la mano en la tripa de Aomine y la ascendió por los morenos abdominales perfectamente tonificados, para después pasar por un pezón, y luego por el otro, y terminar perfilando su cuello.
Posó tres yemas de los dedos sobre el labio inferior de Aomine, separándolo ligeramente para mostrar sus blancos dientes, pero no paró ahí, le abrió ligeramente la boca, metiendo los dedos dentro. El moreno los lamió de lado a lado y asestó un pequeño mordisco de impaciencia. Kagami sonrió y sacó la mano, mirándolo lascivo, seductor y lujurioso, ¿Qué ha hecho ese Kise con mi adorable Kagami?, pensó el moreno cuando el pelirrojo se agachó de nuevo y comenzó a morder uno de sus pezones. Elevó el trasero quedando completamente 'a cuatro patas' sobre Aomine, y bajó la mano que tenía libre –puesto que debía hacer fuerza con la otra para mantener esa posición– a una de las rodillas del moreno, por la que subió hasta llegar a cadera, donde la bajó por la parte interna del muslo y atrapó con suavidad los testículos del peliazul, que soltó un gemido ante los estímulos que le estaba produciendo. Continuó en ascenso por ellos hasta que llegó a la base del miembro de Aomine, donde hizo más fuerza pasando toda la mano por la longitud contraria, sobre el pantalón.
—Ufff… —Oyó cómo el peliazul sofocaba los gemidos, tumbado sobre el césped con los ojos cerrados, paseando sus manos por la espalda de Kagami con rapidez y con la cola ahora colocada en la parte baja de la espalda del pelirrojo, rozándole el culo de vez en cuando. Sonrió antes de cambiar al otro pezón porque ya había logrado lo que quería con ese y atrapó la goma del pantalón, metiendo un par de dedos bajo ambas prendas para acariciar sólo un poco el glande del moreno, que repitió el gemido de antes pero de una forma más audible. Entonces mordió con un poco de fuerza ese botón rosado a la par que apretaba con sus dos dedos, haciendo que Aomine diera un respingo mezcla de dolor y placer.
Después de eso, se separó de él, se colocó a un lado rápidamente y agarró la goma tanto del pantalón como de los bóxers, ya no estaba para tonterías, llevaba esperando eso meses. Aomine entendió al instante y elevó sus caderas para que pudiera quitarlos, levantando después las piernas. Le quitó también ambas zapatillas y las lanzó por ahí, a cualquier parte, le daba igual; y ya que estaba quitó también los calcetines. No quería ver cubierta ni una sola parte de ese esculpido cuerpo que tantas ganas tenía de tocar y sentir. Iba a echarse de nuevo sobre él cuando notó la penetrante mirada del peliazul.
—Ts, ts, ts. —Chocó la lengua con el paladar cerca de la línea de la dentadura, como cuando le indicas a alguien con ese sonido que no está haciendo algo bien. Kagami le miró curioso y él le respondió alzando la ceja con cara de vicioso y levantando la mano para estirar su índice mientras se incorporaba sobre sus codos. Señaló la cintura del pelirrojo e hizo movimientos verticales con el dedo.
La comisura de sus labios se estiró formando una mueca de perversión cuando el pelirrojo entendió, sonrió también de forma lujuriosa y comenzó a desabrocharse los pantalones lentamente, que cayeron un poco mostrando unos azules bóxers. Sin quitárselos aún, levantó ambos pies intercaladamente para deshacerse de zapatillas y calcetines. Sentir el frío césped bajo las plantas de los pies era una sensación maravillosa. Colocó la palma de su mano en su propio pecho, pasando por sus pezones antes de arrastrarla hasta su ombligo y continuar su descenso, levantó la goma del pantalón para que cayera por completo hasta el suelo y lo apartó con los pies. La forma de su miembro era completamente visible a través del apretado bóxer, que estaba tensado hacia fuera por culpa de la excitación de su dueño.
Las pupilas del moreno se clavaron en ese bulto, Kagami pudo observar cómo la libre erección de Aomine se tensaba ligeramente y su cola comenzaba un vaivén un tanto histérico. Ambos sonrieron completamente cachondos. El pelirrojo volvió a pasar su mano sobre su miembro, frotándolo por fuera y entrecerrando ligeramente los brillantes ojos ante su propio contacto, Aomine hizo ademán de incorporarse para agarrar su propio miembro, pero esta vez fue el turno de Kagami de interrumpirle.
—Ts, ts, ts —pronunció con una sonrisa ladina, y el peliazul le fulminó con la mirada antes de volver a sujetarse sobre los codos. Entonces el pelirrojo agarró la goma y se quitó la última prenda, dejando en libertad la erección que tanta atención le pedía ya. La agarró con cuidado y comenzó a masturbarse ante la mirada de Aomine, que se moría por ser él el que lo tocara, o porque fuera a él al que masturbara. Se mordió el labio con el colmillo, acercando la cola a su parte baja despacio, pero Kagami lo notó y le increpó con la mirada, de modo que el peliazul suspiró y la alejó de nuevo. Los movimientos del pelirrojo eran cada vez un poco más fuertes, y comenzó a gemir cuando sus mano terminaba el recorrido en su glande mientras que con la mano libre se frotaba uno de los erectos pezones. El viento sopló ligeramente, recordándoles a ambos que estaban en la calle, pero no les importó. El sol ya se estaba poniendo, pero la luz del porche de la casa estaba encendida, y esa noche había luna llena.
El más bajo dejó de tocarse y se colocó de nuevo entre las piernas de Aomine, gateando lentamente hasta que la boca del peliazul logró atrapar la suya violentamente. Se besaron mientras Kagami frotaba ambas erecciones ahora sin restricciones y con fervor. Poco después, paró de nuevo y besó al peliazul por todo el pecho hasta llegar a su ombligo, donde dio un mordisco que dejó marca y continuó su descenso. Los ojos de Aomine brillaron de anticipación ante lo que sabía que iba a suceder. Aunque era la primera vez de ambos haciendo eso, se estaban esforzando por hacerlo lo mejor posible, y no les estaba costando mucho debido al increíble deseo que sentían el uno por el otro.
El pelirrojo alcanzó el miembro de Aomine y besó la punta para acabar con la ristra de besos antes de meterlo en su boca. Apretó el glande con los labios y comenzó a insertarlo poco a poco, sopesando hasta dónde podría llegar. Para sorpresa de ambos, casi podía abarcar el pene por completo y el peliazul le miró entre sorprendido y lujurioso, con una sonrisa nerviosa en su rostro. Kagami le devolvió la mirada y comenzó a internar y sacar el miembro de su boca, haciendo presión con los labios para que disfrutara más. El líquido pre-seminal se mezcló con su saliva, haciendo el trabajo más fácil. Aomine comenzó a gemir al poco rato, recuperando su postura en el suelo por culpa del placer, cerrando los ojos para disfrutar la sensación, agitando la cola al aire y moviendo ligeramente la cadera para acompasarse a los embates del pelirrojo.
—Ahh… ah… ¡ahh..! —Kagami quería sonreír ante los gemidos de esa pantera que ahora estaba a su merced y, aunque en esa situación no podía, la sonrisa de felicidad llegaba hasta sus ojos, que brillaban como nunca. Notó cómo la cola de Aomine se paseaba por entre sus piernas, rozando sus testículos y frotando con la punta toda esa zona, pero sin realmente mucha fuerza ya que el placer que estaba sintiendo no le permitía controlar del todo sus movimientos. El pelirrojo alcanzó con una mano uno de los pezones del moreno, el cual empezó a frotar, rozar y pellizcar con sus dedos de forma experta, al menos eso lo había experimentado sobre sí mismo y sabía cómo hacerlo. Notó la palma de Aomine sobre su cabeza, haciendo una ligera presión en busca de más contacto y velocidad, y él obedeció encantado. El peliazul tironeaba de su pelo por momentos, mientras su miembro entraba casi por completo en su cavidad bucal. Colocó la otra mano en los testículos de Aomine, apretando ligeramente y acariciándolos cuando no lo hacía. Probó a morder con suavidad la parte de arriba del pene de Aomine de vez en cuando, produciéndole un escalofrío que le hacía encorvarse sobre su eje y emitir algo más que gemidos.
—¡Mhh! Ahhh… ghña… —Los sonidos que salían de su boca calentaban más al pelirrojo, que tenía el miembro durísimo y le dolía ligeramente. Agudizó el ritmo de su boca, aunque Aomine ya se estaba encargando de empujar su cabeza sin demora, y poco después notó cómo el moreno se encorvaba de golpe.
—Kag… yo… voy a… —Kagami sabía lo que intentaba decirle, así que hizo un último esfuerzo en aumentar todo lo que podía el ritmo, ya que el cuello le estaba empezando a doler un poco por el esfuerzo. Y funcionó. Aomine se corrió en su boca apretándole más contra él con la mano que tenía sobre su cabeza—. ¡Ahhhhhh…! —gruñó al aire de forma bastante audible cuando el orgasmo le atravesó, haciéndole tensar la cola por completo antes de que quedara muerta sobre el suelo, realizando el típico movimiento circular con la punta que hacía cuando le gustaba algo. El pelirrojo tragó algo de la esencia del peliazul y el resto la dejó escapar lubricando de arriba abajo toda la longitud de Aomine con una última mamada lenta que le provocó un escalofrío.
Ambos jadeaban, Kagami por el esfuerzo y el calentón de haber visto en esa condición al moreno y éste por el placer que acababa de recibir. El pelirrojo gateó sobre él dando besos ahora en dirección ascendente hasta que llegó a la boca de Aomine, el cual tenía uno de sus antebrazos tapándole los ojos. Respiraba entrecortadamente e intentaba calmarse, pero cuando notó el aliento de Kagami sobre su boca, apartó el brazo y le miró, avanzando los centímetros que los separaban para besarle efusivamente de nuevo, sabía que era su turno, y sabía lo que quería. No se lo iba a permitir muchas veces, pero le parecía justo que la primera vez fuera su amado pelirrojo el que eligiera cómo hacer las cosas ya que él había sido un egoísta en el pasado y no quería estropearlo por algo así.
Él no se había enamorado de Kagami a primera vista, o había pensado en algún momento 'oh, este chico me gusta, quizás lo intente', no, él simplemente un día se dio cuenta de que quería estar con él, simple y llanamente. Había sido un amor tan natural, que nunca supo qué fue lo que le enamoró: si su preciosa su sonrisa, la preocupación de sus ojos cuando le soltaba las descargas, su cálido cuerpo rozando el suyo cuando leían, sus mejillas sonrojadas cuando le decía algo vergonzoso, su tartamudeo cuando se ponía nervioso… Había sido un enamoramiento tan natural, que ni siquiera tenía explicación. Por eso le iba dar todo lo que quería, ya se tomaría la revancha después, si él quería, claro, porque aún no estaba seguro de si Kagami había cambiado de opinión sobre lo de estar juntos aun siendo hermanos, o si eso estaba siendo un desliz que después le pediría que olvidara.
Se separó de su boca dando otro pequeño mordisco con el colmillo en el labio ajeno. Kagami le miró interrogante, intentando que Aomine respondiera una pregunta que no quería formular y que, en realidad, el peliazul ya había pensado por sí mismo. Pero quería ver a su pelirrojo vergonzoso en acción, de modo que cuestionó.
—¿Qué pasa con esa mirada?
—Ya lo sabes… —respondió avergonzado Kagami.
—No, yo no sé nada —afirmó divertido, y entonces el pelirrojo pudo notar cómo la cola de Aomine pasaba por entre sus nalgas de forma bastante provocativa y peligrosa, haciéndole dar un respingo.
—Esta vez yo me encargaré de eso… —dijo Kagami con un poco más de seguridad mientras le fulminaba con la mirada.
—¿Hah? ¿Y eso por qué? Lo lógico es que sea al revés, porq–
—Porque lo digo yo, y porque… bueno, mírate. —Sus mejillas se colorearon aún más, mirando a su pantera rendida bajo su cuerpo—. Estás adorable ahí abajo, como un gatito. —Las orejas de Aomine se tensaron y entrecerró los ojos con odio, no le gustaba que lo llamaran así, pero sabía que Kagami lo decía con todo el amor del mundo.
—Así que un gatito… uh —susurró de mala gana. Agarró las finas hebras rojas de Kagami para chocar sus labios contras los propios sin previo aviso, dándole un fogoso beso que le robó el aliento en pocos segundos, luego se separó y le miró a los ojos—. Aprovecha bien esta oportunidad, porque el gatito no te dará otra. —Y dicho eso le besó de nuevo como antes, sin dar oportunidad alguna al pelirrojo de contestar.
Comenzaron de nuevo con ese ritmo frenético de besarse, la cola de Aomine se elevó otra vez para acariciar la espalda de Kagami, el cual pasó una mano sobre la peliazul cabeza, acariciando las orejas con cuidado y haciendo que éste ronroneara bajo sus atenciones. Después bajo la mano por el moreno pecho hasta que alcanzó de nuevo sus pezones, que aún estaban sensibles por el reciente contacto. Los masajeó un rato mientras Aomine se dedicaba a acariciar todo su cuerpo con una mano mientras con la otra rozaba el miembro de Kagami poco a poco.
El pelirrojo bajó aún más sus manos, hasta el débil miembro del peliazul que volvía a despertar con sus besos, caricias y mordiscos por aquí y por allá, pero esta vez, tras acariciarlo para recuperar parte del líquido con el que lo había lubricado, llevó sus mojados dedos más allá. Aomine separó ligeramente las piernas ante el contacto, para darle más acceso a la zona que estaba buscando, y Kagami salió de la parte del cuello que estaba besando para mirarle con una ceja elevada.
—¿Qué? Ya he dicho que seré un gatito bueno~ —ronroneó el peliazul divertido, a sabiendas de que estaba descolocando por completo a su pelirrojo, que probablemente hubiera esperado una pelea por la posición, o al menos, algo de reticencia. Pero Aomine no era así, cuando él decidía hacer algo, lo hacía bien, como Dios manda, o si no prefería no molestarse en intentarlo. Era una persona decidida y quería a Kagami, por eso le iba permitir tocar donde jamás tocaría nadie más.
El pelirrojo volvió a su trabajo en el cuello de Aomine mientras uno de sus dedos presionaba sobre la cerrada entrada del peliazul haciendo algo de fuerza para abrirse paso. El hecho de que el moreno estuviera colaborando ayudaba bastante, no es como si tuviera pensado atarlo a una cama para violarlo sin piedad, pero jamás hubiera imaginado que abriera sus perfectas piernas para él, no al menos sin pedir algo a cambio o vengarse después. Un escalofrío le recorrió la espalda y arqueó una ceja, es eso, seguro que tenía algún tipo de venganza horrible preparada para él; en ese caso, jugaría todas las cartas en su turno.
Logró insertar el dedo poco a poco, moviéndolo hacia cualquier lado para empezar a dilatar la arrugada entrada, Aomine no parecía estar molesto por el momento, seguía ronroneando, acariciando su espalda y masajeando su pene mientras la cola se movía cada vez por una parte diferente de su cuerpo. El peliazul dejó de acariciar la erección de Kagami y pasó a agarrarla para masturbarla, con movimientos fuertes que iban desde la base hasta la punta, sacando algunos gemidos del pelirrojo.
—Ahhh, A-aomine… no… ahhh. —Le daba igual lo que dijera, él no pararía. El pelirrojo dejó caer la cabeza en la clavícula de Aomine, sudando de placer por culpa de la masturbación que el moreno le estaba provocando. Comenzó a meter y sacar el dedo poco a poco, abriéndose paso a través de la apretada carne del peliazul, cuyo miembro ya estaba casi despierto por completo otra vez. Era increíble lo rápido que se recuperaba ese chico. Se preguntó si ser híbrido tendría algo que ver, pero se olvidó de eso cuando Aomine clamó sus labios de nuevo, acercando su rostro con la mano hasta que sus bocas chocaron y comenzando a besarlo apasionadamente. Notó en sus abdominales el miembro del moreno haciendo presión contra él mientras seguía insertando y sacando el dedo.
Cuando ya entraba con fluidez, decidió meter el segundo. Aomine se arqueó ligeramente, soltando un pequeño gruñido bajo mientras su cola se tensaba en el aire con cada entrada de los dedos, eso ya empezaba a molestarle un poco, pero nada que alguien como él no pudiera soportar. Aumentó un poco el ritmo del beso y de la masturbación que ejercía sobre su amado para tratar de olvidar la intromisión que sentía en su trasero, lo que no sabía era lo mal que lo estaba pasando el pobre Kagami, cuya erección ya le dolía desde hace rato, llevaba bastante tiempo conteniéndose, pero si Aomine no paraba un poco, acabaría por correrse antes de tiempo.
—A-aomine… —intentó explicarle, pero éste seguía bombeando su pene sin piedad. Pudo ver cómo sonreía petulante, como diciendo "yo no seré el único que sufra aquí", y Kagami volvió a apoyar la cabeza sobre el pecho del moreno para intentar aguantar. Comenzó a abrir los dedos dentro de Aomine, haciendo movimientos en forma de tijera mientras los metía y los sacaba, pero notó que la lubricación empezaba a ser escasa.
Por su parte, el peliazul disfrutaba al notar lo tensa que estaba ya la erección de Kagami, sabía que tenía que estar apunto, de modo que acercó la cola para masajear con ella sus testículos mientras aceleraba aún más el rimo. El efecto fue instantáneo: Kagami alzó la cabeza. Tenía las mejillas totalmente rojas, los ojos brillantes con las pupilas dilatadas y las puntas del pelo mojadas por el sudor. Abrió los dedos una vez más en el interior de Aomine antes de llegar al orgasmo con un aullido.
—¡Ahhhh! Maldita sea… Aomine… te dije… —El moreno sonreía orgulloso, retirando su mano del miembro de Kagami para acercarla a su boca y lamerse los dedos de forma seductora, éste le miró embobado mientras recuperaba la respiración. A pesar de que el placer del orgasmo aún le recorría el cuerpo, apenas tardó en volver a su trabajo, quería ser uno con el moreno, así que sacó los dos dedos que había mantenido dentro de Aomine y los pasó por el ombligo y la tripa del peliazul, donde ahora estaba su semen. Volvió –ahora con los dígitos lubricados– a insertar los dos dedos y la cola salió de nuevo disparada de entre las piernas de Kagami para tensarse con el pequeño dolor. El pelirrojo no espero más antes de insertar el tercer dedo, el cual costó un poco de meter al principio. Aomine se arqueó de nuevo, eso ya le dolía un poco más y, auque sabía que podría seguir aguantándolo, prefería hacerlo mientras besaba a Kagami.
Le tironeó del pelo para levantar la rojiza cabeza de su pecho, que subía y bajaba de forma descontrolada. Ambos estaban rojos y completamente sudados, el césped ya no les proporcionaba el frescor de antes, por eso cada vez que soplaba el viento, ambos cerraban los ojos encantados con la sensación. Se besaron de nuevo, atrapando los labios del contrario y chocando sus lenguas. Kagami insertaba ya los tres dedos mientras los abría dentro para expandir el diámetro, y el peliazul tensaba la cola con cada uno de esos movimientos. Poco a poco empezó a experimentar un calor que salía de aquella zona y le llegaba a todo el cuerpo, y el dolor empezó a convertirse en algo… fluido y placentero. Arqueó una ceja, consciente de que él mismo quería más. Ambas erecciones volvían a frotarse erectas por completo y Kagami se separó, sacando esos tres dedos y abriendo un poco más las piernas del moreno, que le miró con la roja luz de la luna reflejada en sus retinas. Desde el Apocalipsis, las lunas llenas eran rojas y las nuevas, azules.
Aomine estaba preparado, con las manos a los lados y la cola danzando por ahí, no tenía miedo, se trataba de Kagami; además, ¿qué podía ser peor que aquellas horribles descargas? El pelirrojo agarró su pene con la mano y lo posicionó en la entrada, suspirando antes de insertarlo todo lo que pudo en Aomine, que lanzó un gruñido bastante sonoro y se arqueó casi por completo, intentando huir del dolor. Al final, eso había sido peor que las putas descargas.
Notó un pinchazo atravesarle desde el final de su espalda, cerca del nacimiento de su cola hasta la cabeza, le escocía el trasero de forma infernal, y notó otra punzada de dolor en algún punto dentro de él cercano a su miembro. Kagami le miró preocupado, pero la cola del peliazul bajando por su brazo, le dio a entender que todo estaba bien. Esperó un poco, moviéndose de forma milimétrica para esperar a que la entrada del peliazul se acostumbrara a su grosor pero, joder, estar dentro de Aomine era extraño cuanto menos, todo su miembro estaba rodeado de ardientes anillos de carne, que le producían una sensación mezcla de ahogo y placer, casi podía sentir cómo su erección palpitaba dentro, rezando por algo de movimiento. Entonces notó un ligero movimiento de cadera por parte del peliazul, y comenzó a moverse poco a poco, entrando y saliendo.
Rápidamente los gemidos de ambos inundaron la explanada.
—Ahhh, ahhh, ahhh… —Kagami entraba y salía con rapidez disfrutando como nunca del roce de Aomine. Sus jadeos hacían eco en el bosque y su corazón parecía que se le iba a salir del pecho en cualquier momento. Entonces Aomine separó un poco las rodillas, y el pelirrojo chocó contra el peliazul con más fuerza para después inclinarse sobre él y pasar su mano alrededor de la morena cintura. El peliazul estaba casi peor que él: su cola casi volaba de lado a lado en un lateral de ambos, estaba claro que ya no la controlaba, al igual que sus manos, de las cuales una la había pasado por la espalda de Kagami, rozando ligeramente la suave piel con sus uñas, mientras la otra masturbaba su propia erección. Se encontraba tumbado y arqueaba su cuerpo con las embestidas más fuertes.
—Mnggg… ah… ahhh… —Ambos estaban al límite, y lo sabían. El pelirrojo elevó las caderas del moreno con su brazo, haciendo fuerza con el otro sobre el suelo, y empezó a embestir sacando su miembro casi por completo para después clavarlo de golpe en Aomine. Y ahí fue—. ¡Ahhh, joder, Taiga! —Encontró el punto que volvía loco al peliazul, y oír su nombré le provocó aún más éxtasis.
Le dio todo lo que pudo, sin descanso. La pantera gritaba literalmente bajo sus brazos, y él… él estaba por tocar el cielo. Con una última estocada especialmente fuerte, Aomine acabó corriéndose sobre su estómago mientras clavó con ahínco las uñas a lo largo de toda la espalda de Kagami en repetidas ocasiones. Una sensación de placer inigualable se había extendido sobre él, abrió los ojos poco antes de notarla, y cuando vio el erótico rostro de placer que tenía Kagami, el éxtasis llegó de golpe, y le llevó al paraíso. Un calambre le traspasó todo el cuerpo, y sus músculos se tensaron por completo, las orejas quedaron tiesas y la cola completamente alargada.
El pelirrojo, al sentir cómo todo el interior de Aomine le aprisionaba, cerró los ojos y terminó dentro, viendo luces blancas en la oscuridad, el orgasmo también le golpeó por entero y un escalofrío recorrió todo su ser. Se quedó unos segundos dentro antes de salir del peliazul, jadeando con los ojos cerrados mientras disfrutaba de las réplicas que le estaban surgiendo y después se separó para que el moreno pudiera estirar las piernas. Se tiró rendido a su lado. El frío césped le refrescó todo el cuerpo, sintiendo un alivio instantáneo por todos sus músculos. Entre jadeos, Aomine pudo oír ese ronroneo de placer.
—Ahhhh… —Él también quería.
—Bakagami —suspiró entre respiraciones—. Rueda para allá. —Respiró de nuevo. Kagami ni se molestó en preguntar la razón y sólo giró sobre sí mismo, alejándose del moreno hasta dar con su espalda de nuevo sobre el césped. Aomine lo imitó, quedando a su lado sobre la fría hierba. Como él había estado sobre el suelo en todo el proceso, había dejado toda la marca de su cuerpo sobre el prado ahora empapado en sudor.
El sol hacía rato que se había puesto, y sólo quedaba la luz de la roja luna que parecía hacer un guiño a la catástrofe que en ese mismo suelo habían sufrido años atrás. Kagami acercó su mano a la de Aomine, que se la entrelazó al instante mientras intentaban recuperar una respiración normal. Una brisa fresca les azotó el cabello y ambos suspiraron a la vez:
—Ahhhh…
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.
– XIV –
El césped ya volvía a estar aplastado bajo sus espaldas y Aomine se levantó estirando sus brazos y su cola hacia el cielo. Kagami le miraba con una sonrisa estúpida, era el hombre más feliz sobre la faz de ese mundo en ruinas. Rió por lo bajo al ver todos los restos de hojas pegados en la espalda del moreno y otras tantas marcas del césped sobre el que había estado y se incorporó a su lado, estirándose también.
—¡Ghñññ! —Su hombro sonó al recolocarse, ya que había hecho mucho esfuerzo para sujetar a Aomine durante todo el final—. Qué gusto estirarse. —El peliazul le miró y le dedicó una sonrisa—. Tienes la espalda llena de hojas —le indicó Kagami, quitando una del largo pelo de su cabeza. Aomine giró las orejas y alzó la cola, barriendo con ella toda su espalda.
—Vamos dentro, nos vamos a congelar aquí fuera. —Tenía razón, después del ejercicio, se habían quedado largo rato tumbados mirando el firmamento lleno de estrellas al lado de la luna, de modo que ahora estaban bastante fríos porque el sudor se había secado sobre ellos. Se pusieron sólo los bóxers, agarraron toda la ropa que había por ahí y entraron a la casa. El peliazul le indicó dónde estaba la lavadora y se fue a encender la chimenea del salón y de su habitación, también abrió el sofá-cama que tenía frente al fuego para que pudieran estar cómodos después, volviendo al poco rato con un par de pantalones y una camiseta mientras Kagami revisaba la casa.
—No me apetece subir a buscar algo, ponte esto —dijo lanzándole un pantalón de pijama largo marrón y una camiseta también de manga larga del mismo color pero más oscura. Él se colocó unos pantalones azules deportivos de invierno y no se puso camiseta de ningún tipo. Kagami obedeció.
—Guau, la estás dejando genial, Ahomine. No sabía que se te diera bien esto. —El peliazul le miró con una ceja alzada.
—No hay nada que se me de mal —afirmó mirando a Kagami altanero. Pero éste se acercó a él en dos pasos y le miró divertido, disfrutando el momento antes de ponerse un poco de puntillas y susurrar en su oído.
—Dibujar~. —El peliazul se giró indignado, iba a matar a Kise, pero no le dio tiempo de reclamar nada cuando Kagami le estampó un dulce beso en los labios. Se separó antes de que fuera a más de nuevo—. ¿Quieres que prepare algo de cenar? —dijo inocente, buscando la situación de la cocina. Pero después de ese beso, Aomine necesitaba estar seguro de algo.
—Kagami… —comenzó con un tono más serio y triste. El pelirrojo se giró ipso facto a mirarle—. ¿Estás seguro de esto?
—¿Qué si estoy seguro de qué? —Oh, claro, no se lo había dicho. Se acercó a Aomine de nuevo y le miró a los ojos. Se alzó lentamente y le besó de nuevo, pero esta vez fue distinto: lento, profundo, con más pasión y sentimiento que nunca, transmitiendo todo su sentir de esa sencilla manera.
Se separó de nuevo y a pocos centímetros de su boca murmuró con las mejillas sonrojadas por la vergüenza, pero con un tono de seguridad.
—Te quiero, Daiki, más que a nada. —Los ojos de Aomine se abrieron como platos, ni siquiera creía que recordara su nombre, puesto que se lo dijo casi gritando cuando se conocieron y nunca lo volvió a repetir. Él también le quería, le amaba, pero no era eso lo que quería saber; quería estar seguro de que no se arrepentiría, porque él cuando amaba, amaba por completo, sin medias tintas; él jamás se plantearía si lo quiere, eso era como respirar, jamás dejaría de amarlo porque le había devuelto algo que nadie más podía ofrecerle: las ganas de seguir viviendo y querer ser feliz.
Suspiró y, a pesar de que eso podría ofender a Kagami, repitió.
—¿Estás completamente seguro?
—¿No me has oído? —dijo algo enfadado el pelirrojo. Le acababa de besar como lo había hecho y él seguía insistiendo.
—No quiero que después vuelvas a retractarte porque somos hermanos y me de–
—¡Ah! —El grito de Kagami desorientó por completo al peliazul—. Joder, le eché la bronca a Kise por esto mismo y ahora lo hago yo… se me ha olvidado decirte lo más importante. —Aomine le miraba expectante, no tenía ni idea de lo que hablaba, ni de qué tendría que ver Kise en todo eso, así que escuchó atentamente con las orejas en punta cuando Kagami dijo felizmente—. ¡Tú y yo no somos hermanos de sangre! —Los azules ojos se abrieron por completo.
—¿Qué? ¿Estás seguro?
—Oh, sí, Kise investigó unos documentos y… tuvo que pagar a alguien… creo, y después me dijo algo de seducir a un tipo de la mafia que le dio un documento de tu abuelo que…–
Pero Aomine ya no le escuchaba, era todo lo que necesitaba oír, le agarró con fuerza por las nalgas alzándolo del suelo y lo estampó contra el tabique del salón, besando sus labios desesperadamente de forma ávida, ansiosa, deseosa, hambrienta y ardiente. La cabeza de Kagami golpeó fuerte contra el muro, pero no le importó, respondió al beso con la misma pasión que Aomine.
Con tan solo dos minutos así, sus cuerpos volvieron a calentarse, comenzando a sudar poco a poco de nuevo. El peliazul golpeaba a Kagami contra la pared cada vez que éste intentaba hacer más fuerza que él para profundizar el beso. Le mordió el labio con fiereza, provocándole una ligera herida sin querer con el afilado colmillo, cuya sangre absorbieron unos labios vehementemente, no se supo cuales. Sus lenguas chocaban ardientes de deseo, danzando de lado a lado y chupando los labios ajenos cuando se acercaban lo suficiente, para después volver a alejarse rápido por lo ansioso del beso.
Clavó las uñas en la morena espalda, arañándolo con fuerza cada vez que éste le golpeaba contra el muro y, cuando notó la cola pasar cerca, la agarró con la mano, acariciándola con fuerza. Eso hizo que el moreno le estampara de nuevo, frotando su entrepierna contra la de Kagami con ahínco y un completo deseo sexual mientras él rodeaba con sus piernas el cuerpo de Aomine.
El peliazul lo estampó de nuevo y giró para cargarlo hasta el sofá-cama que había abierto antes, quedando como una cama de matrimonio al lado de la chimenea cuyo fuego ya empezaba a calentar la estancia. Cortó el beso y clavó sus colmillos en el cuelo del pelirrojo, haciéndole lanzar un grito ahogado de dolor al que respondió arañando con todas sus fuerzas la morena espalda. Aomine siseó ante el dolor del arañazo y, separando con ayuda de su cola el agarre de su espalda, lo lanzó contra la cama. Kagami quedó ahí tendido, mirándolo presa del susto y de un nuevo deseo que empezaba a hervirle la sangre, un deseo que, visto lo visto, quizás podría llegar a ser algo… peligroso. Aomine sonrió con picardía y se lanzó sobre él.
—Ahora es el turno del gatito —dijo en un murmullo con voz ronca y algo despiadada. Kagami intentó alargar los brazos para agarrarse a su cuello, pero el peliazul atrapó su mano izquierda con la derecha y la colocó con fuerza contra el cojín, sin permitirle hacer movimiento alguno. Su cola danzaba tras ellos en un vaivén de movimientos erráticos. A continuación agarró la camiseta de Kagami y empezó a tirar hacia arriba para deshacerse de ella, pero al ser de manga larga era difícil por culpa de la posición y de la tensión sexual del momento. Aomine quería quitarla. Ya. No quería prenda alguna sobre su pelirrojo. Así que tiró más fuerte.
—Idiota, para, la vas a–. —El sonido de la camiseta partiéndose en dos por el costado inundó el ambiente. El pelirrojo miró a Aomine boquiabierto, y éste miró la tela rota entre sus manos.
—¡Miau! —dijo antes de repetir el proceso y arrancar la camiseta de Kagami de su pecho, literalmente. Tiró por ahí las telas que habían quedado y le quitó de un tirón los pantalones y los bóxers. El pelirrojo no fue lento e hizo lo mismo con los de Aomine.
Volvió a tirarse sobre él, lanzando mordiscos por donde le complacía y besándolo como si no hubiera mañana, seguramente al día siguiente tendrían los labios rojos e hinchados, pero le daba igual.
Sus miembros rozaban fuerte y sin control, quedando a veces en un lado o en otro respectivamente. Aomine bajó una mano e insertó un dedo en Kagami, el cual gimió de sorpresa y le arañó todo el hombro. El peliazul estaba ansioso y fuera de sí, ahora que sabía que no eran hermanos y que Kagami lo amaba, su instinto más básico se había puesto en marcha, y sólo quería estar dentro del pelirrojo lo más pronto posible, no era sólo un deseo o un anhelo, no, lo necesitaba. Embistió con el dedo la apretada entrada hasta que no le costó tanto y puso un segundo dedo en juego. Los arañazos de Kagami sobre su espalda se hacían cada vez más profundos, pero él no notaba el dolor, sólo quería consumir todo ese cuerpo que se rendía ante él. Pasó la cola por el cuello contrario, bajó la cabeza para atacar por el otro lado y mordió de nuevo clavando los colmillos en el hueco entre el hombro y el cuello.
—¡Ahhhh! —Kagami gimió, eran demasiados estímulos juntos, demasiadas sensaciones, ya no diferenciaba qué le dolía y qué le agradaba, todo se había convertido en nada, sólo quería que Aomine no parara y, aunque jamás pensó que algún día anhelaría eso, sólo quería que le diera duro, muy duro, que se desfogara sobre él sin piedad porque lo que ahora tenía encima no era humano. Agarró la cola que le rodeaba el cuello causándole un ligero ahogo y la apretó, haciendo que los dedos de Aomine entraran más profundo en él.
Le penetró por última vez con los dos que tenía y los sacó, subiéndolos a la boca de Kagami, que los internó rápido entre sus labios y los chupó y ensalivó por todas partes mientras Aomine miraba maníaco la expresión de su cara: sonrojado, casi sin respiración, y con los ojos brillantes con algo de agua en ellos. Sí, así es como quería verlo, disfrutando de algo que ni él mismo sabía que podía disfrutar, de un modo más salvaje y voraz, como eran ellos.
Cuando creyó que ya estaban lo suficiente lubricados, Kagami pegó un mordisco en ellos que hizo pegar un bote al peliazul, el cual le sonrió vengativo y bajó la mano de nuevo. El pelirrojo aún sentía pinchazos de dolor en su parte trasera cuando Aomine retomó las penetraciones con dos dedos. Los abría y cerraba rápido y no tardó mucho en meter el tercero y apretar para abrirse hueco en esa entrada cálida y estrecha cuya polla ya anhelaba. Kagami se retorcía bajo él, tenía la cola enredada a su cuello, la mano de Aomine no le permitía hacer muchos movimientos y le escocía el trasero, pero el placer que estaba sintiendo al ver a su pantera en acción, oh, eso podía mitigar cualquier dolor. Su miembro se tensó aún más con ese pensamiento y notó cómo los dedos escudriñaban en su interior.
—Ñhhhgg… ahh… ahh… —El peliazul amaba escuchar a Kagami gimiendo bajo su cuerpo y le mordió el lóbulo de la oreja, perfilando con la lengua la parte interior mientras respiraba entrecortadamente sobre ella. Bajó hasta el cuello, desatando la cola y mordiendo y besando cada hueco que encontraba. Succionó un par de zonas especialmente sensibles que hicieron jadear al más bajo, lo iba a marcar a más no poder para que recordara lo que le había hecho sentir. Sus miembros continuaban frotándose, ambos duros y erectos por completo, y Aomine se entretenía arañando con el pie el tobillo del pelirrojo mientras le introducía los dedos y le besaba con desesperación. Kagami entonces pegó un mordisco en el labio de Aomine, que siseó de dolor y se relamió.
El pelirrojo le apartó empujando su pecho y haciendo que sacara los dedos y se quedara de rodillas, expectante y con la cola en alza. Se sentó frente a él y, mordiéndose el labio de forma muy provocativa, le indicó con el índice que no esperara, haciendo un movimiento que sólo podía significar "ven aquí y hazme tuyo". El peliazul tardó una milésima de segundo en colocarse entre sus piernas y Kagami se dejó caer sobre el sofá con el golpe que le provocó. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al sentir el pecho de Aomine sobre el suyo de nuevo y su erección se tensó todo lo que podía tensarse. Ese chico le ponía demasiado cachondo cuando actuaba de forma tan salvaje, aunque él no se estaba quedando atrás.
Le separó un poco las piernas, pero fue el propio Kagami el que elevó una hasta dejarla posada sobre el respaldo del sofá, y separó la otra todo lo que pudo. Un gruñido salió del pecho de Aomine ante la imagen. Se colocó mejor y colocó su palpitante miembro en la entrada, que aún no estaba preparada del todo, pero oye, había sido el pelirrojo el que había pedido eso. Empujó. Empujó todo lo que pudo. Un grito salió de la boca de Kagami, que agarró el sofá con fuerza por donde pudo y el peliazul se quedó quieto en su interior, había logrado meterla casi entera, así que se imaginaba cómo lo estaría pasando Kagami. Se agachó sobre él y le mordió los pezones mientras le masturbaba velozmente, arrancando, ahora sí, gemidos de placer de la garganta de Taiga. Le continuó mordiendo, chupando, besando y lamiendo hasta que notó cómo el pelirrojo le tiraba del pelo.
—Ahomine, ya estás tardado. —El peliazul no se hizo de rogar, clavó las rodillas en el sofá y le dio tal y como le había pedido, duro, muy duro. Los gritos de placer de ambos llenaron la habitación, ninguno de los dos podía controlarse, Kagami arañaba cualquier cosa mientras Aomine le embestía con fuerza. Cuando el peliazul notó que estaba casi en su límite, la sacó por completo del interior del pelirrojo y lo agarró de la cintura para girarlo. Kagami dio la vuelta rápido, quería seguir disfrutando de esos golpes que le dejaban sin respiración. Se quedó de rodillas sujetándose sobre los brazos, ofreciendo de la forma más desprotegida posible su trasero al moreno. Aomine se colocó detrás y comenzó con fuerza desde la primera embestida, penetrándolo y encontrando la próstata de Kagami, que hizo que sus codos se doblaran por la extensión del placer. Apoyó la cabeza sobre un cojín mientras oía el lascivo sonido de sus nalgas chocando fuerte contra las morenas caderas.
Aomine gemía con fuerza; Kagami gritaba con fuerza. Ambos estaban viendo las estrellas.
El peliazul pasó una mano por la cintura del más bajo para atrapar su miembro y comenzar a masturbarlo con fuerza, al ritmo de las potentes embestidas que le estaban empezando a dejar sin sentido. Oyeron un gran ruido, pero no les importó, la cola de Aomine había lanzado la lámpara de la mesita de al lado del sofá al suelo de un latigazo. Kagami no pudo más, el orgasmo le arrastró y desfalleció, notando el mayor placer que había sentido en toda su vida pegó un grito con el nombre de pila de Aomine impreso en él y soltó todo el semen sobre la mano del moreno y el cojín que había debajo. Daiki, al sentir cómo las paredes de Kagami se estrechaban sobre su erección, gimió con más velocidad, dando las últimas estocadas y corriéndose en el interior de su amante. Sus orejas se tensaron al igual que su cola, y se dejó caer sobre el cuerpo del pelirrojo.
Lo habían dado todo, y ahora no podían ni moverse. Aomine besó la bronceada espalda –que ahora tenía algún que otro arañazo– de Kagami y salió de su interior, provocando en ambos una pequeña réplica de placer. Kagami giró con dificultad y se dejó caer sobre el sofá, por fin en una posición de descanso. Su cuerpo se relajó por completo y cerró los ojos, apenas podía respirar, le costaba meter el aire necesario en sus pulmones. El peliazul se tiró a su lado sintiendo exactamente lo mismo, siseó ligeramente al chocar su espalda contra el cojín, parece que Kagami sí le había hecho daño ahí atrás, pero no le importaba. Lo único que iluminaba la estancia era la lumbre que había encendido hacía rato, pero aún no se oía el crepitar del fuego debido a las largas bocanadas que tomaban ambos, intentando no ahogarse de forma literal.
Pasaron así cinco minutos, hasta que Aomine se incorporó ligeramente para coger una manta que había dejado en el sofá y que ahora se encontraba hecha una bola en el suelo, junto a sus pies. Kagami dio un gemido ahogado cuando vio la espalda del moreno, estaba completamente arañada y sangraba por varias de las heridas. En la zona del cuello, además, tenía un par de mordiscos y más arañazos que en el resto, que ya era decir mucho. Aomine le miró interrogante.
—Te… te he dejado la espalda hecha un desastre —murmuró algo arrepentido, aunque el brillo en sus ojos no denotaba lo mismo. Aomine echó una ojeada al cuello y los labios de Kagami: tenía todo el perímetro lleno de pequeñas marcas que comenzaban a ponerse moradas, y cuatro mordiscos especialmente grandes entre su hombro y la mandíbula; en los rojos e hinchados labios podían verse dos finas líneas de sangre, en los puntos donde se los había abierto por culpa de los colmillos. Sonrió ladino.
—No te preocupes, creo que yo te he dejado mucho peor. —Terminó de coger la manta y los tapó a ambos, quedando de lado contra Kagami para que las heridas de su espalda cerraran bien. Lo abrazó por la cintura y el pelirrojo pasó su brazo por debajo del cuello de Aomine. Encajaron como dos piezas del mismo puzzle. Sus respiraciones ya se habían relajado bastante y ambos estaban completamente desfallecidos por el esfuerzo.
Aomine estaba completa y absurdamente enamorado de ese humano pelirrojo, y el sexo que habían tenido… oh, el sexo, eso había sido algo de otro mundo, quizás, del que estaban por construir.
—Taiga… —murmuró.
—Lo sé.
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Agradecimientos: En primeras, a Zhena, por aguantarme en mis histerias y mis inseguridades, porque es tan amorosamente ukeable que se quedaba despierta hasta tarde sólo para que yo no me quedara dormida mientras escribía (se que me matará por escribir estas líneas, pero ñeh~) Sabes que te amodoro~ 3
A Riko, porque es mi punto de apoyo en momentos difíciles y aunque la lance maldiciones gitanas, sé que me ama xD
A Sugey, por su apoyo y su visión crítica de mi historia cuando ya la había mandado a freír espárragos. ¡Duerme un poco! No sé cómo pudiste leerla casi sin dormir te estaré eternamente agradecida ;)
A todas esas lindas personas que me han apoyado desde las sombras, y que no alcanzo a nombrar, así que ya sabéis quienes sois ;)
Y por último un agradecimiento especial a mi malvada hermana y BetaReader, Pulska, que dijo que a cambio de betearme -y puesto que su ayuda nunca sería reconocida- que la dejara elegir los títulos de las historias para al menos intentar hundirme de esa manera, gracias por ese título, ehh, supongo (?).
¡Gracias a todas!
P.S. – Después de esto, no creo que ninguna convocatoria se me resista xD
P.S.2 – Amo a mi bebé Yuki, pero lo he odiado mucho porque se iba a dormir y me abandonaba mientras yo escribía ¬¬ ¡Capullo!
P.S.3 – Dudas, amores, puñaladas, faltas de ortografía... ya sabéis que los reviews son mi vida... :3
