Lo que más le dolía era saber que no había marcha atrás, que era verdad que su relación ya no existía.

¿Le hubiese hecho menos daño si no se hubiese dado cuenta?

Pero ella no pudo engañarle, vio su cambio de actitud desde el principio y cuánto más intentaba acercarse, ella más alejada parecía.

Y la causa tampoco le pasó desapercibida.

Eran tantos años juntos que podía saber cuál era su estado de ánimo con solo mirar sus ojos, con solo darse cuenta de cómo movía las manos o como enarcaba una ceja.

Ojalá las cosas volviesen a ser como años atrás, cuando el amor les sorprendió siendo unos adolescentes rebosantes de vida. Ella le ayudó a superar su miedo y le enseñó que hay veces que las palabras no existen.

Le bastaba una mirada y se decía que duraría toda la vida.

Había veces en las que no la entendía, se peleaban y ella parecía a punto de estallar. Siempre había sido complicada pero cuando fruncía el ceño y se quejaba con esa forma de ser tan característica, pensaba que no habría nunca otra en su vida como ella. Y que prefería discutir cien veces antes que cambiarla por otra.

Siempre se reconciliaban y era entonces cuando en sus ojos veía que merecía la pena permanecer a su lado. Ella fue su primer y único amor.

¿Fue algo que él hizo mal? ¿No era bastante para ella?

¿Para eso había vuelto a la vida?

Recuerdos, su mente se llenaba de ellos. El primer beso, la primera caricia, la manera en que aprendieron a conocerse el uno al otro.

La manera en que aprendieron juntos a quererse.

Cuando se dio cuenta de que las cosas no eran como antes quiso hablar con ella, le pidió perdón como otras veces como si fuese culpable de algo. Y a pesar de estar en la misma habitación, un enorme abismo parecía separarles.

Intentó abrazarla.

Y las palabras que tanto temió salieron de su boca y deseó no haberlas escuchado. Y ni siquiera ahora recuerda todas las respuestas que le dijo, los ruegos y las promesas que pronunció. Hubiese hecho lo que fuese con tal de no renunciar. No quería perderla, no quería tener que decirle adiós.

Iba a quererla toda la vida.

Sus puños apretados le habían delatado. Bulma le había escuchado pero había negado repetidas veces con la cabeza.

"Siempre podemos ser amigos"

¿Habían dejado de serlo alguna vez? Él siempre había estado allí para ella.

Pero en ese momento no bastaba.

Y cuando quedó solo fue imposible seguir manteniéndose en pie. Cayó al suelo de rodillas y notó que lo que había querido ocultar se derramaba por sus mejillas. Un lobo herido que no quiere mostrar su debilidad pero no puede parar de aullar.

Cuando se serenó volvió a verla hablando con él. En realidad ni siquiera parecían hablar. Discutían. Y ella parecía dominar por completo la situación.

Incluso le habían arrebatado eso. Daría lo que fuese por discutir con ella de nuevo.

"Estás muy guapa cuando te enfadas, Bulma"

"Idiota…"

Pero ella se sonrojaba y él sonreía.

¿Cuántas veces no habían tenido una conversación parecida?

Los días transcurrían monótonos para él y sin apenas cambios. Yamcha creía que el tiempo no iba a cambiar nada y por eso vagaba como alma en pena por la casa.

Puar habló con él e intentó animarle con sus sonrisas habituales. Agradeció su lealtad pero no mitigaba su dolor.

¿Quedaba cabida para la esperanza? ¿Podían pasar los años y darse cuenta ella de que en realidad le seguía queriendo?

¿Se aferraría él a algo como eso?

Pero la respuesta vino como si quisiese burlarse de él cuando sucedió la explosión. Fue ver como ella corría buscando aterrada a Vegeta, como se le abrieron los ojos de par en par, para que la realidad acabase de imponerse a su ya maltrecho corazón.

Y comprendió que era inútil.

La había perdido para siempre.