¡Muy buenas, gente! Ya era hora, ¿eh? Perdonad por tardar tantísimo en traeros un OkiKagu. Estoy teniendo algunos problemas personales serios y es difícil que la cabeza funcione como debe XD Para compensar, hoy os traigo un fic de varios capítulos. Me explico: Pensaba hacer un oneshot, pero cuando llevaba más de 6000 palabras y no sabía cómo terminarlo… digamos que opté por partirlo. Supongo que lo concluiré en el siguiente, espero. A veces se me ocurren cosas sobre la marcha que descolocan mi planning original, así que matadme, please xD

Como siempre, un agradecimiento infinito a Kyosha012, que ha beteado el fic. Sin sus consejos no sólo me habría salido peor, si no que me atascaría muchísimo más. Leed sus fics, eh. Lo merece.

Anotación: Aún a sabiendas de que este fic está en castellano, hago uso de honoríficos japoneses y algún que otra palabra japonesa. Sé que esto es estrictamente un error, debido a la costumbre de haberlo escuchado o leído de esta forma en traducciones y anime. Me interesaría mucho saber vuestra opinión respecto a este tema. Para entenderlo mejor, se trataría de sustituir cosas del tipo: "Gin-chan" por "Gin", "Kondo-san" por "Señor Kondo", etc, como habría en un manga corriente editado al castellano.


Napoleón dijo una vez: "Sólo hay dos palancas que muevan a los hombres: el miedo y el interés".

Y es que en el cuartel del Shinsengumi se estaba desarrollando una pelea que se ajustaba muy bien a uno de estos términos.

El albino depositó el folleto arrugado sobre la mesa, y después, con todo el reproche, lo señaló con el dedo.

—Cincuenta mil yenes para quien se cargase a ese alien —leyó, aunque con las gafas de sol que llevaba Hijikata no podía ver sus ojos—. Pues bien, nosotros nos lo hemos cargado, ¿dónde está el dinero?

El vice-comandante del Shinsengumi observó el papel con la misma cara de asco que si en su lugar estuviera viendo una boñiga de perro. Frunció el ceño, pero como no quería más ruido esa mañana, aprovechó la calada de su cigarrillo para pensar una respuesta firme.

—Te recuerdo que los destrozos que hizo la chica Yato han costado más de ochenta mil. Si no os he metido en el calabozo es porque sois capaces de liar más jaleo ahí dentro del que ya hay, no porque no os lo merezcáis.

Gintoki se ajustó las gafas de sol y puso —por tercera vez desde que entró— una mueca amenazadora que se parecía más a la de una adolescente poniendo morritos para una foto. Hijikata había entendido su disfraz, imitando al de un mafioso yendo a recoger el dinero de sus extorsiones, pero, mientras Gintoki estaba como pez en el agua, al loco de la mayonesa le parecía soberanamente estúpido. El albino se irguió, y, consciente de que por esa vía no iba a conseguir su objetivo, cambió de estrategia.

—Tal vez no se romperían tanto las cosas —dijo— si no estuvieran desperdigadas por ahí. Tenéis la calle ella un caos con todas esas señales, terrazas de bares y gente haciendo footing con sus perros. No ponéis orden, Hijikata-kuuuuun.

—¿Ja? —El vice-comandante se levantó a su vez—. Os topasteis con el alien de pura casualidad, luego destrozasteis mobiliario público según vosotros "para capturarlo" y encima os lo cargáis. Era la nueva mascota del príncipe Hata, pedazo de inútiles. Como si no tuviera yo bastantes problemas.

—¿Y nosotros qué íbamos a saber? —repuso Gintoki, sin achicarse—. Un monstruo baboso y con tentáculos en medio de la calle. ¡Joder, si parecía que estábamos en un hentai! Seguramente hayamos salvado a un par de colegialas inocentes, qué menos que darnos una medalla o algo.

—La medalla al inútil es lo que t-...

¡BOOOOOOOOOOOOOM!

Hijikata se quedó a media frase. Gintoki y él intercambiaron una mirada, y, serios, salieron corriendo del despacho en la dirección donde habían escuchado el ruido. Esperaban encontrarse con algún problema, algún ataque. Cuando alcanzaron el patio de entrenamiento, vieron que la puerta de uno de los pabellones estaba arrancada de cuajo. Dos chavales peleaban sobre ella. Dos chavales a los que ambos conocían muy bien.

Para desgracia de Kagura, Okita había conseguido ponerse encima de ella, a pesar de las patadas que esta soltaba a diestra y siniestra. No había muchos más golpes porque había conseguido agarrar las muñecas del chico y sólo pugnaba por quitarle de encima. Kagura, se veía, no usaba toda su fuerza, porque toda la fuerza de una Yato de dieciocho años debía ser, como poco, arrasadora, pero tampoco se contenía demasiado. Su pelo se desparramaba en cascada por el suelo, enmarañado por la pelea previa. Uno de los tirantes de su vestido rojo estaba roto, y amenazaba con mostrar más de lo que debería. La joven tenía una expresión de furia en los ojos, y daba la impresión de que podía recibirse un mordisco con sólo estar a su alcance.

En cambio Okita, repararon los adultos, parecía encantado con la situación. Su sonrisa era la misma que cuando hacía alguna maldad. Gintoki, como si un cable tirase de él, se abalanzó sobre el chico sin mediar palabra y le apartó de un tirón. Una vena hinchada se dibujaba en su cuello. Okita volvió la cabeza hacia él, con su típica mirada de tedio en ella.

—Danna... —frunció un poco el ceño—. Estábamos en medio de algo importante.

—Sí, claro, importantísimo —repuso este con evidente sarcasmo—. ¡Hijikata-kun! La puerta la paga el crío este, eh. Nosotros no tenemos nada que ver con esto. ¡Ey, Kagura, deja de darle patadas, joder!

Hijikata sintió una presencia detrás de sí.

Psst, pssst, Toshi... —Se dio la vuelta y encontró a Kondo intentando llamar su atención. Le llamaba entre susurros—: Toshi, ¿sabías que la próxima semana es el cumpleaños de Sougo?

Hijikata parpadeó.

—Ah, ¿sí? —Dio una calada a su cigarrillo—. ¿Y qué?

—Es su veintiunavo cumpleaños. Tendríamos que hacer algo.

—Tonterías. Tendrá el día libre como los demás, y que dé gracias.

—Bueno, bueno, Toshi. —Kondo depositó su enorme mano sobre su hombro—. Sougo es joven, y nosotros somos como su familia. ¿No te sientes mal porque nunca celebremos su cumpleaños?

Hijikata sacudió una mano.

—A él no le interesan esos temas, ya te lo dijo el año pasado, Kondo-san.

—Eso es porque no hacemos un plan que le llame la atención, estoy seguro.

Hijikata tuvo un mal presentimiento, y arqueó una ceja.

—Kondo-san, ¿en qué estás pensando?


—... ya sabes, pasarlo bien, divertirse. Pero luego cada uno a su casa, por supuesto.

Kagura meditó la propuesta con la seriedad de una jefa mafiosa. Estaba cruzada de brazos en el sofá, con Hijikata y Gorila frente a frente.

—Quinientos mil yenes —calculó—. No, mejor un millón. O millón y medio. Sí, millón y medio. Con tickets-restaurantes de esos. No, espera. ¡Cuatro millones!

—Cuatro millones para cada uno, Kagura —apuntó Gintoki, sentado junto a ella y con la misma expresión en la cara—. Por las molestias. Y añade un viaje a las Bahamas con Ketsuno Ana.

Hijikata suspiró. Esa gente le irritaba.

—Kondo-san, estamos perdiendo el tiempo. Sólo quieren sacarnos el dinero.

—Eh... Bueno, Chica Yorozuya. —El Gorila rió de forma amistosa—. Sólo hablamos de una cita. Una noche, nada más.

Ella sonrió con suficiencia, esa suficiencia que a Hijikata tanto le recordaba a Sougo. Reconoció para sus adentros que quizá Kondo-san no había tenido tan mala idea.

—Bueno, no es mi culpa que esté suspirando por mí —respondió Kagura, con más orgullo y prepotencia que una modelo en una convención de feos—. ¿Y por qué no lo pide él? ¿Es que le da vergüenza mirarme a la cara?

—No, no, no, nada de eso —se apresuró a explicar el Comandante del Shinsengumi, con toda la inocencia que era capaz de almacenar incluso un pervertido como él—. Sólo hemos notado que se... "relaja" mucho cuando está contigo, Yorozuya Girl. A ti... bueno, ¿a ti no te pasa lo mismo?

Kagura parpadeó, sorprendida, y no dijo nada. Gintoki la miró de reojo, crispó los labios, y respondió por ella:

—Pues por supuesto que no.

—Ya... —carraspeó—. ¿Y cómo sabemos que no se escapará en cuanto tenga lo que sea que le ofrezcamos, Kondo-san? No se puede confiar en estos dos.

—¿Hah? ¿Pero tú quién te crees que eres, eh? —Gintoki se puso malote, dándose palmadas en la rodilla y gesticulando demasiado con la boca—. Sois vosotros los que nos estáis pidiendo un favor, ¿sabes? Vienes a mi casa el día de la boda de mi hija, a pedirm-…

—¡Esto no es "El Padrino", idiota! —le interrumpió Hijikata.

—Bueno, bueno, calma —apaciguó Kondo, mostrando las manos—. Algo habrá que podamos idear y que no estropee su velada…


La mañana del ocho de julio amaneció fresca y agradable. Okita Sougo se levantó sin mucho sueño, casi despejado como si se hubiera despertado tarde. En el último medio año se había acostumbrado a la rutina de madrugar, trabajar —con un poco de vagancia entre medias— y acostarse para el día siguiente. Le irritaba en el fondo, no quería convertirse en el típico hombre amoldado a la rutina. Nunca le había gustado madrugar, no quería acostumbrarse a ello. Le hacía sentir viejo de sólo pensarlo.

Claro que un poco más viejo sí que era. Veintiún años, ni más ni menos. Aquel día lo tendría libre, aunque eso no lo aliviaba demasiado. Se acordó de su hermana. En otro tiempo ella habría viajado hasta la ciudad para celebrarlo con él. O habría enviado una carta, en caso de encontrarse mal.

Lo que le llevaba a pensar que hacía años que no recibía una carta.

Se aseó y se vistió con la ropa holgada que usaba para sus días libres. En poco tiempo, supuso, empezaría el ruido: Felicitaciones de aquí para allá, palmadas en el hombro, bromas subidas de tono y luego los gritos de Hijikata-san pidiendo orden. Y en efecto, cuando abrió la puerta de su habitación y salió al pasillo, una serpentina de colores salió disparada frente a sus ojos.

—¡Feliz cumpleaños, Sougo! —Vio a Kondo-san, delante de un grupo de compañeros que también lanzaban serpentinas. Uno de ellos, calvo y con bigote, intentaba activar un tubo de esos con papelitos de colores, típicos de las fiestas—. ¡Veintiún años, eh! ¡Pero Harada-kun! —exclamó al darse cuenta de las dificultades por las que estaba pasando el calvo del Shinsengumi—. ¿Aún no has abierto el cacharro ese? ¡Con lo que nos ha costado!

—L-lo siento, Kondo-san —se disculpó mientras giraba el tubo a derecha e izquierda, sujetándolo con las piernas y luchando por activarlo—. Es que no responde y…

Okita suspiró de forma inaudible. Ver a un hombre hecho y derecho frotando un objeto alargado tan cerca de su entrepierna no era la mejor visión que se podía tener a primera hora de la mañana. Pero claro, ¿por qué iba a sorprenderse? El Shinsengumi era un campo de nabos.

—Bueno, qué más da. —El Comandante del Shinsengumi olvidó el tema y abrazó al joven de cabello color miel con todo el afecto que era capaz de transmitir. Que era mucho.

Okita Sougo tragó saliva, encogiéndose bajo los brazos del Gorila. Se sentía incómodo cuando su jefe actuaba así, y al mismo tiempo se veía incapaz de echárselo en cara. No estaba acostumbrado a los abrazos. Controló su cara hasta que Kondo se apartó.

—Ah, Sougo, no sabes cómo me alegro. ¡Es un gran día, sí, sí! No tienes planes para hoy, ¿verdad?

El joven frunció levemente el ceño, receloso.

—No, en realidad —respondió—. ¿Por?

Sintió las poderosas palmadas de Kondo-san en el hombro.

—Bien, bien. Me alegro. Es que, verás… —Sonrió. Y en esa sonrisa Okita entendió que le iba a decir algo que no iba a gustarle—. Tengo un encargo para ti. Ya, ya, no digas nada, ya sé que es tu día libre. Te lo compensaré con otro día, lo prometo. Pero hoy —el rostro del Gorila se tornó serio. Aunque claro, era el tipo de hombre que podía mantener una expresión seria mientras estaba desnudo delante de una multitud—, hoy tienes que cumplir con el encargo. Y es un encargo muy importante, sí señor.

—¿De qué se trata?

—Es una misión de protección y seguimiento. Algo sencillito.

No le gustaba cómo había dicho eso de "sencillito".

—¿De la princesa Soyo?

—Eh… No exactamente. —Kondo titubeó, pero se recompuso rápido—. Pero eso no quita que sea importante, por supuesto. ¡Y es una protección para todo el día, no lo olvides! Tengo hasta el planning de lo que tenéis que hacer. Luego te lo doy.

Okita confiaba en su Comandante, pero no era tonto. Sabía lo idiota que podía llegar a ser, y, lo peor de todo, veía las sonrisitas de soslayo de sus compañeros. Aquello apestaba a chamusquina.

Se dejó llevar hasta una de las salas que tenían reservadas para las visitas importantes. No le inspiró mucha confianza que Kondo le animase a entrar el primero.

—¡No, no tenemos canapés! —oyó que gritaba Hijikata-san—. ¿Dónde te crees que estás, en un banquete de boda?

Después de semejante reproche, no es que tuviera muchas esperanzas en la persona con la que iba a pasar el día de su cumpleaños, pero desde luego no esperaba lo que se encontró.

—¿China? —dijo aquello en el mismo tono en el que alguien diría "hay un pelo en mi sopa".

Ella sonrió con suficiencia, y eso no le gustó. Estaba sentada con las piernas cruzadas cual indio, con la tela del vestido cubriendo sus partes privadas de una forma que le hizo pensar en que ella no estaba muy pendiente sobre qué dejaba a la vista o no. Apartó la mirada de esa zona antes de que ella se percatase, y observó su tez pálida.

—Kondo-san. ¿De qué va todo esto? —Su voz vibró durante un instante mientras lo decía. Varios de sus compañeros retrocedieron disimuladamente.

—¡Este es tu encargo, Sougo! —descubrió el Comandante, aunque había poco por descubrir—. Pórtate bien, ¿vale? Seguro que pasáis un buen día.

—¿Tengo que pasar todo un día con esa bestia maleducada y tragona? —No se lo podía creer—. Ni hablar.

—Es una orden directa de un superior, Sougo —le reprendió el loco por la mayonesa—. Desobedecer conlleva seppuku.

—Lo prefiero.

Kondo se interpuso entre ambos, afable.

—Bueno, bueno, calmémonos un poco. —Se volvió hacia el chico y ocultó de su línea de visión a Kagura. Depositó las manos en sus hombros con solemnidad—. El cumpleaños de un hombre es algo muy importante, Sougo. ¡Te ordeno que te relajes y te diviertas con la chica Yorozuya! Y no, ¡no acepto un "no" por respuesta!


Hay días en los que es mejor no levantarse. Como si te hubieras levantando en una longitud de onda diferente a la de los demás y eso te impida dar pie con bola. O como si le hubieras hecho alguna trastada al mundo y este desease vengarse. O tal vez había sido alguien muy malo en su vida pasada. Peor incluso de lo que era en esta.

Sea como fuere, el Capitán de la Primera División del Shinsengumi estaba cabreado, y no se esforzaba por ocultarlo. Caminaba con las manos en los bolsillos y los labios tensos, respirando pesadamente. Kagura, por su parte, no decía nada. Caminaba un poco por delante de él, estirada con las manos en la nuca y una mueca de prepotencia en la cara. A veces se reía sola como si acabase de escuchar un chiste muy malo.

—¿Te estás entrenando para tener aún más cara de idiota o qué? —preguntó él, harto de verla.

Ella no se inmutó.

—Qué curioso que puedas hablarme. Creí que estarías mudo de la vergüenza.

Okita frunció el ceño. Definitivamente, estaba muy molesto.

—¿Qué chorradas te han dicho Kondo-san y Hijikata-san? —quiso saber.

Los claros ojos azules de Kagura le miraron de soslayo, con la mofa brillando en ellos.

—¿Tú qué crees? —respondió—. Al final el gorila de camiseta amarilla no ha sido capaz de crear un personaje con profundidad, y eso que dice Gin-chan que el manga se está vendiendo bien. Es decepcionante que termines convertido un triste tsundere.

Aquello le ofendió hasta niveles inimaginables.

—Yo no soy un tsundere[1]. —Procuró reflejar la amenaza en su tono, aunque China ni se había molestado en fijarse en sus ojos inyectados en sangre.

—Querrás decir: "¡No es como si me importase lo que piensas, baka!" —respondió.

Movido por un sentimiento bastante violento, Okita estiró el brazo hacia ella. Debido a la distancia que los separaba, parecía que la cabeza de Kagura cabía perfectamente en su mano. ¿Qué menos que comprobarlo?, se dijo. "Ni que nadie fuera a echar de menos una cabeza estrujada". Cuando se acercó, un movimiento plácido y cadencioso llamó su atención y le hizo bajar la mirada. El vestido de la pelirroja, si bien no era ajustado, remarcaba las suaves curvas de su cuerpo con la sutileza de un elefante en una cacharrería. Al sádico se le ocurrió, y tardó un instante en tirar la idea a la basura, estrujar otra cosa en vez de la cabeza de la Yato.

¿Está pensando lo que creo que está pensando?¡Está pensando lo que creo que estoy pensando, ¿verdad!? —Gintoki se levantó de su escondite con la vehemencia de una puerta arrancada por un huracán—. ¡Si es que lo está haciendo a propósito! Quién se ha creí-…

Kondo le agarró del brazo y le obligó a agacharse de nuevo. Las ramas del arbusto se engancharon en las mangas del albino.

Mantén la calma, Yorozuya. —Le dijo, y le instó a mirar de nuevo la escena que les ofrecían los jóvenes. Caminaban tranquilamente, con un cuerpo de separación entre uno y otro. Okita había metido las manos en los bolsillos y miraba la calle con aire desinteresado—. ¿Ves? No ha pasado nada. Está todo en tu cabeza. Sougo no es de esos.

Lo raro es que no se estén pegando ya —apuntó Hijikata desde detrás, sentado en un banco. Se estaba encendiendo un cigarrillo con su mechero de mayonesa, relajándose con la chaqueta sobre el respaldo.

Pues es verdad, Toshi. Pensé que la iba a pegar hace un rato.

¿Es que no viste dónde estaba mirando? —murmuraba Gintoki—. Tenía otra idea en la cabeza, te lo digo yo.

Hijikata resopló.

Piensa el ladrón que son todos de su condición.

Okita Sougo leyó el planning por sexta vez consecutiva. La intrincada caligrafía del Comandante le estaba haciendo plantearse muy seriamente romperla en pedazos.

"11:30 a.m.Barrio sur. Pasear por la Gran Muestra Nacional de Productos Veraniegos. Comer con moderación y no separarse de ella. Es una orden, Sougo. Sé amable. Confío en ti."

Nunca había sentido odio asesino hacia Kondo, que era como un padre para él, pero estaba perdiendo la paciencia. En realidad, la sensación no era ajena, era como odiar a Hijikata, pero poniéndole la cara de un gorila idiota y bonachón.

Iba a ser un día muy largo.

China estuvo más o menos comedida hasta que llegaron a la Muestra. Cuando el aroma de la comida y el bullicio de la gente empezaba a hacerse notar en el ambiente, la pelirroja se emocionó tanto que Okita sugirió ponerle una correa y un bozal, más por la seguridad de los asistentes que por la de ella misma. Ella, desgraciadamente, apenas le escuchó. Echó a correr hacia el primer puesto que vio, sin preocuparse de si él la seguía.

—¡Eh, Sadist! —gritó ella mientras cogía el pincho de takoyaki que le entregaba el encargado. Lo mordió con pocos modales y señaló al hombre con evidente significado—. Pafa.

Okita la miró desde lejos. El placer que le produjo negar con la cabeza fue directamente proporcional a la cara de mosqueo del encargado, que no le quitaba ojo al pincho de takoyaki de Kagura. Ella tragó un trozo deprisa.

—¡Que pagues! —Okita volvió a negar—. ¡Gorila dijo que podría comer todo lo que yo quisiera, así que paga!

—No llevo dinero —respondió alzando la voz, satisfecho con su mentira—. Págalo tú.

Kagura miró al encargado, luego a lo que le quedaba de takoyaki. Sin pensárselo, se metió los dedos en la boca y vomitó a los pies del hombre.

Sí, sí, sí. Lo siento muchísimo —se disculpó Kondo.

Un palito de madera salió volando hasta la papelera que había al lado.

Oye, la cosa esta está buena. —Gintoki aún se chupaba los dedos—. Viejo, ¿no tienes más?

Son doscientos yenes —El tono cortante del encargado dejaba claro que se le había acabado la paciencia. Observó a Kondo con poco respeto en su expresión—. Cuatrocientos si contamos lo que se ha comido la chavala esa. ¿Y quién va a recoger la m***** que ha dejado en mi puesto?

E-e-el Shinsengumi se encargará, no se preocupe, buen hombre…

Ni hablar —atajó Hijikata—. El Shinsengumi no es un servicio de limpieza.

¿Ah, no? —repuso el albino—. ¿No se supone que "limpiáis" las calles y todo eso?

Tsk. ¿¡Quieres dejar ya de comer?! No vamos a pagar para que os peguéis un festín!

Ya, ya, Toshi. Se lo prometí a la Yorozuya Girl. Las promesas hay que cumplirlas.

¡Quién te mandaba prometer eso!

—¡Ah, señorita, señorita! Tenga, esto es para usted. Y este —el hombre le guiñó un ojo— de regalo para su novi-… Ah. Hmm.

Okita dejó de mirar mal al dependiente y vio cómo Kagura aceptaba los dos plátanos cubiertos de chocolate. No parecía haber escuchado al dependiente, aunque bueno, tampoco se planteaba porqué casualmente todos los puestos les regalaban algo —gratis, claro— para ambos. Aquello apestaba tanto a Kondo-san que deseó con todas sus ganas que estuviera a cargo de la billetera de Hijikata. Entonces comería a placer.

—Trae, uno es mío.

Alargó el brazo para coger un plátano, pero Kagura lo apartó de su alcance.

—¿Eso quién lo dice? —Se estiró todo lo que pudo para que no lo cogiese, lo cual no lo ponía excesivamente lejos. Sonrió—. Ponte de rodillas y quizá me lo piense.

—Soy más alto que tú, idiota —repuso este con desdén—. ¿Cómo esperas que no llegue?

—Así.

El impacto contra su entrepierna le hizo doblarse como una bisagra. Se le escapó un susurro gutural al caer de rodillas al suelo, con una mano cubriendo sus partes. La sonrisa de Kagura se hizo más amplia, pero desapareció rápidamente en cuanto él se agarró al cuello de su vestido, deformándolo y dándolo de sí.

Esto es raro —comentó Kondo.

Son raros, mejor dicho —continuó el albino.

Hijikata pisó la colilla que acababa de tirar.

Uno agarrándose los mismísimos; la otra medio enseñando el sujetador. ¿Es que no saben modales? De la tuya pase, teniendo en cuenta a quién tiene como ejemplo, ¿pero Sougo? Tsk. Me están irritando.

Bueno, tranquilo, Toshi… La verdad es que no puedo decir a ciencia cierta si estamos viendo algo inocente o algo…ejem, guarro...

Lo que estamos viendo es exhibicionismo, Kondo-san —zanjó el de la mayonesa—. Mírales, ya se están tirando de los pelos otra vez. En medio de la calle, como si no fueran a molestar ni nada. Ese Sougo… Aunque sea su día libre no puede ir por ahí dando tan mala imagen al Shinsengumi.

Por favor —repuso Gintoki con una mueca—, que he visto más veces el pene de Gorila que el mío propio.

¡Y-Yorozuya! —Kondo se sonrojó ligeramente, como una colegiala a la que el viento ha levantado la falda. Gintoki se asqueó aún más.

Como sea. —Hijikata fingió no darse cuenta—. Me da la impresión de que lo único que vamos a sacar con esto es molestar a los ciudadanos.

—¡Que yo quiero ver Recuerdos de un Verano Joven! ¡No pienso ver un documental sobre forja de katanas con estúpidas letritas debajo.

—Se llaman "subtítulos", idiota. —Sougo se sintió un poco ofendido por ese. ¿Qué tenía de malo "El filo de los hombres"? Aparte de que el título podía dar a entender otra cosa, no le habría importado entrar a ver una peli XXX de todos modos. Volvió a leer el listado de la cartelera. China quería ver una comedieta romántica, lo cual era sorprendente. No parecía ser de ese tipo de chicas—. ¿Desde cuándo te gusta Jessica Chastain?

—¿Quién?

—Esa —señaló el póster de la película—. La pelirroja. ¿Ni siquiera conoces el reparto y aún así quieres verla? Eres de lo que no hay.

—¿Qué tiene de malo? Soy una señorita, y veo cosas de señoritas —se cruzó de brazos con más orgullo que un jefe de estado americano—. Además, a mí esa tía me da igual. El que me gusta es el rubio.

—¿Thor? —Se le escapó una mueca mientras sus ojos se deslizaban por el póster hasta encontrar al susodicho rubio de músculos como melones. Sintió bilis en la boca del estómago y dijo con mala intención—: Yo creo que te pega más Hulk.

—Muy soso. —Ella no entendió el insulto—. No me gusta cuando se transforma en el tirilla ese.

—Ya… —Okita la miraba de reojo. Apartó la vista—. ¿Y "La Furia del Dragón 2"?

La vio poner los brazos en jarra.

—¿Sólo porque soy china ya das por hecho que me va a gustar esa?

No eres china.

—Ah. Bueno, da lo mismo. ¿De qué va?

—De hostias.

Ella lo meditó durante un momento.

—Me va a dar ganas de pelear.

—Tú siempre tienes ganas de pelear[2].

—También es verdad. Vale, pues coge para esa.

A Okita no le gustaba hacer de sirviente, pero aceptó ir a por las entradas. Todavía se sentía un poco perturbado, y quería refrescarse la cabeza lo más lejos posible de esa tonta que tenía como acompañante. Seguía sorprendido. Durante la pelea de la muestra de comida se había sentido terriblemente… ¿Cómo definirlo? Ávido. Hambriento. Enganchado. Eufórico. Cuando ella le mordió en el muslo con todas sus ganas, pese a la sangre que produjo, casi le hizo perder el control de sí mismo, y no para matarla a golpes, precisamente. Si algo apreciaba mucho, era su cerebro, sádico y sagaz que tantos quebraderos de cabeza provocaba a los demás. Y ahora, como un imbécil, sentía algo, algo raro, lo suficientemente insidioso como para descentrarle.

China y él yendo juntos al cine. Compartiendo bote (extra-grande) de palomitas y su bebida correspondiente (con dos pajitas). Si se lo dicen el día anterior, no se lo cree.

Disculpen, pero… ¿Me enseñan sus entradas?

¡Shhhh! ¡Apague eso!, ¿no ve que estamos en un cine? Desde luego…

Bien dicho, Yorozuya. Los jóvenes ya no tienen respeto por nad-… ¡Ah, me ha enfocado en los ojos! ¡Toshi, que no veo!

Creo que a "Toshi" le ha dado un colapso.

No sé para qué diablos hemos entrado aquí, no se permite fumar. ¿Qué más dará un pitillo de nada? Son más perjudiciales las mierdas esas de las palomitas. A saber qué llevan. Y los móviles. Todas esas ondas de los móviles. Eso sí que debería prohibirse. ¿Pero fumar? Qué culpa tendrá un cigarrillo… Arg, ¿quiere dejar de enfocarnos con esa p*** linterna? ¿Es que estás buscando pelea o qué?

P-pero caballeros, no pueden sentarse en el pasillo, va contra las normas de evacuación y…

¡SHHHHHH! —respondieron los tres.

—¿¡Queréis callaros los de atrás, que no se oye nada!?—gritó Kagura a pleno pulmón, sin siquiera levantarse del asiento.

Okita se frotó una sien.

—Estás haciendo tú más ruido que ellos, idiota.

—¿Qué quienes? ¿Les conoces?

Hizo ademán de levantarse para mirar, pero Okita la agarró del brazo y la hizo sentarse de nuevo.

—No es nada, ya se callarán. Si no llamarán a seguridad y punto.

—¿Cuándo empiezan los anuncios? —Kagura, ya acomodada en su sitio, parecía emocionada.

—¿Qué anuncios? —preguntó él.

—¡Los de películas, cuáles van a ser! Y luego eres tú el que me llama idiota. Me gusta ver trailers —explicó con orgullo.

El joven suspiró, dejó reposar la cabeza en el respaldo almohadillado del asiento.

—Dudo que esta peli tenga trailers. No es tan importante.

Por el rabillo del ojo la vio hincharse de morros.

—Pero yo quiero trailers —murmuró.

Okita se quedó mirándola durante un instante. Luego, sin pensarlo demasiado, acercó un dedo hasta su mejilla hinchada. Ella parpadeó, sorprendida, y acto seguido le clavó los dientes en un mordisco. Él crispó el brazo para apartarse, pero un instante después, se lo pensó mejor y se relajó. Habían apagado ya las luces y apenas se veía nada, pero creía distinguir un poco de sangre entre los dientes de la pelirroja, lo cual no le desagradó en absoluto. Movió el dedo dentro de la boca de ella, alcanzando su lengua y la saliva. Ella le liberó y retrocedió como un resorte.

—¿Qué c*** estabas haciendo? —La amenaza en su voz era tan evidente como el puñetazo que estaba preparando.

Él se miró el dedo. En efecto, había sangre y huellas de la dentellada. Lo lamió con cuidado. Dolía.

—Serás guarro…

Él la miró mientras lo hacía, desafiante. Fue ese el preciso instante en que se iluminó la pantalla, lo que le descubrió el rubor en las mejillas de China.

Bueno, había que admitir… que no estaba nada mal eso.

No sé, no sé. Llevan mucho tiempo callados.

Están viendo una peli, Yorozuya. Lo normal es no hablar.

Ellos no son normales. Son lo opuesto a "normalidad". Si la "normalidad" les viera, saldría corriendo y chillando en dirección contraria. —Miró detrás de Kondo-san, y preguntó—. ¿A dónde ha ido el de la mayonesa?

Le he oído decir algo de que esto era insufrible y de que los chicles de debajo del asiento no sabían a nada. Creo que ha salido a fumar.

Menudo idiota. Vaya manera de perder el tiempo. ¡Oiga, ¿podría bajar la cabeza? No se ve un pimiento! ¿A quién se le ocurre ir al cine con el pelo afro?

Shhh, Yorozuya, estás llamando la atención. ¿No has oído eso de que nunca hay que meterse con un pelo afro? Dicen que si das un puñetazo a uno, te absorbe hasta que desapareces.

Tonterías. Para lo único que sirve el pelo afro es para no hacerte daño cuando te cae encima una maceta.

¡Eh! ¿Has visto eso?

¿El qué?¡Te digo que no veo nada con el afro este!

No estoy seguro… Creo que a Yorozuya Girl se le ha caído una palomita sobre la ropa, y que Sougo la ha cogido. Pero ella se ha enfadado. Creo que le ha dado un codazo en el pecho.

Peleas por la comida. Típico de ella.

Pero se le había caído en… Ya sabes —Kondo se señaló los pechos—, se me ha hecho raro, no sé. Una vez a Otae-san se le cayó un trozo de galleta sobre el regazo y… Oye, ¡Yorozuya! ¡No te levantes! ¿A dónde vas?¡Yorozuya!

—Si no es un buffet de los de "todo lo que pueda comer", yo no entro. A mí me prometieron comer, pero comer bien.

Okita se encogió de hombros.

—No conozco el sitio ese. Supongo que tendremos reserva.

Ella sonrió con malicia.

—Y si no tenemos, tú comes fuera. Atado a una farola.

La sonrisa de él fue más oscura.

—Ah, ¿que quieres que juguemos a atar? Yo soy el que tiene acceso a esposas, grilletes, correas y —recordó tras un instante— algún que otro látigo. Por mi encantado.

Ella encarnó una ceja, pero no se avergonzó.

—¿Qué bicho te ha picado ahora? Pareces el Gorila.

Se encogió de hombros. La verdad es que no lo tenía muy claro.

—Me apetece, simplemente.

—Ah, ya. Es eso. Estás en esa época.

—Los hombres no tenemos la regla, China.

—¡No me refiero a eso! Mami me lo explicó. Cuando os mueve más el pito que la cabeza.

—Oooooh —exclamó poco entusiasmado el Sádico, pero con un brillo de interés en los ojos—. Ya veo que te han hablado sobre el tema. ¿Y qué sabes sobre ello?

Ella se envalentonó; hinchó el pecho y puso una mueca de suficiencia.

—Bastante. Convivo con Gin-chan y Virgenpachi, he visto de todo. Si hubieras visto lo que yo, no respetarías tanto a Gin-chan, Sadist.

—No le respeto.

—Claro —y se puso a fingir la voz—: ¡Y-Yo no le respeto, baka!

Okita le dio un puñetazo en la nuca.

—Cállate.

Acto seguido tuvo que esquivar una patada voladora.

—No me has contestado —insistió él—. ¿Qué sabes sobre ello?

—Sé que sois unos guarros. —Kagura se cruzó de brazos—. Como ese tipo del cine al que han tenido que echar por meter mano o algo así. Siempre pensáis en lo mismo.

«Si Danna no se hubiera puesto a gritar incoherencias sobre "meter mano" en una sala repleta de gente y a oscuras, no le habrían echado por escándalo público», pensó, no sin cierto placer en su fuero interno. Esos tres llevaban todo el maldito día siguiéndoles, y ya estaba bastante harto. Por suerte, cavaron su propia tumba antes de que tuviera que planear algo.

Y ahora que le apetecía enredar las cosas, no había nadie para impedírselo.

—Siempre pensando en lo mismo, eh… —Calló un momento, parecía perdido en sus pensamientos—. ¿Y si actúo como un caballero, ¿qué?

—¿Qué de qué?

—Si un hombre actúa como un caballero contigo, ¿qué te parecería?

Ella calló durante un momento. Un momento ligeramente largo.

—¿Crees que se me conquista tan fácilmente, Sadist? —Ella arqueó una ceja—. Me subestimas.

—No, por esa calle no —le indicó el joven cuando ella iba a doblar la esquina—. Sigue recto. Vamos por aquí.

—¿Qué toca ahora? —preguntó ella, olvidándose por un momento de la conversación anterior.

—Sorpresa.

—No me gustan tus sorpresas. Eres un idiota.

—Esta te gustará.

Tardaron un poco en llegar a la sorpresa llamada "Heladería Xixilla". Un coqueto establecimiento de azulejo blanco y techo de madera con un congelador de muestra que almacenaba la nada desdeñable cifra de cuarenta y cinco sabores de helado; incluido el sabor takoyaki y el wasabi. Tenía una agradable terraza de mesitas blancas y sillas de paja, con sombrillas dispersadas de aquí para allá para intentar cubrir la mayor cantidad de espacio, ahora que el sol de la tarde caía como un tsunami. A Kagura se le hizo la boca agua nada más verla. Entró corriendo, sin molestarse en cerrar el paraguas morado que llevaba en el hombro. Okita la siguió a paso tranquilo. En su rostro había la misma expresión aburrida de siempre.

—Los quiero todos —pidió ella al dependiente.

Okita intervino rápido.

—No le haga caso; hace poco que ha salido del psiquiátrico. Uno de fresa con tres bolas y ya está.

—¿Por qué das por hecho que me gusta la fresa? —Kagura le empujó, aunque con poca fuerza—. No soy como Gin-chan. Dame pistacho.

—Vale, vale. Pues pistacho. Y otro de vainilla. Ambos en cucurucho.

Mientras Kagura le esperaba fuera con su helado, Okita pagó y recogió el suyo. Se percató de que ella le estaba mirando.

—¿Qué? —dijo.

—Llevas todo el día sin sacar la cartera. —Sus piernas se columpiaban sobre el muro bajo el que se había sentado—. ¿Por qué has pagado eso ahora?

—¿Porque lo he pagado de mi bolsillo, tal vez?

Ella calló. Bajó la mirada hasta su helado, un inmenso cucurucho de tres bolas, y susurró.

—Gracias.

—¿Cómo? No te he oído.

Ella le fulminó con la mirada.

—He dicho que gracias. Soy educada, ¿sabes? Además, si quieres invitarme a un helado, más tonto eres tú. —Se puso a comérselo. Okita, por su parte, no empezó a comer. La miraba tan atentamente que ella se sintió incómoda—. ¿Qué miras ahora? —preguntó.

—Nada. —Se encogió de hombros—. Come.

Ella, desconfiada, escrutó su helado de punta a punta.

—No tiene nada raro. ¡He visto como lo servía el tío ese! Y tú ni lo has tocado, no puede tener nada.

—¿Quién ha dicho que tenga nada? —Okita dio un lametón al suyo de vainilla—. Es un simple helado, toooonta. Come.

La pelirroja tardó un poco en ceder. Resultaba evidente que no le cuadraba el haber comido ya un poco de helado y no haber notado nada anormal. Dio un lametón corto y saboreó el mini palito de chocolate que había atrapado. Estaba rico.

Okita, sin embargo, no le perdía ojo.

—¿Quieres dejar de mirarme como un tío raro? Me estás poniendo nerviosa.

Él sonrió, más ampliamente de lo que cabría esperar. Sus ojos rojos relucieron cuando dijo:

—Sólo quería comprobar qué tal lames.

Olvídate de cobrar —repitió Hijikata por séptima vez en ese minuto, por delante de los otros dos—. Es más, voy a guardar la factura de la fianza. Te embargaré la cuenta del banco si hace falta, pero esto me lo devuelves.

Vamos, vamos, Toshi. El guardia era amigo mío y he podido rebajar un poco la fianza. Se llevó una mala impresión de Yorozuya, nada más. Lo que ha estipulado no llega ni a un sueldo de un mes.

¡Lo que no llega es al sueldo de un año de este idiota!

¡Bueno, y qué quieres que haga! —repuso el albino. Iba arrastrando los pies, cansado ya de tanta historia—. La idea de esto fue vuestra, eh. ¿Cómo lo llamaste, Gorila? ¿"Gastos incluidos", verdad? Pues ya está. Esto entra dentro de eso y punto.

¡Te arrestaron por escándalo público, pedazo de memo!

¿No sois vosotros los mandamás de la policía? ¡Haber escurrido el bulto! ¡No es mi culpa que no se te haya ocurrido!

¿Te crees que soy un corrupto como tú? Cometiste un delito, y eso se paga.

Sí, ya veo cóoomo lo he pagad-…

Súbitamente, Kondo les agarró de la ropa y tiró de ellos hacia un lado, escondiéndoles tras una esquina. Cuando Gintoki preguntó (de bastante malas maneras) qué pasaba, Kondo le chistó y susurró.

Sougo y Yorozuya Girl están ahí delante, en esa heladería. Por suerte no nos han visto. Estaban peleando.

Vaya novedad —apuntó Hijikata.

Kondo ignoró el comentario y se asomó con disimulo.

Mira, mira, Toshi —Sonrió, y le animó a asomarse también—. ¿Ves? Sougo se está riendo.

Gintoki, que no quería ser el único sin enterarse de qué iba la historia, se asomó por encima de ellos.

Debe haber hecho alguna perrería. Vuestro chico no sabe tratar a las mujeres.

Una mujer no arranca una farola de cuajo como si nada —apuntó Hijikata.

El Comandante del Shinsengumi zarandeó la mano para hacerles callar.

¿Qué más da eso? ¡Sougo se está divirtiendo! Mírale, qué sonrisilla tonta mientras esquiva… Ah, cómo me alegro. Tenía yo razón.

¿"Sonrisilla tonta"? —Gintoki arqueó el labio—. Más bien tiene la sonrisa de Hannibal Lecter.

Eso es amor, Yorozuya. Tú no los entiendes.


C'est fini! Espero que os haya gustado. Muchas gracias a todos por leer y cuidaos mucho. Ah, ¡y no os olvidéis de comentar, porfa! Anima mucho :D ¡Hasta luego!

[1] Persona cuyo comportamiento es frío y hostil hacia los demás, pero que después de un tiempo muestra su lado cálido, sensible y amigable. La palabra es una derivación de los términos tsun tsun (ツンツン?), que significa apartarse con disgusto, y dere dere (デレデレ?) que significa volverse cariñoso.

[2] Sutil homenaje a la película de Los Vengadores. "Yo siempre estoy furioso", decía Hulk.