Disclaimer: No me pertenece nada. Los creadores de la serie original son Javier y Pablo Olivares y el mérito es todo suyo (y de los actores, por supuesto). Ante la falta de fanfictions del fandom, os dejo este regalito a los Ministéricos y Ministérticas del mundo. A ver si apoyando la serie no se la cargan (porfa, porfa, porfaaaaa…). Porque a falta de fics, buenas son viñetas. Espero que os guste!

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1885

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No estaba loca. Y no podía evitar irritarse al sentir que aquellos dos hombrecillos que la evaluaban tras sus diminutas lentes la tomaban por una. Se puso en pie, dispuesta a marcharse pero el que parecía más joven, de pelo ralo y escaso y ojos profundamente negros la exhortó a acomodarse nuevamente en el diván. Actitud que, sobra decir, la molestó en gordo. Como si tuviera tiempo o ganas de bailarles el agua... Pero no tenía otra opción, Salvador se lo había dejado muy claro. Mala suerte había tenido al haber sido encontrada tan pronto. Si hubieran tardado un poco más no podrían haber impedido el viaje, por más prohibido que estuviese viajar al futuro de uno. Tal vez por eso lo hizo. Tal vez Julián no sólo le había relatado la escena de la que había sido testigo en 1880, sino que también se hubiera quejado de la falta del diario de las puertas.

—Señorita Folch—Interrumpió el mayor sus pensamientos, mesándose la barba con la mano que no sujetaba el bolígrafo. Descubrió un acento muy marcado bajo un español torturado y casi destrozado por el inglés. Probablemente con tintes austríacos, una deducción plausible habiendo nacido Freud en Príbor— podría comenzar la sesión hablándonos de sus hábitos de vida… ¿Duerme bien? ¿Se despierta cansada? ¿Recuerda alguno de sus sueños? Tal vez tenga uno recurrente…

—Entiendo que ambos son eminencias en su campo y créanme que sé que su última intención así como la del señor Martí sea la de ayudar—respiró profundamente y miró los rostros severos de los padres del psicoanálisis, intentando no perder la paciencia. En otras circunstancias estaría encantada de conocer tales personalidades. Por Dios, eran Sigmund Freud y Carl Jung… pero la imposición de su presencia había hecho volar por la ventana la admiración que en ella hubieran podido despertar alguna vez— Pero mi problema no se soluciona hablándoles de mis sueños. Mi problema es muy real, tan real que consta de cuatro números: Uno, ocho, ocho, cinco. Mil ochocientos ochenta y cinco, señor, el año en que pasaré a mejor vida.

—Su enfado es completamente…

—¿Legítimo?—Contestó ella llena de rabia—Estuve delante de mi lápida, me paré en el mismo lugar donde descansaban mis huesos… Cinco años antes de ocuparlo. Explíqueme cómo su método puede ayudarme a superar eso, cómo va a hacerme sobrellevar el peso de mi propia mortalidad. No puede ¿verdad?

Se levantó, ahora sí, derecha a la puerta. Abandonó la habitación sin importarle nada, con sólo una única cosa en mente. Tanteó el bolsillo de su chaqueta solamente para comprobar que el cuadernito seguía a buen recaudo y aceleró el paso. Pronto estuvo en los corredores, buscando una secuencia de números concreta entre las puertas. Hasta que la tuvo delante y un escalofrío la recorrió por completo de arriba abajo la columna cuando tomó el pomo en su mano. Resbaló. No había sido consciente de ello, pero estaban impregnadas de un sudor frío y pegajoso. No pensó. Tenía que saberlo, tenía que saber que iba a pasar, cómo… cómo iba a morir. Quería saber qué sería de sus padres sin ella, de su esposo… ¡tenía una hija por Dios!. Y sólo había una manera certera de saberlo, cruzar ésa puerta.