Los Juegos del Hambre es una Saga creada por Suzanne Collins, no todos los personajes aquí escritos me pertenecen.

Tengo un especial aprecio por ésta historia, espero les guste tanto como a mí.

¡Felices Juegos del Hambre!


Los 72° Juegos del Hambre

Aurora Roblee


CAPÍTULO 1: Ensueño


Dormir, lo único que me tranquiliza. Dentro de dos días será la cosecha y lo único en que puedo pensar es en que estoy segura de que ahora sí seré seleccionada. En verdad no me sorprendería; llevo cuatro años con suerte, creo que cinco serían demasiados…

Mi hermano mayor, Pine, dice que soy una pesimista, que no me debería preocupar; después de todo, el año pasado fue su última cosecha. No me preocupa que yo salga sorteada, me preocupa que sean seleccionados mis dos hermanos menores; Oleander, de doce y Alerce, de catorce.

— ¡Aurora! — me llama mi Padre — ¡Ya es hora de marcar los árboles! —

Marcar árboles, mi trabajo actual. No es que me fascine, en realidad es el único trabajo para el que califiqué. En el Distrito 7 son muy estrictos en cuanto a capacidades físicas de los trabajadores. Con mi cuerpo pequeño y delgado en realidad no podía aspirar a mucho, a diferencia del resto de mi familia.

Me levanto en la oscuridad del cuarto, aún es demasiado temprano para los rayos del sol. Paso al lado de las tres camas de mis hermanos, que aún duermen. Comienzo a vestirme, me pongo mis pesadas botas y acicalo mi largo cabello lacio y negro para iniciar mi rutina laboral.

Al salir de la habitación encuentro a mi madre poniendo la mesa para el desayuno. Ella siempre ha estado obsesionada con los buenos modales. Estoy segura que se debe a lo que ve y escucha en su trabajo. Su trabajo es el que la mayoría de las mujeres en nuestro distrito tienen: Empacadoras. Se encargan de empacar muebles, madera, papel y otros productos que nuestro distrito exporta al Capitolio. Pienso que la propaganda en los empaques, además de lo que alcanza a leer en los libros y revistas que son enviadas al Capitolio le han metido ideas, durante todos estos años, sobre el comportamiento ideal de las personas.

— Aurora… — Dice ella con un suspiro — Te estás empezando a convertir en una señorita, ya es hora de que te empieces a arreglar como alguien de tu edad. —

Yo simplemente me quedo en silencio, a mi madre nadie la puede contradecir.

— ¡Y baja los brazos de la mesa! ¿Acaso eres un animal salvaje? — Aunque lo dice dulcemente, no puedo evitar pensar en que quién hizo esas normas de "Etiqueta", como mi madre las llama, seguramente veía a los demás como animales, animales que debían ser amaestrados.

Ya con mi padre, en la oscuridad del borde del bosque, empezamos a trabajar. Hacemos nuestro trabajo a ésta hora porque se nos exige tener lista cierta cantidad de árboles derribados lo más pronto posible, para que los encargados de transportarlos a las fábricas los levanten a la primera hora de sol.

— Muy bien Aurora, comienza a marcar los árboles que creas que están listos — me ordena mi Padre.

Agarro mi herramienta, un cuchillo en forma de pico, y me dirijo hacia los árboles más cercanos. Mi trabajo en particular es muy sencillo; solamente hay que marcar con una cruz los que serán cortados. Hay que hacer esto únicamente con los árboles del borde del bosque y con los que aportarían suficiente madera. El Capitolio es muy estricto en cuanto a conservar árboles se refiere.

Después de ser marcados, son cortados por leñadores; generalmente hombres adultos como mi padre.

Ya casi había marcado los 20 árboles que nos exigen diarios cuando llego a uno ya tallado antes por mí, pero no para ser talado.

En el distrito 7 las parejas jóvenes tienen la costumbre de adentrarse en el bosque para marcar sus nombres en un árbol, para dejar una huella de su amor en el mundo. Me detengo súbitamente.

— Úncan — murmuro con los ojos entrecerrados, con un tono de amargura en mi voz.

Úncan fue, como muchos lo llaman, mi primer amor. Realmente me gustaba ese chico; hasta que me enteré que yo sólo era una más de sus "queridas". Debo admitir que no advertí su interés cuando empezó a andar detrás de mí; cuando mi padre fue ascendido a jefe de leñadores. Al parecer a esa sabandija le gustaban las mujeres de "posición". Aun así, no me considero alguien de buena clase. Y he de decir que después de eso perdí la fe en el amor, por cursi que suene.

Me aproximo al árbol, concentro mi ira, tristeza y rencor en mi brazo derecho y le aserto un golpe con el cuchillo tan fuerte que tiro un pedazo de corteza y se queda clavado el cuchillo en su nombre…

Realmente creo que hacer eso es algo propio de mí. No destrozar el tronco de un árbol con mi ira, siempre me he considerado débil físicamente, más bien no esperar nada de nadie ajeno a mi familia. Excepto tal vez Onika.

A Onika siempre la veo alrededor de las 8 de la mañana, cuando regreso a la plaza del pueblo para perder un poco el tiempo. La conozco desde toda mi vida gracias a que nuestras madres trabajan en el mismo lugar, tenemos la misma edad.

Ella es todo lo contrario a mí. Es sociable, carismática, amable y siempre ve lo bueno de las personas. Debo admitir que le he tenido un poco de celos desde hace ya algún tiempo; no sólo por su personalidad, también la considero bastante agraciada. Pero lo que más le envidio es su hermosa y oscura piel. Algunas veces siento que la mía no produce pigmento de lo blanquecina que es…

Generalmente la acompaño a su trabajo. Se dedica a pintar muebles y diversos objetos que son vendidos en el Capitolio. Su jefe me permite pintar algunos objetos pequeños y, gracias a algunas clases de Onika con la pintura, he llegado a ser buena; por supuesto sé que al negocio le conviene tener mano de obra gratis.

Después de un par de horas me despido de Onika y regreso a mi casa.

Siempre, cuando camino de regreso a casa, me gusta admirar el paisaje del distrito. Aunque los edificios están construidos con la madera más barata, se tiene una bonita vista, incluso este factor le da un aire nostálgico que me agrada. El día está nublado, como la mayor parte del año; estos días son mis favoritos. Algunas veces incluso se me olvida bajar la mirada para ver los hermosos árboles que rodean la villa.

— Nuestro distrito tiene Personalidad — Pienso.

Sé cómo son los otros distritos por las transmisiones obligatorias anuales, por lo menos he tenido un pequeño vistazo de ellos. Entonces recuerdo que dentro de dos días será la cosecha.

Antes de que me permitiera imaginarme el imposible suceso de terminar siendo voluntaria para salvar la vida de uno de mis hermanos, llega por detrás Oleander, en un intento fallido de asustarme.

— ¡No puede ser! ¿Cómo lo supiste? — Me dice decepcionado mientras me mira fijamente con sus ojos avellana, idénticos a los de mi madre.

En apariencia nadie diría que somos hermanos. De hecho, nadie pensaría que soy hermana de cualquiera de mis hermanos. Ellos son de cabello castaño, altos para su edad y con mentón bien definido, la viva imagen de mi padre. Por mi parte, yo me asemejo a mi madre; tamaño pequeño, cabello totalmente negro y con rasgos ligeramente afilados. En lo único que no coincidimos es en los ojos y en el color de la piel.

— No puedes sorprender a la Mejor — Le digo con burla

Realmente en lo único que puedo presumir, por lo menos a mis hermanos, es en mi capacidad de sorprenderlos. ¿Qué puedo decir? Me gusta asustarlos.

— Algún día te ganaré ¡Ya verás! — Dice Oleander mientras busca algo en su mochila de mensajero — Encontré estas bayas en el bosque cerca del arroyo — Me las pone en la mano — Son muy dulces y no son dañinas, he visto a un conejo comerlas y sin dudarlo las probé. —

No me preocupa que sea envenenado, realmente le gusta todo lo relacionado con las plantas y tiene ya mucho tiempo experimentando con las que hay alrededor, incluso tiene un pequeño sembradío; que en mí opinión, es mala hierva.

— Esas son Para ti Aurora. Para Alerce traje unas especias que compré en el almacén— Hay un pequeño silencio incómodo y lo miro fijamente.

— Las robaste— lo acuso.

— ¡No! yo… yo las compré con lo que vendí de las bayas — es obvio que las ha robado.

— Bien, es tú problema, pero si te cortan las manos por robar no vengas chillando conmigo. — Sigo mi camino sin dirigirle la mirada.

Al llegar a casa me siento a la vieja mesa de madera gris que tenemos en casa. Dejo mi mochila y veo que Alerce está cocinando algo. No voltea a verme, no me habla. Sin embargo sé lo que pasa en su cabeza. Desde que cumplió doce años ha tenido ligeros colapsos nerviosos por la cosecha, por lo que, para desviar su atención del tema, mi madre le enseñó a cocinar. Ahora él prepara la comida, y, en estos días, durante su tiempo libre no salé de aquí.

— ¿Qué preparas Alerce? — De mis hermanos es el que tiene la complexión más delgada, aunque trabajar de recolector de troncos le ha ayudado un poco a su cuerpo.

— Nada en especial… es una sopa que estoy perfeccionando — Dice algo apresurado.

— ¿No será una de esas sopas de frutos del bosque que inventas verdad? — Le digo con un toque de sorna.

Está apunto de contestarme cuando entra Oleander azotando la puerta y se dirige directamente con Alerce.

— Te traje estas especias naranjas, espero que prepares algo delicioso hoy, ¡muero de hambre! —

Alerce las observa por unos instantes y las huele. — Chile… ¿Quieren hacer algo divertido? — nos mira a Oleander y a mí con una sonrisa maliciosa.

Después de una hora en que Alerce ha estado cocinando unas cuantas especias en una olla, y de que nos acostumbremos al picante olor, Alerce dice —Está listo—.

Salimos de la casa y nos dirigimos con Pine, que está ayudando a nuestro Padre con unas herramientas.

— Oye Pine — lo llama Oleander — ¿Quieres oler el manjar que ha preparado Alerce? — ahora soy oficialmente cómplice.

Pine se acerca con una sonrisa, ingenuamente pensando que en realidad es un platillo con aroma delicioso.

— Veamos que tal quedó. — Dice Pine.

Alerce, con un súbito movimiento de mano, abre la olla y todo el vapor le llega de cara a Pine, que empieza a toser de manera descontrolada con lágrimas en los ojos, cayendo al suelo y haciendo un gesto realmente gracioso.

No aguantamos la risa y arrojamos una carcajada muy ruidosa. Pine, siendo el hermano mayor, con una complexión atlética gracias a todos los años levantando troncos y herramienta pesada; jamás es objeto de broma.

— ¡Ya verán Mocosos! — Y su gracioso gesto cambió a uno de rabia. Se lanza por Alerce primero y lo empieza a golpear. Oleander y yo corremos lo más rápido posible de él, pero ahora viene detrás de nosotros, de reojo veo cómo cae Oleander y escucho los ruidos de golpes acertando en su objetivo.

Yo me dirijo hacia el bosque. Pine nunca me ha perdonado nada sólo por ser una "señorita" y ciertamente no me perdonará haberlo humillado de tal forma.

Escucho que entra al bosque, pero éste es mi medio y, mejor para mí, está oscureciendo. Sé que no puedo quedarme aquí para siempre, pero puedo esperar lo suficiente para que se le baje el enojo, seguramente me hará daño, pero después de un tiempo será menor de que lo que le hizo a Alerce y a Oleander.

Ya en total oscuridad, me dirijo a mi casa. La luz está encendida y ya no hay nadie en el jardín, si es que se le puede llamar de esa forma.

Entro y veo a todos en la cocina, todos están en silencio, excepto mi madre que platica alegremente de que Bellota Lean ya estaba comprometida.

Todos saben, incluso mi padre, que cuando hay este tipo de peleas es mejor no decir nada. Nos ahorramos un sermón sobre amor y unión en familia, castigos y tener a una madre como una fiera durante los próximos tres días. Mi padre piensa en que debemos de arreglar nuestros problemas por nuestra cuenta y que las peleas dan carácter.

Alerce comienza a contarnos de las maravillas de ciertas especias, haciendo referencia a lo sucedido, pero cambia rápidamente al azúcar; es cara cierto, pero la he probado un par de veces. La primera vez mi padre trajo a casa, aprendimos que, si se derrite, se pueden hacer formas con ella; la segunda Oleander la trajo…

Ya en el cuarto, cuando mi madre ha salido de la habitación, Pine se asegura de darme dos golpes con su fuerte puño en mi brazo izquierdo.

— Para que sepas que no te perdonaré por ser una… —

— Señorita, lo sé — lo interrumpo y recibo otro golpe.

El día siguiente, un día antes de la cosecha, fue similar al anterior: Trabajo, acompañar a Onika, hablamos de nuestros planes a futuro, estuve caminando por la villa y regresé a casa.

Alerce estaba más concentrado en la cocina que nunca, Oleander acicalaba una pequeña planta que había decidido poner en una maseta, mi padre tallaba un pequeño cuchillo de madera y Pine estaba sentado en su silla recargado hacia atrás con los ojos cerrados. Mi madre arreglaba la ropa para la cosecha.

— Creo que Pine puede heredarle la ropa a Alerce y Alerce a Oleander… No, Alerce es más delgaducho que Oleander… tal vez cuando cumpla quince…— decía mi Madre a sí misma, pareciera que no estábamos ahí con ella.

— ¿Saben? — Dije en un tono de voz inusualmente fuerte para tratarse de mí —Deberíamos salir y jugar escondidas—.

Ese siempre había sido mi juego favorito, probablemente porque pienso que así podemos estar solos, sin que nadie nos pregunte cómo nos sentimos, un tiempo para nosotros y el mundo. Mis padres generalmente sacan dos sillas para observar el atardecer mientras jugamos. A todos les parece buena idea, incluso Pine parece animado.

Alerce es el que empieza a buscar. Y después de varias rondas, termino siendo la que gana los juegos.

— Ya no deberías valer en el juego, siempre ganas…— dice Oleander con desdén. — ¡Pues empieza a ganar! — Le contesto con un tono algo alentador.

Después de jugar nos reunimos en un círculo, y platicamos durante algunas horas. Pareciera que estas pláticas ya son costumbres en nuestra familia cada día anterior a la cosecha.

Antes de dormir, Pine nos dice que seguramente será como otro día más de cosecha, que no afectará a nuestra familia.

Yo sigo estando segura de que mañana seré seleccionada.