Los personajes no me pertenecen, sino a Cressida Cowell y DreamWorks. La imagen no es mía, la encontré vagando en Internet. La historia es mía, Cualquier copia y reproducción de esto sin mi autorización es un PLAGIO. La canción que aparece aquí es A Thounsand Years de Christina Perri. Les recomiendo ampliamente que la busquen en Youtube cuando aparezca la canción en cursiva. Es hermosa, no se arrepentirán.
Disfruten. Reviews con cuenta registrada responderé con gusto.
Mil Años Más.
Sinopsis.
Pese a tener todos los lujos que deseara, Hiccup sentía su vida triste y vacía… hasta que llegó ella: Astrid Hofferson fue el mayor pilar en su vida, su primer amigo real, la chica que le defendía a capa y espada, y su único amor. El día que fue obligado a partir a la academia militar por orden de su padre, hubo un beso y la promesa de algo que no había sido por falta de tiempo pero que deseaban. Por diversas circunstancias, cortaron el contacto por más de cuatro años, y el día en que Hiccup tuvo a Astrid de nuevo frente a él, las cosas no salieron como esperaba. En un impulso, decidió callar su identidad, enredándose en un conjunto de pequeñas mentiras mientras buscaba reconquistarla… Pero nada es eterno. ¿Qué pasará el día en que Astrid descubra que su mejor amigo volvió y esta fingiendo ser otra persona? Y aun más importante ¿Qué pasará si se da cuenta que se enamoró de él de nuevo, a pesar de todo?
1.
Para todo el que conociera a primera vista a Hiccup, dirían con seguridad que es un chico con mucha suerte: hijo único de alguien que también fue hijo único, heredero universal de una fortuna proveniente de muchas generaciones y un apellido de abolengo, fama y prestigio. Su única familia es su padre, militar del más alto rango, siempre estando de misión por el mundo, y al que sólo ve en momentos festivos. Eso deja a Hiccup en una mansión para él solo, a cargo de personal que lo consiente en absolutamente todo y jamás se le negaba algo.
El sueño de todo niño. Pero no el de él.
Su cuerpo es menudo y su estatura baja para su edad. Nació prematuro y eso le afectó a su vista, por lo que debe usar lentes de fondo de botella, así que la esperanza de que pueda presumir sus ojos verdes esmeralda para conseguirle aunque sea alguna admiradora es remotamente imposible. El ama de llaves de la mansión, que funge de estilista-amiga-diseñadora de imagen-consejera-nana-madre sustituta, siempre le corta el pelo en forma de cazo porque lo encuentra adorable pese a que está demasiado pasado de moda, y él no tiene corazón para decirle que realmente corta horrible el cabello, además que su rostro está empezando a mostrar ligeros brotes de acné y eso le preocupa.
No tiene amigos, no tiene vecinos que acuden a su puerta cada día para jugar en la piscina, en el salón de videojuegos, el brincolín o la sala de cine… y no sabe porqué es así. Porqué se siente así, como el cuento del pájaro en la jaula de oro o Richie Rich. Triste, solitario, abandonado.
Aun así, siempre es amable con todos y ayuda a cualquiera que pueda necesitarlo. Es también aplicado en la escuela más jamás lo presume para que los demás niños no piensen mal de él. Es optimista aunque no haya sido un buen día y jamás busca pleitos. Trata de contar buenos chistes para encajar pero nadie se queda a su lado lo suficiente como para escucharlo decir más de cinco palabras. Pese a todas las virtudes que trata de tener, que se esfuerza por demostrar, le repelen. Nunca se lo contó a nadie pero a veces llora en los baños porque se siente muy solo.
Hasta que llegó ella, el último año de primaria. Se llamaba Mérida, tenía el pelo rojo, los ojos azules y piel blanca. Un día en el recreo simplemente se le acercó y le habló, y Hiccup no pudo ser más feliz.
—¡Hola! ¿Me puedo sentar contigo? —sonrió, con inocencia. Su voz era quizá demasiado aguda, demasiado practicado el tono de amabilidad. ¿Pero quién es él para juzgar, él que tanto pide al cielo un amigo? Hiccup ni siquiera trata de ocultar su sonrojo al verla.
—S-si, ¡claro! —apenas ella se sentó, Hiccup le ofreció galletas—. ¿Quieres?
Mérida se rió. Era un sonido demasiado alto y chillón, pero de nuevo no le importó porque debía ser la primera niña que no hacía una mueca de asco nomas con verlo. Hiccup se aferraría a ello cuanto pudiera, la esperanza bailando en su pecho.
—¡Si, me encantan! ¡Muchas gracias, Haddock!
La emoción de saber que conocía aunque sea, su apellido, casi le hace saltar de alegría. Incluso ignoró la manera en la que ella le había prácticamente arrebatado el paquete de galletas y comido todas sin importarle que no fueran suyas. Alguien me ve, alguien en este lugar sabe que existo.
—¿Quieres comer conmigo mañana? —preguntó Hiccup, mirando a Mérida con ilusión—. Puedo traer mucho para los dos, si quieres.
Ella sonrió y le dio un abrazo que duró apenas unos pocos segundos, pero suficientes para que él sintiera un enamoramiento instantáneo. Hiccup está tan necesitado de amor, de un cariño que fuera más allá del servicio de su casa, que lo tomará en cualquier forma que venga. No sabe qué es el amor, el inocente, pero piensa que seguramente debe de ser no sentirse tan miserable como él lo percibe a cada segundo de su día.
—¡Eso sería genial, nos vemos mañana!
Ese día, Hiccup estuvo despierto una buena parte de la noche, impaciente por el siguiente día. Su nana, la Sra. Potts, incluso le preguntó que le había ocurrido en la escuela para que estuviera tan animado. Él simplemente había sonreído y pedido ración extra de carne, dispuesto a iniciar ese mismo día un plan riguroso para ganar más musculo en sus brazos que parecían fideos.
Cuando llegó el momento al día siguiente, apenas pudo controlarse en no saltar de alegría al momento de salir del aula e ir al patio a esperar a su nueva amiga.
—¡Haddock, me ha pasado algo horrible! —chilló la niña, aproximándose hacia él con sendas lagrimas corriendo por sus mejillas. El pelo le brillaba como fuego y se alborotaba tanto—. ¡Perdí todo el dinero que me dio mi papá para gastar en el mes! —lo abrazó, apretándolo y chillando más fuerte contra su hombro como si intentar matarlo de asfixia resolvería todos los problemas.
—¡No te preocupes! —consoló Hiccup, palmeándole la espada y sonriéndole de manera alegre. Ni siquiera pensó en las consecuencias de lo que iba a decir. Él es solo bondad e inocencia, buena disposición para con su prójimo. Tan joven e inexperto para distinguir entre la conveniencia y la lealtad—. Yo te daré lo que perdiste, y te traeré el almuerzo siempre para que no gastes.
Mérida rompió el abrazo y lo miró, parpadeando con ilusión. Sus mejillas regordetas tenían un rastro de lágrimas, pero sus ojos no estaban rojos por llorar, sólo húmedos; como los actores de las telenovelas baratas que de un segundo lloran descarriadamente si perder ni un poco el maquillaje.
—¡Pero son ciento cincuenta dólares!
Hiccup se rió, y sin pensarlo dos veces sacó el dinero de su bolsillo. Jamás advirtió en ese momento el tono victorioso y feliz que había optado Mérida, en vez de uno presuntamente preocupado.
—No te preocupes, tengo mucho. Ayudar a un amigo es lo más importante.
—¡Gracias, Haddock! Eres mi mejor amigo —y lo abrazó de nuevo, saltando de felicidad y arrebatándole de las manos el dinero para luego salir corriendo, excusándose que debía ir al sanitario.
No volvió a verla hasta el día siguiente aunque él la esperó en ese mismo lugar hasta que el receso terminó, pero para este momento Hiccup estaba tan feliz por tener una amiga que ignoró el hecho que Mérida le pidiera de favor hacerle la tarea el siguiente día de clases, y que él, solícito, accedió de buena gana prometiéndole que le ayudaría diario con los deberes.
—¿Mer? —llamó Hiccup por detrás de la línea telefónica, conteniendo el impulso de toser de manera profusa. Su voz sonaba algo débil y cortada. Era uno de esos días de cambio de estación de primavera a verano, y no hacía ningún favor por su nariz congestionada, la garganta cerrada que parecía cuchillo al intentar tragar y el cuello ardiendo en temperatura.
—¡No, Haddock! Mi nombre es Mérida, no Mer —renegó la niña, ignorando el estado de Hiccup. Estaba a la mitad de una película de superhéroes y no podía, ni quería, perderse el más mínimo detalle de la pelea de la pantalla.
—L-lo siento, no volverá a pasar —se cubrió con una mano un arranque de tos flemática y volvió a dirigirse a la línea telefónica en cuanto estuvo seguro que no dejaría el pulmón en el teléfono—. Quería decirte que no podré ir mañana a la escuela porque…
—¡No puedes faltar! ¿Quién llevara el almuerzo? —interrumpió Mérida con voz únicamente preocupada por sus necesidades, y el hecho de que su héroe favorito acababa de recibir una herida fea en la cara, ignorando de nueva cuenta lo que él trataba de decirle.
—No te preocupes. Le diré a alguien de aquí que te lo lleve… —carraspeó. En ese momento le parecía una buena idea mencionarle su nombre real, dado que si ella le pedía que le hablara por el suyo completo, consideró que él también podía pedir lo mismo ¿Eso son los amigos, no? Apoyo y comprensión siempre—. Por cierto, me llamo Hiccup H-
—¡No! Hiccup no se qué, es un nombre horrible. Tú eres y siempre serás Haddock, por el apellido de tu padre que es tan famoso —se rió—. ¡Nos vemos!
Colgó el teléfono, sin darle a Hiccup tiempo de explicarle que estaba enfermo y le haría ilusión que fuera a verle, que mínimo le dijera ilusamente que todo estaría bien y se repondría. No supo porqué razón, pero presentía que de cualquier modo le habría ignorado. Jamás había ido a su casa de cualquier manera.
Así pasaron dos meses. Hiccup no era tonto, sabía que un amigo normal no pediría tantos favores sin devolveros; pero se excusaba diciendo que él jamás había tenido uno, y no podría decir cómo se comportaban. Pudo seguir así por mucho tiempo, pero cosas como esas siempre caen por su propio peso, más temprano que tarde. El fatídico día que se graduaron de sexto de primaria, ocurrió lo inevitable.
—¡Mérida! —gritó Hiccup en el mismo segundo en que la vio pasar a unos cuantos metros de él. Se veía orgullosa en su vestido de celebración por haber pasado el año con buenas calificaciones, y Hiccup quería compartir esa alegría con ella, por lo que corrió a su lado lo más rápido que sus enclenques piernas le permitían.
Jamás se esperó que ella le empujara e hiciera una mueca de asco apenas lo vio llegar, un poco demasiado fuerte para una niña.
—¡Aléjate de mí, gafotas! —gritó Mérida, apuntándole con el dedo de manera amenazadora. Ahora desde el suelo y mirando hacia arriba, la imagen de ella parecía más como un verdugo que como una amiga—. Ya pasó el año escolar, ya no me sirves.
—¿Q-qué? —preguntó Hiccup, parpadeando con desconcierto.
Era imposible que la niña alegre que conoció fuera la misma agresiva y cínica que tenía enfrente. Creyó ilusamente que podría ser una mala broma de graduación, pero entonces ella le enseño la lengua con desdén.
—Jamás sería tu amiga, ñoño. Sólo me juntaba contigo porque hacías todo lo que quería. Me ayudaste a pasar el año —pasó a su lado, corriendo y empujándole—. ¡Ahora piérdete, Haddock!
Aquello fue devastador para su ánimo. Fue como sentir que le arrancaban algo del pecho y lo tiraran al suelo para después patearlo. Mérida jugó con su amistad y sus sentimientos, jugó con su buena voluntad e intenciones; le escupió a su confianza y se rió en su cara de la peor forma.
Ese día, volvió a visitar el baño de niños para llorar.
Los días después fueron lentos. El verano lo pasó encerrado en su casa, sumiéndose en pilas de libros y evitando lo más posible pensar en salir y ver a otros niños divertirse entre amigos, creyendo que así podría despertar suficiente lástima en su nana como para finalmente contratar a un profesor particular. Sólo esperanzas inútiles, incluso la Sra. Potts era más optimista que él con que algún día haría buenos amigos.
Agosto llegó inevitable y con ello el día en que debía volver a la escuela. Comenzar la secundaria y la tan horrorosa y temida pubertad. Mientras se alistaba con su uniforme más pulcro y limpio que pudieron darle, se hizo el juramento inquebrantable frente al espejo de que Mérida Dunbroch sólo era un tropiezo, un simple tropiezo que cualquier podría tener, algo natural que superar y sobre todo, algo que jamás impedirá el que siga sonriendo porque así llegaría alguien que se hiciera su amigo de verdad.
Los dioses de allá arriba, sin embargo, no fueron tan benevolentes. Hiccup era como su juguete de tortura favorito ¿Cómo dejarle las cosas fáciles? No sueñes tan alto, cariño. Así que, sí, las cosas no ocurrieron como él esperaba. La secundaria, pese a ser de mucho prestigio y clase, era totalmente diferente a lo que estaba acostumbrado: en la primaria si eras el marginado simplemente te ignoraban. Aquí, eras tan notado que prácticamente todos los preadolescentes querían toparse contigo.
Pero sólo para golpearte, humillar, robarte el dinero, humillar, gastarte bromas, ¿Mencioné humillar? Los niños de tercer año eran agresivos, iban por los pasillos buscando a su presa… y Hiccup fue como el nuevo y asustado blanco luminoso y llamativo que todos miraron como el mejor objetivo de hacerlo sentir miserable.
¡Pero, vamos! Bien dicen por ahí que después de la tormenta viene la calma. Y los dioses finalmente decidieron que Hiccup merecía ser feliz. Y por eso, después de las vacaciones de navidad, ocurrió aquello que marcó la historia de su vida.
El cuerpo menudo de Hiccup salió disparado contra los casilleros. Su espalda hizo un ruido sordo contra el aluminio mientras profería un quejido de dolor por el golpe, más no le dio tiempo de comprobar si estaba moreteada puesto que unas manos considerablemente más grandes que las suyas se ciñeron sobre su sweater verde y fue elevado unos centímetros del suelo. Su agresor era un niño grande y ancho con el ceño fruncido y la capacidad de escupir saliva cuando hablaba. Su sonrisa era burlona y le miraba como si fuera un insecto.
—¿Disfrutaste las vacaciones lejos de mí, tarado? —habló el abusón, riéndose sonoramente de su propio chiste. Sin esperar una respuesta de Hiccup, lo volcó de cabeza con sus manos en los tobillos y lo sacudió de manera violenta de arriba a abajo—. ¡Hay que recuperar el tiempo perdido, entonces!
—No traigo dinero —gimió Hiccup, luchando poderosamente con la necesidad de llorar. Estaba temblando de miedo y hasta ese punto sólo quería salir corriendo a casa—, déjame por favor.
—¡Cállate y dámelo! —profirió el abusivo, sacudiéndolo con mayor fuerza para que las monedas cayeran por la fuerza de gravedad.
Y lo que ocurrió después fue rápido e increíble, como esas películas predecibles pero que aun así te emocionan: un cuerpo menudo se abalanzó sobre el bravucón, colgándose de su espalda como un mono y mordiéndole el hombro con tanta fuerza de sus pequeños dientes que él soltó un enorme y agudo grito de dolor y automáticamente se alejó hacia atrás, dejando libre a Hiccup, que no podía hacer más que mirar la escena con asombro.
Una niña le había salvado. Una niña rubia que ahora se encontraba de frente al niño que había atacado, mirándolo con odio y tal determinación en sus ojos azules que Wonder Woman se sintió orgullosa.
—¡Ey tu, pedazo de cerdo con patas! —gritó ella, llena de coraje en sus palabras—. ¡Métete con alguien que si se defienda!
—¡Estas muerta, niñita! —gritó el bravucón enrojecido de furia, mientras se acercaba corriendo hacia ella con los brazos extendidos hacia delante, buscando capturarla entre sus manos.
Ella sonrió, con arrogancia, casi con condescendencia. Como si fuera un movimiento natural, se barrió entre las piernas de él con suma facilidad y flexibilidad, levantándose de un salto y pateándole en el trasero con fuerza, obligándole a caer de bruces contra el suelo. Sin darle tiempo a que se levantara, se trepó de su espalda de nuevo y le torció ambos brazos para los lados contrarios.
—¡Déjame, déjame demonio! —gritó el niño, pataleando en el piso y no luchando por llorar.
Ella lo soltó y le dio una patada en el costado.
—¡Largo! —le gritó. El niño obedeció enseguida y salió disparado hacia enfrente sin siquiera voltearse a mirar—. ¡Si vuelves a molestarlo te arrancare el brazo, lo juro! —Después se volteó hacia Hiccup. Para este momento, él estaba lo suficientemente asustado como para incluso desear que el niño volviera y lo molestara en vez de sufrir bajo la rubia que tenía enfrente. Pero ocurrió lo que creía imposible e irreal: la niña se aproximó hacia él y se arrodilló a su lado, mirándole con una genuina preocupación en sus ojos tan azules como el cielo despejado. Se veía totalmente diferente ahora, tan amable y bonita que Hiccup tuvo el impulso de pellizcarse para comprobar si era real—. ¿Estás bien?
—Eh… s-si, gracias —Hiccup ni siquiera supo cuándo empezó a tartamudear, o cómo es que se sonrojó tanto, pero tampoco le tomó mucha importancia porque ella sonrió y de pronto todo era menos importante a eso—. En realidad… estoy acostumbrado a que hagan esto. No es nada.
La expresión de molestia de ella fue instantánea.
—Claro que lo es. Lamento no haberte defendido antes… pero no te preocupes —se rió, y a él le dio la sensación que escuchaba una melodía única. Ella le extendió su mano izquierda con la intención de ayudarle a levantarse, y saludarlo—. Soy Astrid Hofferson.
Hiccup se tomó unos segundos para procesar la información, mirando la mano extendida de ella y su rostro alternativamente. De nueva cuenta, la idea de que fuera un sueño de repente se le cruzó por la cabeza, pero de cualquier modo no importaba, porque alguien lo había defendido y se había sentido condenadamente bien que alguien lo notara más allá de lo habitual.
—Soy Hicc… —se calló y tragó saliva, recordando el momento en el que Mérida le dijo que su nombre completo era horrible—. Haddock. Sólo Haddock.
Tal vez con un nombre mejor, pensó, evitaría que ella lo tomara por un tonto y se alejara. Tal vez, sólo tal vez, así Astrid recordaría cómo llamarlo. Así le agradaría.
—¡Muy bien, Haddock! —contestó Astrid, mirándolo con una sonrisa que podría competir con el sol—. Prepárate… porque desde ahora yo estaré contigo.
Hiccup no pudo encontrar punto de comparación entre la sonrisa de labios para afuera de Mérida, y la de Astrid, mostrando los dientes blancos y los ojos vivaces. Eran tan diferentes una de la otra: la primera siempre fue falsa, y ésta parecía tal real que no pudo evitar ilusionarse con la idea de que ya no tenía que buscar más.
Había encontrado a un verdadero amigo.
—¡Me mentiste!
Hiccup se detuvo en seco y tragó saliva con pesadumbre mientras se retuerce las manos de manera nerviosa. Sólo ha pasado dos semanas desde que se encontraron por primera vez, desde que se convirtieron en mejores amigos automáticamente, pero aun así la conoce como jamás pensó que conocería a alguien. Y es por eso que él no necesita voltearse para saber quién le habla, y repentinamente lo único que desea es arrodillarse y pedir perdón, sin importar siquiera saber qué hizo.
—¿Qué sucede? —preguntó Hiccup, temiendo saber la respuesta. Se volteó lentamente sólo para ver la mancha de pelo rubio, mientras se aproxima corriendo hacia él.
Astrid hace un puchero con sus mejillas y le pega en el hombro sin intención de lastimarle, más como un gesto de reproche, pero como no controla su fuerza a Hiccup se le escapa un leve quejido de dolor que ella decide ignorar porque está muy molesta.
—¿Por qué me dijiste que te llamabas Haddock, si ese es tú apellido? Tú, pequeña y maldita sabandija mentirosa —le jala la oreja como si fuera su madre—. ¡Eres Hiccup Horrendous III!
El desvía la mirada y se queda inmóvil mirando un punto muerto. De pronto, los recuerdos de las palabras de una falsa amiga son más nítidos que nunca. Astrid nota su cambio y olvida instantáneamente que estaba molesta. Lo suelta, mirándolo preocupadamente.
—Oye, sabes que no quise decir en serio eso de que eras una sabandija.
—No, yo sé —afirma Hiccup, y niega con la cabeza para dar más énfasis—. Es solo que… Pensé en Mérida y cómo dijo que mi nombre horrible y ridículo. Ni siquiera lo menciones, yo quiero que tú pienses que soy cool y eso.
Astrid lo miró perpleja por exactamente quince segundos antes de echarse a reír, ante la mirada estupefacta de Hiccup.
—Eres un tonto —contradijo Astrid, perdiendo el humor ahora y mirándole con el ceño fruncido—. ¿Alguna vez te has preguntado por qué te pusieron ese nombre? Antes de tomar en cuenta comentarios de personas idiotas a quien no le interesas, analiza qué es lo que tú opinas —lo abrazó sorpresivamente desde su cuello—. Aprende a quererte, Hiccup —se separó de él, apenas unos centímetros para poder mirarle directamente al rostro y besarlo en la mejilla.
A partir de ese momento, Astrid siempre lo llamó así. Y de nuevo, Hiccup sintió que las cosas eran justo como siempre debieron ser.
Los meses siguientes pasaron de una forma vertiginosa. Astrid presentó a Hiccup a Elsa, su hermana melliza, y Anna, su hermana menor. Elsa, tan sólo tres minutos mayor que Astrid, tiene el pelo rubio platino y es considerablemente alta para su edad, con ojos azul oscuro y piel mortalmente blanca. Anna en cambio, de pelo cobrizo, ojos azul oscuro y pecas por todo el rostro. Ellas eran mucho más tranquilas que Astrid, pero lo recibieron con total familiaridad; como si ser amable y dulce fuera algo natural e inconsciente.
Ellas fueron sus segunda y tercera amiga, también sus inseparables. Hiccup a veces esperaba que ellas llegaran un día pidiéndole algo, pero aquello jamás ocurrió, al contrario: Elsa y Anna se juntaban con él después de clases y hacían las tareas, llevaban el postre y lo compartía sin chistar… y Astrid siempre se colgaba de su brazo cuando estaba aburrida e iba por todo el instituto presentándolo con sus conocidos, incitándole a que hiciera amigos.
No supo en qué momento fue que se enamoró de Astrid, pero así fue. No era lo mismo que sintió con Mérida y su fugaz enamoramiento a raíz de un simple gusto: Astrid lo trataba como un igual, como un verdadero amigo. Alguien que a veces te ayuda y a veces tú lo haces, alguien que te da palabras de aliento cuando tienes un examen difícil y te regaña cuando no quieres hacer algo importante, alguien que te visita los fines de semana y se sienta a lado de tu cama a obligarte a tomar la sopa cuando estás enfermo.
Astrid era todo eso, y más. Ella, Elsa y Anna eran su familia, pero Astrid era su indiscutible pilar. Para Hiccup, era verla y desear con todas sus fuerzas siempre tenerla cerca. Pero el destino, una vez más, se encargó de hacerle ver que las cosas no ocurren como él espera.
Fue estando a un mes de terminar el tercer año de secundaria, teniendo quince años. Hiccup seguía conservando esa apariencia de niño enclenque, con el acné a punto de desaparecer de su rostro, el peinado de forma de hongo y los lentes en fondo de botella. Astrid en cambio, comenzaba a desarrollar su cuerpo, curveándose justo donde debía ser y con los atributos propios de una jovencita resaltando a través de la ropa.
Una gran parte de los chicos deseaba salir con ella, y lo odiaban a muerte a él porque era el único al que le permitía acercarse. Ellos solían aprovecharse de ver a Hiccup solo, para molestarle y amenazarlo que dejara de verla, pero Astrid siempre lograba aparecer milagrosamente en el campo de visión, echa un torbellino de furia y gritando cuánto les haría sufrir si no le dejaban en paz.
Hiccup solía pedirle que no lo defendiera, que quería luchar él por la amistad. Pero solo bastaba una mirada de Astrid pidiéndole que no la excluyera para que toda su determinación se fuera de paseo; jamás podía negarle nada.
—¿¡Cómo que te vas!? —gritó Astrid, mirando a Hiccup con los ojos desorbitados y la boca abierta de la consternación.
Hiccup suspiró con pesadumbre. Se suponía que la idea debería alegrarlo, pero no lo hace: no quiere alejarse de Astrid, no quiere perder esa rutina; aunque eso signifique que pueda pasar tiempo con su padre. Ambos se encontraban parados en la entrada de la puerta de la casa de Astrid. Hiccup había pasado a verla en cuanto se enteró de la noticia de que se iría al día siguiente.
—Fue una orden de mi padre. Él… se enteró que tú me defiendes de los que me molestan, y le pareció un insulto —la miró, con tristeza y desolación—. Iré a una de las escuelas militares que tiene mi abuelo.
Astrid soltó un quejido.
—¡No es justo! —berreó, conteniendo las ganas de soltar un par de groserías hacia la ascendencia de él—. ¿Cuándo volverás?
—No sé, mi padre no me especifico… pero ¡Ey! ¡Anímate! —dijo Hiccup, fingiendo un optimismo que no sentía, tan sólo para tranquilizarla—. Nos comunicaremos diario por Skype, te mandaré cientos de inbox al día y vendré en cuanto pueda. Es una promesa.
Astrid lo miró, haciendo un puchero de molestia con los labios y sus ojos resplandecientes de tristeza.
—Más te vale, o juro que iré hasta allá a golpearte.
Cerraron el trato con un abrazo. Un abrazo que quería decir tantas cosas y lo callaba todo.
—Tengo algo para ti —dijo Hiccup, mirando el rostro de Astrid de manera nerviosa—. Quiero regalarte algo —él aun recuerda a la preciosa ejemplar de Boxer de Astrid llamada Meatlug, regalo de sus padres cuando tenía ocho años. Sabe que desde hacía un tiempo, la rubia deseaba otro perro para que le hiciera compañía—. Ven —pidió, tomándole de la mano y jalando su cuerpo suavemente para que le siguiera al auto que lo trajo hasta allí, donde el chofer le esperaba dentro.
Apenas estuvieron a un palmo de distancia, Hiccup abrió la puerta del asiento de atrás y Astrid asomó la cabeza, curiosa por saber de qué hablaba él. Lo que vio en el asiento la dejó perpleja: cómodamente dormida, estaba una cría de Husky Siberiano de alrededor de dos meses. Su pelaje era esponjoso y bello de color dorado, y por la simple forma de su mandíbula podía notar la calidad de la raza.
—¡Es hermoso! —halagó Astrid sin poderlo evitar, mientras se acercaba al cachorro y lo tomaba entre sus brazos para acariciarlo. El perro se despertó animosamente y le lamió los brazos con alegría, moviendo su cola y clamando su atención tratando de llegar a su rostro. Tenía los ojos de un profundo azul claro.
—Es hembra, en realidad. Y es tuya.
Astrid detuvo sus juegos de pronto y le miró con sorpresa.
—¿Eh?
Hiccup asintió y le sonrió con ilusión. Colocó la mano en la espalda de ella, y la condujo de nuevo hacia la entrada de su casa.
—Es para que me recuerdes mientras no esté.
Y Astrid no lo pudo evitar: las lágrimas se agolparon en sus ojos, amenazando peligrosamente con caer por sus mejillas. Aquello era uno de los mejores regalos que había recibido, no por el valor monetario de la mascota, si no por el empeño de Hiccup por regalársela; por lo que significaba para ella. El hecho que él se lo esté dando a nada de irse, no hacía más que aumentar el nudo en su pecho producto de la inminente despedida.
Sin previo aviso, Astrid dejó el perro en el suelo y le pasó sus brazos detrás del cuello de Hiccup, abrazándole con fuerza y recargando la cabeza en su clavícula. Él se quedó pasmado, con el corazón acelerado y las mejillas sonrojadas. Ella jamás se daba cuenta de cómo aquel acto tan simple que hacía con tanta frecuenta siempre lograba sonrojar a Hiccup y dejándolo con la cabeza en las nubes.
—Idiota —susurró, sonriendo suavemente—, no te olvidaré ni aunque quiera —se separó de él, mirándole a los ojos a un palmo de distancia—. Gracias.
—¡B-bien! —dijo Hiccup, separándose de Astrid con evidente nerviosismo. Su cercanía le desconcertaba, y no había más que desear acortar las distancias y besarle, declararle sus sentimientos y pedirle su amor eterno. Pero sabía que esa batalla la tenía perdida, más aun que su partida era un hecho—. ¿Quieres ir a Tiana´s Place conmigo por última vez antes de irme?
Hiccup esperaba que Astrid accediera de inmediato. Tiana´s Place era su restaurante favorito después de todo. Por eso es que se sorprendió cuando Astrid, en su lugar, le miró fijamente por casi un minuto, con el ceño fruncido como si estuviera cavilando un plan justo en ese instante. Y a juzgar por la sonrisa que de pronto se formó en los labios de Astrid, Hiccup podía jurar que acababa de decidir algo y no había manera en el mundo que alguien le hiciera cambiar de opinión.
—En realidad. Hay algo que quiero hacer antes de que te vayas —dijo Astrid dando un paso hacia atrás sin romper el contacto visual. Hiccup tragó en seco y su corazón se disparó a mil por hora—. Ven.
Astrid le tendió la mano a Hiccup con el brazo libre donde no sostenía a su nueva mascota y ambos emprendieron el camino adentro de la casa.
—¿Astrid? —llamó Hiccup mientras ambos subían por las escaleras y pasaban de largo hacia la habitación de Astrid—. Eh… ¿Qué estamos haciendo?
—¡Shh! Tu espera —sentenció mandándolo a callar. Ambos se detuvieron justo en la puerta de la habitación de Astrid y ella sonrió de manera enigmática—. Te avisaré cuando entres.
—Pero…
No pudo decir cualquier cosa cuando Astrid entró a la habitación cerrando la puerta justo en el rostro de Hiccup, que soltó un suspiro y recargó la oreja para tratar de escuchar lo que sea que Astrid pretendiera hacer. Hubo un movimiento como de cosas moviéndose y una maldición entre dientes, y de pronto todo se quedó en tan súbito silencio que Hiccup se preguntó si era la señal de pasar.
Sin embargo, pronto comenzó a sonar una melodía tranquila de piano que hizo que su corazón volviera a salir disparado.
"Heart beats fast.
Colors and promises..."
Hiccup abrió la puerta totalmente sorprendido y encontró a Astrid de pie justo en el centro de la habitación, con el teléfono conectado a un amplificador de volumen. Hiccup parpadeó intentando evitar las lágrimas y se acercó a Astrid con una pregunta en la expresión. Como respuesta, Astrid sonrió. Hiccup conocía a Astrid lo suficiente como para saber que esa era su manera de despedirse, de decirle algo que por su carácter no era capaz de hablar.
"I will not let anything take away.
What's standing in front of me.
Every breath,
Every hour has come to this..."
—Creí que no te gustaban las canciones románticas —susurró Hiccup, apretando el cuerpo de Astrid inconscientemente contra el suyo en un abrazo, deseando poder congelar ese momento por siempre. Donde nada más importaba excepto él y Astrid.
—Cállate y disfruta del único momento dulce de mi vida.
"One step closer..."
Hiccup se rió y siguieron meciéndose en silencio mientras la canción seguía inundando la habitación, envolviéndolos en ese instante.
"I have loved you for a Thousand years,
I'll love you for a Thousand more..."
Incluso cuando la canción terminó, ambos se tomaron el tiempo para salir de aquella burbuja, aun meciéndose en una balada imaginaria. Hiccup no sabía cómo interpretar ese momento, y no quería permitir ilusionarse con que aquello era una declaración romántica aunque las letras prácticamente se lo gritaban. Tragó saliva armándose de valor para preguntar.
—¿Es cierto? ¿Tú…? ¿Yo te gusto? …¿A ti?
Astrid no se perdió del tono de Hiccup, creyendo imposible el hecho de que ella podría quererlo a él. ¡Dioses! Habría que se estúpida para no enamorarse de alguien como Hiccup: dulce, inteligente, caballeroso, atento y amable. Pero como no pensaba decir algo tan cursi como eso, Astrid se separó apenas lo suficiente como para mirarlo a los ojos. Y, como era su costumbre, le golpeó en el hombro.
—¿Y por qué no? —dijo Astrid, mirándole con una ceja arqueada y retándole a que la contradijera—. Y si tú también sientes lo mismo, entonces te esperaré a que regreses.
Hiccup la miró tan sólo un segundo antes de echarse a reír internamente por la situación. ¿Astrid se le declaró? ¿Astrid no estaba segura que él también la amara? Si había que ser ciego para no haberse dado cuenta hasta esas alturas de la vida de cómo besaba el suelo que ella pisaba. Hiccup negó con la cabeza y la abrazó de nuevo, disfrutando aquel momento que tanto había anhelado, antes de que mágicamente resultara falso.
—Por favor espérame, Astrid, que volveré.
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No. Pude. Resistirme. ¡Ups! Realmente no tenía planeado publicar esta historia hasta que terminara con Serial Hottie o Entre el Aire y la Tierra, ¡Pero es que me picaba tanto publicarla! Espero sinceramente que les guste ese proyecto que estoy iniciando.
Advertencias: A lo largo del Fic, van a llorar. A mares. Reirán. A veces. Tendrán subidones de Azúcar. Lo más probable. Y la paciencia y esperanza será en tema principal de este Fic. Es una historia muy emotiva a la que le he tomado muchísimo cariño mientras la escribía, porque simboliza todas aquellas cosas por las que el ser humano tiene que pasar en algún momento de sus vidas para conocerse y quererse. Hace años la subí en un foro de otros personajes, pero perdí la historia por una injusticia, y hoy sólo pude recuperar algunas partes, así que reescribí mucho, también.
Espero que me escriban para decirme si les gustó. Hasta la próxima. Besos, Higushi.
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