Just On The Same Path


Disclaimer: Esta nota aparecerá tan sólo en el primer capítulo. Final Fantasy pertenece a Squaresoft...

Notas de la Autora: Hace tiempo que andáis pidiendo un Squinoa... quería consultaros si preferíais una historia algo más fiel al juego... como suelo hacer... o si os gustaría probar con algo un poco distinto a lo que os tengo acostumbrados. Pero al final esto ha salido bastante fácil y rápido y prefiero dejar que lo veáis antes de decidir qué tipo de Squinoa queríais ^^

Este primer capítulo es bastante confuso y poco concreto, pero quería dejaros un poco con la sensación de no saber del todo qué está ocurriendo (espero haberlo conseguido). Así pues tampoco explicaré qué tipo de universo es el que envuelve esta vez a los personajes (aunque creo que queda bastante claro por la manera de describir las cosas) ni tampoco qué significa exactamente este capítulo tan raro.

En el siguiente se aclararán muchas cosas y seguramente veréis que no tiene mucho sentido empezar la historia con esta escena... pero me hacía ilusión hacerlo así ^^

En fin... espero que os guste...

¡Ah! Un último aviso... IMPORTANTE (Para aquellos que pasan de leer las notas de los autores XD) seguramente podré aguantar pocos capítulos manteniendo este fic con un rating bajo... por la violencia y eso v.v... De hecho para hacer las cosas bien debería ponerlo directamente con un rating altito desde este mismo capítulo... Pero sé que así lo veréis mejor y no pasará tan desapercibido =D

¡Y algo más! La manera de ponerle título a cada capítulo también es distinta a la que acostumbro a tener... ya iréis viendo más adelante a qué me refiero XD


CAPÍTULO I: DEJADME IR.


No era capaz de recordar cuánto tiempo llevaba corriendo, sólo que no podía parar.

Su respiración y el rugir de su sangre en sus venas era el único sonido que era capaz de oír. El resonar de sus botas sobre el musgo y las hojas humedecidas por el barro parecían un eco lejano, las ramas de los árboles enganchando su ropa y abofeteando su cara eran como un susurro distante.

Sólo oía con claridad lo que ocurría dentro de sí mismo mientras su propia voz le gritaba enloquecida que continuase corriendo.

No podía parar.

Cada bocanada de aire hacía que algo se retorciese y se clavase justo en el interior de su pecho, cada inhalación era un golpe devastador de aire gélido, impregnado con el repulsivo aroma de su propio miedo.

Él era un soldado, un guerrero, no había sido entrenado para sentir miedo alguno. Pero tampoco había sido entrenado para amar. Y haber cometido ese error era lo que lo empujaba con una fuerza violenta y brutal hacia la necesidad de escapar, de no enfrentarse a ellos, de continuar sobreviviendo.

Porque debía encontrarla.

Pero ellos no pararían nunca de perseguirlo. Jamás quedarían satisfechos con que ninguno de los dos volviese a su reinado, los querían muertos. Así funcionaba la venganza y la justicia.

La venganza de aquel soldado arrogante y traicionero y la justicia de un padre severo y obstinado.

Sabía que no le quedaba más opción que continuar viviendo, y teniendo su vida tanta importancia era el miedo de perderla lo que hacía que aún después de tanto tiempo continuase oculto y huidizo de cualquier tipo de amenaza. Porque en el momento en que lo atrapasen a él nadie podría protegerla. Nadie la buscaría para asegurarse de que nunca llegase a caer en manos de ella.

Porque por fin había entendido quién era la culpable de todo.

Squall resbaló torpemente al borde de una cuesta demasiado marcada, cubierta de barro, y por un instante pudo oír algo más allá de su respiración y su miedo. Oía sus voces, a menos de unos segundos de encontrarlo.

- ¡Maldita sea, no te lo pienses! - gritó una voz a sus espaldas, y justo cuando se giró con el corazón en un puño aquel joven ladrón se abalanzó contra él, obligándolo a caer por aquella pendiente hasta varios metros más abajo.

Rodó un buen trecho más, hasta que finalmente el tronco de un árbol lo paró, haciendo que gritase al sentir el violento golpe.

Squall se estremeció y rodó sobre su cuerpo, quedando a cuatro patas, sintiendo algo espeso resbalar por su cabello y su frente. Pero sabía que no era sangre, aquella sustancia estaba helada y su sangre ardía en ese momento.

- ¡Sigue corriendo! - le gritó la voz de aquel muchacho desde lo alto del pequeño terraplén por el que había caído.

Squall levantó la mirada, el barro resbalando lentamente por su cara y parte de su cuerpo, su respiración aún sonora y forzada, para ver con horror a aquellos soldados que mantenían a Irvine sujeto por ambos brazos, evitando que continuase huyendo de ellos.

Se levantó mientras veía como más soldados llegaban hasta el borde de aquella caída, señalando hacia él y organizando su bajada para capturarlo igual que habían hecho con su compañero.

¿Cómo lo habían cogido tan fácilmente? ¿Cómo había sido tan estúpida como para permitirlo?

Pero no lo había sido. Squall conocía a aquella joven y sabía que era lo suficientemente astuta como para no dejarse atrapar tan fácilmente. No ahora que la habían descubierto.

Una sombra se movió con agilidad sobre los árboles, justo sobre las cabezas de aquellos soldados, y Squall casi sonrió aliviado mientras comenzaba a dar los primeros pasos hacia su retirada definitiva. Sabía que Irvine estaría a salvo. Selphie nunca permitiría que lo atrapasen.

El muchacho continuaba andando hacia atrás, comenzando a ocultarse bajo las copas de los árboles que había a sus espaldas, quedando fuera de la vista de aquellos soldados, mientras aquel silbido rítmico comenzaba a resonar entre el bosque.

Los soldados miraron hacia arriba y, justo antes de alcanzar a reconocer aquel silbido como el sonido de su nunchaku al girar en el aire, la chica cayó sobre ellos, apoyando ambas botas sobre las espaldas de los soldados que sujetaban a Irvine, y golpeando con una rapidez y destreza impresionantes a otros dos hombres.

Irvine había quedado en el suelo, entre los dos soldados que Selphie había noqueado, tumbado bocarriba, justo bajo y entre las piernas de la joven luchadora, sonriendo hacia el cortísimo trozo de tela que cubría su cuerpo mientras ella le tendía una mano para ayudarlo a levantarse.

Squall dio un paso más hacia la sombra, perdiéndolos de vista tras las tupidas copas de aquellos altos árboles, y finalmente se giró para continuar corriendo a toda velocidad.

Ellos estarían bien y él debía escapar.

Aquella zona era montañosa y de difícil acceso, ahí llevaba semanas escondiéndose y buscándola, ahí había encontrado los primeros indicios de su presencia desde hacía años.

La pendiente jugaba a su favor, permitiéndole la bajada por aquella cara de la montaña de manera más rápida y menos dificultosa, pero él no se permitiría el lujo de aminorar la marcha por la resbaladiza superficie enfangada de la tierra de aquella pendiente. Continuaría corriendo a toda velocidad aún a sabiendas del peligro de resbalar y caer montaña abajo.

Porque lo que lo perseguía era mucho más peligroso que una simple caída.

Ahora que estaba tan cerca de encontrarla los había atraído. Ahora que la tenía seguramente a menos de una semana de seguir su rastro los había llevado justo en aquella dirección. ¿Era así como debía protegerla? ¿Poniéndola una vez más en peligro?

No. No era aquello lo que estaba haciendo.

Dos años había pasado intentando olvidarla y simplemente seguir su propio camino, sabiendo que alejándose de ella distraería la atención del rey y seguramente contribuiría a la seguridad de aquella mujer. Pero ahora sabía que no importaba lo que hiciese. Siempre irían a por los dos.

Pero aquello podía terminar al fin. Aquella agotadora huida podía acabar ahora que sabía de quién huían realmente. Porque mientras no tuviese que enfrentarse a su rey podría enfrentarse a cualquier otra amenaza y a todas las demás juntas si fuera necesario.

Pero necesitaba encontrarla antes de eso.

Unos ladridos agudos e impacientes lo obligaron a abandonar aquellos pensamientos que le daban coraje y fuerza para continuar corriendo a pesar del cansancio y Squall se giró, aún sin aminorar su ritmo, para observar aquellos tres inmensos canes persiguiéndolo a pocos metros.

Así que eran esos dos los encargados de rastrearlo.

El pequeño sendero embarrado que seguía montaña abajo terminaba de nuevo en un fuerte desnivel, bajando hasta un camino de piedra esta vez, y Squall no fue capaz de parar su avance en esa ocasión.

Sus pies resbalaron sobre la tierra mojada, frenando hasta cierto punto su velocidad, mientras sus brazos intentaban agarrar con desesperación cualquier pequeña rama que hubiera antes de llegar a ese considerable escalón bajo el cual sólo había una caída de más de seis metros y la dura y fría piedra de aquel camino de carros.

Su intento por no caer por aquel nuevo terraplén aminoró levemente su velocidad, pero eso era algo que aquellos perros no harían. Justo antes de que él cayese por su propio peso por aquel desnivel dos de los perros se abalanzaron sobre su cuerpo, mordiendo con fuerza su ropa y arrastrándolo con ambos hasta caer rodando sobre el suelo.

¿Había sido así de fácil capturarlo?

El tercer perro cayó al suelo con un sonoro y agudo quejido, pero no moriría sólo por eso. El gruñido de aquellas bestias era ahora un ronroneo furioso y macabro que se paseaba a su alrededor aunque él no pudiese verlos.

Todo estaba borroso y su respiración sonaba lejana, como encerrada dentro de una botella de cristal. Rodó sobre el suelo sintiendo cada hueso de su cuerpo que se había quebrado tras la caída, incapaz de oír sin embargo los gritos de dolor que escapaban de su garganta sin que ni siquiera se diese cuenta.

Intentaba girarse hacia su enemigo, intentaba levantarse y continuar buscando una manera de evitar aquel enfrentamiento. Porque sabía que en esas condiciones no podría hacer nada contra ellos dos.

Un golpe seco y pesado se oyó justo frente a él, las botas de aquel inmenso soldado parando la caída de su pesado cuerpo. Pero Squall no pudo siquiera oír sus pasos mientras se acercaba a él. No pudo siquiera sentir los fríos dedos de aquella mujer rozar levemente su cara.

Había perdido el conocimiento.


Llevaba 25 años de su vida en aquel mundo. Pero nunca ninguna sensación fue tan intensa y real como aquella.

Squall permanecía con los ojos cerrados, pero reconocía a la perfección la calidez de aquellas manos.

Las yemas de sus dedos rozaron la cicatriz de su frente, bajando suavemente por su rostro, dibujando la línea de su nariz con paciencia y devoción. Era tan real.

Pero él casi no se atrevía a abrir los ojos.

- Squall...

Y su voz sonó igual que la recordaba. El dulce y bailarín tintineo de un joven riachuelo.

Aquella cálida mano se posó sobre su mejilla y una sensación increíblemente suave y agradable se posó sobre sus labios.

Squall abrió los ojos, sintiendo cómo el miedo de no encontrarla frente a él desaparecía poco a poco. Aquello no podía ser otro sueño. No era como todos los demás.

Se encontraba casi cada noche atormentado por el maravilloso recuerdo que tenía de aquella mujer. Cada noche se dejaba arrastrar dentro de aquella traicionera ilusión que su mente usaba una y otra vez intentando darle aquello que más anhelaba. Y cada mañana despertaba con el sabor amargo de la realidad de no tenerla junto a él.

- Squall...

Pero su nombre sonaba con tanta naturalidad al susurrarle, justo a unos centímetros de su cara.

El muchacho dejó los ojos algo entrecerrados, observando la paz y la calidez de los de ella. Perdiéndose en aquellas pupilas vivas y profundas.

- ¿Rinoa...? - dijo el joven, su voz un hilo tembloroso y frágil.

La muchacha sonrió cálidamente. Como la más esperada bienvenida a casa después del más largo de los viajes.

Se movió lentamente hacia él, volviendo a besarlo, y Squall simplemente bajó la mirada sin atreverse a cerrar los ojos, sin atreverse a mover sus labios bajo los de ella o a mover sus manos para abrazarla.

¿Estaba realmente allí?


- ¿De verdad pensabas que íbamos a dejarnos coger como si tal cosa?

Selphie permanecía sentada sobre el pecho de aquel soldado, golpeando de forma rítmica con la punta de su dedo índice su nariz, burlándose de él mientras aquel pobre hombre temblaba en el suelo, aterrado ante la demostración de agilidad, velocidad y destreza que aquella pequeña había demostrado.

- Déjalo tranquilo, Selph... - le pidió el joven ladrón a sus espaldas – no está bien burlarse de los débiles.

- Ni ser tan fanfarrón... - murmuró ella sin permitir que él llegara a oírla.

Irvine se giró hacia aquella joven con los brazos en jarra y el ceño fruncido. Odiaba que hablase en voz baja de aquella manera. Era como si se mofara de él sin necesidad siquiera de que él lo supiera. Como si él no mereciese siquiera oír sus críticas.

- Mátalo de una vez... - dijo Irvine al cabo de un minuto, observando cómo Selphie jugueteaba con un par de mechones de pelo del flequillo de aquel aterrado mercenario.

- Supongo que no me queda más opción... - dijo ella con un tono entristecido.

El pobre soldado cerró los ojos dejando que un leve gemido lastimero escapase de su garganta.

- No es... nada personal... - le dijo ella a modo de disculpa mientras se levantaba y echaba mano del nunchaku que llevaba sujeto a su cintura, justo tras su espalda – pero sabes quien soy y sabes de qué bando estoy... Si mi rey se enterase las cosas empeorarían mucho para mí. Lo entiendes ¿verdad?

Agarró uno de los extremos de su arma con una mano, mientras sujetaba el otro con tan sólo dos dedos. Lo colocó en vertical y dejó que la punta de aquel cilindro metálico descansase sobre la frente del joven soldado.

Éste continuaba gimoteando, sin atreverse a abrir los ojos, mientras una lágrima solitaria resbalaba por una de sus mejillas.

La barra de metal se levantó unos centímetros y el joven abrió un ojo tímidamente, con la estúpida esperanza de que su vida hubiese sido perdonada. Pero tan pronto como sus asustados ojos buscaron los de aquella joven aterradora la barra de su nunchaku fue empujada contra su frente y el joven sólo alcanzó a coger aire precipitadamente, sin poder llegar a gritar siquiera.

Irvine se acercó a ella y se asomó sobre su hombro para ver la perfecta marca redonda que había quedado sobre la frente del soldado.

- ¿No decías que tendrías que matarlo? - le preguntó acercándose algo más de lo necesario a su oído, observando la manera en que el pecho de aquel joven soldado aún se movía mientras respiraba. Estaba sólo inconsciente.

- En el castillo todos deben de saber bastante bien los motivos por los que me fui... - dijo ella con una sonrisa entretenida – Que me hayan visto ayudando a Squall no significa que me vayan a perseguir con más ahínco que hasta ahora.

El joven ladrón colocó ambas manos sobre las caderas de la chica, acercando su cuerpo al de ella y flexionando sus rodillas lo suficiente como para estar a su altura.

- No puedes imaginarte hasta qué punto me gusta cuando sacas esa vena tan retorcida tuya... - le susurró mientras apretaba sus caderas al trasero de la joven, bajando sus manos lentamente por aquel ceñido vestido color ocre cubierto de correas de un tono rojo cereza.

El muchacho notó algo duro y frío justo entre sus piernas y se apartó lentamente de la muchacha, mirando hacia abajo, viendo el extremo de su nunchaku apoyado justo en una de las partes más vulnerables de su cuerpo.

- No tientes a tu suerte, ratero... - lo amenazó ella a medida que él se alejaba poco a poco, con miedo.

Selphie se alejó de él y se asomó por aquel terraplén por el que había caído Squall.

- Tenemos que encontrarlo... - dijo con voz decidida.

- Siempre podemos encontrar una manera de bajar sin... - comenzó a proponer Irvine, pero antes de terminar aquella frase la joven ya había saltado ágilmente al vacío.

Irvine la observó caer sin demasiados problemas unos metros más abajo sin siquiera ensuciarse el vestido, sólo salpicando algo de barro sobre aquel par de botas altas del mismo tono que aquellas correas rojizas, y dejó escapar una carcajada incrédula.

- ¡No sé como lo ves pero yo no pienso saltar esto...! - le gritó el muchacho desde arriba - ¡Estás loca!

- ¡Deja de quejarte y baja de una vez! - le inquirió aquella joven guardia real cruzándose de brazos al otro lado de aquel pequeño barranco.

¿Quién le había mandado entrometerse en problemas de nobles? Su lugar estaba en los caminos, enriqueciéndose a costa de ellos, y no allí, correteando con aquel par de mercenarios de la realeza.


La fría mano de aquella mujer seguía rozando suavemente la cara de aquel muchacho mientras aquel inmenso hombre la miraba con impaciencia.

- ¿¡Qué demonio' e'tás haciendo!? - le preguntó con una voz áspera y profunda - ¡De'piértalo!

La joven albina levantó la mirada y lo observó de manera severa, clavando su único ojo rojo en las pequeñas orbes negras de aquel mercenario de color.

- SILENCIO.

Él dejó escapar un bufido molesto y miró hacia un lado. Los perros gruñían en dirección a la presa que llevaban meses rastrando, casi contagiados por la impaciencia y la ira de su amo.

La muchacha volvió a mirar hacia Squall y alzó una mano en el aire, justo antes de cruzar su cara con una sonora bofetada.

Squall abrió los ojos poco a poco, dejando escapar un leve quejido de dolor al recuperar la consciencia y hacerse de nuevo presente la sensación de sus huesos rotos.

- Por fin... - susurró Trueno mientras dejaba escapar una risotada satisfecha.

Squall movió los ojos hacia arriba y vio a Viento incorporarse del suelo y colocarse justo a su lado, observándolo con aquella mirada fría e impasible.

- Dejadme ir... - los advirtió el muchacho con el ceño fruncido – no sabéis lo que estáis haciendo...

Trueno rió dejando caer su cabeza un poco hacia atrás, y su voz fue como un estruendo reverberante que resonó entre los árboles de aquel inmenso bosque, haciendo que algunos pequeños pájaros huyeran asustados.

- El rey... - comenzó a explicar Squall esperando que entraran en razón.

Si ellos supieran todo lo que él sabía...

- Su maje'tá te quiere muerto... - le dijo Trueno mirándolo con una sonrisa de oreja a oreja – y nue'tro jefe también...

- Seifer no permitiría que lo hicierais si supiera... - comenzó a decir él con rabia.

El pie de Viento se apoyó sobre su garganta, atrapando el cuello del muchacho entre el alto tacón y la punta de aquella bota de cuero azul oscuro, evitando que continuase hablando.

- SILENCIO.

- Podríamo' haberte matado mientra' ehtaba' incon'ciente... - le dijo Trueno acercándose lentamente a él, con tono burlón, mientras sus tres perros se aproximaban a Squall entre gruñidos ansiosos e impacientes – Pero no somo' simple' asesino'...

- TÚ GUERRERO... MORIR CON HONOR – dijo la muchacha manteniendo aquella misma mirada impasible.

- Ya no puede' defenderte Squall... - dijo Trueno agachándose ante él, hincando ambas rodillas a ambos lados del cuerpo del muchacho mientras agarraba con una mano el cuello de su camisa – Pero te permitiremo' morir siendo con'ciente de que e'te e' tu final...

Viento levantó su pie y justo cuando Squall cogía aire, dispuesto a suplicar si hiciera falta para que sólo le permitieran dejarlo hablar, el inmenso puño de aquel hombre impactó contra su cara, haciendo que el único sonido que escapase de su garganta fuera un quejido ahogado por el gorgoteo de su propia sangre.

- Dejadme... - susurró con los ojos cerrados – dejadme ir...

Otro nuevo golpe, esta vez en el lado izquierdo de su mandíbula, y Squall sintió cómo los huesos de su cara casi crujían bajo los inmensos nudillos de aquel mercenario.

- Traed... - consiguió decir después de escupir algo de sangre, intentando hacer su voz algo más clara.

Un nuevo golpe, esta vez sobre su nariz, y el muchacho intentó torpemente colocar sus manos frente a su cara, intentando evitar que continuase aquella agresión. Tragó con dificultad sintiendo el sabor metálico de su sangre, notando cómo resbalaba desde su nariz, cubriendo gran parte de su cara.

- Traed... a Seifer... - dijo débilmente.

- El jefe sólo se ensañaría ma' contigo Squall... - le dijo Trueno entre risas – Parece mentira que no lo conozca'...

Soltó el cuello de su camisa y se incorporó quedando arrodillado sobre su cuerpo, pero estando completamente erguido su torso.

- Seifer... - murmuró Squall débilmente, abriendo los ojos para ver cómo aquella inmensa mole de músculo alzaba ambos brazos tras su cabeza, uniendo ambos puños, preparándose para darle el último golpe – ... Seifer... él... debe saber...

Seifer era el peor de todos pero no era como los demás. Seifer entendería lo que había pasado. Era la única esperanza que le quedaba a aquel joven caballero de evitar que ella muriera.

Pero ninguno de aquellos dos guerreros que habían enviado para darle caza oiría nada de lo que tuviera que decir. Ellos estaban allí para encontrarlo, liquidarlo y llevar su cabeza ante su majestad.

- Dejadme... ir...

Y aquella fue la última súplica que pudo hacer antes de ver aquellas inmensas manos precipitarse con toda la fuerza de aquel inmenso guerrero sobre su cráneo.


Intuyo... que esto será largo v.v Por cierto Hikki... muchas gracias por la idea principal! Dejadme saber qué opináis y tal ^^ Dudas, quejas y consejos se aceptan con los brazos abiertooos ^o^