N/A
La acción tiene lugar en las horas previas al inicio del capítulo 26 de la serie
Título: Pretendamos
Fandom: Strawberry Panic
Rating: M (por algo de lenguaje soez y futuras referencias a fetiches sexuales de una protagonista)
Pareja: Tsubomi/Yaya (entre otras... tal vez)
Aviso: Strawberry Panic le pertenece a sus creadores y etc.
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1.
Maldición – dice ella, enredándose en sus pasos, aun ebria de furia.
El piso de parquet, liso y brillante, no ofrece resistencia alguna. Es un lago congelado donde bailan sus pies en una coreografía de infortunio. Su peso la vence, el cuerpo se retuerce, sus rodillas vacilan, el agarre de su mano cede… y el proyectil sale despedido en dirección equivocada.
Trescientas treinta y dos páginas empastadas dentro de un grueso armazón café atraviesan la habitación e improvisan su salida por una ventana. El invierno entra sin invitación por la recién inaugurada abertura, sopla todo rastro de ira y congela una expresión de incredulidad en el rostro de una muchacha que con la mano aun extendida y la boca abierta, mira estupefacta el cristal roto. Finalmente, tras haber cesado el terrible sonido del vidrio cayendo y quebrándose, en algún lugar del patio se escucha un ruido seco que señala el aterrizaje del libro.
Y luego, silencio.
El rostro de la muchacha se retuerce en una mueca de dolor, como si fuese ella quien sufriera la caída y por esos momentos estuviese tendida sobre el suelo, sumergida en una montaña de nieve, con un par de huesos rotos, la piel rasgada, las palabras desperdigadas y las hojas teñidas de sangre.
Maldición – dice, sentada en el suelo, y sus labios forman algo similar a una sonrisa de donde escapa una risilla nerviosa.
Considera su infortunio y en un fútil esfuerzo repasa las variables de su desgracia: volumen del objeto, velocidad inicial y final, aceleración, resistencia del blanco, ángulo y gravedad… como olvidar la maldita gravedad, que con manos invisibles precipita a cuanto hoza alzarse sobre la superficie, de vuelta a la tierra dura e inclemente. Y luego dicen que uno no aprende nada en la escuela. La clase de física y furtivas cavilaciones atiborran su cabeza, entorpeciendo su accionar, súbitamente petrificada, como un cervatillo ante faros deslumbrantes que se aproximan. Entonces siente el impacto y despierta. Tras haber pasado unos instantes gastando su tiempo en ecuaciones inútiles, vuelve en sí, toma un trozo de papel y garabatea una excusa.
Hermana Mizue Hamasaka-sama:
Le escribo para informarle sobre cierto incidente sucedido en mi habitación. Una golondrina congelada se estrello contra mi ventana, rompiéndola y muriendo en el proceso. Fui hacia el bosque para enterrarla. Me disculpo por los inconvenientes que puedo haber causado.
Okuwaka Tsubomi
Lamentablemente una pequeña ave de apenas quince centímetros y quince gramos, por más que impacte con la potencia de una bala de cañón, hace poco por explicar el estado en que se encuentra aquella habitación mas allá de la ventana rota. En realidad más bien parece haber sido azotada por un torbellino, o por cinco minutos de furia adolescente… que en realidad vienen a ser lo mismo.
Aun obnubilada por el pánico, Tsubomi es incapaz de esgrimir argumentos plausibles, culpar a la fauna local, a Newton y a la impredecible naturaleza es lo mejor que puede elaborar. Erróneamente satisfecha sale hacia el pasillo, pega la nota en la puerta y velozmente se aleja, esperando que el tiempo y la distancia logren aplacar la ira de la administradora del dormitorio.
Afuera, en la tarde helada del patio, escudriña los alrededores, y cuando por fin encuentra el libro, afortunadamente en buenas condiciones, lo toma contra su pecho con cuidado, como si en realidad se tratase de un ave muerta. Entonces mira el camino que da hacia el bosque, recuerda lo escrito en la nota, y aunque forzosamente debe desaparecer por unos momentos a favor de la verosimilitud de su historia, después de todo no le parece mala idea echar a andar un rato.
Las largas caminatas pueden ser consideradas una conveniente catarsis. Incluso resultar terapéuticas cuando no se puede costear un analista, o la idea de acostarse a corazón abierto sobre un diván y entregarse al riguroso escrutinio de un desconocido causa pavor.
En todo caso es mejor alternativa a destruir tu habitación.
Distraídamente, deambular por aquí y allá, esperando dejar caer la turbación en algún punto del camino. Es por ello que resulta común encontrarse repentinamente esbozando sonrisas y sintiéndose ligera, con la cabeza despejada y el pecho aliviado. Recostada en un árbol, entregándose a la brisa con inusitada alegría, pues seguramente en alguna curva los problemas que nos perseguían quedaron colgados de una rama.
Para Tsubomi, lamentablemente, no es tan fácil.
Se percata que sus pasos no logran alejarla de sus tormentos, mas solo de la realidad, presa de fantasías que pecan en exceso de optimistas. En sus edulcorados devaneos es primavera, y el atardecer crea una imagen bucólica, se ve tendida en un campo de espigas doradas, sus piernas sobre un mantel a cuadros y su cabeza sobre el regazo de alguien que juega distraídamente con sus rizos rosados.
Con una brusca sacudida, busca poner su cabeza en orden.
- No pienses en esa idiota, ¡no pienses en ella! – y mientras reúne la voluntad para someter aquellos deseos culposos, las manos de Tsubomi se tensan sobre la cubierta del libro, amenazando con romperlo en dos.
-calma, calma, calma…
Tal vez se trate de algo estacional, piensa para sí, sintiéndose ridícula al saberse una de esas personas influenciables por el clima, esas a quienes los días sombríos las sumen en profunda melancolía. Si tan solo fuese verano, primavera o incluso otoño, si tan solo el cielo estuviese teñido en tonalidades celestinas o purpuras y no en ese gris claustrofóbico que la asfixia, hubiese obtenido algún resultado favorable. Debe ser por esa misma razón que siendo invierno y tras haber caminado casi por una hora sin rumbo fijo, cuanto ha conseguido son piernas adoloridas, ojos llorosos, zapatos mojados y sueños absurdos de tiempos más cálidos.
Las nubes negras allá en el cielo, pasean silenciosas, dejando caer copos de nieve que se amontonan sobre un cuerpo cansado.
- Estúpida falda absurdamente corta para un colegio católico…
Abandonada por el calor generado en la euforia de su huida, es el frio quien ahora toma por asalto su cuerpo. Es la nieve que empieza a posarse sobre hombros y cabello lo que gramo a gramo desgasta a su cuerpo en la caminata. Es el halito invernal lo que produce la dificultad al respirar, el ardor en la garganta, la molestia en la nariz, el dolor en los parpados, la extraña sensación en su pecho. Tsubomi sabe que es en tardes como esta, de frio obstinado y oscuridad obtusa, en que presurosa, hay que buscar refugio pues el viento helado hace presa de pantorrillas y muslos expuestos. Es indispensable trasladar la meditación de turno a lugares más propicios, de preferencia techados y con calefacción, con una promesa de cobijas gruesas, café caliente, y porque no… alguien dormitando en un sofá.
Tras ese pensamiento, Tsubomi deja de ver el camino pues sus ojos observan lo que acontece dentro de su cabeza. Instintivamente lleva sus dedos a la boca y en un satisfactorio trance, lentamente dibuja besos sobre sus labios. Se ve aproximándose al sofá, removiendo la frazada con cuidado para no despertar a quien bajo ella aun duerme, una muchacha que viste tan solo una blusa blanca y lencería negra de encaje. Ante tal espectáculo, un rubor carmesí colorea rápidamente sus mejillas. Tsubomi desliza sus manos ansiosas por cabello sedoso, largo, lustroso, oscuro cual cielo sin luces; y es como sentir el suave cause de un rio fluyendo por entre sus dedos. Con la mirada febril firmemente posada sobre aquel cuerpo semidesnudo, sabe que no resistirá mas, su anatomía entera es presa de leves espasmos, como si su sangre repentinamente se hubiese vuelto loca. ¿Te quedaste dormida esperándome? – murmura, pero no obtiene respuesta. Tsubomi sonríe y se sumerge en la durmiente con un beso lleno de tierno deseo. Entonces al instante del contacto siente chispazos bajo la piel, las costillas quebrándosele por el constante ataque del corazón desbocado, las caderas moviéndosele por cuenta propia y un extraño sabor a madera mojada…
Tsubomi abre los ojos y se encuentra cerca a los establos, propinándole un apasionado beso a un árbol.
Qué demonios… lentamente toma su distancia y se cerciora de que nadie la haya visto, mas avergonzada que sorprendida retoma el sendero principal.
Esto se está volviendo grave… y no está exagerando. Una cosa es despertar trenzada a una almohada con la boca inquieta sumergida en ella, pero ir por allí narcotizada por ensoñaciones, repentinamente abrazando, besando y susurrándole a floreros, escobas y arboles es algo grave efectivamente.
Con los labios astillados, la lengua agarrotada y sintiéndose algo patética, camina haciendo su regreso hacia el dormitorio, maldiciendo entre dientes el haberse alejado tanto. Para su frustración, siente las distancias alargarse indefinidamente, los minutos pasan y pareciera que caminase en círculos. La percepción juega malas pasadas cuando confabulan cansancio y vacios afectivos. Sin percatarse, el camino se desvanece una vez más… ella imagina.
Las formas aclaran, los contornos se definen, su fantasía una vez más se expone, vivida como un cine tras sus ojos.
Finalmente recostada tras una puerta cerrada, es cuestión de seguir algunos pasos. Primero, despojarse de las prendas mojadas y vestir algo cómodo y suave, resistir las ganas de desnudarse inmediatamente. Luego, encender la chimenea, procurar un fuego íntimo cuyo brillo tan solo devore unos cuantos metros cuadrados. A continuación, despojar a los muebles de sus cojines y con un hábil juego de muñeca, lanzarlos al suelo sobre la alfombra de la sala, creando así, un lecho improvisado. Por último, dejarse caer en medio de la mezcla con aquella muchacha de la blusa blanca, la lencería negra y el cabello oscuro como la brea. Removerse las pieles y proceder con ternura.
La burbuja de la ilusión explota al ser pinchada por la realidad, pues para su pesar, el último paso no puede ser completado por falta del ingrediente principal. Por ello prefiere el abrazo de la nevada a una habitación vacía.
No es que lo único que desee sea una amante. De vez en cuando ha considerado que incluso tener una compañera de cuarto seria agradable, alguien con quien compartir aquellas cuatro paredes, conversar sobre asuntos intrascendentes, alguien que duerma en una cama frente a la de ella, murmurarle cosas antes de dormir, una respiración vecina en la madrugada, un cepillo de dientes extra en el baño, sonidos de vida cuando ella calle, pasos en la mañana, alguien que le pregunte ¿Dónde estuviste?
Pero el sistema de organización del dormitorio la ha condenado a ocho metros para ella sola.
Tsubomi deja de caminar. A pesar del frio, la fatiga, y el poco tiempo que resta para que las puertas se cierren. No desea regresar pues además de la soledad cuanto aguarda por ella no es más que el desorden de su cuarto, el hoyo en la ventana y por seguro alguna reprimenda de la hermana Mizue. Evalúa sus alternativas pero se encuentra demasiado exhausta como para pensar, intenta maldecirla en cambio, a ella, a la muchacha de cabello negro, aquella estúpida que la hace actuar de manera aun más estúpida. Entonces se percata que la llama de la furia no se enciende, hasta de eso la ha despojado el cansancio. Y es en ese momento en que cae en cuenta de que las horas de caminata cumplieron su cometido, agotadas sus fuerzas le es imposible seguir sintiéndose molesta, y aunque sea una solución temporal, sabe que por el momento, es lo mejor que puede esperar a conseguir.
Aunque pensándolo mejor, después de todo, no es tan malo que no haya nadie esperándola. Así no tiene que escuchar preguntas indeseables o convivir con hábitos molestos, ser atormentada por los lloriqueos de una muchacha idiota, o las quejas de quien no soporta su volátil carácter. De esta forma puede arrojar libros por la ventana cuando se le venga en gana.
Tal vez aun le quede tiempo de dar una vuelta por el lago, patinar sobre él, caer en la nieve y llegar empapada a su habitación para lanzar su ropa por doquier y mojar la cama.
Quince minutos después Tsubomi hace anotaciones mentales para no volver a intentar cosas ridículas como esa. Efectivamente empapada, segura de haber cogido una neumonía y sintiendo la hipotermia como un riesgo palpable que amenaza con dejarla sin dedos en pies y manos, apura el paso para poder ponerse ha cubierto. De sus labios azules escapa una pequeña voz que en tono invariable recita un mantra que es repetido sin cesar: ducha caliente, ducha caliente, ducha caliente…
Y probablemente ese pensamiento haya sido el único responsable de poder hacerla llegar a tiempo. Un minuto de demora y la reja no se habría cerrado tras ella sino en su rostro. Ya en el dormitorio, se arrastra hacia su habitación, sube escaleras y avanza por pasillos donde muchachas curiosas fallan en disimular su sorpresa, miradas inquisitivas, murmullos escandalosos, no tienen reparo en tratarla como a un animal extraño – ¿Ya la viste? Esta toda sucia y mojada ¿Qué le habrá pasado? ¿Qué habrá hecho? Seguramente peleo con alguien ¿Qué hará con ese libro? ¿No te parece que tiene los labios hinchados? ¿No creerás que…? – pero Tsubomi es impermeable a todo, como si el frio hubiese entumecido cada sentido y sensación. Avanzando lentamente, deja atrás a la última de las voces.
Al doblar una esquina puede ver finalmente su puerta, y sonríe por los escasos metros que restan para llegar, entonces repara en una pequeña mancha blanca sobre la superficie. La nota sigue en su lugar. Y por alguna razón tan sola la visión de la inofensiva hoja de papel le quema los ojos; la toma de una esquina removiéndola con cuidado. Abre la puerta y entra.
Todo sigue en su exacto lugar, el caos inerte del que se despidió hacia unas horas la saluda indolente, el hoyo en la ventana le silba con disimulo. Tsubomi pasea sus ojos por la habitación, baja la cabeza, lanza el libro sobre la cama y sin encender las luces se dirige hacia el baño. Sin prisa se remueve la ropa mojada, como si fuese una piel gastada que ya lejos de protegerla solo logra ser una prisión. Desnuda, espera a que la tina se llene, se sienta al borde de esta y lucha por resistirse a la tentación de sumergir sus dedos en el agua caliente, si lo hiciera no podría controlarse, se lanzaría de inmediato y desperdiciaría el enorme placer de sumergirse por completo en una tina llena, de ser abrazada íntegramente por aquella exquisita tibieza que por esos momentos encuentra incluso más deseable que el escenario con la muchacha de cabello negro, en la alfombra y cerca a la chimenea. Entonces habla para sí misma ¿de qué novela barata habré sacado eso? Ja… una chimenea. Solo me falto el champagne.
Un par de estornudos ponen fin a su autocritica, y cuando abraza su cuerpo cansado se da cuenta que esta temblando. Para su fortuna ya no necesita esperar más. Sin mayor ceremonia, sin palabras o pensamientos, sin siquiera pararse, Tsubomi entra en el agua. Simplemente desliza su cuerpo desde su posición y por unos segundos es tragada en su totalidad. Cuando emerge, su rostro extasiado es suficiente prueba de lo mucho que necesitaba aquello y luego de una rápida bocanada de aire se pierde una vez más bajo la superficie.
Casi una hora después, una diminuta figura guarecida tras una esponjosa bata rosada sale del baño.
Tsubomi enciende la luz y deja escapar un largo suspiro al encontrarse con la invariable imagen frente a ella, ropa desperdigada por doquier, la cama desecha, las almohadas evidentemente violentadas…
- En momentos como este me gustaría pertenecer a Miator y estar en un grado superior, así tendría mi propia ayudante de cuarto para que se encargue de estas cosas… una pequeña Chiyo-chan zumbando por la habitación.
Resignada se dispone a solucionar el problema por sus propios medios, Tsubomi toma el libro que dio inicio a su tarde de vagabundeos y ensoñaciones. Entonces considera como habría sido su noche de no haber roto la ventana.
Luego de finalizar con su ataque de ira, y acabadas sus fuerzas… Interpretando un ritual se recostaría en el marco de la ventana, tal vez cubierta por una manta, con una taza de café caliente en la mano, con las piernas recogidas y pegadas al torso, con los ojos extraviados en el frio exterior del patio para rehuirle al gélido interior de su propio cuerpo. Entonces se quedaría allí, suspirando con un deseo entre los labios, inmóvil. Tras varias horas, arrastraría su cuerpo laxo hasta la cama, conduciéndolo torpemente por entre las sabanas, luego cerraría los ojos, y con todas las lágrimas aun sin derramar hubiese deseado perderse en algún sueño pasajero que la sustraiga de la realidad por varios años.
- Ahora que lo pienso, este ha sido el mejor uso que le he dado a un libro de francés.
Sorprendida por su propio animo se apresura a darle fin a la tarea de traer algo de orden al cuarto. Minutos después lo único de lo que queda por encargarse es la ventana. Toma un puñado de hojas y algo de cinta adhesiva para improvisar una cobertura, y es en ese momento de delicada elaboración cuando las ve. Basta un breve instante en que sus ojos merodearon distraídamente por el patio para identificar aquella mancha borrosa en la glorieta. Tras afinar la visión, surgen un par de personas cubiertas por una manta, unos segundos más de análisis y se dibujan frente a ella los cuerpos de Hikari y de Amane.
Tsubomi no las ve pues están de espalda a ella, pero aun así las imagina sonriendo, con los dedos trenzados, tibias y cómodas en su capullo. Y a pesar de considerarlas muñecas de porcelana, hermosas, frías y muertas, privadas de la fricción de una pareja convencional… las envidia. Y la verdad es que es precisamente por eso, mientras que para sus ojos foráneos no son más que esculturas sin vida, contemplando eternamente la belleza de la otra; en realidad es seguro que exista un delicado subtexto en su admiración, palabras inaudibles y todo un vocabulario de miradas. Es este discreto amor cargado de simbolismos y complicidad lo que Tsubomi realmente ambiciona.
Su atención ahora se centra en otro asunto; en una habitación que tiene una mejor vista de aquella escena y la posibilidad de que su propietaria se encuentre presenciándola.
Espero que estés viendo esto… Yaya-senpai
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