Sub rosa

Siempre que despierta, Jeanne está ahí, mirándola con luz en los ojos y Clare ya le ha dicho miles, cientos de veces, que debería irse, que no tiene ningún deber para con ella, pero no hace caso, parece reírse por dentro (y sonríe por fuera) al escucharle. Entonces le pregunta por qué y de nuevo recibe los bártulos del honor, del deseo de morir como un ser humano, de la deuda eterna que tiene con Clare, la que suspira y hace una mueca, nunca del todo convencida, deseando ser más hábil al leer las facciones y el tono de voz de quien tiene ante ella.

Jeanne le pregunta con quién sueña cuando se mueve, a veces llorando y lanzando juramentos de venganza entre gemidos de niña con el corazón repentinamente amargado. Y Clare todavía está borracha del otro lado de la cortina de sus ojos, en donde ha vuelto a verla caer, su cabeza volando por el aire como en esa leyenda que oyera de la boca de un yoma, acerca de una decapitada cuyos restos acechan a los viajeros y se apoya sobre sus hombros para morderles el cuello y arrancarles sangre, justo como él hacía con ella, por las noches tibias y llenas de terror.

Clare no le cuenta a Jeanne de Teresa y menos aún de Raki. No está segura por qué, pero quiere que su corazón permanezca velado. A veces se pregunta si espera algo de Jeanne. Lo que el demonio le hacía por las noches de terror y Teresa le dijo (sin saber que mentía) que harían algún día, cuando ella fuese mayor.