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Infancia

Personaje Principal: Noruega/Lukas Jokull

Personajes Secundarios: Fem!Dinamarca/Bodine Arildsen, Fem!Suecia/Greta Oxentierna, Finlandia/Tino Vainamoinen, Islandia/Símon Jokull, entre otros.

Características Importantes: Los personajes son niños. Universo Alterno. Uso de versiones femeninas de los países. Personajes Random (es algo complicado meter a los países por algún lado), para darle solvencia a la historia. Género infantil/amistad.

Canción de Inspiración: Peaceful Recipe – Flower OST (les recomiendo que la escuchen mientras lean).

Resumen de la historia: ¿Cuál es el momento en que dejamos de ser niños y nos encaminamos hacia la adultez? ¿O acaso nunca dejamos de serlo? Lukas vive entre aquel mundo donde existen los seres sobrenaturales y la fantasía, y el otro donde posee una familia quebrada y una vida solitaria. Sabe que tarde o temprano tendrá que crecer, pero eso será una herida que dolerá mucho. AU.

Este fic está dedicado a todas mis lectoras. He vuelto… un poco. Y mención honrosa a Petitvon. ¡Feliz cumpleaños! Sé que Holanda no es el principal, pero espero hacerte un poco más feliz con mi fanfic, jiji. Al principio, pensaba hacer un one-shot, pero quedó demasiado largo, así que lo separé. Estaba sufriendo una racha de poca inspiración, y esta historia me ayudó mucho a sentar cabeza. Puede que la lectura sea lenta, pero me gusta caracterizar mucho las escenas. Sin nada más que agregar, espero que les guste c:


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Terminada la escuela, un grupo de niños se reunieron en el patio desierto. Traían un balón de soccer consigo. No todos los días podían jugar afuera, especialmente cuando empezaban aquellos temporales blancos eternos. Así que dejaron sus bolsos al lado de los columpios. Un niño regordete que vestía una cazadora verde improvisó un arco de fútbol delimitando el área del arquero usando dos latas de refresco vacías. Otro chico hizo lo mismo, en la otra esquina del patio. Los mayores que solían atosigarlos no estaban por allí, así que no corrían el riesgo que les quitaran el balón. Además… podían impresionar a las niñas, tal como lo hacían esos chicos de secundaria. Formaron grupos de cuatro niños más el arquero. Sin embargo, en uno de los equipos faltaba el mediocampista.

Tino mordió su labio; tenía que encontrar rápido un jugador o alguno de sus amigos se quedaría en el banco, para que los grupos fuesen iguales en número. No era la idea, sus compañeros y él esperaron con ansias el toque de campana para despellejarse las rodillas. Miró a su alrededor, en búsqueda de alguien conocido. ¿Cómo era posible que el alumnado se esfumase tan rápido? Quizás podría excluir a Magnus, el chico vertió accidentalmente zumo de uva en su bota la semana pasada, a modo de compensación. Phillipe era una opción más lógica, solía enfurecerse con facilidad cuando le cobraban una falta, además que era brusco jugando con la pelota.

Justo en ese instante salía de la escuela aquel chico, Lukas Jokull. El niño a simple vista era bastante rarito, pero cuando Tino se sentó la primera vez con él en clase, se percató que simplemente era tímido. Llegó a la escuela en la primavera pasada. No se le conocía más amigos que Tino. A diferencia de los otros niños, que se destacaban por sus camperas y cazadoras multicolores, Lukas usaba ropa pasada de moda. Vintage, habría dicho alguien avezado en el tema de la moda. Ese día Lukas vestía un pantalón de franela azul marino, con zapatos negros, bien lustrados. Su abrigo estaba desteñido. Ocultaba su rostro parcialmente con su bufanda. No parecía muy feliz. 'No pierdo nada al intentarlo', pensó Tino. Ya era hora que Lukas se incluyese con sus amigos. Sujetó bien su balón con una de sus manos y corrió al encuentro del noruego.

-¡Hey Lukas! -El finés corrió al encuentro del otro rubio, agitando su brazo en señal de saludo. Lukas bajó la bufanda que le cubría la nariz, roja como las cerezas. Le habló a Tino con amabilidad, pero a pesar que intentó articular las palabras con la mayor dulzura posible, se escuchaba bastante malhumorado.

-Hola Tino. ¿Sucede algo?

Tino se preparó para soltar la propuesta. Sabía la respuesta que le daría Lukas, no obstante, siempre insistía. Tal vez le preguntara siempre a Lukas para quitarse la culpa de que no integrase a su amigo con sus compañeros, tal como se lo solicitó la profesora. Si Lukas decía no, podía apelar 'A pesar que intento incluir a Lukas, él se rehúsa'. Hice lo que pude.

-No… digo sí. Es que… -Tino tragó saliva y preparó su pregunta- ¿Quieres jugar soccer conmigo y los chicos? Nos falta un jugador y no creo que las chicas quieran. Digo, si quieres, claro.

'Ya está, no fue tan terrible', pensó Tino. Lukas miró a los amigos de Tino, que mientras esperaban al ojivioleta, se empujaban unos a otros. Las chicas animaban la trifulca. El rubio tenía enormes ganas de unirse al grupo, pero aquellos niños le desagradaban bastante. De haber estado Tino solo aceptaría. Pero no se quedaría ahí para ver el paupérrimo espectáculo de los amigos de Tino.

-Muchas gracias Tino, pero... debo llegar temprano a casa. Papá se enfadaría otra vez si llegase tan tarde. Perdona, será para otra ocasión, supongo. –Lukas dirigió la vista al grupo de chicos y acomodó su bufanda para que le cubriese la mitad de su rostro.

Tino suspiró mientras murmuraba una pequeña despedida, a la vez que Lukas agitaba su mano en señal de adiós. ¿Por qué Lukas se negaba a compartir con ellos? Cuando ambos chicos estaban solos, Lukas se comportaba tan amenamente… No entendía la antipatía que tenía Lukas por sus amigos. Estos tampoco lo importunaban demasiado, como si olfatearan que aquel niño no era como ellos. Quizás ellos fuesen algo pegotes y buscapleitos, pero le ponía de los nervios que Lukas no se incluyese. Ya la profesora le solicitó que invitara a Lukas a su grupo, ya que al parecer era el único que Lukas soportaba tener cerca.

Mientras tanto, Lukas ya sacó un buen trecho de distancia y evitó al grupo de Phillipe. Iba con las manos en los bolsillos de su abrigo. El viento mecía los rubios cabellos del chico y los despeinaba. Finalmente, cruzó el estacionamiento para los profesores, acción muy peligrosa por lo demás, y desapareció de la vista del ojivioleta. Tino bufó y con el vaho de su aliento levantó parte de su flequillo. Apretó el balón con sus manos, pensante. ¿Quién se quedaría en la banca?

No pasó ni un instante para que Tino voltease en busca de un griterío que provenía de donde estaban sus compañeros. Todo indicaba que una chica vociferaba bastante enojada, mientras otra intentaba a duras penas contenerla agarrándola por el brazo. Magnus trataba de razonar con ella.

-Ya te dije, no puedes jugar fútbol, eso es de chicos. Además te ensuciarás la falda y… pues estamos justos en los equipos. Perdón. –Magnus alzó sus hombros, sinceramente no era una buena idea para él que una chica se entrometiese a embarrarse las calcetas con ellos. Sabía muy bien que les faltaba un integrante, pero que existiese una niña en el equipo complicaba las cosas. Por ejemplo, no podría dar empujones o patadas sin preocuparse que golpeara a una niña.

-¡Yo quiero jugar fútbol ahora! ¡Les faltan jugadores, así que no vengas ahora que están justos! –La niña, de improviso, cogió el codo de Magnus lo más fuerte que pudo, provocando que Magnus gritara de dolor, exageradamente claro. Los niños del alrededor rodearon a la trifulca y no hacían nada para detenerla.

-Bodine, basta ya. Te dijeron que no, vámonos. –La niña que sujetaba a Bodine persuadía a la otra para soltar a Magnus, que forcejeaba inútilmente para soltarse de su captura. La tal Bodine intercambió unas palabras bastante toscas con su interlocutora, que los otros niños no entendieron muy bien. Finalmente, Bodine soltó al muchacho, que gimoteaba mientras acariciaba su brazo adolorido.

El resto de los niños incitaban la lucha. Phillipe intervino, con la cara enervada en rabia.

-¡Largate! Si no te largas ahora, te sacaré del patio a empujones, ¿oíste? –Phillipe apartó a Magnus con muy poca sutileza de su parte e irguió su espalda para intimidar a la chica. Sin embargo, esta no dio un paso atrás.

-¿Acaso es tuyo el balón? ¿Solo porque soy una niña no me dejarán jugar? ¡Antipáticos todos ustedes!

Era obvio que la pelea era de nunca acabar. Se apresuró Tino para llegar donde sus compañeros. Sus ojos se toparon con los de la niña que momentos antes contenía a Bodine. A través de sus gafas, notó el pedido de auxilio en la situación. Bodine no cedería ante nada, y Phillipe era un chico de palabra. Le importaría un bledo en arrastrar a Bodine fuera del patio.

-Esperen, ¡¿qué pasó aquí?!

Phillipe apuntó a Bodine; la niña estaba con los músculos faciales muy tensados y las orejas rojísimas. Tal vez fuese por lo helado del ambiente, o porque pronto echarían humo. -¡Ella maltrató a Magnus y para remate, quiere jugar con nosotros! ¿Tino, de verdad quieres a una nenaza como jugadora del equipo?

Ese comentario bastó para que Bodine echara improperios a diestra y siniestra, para gusto del resto de los niños y para desgracia de la otra chica. Parecía hastiada de la situación.

-El balón es mío. –Tino apoyó el balón en el suelo y cruzó sus brazos. –La trifulca se detuvo y tanto Bodine como Phillipe voltearon para ver al ojivioleta. –Yo decido.

Algunos niños iban a reclamar, ellos tampoco eran muy de la idea de que Bodine participase del juego, pero Tino tenía un buen punto. La pelota era de él.

-Nos falta un jugador y no creo que encontremos a otro en un buen rato. –Bodine se giró hacia Magnus y le dio una mirada fiera. Magnus solo se encogió, avergonzado de que una chica le humillase de esa forma. –Pero encuentro feo que pegues a mis compañeros.

Phillipe debió contenerse para no jactarse en público del marimacho. Pero su felicidad quedó truncada al oír que Tino permitía el ingreso de la niña en el equipo, para felicidad de algunos e indiferencia para otros, que solo querían jugar pronto.

-¡Pero Tino! Una niña solo traerá problemas, no digas que te lo advertí…

-Phillipe, basta ya. Quiero jugar.

-Pero…

Phillipe no pudo continuar porque ya estaban organizándose los equipos. Bodine estaba eufórica de que le aceptasen en el equipo y sonrió a Tino en señal de gracias. Sus dientes eran blancos, pequeños y parejos, con la excepción de que faltaba uno. Aún cambiaba los dientes. La otra niña, la de las gafas, rozó el hombro de Tino con una de sus manos, provocando que el muchacho saltase del susto. Era más alta que él.

-Perdona si Bodine sea tan tosca de vez en cuando. Ella es así. Gracias por dejarla jugar, le daría una rabieta enorme de recibir un no por respuesta.

-Oh… no hay de qué. También disculpa si Phillipe resultó ser un patán con ustedes. Tino evadió la intensa mirada de la chica. Eran unos bonitos ojos aguamarina, ocultos en unas gafas de montura negra.

-Me llamo Tino.

-Yo soy Greta. Bodine es mi prima, por lo demás. –Greta pronunciaba extraño algunas letras, en especial las s o las r. A Tino le costó un poco entenderla.

Ambos chicos no pudieron continuar presentándose porque sus compañeros estaban impacientes por comenzar. Tino soltó una torpe despedida y se reunió con la tropa de niños. Greta no fue adonde estaban las chicas arreglándose sus faldas, sino que se acomodó en un banquillo tanto con su maletín como el de Bodine. Esta frotaba sus manos y arreglaba sus polainas, a la vez que checaba las agujetas de sus zapatos.

Jugaron hasta que el balón se desinfló, producto de que Phillipe lo estrellase sin querer sobre una verja de púas. Bodine se irritó de sobremanera y Tino le exigió al chico una cantidad de dinero en forma de compensación. Este al principio no aceptó, pero el carácter de Tino le convenció en darle el dinero de su almuerzo del día siguiente. Ya vería como recuperarla.


Eran las cuatro de la tarde cuando Lukas llegó a su casa. Esta era más o menos normal, una casa pintoresca con un jardín bien cuidado, con estatuillas de gnomos escondidos entre los arbustos y un porche sin nada fuera de lo común. Lukas, a sus doce años, no manejaba aún la llave del hogar, pero conocía bien que debajo del macetero que estaba al lado de una de las ventanas se ocultaba una llave. Iría a dejar sus libros, a cambiar sus zapatos de charol por botas y conseguirse algunos bocadillos para sus amigos, que adoraban aquellos 'manjares'. No titubeó en casi voltear el macetero, de todas formas, su padre no estaba en casa y su madre estaba con Símon o, en su defecto, trabajando. ¿Acaso ellos tenían otro pasatiempo? Símon no, claro está. Las estadías en los hospitales no eran divertidas para un niño de seis años.

Lukas buscó a tientas el interruptor cuando entró a su casa. Esta daba un aspecto tétrico con las cortinas corridas. El chico no perdió tiempo, subió las escaleras hasta su cuarto y guardó los zapatos en su respectiva caja. Sus botas de montaña estaban ocultas por diversos cachivaches. A pesar que su padre se las obsequió hace poco, denotaban bastante uso. Consideró que era mejor cambiarse el abrigo por un anorak de color morado. De su maletín quitó los libros y los dejó en el escritorio. Bajó las escaleras, sin antes voltearse hacia un espejo. Había pegado un estirón en estatura desde hace algunos meses.

Preparó rápidamente unos emparedados de pepino, junto con ensaladas de frutas. Buscó un frasco de crema, pero no encontró ninguno. Sacó de la alacena un par de bizcochuelos de arándanos y del refrigerador una botella de leche. Dentro de su bolso estaba su colación, intacta. Eso también podía llevarlo. Empacó unos bollos que se perderían si no eran consumidos a la brevedad junto con mantequilla.

Cuando limpió el casi nulo desorden que dejó, salió por la puerta trasera, sin antes dejar bien cerrada la frontal. Si alguien lo vio entrar por la puerta principal, debía aparentar que seguía en casa. La llave la devolvería el día siguiente debajo del macetero. El patio de su hogar daba a un camino que paraba en el bosque. Su reloj marcaba las 4:36.

Estaría tres horas fuera y se devolvería. Sus padres nunca llegaban a casa antes de las ocho de la noche.


Bodine acababa de llegar al barrio. Su madre le pidió a su hermano que la alojase por algún tiempo mientras buscaba un apartamento o casa nueva en donde vivir. Su tío tenía una casa de campo a las afueras del barrio y no le importaba que tuviesen de compañía a su hermana y su sobrina. Además, esta tenía la misma edad de su hija Greta, casi 13 años.

Pero Greta era la antítesis de Bodine. La segunda era temperamental, algo mandona y terca. Greta, en cambio, era bastante tímida y taciturna. A pesar de ello, no bastó mucho tiempo para que enfrentase a gritos a Bodine. Esta quería ser la primera en todo, cosa que Greta no compartía. Así que era común que ambas pasasen discutiendo por nimiedades. Los padres de Greta y la madre de Bodine, no obstante, decían que aquello era perfectamente común. Antes de vivir juntas, Greta con suerte salía de la granja familiar y Bodine no tenía a nadie de su edad que pusiera coto a sus pretensiones. Ambas actuaban como medicina de la otra.

A Bodine la inscribieron en el mismo instituto que su prima. Compartían varias clases, menos, por ejemplo, geometría. En esa materia, Greta tomó unos cursos avanzados. Así que Bodine estaba sola, mirando la pizarra de anuncios, preguntándose dónde quedaba la sala E-03. Maldijo su terquedad, ya que Greta se ofreció con la mayor amabilidad que pudo a llevarla hasta su salón, mas Bodine se negó, ya que ella poseía un perfecto sentido de la orientación. Finalmente, Greta la abandonó en el vestíbulo de la escuela. Sería vergonzante llamar a Greta y no quería molestar a los profesores. Así que estaba perdida, mirando los pasillos confundida. Decidió subir la escalera, que daba hacia la sala de música y otros salones que no eran el E-03. A, B, C… pero ninguno era el E. Desde ahí tenía buena vista del patio en que el día de ayer jugó soccer. Gracias a Greta (que la maltrató para ello), le dio unas disculpas correspondientes a Tino por incluirla en el juego, que terminó abruptamente.

Tino era muy simpático y no tenía problemas en relacionarse con ella. Su madre le decía que a esa edad los chicos sufren de la 'edad del pavo' y son sumamente odiosos, como lo comprobó con Magnus y Phillpe. El ojivioleta era distinto. Sin embargo, tampoco compartía con él su clase de Geometría. De nuevo, sola.

Cruzó el pasillo y terminó en otra escalera. Decidió hacer una chiquillada: deslizarse por la barandilla de la escalera. Sujetó bien su mochila y se deslizó por ella, tal como lo hacía en su antigua escuela. Terminó con todo el estilo. Llegó a una parte del edificio que no conocía antes. Las letras de los salones eran F, G y H. ¿En dónde estaba la letra E?

Estuvo tentada de gandulear por el patio en vez de entrar a clase, pero se dio ánimos para encontrar la sala. Caminó erráticamente por quince minutos hasta que sonó la campana. Estaba completamente perdida. Un pasillo que no había percatado antes la llevó a una zona recóndita, ahí estaban las salas D y E. Oculta, se hallaba la sala E-03.

'Demonios, maldita seas E-03. Si me mandan un castigo…'

Entró a la sala, pero no estaba el profesor aún. Tenía mucha suerte. Lo malo es que todos los chicos estaban con sus grupos conversando o jugando en la sala. No quedaba ningún banco vacío. Otra vez, culpó a las circunstancias de llegar atrasada. Finalmente, un chiquillo rubio que leía tranquilamente estaba al lado de un puesto desocupado. Más bien, sus libros ocupaban la banca. El chico estaba absorto en su lectura.

Bodine se paró al frente de la mesa esperando que el chico advirtiese de su presencia, pero este no se inmutó. Aclaró su garganta, pero en el chico tampoco provocó nada. Este finalmente volteó su rostro hacia Bodine cuando ella obstaculizaba los rayos de sol que se dirigían hacia el chico.

-¿Qué quieres? –preguntó el chico hoscamente. Colocó un marca páginas en su libro y lo apoyó en sus rodillas.

-El asiento. –respondió Bodine con una sonrisa. La falta de su diente le daba un aspecto cómico. Apuntó hacia sus libros que descansaban en la mesa.

El niño inspeccionó su aspecto, como si encontrase algo extraño en su apariencia y luego miró hacia sus libros. Con una mezcla entre pereza por levantar sus libros y desconfianza ante la extraña niña, le negó su petición.

-¿Eh? Pero oye, no quedan más bancos disponibles que este.

-Siempre queda uno vacío al fondo, siéntate allá. –Replicó el niño.

-Que te he dicho que no quedan más bancos libres, hasta los del fondo están ocupados. Quita tus libros.

El niño inspiró profundamente. Odiaba que alguien se sentara con él en las clases, le distraía muchísimo. Existía otro punto, como no tenía más espacio en su casillero, debía cargar con él los libros que pidió en la biblioteca. Si la chica se sentaba ahí, sus libros quedarían ubicados en el suelo, lleno de mugre. No.

Lo malo es que la chica tenía un punto, que consistía que, en efecto, solo quedaba ese puesto disponible. Y daba lo mismo si seguía negándose a ofrecerle el puesto a la rubia, si el profesor llegaba y se encontraba con una alumna sin banquillo, de todas formas le obligarían a dejar sus cachivaches en el suelo. Para qué buscar más pleitos. De mala gana, quitó sus libros del banco, sin antes extender un periódico viejo en el suelo, para que sus cosas no se ensuciaran.

-¿Ves que no costaba tanto? De todas formas, yo me llamo Bodine y soy nueva por aquí. ¿Cómo te llamas? –Bodine ocupó el banco libre y dejó su cartera encima de ella. Esta era de color rojo, de una tonalidad muy saturada.

El chico apartó la cara para evitar el chocante color rojizo del bolso y terminó por dejar el libro en la mesa. Frunció su frente y debió presentarse.

-Lukas. Mi nombre es…

-Veo que eres bastante tímido Lukas. Pero eso se ve muy mono en ti, ¿a que sí? Junto con Tino y mi prima, eres la tercera persona con la que he hablado por aquí. No parecen ser muy amigables por estos lados, de haber estado en mi antigua ciudad, no durarían ni dos días…

'¿Tino? ¿De dónde conoce a Tino?' –Lukas se preguntó. Bodine seguía hablando, como si le dieron cuerda. –Espera, ¿mencionaste a Tino?

-Pues sí, gracias a él pude incluirme en el juego de fútbol ayer. Es increíble lo antipáticos que son ciertas personas por aquí. Qué suerte que no me los he topado en algo. ¿De dónde conoces tú a Tino?

-De mucho tiempo atrás. Somos amigos y nos juntamos a menudo.

-¡Así que tenemos gente en común! Quién lo diría… ¿Por casualidad conoces a Greta Oxentierna? Es mi prima. Anda, no creo que sea tan antisocial para que alguien no la ubique.

Eso, a Lukas, le molestó. Él se sabía poco comunicativo, pero las palabras le incomodaron. Pasando a la pregunta, recordó que topaba con ella en su clase de ciencias. Quizás alguna vez realizaron una disección juntos. ¡Ah sí! Claro que disecaron juntos. Ella fue muy diestra con el uso del bisturí. Además, vio su nombre para entrar al club de construcción, cuando mandaron los estudiantes las solicitudes a los clubes. Aparte de eso, nada más.

-Nos tocó una disección juntos, en la clase de ciencias.

-¿Y no gritó ni armó escándalo? En la granja, ella casi enloqueció cuando me vio intentando apuntar con mi chincheta a una golondrina. Es increíble que siendo hija de granjeros, le tenga pánico a la muerte de un animal…

-Eso es cruel de tu parte. Los seres del bosque no toleran la crueldad hacia sus habitantes. Y no, no chilló cuando disecamos.

-Así que se hace la valiente contigo, pero yo… con razón Greta es tan rarita, no me extraña. Greta es mi prima, ¿sabías?

-Lo mencionaste ya.

-¿De verdad?

-Sí

-Um….

Chirrió la puerta del salón y llegó el profesor de geometría, notablemente congestionado. Corrió para llegar al salón, sim embargo, sus aptitudes físicas no eran buenas. Dejó la pila de papeles en la mesa y se disculpó con sus alumnos por la tardanza. Mas, estos no extrañaron su ausencia. Cuando el profesor notó una carita nueva en los pupitres, invitó a Bodine a que se presentase en el salón.

Lukas inspiró hondo para oír la verborrea de la chica. No era pesada, pero sí simplona e hiperactiva. Subrayar hiperactiva, por favor.

Tenía la sensación que esa no sería la única vez que se toparía con ella, ni tampoco podría despegarse de su compañía en un buen tiempo más.


El reloj marcaba las 8:46 PM cuando la puerta de entrada crujió. Alguno de sus padres llegó al hogar. Lukas cerró el libro de geometría y apagó la lamparita de su escritorio. Caminó lentamente escaleras abajo, como quien camina hacia la guillotina. Era su madre quien llegó. Colgó en el perchero su abrigo y le dio un abrazo a su hijo, muy a su pesar de este.

-Perdona querido por llegar tan tarde, Símon no quería tomar su medicina y estuve un buen rato tratando de convencerlo. ¿Cómo te ha ido en la escuela? –La mujer acariciaba el lacio cabello de su hijo.

-Bien mamá.

-¿Cenaste ya? Puedo encargar pizza, o pedirle a tu padre que compre comida en el supermercado.

-Ya cené mamá, no te preocupes. Me cociné para mí y ya limpié mi desorden. Solo descansa.-El chico se desembarazó del abrazo y recogió la cartera de su madre, para dejarla en el sofá del salón.

Esta solo se quedó desganada apoyada en la pared. No solo Símon estaba enfermo, Lukas también lo estaba. Nunca parecía andar con ganas de algo. Casi era una extraña para él. El chico fue a la cocina y preparó un té con el agua de un termo, y sacó del refrigerador un poco de ñoquis, dejando ambas en la mesa. Ella simplemente lo miraba, y se preguntaba cuándo Lukas empezó a ser así.

Cuando el niño subía las escaleras con el mismo estado apático, recordó que Símon le encargó un regalo para su hermano mayor. Raudamente buscó su bolso y de ella extrajo una caja de latón, que en algún momento contenía galletas alemanas. Ahora guardaba cosas que solo Símon (y Lukas) conocían. Ella no quiso husmear en la cajita, a diferencia de su marido, que intentaba abrir la caja, sin éxito. Esta estaba cerrada con un candado numérico.

-Lukas, querido, espera. Tu hermano me encargó esto para ti. Recuerda darle las gracias por teléfono mañana, ¿de acuerdo?

El chico volteó y quedó estático. Bajó las escaleras a zancadas y casi le arrebató de las manos la caja a su madre. Esta le regañaría la falta de delicadeza, pero estaba tan cansada que solo bebería el té, no andaba con mucho apetito para los ñoquis. Aunque su marido sí que los apreciaría.

Escuchó el portazo de la pieza de Lukas y la casa volvió a estar en silencio.


Por alguna razón, Bodine siempre buscaba a Lukas en los recesos. Tal vez porque el chico era una de las pocas personas que soportaba su inusual plática, o porque permanecía en silencio la mayor parte del tiempo y eso le llamaba la atención. Lukas, por otra parte, no quería ofender a la chiquilla; la niña era incómoda, pero ya se habituó a su compañía. En verdad, hasta él necesitaba conversar con alguien que no fuera Tino, su hermano Símon o sus otros amigos. Así que ambos chicos solían almorzar juntos en el parque, a veces acompañado por Tino, Greta o ambos. Estos también hicieron buenas migas, aunque Tino le confió a Lukas que aún le guardaba cierto temor a Greta. Pasaron más de tres meses desde que conocía a Bodine.

Aquel día, no hallaron a ninguno de los dos chicos en el vestíbulo, así que tanto Bodine como Lukas fueron a comer en las gradas del patio, que estaban casi vacías. Bodine sacó su lonchera, que consistía en atún con zanahoria y patatas salteadas. Lukas trajo un emparedado de mayonesa junto con una caja de leche chocolatada. Bodine estiró un paño que servía de mantel y comían en silencio.

A medida que pasaban las semanas, Lukas fue más comunicativo con Bodine. Bodine sabía que, por ejemplo, a Lukas le gustaba leer cuentos de hadas, su color preferido era el morado, quería cortarse el pelo dentro de poco y vivía con sus padres, además que era el mayor de dos hermanos. Lukas nunca hablaba de dicho hermano desconocido. Lukas conocía casi toda la historia de Bodine, que amaba el color rojo, sus padres estaban separados y que ella era danesa. También que su madre era veterinaria y ella gustaba de andar en bicicleta. Su comida preferida era el salmón y era hija única.

-Oye Lukas –Bodine comía con la boca llena- ¿No has intentado entrar a un club como el de literatura? Se te da bien la lectura. –Sacó de su lonchera un jugo de moras y bebía sonoramente de la pajilla. Bodine no era muy pulcra en cuanto a modales, a diferencia de Greta.

-No me interesa. Prefiero leer solo. Y no me gusta quedarme hasta las seis en la escuela.

-Yo me quedo hasta las siete, por el entrenamiento de ciclismo. La pasas bien y conoces a mucha gente divertida. Y si te sirve de algo, una cosa es leer un libro, pero también es bueno conversar acerca de la lectura. Vamos, inténtalo para la próxima vez que se abran las postulaciones.

-No. –El chico zanjó su parte de la conversación y mordió un trozo del emparedado. Él jamás hablaba con la boca llena, además que era muy ordenado en la sobremesa.

No obstante, Bodine no se daría por vencida así como así.

-Acompáñame a uno de mis entrenamientos, así me das ánimo. Venga, tampoco es que hagas algo muy productivo estando solo en casa…

-Salgo en la tarde a ver a unos amigos. Eso es todos los días. No tengo tiempo. –Lukas frenó en seco a Bodine, cuyo rostro era una cara de pregunta ¿Lukas tenía amigos fuera de la escuela? ¿Por qué no sabía eso?

-Espera, ¿te juntas con más gente? ¿Por qué nunca me lo habías dicho? ¿Cómo son?

Lukas evitó los ojos de Bodine y miró a su emparedado a medio comer. Sopló su flequillo que molestaba su rostro y suspiró. No dijo nada. A Bodine le picaba la curiosidad; Lukas no era alguien que se caracterizara por tener muchos amigos, así que se alegraba que conociese a otras personas.

-Nunca preguntaste.

-¡¿Cómo lo iba a saber si nunca dijiste nada?!

-Nunca preguntaste, Bodine.

-Algún día de estos debes presentármelos para que les de mi aprobación.

-Son muy reservados. Odian los extraños. No creo que suceda eso.

-Al parecer, son igual de raritos que tú. –Bodine rió pícaramente y zampó de un solo bocado un trozo de salmón.

Lukas solo la miró con cara de odio para que la niña casi se atragantase con la comida. A veces, Lukas daba miedo. Bodine encontró conveniente cambiar de conversación. Ya tocaría el tema más adelante, o hallaría la forma de sacarle a Lukas más información. Continuaron almorzando en silencio, hasta que Bodine distendió la conversación.

-Me está yendo de maravillas en ciclismo. El entrenador quiere enviarme a competir en las interescolares.

Lukas asintió e hizo un intento de felicitación, sin mucho resultado. Bodine le golpeó la espalda con la palma de su mano, provocando que Lukas se atorara, tal como Bodine lo hizo anteriormente.

-¡Hombre, sé más efusivo! Cuando alguien te cuenta una buena noticia, debes reaccionar '¡Felicitaciones, te lo mereces! O algo por el estilo.

Lukas estaba azul, entró líquido a sus pulmones y tosía muy fuerte, para intentar expulsar la leche de su garganta. Al principio, Bodine pensó que estaba bromeando, pero cuando Lukas apretó su mano contra su pecho se preguntó si no se excedió un poquito de fuerza.

-Te he pegado muy fuerte, ¿Te dolio? –Bodine aprovechó para acercarse más a Lukas, que levantó sus brazos por encima de su cabeza en intento de relajarse.

El chico apartó antes sus pertenencias y sus bocadillos, y cerró sus ojos anegados en lágrimas. Respiraba entrecortadamente, bufando como un toro.

-La próxima semana tengo una competencia a nivel de escuela, es para seleccionar a los ciclistas que irán a la interescolar. ¡Ve a verme, vamos! Irán Greta y Tino, aunque no lo creas, a Greta le encanta ver las carreras, ¡y Tino lo pasará de maravilla! Como no vengas, te golpearé más fuerte.

-Me golpeas otra vez, olvidaré que eres una niña y te lanzaré por las escaleras, ¿nos entendemos?

Bodine no se sintió en absoluto amenazada por la advertencia de Lukas, es más, parecía satisfecha con el enfado de su amigo.

-Vaya, vaya, has sacado las garras gatito. Te recuerdo que no por nada practico deportes…

-Sigues molestándome, te maldeciré Bodine. –Y, como si de la nada a Lukas le vino una idea genial- No me seguiré juntando contigo.

Lo dijo de tal manera que sonaba muy serio. Bodine no le habría tomado el peso –otra vez- pero Lukas parecía tan serio y malhumorado que prefirió darle el voto de la razón.

-¡No no no! Tú eres mi primer amigo aquí, no creas que te desharás tan rápido de mi persona.

Bodine, de la nada, rompió la distancia que les acortaba y abrazó fuertemente a Lukas. Este, tanto por vergüenza como por incomodidad, intentó zafarse de la niña, colgada de su cuello. No tuvo éxito. Aún tosía y no tenía la fuerza necesaria en ese momento para que Bodine cayera gradas abajo.

-¡Te perseguiré hasta lo más profundo del bosque si es necesario, pero me acompañarás en la carrera de la próxima semana! ¿Entendido?

Lukas ya no intentaba librarse de los brazos de Bodine, pero estaba notoriamente nervioso de que algún chico que conociese pasara por allí y los viera abrazados. Debían de verse ridículos así. Pero cuando la niña dijo 'al fondo del bosque', rió para sus adentros. Él conocía de sobra el bosque y daba por seguro que si Bodine se aventuraba en algún momento a entrar en él, le haría la estancia terriblemente imposible.

Cuando Bodine bajó la guardia, Lukas la empujó con muy poca clase. Ya no tenía hambre. Dejó la mitad del emparedado en su bolsa de papel y también guardó en ella la caja de leche. Gran parte de su contenido quedó esparcido en las gradas o en su camisa. Diablos. Nada más asqueroso que oler a chocolate. Y estar todo pegajoso.

Bodine sonreía. Ya le crecía el diente que le faltaba.


Al final, la pereza ganó a Lukas y decidió no cambiarse de ropa. No alcanzaba a bañarse y estar a tiempo para la cita. Tendría que ir con la ropa sucia, muy a su desagrado. De todas formas, tampoco a sus invitados les interesase en demasía su apariencia. Según su descripción, él estaba encantador a todas horas. A Lukas le avergonzaba dicha descripción. Hizo la rutina de siempre, guardar comida en su cartera, alguna que otra tontería y partir caminando hacia el bosque. Saltó ágilmente la cerca blanca que dividía el jardín de su casa con un camino de grava.

Dejó atrás la urbanización y se integró al bosque. Desde que tenía ocho años se aventuraba en él. Así como algunos encontraban una relajación enorme el pintar, él amaba entrar en el bosque y desaparecer de la vista de todos. Descubrió el lugar una vez, cuando escapó de casa. Emil aún estaba bien, y sus padres continuaban juntos. Por supuesto que seguían juntos actualmente, pero era una obligación, para intentar mantener la imagen de familia a los ojos de sus hijos.

Siempre miraba el bosque con curiosidad. Un día, cuando sus padres llevaron al su hermano al médico, el optó su primera decisión. Ir hacia el bosque. Le daba risa las cosas que guardó en su mochila; crayones, su flauta, un cuaderno de dibujo, el libro de Hansel y Gretel, su linterna con pegatinas, una magdalena de naranja y quién sabe qué más.

En esa oportunidad, no era de extrañar que se perdiese en el bosque. Al principio se sentía intrépido, era la primera vez que no tenía a sus padres encima para que le controlasen. Le apenaba que su hermanito no le acompañase, pero cuando lo viera otra vez, le narraría todo lo que viera. Pero cuando se percató que daba vueltas en círculos y no hallaba el sendero a casa, se asustó. Intentó tranquilizarse, no obstante, terminó llorando a un extremo del camino.

Ahí fue donde los conoció.

De eso, cuatro años pasaron. Y él visitaba el bosque en cuanto podía.

Sus amigos amaban las cosas dulces. Cuando ellos lo guiaron a casa, Lukas les obsequió la magdalena. Ahí se enteró que ellos no conocían las magdalenas, las chocolatinas, lo dulce en general. Lukas se comprometió a traerles un poco cada vez que los visitara. Él no era muy fanático de las golosinas, pero hallaría una excusa para traerles alguna novedad.

Conocía la ruta de memoria. Durante las primeras salidas, aplicó una medida que aprendió en Hansel y Gretel: dejar marcada la ruta. No fue tan idiota para usar migajas de pan para ello. Usaba listones, su madre cosía. No le harían falta las blondas púrpuras y amarillas. Como aún no conocía la hora y la percepción del tiempo, le pedía a sus amigos que le avisasen cuando era muy tarde, para devolverse a su hogar. Estos, sin embargo, eran bastante toscos con respecto a ese tema. No era de sorprender que llegase a la medianoche y sus padres con taquicardia. Ahí, su abuelo le obsequió un reloj, que usaba hasta hoy. Era práctico y contra agua. Ya al cabo de un tiempo, no fueron necesarios añadir más blondas de colores al camino. Sabía distinguir cualquier objeto extraño del bosque. Y sus amigos también le contaban cualquier anormalidad.

Ese día, fue al punto de encuentro. Ambas partes acordaron juntarse ahí siempre a las cinco de la tarde. Lukas solía llegar con diez minutos de antelación, le gustaba ser puntual en las citas. Apoyó su espalda en contra del tronco y disfrutó los rayos de sol que acariciaban su rostro. Cuando era invierno, adelantaba la hora en que se juntaban. No quería coger una hipotermia, o que el sendero quedase obstruido por la nieve.

Cerró los ojos y pensó en lo acontecido durante el día. Sacó un sobresaliente en su ensayo de literatura. El profesor le llamó y le dijo que le gustaría que escribiese algo en el periódico de la escuela. Dijo que lo pensaría. Se quedó dormido en geometría. Bodine reía por lo bajo, porque le dijo que se veía muy mono babeando la guía de triángulos. En el almuerzo, Bodine le asfixió con uno de sus abrazos y terminó con su camisa ensuciada con leche de chocolate. La niña le invitó a una competencia de ciclismo. No tenía muchas ganas de ir, pero las consecuencias de no hacerlo serían terribles. Mejor no hacer que Bodine entrase en su etapa agresiva, o peor, depresiva. Le llamaba la atención que Bodine anduviese feliz todo el tiempo. Él sabía que eso no era posible. Ella se reprimía. Sería una cuestión de tiempo para que observara a la verdadera Bodine.

Una sombra gigantesca le obstaculizaba el sol. Abrió uno de sus ojos y estaba él, el ogro feroz. Lukas sonrió y dejó que lo levantase. Los cuentos lo llamaban troll, pero en realidad tenía otro nombre. Lukas acarició su mentón, acción que provocó la satisfacción de este. Un enano salió de la nada y le dio una corona de ramitas. Lukas la puso en su cabeza, y de las ramitas germinaron florecillas. Lentamente, distintos seres emergieron del bosque, como una procesión.

-Tranquilos, siempre ando con regalos para ustedes. Vayamos a un mejor lugar para descansar y les cuento mi día.

El troll entendió lo que quiso decir su amigo y pesadamente abrió paso entre las criaturas. Lukas sonreía de manera que nunca se le veía en años. Para él, su vida comenzaba a las cinco de la tarde, y terminaba a las siete. Esperaba todo el día, todos los días, a juntarse con sus ellos, sus verdaderos amigos. Con ellos, se olvidaba de la escuela, de sus padres, de las apariencias, de todo. Le contaba a Emil sus aventuras. Le enseñaba su mundo de fantasía.

Para él, su mundo de fantasía era mucho más que una. Era su realidad.