El amor puede orillarnos a cualquier cosa jamás imaginada, y también puede adentrarnos a cometer estupideces absurdas; así me encontraba yo, cual ciervo en el matadero para salvar al amor de mi vida, entregando mi cuerpo a esos siniestros hombres que se decían ser la rama más antigua de los vampiros y que ahora me propinaban una de las peores torturas.
No recuerdo con exactitud todo lo que hicieron conmigo, tan solo tengo memoria de la desesperación que me indujo a ser el intercambio perfecto para que desistieran de perseguirlo. Nunca fui con exactitud una heroína, una chica intrépida, difícilmente podía defenderme sola en las calles de Arizona donde vivía con mi madre, nunca se dio cuenta de las veces que llegaron a asaltarme por temor a mortificarla. Sin embargo, me consideraba reservada, incluso más de lo que una persona relativamente normal puede llegar a ser.
No puedo abrir los párpados, difícilmente puedo distinguir mi entorno o el sitio mal oliente donde ahora me encuentro, el aroma era húmedo, rancio, pude escuchar el pataleo de algunas ratas que se escabullían de un lado a otro a sus agujeros. A lo lejos pude darme cuenta que el agua caía a cuenta gotas, probablemente un grifo se encontraba cerca de donde yo estaba. Mis manos estaban encadenadas, alzadas a lo alto y ceñidas con unos grilletes que perforaban mi carne impidiendo cualquier posibilidad de libertad de mi parte.
Mis pies no tocaban el piso, en cualquier momento mi cuerpo podría desprenderse de mis extremidades superiores si hacía cualquier esfuerzo por liberarme. Me encontraba golpeada, exhausta, sola, sin ninguna esperanza de sobrevivir a este tonto arrebato de valentía sin sentido. Mi boca seca reclamaba aunque fuera un trago diminuto de agua por lo menos para hidratar mis labios, podía sentir como se partían si intentaba siquiera moverlos, mi pecho dolía, un calor infernal comenzaba a recorrer mis mejillas como señal clara de algunos golpes en la cara que había recibido.
No deseaba pensar en el resto de mi cuerpo, probablemente tendría un par de costillas rotas, hematomas repartidos en mi piel como si se tratara de un mapamundi ilustrado, torceduras, huesos hechos añicos. Por más que pensara en la libertad no tendría la fuerza suficiente para ponerme en pie y correr lo humanamente posible; no de ellos, los Vulturis, pues si los Cullen no eran lo suficientemente rápidos para enfrentarlos, ¿Qué podría hacer una insignificante humana como yo?, solo aceptar lo inevitable y lanzarme completamente a los brazos de la muerte. Ese en el mejor de los casos.
Suplicaba con todas mis fuerzas que no viniera, pues de otra manera habría sido en vano este sacrificio que había hecho por él, Edward siempre fue arrebatado, imprudente y su sugestión lo llevaba a escenarios tétricos, y este lo era, sin embargo confiaba en que los demás lo detuvieran de hacer una locura como seguirme. Aún recuerdo aquellos felices para siempre, esa promesa que hicimos ante el altar de amarnos para toda la eternidad, pero ahora la misma muerte era quien se adelantaría a separarnos. ¡Pobre Edward!, siento que le he fallado, traicionado de alguna manera y que este impulso tonto de ofrecerme a los Vulturis ha sido una total y completa estupidez de mi parte. ¡Claro que vendrá por mi!, pero en lugar de eso se encontrará cara a cara con su desenlace, después del mío claro está.
Sin poder abrir los ojos escuchaba claramente unos pasos que se dirigían al sitio apestoso donde me encontraba, aquellos eran calmados pero diminutos, lentos, seguros y a la vez siniestros; de esa misma clase que los asesinos cautelosos dan antes de cobrar la vida de la primera víctima de su lista. Yo estaba ahora encabezándola.
Utilicé mi olfato para distinguir de quién se trataba, era un perfume femenino, dulce, a tal grado de provocarme un asco inmenso al imaginar un postre hecho con cerezas, y a su vez podía detectar el oxido y la sal de la sangre. Escuché claramente un estirar de cuero, esa mujer apretaba sus nudillos deteniendo sus pasos justo frente a mí, no respiraba, al menos nunca escuché que lo hiciera. Se trataba de una de ellos, y a juzgar por lo que conocía, pude deducir fácilmente a esa bruja con aspecto de niña tan mortífera como un escorpión y tan calmada como un cordero. Jane estaba observándome.
-¿Así que has accedido a entrevistarte con nosotros?—Escuché una risita de su parte. –No sabría si catalogarlo como un claro ejemplo de heroísmo o un deseo ferviente de morir de tu parte Isabella Swan.
Deseaba contestarle, pero mis fuerzas eran tan nulas que difícilmente podría articular alguna palabra sin causar estragos en mi pecho, pues al respirar siquiera comenzaba a arderme como brazas introducidas a él sin piedad alguna. No esperó una respuesta, así que volvió a formular algunas otras seguramente burlándose de mi estado tan deplorable.
-Avio dice que tienes un talento tan singular que podría representar una amenaza para nuestra familia—Proseguía. -¿Podría considerar eso como una patraña?, ¿Una mentira?, quizá solo este fascinado con una tonta e insignificante humana a quien no le afectan nuestros… Talentos.
Sentí que se apoderaba de mi rostro con tanta fuerza que logró partir mis labios, mis mejillas se presionaban contra sus dedos mientras por todos los medios intentaba ver a mi atacante. Un odio indescriptible comenzaba emerger en mis entrañas destrozadas, como si ese mismo me impulsara a seguir con vida para mirarla con desprecio y asco; si bien no tenía oportunidad contra ella, por lo menos observaría mis ganas de luchar y resistirme antes de dejar escapar mi último aliento. No le daría la satisfacción de verme atemorizada, no a ella.
-A..Avio… ¿Por qué…?—Solo me limitaba a decir. Una risa más clara resonaba en ese frio calabozo donde me confinaron.
-No seas tonta Isabella Swan, él no sabe que estas en Italia, mucho menos está enterado de la carta que recibiste en Forks hace treinta días—Escuché un suspiro falso, tan falso como ella. – Me sentí un poco aburrida, y debo decirte…- Presionaba mi mejilla con más fuerza pudiendo sentir la frialdad de su rostro aproximándose al mío. –Que no me convence que precisamente una humana como tú pueda tener inmunidad contra mis poderes especiales.
Me había colocado en un estado de shock, ¿Avio no estaba enterado de mi llegada?, me quedaba claro que no había escrito ninguna carta, aún cuando el sello y la firma estaban justo debajo de su nombre. Deseaba abrir los ojos, mirarla a la cara y escupirla, mis fuerzas aun estaban al mínimo y me limitaba a esperar a que terminara con todo de una vez antes de que a Edward se le ocurriera buscarme. No deseaba eso, el merecía seguir con vida, aunque eso significara ofrecer la mía a cambio.
-¿Por qué… lo… haces?—Mi pecho dolía, pero tendría que sacar fuerzas de donde pudiese para enfrentarme con lo poco que tenía. -¿Qué ganarías… por qué… aún… no has acabado con migo?—Resoplé al instante sintiendo que mis costillas chocaban unas contra otras. Ella soltó bruscamente mi rostro haciendo sonar las cadenas, daba pasos lentos a mí alrededor y se posicionaba detrás de mí halando mi cabello casi rompiéndome el cuello.
-Te contaré algo sumamente curioso Isabella Swan- La frialdad de sus labios rozaban mi lóbulo derecho hablando despacio, arrastrado y sutil sin perder el agarre a mi cabello. –Toda mi vida, mi existencia, la he dedicado a servir a los Vulturis, ¿Te preguntarás por qué no es así?—
-Si..
-Muy bien, te lo relataré—Suspiraba. –Cuando Avio me encontró hace más de trescientos años, yo solía ser una chica ingenua, rara, mis padres biológicos me encerraban porque tenía el poder de provocar un dolor intenso a otras personas con tan solo desearlo—Continuaba. - Mi padre se llenó de miedo, en Escocia eran tan creyentes de la brujería que lograron catalogarme como una, y mi madre cual mujer abnegada y fiel a su marido prefirió darle la razón antes que proteger a su propia hija.
No podía creer que ahora estuviera relatándome su vida, al menos su vida humana. Siempre me pregunte sobre los poderes especiales que tenían algunos vampiros como Alice o Edward, ¿Los tendrían cuando eran humanos?, no lo sabía, nunca me contaron al respecto y no decidí preguntar en su momento por temor a caer en la imprudencia. Esa declaración de Jane era totalmente reveladora.
-Los maté—Sonaba como una desquiciada. –Disfruté tanto provocarles el mismo dolor que yo sentí cuando por su culpa los clérigos decidieron que era correcto quemar a una niña de trece años a la hoguera, pude sentir como retorciendo sus cuerpos me suplicaban detenerme—Se acercaba a mi oído. –No me detuve, y me gustó.
-Mataste… a tus… propios padres…
-¡Si!, ¡Los maté!—Era la primera vez que la escuchaba gritar, desesperarse y perder el control como una niña normal de trece años lo haría; la últimas veces siempre sonaba apacible, tranquila, con esos ojos escarlata que se dedicaban a crear dolor por el placer de castigar a sus víctimas. Todavía no se me olvida lo de Edward.
-Por que si no los aniquilaba primero, ellos lo harían conmigo—Soltaba por fin mi cabello provocándome arcadas al tener el cuero pegado a la garganta.
-Avio me encontró, estaba herida, con quemaduras graves, al borde de la muerte, pero con una sonrisa en el rostro por haberme vengado de ellos—Daba un largo suspiro para reponerse, pude escuchar que su timbre volvía a la normalidad lentamente mientras yo aún me recuperaba de su agarre.
-Fue el primero en ver mi talento especial, así lo llamaba el, de hecho el primero en hacerlo después de escuchar barbaridades a mi persona de otros ignorantes que me catalogaban como un demonio—Proseguía. – Me ofreció la inmortalidad, poder ejercer mis poderes en todos los confines de la tierra y ganarme el respeto de otros, incluyendo los vampiros. Aunque no fui la única, fui convertida junto a Alec quien también tuvo su turbia historia a causa de sus dotes- Suspiraba. –Mi hermano, mí querido hermano Alec.
-No… no entiendo…-Me animé por fin a decir levantando mi cabeza e intentando abrir los ojos para observar solo su silueta. –Tu eres capaz… de crear dolor… ¿Qué de especial o amenazante… tengo yo… para ti?, soy… solo una … humana.- Sentí que su mano apretaba mi cuello con tal fuerza que si se lo propusiera podría partirlo en dos en un abrir y cerrar de ojos.
-¿No captas lo equivalente de las historias Isabella Swan?—Acercaba su rostro al mío. –Fue exactamente lo mismo que Avio miró en mí, yo aún era humana como tú, ¿Te imaginas lo que pasaría si llegaras a convertirte?, ¿No te lo imaginas Isabella?—hacía una pausa apretando un poco más al límite de la asfixia
-No comprendo…. Que de especial… tengo… o tendría… para él.
-Me queda claro que eres estúpida, pero no sabía que también eras tonta—Soltaba mi cuello. –Tú serías escudo, nadie podría hacerte daño con otros poderes, yo incluida, y ¡vaya que lo intenté!, eso te convertiría en el mejor trofeo de Avio, y eso… No lo puedo permitir Isabella.
-¿Es por … celos que haces esto?- Mi voz se elevaba un poco, uno de mis parpados accedió a abrirse fijando la vista en esa chica tan mortífera que disfrutaba provocarme dolor sádicamente. -¿Temes… que Avio te eche de su … casa?
-No, no temo eso—Alcancé a apreciar una sonrisa ligera de sus labios. –Se que lo mataría a él sin pensarlo si quiera, pero no quiero quedarme sin familia, así… que para evitar tomar ese tipo de medidas he decidido cortar el mal de raíz, y ahí, es donde tu entras Isabella.
Me sorprendí de tal manera que jamás pensé ser una amenaza peligrosa para esa niña, cualquiera diría que podría acabar con ella si fuera una de su condición, sin embargo, su declaración estaba dejándome petrificada. Yo era un escudo, y aunque no supiera con exactitud el significado, estaba completamente segura de algo, si era valiosa para los Vulturis entonces también sería quien pudiera terminar con ellos de proponérmelo, pero no tenía la intención de hacerlo, o quizá sí, sí de eso dependiera mi tranquilidad con Edward. Yo era una amenaza para Jane.
-Basta de charla, pues como podrás ver, si no puedo provocarte dolor, por lo menos me encargué de hacértelo sentir a través de otras medidas.
Lo recuerdo, había viajado sola sin contarle a nadie sobre esto, hace treinta días exactamente recibí una carta de Avio donde amenazaba claramente a los Cullen de muerte por el pretexto de tener alianza con los hombres lobo. Aquello era penado por los Vulturis y no tendrían contemplación alguna en cobrar "justicia" defendiendo la naturaleza vampírica a como diera lugar. Decidí no contarle nada a Jacob para no preocuparlo, pues de hacerlo no dudaría un instante en acompañarme y ahora lo tendría como vecino de celda en el mejor de los casos que Jane le permitiera seguir con vida.
Aquella carta decía que tendría que pedir la indulgencia y el único precio era mi conversión a vampiro. Avio me convertiría personalmente. No me explicaba la razón de aquella petición ya que se había acordado un año atrás cuando Edward intentaba exhibir a los vampiros en la plaza Salvatore; la única forma de mantenerme con vida era que yo debía ser transformada a la brevedad por alguno de los Cullen. Me sorprendí al encontrar un boleto de avión a Italia junto con un cheque para gastos menores durante mi viaje, debo admitir que los Vulturis pueden mostrarse espléndidos cuando deseaban una cosa en especial.
Al llegar a este lugar esperaba encontrarme con los tres sentados cómodamente en sus tronos respectivos, pero ninguno estaba presente. Miré a ambos lados y solo me encontré con un par de vampiros que se dirigían a mi propinándome varios golpes en el cuerpo; tan solo puedo recordar mis huesos moliéndose, por más que intentaba defenderme ellos se daban un banquete sádico como si estuvieran jugando con una muñeca resistente a su salvajismo. No sé por cuánto tiempo perdí el conocimiento hasta este momento que me encuentro cara a cara con Jane y sus verdaderas intenciones.
-Hora de morir… Escudo, solo hay espacio para una princesa, y ese lugar no está disponible para ti- Observé que ella mostraba una daga diminuta, la empuñaba fácilmente con su mano derecha mostrando el brillo de la plata en las molduras, una punta afilada restregándose antes en la vaina.
Mis ojos destilaban odio, impotencia, por primera vez en toda mi vida no tenía miedo a la muerte, desde que Edward entró en mi vida me he visto expuesta a tantos peligros comenzando por la cacería de James, quien casi logra transferir su ponzoña a todos los rincones de mi cuerpo. Los neófitos, Victoria, incluso los mismos Vulturis a quien seguramente ya no vería nunca. Esa debo decir, era la mejor parte.
Sentí el primer corte en mi brazo, era profundo, doloroso, emití un grito desgarrador sin cuartel a cubrirme la boca, pude escuchar su risa psicodélica, sus ganas fervientes de acabar con mi vida, de ahí vino otro corte en el brazo contrario, uno en la pierna derecha, sucesivamente cambiaba de extremidad como mejor se le antojara. Mi sangre brotaba copiosamente a través de las heridas y mi poca fuerza se desvanecía lentamente.
Pensaba en Charlie, le dolería saber que su hija estaba perdida en algún lugar para recibir después la desgarradora noticia de mi muerte, simplemente no lo soportaría. Mi madre se sentiría culpable por haberme permitido viajar hasta a Forks teniendo la oportunidad de retenerme antes y así continuar con mi simple e inadaptada vida. Pensaba en Jacob, a quien consideraba mi caballero andante que estaría dispuesto a recibir las peores torturas con tal de mantenerme a salvo, y peor aún, acudiría iracundo a casa de los Cullen con el deseo de arrancarle la cabeza a Edward.
Un par de cortes mas se dibujaban en mi abdomen, en mis brazos, cada punto en especial lograba provocar una herida que difícilmente podría cauterizar, escuchaba su risa, la manera en que se movían las cadenas tratándome como una figura de plástico siendo destruida. Ya no vería más a mi familia, ya no vería mas a los Cullen, jamás tendría otra oportunidad de besar a Edward, pues para cuando se enteraran, estaría totalmente muerta.
-Hasta nunca… Isabella Swan—
Era el fin, ya no tendría escapatoria alguna, pues ahora la daga seguramente se dirigiría a mi cuello cortando completamente mi respiración, separando mi alma de mi cuerpo, ¿Creía en dios?, si, lo hacía, esperaba que me perdonara por el millar de ocasiones que no les dije a mis padres lo mucho que los quería, no reprender a Jacob su comportamiento, comportarme egoísta algunas ocasiones. Desear a un vampiro como lo hacía con Edward. Ahora, solo esperaba que terminara rápido, deseaba desaparecer.
-¡Bella!—Escuchaba una voz a lo lejos, por un momento pensé que se trataba de Edward llegando a rescatarme, que había venido a la meca vampírica para ser torturado por Jane, todo sería inútil entonces. Si mi muerte equivaldría a que lo dejara en paz, con gusto me sacrificaría, ahora todo estaba arruinado.—No… no vengas… huye Edward… corre… - Mi susurro difícilmente se escuchaba, pues mi sangre poco a poco abandonaba mi cuerpo.
-Parece ser que han venido a rescatarte, lástima… Solo deseaba matarte a ti, aunque sería una pena dejar a Avio sin un buen lector de pensamientos ¿Cierto?.
-No… te atrevas…
-Isabella…- Ella acercaba sus fríos labios a mi frente pegándolos lentamente. – La muerte vendrá a ti en pocos minutos, ya no tengo nada que hacer aquí. –Sentí una ráfaga de viento chocar contra mi rostro, se había ido por Edward, de eso estaba completamente segura.
No quería morir, deseaba ayudarlo pero me era imposible estando en esta posición a la deriva. Jane tenía razón, moriría desangrada y aunque Edward llegara a tiempo para liberarme sería demasiado tarde, lo único que me restaba era esperar la muerte en paz y con la conciencia tranquila, esperando que Charlie me perdonara por no despedirme de él, solo deseaba que se le concediera otra oportunidad de ser feliz, volverse a casar.
Cerré mis ojos completamente, me estaba rindiendo al descanso eterno, consideré que era la mejor forma de perder la vida, despacio y tranquilo. Me estaba desvaneciendo poco a poco sintiéndome tan ligera como una pluma, mis manos descansaban sobre los ceñidos grilletes y mis piernas colgaban como si se tratara de un par de agujetas de zapato en un tendedero.
Te amo Edward—Alcancé a enunciar con un suspiro.
Escuchaba que alguien abría la reja, pensaba que era él esquivando y burlando la presencia de Jane en es recinto, por más que trataba de encontrarme con sus ojos mis parpados estaban rendidos, cansados, casi muertos. Sentí que unos brazos fuertes rodeaban mi cintura, distinguí el crujir de las cadenas liberando una de mis extremidades superiores, después el otro hasta caer como una figura de gelatina en su regazo.
Algo no concordaba, aún en mi lecho de muerte notaba que el cuerpo que ahora me sostenía no era suyo, esos brazos eran fuertes, y aunque la frialdad emanaba de su camisa eran tan cálidos como el amanecer, como estar en casa. Olía distinto, una mezcla de maderas del bosque con un poco de alcohol para medicina, quizá caña de azúcar. Abarcó completamente mi cintura llevándome a gran velocidad fuera de ese calabozo maloliente. Estaba feliz, por lo menos ese sitio no sería mi tumba.
Su corazón no latía, era un vampiro como Edward, pero no era él, alguien mas había acudido a mi ayuda, ¿Quién se atrevería a desafiar a los Vulturis de esa forma?, no conocía a nadie quien lo hiciera, no directamente, eso sería equivalente a un suicidio para todo aquel que bebiera sangre. Su pecho era fuerte, seguro, tan duro como una roca, sus brazos me protegían y cobijaban como lo hacía mi padre cuando era niña. Me gustaba pensar que Charlie había ido a rescatarme pero era imposible, mi padre no era un vampiro, aunque si un hombre fuerte dedicado a la justicia.
-Todo estará bien Bella, no debiste venir sola… no debiste…
Esa voz la conocía, ahora que lo tenía tan cerca pude darme cuenta que efectivamente no se trataba de Edward, y por la complexión tampoco podría ser Emmet, conocía su musculatura y no se parecía en nada a la que ahora estaba sintiendo. Deseaba abrir los ojos completamente para apreciarlo pero era imposible, la hinchazón en mis párpados era demasiada impidiendo mi visibilidad sin embargo ahora podía escucharlo.
-Car… Carslile—Alcancé a decir
-Esme nos está esperando, pude distraer a Jane pero se dará cuenta muy pronto de nuestra presencia—Corría muy rápido esquivando cualquier obstáculo, el viento chocaba en mi rostro y mis heridas no paraban de sangrar, en parte agradecía que fuera él y no Edward quien me viera en ese estado tan deprimente. -Vimos la carta, no le dijimos a nadie para que no nos siguieran.
-Debo… aprender… a esconder mejor… las cosas… - Declaraba con dificultad, pues ahora el aire abandonaba poco a poco mi cuerpo.
-No te desgastes, pronto encontraré la forma de curarte.
Sentí de repente que se detuvo, su cuerpo se ponía más rígido de lo normal, de haber estado fuera del recinto mi cuerpo resentiría el cambio de temperatura, el sereno de la noche y algunos cuantos grillos canturreando. Sin embargo, aún seguíamos aquí, la respuesta era clara. Jane nos había interceptado. Escuche los mismos pasos encaminarse a nosotros como en el calabozo, lentos, seguros y menuditos, de pronto me imagine el corazón de Carslile latir con fuerza si estuviese con vida, pues de estar en su lugar, cualquiera se sentiría de esa manera.
-Creí que Isabella era la única que cometía estupideces de dimensiones colosales, pero ahora veo que también tu… Carslile— Sentí que él me presionaba con más fuerza contra su cuerpo, mi mejilla se pegaba completamente a su pectoral derecho sintiendo su firmeza, como una especie de coraza impenetrable.
-Jane—Hablaba él. –Bella será una de nosotros a su debido tiempo, es el precio que se acordó hace un año, ¿Qué diría Avio si estas actuando sin su consentimiento?, en ese caso tu… Estas cometiendo una estupidez, de dimensiones colosales, ¿No te parece?—Amenazaba. –Apártate ahora mismo o tendré que notificarle esto, tú sabes lo que les pasa a quienes lo traicionan.
Escuché de repente una carcajada, cualquiera pensaría que una niña de trece años se encuentra claramente burlándose de su padre, su abuelo, su madre, pero Jane no era una niña normal sino una vampira de trescientos años que tenía como único objetivo acabar con su gran amenaza en la escala vampírica. Yo.
-No tendrá por qué enterarse si nadie se lo dice, además, ¿Quién te dijo que saldrá alguno de ustedes con vida?—Escuche que daba dos pasos más, su voz sonaba más cerca de lo normal y mi piel se erizaba con tan solo recordar las torturas en el calabozo.
-No te atreverías—Retaba Carslile, y en ese instante el pánico abordaba mis sentidos adormecidos, no podía permitir que él y Esme murieran por culpa mía.
-Dolor…
Sentí que el agarre de Carslile perdía fuerza, sus músculos se tensaban, sus brazos comenzaban a doblarse un poco y en ese instante pude tocar el mármol frio del piso. Se rehusaba a soltarme, no podía creer que aún siendo torturado se aferrara a mi cintura tratando de protegerme. No, Carslile, no valgo la pena, debes huir.
-Carslile… por… favor…
Se retorcía de dolor, sus gritos salían desde lo más profundo de su garganta como si estuvieran atravesando su cuerpo con un centenar de espadas filosas parecidas a la daga de esa vampira sádica. Cayó de bruces, sus rodillas se estrellaban contra el mármol aún aferrándose a mi cuerpo, comencé a sentir pena por él, estaba ofreciendo su vida con tal de salvar la mía y eso no debía permitirlo, me sentía impotente, tan inútil de no poder gritar que lo dejara en paz, sugerirle que era yo a quien quería, que fui yo quien se ofreció como sacrificio.
-Te… protegeré Bella…
Escuche una carcajada, estaba logrando casi asesinarlo, si daba algunos pasos más frente a nosotros no dudaría en tomar su cabeza y arrancarla como si fuese una pieza desprendible. Me imaginaba el crujir de su piel separándose de su cuerpo, fue en ese instante que decidí abrir los ojos con todas mis fuerzas logrando enfocarlo. Su cabello rubio dorado se alborotaba un poco, aquel peinado que ordenadamente llevaba todos los días al hospital ahora estaba desalineado, pues unos cuantos mechones se salían de su lugar.
No me había dado cuenta de lo hermoso que era Carslile, uno de los rostros más bellos y limpios que jamás había visto en toda mi vida. Sus ojos dorados me miraban y claramente pude notar que una sonrisa se dibujaba en su rostro, me veía con mucha ternura, en verdad deseaba salvarme de todo eso. Dirigí con dificultad mi mano derecha a su mejilla, pues si ambos moríamos en ese momento me gustaba imaginar que lo hacía en compañía de un ángel. Carslile era un ángel para todo el mundo, y ahora… lo era para mí.
-No… no lo hagas Carslile… déjame…
-No… no lo haré Bella—Sus ojos se posaban en los míos, deseaba morir con esa imagen, y así lo haría.
Pude escuchar los pasos de Jane aproximarse a nosotros, entre tanto Carslile estaba al límite de su fuerza, sin embargo no me soltaba. Decidí rodearlo con mis brazos sacando fuerzas de donde podía, mi cuerpo se estaba desangrando poco a poco a tal grado de no sentir mis piernas. Sentí su pecho, su espalda, su fuerza, era tan sólido como un tempano de hielo, tan cálido como el amanecer mismo y tan gentil como ningún otro, juntos caminaríamos a la muerte, al menos no estaría sola.
-Carslile ¡Saca a Bella de aquí!—Escuché a Esme, ¿Por qué ella tenía que venir?, ¿Acaso no se daba cuenta del peligro que era Jane para todos?.
-Esme…
-No hay tiempo, debes sacarla de aquí cuanto antes—Esme replicaba mientras que distinguí algunas arcadas de Jane, seguramente intentaba distraerla para poder salir del recinto.
-No… no te lo permitiré Esme, no me iré sin ti—Respondía Carslile levantándome del piso para recuperarse poco a poco de la tortura de esa vampira con aspecto de niña inocente.
-Sácala de aquí.
-En ese caso… debes de llevártela tú, yo me encargaré de Jane…
-No—Algo en mi interior deseaba retener a Carslile, no deseaba que él muriera, tampoco Esme, pero sabía que él estaba mal herido como para enfrentarla.
-Dolor…- Hablaba Jane y esta vez escuche el grito desgarrador de Esme hacer eco por todo el recinto, no podía soportarlo, todo esto era mi culpa y de nadie más. Si tan solo pudiese regresar el tiempo y cambiar justamente lo sucedido hace tres días lo haría con gusto, sin embargo Jane tenía razón. Mi estupidez estaba llevando a la muerte a Carslile y a Esme junto conmigo.
-¡NO!-Gritaba Carslile aun sosteniéndome, deseaba que me dejara en el piso para que la ayudara pero ella no se lo permitió, pues note que daba unos pasos adelante y lo rechazaba lanzándolo al otro extremo con la poca fuerza que le quedaba.
-Debes… sacar a Bella de aquí… ¿Recuerdas?... La familia… la … familia…
-Es lo primero—Unas lagrimas se hacían presentes en los pómulos lisos y níveos de Carslile, agachaba la mirada apretándome con un poco mas de fuerza contra su pecho.
-Carlile… Te amo—Escuche su voz apacible, tranquila, la recordé como el primer dia que Edward me llevó a su casa a conocerlos. Esa mujer era el claro ejemplo de la amabilidad, su forma tan cálida, su mano amiga dispuesta a ayudar a quien lo necesitara era lo que distinguían a la perfección a Esme Cullen. Mis ojos comenzaron a cristalizarse, ahora moriríamos los tres, no estaría sola, pero temía por Emmet, Rosalie, Jasper, Alice y por su puesto… De Edward, ahora caminarían solos por toda la eternidad.
Me aferré al pecho de Carslile, pero sentí una ráfaga de viento en el rostro, solo pude ver que corría, saltaba, se movía a velocidad impresionante por todo el pueblo hasta llegar a otro lado para no ser interceptado. Logramos salir del recinto, las lágrimas caían en mi frente escuchando a su vez algunos sollozos tranquilos, algunas ramas chocaban contra mis brazos pero poco me importaba, yo también estaba muriendo pero quien se me había adelantado era Esme.
Ella se había ido a manos de Jane.
