Pitágoras había dicho alguna vez, que el orden de los factores no alteraba el producto. Y eso quedó muy marcado en Emma.
Comenzó a compararlo con algunas situaciones de la vida, desde las más simples hasta las más alocadas que se le ocurrían.
Y después, lo comenzó a comparar con situaciones que la involucraban a ella y Ray.
¿Se cumpliría la conmutatividad?
Si no lo intentaba, tal vez no lo sabría. Porque, el que no arriesga no gana ¿Verdad?
Así como aquella vez donde casi los atrapan los prefectos.
Decidida fue a donde sabía que Ray estaría. En la sombra del árbol del patio de la escuela.
Y valientemente...
- ¡Te quiero mucho, Ray!
Él bajó el libro que estaba leyendo, no, mejor dicho, el libro se le cayó de las manos. Mostrando una expresión de pura incredulidad, sumando un gran sonrojo.
Y antes de que él pudiese decir algo, Emma se adelantó.
- ¡Pero no como hermano ni como amigo! ¡Ray, te-!
- ¡Ya entendí!
Emma sonrió, pero todavía faltaba algo. Se acercó a donde él pelinegro estaba, nuevamente "sumido" en su lectura.
Sólo usaba el libro para ocultar su enorme sonrojo.
Se agachó frente a él, y en un murmuró le preguntó.
- ¿Tú también me quieres?
Ray no supo si sonreír, ignorarla o decirle que sí o decirle que no fuese tonta.
- ... Sí.
- Si yo no me hubiese declarado, ¿Tú lo hubieses hecho?
Suspiró, tratando de calmar su sonrojo, y de paso, su corazón.
- Tarde o temprano lo haría.
- ¡Pitágoras tenía razón! ¡El orden de los factores no altera el producto!
Ray la miró indiferente.
- ¿Por qué aplicas matemáticas en una situación cómo está?
Emma sólo sonrió.
Y lo demás, es otra historia.
