Se cuentan muchas historias. Se relatan multitud de leyendas. Se escriben cuentos en los que se viven innumerables aventuras.

Sin embargo nos olvidamos de que nuestra propia vida, nuestro paso por ella, es una historia única e irrepetible.

Tres chicas diferentes, tres mundos distintos y…

…una aventura en común.


Prólogo

Era de noche en las lejanas tierras de Arathor. Sus dos lunas se alzaban brillantes en lo alto del cielo bañando con su luz todo el valle. El agua del lago se mecía por el suave aire que soplaba cálidamente mientras que las ramas de los árboles danzaban al mismo son, acompañándolo. Las flores, cerradas en sus bellos capullos, parecían descansar junto con el resto de animales que se refugiaban en sus guaridas.

Una figura corría entre la maleza. Su carrera no pudo evitar romper la armonía reinante hasta el momento. No se detenía, no podía hacerlo, debía continuar, su vida dependía de ello.

Tras ella, un séquito de humanos, bien armados y a caballo, la perseguían. Las flechas sobrevolaban intentando dar en su objetivo mientras que la mayoría de ellas acababan su trayectoria en los troncos de los enormes árboles que comenzaban a arremolinarse al inicio del bosque de Olwen, territorio del reino de Haralia.

Pocos eran los atrevidos a adentrarse en el enorme laberinto que suponía una trampa mortal entre plantas y seres que nadie conocía, tan sólo los relatos y cuentos de los juglares, hablaban de ellos.

Sin embargo quien trataba de escapar poco le importaba en ese momento las historias que circulaban sobre aquel bosque que, aquella noche, parecía más tenebroso y oscuro de lo habitual.

Los árboles se alzaban al cielo como si quisieran tocarlo y sus ramas, abundantes de hojas, cubrían el manto estrellado como si de una cúpula se tratara impidiendo apenas la entrada de luz entre sus ramas. Todos ellos se asentaban en grandes raíces, que en muchos de los casos, sobresalían de la tierra dificultando el paso al interior del bosque.

En la lejanía comenzaban a perderse el ruido de los cascos de los caballos y de las pesadas armaduras de los perseguidores pero no se podía predecir realmente si habían desistido en su objetivo, pues los humanos, eran realmente tercos a la hora de capturar sus presas y más, si está, se había burlado de su justicia escapando de las mazmorras las cuales se consideraban seguras hasta para el más hábil pícaro.

Escondida entre las raíces de un enorme árbol, esperó el tiempo suficiente antes de salir de su escondite. Pudo ver entonces, bajo la capucha que ocultaba su rostro, que se había adentrado en un lugar que no conocía pero no había marcha atrás aunque eso, ya no importaba.

Decidió seguir su camino tratando de dejar el menor rastro posible, aunque parecía que el mismo bosque lo ocultaba por ella, como si la vegetación tuviera vida propia y supiera de sus ansias de libertad y quisieran ayudarla. A cada paso que daba tenía la sensación cada vez más y más certera de que todo cuanto la rodeaba la observaba. Por un momento la sensación de miedo la envolvió y, a menudo, volteaba para cerciorarse que realmente no había nadie allí.

Era un lugar extraño, misterioso…

No tardó en sentirse agotada y el sueño comenzaba hacer mella en su cuerpo dolorido y magullado por la persecución. Afortunadamente en el interior del bosque los árboles seguían siendo del mismo estilo que aquel en el que se escondió por lo que recogió algunas hojas y las colocó en la base de uno de ellos para tumbarse. No tardó en cerrar sus ojos y dormirse en aquella cálida noche en la que pequeños sonidos de animales nocturnos así como la suave brisa que mecía las copas de los árboles se convertían en una agradable melodía que acompañaban sus sueños.

La noche pasó sin incidentes y los primeros rayos del alba se filtraban entre la vegetación.

Khagra, no tardó en despertar en aquella cama que la noche anterior había improvisado bajo un enorme tronco en medio de un bosque que desconocía. A pesar de que aún seguía cansada sabía que no podía quedarse allí ocultándose eternamente.

Pero su presencia no había pasado desapercibida pues nada más salir de entre las raíces, unos seis o siete hombres la esperaban. Los miro bien aunque se extraño de su presencia, no eran los caballeros que la habían perseguido, ni siquiera parecían duros guerreros. Todo lo contrario. Vestían togas de sedas y colores muy variados y portaban bastones y varitas en vez de afiladas espadas.

-¡Quieta!-le ordenó uno de aquellos hombres-Un ser como tú no debería merodear por estos lares.

¿Un ser como yo?-pensó Khagra. Evidentemente aquellos humanos no estaban acostumbrados a toparse con una mujer como ella. Su raza era temida en todos los continentes. Su verde piel era motivo de múltiples historias de terror para los niños pequeños y diversión en un campo de batalla de gladiadores para los adultos. Su tamaño era mayor y más ancho que de un hombre humano. Su rostro no discernía demasiado de las mujeres a las que estaban habituados a tratar. Era más redondeada la cara pero sus ojos, azul celeste, destacaban por encima de sus demás rasgos junto con unos pequeños colmillos que sobresalían de su labio inferior. Sus orejas eran pequeñas pero puntiagudas tapadas parcialmente por una melena desmoronada de color castaño caoba, lisa y tupida. Su cuerpo iba tapado por una capa que cubría prácticamente la totalidad de su cuerpo, aunque bajo ella, los ropajes de cuero y pieles de animales salvajes dejaban entrever sus principales atributos femeninos.

-¿Cómo osas a entrar en nuestro bosque, orco?-gritó otro de los humanos con rabia mientras su mirada de reproche se le clavaba a la joven orco.

Khagra desconocía la razón y causa de aquel revuelo pero la tranquilizaba el saber que no parecían tener ni idea de lo ocurrido más allá de sus fronteras, al otro lado del bosque, en el reino de Elarion. Sumida en sus pensamientos para tratar de buscar una solución, no se percató de la aproximación de un hombre algo diferente de los demás.

Por su aspecto podría aparentar ser un hombre de cientos de años pues su barba, larga y tupida, tapaba su rostro y caía hasta la altura de su pecho. Tras esa maraña de pelo se escondía la mirada de un sabio cuya experiencia le dio todo su conocimiento. Su cuerpo estaba cubierto por una toga más larga y más adornada que la que arropaban a los demás encogían formando hermosas espirales que daban un toque exclusivo.

Su caminar era lento e incluso torpe, posiblemente debido a su edad, pero eso no le suponía un obstáculo. Con serenidad de adelanto a los hombres para poder ver mejor a la recién llegada.

Por la condición de Khagra temía que su suerte se había acabado. Pero para sorpresa de todos, incluso de ella, aquel hombre la sonrió.

-Maestro-se atrevió a decir el más joven de los hombres-es una orco, deberíamos enviarla a Elarion, de seguro que en la capital la mantendrán en el lugar que la corresponde.

Khagra no podía evitar sentir rabia al escuchar las palabras de aquel humano que no tenía ni idea de con quien hablaba y mucho menos de lo que estaba pasando. Por su mente desfilaba un sinfín de ideas en las cuales todos acababan de una u otra manera muertos por su osadía a juzgarla pero estaba en inferioridad y no podía hacer nada más que esperar.

No obstante, aquel hombre que se hacía llamar "maestro" negó y solo con su gesto hizo callar al muchacho que había hablado.

-Estáis muy lejos de vuestras tierras, chiquilla-habló el "maestro". Se mostraba cortés y sereno-qué curioso que hayáis podido sobrevivir entre la maleza de la vegetación del Bosque de Olwen.

Khagra no se amedrentaba ante nada y en todo momento sostuvo la mirada a aquel hombre que, en ningún momento, vaciló ni la temió.

-Un bosque jamás podría detenerme-La osadía de la orco era asombrosa pero su ignorancia era un dato que no paso desapercibido ante el viejo maestro que no pudo evitar reírse al escucharla. Al ver como aquel hombre se reía, Khagra se sonrojó levemente bajo su piel verde.

-Debéis estar agotada, jovencita. Acompañadnos, os daremos comida y cobijo-Sus muestras de amabilidad desconcertaban a la orco pues jamás un humano ofrecería sus bienes o víveres a aquellos que no eran como ellos.

Durante un par de horas caminaron por un sendero que se situaba no muy lejos del árbol donde había pasado la noche. Aunque aparentemente era un camino bien marcado, Khagra habría jurado que no estaba ahí, que las plantas se apartaban para dejarlos pasar. De vez en cuando miraba hacia atrás, más allá de los humanos que cerraban la marcha y que no dejaban de vigilarla en todo momento, y confirmo sus sospechas. Una vez hubieron pasado, los arbustos, flores y ramas de los árboles cubrían de nuevo el sendero.

Y de repente, se detuvieron.

Ruinas.

Únicamente las ruinas de una vieja fortaleza se situaban frente a sus ojos. Sus piedras estaban cubiertas por hiedras y enredaderas que se retorcían abrazando cada roca que se cruzaban. Un par de flores blancas adornaban y daban algo de tonalidad a tan, aparentemente, desolado lugar. Curiosamente, en su centro, una losa de mármol dibujaba la forma de un escudo alargado cuyo centro se veía decorado por un ave de fuego, un fénix.

El maestro se adelantó dejando a sus pupilos y a Khagra detrás. La orco no tenía ni idea de lo que hacían allí y mucho menos comprendía el comportamiento de aquel viejo humano. Aún así su curiosidad hacia que sintiera cierta fascinación por él, al cual, no dejó de observar en ningún momento como queriendo averiguar a qué se debía tanto misterio.

Vio, como sin razón, levantaba las manos hacia el cielo mientras que de sus labios salían extrañas palabras que, al unirse unas con las otras, sonaban como una hermosa poesía.

Al bosque debía gustarle pues al mismo son que las palabras del maestro, una ligera brisa mecía los árboles siguiendo el ritmo de su cantar como si, de alguna manera, quisieran unirse a su recital y bailaran a su son envolviendo a los presentes en una agradable sensación de bienestar y magia.

Khagra, fascinada, no perdía detalle. Como si de una niña pequeña se tratara, miraba a todos los lados esperando ver más y sorprenderse.

Y no la decepcionaron.

Rodeada por la magia que había en el ambiente comenzó a notar cómo, no solo la vegetación se unían a las palabras del viejo maestro sino que la propia tierra se empezó a mover. Rocas de colores variados de elevaban como espirales hacia arriba siguiendo el movimiento de manos del hombre. Se entrelazaban entre ellas cambiando sus formas y matices para dar lugar a un elegante monumento, a una torre de detalles muy curiosos y con un acabado de cristal en cada uno de los muros que lo componían.

Una enorme torre había aparecido de la nada frente al escudo de mármol y ,las ruinas que antes no tenían ningún interés para la joven orco, se habían transformado en un enorme jardín que rodeaba a la torre. Esta se elevaba más allá de las copas de los árboles del bosque de Olwen. Su parte más alta daba la sensación que tenía forma de Fenix y que cuyas alas rodeaban a la torre y al jardín formando una fabulosa muralla.

Una vez acabado el ritual, todo volvía a la normalidad a excepción que el edificio seguía allí.

-Apuesto a que tu gente no había visto jamás algo así-se burlaba uno de los humanos al ver la cara de la orco tras el ritual. Aunque aquel hombre no estaba equivocado. Su pueblo evitaba la magia pues creían que aquellos que la utilizaban solo ansiaban el poder y la conquista de los elementos de la naturaleza y del mundo, las cuales debían ser libres pues, sin ellos, ningún ser podría vivir.

Khagra prefirió ignorarle pues bien sabía que si le seguía el juego, acabaría peleándose y, ahora mismo, eso no la convenía.

No tardaron en adentrarse en la torre a través de una enorme puerta redondeada de cristal violáceo por la cual debía caber hasta un dragón, pensaba la orco, aunque visto lo visto ya no le parecía una idea muy descabellada.

Un largo pasillo se abría ante ellos sujeto por columnas cilíndricas y de cuyas paredes colgaban cuadros de paisajes, seres fantásticos e innumerables muestras del mundo exterior. Pero no era la única decoración, también habían estanterías que llegaban hasta el techo con montañas de libros de todos los tamaños.

A Khagra lo que más la llamó la atención fue la longitud del pasillo pues, de ser una torre, debería elevarse hacia arriba y no de frente. Es como si la torre no fuera más que un portal que los conducían a otro mundo o lugar. Sea como fuere cada cosa que pasaba tenía aún menos sentido que la anterior y llego un momento en el que dejo de hacerse preguntas y dejarse llevar.

No tardó en descubrir que se encontraba en una especie de escuela. Las salas que la mostraron parecían pasillos, aulas y lugares de estudio. Se preguntaba cómo se conocían la torre porque a medida que la enseñaban cosas, ella ya había olvidado la posición de las primeras. La agradó el escuchar que era normal que no se hiciera con la complejidad de aquella torre pues no siempre era lo que aparentaba.

Tras un recorrido rápido por las instalaciones, la llevaron a comer y la mostraron una habitación donde podría hospedarse y descansar. A decir verdad, las camas de os humanos era de las pocas cosas que Khagra agradecía pues la resultaban muy cómodas. Una vez la dejaron en el cuarto que ocuparía, los hombres que la acompañaron cerraron la puerta dejándola a solas en su interior.

Khagra se lanzó a la cama muy contenta agradeciendo a todos sus dioses la suerte que estaba teniendo. Jamás se hubiera imaginado, hace un par de semanas, cuando estaba encerrada entre los barrotes de una mazmorra, que habría un día en el que burlaría a sus captores y escaparía con vida de ello.

Se tumbó boca arriba mirando el techo del cuarto. Por un instante la tristeza la invadió al recordar porque estaba allí. Abrazó más fuerte la almohada y pensó en la situación actual. Ella ahora era una fugitiva y fuera donde fuere la tratarían como tal.

Cerró sus ojos tratando de evadirse de esos pensamientos.

-¿Os encontráis bien?-la voz dulce de una muchacha la hizo salir de sus recuerdos y abrir los ojos. Sentada, junto a ella, en la cama, había una muchacha de piel clara, ojos azules casi tirando a blanquecinos y unos labios pequeños pero rojizos. Su pelo largo y liso, era muy peculiar porque, al reflejar la luz, denotaba unos colores violáceos. Debía ser más o menos de la misma edad pero físicamente no era muy fuerte, era más bien delgada y escuálida como los otros humanos que vio antes. Vestía una toga de color lila con encajes azules.

-Estoy bien-se sentó rápidamente la orco posicionando su mirada a la altura de la joven.

La muchacha se limitó a sonreír y asintió sin pedir más explicaciones. Se levantó de la cama y comenzó a preparar lo que debía ser alguna clase de té o infusión que había traído en una bandeja.

-¿Sois la criada o algo así?-Aquellos modales eran más propios de la servidumbre de los castillos de los nobles pero era extraño que llevan finas ropas como las que vestía aquella joven.

-No-negó- Solo soy un aprendiz más de esta torre. El Maestro me hizo llamar para que atendiera como debía a una invitada.

-Me extraña que os toméis tantas molestias por alguien como yo-aclaró la orco sin dilación.

-En Haralia las cosas son muy diferentes de Elarion. Aunque mayoritariamente los habitantes de esta torre y el bosque son humanos, no significa que no acojamos a otras razas o especies-la explica- No hay mucha diferencia entre vos y yo.

Khagra se sorprendió por esas palabras. Era la primera vez que las escuchaba de boca de un humano. Hasta ahora solo había odio "muerte a los orcos" o amenazas similares pero, no, esta vez no era así.

La joven humana volvió a acercarse y esta vez cogió la mano de la orco. Era muy suave lo cual indicaba que no había usado armas o trabajado en labores muy duras. No entendía lo que pretendía pero la dejo que posicionara su mano sobre la suya.

-¿Lo ves?-junto su palma con la de la orco. La mano de ella era mucho más fina y los dedos más pequeños, por no hablar del contraste de color- Tú puedes hacer las mismas cosas que yo, que los humanos. Las cosas que nos diferencian realmente son una mínima parte. Ya lo entenderás-dijo soltando su mano y dejándola con suavidad sobre la cama.-Espero que tengáis una buena estancia. Podéis descansar tranquilamente. Os llamaremos para la cena.

Dicho esto, la muchacha salió de la habitación dejando a la orco con más dudas que antes.

Khagra resopló con fuerza y se dejó caer de nuevo en la cama. Mira un momento su mano aunque no tardó en cerrarla refunfuñando.-Iguales-susurra-¡Qué tontería!- No tarda en voltearse y cerrar sus ojos huyendo de las dudas que rondan por su cabeza mientras que su mano se cierra sobre un pequeño colgante que lleva al cuello.

A pesar de que intentó relajarse, le resultó imposible.

Khagra se levantó, de nuevo, alterada de la cama y decidió salir del cuarto. Aunque la habitación resultaba acogedora con una cama, una mesa de madera de pino cerca de la ventana, justo enfrente de la cama, un armario a su derecha y cuadros que daban un toque final a la decoración de vida y color, no dejaba de ser una habitación cerrada y pequeña. La recordaba levemente a la mazmorra en la que estaba solo que con mayores lujos, pero una cárcel al fin de al cabo.

Al salir de la habitación se encontró con el pasillo circular que horas antes había recorrido para alcanzar su estancia. Ahora estaba lleno de gente que charlaba y reía preguntándose cómo había ido el día o mostrando con ilusión a lo que debían ser sus amigos nuevas habilidades aprendidas en la jornada.

Sin embargo, la aparente alegría que reinaba se silenciaba ante el paso de la orco. Las conversaciones pasaban a convertirse en molestos cuchicheos y algún que otro comentario fuera de lugar. Aún así a Khagra la daba igual. Estaba tan acostumbrada que no suponía ningún problema por lo que simplemente se dedico a ignorarlos y continuar su camino evitando a los humanos.

Bajo las escaleras al fondo del pasillo. Apenas había gente allí y el silencio era de agradecer. Sus pasos así como el silbido del aire por las pequeñas ventanas que había en la fría piedra para ventilar era lo único que se escuchaba mientras que las velas, aparentemente imposibles de apagar, iluminaban con su fulgor el camino.

Las escaleras resultaron ser interminables. Khagra no se pudo hacer la idea de cuantas vueltas había dado bajando pisos pero por fin llego al final. No quería ni imaginarse lo que supondría volver al cuarto de nuevo. Abrió la puerta que separaba las habitaciones con las aulas, o eso creía.

Por un momento se asomó por la puerta pero parecía tan desierto como el agujero de las escaleras. No dudo demasiado en atravesar las puertas viendo como se transformaba aquel frio gris de los cuartos en una sala repleta de tonos. Estatuas, cuadros, emblemas bordados en terciopelo, alfombras de hilos caros con dibujos espectaculares…se observaban a cada paso que daba.

Khagra caminó entre las diferentes estancias. Eran salas comunicadas por pasillos que aún no comprendía que pudieran caber en el interior de una torre aparentemente cilíndrica. Justo en medio se encontró con una única sala enorme, redonda, con un suelo de azulejos decorados con el fénix, que a estas alturas, la orco imagino que sería el animal que referenciaba a aquel lugar, su símbolo. Sus muros se sostenían por columnas con forma de dragones y si miraba más hacia arriba vería varios pisos con más cuartos o aulas o lo que fuera. Y el techo…era una cúpula, sí, pero en la que brillaban las estrellas con toda su belleza como en esas cálidas noches de verano en la que se tumbaba en la hierba para relajarse. El recordar esas magníficas noches la hicieron sonreír nostálgica.

Unas voces más allá de la sala, obligaron a la orco a alertarse y a esconderse. No había demasiado donde elegir pero las columnas eran lo suficientemente grandes como para que no la vieran.

No tardaron en aparecer. Allí estaba de nuevo el viejo maestro que la ayudo en el bosque pero esta vez acompañado de un par de soldados y un mensajero. Deseó con todas sus fuerzas que no vinieran a buscarla.

-Maestro-alcanzó a oír la orco desde su escondite de boca del mensajero mientras el corazón le latía a gran velocidad-no podemos esperar más para aclararle la situación que acontece. Os agradecemos que no hayáis recibido lo más pronto que vuestros quehaceres han podido.

-No me lo agradezcáis. Estoy al corriente de los revuelos en el reino de Elarion. Supongo que habéis venido por ello.-Todos asintieron y la orco suspiro tranquila al ver que hablaban de la guerra que estaba teniendo lugar más allá de las fronteras-Bien, seguidme, iremos a un sitio más tranquilo.

El mensajero y los soldados siguieron al viejo maestro y Khagra, a escondidas, también lo hizo. La orco había sido entrenada en el arte de la caza y su capacidad de evasión así como a su agilidad, la facilitaban el que pudiera perseguirlos para saber que noticias traían de los reinos más allá del bosque. Aún así, en más de una ocasión, los guardias se voltearon para ver si alguien los espiaba.

No tardaron en meterse en una habitación y cerrar la puerta imposibilitando la escucha. Khagra decepcionada maldijo su situación pero una mano en su hombro, en ese mismo instante la sobresaltó. Rápidamente se volteo y se lanzó contra quien la había rozado y cuando se quiso dar cuenta estaba en el suelo inmovilizando a la misma joven de cabellos violeta que la había ofrecido un té en el cuarto.

Se apartó lo más rápido que pudo de la muchacha que respiraba agitadamente. No esperaba que la reacción de la orco fuera así y, no solo la había cogido por sorpresa sino que además, la asustó.

Khagra extendió la mano para ayudarla a levantar pero dejó de prestarla atención para centrar de nuevo su interés en lo que debía estar pasando tras la puerta. Buscó por las paredes alguna losa o piedra suelta pero nada. No se rendía, tenía que saber que estaba pasando.

-No está bien que espiéis al maestro-dijo la muchacha más tranquila que había estado observando las acciones de la orco algo curiosa pero sin aprobarlas.

-Me da igual si está bien o mal-contestó-Tengo que saber que está pasando. Hay cosas más importantes fuera de esta torre. Si quieres ayudarme, adelante, pero voy a hallar la manera de saber que dicen ahí con o sin ti.

La joven humana sonrió. No estaba muy de acuerdo con las intenciones de Khagra pero si estaba empecinada en conseguir su propósito fuera como fuera.

-Si seguís golpeando las piedras te van a oír, no es un buen método.-se reía- Creo que yo puedo ayudaos. Venid.

La joven humana echo a correr hasta un cuarto contiguo. Este curiosamente, parecía una biblioteca pero algunos libros flotaban en el aire. No había nadie en ese momento lo que hizo que la humana se sintiera más tranquila.

-Oye niña, desde aquí sí que será imposible que escu…-Se calló de golpe al ver como la joven humana con pocas palabras invocó lo que parecía una bola que mostraba el interior de la sala del maestro. Los soldados, el mensajero y el maestro se reflejaban perfectamente e incluso se les podía escuchar.

Ambas se acercaron a la bola para escuchar la conversación.

-Así es, venerable Maestro, necesitamos vuestra ayuda y la de sus magos contra la horda de orcos que han invadido nuestras tierras-comunicaba el mensajero- Aunque aparentemente nuestros soldados en Istagar están completamente entrenados para detener su ataque, están sucumbiendo y dentro de poco no podrán contenerlos más.

El maestro escuchaba atentamente sentado en un enorme trono tras una mesa repleta de pociones y libros. Se mostraba con un rostro semblante, sereno, demasiado para lo que le estaban contando.

-¿Se sabe por qué los orcos han roto el tratado de los Reyes?-Ese tratado se escribió ya hace muchos siglos por un rey llamado Etgar Turner y firmado por los principales líderes humanos, jefes orcos, militares enanos y sacerdotes elfos.

-Los orcos no atienden a razones-continuó el mensajero. Khagra apretó el puño al escuchar eso pero la joven muchacha procuró calmarla.-Vinieron desde el norte, atravesaron sin problemas cordillera montañosa que separan nuestro reino de Elarion con el de Yarkaron, por el Paso de las Nieves, y sin aparente razón, nos invadieron. Intentaron hablar con el jefe responsable de la contienda, cerca de Nairia-pueblo destruido justamente situado nada más salir del paso montañoso de Las nieves- Pero tan solo mencionaron "Raska".

Raska en el lenguaje natal de Khagra significaba "Dios". No entendía muy bien a que venía todo aquello pero si sabía que si se tocaba algo perteneciente a los orcos, en especial, aquello que suponía un símbolo importante para su gente, estos no dudarían en empezar una guerra al sentirse deshonrado por ellos.

Nada de lo que acontecía en el interior del habitáculo tenía sentido. ¿Para qué iban a mancillar los humanos los credenciales orcos? Sería absurdo. Por muy valientes que fueran sus hombres, físicamente el portento de un hombre adulto orco era casi tres veces más que el de un hombre humano por no mencionar que su aguante era superior.

A medida que la conversación avanzaba, las dos muchachas pudieron averiguar que gracias a unos exploradores, el mayor de los templos edificados en Yarkaron, territorio orco había sucumbido. Según la historia que el mensajero contaba, armas provenientes de Elarion, se encontraron en el santuario de Thalia, la diosa loba para los orcos y cuyas chamánes habían sido brutalmente mancilladas y posteriormente asesinadas.

Pero aún así, aún con la destrucción de uno de los siete templos sagrados que formaban la cultura orca de Yarkaron no había suficiente consistencia para romper el tratado de los Reyes que los antepasados firmaron. Por muy violentos que fueran considerados los orcos tenían la suficiente capacidad de raciocinio como para parlamentar.

-Tiene que existir algo más-mascullaba Khagra mientras esperaba que lo que escuchaba se tornara en algo convincente. Pero no, no había más. Tan solo había llegado a la conclusión de que su pueblo estaba atacando a los humanos por la deshonra de uno de sus templos sagrados y que no pensaban detenerse ante absolutamente nada.

Indignada, se sentó en el suelo. Por alguna razón todo le resultaba demasiado incoherente pero ella tampoco podría hacer demasiado por ayudar, a fin de cuentas no era más que una joven orca. Así que se puso a jugar entre sus dedos con el colgante que colgaba de su cuello hasta que hubieron terminado de hablar en la sala del maestro.

No salieron de la biblioteca hasta pasadas un par de horas tras el abandono del maestro de su despacho para cerciorarse que no las pillaba.

-Tengo que salir de aquí-dijo Khagra-Algo está pasando.

-Eso es evidente-contestaba tranquilamente la joven humana-pero ¿Qué puedes hacer tú?

-No sé, pero algo se me ocurrirá- No dejaba de moverse de un lado a otro de la sala intentando idear alguna clase de plan que pudiera servir pero era realmente irracional el pensar que podría parar una guerra. Al final, después de una larga espera, se rindió.

La joven humana se acercó a ella y la miró a los ojos.

-Da gracias a que al menos aquí estás a salvo. Si quieres yo puedo ayudarte a que te integres y conozcas mejor tu nueva casa.

-No pienso quedarme aquí-se quejó la orco.

-Entiendo que ahora es difícil para ti el estar en un lugar como este rodeado de muros y gente extraña pero si sales ahí, al bosque, te perderías para siempre y entonces, si que nada podrás hacer.

Tras mucho meditar accedió a su petición, después de todo, no tenía a donde ir y aquello era mejor que el arriesgarse a una posible muerte segura. Así pues salieron de la biblioteca y regresaron a sus habitaciones hasta la hora de la cena, la cual sería la primera de entre muchas otras en la torre de Theralia, sede del reino de Haralia, su nuevo hogar.