A Ray le dolía ver las cicatrices de Emma. No podía evitar recordar el cómo se las había hecho.

Y cuando lo hacía, su ser se llenaba de impotencia y tristeza.

Porque cada cicatriz tenía una historia. Y la mayoría, habían aparecido porque eran muestras del inmenso amor que ella le profesaba a él y su familia.

Acercó su mano a una de las cicatrices que ella tenía en la espalda, sobresaltándola. La acarició con cuidado.

Emma lo volteó a ver, sabiendo perfectamente bien lo que ocurría.

Lo miró con suavidad y confort. Se volteó, bajando por completo su blusa de dormir, y lo abrazó por el pecho, tendiéndolo en la cama; Ray cerró los ojos, abrazándola, dejándose hacer.

— No tienes por qué sentirte mal por ellas. — murmuró, haciendo referencia a las cicatrices. — Sabes que lo daría todo por mi familia, y eso te incluye a ti.

Se abrazó un poco más a ella, hundiéndose en su calidez. Ya sabía perfectamente bien lo que ella siempre le decía respecto a sus viejas heridas, y todo referente a ellas.

Todo. Absolutamente todo.

Pero siempre se podía consolar con su calidez y el que ella estuviese viva y a su lado.

— Lo siento.

Emma sonrió suavemente, acariciando sus cabellos. Sin importar las veces que él volviese a sentirse mal por sus cicatrices, ella siempre estaría dispuesta a decirle el porqué de ellas.

Porque sin sacrificios, no hay victoria. Y si eso incluía el bienestar de él y su familia. Lo haría.

Y ambos cayeron dormidos, sin soltarse. Siendo el tema olvidado, por ahora.