En contra de los cuentos infantiles
Ella estaba loca, todos lo sabían. Por eso mismo no salía de casa; no quería rodearse de cuerdos, con su vidas aburridas y sin nada con qué soñar, que viven un círculo vicioso.
Y la juzgaban, por precisamente, querer vivir su vida a su antojo, sin preocuparse del poco dinero que le llegaban al mes o por si el país lo dirigirá una persona u otra. La tachaban de loca, por creer en los cuentos y desear vivir en uno, por inventarse su propio cuento, donde ella es una princesa que puede salvarse a sí misma pero que aún así espera su rescate, sólo para complacer a los típicos cuentos que le leían de pequeña.
La miraban mal, por pasarse el día leyendo o escribiendo relatos, en vez de estudiar y agobiarse por si ha sacado una nota decente, que le de una carrera exitosa y una futura buena vida, pero claro, una vida triste y amargada con un trabajo que le hace infeliz. Y por supuesto, no iba a la escuela, mucho menos al instituto, pues se negaba a vivir su juventud encerrada, aprendiendo cosas que no le servirán, que pronto olvidará.
Y vivía con sus padres, a los que la gente discriminaba por no arreglar lo malo en su hija, pero ellos los ignoraban a ellos, porque su hija estaba loca y la querían igual.
Y ella no les juzgaba a ellos, porque sino, sería una cuerda más y por nada del mundo quería abandonar su apreciada locura.
Maka Albarn era la loca donde habitaban los cuerdos, o quizás, era la única cuerda en un mundo de locos.
Maka estaba loca y todos lo sabían.
