Primer capítulo

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Lo odiaba; su hermoso rostro, los bellos rasgos que tenía. Odiaba cada cosa de él, de punta a punta, y de eso quería estar segura.

―Y la respuesta a esta ecuación es...Señorita Sucrette―El profesor Farres la llamó quitándola de sus pensamientos.

Así es, queridos lectores, ésta niña escandalosa que actualmente no tiene idea de qué sucede a nuestro alrededor es la protagonista.

―U-Uhm...―Susurró buscando en la pequeña pizarra verde algún número que ella no considerara estaba en chino―. Y-Yo...―Estaba a punto de delatarse así misma a no ser que, mientras el profesor volvía la mirada para acercarse a su blanco escritorio, una bola de papel diminuta voló y aterrizó a un par de centímetros de su lápiz.

La tomó entre sus frías manos y lo abrió.

''¡13!''

Giró a ambos lados la cabeza, encontrándose con el rostro de Rosa. Ella parecía tener una mirada completamente irónica, rodando los ojos y poniéndolos en blanco.

―¿Señorita Sucrette?―Volvió a preguntar Farres, con su típica mirada algo preocupada y volviéndose a acomodar los anteojos sobre la nariz.

―¿...13?―Preguntó, aunque el morocho solamente sonrió de lado. A esa chica siempre le habían costado las matemáticas.

Él, satisfecho, regresó a donde pertenecía frente a la clase, ubicado delante de la pizarra, siguió explicando sobre cómo resolver las funciones cuadráticas además de un pequeño repaso de trigonometría.

Sucrette se apoyó sobre sus brazos. Le costó trabajo aceptar que Rosa le había salvado el pellejo otra vez por estar pensando en él.

Sintió una mano tocarla suavemente por el costado. Giró el rostro lentamente, fijando la vista en Alexy.

―No te duermas―Su voz nunca sonó; simplemente movió los labios lentamente para que pudiese leerlo.

Ella sonrió.

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El timbre sonó dando finalizadas las horas escolares. Todos volverían a su respectiva casa, todos a excepción de nuestra protagonista; Sucrette. Aquel día, en una de las tantas visitas hacia todas las aulas, había encontrado a Nathaniel. En aquel momento no le había parecido una mala idea el quedarse para terminar de organizar unos papeles en su lugar―Una muy mala idea―.

Y ahora, en medio de un instituto a oscuras, siento tan tarde, se arrepentía por completo el haber aceptado aquel trato. Aunque claro, era su amiga. No podía negarse luego de que aquel chico rubio la hubiese ayudado tanto.

Dejó la pila de papeles arriba de la mesa, y colocó una abrochadora sobre ellos para que no saliesen volando al día siguiente.

Apretó las llaves en su mano, cerrando la puerta de la sala de delegados.

Vino a su mente un último objetivo que cumplir antes de poder regresar a su casa. Comenzó por el primer piso, recorriendo cada una de las aulas y cerrándolas luego de eso.

Salió al patio, cerrando la puerta principal y suspirando con cansancio; ahora tendría que recorrer ambos clubes. Y así lo hizo; entró en el club de jardinería. Se sorprendió un poco al ver cómo Jade se encontraba arrodillado frente a las margaritas.

―¿Jade?―Preguntó caminando hasta él, quien se paró de la sorpresa―. ¿Qué haces aquí?

Aquel chico se puso nervioso, nunca hubiese esperado la presencia de aquella chica con la que se había cruzado un par de veces al haber elegido su club. Sucrette le encantaba, todavía no podía olvidar el día en que la conoció; con aquella cara tan angelical, y esas actitudes tan puras...La hacía recordar a una rosa, tan frágil y hermosa.

―Lo siento―Se disculpó rascándose la nuca―. Quería asegurarme de que estén bien. Ya me voy―Susurró dedicándole una sonrisa.

Ella asintió con la cabeza.

―No te tardes mucho―Le devolvió la sonrisa, haciendo que algo dentro de él se encendiera.

Regresó por el camino con el que había llegado. Se detuvo frente a la puerta del gimnasio, abriendo la puerta con cuidado de no hacer mucho ruido. La madera chilló mientras de arrastraba hasta que Sucrette pasó al interior de aquel edificio.

Soltó un suspiro y comenzó a ordenar las pelotas de Basquet.

―¡Maldición!―Escuchó a un lado. Reconocía esa voz.

Se acercó casi sin respirar para no causar ningún tipo de ruido. A un lado de los casilleros, sentado en el suelo, Armin jugaba con su consola. La luz azul le pintaba la cara. Lo miraba con los ojos verdes. Ella lo odiaba...pero se veía tan lindo...

―¿Qué tanto miras?―Preguntó cortante el azabache, lanzándole una mirada fulminante.

Ella alzó una ceja con desaprobación.

―Que no hallas podido pasar tu nivel en Mario Bros no significa que tengas que estar de mal humor―Argumentó la chica mientras se cruzaba de brazos.

Él abrió los ojos, algo sorprendido. La morocha siquiera había visto su pantalla.

―¿Cómo sabes que era Mario?―Preguntó alzando una ceja.

Y aunque no se dio cuenta, tenía la música de aquel juego de plataformas apagada.

―Las tortugas―Dijo levemente, haciendo una mueca algo boba―, son las únicas que producen ese sonido cuando te tocan.

Armin volvió la mirada hacia su consola. Tenía los pelos de punta, él no dejaba de perder ¡Y era el último nivel!

―¡No es justo!―Gritó mientras se llevaba las manos a la cabeza, a punto de perder la cordura con ese endemoniado nivel.

Sucrette rió y tomó con ambas manos la consola.

―¡Oye!―Protestó uno de los gemelos, mas la chica colocó un dedo sobre la comisura de sus labios.

―Deja que te enseñe, Noob.

Al azabache casi le explota una vena de la cabeza, ¡Nadie le decía novato! La tomó de la mano y tiró de ella hasta que cayó a unos centímetros de su rostro. Entre sus piernas, mientras sus respiraciones chocaban una contra la otra.

―No soy un Noob―Susurró, acercándose sin darse cuenta de lo que hacía.

―¿Quién lo dice?―Preguntó la morocha, desafiante, haciendo la misma acción que su contrario.

Ninguno de los dos notaba que ahora sólo se encontraban a medio centímetro de rosarse ambos labios rosados, tampoco les importaba.

―El mejor jugador de LOL del mundo―Susurró, ahora depositando una mano en el cabello de ella.

Sintió su cálido tacto. Eso no tendría que estar pasando. Ella lo odiaba. Tenía que odiarlo. Además, él se había casado con los videojuegos.

Fue en ese momento en el que comprendió en el que no lo odiaba. Solamente odiaba que cada parte de él le gustara tanto. Odiaba que fuera tan perfecto.

Ambos se quedaron quietos unos segundos, hasta que cortaron la distancia existente entre ambos.

Los labios de Armin acariciaban los de ella, con un cuidado infinito. Sucrette lo abrazaba por el cuello, mientras él acariciaba con ternura su cintura y cadera. Cada rose se sentía tan bien.

El chico deslizó uno por debajo de su remera, tocando su piel con la punta de los dedos. Era tan fina, tan suave...

Se separaron de aquel beso, mirándose a los ojos y suspirando levemente en busca de aire. Se sentía tan extraña consigo misma; aquel beso no era uno de esos que les podrías dar a cualquier persona. Había sido tan extraño para ambos cuando los labios del otro acariciaron su rosada piel.

Armin le besó el cuello, haciendo que esta soltase un pequeño gemido. Arrastró un poco mejor su remera para que más piel de aquella zona quedara al aire. Besaba su piel rozando su nariz contra su, ahora, rozada piel.

―A-Armin...―Gimió contra su oído.

Estaban yendo demasiado lejos, y lo sabían. El chico se separó un poco de ella. Quería más, pero tenía que darse un tiempo también. No podía hacer todo lo que quisiera con alguien que apenas hace unos segundos acaba de besarte.

Tal vez ese beso había sido un error. Demasiado rápido, en especial cuando acabas de besar a quien hasta hace unas horas creías que odiabas.

―Debo irme―Anunció él, aunque no dejaba de estrecharla contra sus brazos.

―Yo también―Respondió, aunque lo siguió abrazando por el cuello.

Volvieron a besarse...

Un par de veces más.

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