Uragiri wa Boku no Namae o Shitteiru y sus personajes no me pertenecen.


De rubios malhumorados y déjà vúes


Tus cálidos ojos me miran, como siempre en este tipo de situaciones, con extremo fastidio y una nota de desesperación. Te molesta que no te espere, no hace falta que mire tus gestos para saberlo.

—Come —gruñes en forma de saludo mientras depositas con presteza una bolsa de papel en el pupitre que, con seguridad sé, te ha dado Tōma.

Varios compañeros de clase se giran a observarte, sorprendidos por tu intromisión y tu rudo tono de voz. Renjou-kun es tan intimidante, escuchas, no entiendo cómo Usui-kun no se asusta, y en tus ojos percibo la frustración del rechazo, el miedo a ser temido, mas le restas importancia a los murmullos y te concentras en mi rostro impasible y el almuerzo que a duras penas ha recibido una mirada de mi parte.

—Estás raro —espetas tras mi silencio, y no hace falta que lo digas para que escuche el de nuevo que le sigue a tu comentario—. Dime qué te pasa.

Me observas entrelazar mis dedos en un ágil movimiento y apoyar mi barbilla sobre éstos, mi mirada fija en tu bello rostro, en estos momentos contraído por la preocupación y molestia. Me permito mirar tu semblante mientras recuerdo una situación parecida a la actual ocurrida hace unos meses, y con ganas de producir un efecto déjà vu te contesto esa frase que tan feliz sé que te pone y, en momentos como estos, te cabrea:

—Tú me pasas, Hotsuma, porque en lo único que pienso eres tú.

Te pones furioso tal como lo he previsto, las miradas sorprendidas de los estudiantes se fijan en ti y más susurros contra tu persona se oyen cuando golpeas con rabia la mesa, tus ojos ambarinos escrutándome con enojo y tu boca gruñendo de tal manera que es posible imaginarse espuma saliendo a borbotones de ella.

Es una distracción, piensas, mi respuesta una mera forma de evadir tu pregunta y librarme de la presión que ejerces sobre mí al pretender que te cuente mis problemas en un aula llena de adolescentes entrometidos. Sí, es verdad que lo hago para no contestar a tu inquisición, incluso hasta para fastidiarte, pero también es cierto que es la verdad.

Tú y sólo tú eres lo que me pasa, las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año. No hay nada más que tú y tu especial presencia, tan esencial para mi sanidad, rondando persistentemente mis pensamientos.